martes, 28 de septiembre de 2010

Lecturas

    





  Ethan Canin: El emperador del aire (1988) Blue River (1992) A los 28 años, Canin publicó su primer libro, una colección de cuentos que lo coloca en un lugar preferencial dentro de la nueva narrativa norteamericana y mundial. Lo que sorprende en él no es únicamente la calidad de su lenguaje, muy alta y de gran consistencia y extremo buen gusto, sino la solidez de las historias contadas, y por sobre todo una profundidad emocional que además tiene el enorme mérito de la contención necesaria y el equilibrio exacto, sin desbordarse en ningún momento ni pasar los límites, no ya del buen gusto, el cual no abandona nunca, sino de lo que es imprescindible "contar". Esta es una de las claves de la eficacia de sus textos. Todos los cuentos están narrados por personajes testigos o protagonistas, y a pesar de estar implícitamente involucrados en lo que cuentan, el tono de la narración es de una parsimonia y un desapego que parecen rozar la frialdad, pero que nunca es así, porque hay una cierta sensación de angustia rondando el ambiente. El narrador transmite con su tono esa angustia existencial sin describirla directamente, ni tampoco haciendo filosofía con ella, sino contando historias de familias. Todos los cuentos hablan de las familias, son el núcleo narrativo, el núcleo existencial donde cada ser humano aprende a comportarse y adquiere valores de los que, irremisiblemente, nunca podrá desprenderse. Estos relatos hablan del comportamiento de las personas en general y dentro de sus familias en particular, porque a través de sus conductas con el resto de los miembros de un mismo grupo familiar vemos qué son y cómo son. Hay personajes que podrían clasificarse de estereotipados: padres rígidos y severos, vecinos prepotentes, hermanos violentos; pero en cada uno de ellos hay algo que el protagonista-narrador descubre, apenas insinuado hacia el final de los textos, algo que nos induce a pensar que no son del todo como se muestran, que ellos actúan con la misma incertidumbre y la misma inquietud que uno, o el protagonista narrador (otro juego de espejos). Y es así, entonces, donde los personajes secundarios son un espejo del personaje narrador: un reflejo en el que el protagonista, con la excusa de escudarse de toda acusación por ser el que cuenta, el cronista alejado de toda posible culpa, casi un juez, debe enfrentarse. Lo que los demás son, lo somos también nosotros, parece descubrir y decirnos. Esto nos lleva a hablar de Blue River, segundo libro y primera novela, publicada a los 32 años. La novela retoma personajes de uno de los relatos, American beauty. donde se nos cuenta una historia de violencia contenida en dos hermanos y una hermana. La novela retorna a estos personajes y desarrolla la historia de la familia desde la infancia. La infancia, digámoslo de una vez, es eje principal del punto de vista de Canin. Es el sitio donde todo comienza, es el tono, incluso, que ha elegido para contarnos estas historias. No un tono alegre o despreocupado, sino nostálgico, incierto de muchas maneras, como esos recuerdos tristes que se filtran sin querer en las buenas memorias. La novela es un lento descubrimiento de lo que somos como seres humanos: una serie de caracteres que se van alternando el predominio de nuestras conductas. La voz narradora parece ser la juzgadora, la que se impone por ser la de conducta aceptada y equilibrada, pero esta imagen que de si mismo tiene el protagonista, se irá transformando ante los ojos del lector. El narrador nos dará indicios de que es así, pero su tono será como de quien cuenta una crónica ajena, se autoanalizará poco pero relatará con una envidiable parcialidad, exactamente como un juez de sí mismo. Una disección sin prejuzgamientos, sólo narración de hechos y verdades sin exageraciones. No es causal que el protagonista como el autor sean médicos. El punto de vista del que hablamos es acorde con la mirada de un profesional que se dedica al evaluar la salud del cuerpo y la mente. Esto es muy claro en uno de los relatos, tal vez el más conmovedor de toda la colección, Viajeros nocturnos, donde esta vez tenemos a dos protagonistas ancianos, uno de los cuales es el narrador. Éste nos dice, hacia el final, cuando toma de la mano a la mujer que lo ha acompañado toda su vida, y por la cual ya no siente amor sino una especie de piedad y compasión: "Ahora estamos perdidos en mares y desiertos. Mi mano encuentra sus dedos y los agarra, huesos y tendones, frágiles objetos". De qué otra manera más directa y terrible, más simple, para decir la fragilidad del hombre. En la novela, el narrador dice algo parecido: "Todavía no sabemos nada. Por eso no concibo que la fe se acerque más a la verdad que la ciencia". Blue river, entonces, se convierte un un espejo de conductas. El hermano violento, alterado psicológicamente, quizá, sirve de punto de quiebre para el narrador protagonista, que se cree indemne y más allá de las desgracias del mundo. Si en su infancia justificó la conducta de su hermano mayor por ser una fuente de admiración y valor, de determinación y coraje, de rebeldía, ahora lo considera peligroso para su forma de vida establecida: la casa con pileta, el trabajo bien remunerado, su mujer y su hijo. La vuelta del hermano representa un peligro y hay que devolverlo al lugar de donde vino: un lugar tan lejano como los recuerdos de la infancia. Pero sabrá, pronto, que esos recuerdos regresan porque están ahí nomas, muy cerca, que no se puede huir de ellos ni se puede rechazar su mirada. Las ideas formadas o preconcebidas se derrumban frente al desarrollo de la memoria, que se va explayando, mostrando hechos con toda su crueldad, hasta demostrar que lo que pensamos no es tan así, que todo tiene su vuelta de tuerca y su doble fondo. Que lo que pensamos que somos no es tan cierto como podríamos asegurar. El final muestra una señal de esperanza, una especie de reconciliación entre hermanos, que no es más que una especie de tregua, o de perdón, o de justificación, hacia nosotros mismos. Quién podría decir de qué se trata en realidad. El narrador lo sabe cuando al final nos dice, ya en busca de su hermano, que siente "una euforia repentina, etérea, que tal vez sea fe, o Dios, o luz cegadora". La literatura de Canin es reveladora, es contundente y demoledora en su búsqueda de verdades escondidas. No hay fuegos artificiales literarios, el tono es poético y simple, de tonos agrisados pero que deslumbran en sus finales de blanco y negro contrastantes, excesivos más por lo que implican que por lo que dicen. La eficacia del lenguaje y la estructura se basan en procedimientos formales y tradicionales, incluso se atreve a utilizar el recurso de la segunda persona en gran parte de la novela. Todos estos modos, que no se apartan de lo aparentemente convencional, nos demuestra que la buena literatura no está muerta, que hay formas de renovar los géneros sin cambiarlos, simplemente es necesario ahondar en las buenas historias y afilar la mirada, como hace Canin con su pluma, que más parece un escalpelo.
