1841
GENERAL GREGORIO A. DE LA MADRID
Nombrado por el pueblo gobernador provisorio el 4 de setiembre y recibido el 5.
El pueblo de Mendoza, al recibir á sus libertadores, ofreció un espectáculo digno de describirse.
Las calles todas estaban decoradas con la bandera nacional, y la calle de la cañada, por donde hicieron su entrada, cubierta de señoritas principales con bandejas de flores que arrojaban, trasportadas de júbilo, á los valientes, con gritos de vivas á los libertadores y de mueras á los tiranos! Una de ellas, acompañada de muchas otras, se aproximó al general La Madrid, en medio de la calle, interrogándole si era su libertador? y constestandole afirmativamente, agregó entonces pues permítame V. E. coronarlo de laureles como á tal; y tomando una corona que llevaba dispuesta, la colocó en la cabeza del héroe, quien en medio de aquellas demostraciones tan tiernas, no pudo menos de derramar copiosas lágrimas. Así entró en la plaza principal rodeado de las señoras y ciudadanos que lo bajaron, en brazos del caballo, sin poderlo hacer de otro modo; los vivas se multiplicaron y la gente se agolpó de tal suerte que no le permitían dar un paso. Al fin fue necesario hacer retirar el gentío, para que el general pudiese entrar en la casa de gobierno y despachar comunicaciones de primera necesidad.
El gobierno del general La Madrid solo duró 19 días; pues, el 24 de setiembre, el ejército libertador, que él mandaba, fue completamente derrotado en la batalla del Rodeo del Medio, por el ejército de la Confederación al mando del general Ángel Pacheco, 2o de Oribe.
Este, en su parte, que es muy largo, exponía que su pérdida consistía en 18 muertos y 80 heridos y la de La Madrid en 400 hombres muertos y mas de 500 prisioneros inclusos 75 oficiales, 9 piezas de artillería, banderas, todo su bagaje, etc.
Otro jefe del ejército del general Pacheco manifestaba no poder dar una relación exacta del número de muertos del enemigo, porque la acción tuvo lugar en un terreno desparejo y montuoso, y la persecución, por entre zanjas, calles, etc. se llevó hasta la ciudad de Mendoza; pudiendo asegurar sin embargo; que eran numerosos los muertos y los prisioneros hechos. Que el enemigo perdió sus mejores oficiales en la pelea y en prisioneros, hallándose entre los muertos el mayor Vicente Neyrot, uno de los presuntos asesinos del general Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán. Que La Madrid debió su fuga á sus buenos caballos, con un insignificante y pequeño grupo de hombres, con quienes siguió hasta Uspallata, adonde se le perseguía muy estrechamente por una fuerte división.
Después de la batalla del Rodeo del Medio, el general Pacheco destinó, con anticipación, á la Cordillera, un destacamento al mando del teniente coronel Patricio Fernández, quien tomó prisioneros en Mascasin 2 oficiales y 66 indivíduos de tropa de los titulados unitarios, de los Llanos de la Rioja, y en el Jáchal 48 mas de tropa, tomados por otro destacamento, colocado por el general Benavidez.
Los derrotados, entre los cuales iba el general La Madrid, perseguidos hasta dentro de las nieves de la Cordillera, en los momentos mas críticos de su pasaje, sufrieron uno de los mas recios temporales que en ella se suelen experimentar, y se encontraron, hasta el punto á que los descubridores de Pacheco pudieron llegar, 43 cadáveres de aquellos, helados.
Cuando el general La Madrid invadió y ocupó todos los ángulos de la provincia de Mendoza, se apoderó también del Fuerte de San Carlos, donde había retirado aquel gobierno 12 piezas de artillería; pero luego que le fue necesario reconcentrarse sobre el campo de batalla las abandonó por falta de tiempo, para conducirlas. Parte de ellas, existían después en la ciudad de Salta y parte en el campo.
Bajo el epígrafe Sucesos de la Cordillera, el Mercurio de Valparaíso redactado por Sarmiento, se refiere el paso de la Cordillera por La Madrid y sus compañeros de infortunio en los términos siguientes:
«Una de aquellas grandes catástrofes que suelen sorprender á masas considerables de hombres, ha ocurrido, en estos días en las nevadas sinuosidades de la Cordillera de los Andes. Desde los tiempos de Almagro, el conquistador de Chile, que se aventuró en medio del invierno, en las Cordilleras de Copiapó, dejando sepultados en las nieves cerca de 15,000 indios y parte de los españoles que lo acompañaban, no había ocurrido, hasta ahora, un incidente en que tantas vidas fuesen comprometidas, ni tantos peligros amenazasen á tan gran número de hombres. Mas la naturaleza desenvuelve sus fenómenos sin curarse de la presencia del hombre, que tan sin temor la desafía á cada momento, por motivos menos imperiosos que los que arrastraban á los restos del ejército del general Madrid á correr los riesgos que cercan el pasaje de esta imponente barrera, en la estación rigorosa del invierno.
Hemos sido favorecidos con algunos pormenores interesantes sobre este triste suceso, los que nos apresuramos á dar á luz á fin de satisfacer la curiosidad del público,
que tan afectado se manifiesta con los padecimientos de aquellos desafortunados.
«El 27 de setiembre, habiendo llegado el general Lamadrid con los restos de su ejército á la Punta de las Vacas, ordenó que se hiciese carné para cuatro días, y marchase cada cuadro de los antiguos cuerpos dirigidos por sus jefes y oficiales. El cielo empezó á cubrirse de nubes, y la atmósfera se dejaba sentir fría, pesada y húmeda. La marcha empezó sin novedad de importancia, hasta que entrando en las nieves, el paso se hacía cada vez mas trabajoso, y los caballos se derrumbaban en las laderas, forzando á sus jinetes á marchar á pié, principiando aquí á prepararse los elementos de las angustias, que mas adelante les estaban deparados. Habitantes en la mayor parte de las llanuras extensas y de los climas cálidos de la República Argentina, siendo para muchos de ellos la primera vez que veían nieve; habituados desde la infancia al uso incesante del caballo, que jamás abandona el gaucho ú hombre del campo, eran estos hombres los menos adecuados para resistir á la fatiga llamada puna, que una continua ascenso y la rarificación del aire ocasionan aun en los mas endurecidos. Monturas, armas y aun la ración de carne calculada para el sustento preciso eran arrojados por la nieve, y todos, soldados y oficiales, se apresuraban á aligerarse de todo lo que embarazase su penosa y fatigada marcha. Así continuó hasta el 29 (setiembre), en que un grupo como de 100 hombres llegó á la casucha de las Cuevas, al pié de la Cordillera. El cielo empezó á cubrirse entonces de nubes densas, blanquecinas y medio iluminadas, que hicieron presagiar á los baqueanos la proximidad de un temporal; y no obstante la caída continua de granizo y la oscuridad de la noche, el general Madrid se dispuso á subir la Cordillera á la una de la mañana. Muchas desgracias se habrían evitado, si los jefes y oficiales, reunidos allí, hubiesen tenido para arrostrar el frio y no hubiesen confiado en que la venida del día les traería tiempo mas benigno. El general Madrid, con los pocos oficiales y soldados que tuvieron ánimo bastante para sufrirlo, emprendió su arriesgada marcha, y el 30 descendió á los Ojos-de Agua sano y salvo, no obstante el rigor del temporal que, á cada momento se hacia mas recio y amenazaban sepultarlos en la nieve.
La solicitud del general Madrid, en adelantarse á proporcionar víveres para sus compañeros de desgracia, había sido anticipada por la actividad y previsión de un emigrado (Sarmiento), que había hecho volar á la Cordillera bastimentos, peones, carbón, cueros de carnero y cuanto se reputó necesario, para salvar la vida de aquellos infelices. El gobernador de los Andes se manifestó no menos solícito y nada economizó en diligencia y socorros que evitasen las desgracias que pudieran aun, sin el temporal, ocurrir. El 30 había en la Guardia Vieja 24 peones, cargados de auxilios para las víctimas de la Cordillera; pero el temporal era tan deshecho, que, no obstante las abundantes recompensas que el general les ofreció, ninguno se atrevió á pasar de los Ojos de Agna seguros de encontrar una muerte inevitable si se aventuraban, en medio de la nieve que caía en gruesos capullos. El frio era tan intenso, que muchas de las bestias que condujeron los víveres, amanecieron muertas al día siguiente. Una y la completa incomunicación quedó establecida, durante cinco días que duró el temporal, entre ambos lados de la Cordillera, y cada uno puede imaginarse las angustias que esta absoluta ignorancia causaba en los Andes, en medio de circunstancias tan afligentes.