     Gustavo Adolfo Bécquer: Rimas (1868), Leyendas (1858-1871), Desde mi celda (1864) En primer término, debo dejar constancia de que mi primer contacto con la poesía de Bécquer ocurrió muy temprano en mis primeros años de adolescente. Lo que me cautivó, sobre todo, fue la musicalidad de sus versos, ese ritmo otorgado por los hipérbaton y diversos recursos poéticos de moda en el siglo XIX, que a diferencia de otros tantos autores españoles, Bécquer utilizaba de un modo deliberado pero natural en su resultado, porque no agobiaba con largos párrafos retóricos. Su contenido es simple, es eminentemente romántico, propio para cautivar almas que se están formando y tienen las puertas de la sensibilidad muy abiertas. El amor no correspondido, la belleza de la mujer, el misterio y la atracción de la muerte. Estos son los temas de Bécquer, pero su manera de expresarlos en poesía es muy simple y breve, sus versos son cortos y sus ideas muy concretas, extremadamente ambiguas y a la vez muy escasas. Sus poemas rondan siempre alrededor de los mismos temas: la muerte, la mujer, el amor no correspondido. Lo que sobresale es la capacidad indudable para musicalizar estos temas de un modo que penetren en la sensibilidad del lector preparado no como un simple poema de amor, superficial y retórico, sino con todas sus grietas y posibilidades. La tristeza y la angustia escondidos en poemas de desengaño, la desesperación ante la futilidad de la vida y el dominio de la muerte, la humillación ante la traición de una mujer hermosa. Antes de continuar, recurramos al estudio preliminar de la edición Aguilar de las Obras completas, escrito por Carlos Barbáchano, texto encomiable dentro del género. Destaquemos algunos puntos que nos guiarán en los comentarios sobre los textos analizados. En un momento, se citan ciertas palabras del mismo Bécquer sobre su tarea de adaptador y autor de obras musicales, zarzuelas, trabajo que le ofreció sustento económico, descartando calidad en favor de beneficios pecuniarios. El autor, entonces, nos dice que ésta no es la senda que conduce a la inmortalidad, y al poner un pie en esta senda, tuvo rubor y se tapó la cara. Pasemos entonces al Bécquer crítico, al literato que sabía discernir entre la buena y la mala literatura. Barbáchano nos dice que la cualidad lírica de la poesía de Bécquer no le resta posición objetiva, crítica, ante la obra literaria en genera, y nos cita un fragmento de un artículo titulado precisamente La crítica, donde vemos la lucidez y la dignidad de Bécquer como autor y crítica a la vez, cuando nos cuenta que el crítico debe ser, también, poeta. Otro pasaje del estudio nos relata otro asunto muy importante de estilo del autor. Su lirismo está íntimamente relacionado con sus sentir. Es imposible dividir las aguas entre el sentir del autor y el resultado emocional de los versos. Incluso lo cruel y lo macabro es dulcificado por su estilo, y las raspaduras de la vida son modificadas con un suave fluir cadencioso y triste en sus versos. Y como muy bien nos dice Barbáchano, sus Rimas son el arco perfecto de su ciencia del vivir. En sus estilo no importa la excesiva brillantes, porque no la hay,, sino la elegancia de su eficacia, la musicalidad del verso, el ritmo de la estrofa. Yo creo que ya está todo dicho. Si pasamos a su obra narrativa, nos encontramos en las Leyendas con un conjunto de cuentos que desafían la fama que ha ganado su poesía. Bécquer demuestra que es tanto o mejor narrador que poeta. Su narrativa comparte la fluidez y la sencillez de los poemas en cuanto a construcción y estructura, en cuanto a la brevedad en la exposición de as ideas y las acciones. La descripción de los personajes es exacto y sólo necesita unas pocas líneas para marcarlos con precisión. Barbáchano resalta que estos poemas en prosa, que en mi opinión son más que esto, son cuentos y obras narrativas breves de extrema belleza, giran alrededor de pocos temas: España, la mujer, la muerte, lo fantástico y lo religioso. Es verdad que en Bécquer encontramos una pasión por la necrofilia, pero esta tendencia es eminentemente estética. Si yacía en el fondo de su psiquis, no lo vemos en su obra como una patológica o enfermiza, sino puramente estética. Sus descripciones, rasgo que comparten con los poemas, tienen una musicalidad que nos traslada al siglo XVI, enormemente contenidas y de una gran potencia plástica. Estas son palabras de Barbáchano, lúcido y exacto en su estudio. Desde mi celda está conformada por cartas enviadas desde el sitio de descanso de Bécquer en Veruela para el diario en el que colaboraba. Es un conjunto de nueve cartas donde se deja constancia de la preocupación del autor por el pasado, por no perder, primero, y recuperar, después, las reliquias de España. Valores no siempre materiales, sino tradicionales, los valores humanos de las costumbres y la historia. Así, nos lleva de la mano por las leyendas fantásticas de la zona, remontándonos a una época que se torna, sin embargo, atemporal y contemporánea simultáneamente. Los mitos de la brujas sirven de pretexto para explayar toda la destreza narrativa y descriptiva del autor, regalándonos con párrafos de intensa crueldad y terror, peo con un estilo poético que el mismo Poe envidiaría. Finalmente, las Cartas literarias a una mujer, por más que contengan todo un testamento ideológico sobre su obra, no cierran del todo en su intención, se tornan retóricos y no soportan el paso del tiempo ante la atención del lector contemporáneo. No hay en ellas acción ni poesía que se decidan a sobresalir o predominar, y por lo tanto el resultado es de una medianía que conforma únicamente al estudioso o al fanático de la obra becqueriana. Dejando de lado, entonces, y por las razones al principio expuestas, las zarzuelas y una breve obra dramática, la obra literaria de Bécquer se concentra en estos tres breves libros, suficientes para demostrar su genialidad en el género poético, su lucidez sin embargo obsesionado por ciertos temas, a los que llevó de la mano a lo largo de su breve vida como bastiones, como caballitos de batalla, como hitos ante los que necesitaba revelarse y a su vez arrodillarse. Los respetaba tanto que necesitaba estudiarlos una y otra vez en poemas y cuentos, en ensayos incluso. Atraparlas: la muerte, la mujer. Objetos y temas inatrapables, inabarcables. Laberintos que Bécquer intentó diseccionar con el escalpelo de su pluma.
     Jean Paul Sartre: La náusea (1938) Qué es "la náusea", se pregunta el lector a lo largo del libro. Diferentes interpretaciones se van sucediendo a través de las páginas, a veces no halla ninguna plausible. Toda la novela podría incluso no llamarse novela. Bajo la forma de un diario, llevado arbitrariamente y sin regularidad, y sólo por unos días, el autor narrador nos describe la vida diaria de un personaje que no es y es al mismo tiempo el autor verdadero de la obra, un alter ego que busca la razón de la existencia. Y esta búsqueda constituye no sólo el objetivo de la obra y de la vida, sino la razón misma de la existencia. El narrador sólo halla, entonces, motivos arbitrario, fútiles, fugaces para el vivir. Razones sin peso, motivos injustificados. Toda la vida es un vértigo, una gran náusea. En algún momento nos dice, muy al principio, que al escribir este diario tiene la impresión de estar haciendo un trabajo de imaginación, y que los personajes de una novela le parecen más verdaderos. Aquí llega el factor de la identidad, ¿somos personajes de nuestra propia novela? Sartre nos dice que "los que viven en sociedad han aprendido a mirarse en los espejos, tal como los ven sus amigos. Yo no tengo amigos, ¿por eso es mi carne tan desnuda?". Y esta identidad del hombre se confunde con la identidad de las cosas y su transitoriedad, por ejemplo, cuando el placer de escuchar una canción se ve perturbada por la fragilidad ente el tiempo: "nada puede interrumpirla y todo puede quebrantarla". Llega, entonces, a darse el tonto consuelo de pensar que todas las cosas del mundo son masas blandas que se mueven espontáneamente y se pierden, mientras que "las piedras son algo duro, y que no se mueve", como el bulevar Noir, "que es inhumano como un mineral, como un triángulo. Es una suerte que haya un bulevar así...". Sartre sabe que el tiempo es "único e irreemplazable, y sin embargo no movería un dedo para impedir su aniquilación". Porque cada paso realizado por otro corresponde a algo que alguien más hace en el otro lado del mundo. El protagonista está escribiendo una biografía sobre el marqués de Rollebon, personaje secundario cuyo atractivo está en su intrascendencia y en lo extravagante de su vida. Crea, así, encontrar un motivo para su vida, pero finalmente se da cuenta que esté intentando justificar su presente con un hecho del pasado, y del pasado no hay más que nada. Sin embargo, a veces el pasado es tan pesado, "que un hombre solo, con su cuerpo, no puede detener los recuerdos". A veces quisiera detener el flujo del tiempo, la náusea, detener las cosas en su eterna metamorfosis, incluso a "esos seres inestables, los de los libros de historia, que quizá dentro de una hora se desplomarían". El protagonista llega a admirar al género humano únicamente por su creación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, todo lo demás es transitorio y fútil. La existencia, la náusea, es nada. Más tarde, se da cuenta que no tiene un lugar, que su misma esencia o justificación es estar de más, y que el mundo existe y él mismo existe, pero incluso esto le da lo mismo, nada le importa ya. Una interesante alegoría es la que hace sobre el mar: nos dice que todos ven la superficie brillante y plateada, espejeante del mar, pero no ve lo que hay debajo: "el mar es frío y negro, llena de animales; se arrastra bajo esta delgada superficie para engañar a las gentes". Otra magnífica imagen es la que dice: "los brillantes pellejitos aterciopelados, los pellejitos del buen Dios estallan por todas partes...". Las cosas lo rodean, "las innominables, solo sin palabras, sin defensa". "Un árbol rasca la tierra bajo mis pies con una uña negra". Estas imágenes son un hallazgo y la sustancia misma de toda una filosofía: el existencialismo. Es filosofía expresada sin erudición innecesaria, escuetamente, más cercana a la expresividad del silencio que al enciclopedismo. Es poesía pura. Luego nos dice: "de existir, había que existir hasta el verdín, el abotagamiento, la obscenidad". Conclusiones:la existencia es un lleno que el hombre no puede abandonar; todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad; es una aburrimiento profundo el corazón de la existencia. En la novela se suceden personajes, descripciones y anécdotas. El clima es nostálgico y evocativo, bellamente expresado. Lo conceptual no abruma porque está alternado sabiamente con lo descriptivo y lo narrativo. Hay un episodio final que tiene como protagonista a uno de los personajes secundarios, que transcurre en una biblioteca, episodio triste de un hombre solitario a quien la sociedad confunde y castiga por su diferencia a la soledad y al aislamiento. "La existencia es lo que temo". El final es levemente esperanzador, el protagonista halla placer en la bella canción que pretende resistir los embates del tiempo y sus nonadas.
     Ernest Hemingway: Adiós a las armas (1929) Publicada a los 30 años de edad del autor, escrita durante casi diez años, desde el fin del conflicto bélico que la inspira, esta novela es un ícono de las novelas de guerra, y un hito en la literatura del siglo XX. En esta novela Hemingway demostró, luego de haberlo hecho antes con sus libros de cuentos, que la literatura no se había agotado en sus propios vicios y manierismos. También afirmó que el cambio que su estilo impuso en la literatura norteamericana, y luego, por su influencia, en la americana y la mundial, era posible no sólo en la narrativa corta, sino también en textos de largo aliento. Su estilo, no está de más recordarlo, es absolutamente característico. Descripciones exactas, escuetas, mínimamente imprescindibles. Diálogos cortos, breves, inteligentes, contenidos, pero sumamente elocuentes. Acciones continuas, trascendentes, que siempre aportan algo al lector para la enriquecer las características del personaje y la situación. Un equilibrio exacto entre la situación y el personaje, donde éste es la situación porque la acción apenas existe si el personaje no e visualmente claro, y a su vez el protagonista se diluye si la circunstancia no es diáfana. Esto desde el punto de vista gramatical y estilístico. Desde el contenido, las historias son siempre contundentes, a veces anecdóticas como inspiración pero nunca como fin, es decir, cuentas algo siempre intenso, por más que esta intensidad esté precisamente en lo que no se dice. El lector de Hemingway debe acostumbrarse a leer entre líneas. Las acciones son muchas veces continuas y envolventes, como cuando nos describe las acciones de guerra, las peripecias de los soldados, las batallas o la vida en el hospital. Los diálogos pueden resultar simples a simple vista, porque son cortos y escuetos, a veces repetitivos. Sin embargo, son siempre naturales, y tienden a resaltar , con esa repetición que nunca llega a ser retórica, una característica del personaje, algo que lo define por encima de todas las demás. Con una simple acotación, el personaje nace, y está allí, como si lo viéramos en la pantalla grande del cine, pero aquí incluso lo podemos oler, a su persona y a su ambiente, lo podemos tocar, así como el chofer de ambulancia, protagonista de la novela, toca y besa a su mujer enfermera. El contenido, entonces, tiene no sólo una historia grande, importante, sino que está transmitido de una forma peculiar, con los rasgos estilísticos arriba mencionados, lo que facilita, paradójicamente, la transmisión emocional. No se necesitan muchas palabras ni largas frases para hacerlo, un adjetivo es suficiente para desencadenar algo en el lector, un recuerdo, una emoción. Por eso, el lector de Hemingway debe ser un lector entrenado para apreciarlo debidamente, y no quedarse en la superficie de la página. Hay fragmentos que no solamente insinúan los recovecos emocionales de los personajes, sino que tienden a meter el dedo en las grietas de la naturaleza humana, como cuando se nos dice: “La lluvia me causa miedo porque algunas veces vio muertos cuando llueve”, o “Voy a esperar para ver al anglosajón limpiándose los pecados con un cepillo de dientes”, o “Nacemos con todo lo que tenemos y no aprendemos nada”. La novela está dividida en cinco partes dedicadas cada una a un episodio en la vida del protagonista, el ataque en el que es herido, su convalecencia en el hospital, su persecución por la policía militar, su huida y vida con su mujer. El final es sorpresivo. Han pasado casi cien años, han pasado cientos de novelas de guerra, pacifistas hablamos, y los argumentos tienden a repetirse, y los finales sufre, sin duda. Pero aquí, luego de tantos argumentos de novelas y películas, nos encontramos con un ida y vuelta argumental que demuestra la genialidad narrativa de Hemingway. El viaje entre la vida y la muerte de su mujer y su hijo no mantiene en vilo hasta el final. Presumimos la muerte de alguno de los dos, por momentos el estilo casi despreocupado del narrador nos induce una cierta esperanza de final feliz. Peo el final es contundente, es natural, es simbólico y a su vez realista. El protagonista termina solo, como al principio, pero no del todo, ahora tiene la presencia de una ausencia, un dolor que el tiempo tal vez disuelva y atenúe. Ante el cuerpo de su mujer muerta, que le sugiere la imagen de una estatua, él se va bajo la