Sepamos ahora lo que ocurría al lado opuesto. Con el día, empezaron, el 30, á llegar á la casucha de las Cuevas, nuevos grupos de infelices, que buscaban abrigo contra los rigores del temporal que los había sorprendido entre las nieves. La casucha estaba ocupada por centenares de hombres apiñados en el reducido recinto de cinco varas cuadradas, hasta el extremo de sofocarse por la presión. Centenares los rodeaban, y otros gritaban de todas partes implorando un lugar para salvar de la nieve que empezaba á cubrirlos.
El teniente coronel Sardinas, que entre otros hechos gloriosos, se había ilustrado en el terrible combate de Angaco, cargando lanza en ristre al general Acha, su propio jefe, que amenazaba envolverlo con un escuadrón desorganizado, ha manifestado en esta ocasión un valor y una humanidad dignas del mayor elogio. Pre viendo las desgracias que iban á sobrevenirle, y no hallando refugio, ni medio de evitarlas, propuso á cuantos quisieron escucharle el atrevido proyecto de volver atrás, repasar el Paramillo y asilarse en la casucha que está al otro lado de aquella cuesta; y habiendo logrado persuadir á muchos que lo siguieron, se aventuró, en medio de la nevazón que ocultaba á los hombres y los objetos, á distancia de unas pocas varas, á hacer una travesía de tres leguas, y ascender á un páramo elevado. El éxito mas feliz coronó su empresa. Casi todos los que lo seguían llegaron á la suspirada casucha; y restableciendo el orden y haciendo que los que se habían abrigado en ella, durante una ó dos horas, la abandonasen para ceder sus puestos á los que arrastraban afuera la horrorosa furia del temporal, logró hacer llevadera la suerte de aquellos infelices, animándolos con su propio ejemplo, y asistiendo él personalmente á los débiles y á los enfermos que no podían resistir el frio. Con el auxilio de alguna leña, que hay por aquellas inmediaciones, y la carne de algunos caballos muertos al efecto, las angustias del hambre eran menos sensibles, y el frio mas soportable. Las bendiciones de todos los que le acompañaron han premiado al digno teniente coronel (Silverio) Sardinas, por tanto heroísmo y tantos sufrimientos.
No sucedía lo mismo en la casucha de las Cuevas. Mayor número de hombres reunidos, mayor peligro, sin leña, sin alimentos, y sufriendo todas las angustias de su desesperada situación, el egoísmo que engendra el interés de la propia conservación, endureció el corazón de los que habían logrado apoderarse de la casucha. Pasaron el día y la noche en medio de los clamores de los que á centenares recibían sobre sus hombros, medio desnudos, la nieve que aumentaba cada vez mas. El 1° de octubre alumbró una escena de desolación. El frio se hacía cada vez mas insoportable; todos estaban calados por la nieve que se derretía al escaso calor del cuerpo, y el hambre y la sed se hacían sentir con todos los horrores que la imaginación les presta cuando se ha perdido toda esperanza de salvación. Aquel día pasó en esfuerzos para hacer fuego, sin otro pábulo que las cabezas de las monturas y las culatas de algunas tercerolas. Los que habían ganado la casucha compraban á peso de oro una escasa tajada de carne de caballo sin sal, entibiada en aquel mal encendido fuego, y algunos infelices se aventuraban en la nieve en busca de agua corriente para vender á los que no querían perder el abrigo de la casucha. Su noche trajo nuevo acrecentamiento de horrores; y el día 2, la continuación de la caída de las nieves y la certeza de quedar sepultados todos en ellas. Por entonces se apercibieron algunos de la desesperación de muchos de sus compañeros de infortunio; los mas alentados emprendieron remover la nieve que circunda. Había algunos peñascos, y después de muchas horas de fatiga, sin otro auxilio que las desnudas manos, lograron desenterrar mas de 20 individuos, entre ellos el señor Casacuberta y otros sujetos de distinción, que yacían sepultados, tres días había, bajo la gruesa capa de nieve que los cubría y que aumentaba su espesor de momento en momento. Un fenómeno que presentan con harta frecuencia los naufragios, y que escita la desesperación y los padecimientos físicos, vino á hacer mas aflijente esta
terrible escena. Los desgraciados que estaban afuera amenazaban acometer á sablazos á los menos desgraciados de la casucha, y á los horrores del hambre y del frío estaba á punto de agregarse el derramamiento de sangre entre las víctimas del común infortunio. El capellán del ejército les dirigió entonces la palabra, exhortándolos á la resignación; y echándoles en cara su apocamiento, consiguió hacerlos abandonar tan desesperado intento.