lluvia, símbolo desde siempre de la eterna tristeza. Ernest Hemingway: Hombres sin mujeres (1927) Catorce relatos contenidos bajo el título de Hombres sin mujeres, que encierra toda una filosofía y una forma de vida, que los protagonistas sufren como elección insoslayable, y a su vez impuesta por la propia vida. La guerra, el boxeo, el toreo, son actividades donde el hombre desarrolla una forma de vida que elige por pasión pero que lo expone a una situación diferente al resto, lo aísla de los demás y lo hace vulnerable más de lo que espera. Una forma de vida que le enseña a luchar constantemente, pero que lo lleva a ir despojándose, a renunciar, a ciertas cotidianeidades. La amistad y el amor parecen ser factores renunciables, susceptibles a las circunstancias que alguna otra pasión decide cuándo y cómo necesita. Así, el protagonista de El invicto, juega su última corrida sabiendo que tiene la posibilidad de ganar esa batalla contra el toro, pero no la guerra contra la muerte. En Los asesinos, el personaje presenta una resignación total frente a lo mismo, el destino y la muerte representados por los que vienen a matarlo, decidiendo abandonarse a esperar acostado en su habitación. Cuentos como En otro país, Ahora me acuesto, Che ti dice la patria, son relatos de posguerra que muestran consecuencias de la contienda, la forma en que los protagonistas sufren o se han adaptado a ciertas circunstancias. En Cincuenta mil dólares encontramos a un boxeador en decadencia que apuesta a favor de su contrincante, otra forma más de luchar contra la muerta sabiendo que perderá de antemano. Los cuentos de Hemingway son relatos, muchas veces más impresionistas que narrativos, muchas veces casi anecdóticos y descriptivos, pero en todos ellos hay una trama que el lector tiene la obligación de descifrar a través de la intuición, porque la narrativa de Hemingway sugiere más de lo que dice, y para ello utiliza un exacto equilibrio entre lo expresado y lo que esconde. Los asesinos es un ejemplo clásico, el diálogo entre los protagonistas secundarios es lo que impone y explica la situación. El protagonista queda en un segundo plano en cantidad de líneas, pero surge como gran peso al final del cuento, siendo él la situación, el personaje y el símbolo al mismo tiempo. En Colinas como elefantes blancos nos encontramos con una pareja que discute por una situación no expresada, pero que el lector intuye y presiente casi sin equivocación, y sea cuál sea, sabemos que pesa y afecta la vida de los protagonistas. En Un idilio alpino vemos que la muerte, tan insoslayable como para todos los protagonistas de los cuentos, en este caso es tomada como una costumbre irremediable, y los cuerpos como simples objetos inanimados hacia los cuales se deben cumplir ciertos deberes que la ley o la costumbre impone. En Diez indios, Hemingway demuestra sus sensibilidad exquisita con las apalabras exactas del final, haciendo lamentar a su protagonista masculino, en el duro y cruento ambiente del oeste americano del siglo XIX, por un corazón roto por el desamor entre un colono y una india. Pero todas estas situaciones no tienen desarrollo psicológico, sólo se expresan a través de diálogos cotidianos que dicen más de lo que parece, y el símbolo, a veces más claro, otras más escondido, es el representante poético, el clímax, la razón del cuento o relato. Publicado a los 28 años de edad, esta colección de cuentos es una intensa, breve y cumplidamente prometedora dosis de lo que más tarde nos depararía su obra. Ernest Hemingway: Relatos Esta compilación de la editorial Luis de Caralt, de Barcelona, es un clásico para los amantes de la obra de Hemingway en habla hispana, lo mismo que un texto de cabecera para los talleres literarios. Esta colección contiene 33 cuentos de Hemingway, si no todos una gran mayoría, ninguno de los cuales puede clasificarse de malos o mediocres, aunque si de menores en importancia capital dentro de su obra. Además de algunos cuentos contenidos originalmente en su segundo libro de cuentos, Hombres sin mujeres, y ya comentado antes por nosotros, nos encontramos con algunos de los siguientes relatos. Después de la tormenta es un texto diferente en el estilo habitual del autor, más por el lenguaje que por el punto de vista, ya que no se aparta del habitual narrador protagonista niño o adolescente. Aquí el punto de vista destaca poéticamente el paisaje y el hallazgo de un barco hundido, y su posterior saqueo por manos más expertas que las suyas. Como siempre en Hemingway, es una alegoría clara sobre la muerte y la sobrevivencia del más fuerte. Un lugar limpio y bien iluminado vuelve al estilo escueto, repleto de diálogos, de apariencia intrascendente, pero que suda una emotividad que se va impregnando en la ropa del lector, resultando de ello uno de los mejores y más excelsos relatos cortos de Hemingway. Algo que tú nunca serás es una descripción de un personaje que ha sufrido las secuelas de la guerra, no sólo física sino mentalmente, y lo que leemos nos conmueve por el exquisita buen gusto del autor para decir y expresar lo más crudo de la manera más directa y a la vez tan sutilmente. La madre de un as tiene como protagonista a un antihéroe, y por más que el narrador tome partido, la descripción nunca es amanerada ni juzgadora. Un día de espera es un relato con una mirada muy infantil, muy inocente, sobre la llegada de la muerte, hace acordar a la ingenuidad de Tini, de Eduardo Wilde. Una historia natural de los muertos, otra vez se aparta del discurso habitual, con un lenguaje más faulkneriano en su moderado exceso y contenido cuasi filosófico sobre la muerte y los muertos. En El vino de Wyoming el autor regresa al oeste americano, transmitiendo con su estilo el clima crudo, polvoriento, los personajes contenidos, crueles y tontos, excesivamente humanos. El jugador, la monja y la radio es otra historia de posguerra situada en un hospital de convalecientes, y encontramos al Hemingway de siempre con sus personajes y su método de contar: la guerra, la descripción de los personajes a través de diálogos, las sensaciones de éstos a través de sus acciones, el canto, el juego, la conversación, su no hacer nada, en fin, su desesperanza. El anciano del puente es una pequeña y corta joya donde el simbolismo claro y edificante no ensombrece la narrativa experta, concisa, clara. Las nieves del Kilimanjaro es un cuento largo que constituye una de las obras maestras de Hemingway. Su lenguaje, dividido en fragmentos en tercera persona y episodios oníricos, construye una pintura donde el ambiente africano va ganando terreno por encima del la historia personal de la pareja protagonista. El drama personal, el fracaso individual, la desesperanza que constituyen el trasfondo del hombre, parecen ser el punto central de donde surgen y confluyen simultáneamente los extraños signos que dominan el paisaje africano: el inminente peligro, la extrañeza, el misterio que lentamente se va transformando en un terror tan cotidiano como el frío de la noche. La vida feliz de Francis Macomber es otro cuento largo y en uno de los cuales encontramos lo típico de Hemingway en su mayor expresión: el drama intenso y el estilo depurado y exacto. Un safari organizado por un millonario y su esposa se convierte en una tragedia donde están envueltos la cobardía, la valentía y la traición. Lo que aparenta nunca es lo que es realmente, y detrás de toda acción humana hay múltiples sentidos. La crudeza del final sólo es comparable y acorde a las actitudes hipócritas y crueles de los personajes durante todo el relato. En Campamento indio aparece el personaje de Nick y su padre médico en el oeste americano, protagonistas de una serie de cuentos donde el punto de vista de un niño y luego joven se contrapone frente a su descubrimiento del paisaje y los personajes con los cuales le toca crecer y vivir. Su visión es virgen y melancólica al mismo tiempo, es imparcial pero piadosa. Tal vez el ejemplo más conmovedor lo de el cuento El luchador, donde Nick se encuentra con un ex luchador marcado física y mentalmente por las secuelas de su actividad y medio de vida (otro medio de confrontación símil a la guerra, el boxeo o el toreo, como ya hemos visto, incluyendo la pesca, como en El viejo y el mar). Aquí, la descripción del personaje es puramente hemingwayniana: “… su rostro estaba desfigurado. Tenía la nariz hundida, los labios eran una masa deforme y los ojos simples hendeduras. Nick no lo vio todo de golpe. Sólo advirtió que el hombre tenía la cara mutilad”. El regreso del soldado retoma las secuelas de la guerra y sus habituales consecuencias de pérdida y confusión para quienes regresan. El padre es otro relato narrador por un hijo, que recuerda la figura de su padre, jockey de personalidad peculiar, que lo ha marcado definitivamente, y su relato sobre su muerte, Otra vez, lo anecdótico se realza por el lenguaje nostálgico y poético, pero ajustado y escueto al mismo tiempo. El río de los dos corazones es un cuento más descriptivo que narrativo, donde el paisaje que va descubriendo el personaje en su camino en busca de un lugar adecuado para pescar se convierte en una alegoría de gran poesía sobre el hombre y su contacto estrecho y conflictivo con la naturaleza, su naturaleza.