El día 3 continuaban las nieblas, y los mas esforzados perdieron toda esperanza de salvación. No había ya fuego, y ningún interés movía á traer agua: ya no se oían clamores, y entre centenares de víctimas, próximas á sucumbir reinaba un silencio sepulcral. El capellán se aprovechó hábilmente de la muerte de uno para inspirar á los que sobrevivían el reconocimiento religioso que requería aquel terrible trance. Hizo que todos orasen por el alma del difunto, y sintiéndolos conmovidos, les hizo una larga exhortación, echó la absolución sobre todos, é hizo durante el día rezar el rosario y que se encomendasen á Dios.
El 4 observaron con trasporte de júbilo, que la nieve cesaba y empezaba á despejarse el cielo. Todos se dispusieron á ascender la cordillera el 5; y después de un ascenso difícil, con la nieve á la cintura, extenuados por el hambre y la fatiga, lograron llegar á la cumbre, donde encontraron los peones que de este lado iban en su auxilio, llevándoles provisiones y carbón. Sería inútil describir los trasportes de alegría, los sollozos, los abrazos, el furor con que se arrojaban sobre los sacos de pan estos infelices, que dudaban si aun estaban vivos, después de tantas agonías y tan inauditos padecimientos. Uno de los jefes hizo que llevasen á los rezagados y á los enfermos todos los víveres que pudieron salvarse de la insaciable voracidad de aquellos infelices.
Un hecho, entre muchos, merece recordarse. Poco después de haber cesado la nevazón, Gómez, un soldado antiguo, que en clase de tambor, había pasado con San Martin el año 17 esta misma Cordillera, se había alejado bastante de la casucha, por hacer ejercicio ó por otro motivo. A lo lejos cree oír gritos de hombre, y se encamina hacia el lugar de donde partían; repecha el difícil ascenso de un cerro, y llega al fin adonde un anciano, respetable y acaudalado, vecino de Buenos-Aires, estaba sentado entre la nieve y al lado de su caballo que había muerto para alimentarse y beber la sangre. Por él supo, en medio de los ruegos mas fervientes, que se había extraviado, siguiendo unas huellas de caballos, y que lo había sorprendido el temporal. El animoso soldado lo bajó hasta la casucha, y tomándolo bajo su protección, lo hizo pasar la Cordillera sobre una mula, ó prendido de la cola cuando no podía sostenerse en ella. Viven hoy juntos; y el soldado conserva cierta superioridad sobre el afortunado objeto de su protección.
Durante tres días consecutivos estuvieron saliendo de entre la nieve estos grupos de hombres, escapados de las garras de la muerte, y llegando á la Guardia Vieja, donde había abundante provisión de víveres y un joven médico, que aplicaba oportunos remedios á las quemaduras de pies y manos, por fortuna leves, que traían la mayor parte de sus desgraciados compatriotas. El capitán Piñeiro se ha hecho admirar en esta estación por sus cuidados, su prudencia, su asiduidad en aliviar á los infelices que llegaban medio muertos de frio y de fatiga, á recibir bestias, por lo general, sin montura, para continuar su marcha hasta los Andes.