 
     Dylan Thomas: Retrato del artista cachorro (1940) Una visión del mar (1953) Con otra piel (1955) Los cuentos de Dylan Thomas forman, junto con su poética, una homogeneidad de sólida congruencia estructural y filosófica. Pero su filosofía no es de ideas sino de sensaciones, y estas sensaciones tienen en común un origen, que es la experiencia de la infancia. La visión que tiene Thomas sobre el mundo y sus cosas: naturaleza, hombres y mujeres, hechos y situaciones, es una visión obtenida en la niñez, pero que ha sido madurada y filtrada por una mente lúcida y lógica, sin ser, sin embargo, simplificada o excesivamente analizada por ningún tipo de psicologismo. Su visión mantiene, junto con la profundidad y la soltura, la incuestionable nostalgia y el necesario humor a la vez. Su mirada no es dolorosa, ni tampoco cae en lo melancólico, simplemente es una nostalgia contemplativa. Y en esta contemplación surge lo narrativo. Veamos ejemplos. En la colección reunida bajo el título de Una visión del mar, Dylan reunió, poco antes de su muerte, estos relatos de su primera época, entre los 20 y los 25 años de edad. Los cuentos, que deberíamos llamar relatos o impresiones, pero que nunca dejan de lado algún personaje o alguna situación determinada, siempre poseen un final, abierto o no, pero que cierra adecuadamente el texto. Estos relatos están construidos con un estilo todavía inmaduro, pero ya característico, porque su simbiosis de modernismo y surrealismo, siempre adaptado a una forma propia y a una visión y temática localista y muy particular, lo emparenta directamente con sus poemas. Y así como su poesía fue madurando hacia un estilo menos hermético, más escueto, la visión no dejó de ser poética. Es así como en Retrato del artista cachorro encontramos relatos que trabajan un estilo y una estructura, una ideación menos relacionada con lo onírico o el pensamiento y más influenciada por la acción y la descripción clara y directa de los personajes o las situaciones. Su experiencia como escritor radiofónico colaboró con este cambio, y logró de esta manera un conjunto de relatos donde hallamos un equilibrio perfecto entre la mirada del autor y la del lector. El narrador tiende a ser un testigo, pero que no necesariamente tiene que participar en la acción, a veces es protagonista o secundario, otras aparece como narrador involucrado en la situación, pero que permanece apartado de ella. Incluso cuando narra en tercera persona, la voz narrativa posee un tono que recuerda la narración en primera, y de ese modo arrastra la complicidad del lector sin que éste apenas se de cuenta. En los textos de Con otra piel, escritos por la misma época del anterior, nos encontramos con una novela inconclusa, cuyos tres primeros capítulos comparten las características de Retrato del artista cachorro, pero la visión del niño es aquí ocupada por la visión del adolescente que sale de su pueblo para vivir las primeras experiencias en la ciudad. Lo común en los relatos de Dylan, además de lo mencionado: estilo y punto de vista, visión y filosofía del mundo, lenguaje poético, es también la peculiaridad de sus personajes. Estos suelen ser personas comunes y corrientes, habitualmente seres empobrecidos y fracasados, hombres viejos aferrados a costumbres ancestrales, amas de casa, parejas desencontradas por el amor, niños aislados y extraños, (como Tosecita, que hace recordar a un personaje de Abelardo Castillo de Las otras puertas), hombres que extrañan a sus seres queridos muertos. Esta galería de personajes es una galería que cualquiera puede encontrar saliendo a la calle para escuchar las conversaciones del mundo. Y esto es lo que parece haber hecho Dylan durante toda su vida, y especialmente durante su niñez y adolescencia: escuchar a la gente, ver a la gente, pensar sobre ellas, y luego de sentirlas curiosamente propias, incluso para su sorpresa, se puso a expresarlas con admirable talento, y de la forma en que él las veía: como poemas desarmados, disecados, explorados hasta encontrar sus alma. Y el personaje es, en este caso, invariablemente tanto el ser como la circunstancia. 
     José Ingenieros: El hombre mediocre (1913) Este ensayo de Ingenieros sorprende por la lucidez y la agudeza de visión, la audacia en sostener ciertas ideas, y por el lenguaje adoptado para un ensayo de este tipo. No es un estudio investigativo, sino un conjunto de ideas e impresiones organizadas por capítulos, en los cuales desarrolla determinados aspectos sobre la humanidad en general y sobre el hombre en particular, especialmente sobre el hombre contemporáneo. Pero el análisis que hace se aplica al hombre en general, de todo tiempo y lugar, ya que nos habla de las características morales y sociales de la humanidad. Por un lado, el contenido del ensayo demuestra una mirada lúcida, observadora, analítica tanto de la palabra como de su significado más apropiado, eso nos lleva al medio que utiliza para expresar sus ideas. El lenguaje, entonces, se torna poético, con un estilo culto y ambicioso, casi barroco en ocasiones, con ciertos giros modernistas, que luego tenderán a desaparecer no mucho tiempo después. Este estilo, más depurado, podemos encontrarlo también en Eduardo Mallea, lo cual no es casual, ya que se trata de otro argentino sumamente preocupado tanto por la cultura como por los destinos de su país. Y aquí debemos hablar de patria y no de nación, diferencia que Ingenieros se encarga de resaltar en uno de los capítulos de este libro. Porque con la excusa de hablarnos del hombre mediocre, nos lleva a analizar los factores y elementos que forman, determinan y son objeto y juguete de este tipo de hombre. Como dijimos, la preocupación por las palabras y sus significados lo lleva ha hacer constantes distinciones entre conceptos y definiciones, desarrollando descriptivamente las características de lo que intenta plasmar. Por ejemplo, no hace una distinción entre el hombre mediocre y el hombre honesto, asemejándolos en cuanto a moralidad e hipocresía. Como antítesis, nos habla del hombre honrado, dándonos como similitud la palabra virtud. Con este solo ejemplo vemos la audacia en ir contra los convencionalismos que tienden a vulgarizar las ideas en general y quitar o deformar el significado correcto de las palabras. Como este, hay muchos ejemplos donde su mente aguda relaciona la decadencia de las naciones con el descenso de la moralidad y la indiferencia por los artistas y los hombres de verdadero talento. Su idea sobre la selección natural aplicada al hombre contemporáneo, puede malinterpretarse con una lectura superficial, ya que nos habla de la supervivencia de los mejores, incluso dice que la pobreza o la idiotez son necesarias para resaltar el contraste de los altos valores. Pero Ingenieros nos habla de valores morales y no económicos, de la honradez como ejemplo de virtud, del santo, del héroe y del genio como únicos ejemplos a seguir. También advierte que si bien son ejemplos demasiado altos, son los que debemos imponernos para imitar, ya que a los mediocres cualquiera puede imitar. Otra de las ideas cruciales, que desentonan con lo que actualmente se considera políticamente correcto, es decir, con lo convencional y conservador, es cuando nos habla de la vejez como un tiempo de mediocridad y descenso tanto físico como intelectual y moral. La debilidad física y neurológica pervierte también los valores intelectuales, y por lo tanto los morales. Su punto de vista, como ya dijimos, es puramente abstracto, pero no deja de tener una tremenda lógica basada en que tanto los valores morales como los intelectuales van acompañados de los calores físicos. Nos dice, por ejemplo: “La madurez ablanda al perverso, lo torna inútil para el mal”. Mente sana en cuerpo sano, diría él, me atrevería a asegurar. La visión de Ingenieros es la de un médico, por lo tanto lo fisiológico está en relación directa tanto con la lógica moral como con la física. Finalmente, nos pone como ejemplo a Sarmiento y a Ameghino, dos hombres que impusieron sus ideas en diferentes planos del conocimiento y la realidad. Ambos lucharon contra la mediocridad de sus contemporáneos. Fueron artistas de sus ciencias y destrezas políticas e intelectuales, impusieron, en fin, una moral basada en sus principios y creencias. Fueron más allá de sus individualidades pero defendiéndolas al mismo tiempo como quien usa un arma. En otro momento nos dice: “El genio nunca ha sido una institución oficial”. Este ensayo, entonces, es un ícono en la literatura argentina, un estudio que es a la vez un fuerte golpe intelectual a la medianía y a la mediocracia imperantes, a los conformistas y a los decididamente hipócritas, un llamado a despertar a los indiferentes y un reconocimiento a los dignos. “Cuando se vive hartando de groseros apetitos y nadie piensa que en canto de un poeta o la reflexión de un filósofo puede estar una partícula de la gloria común, la nación se abisma.” Este es, entonces, un ensayo rebosante de conceptos e ideas brillantes y altamente humanas, trasmitidas con un lenguaje acorde al nivel de lo que trata: el lenguaje poético para hablar del hombre. 
     Honoré de Balzac: Otros comentarios sobre la obra balzaciana. Habiendo leído la totalidad de La comedia humana, podemos llegar a la conclusión, por cierto arbitraria y sujeta a una opinión basada en gustos particulares, sin por ello dejar de ser un intento imparcial aunque fracasado de crítica que se pone como objetivo, y utiliza como instrumento, un análisis pormenorizado y una visión que pretende ser lúcida, que gran parte de las obras que constituyen esta gran saga de la sociedad son repeticiones de unas cuantas novelas y cuentos que resaltan como obras maestras. Lo mejor de la obra de Balzac son aquellos textos donde disecciona la sociedad de su época, o la inmediatamente anterior. Como todo obra que se propone abarcar un mundo completo, está de por sí llamada al fracaso. Lo único completo es el mundo que se intenta plasmar, e incluso éste va cambiando. La pretensión del autor se traduce en un intento sistematizado de describir la sociedad en base a un cierto esquematismo que pretende clasificar en géneros, en segmentos, en personajes paradigmáticos. Todo este plan es imprescindible, por supuesto, pero está llamado a ser incompleto. Por ello, nos encontramos con dos tipos de fracasos. Uno, el del agotamiento de las historias. Muchas de las novelas y cuentos repiten un esquematismo argumental que está anclado en la retórica misma de la realidad. Sea el que sea el ambiente o la clase social que el autor ha elegido para tal o cual novela, las conductas de los hombres y mujeres se limitan a un par o poco más de actitudes y acciones. Eso nos lleva a que la profundidad psicológica del texto se vea seriamente amenazada, así como también la mera descripción externa de los personajes. Ello conlleva, por lo tanto, a que el lenguaje, el otro punto de fracaso, se vea limitado, o se auto-limite por su propio agotamiento, tanto de historias para fuente de alimento como por el oficio que conduce a escribir casi automáticamente. Así, la poesía del lenguaje, que enriquece la obra y tiene el deber de compensar falencias, como la de la historia misma, está ausente, y se convierte en una mera enumeración de descripciones, de comentarios y retórica. La filosofía de Balzac, cuando no es profundo o está adecuadamente inserta en la trama, se torna abstracta y superficial. Por eso mismo, y en un rubro aparte, sus artículos periodísticos caen en la misma falencia: están saturados de realidad. Por más que sus opiniones tiendan a ser imparciales o adviertan su condición de mera opiniones personales, el lenguaje está demasiado anclado a un simplismo cuasi periodístico que mantiene el análisis en un superficialidad. Es verdad que no hay golpes bajos y el buen gusto en predominante, que la observación en lúcida y aguda, analítica, pero carece de la profundidad emocional. La mirada de Balzac se destaca por su penetración en las grietas de la sociedad, en el filo con que corta los velos de las costumbres. La ironía y la poesía son dos armas que Balzac ha utilizado de manera magistral en sus mejores textos. Obras como Eugenia Grandet, Beatriz, La piel de onagro, La indagación de lo absoluto, La prima Bette, Cesar Birotteau, son puntos clave que representan tendencias y géneros, debajo de las cuales hay toda una serie de obras, que no hacen más que repetir con ciertas variaciones la idea original. Algunas con más o menos éxito, pero sin duda limitando el número de de la obras realmente buenas a un cincuenta por ciento menos, siendo contemplativos y generosos. La magnitud de las obras máximas está tanto en la excelencia del lenguaje como en la historia contada, rangos entre los que podemos ubicar diversos instrumentos que todo autor debe tener, una visión lúcida, una capacidad de crítica, buen gusto para saber otorgar sutileza a su mirada, la habilidad de la ironía, que a su vez necesita de cierta angustia existencial y una madurez con la que ya se nace, todo esto entremezclado con la habilidad literaria. Digamos, que lo mejor de Balzac está en su inteligente percepción y transmisión del mundo que decidió plasmar en forma escrita, y no únicamente, ni necesariamente, en su capacidad fotográfica o pictórica. Dos ejemplos magistrales de lo que acabamos de decir son estos dos breves textos: El contrato de matrimonio y La incapacitación. El logro no está es otorgar una novela a cada género de comercio, como en César Birotteau o La casa del gato que pelotea, región francesa o extranjera, como en Los chuanes o Los campesinos, género artístico, como en La obra de arte desconocida o El elixir de la larga vida, sino en otorgar vida a cada novela, sea el que sea el tema o ambiente. Para ello, el lenguaje es primordial, y por ello Beatriz se lleva las palmas en cuanto a poesía del lenguaje. Las disquisiciones filosóficas no están allí puestas como largos monólogos o interrupciones en la acción, sino como momentos naturales de distensión en la trama, de pensamientos de alta filosofía psico-social que surgen y se insertan espontáneamente de y en la mente y espíritu de los personajes. Estas disquisiciones son las que dan profundidad a los protagonistas, ya que a falta de un análisis psico-clinico adecuado, la filosofía social se mezcla con los sentimientos particulares y la propia visión de cada personaje. Los personajes más logrados de Balzac son sobre todo mujeres: ver por ejemplo La prima Bette, Otro estudio de mujer, La incapacitación, Beatriz, Memorias de dos recién casadas, La mujer de treinta años, pero también hay personajes masculinos sublimemente plasmados: Gobseck, Cesar Birotteau, El primo Pons. Volviendo a las obras que hoy nos toca ver, El cura de aldea es un ejemplo de las falencias que antes mencionamos. Balzac transmite lo histórico de una manera que no siempre ha tolerado el paso del tiempo. Su lenguaje en este tipo de dramas históricos está excesivamente