«Por los últimos que salieron, se supo que en la casucha de las Cuevas quedaban 18 quemados ó enfermos que no podían moverse. Toda la diligencia que se puso en despachar una expedición de peones, bajo la dirección del antiguo correísta de los Andes, y la presteza con que éstos pasaron la Cordillera, no pudieron evitar que aquellos miserables pasasen nuevamente 5 días sin comer ni que hubiesen sucumbido 3 de ellos que yacían amontonados á un lado, porque los enfermos no tenían alientos ya para alejar de su vista un espectáculo tan horroroso. El coronel Alanis, que penetró primero en la casucha, quedo enmudecido de espanto al mirar aquel cuadro de aflicción. No hubo abierto un saco de pan, cuando todos empezaron á arrastrarse sobre las rodillas y codos, por no herirse las llagas de los pies y de las manos, quejándose, llorando, riéndose ó dando alaridos; y disputándose el pan, no obstante que había en abundancia. Pero mayor fue la angustia de aquellos desventurados cuando se les dijo que el día siguiente debían marchar con ellos. El llanto y los clamores fueron entonces generales ninguno quería salir de aquel lecho de muerte y los consuelos mas tiernos, y la protesta de llevarlos cargados de hombros no bastó en aquel triste día, para hacerlos reconciliarse con la idea de volver á la vida y á las habitaciones humanas. Un viejo que tenía ambos pies gangrenados, partidos por la mitad; y los huesos y los nervios de las piernas descubiertos, se negó absolutamente á salir, aguardando allí resignadamente una muerte lenta y terrible; y los peones y el capataz de la cuadrilla tuvieron al día siguiente la amargura de abandonarlo á su suerte, dejándole víveres y agua por algunos días. Los demás, después de una marcha, de una dificultad superior á to la expresión, auxiliados por algunos caballos moribundos que hicieron pasar la cordillera para cargar á ratos á los mas imposibilitados, han salvado ya. Un médico, á quien se ha referido el caso del infeliz abandonado en la casucha, asegura que si el hambre ó el frio no acaban con su vida, la gangrena se detendrá al fin, y vivirá por largo tiempo.
«Tal es la relación de los tristes sucesos que han tenido lugar en la Cordillera de los Andes: las nieves cubren todavía una parte de los desastres. Ocho cadáveres se han encontrado en las inmediaciones de las casuchas ó en el tránsito; pero muchos mas debe esconderla la gruesa capa de nieve que ha tapado todo: muchos mas son los extraviados, y pasan de 15 los jefes, oficiales y ciudadanos del Escuadrón Mayo, cuyo paradero se ignora hasta ahora. El número que hasta hoy (25 de octubre de 1841) han salido alcanzan á mas de 400 hombres; un tercio de ellos oficiales.
Algunas personas, á mas de desprenderse de una ligera suma, mostraron un sentimiento de caridad, vivo y profundo. Entre ellas, la señora doña Petrona Callejas, dueña del estanco de los Andes, hizo de su casa un hospital, en que asistía ella personalmente á cuantos quemados pudo reunir, haciendo el gasto de las medicinas, vendajes, alimentos, etc. Don José Antonio Ramírez pidió que le llevasen á su casa uno de los amputados, para hacerse cargo de alimentarlo y vestirlo en lo sucesivo. Últimamente, el señor don Pedro Buri prestó todo auxilio personal, corriendo con los gastos que se hicieron, flete de tropas, acopio de víveres y cuanto fue necesario.
Los vecinos de los Andes, en general, hicieron cuanto les fue posible. No así las clases menos acomodadas de la sociedad, que hallaron un negocio de utilidad en todos los servicios que presentaron á los desgraciados. Todo se hizo á peso de oro, y aprovechando la oportunidad, exigieron estipendios desproporcionados por los mas leves servicios.
A este lado de la Cordillera, la escena variaba de aspecto: era mas lúgubre. Los desgraciados que lograron sobrevivir al combate del Rodeo del Medio fueron decapitados, y por muchos días los vencedores buscaban á los dispersos moribundos bajo los hielos de los Andes, desenterrándolos de sus sepulcros, no para devolverlos á la salud y á la vida, sino para tener el placer de ultimarlos.
En el hospital que se ha formado en Curimon, ha sido amputado un correntino, ha muerto otro; y un oficial mendocino, padre de una numerosa familia, ha sufrido la amputación de ambas piernas.
Ilustración: Prilidiano Pueyrredón
No hay comentarios:
Publicar un comentario