pegado a la realidad y la inmediatez del tiempo que intenta plasmar, por lo tanto, la realidad tiende a saturar y hundir la obra en sí misma, que es literaria y no un manual de historia. En El cura de aldea sucede algo parecido, hay una diversidad de argumentos que parece crear un misterio que mantiene pendiente al lector por largas páginas, pero este misterio se torna predecible y para nada original. La realidad, otra vez, satura ahora por su falta de originalidad, y el lenguaje, discreto pero mediocre, tiende a cumplir con su papel de mero cronista, sin ambición literaria. Lo fantástico en Balzac tiene sus altibajos, pero en lo mejor de sus obras constituye una especie de renovación del estilo y del lenguaje. La peculiaridad de las tramas de Balzac radica en su mezcla curiosa de argumentos múltiples hábilmente enlazados, en la ambivalencia de los personajes, y esta misma inteligente destreza literaria está aplicada en los argumentos de sus textos fantásticos. Lo sobrenatural no está en la realidad, sino en la múltiple interpretación de los acontecimientos simples y cotidianos, en la fatalidad, en el destino del que los personajes no pueden huir. En Melmoth reconciliado tenemos un texto menor dentro de la totalidad de su obra, pero que otorga una visión diferente, un complemento, casi una visión de una cuarta dimensión dentro de la Bolsa de comercio y la casa Nucingen, dos arquetipos realistas y duros, estrechamente apegados a los elementos reales y naturalistas de la obra.balzaciana. Una pasión en el desierto es una pequeña joya que hay que incluir en sus textos cortos, donde muchas obras maestras podemos hallar, un relato fantástico, realista y poético de la relación entre un hombre y una pantera, que sirve de motivo para una visión poética y filosófica de la naturaleza humana en general. 
     Dan Simmons: Los fuegos del Edén (1994) Esta novela de Dan Simmons tiene en la mayor parte de sus páginas las virtudes que caracterizan si no al mejor, sí a la destreza narrativa y al talento del autor. En su narrativa, Simmons tiene la peculiar virtud de mezclar la buena literatura bajo la fachada de un género determinado, sea éste el terror, la fantasía, la ciencia ficción o la ficción pura, y no es raro que haya una mezcla de géneros en una misma novela. Sus argumentos no son del todo originales, ya que recurre a otras fuentes literarias como alimento, sin ocultar esas fuentes, al contrario, las utiliza como material narrativa y como eje argumental en muchos casos. En Los fuegos del Edén la fuente la constituyen las leyendas de Hawaii, la historia mágica de las tribus aborígenes. Todo parece ir bien durante las casi cuatrocientas páginas de la novela. Tenemos un lenguaje apropiado, fluido pero que no cae en lugares comunes ni de mal gusto, un argumento y un conflicto no originales pero bien llevados, con un misterio y una intriga que va en aumento y se va develando de a poco. Nos encontramos en un hotel donde han ocurrido desapariciones inexplicables, cuyo dueño intenta venderlo mientras se enfrenta con hechos sobrenaturales. A su vez, tenemos a una profesora universitaria que visita el complejo con el diario de un antepasado que residió en la isla, y cuya presencia no se explica bien. Como tercer eje, el diario mismo. El problema, postergado a lo largo de muchas páginas, y abusando de la confianza del lector, es cuando llegamos al final. La resolución es absolutamente trivial y hasta ridícula. El enfrentamiento de las ancestrales fuerzas del mal, liberadas por los contemporáneos habitantes de la isla, es burdo y literariamente sin sentido, demasiado rápido, como un postre preparado si ganas. Y aquí, gracias a este gran defecto, es donde se ponen de manifiesto las demás falencias de la novela, acumulados a lo largo de ella, pero que se venían ocultando por las ansias de un lector intrigado y del oficio del autor. La habitual división de tramas a la que Simmons nos tiene acostumbrados, y que tienen a entremezclarse al final, aquí se hace simplista y retórica. Los motivos de los conflictos también son forzados e injustificados. Las conjeturar, habitualmente limitadas, tendientes a dirigir la atención y la lógica del lector más que a explicar un misterio, adquieren un sentido no valedero, no justificado. Las motivaciones económicas que desencadenan el conflicto y la venganza de las fuerzas ancestrales son trilladas y burdas como motivación literaria. Los personajes carecen de contrastes, a pesar de aparentar estar bien definidos, pero su construcción se revela como superficial al final de la novela, esquemáticos y sin profundidad ni emocional ni psicológica. Es verdad que el motivo central de esta clase de historias es el sentido primordial de la aventura y el misterio, el entretenimiento como eje narrativo. Sin embargo, es gran causa de desilusión para un lector interesado en la exploración de nuevos mundos, interesado en buscar en un libro algo que, por más que represente su vida cotidiana, lo involucre emocionalmente y lo asombre de alguna manera. Para ello el autor necesita un lenguaje apropiado, y sobre todo que apunte a alturas elevadas. Simmons ha demostrado en otros textos saber conmover de una peculiar forma, constituida ésta por una extraña mezcla de géneros y un lenguaje de aparente simpleza pero que esconde recursos gramaticales curiosos, retorcimientos y una crudeza no exenta de nostalgia. Estas virtudes faltan en la novela que hoy tratamos, consecuencia, quizá, de la principal falencia que parece subyacer en esta novela: el objetivo superficial de aplicar una estructura, las leyendas hawaianas, adornándolo con una trama trivial y un conflicto débil y trillado. Lo que en otras novelas funcionó muy bien, aquí no, y la causa no es solamente la naturaleza del material utilizado como inspiración, sino la propia falta de inspiración del autor en esta ocasión. Dan Simmons: Un verano tenebroso (1991) Summer of night, tal es el título original de esta novela. Aquí Simmons incursiona en el terror, creando en lo que parece al principio, una variable de Stephen King. Muy cercana en tiempo de publicación a la novela It de este último autor, comparte con ella varias semejanzas: un grupo de niños protagonistas que se enfrentan a las fuerzas del mal en una ciudad pequeña de la zona noreste de Estados Unidos. Hasta aquí las semejanzas, pero el desarrollo y el estilo van por otros cauces. En este texto nos encontramos con un lenguaje típico de Simmons, esa mezcla de buena literatura que parece tener vergüenza de mostrarse como tal, escondiéndose en un estilo que tiende a a hacerse simplista y comercial, pero que nunca logra serlo de todo, por los menos en las buenas novelas y cuentos de este autor. Recuerdo haber leído por primera vez uno de sus cuentos, que, investigación mediante, resultó ser el primer cuento publicado por Simmons y por el cual ganó un muy importante premio. Ese cuento se llama El río Estigia va corriente arriba, y allí podemos encontrar algo que caracteriza lo mejor de la novela que ahora tratamos, El elemento calve en esta corriente de Simmons es la mezcla inquietante, agridulce y amarga de la nostalgia con lo macabro. Lo tenebroso, el terror mismo se moldean con las manos de la angustia, una angustia que proviene de una moderada desesperación y la sensación inquebrantable de lo perdido para siempre, de lo irrecuperable, de la nada y de la oscuridad que nos rodea y nos espera. Uno y otro factores se alimentan recíprocamente, para dar un espectro amplio cuyo resultado es una especie de cuento para ser leído en una noche junto a un hogar, en el silencio y la tibieza que dejan entrever, sin embargo, ruidos extraños y un leve escalofrío tal vez imaginados. Tenemos una escuela cuyo viejo edificio esconde fuerzas extrañas que sólo la investigación del pasado puede explicar. Los niños protagonistas de la novela tienen cada uno su personalidad definida, sus traumas familiares, sus miedos y sus virtudes. La profundidad psicológica no es demasiado hondamente excavada, pero sí lo suficiente para que los hechos y factores que desencadenan sus acciones se expliquen pos sí mismos. Es una novela extensa, a menudo alargada por escenas que podríamos considerar prescindibles para ganar intensidad y emoción, pero aún así la destreza narrativa de Simmons se evidencia en saber mantener la atención del lector con fragmentos de alta literatura, una literatura que sabe expresarse no tanto en un lenguaje fino o elegante, ni siquiera con un vuelo poético muy alto, sino con una curiosa simbiosis entre el buen gusto necesario y la sutileza para entrar con manos de bisturí en ciertos recovecos de lugares extraños. A diferencia de King, que en sus buenas novelas sabe cómo desarrollar la psicología como alegoría de elementos o fuerzas ancestrales y externas, Simmons trabaja el misterio y el horror con una ambigüedad que representa un arma de doble filo. Por un lado mantiene el vilo al lector hasta el final, permitiendo múltiples explicaciones que hacen que el lector construya su propio sendero de lógica a través de las páginas. Por el otro, esa ambigüedad corre el riesgo de mostrarse con fuerza e intensidad insuficiente, siendo efectista en muchos casos. Como en el cuento arriba mencionado, la mirada de la infancia es primordial, y el contraste entre la inocencia de la infancia con la pura maldad es una mezcla sumamente interesante y rica que el autor explora de manera formal pero no por ello menos eficaz. Si lo que se necesita es un buen lenguaje, sabe cómo y cuando hacerlo adecuadamente, por más que a veces falle, como todo autor prolífico. La peculiar mezcla de angustia y el terror desesperante con la visión de un niño crea una sensación de horror extra, como si lo ya de por si terrible se viese acrecentado en su gravedad por las características de la víctima en la que ha fijado su objetivo. Pero esa maldad casi no está personificada y sí tenemos las sensaciones y la vida de esos niños, cuya visión recorre el amplio espectro entre la ingenuidad y el supremo dolor. 
      Dan Simmons: Ilion (2003) Es más que conocida la afición de Simmons por utilizar la literatura como fuente y alimento de su propia obra. Si en Hyperion reinaba la sombra de Keats, en Ilion lo hace Homero con su Ilíada, como base argumental y episódica, pero también aparecen Shakespeare y Proust, como ecos reflexivos, o Browning, a través de uno de sus personajes. Como en otras novelas, hay varios ejes argumentales que se alternan en los sucesivos capítulos, y ellos se diferencian no solamente por los personajes, tiempo y lugar, sino también por el lenguaje elegido, rememorando a través de estos estilos, a los autores citados, y creando un ida y vuelta entre ficción (literatura previa) y realidad (literatura u obra que actualmente se desarrolla). Por lo tanto, nos hallamos dentro de una red de ficción dentro de la ficción, pero a su vez la ficción antigua es una crónica de un hecho real, la guerra de Troya, y dicha realidad histórica es utilizada como ficción para una obra futurística. Entonces, el autor recurre a estos dos grandes géneros: la historia y la literatura, y a su vez los entremezcla con recursos científicos que estudian el tiempo. El tiempo es, como consecuencia, la gran bisagra que permite que esta novela se haga realidad. Veamos. La guerra de Troya es corroborada y estudiada en su propio campo de batalla por un profesor universitario que la atestigua en tiempo real luego de viajar desde el futuro siglo XX. Pero estos guerreros y dioses poseen una tecnología que no concuerda con la época histórica de que se trata. A su vez, tenemos seres mitad humanos-mitad robots que tienen como misión la destrucción de la ciudad, (futuro destruyendo el pasado, ficción-realidad destruyendo realidad-ficcion), y como tercer sector, un grupo de humanos que quieren entender sus orígenes. Así, vamos viendo que los dioses son posthumanos, algo en lo que para cualquiera que haya leído la Ilíada no encontraría reparos, ya que los dioses de Homero tienen mucho de humanos. La misma obra de Homero es casi una obra fantástica para nuestros actuales ojos saturados de racionalización y cientificismo. Es curiosa y encomiable esta mezcla, o redescubrimiento, que hace Simmons de asociaciones implícitas pero no siempre evidentes a simple vista. La historia plasmada en un poema épico que sin embargo incluye episodios fantásticos, todo esto entramado con una historia futurística cuyo fundamento pretende ser un hecho real, pero poblado de episodios fantásticos por no evidenciables, pero basados en hechos y procedimientos científicos explicables y lógicos. La literatura es utilizada como leyenda, lo que produce una renovación y sirve de alimento para la ciencia ficción, y como análisis crítico de la actualidad, y más precisamente como condición y proyección del futuro del hombre según sus tendencias presentes. Pero la crítica no va a lo social ni a lo moralizante. El instrumento y el resultado es puro entretenimiento, sin embargo, como en el mejor Bradbury, hay una alegoría que subyace en el argumento, una tendencia a estudiar el alma humana o el género humano a través de sus acciones intelectuales, científicas y tecnológicas. A diferencia de Bradbury, Simmons no tiene un lenguaje precisamente poético, sino un estilo que es una amalgama extraña de cruces gramaticales no del todo evidentes pero sí comprensibles al paladar de un lector entrenado, buena literatura y una aparente simpleza en la utilización y búsqueda del estilo. Es crudo pero contenido, puede ser grosero pero no alcanza el mal gusto. Su imaginación, sin duda, es asombrosa. En esta novela no sólo son importantes los autores mencionados, sino los personajes sacados de la ficción literaria. Por ejemplo, Calibán, o Próspero, productos de la imaginación, pero toman carnadura real como productos de la tecnología humana. Lo virtual crea realidades, nos dice Simmons, por qué entonces los personajes literarios no pueden ser también realidades. Las esferas de lo virtual recrean tanto dioses como monstruos. El trasfondo filosófico de la novela es el juego del tiempo, la incertidumbre, la flexibilidad y la irrealidad del tiempo. El espacio como una consecuencia indeterminada. Los dioses, por lo tanto, son concebidos como entidades creadas por la imaginación, personajes literarios y humanos al mismo tiempo. El hombre es su propio Dios, parece inducirnos a pensar esta novela. Y si es así, por que la constante lucha con los dioses, la rebeldía contra los padres creadores y sus arbitrarios deseos y actos. El final nos encuentra en pleno comienzo de la guerra entre dioses y hombres. El argumento del poema épico se ha desviado: los juegos del tiempo han hecho su voluntad. ¿El tiempo es Dios, existe el tiempo?




Ilustración: Joseph Lorusso

La soledad (Alberto Moravia)

Aunque muy distintos uno del otro, Perrone y Mostallino eran inseparables, si bien en realidad no los unía la amistad, sino, como a menudo o...