José Ingenieros: Los tiempos nuevos (1920) Este libro contiene conferencias y disertaciones escritas desde 1914 hasta 1920. El tema que las ha provocado es la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias en en mapa político del mundo, pero sobre todo la aparición de la Revolución Rusa. Ingenieros demuestra en los dos primeros ensayos, especialmente en el que lleva por título Ideales viejos e ideales nuevos, la mirada humana e inteligente a la que nos tiene acostumbrados, incluso es menos intransigente que lo habitual y se explaya en párrafos dignos de la mejor prosa poética, con un humanismo rayano en lo cuasi emocional. Los siguientes ensayos están dedicados a analizar la situación en Rusia con la nueva política aportada por la Revolución. El gran problema es el tratamiento que hace de este análisis. Lo que en otros libros suyos es una mirada crítica y científica del tema tratado, acá, lenta pero inexorablemente se convierte en una postura parcial, que no oculta su afinidad por el socialismo y los nuevos milagros ocurridos en Rusia a raíz de la revolución soviética. Son verdad las malas opiniones que predominaban en los medios de comunicación mundiales sobre lo que allí ocurría, en gran parte como propaganda anticomunista, pero Ingenieros se dedica a copiar fragmentos o artículos completos sobre informes supuestamente verdaderos sobre los cambios sociales ocurridos en Rusia. La cuestión no es si una versión es real y no la otra, o viceversa, sino que la esperada lucidez crítica de Ingenieros brilla por su ausencia. El lenguaje es diestro y eficaz, los artículos aparentan la seriedad y la meticulosidad de siempre, pero es notable la falta de profundidad crítica, de esa encomiable y rica duda que alimenta sus escritos sociológicos. A todo esto, debemos sumar las evidentes incongruencias que el tiempo nos ha demostrado más tarde: los crímenes ocurridos en la Rusia soviética, la falta de libertades, la represión, los encarcelamientos, la corrupción, las crisis económicas. Luego y detrás de esos grandes logros sociales que deslumbraron al mundo, como lo hicieron con Ingenieros,todo se ha venido abajo, dejando lugar al triunfo final del capitalismo, el mismo al que deseaba contraponerse para equilibrar la falta de justicia social y económica que predominaba en el mundo. El socialismo soviético creó su propia muerte con la corrupción que nació desde su misma cuna. Todo lo bueno, todo lo grande, lleva en su interior la semilla de su muerte. Y esto es lo que, aparentemente, no vio o no quiso ver Ingenieros, como otros tantos millones de personas en su época, cegados por la luz de esperanza que la revolución hacía vislumbrar sin fin y sin límites de grandeza. De a poco, los cinco artículos dedicados a diferentes facetas de la política soviética: económica, educacional, política, moral, va tomando un cariz más parcial, descalificando al capitalismo con palabras que se alejan de la habitual justeza analítica de Ingenieros. Es verdad que no está haciendo ciencia, ni siquiera sociología, está dando opiniones, y como hombre dado a toda falta de hipocresía, no se calla la boca, sobre todo porque es una boca que dice cosas con inteligencia y lucidez. Repito, su postura es comprensible: es un hombre deslumbrado por la información que llegaba de Rusia, por las característica ideales del socialismo que estudió con laboriosidad, un hombre que también, luego del inicial deslumbramiento, ha pensado y reflexionado sobre la nueva esperanza que nace , y llegado a la conclusión de que esta esperanza tiene un fundamento firme y una real posibilidad de realización. Pero el tiempo dio lugar a muchas desilusiones, a cambios que nadie esperaba en esa época, y por eso estos ensayos han sufrido el paso del tiempo. No sólo han envejecido porque el tiempo ha desmentido sus asertos, sino por la falta de distanciamiento de su autor. Toda postura parcial sufre este revés, tarde o temprano, y es de suponer que Ingenieros lo sabía. Aún así, se arriesgó a escribir con la destreza de un hombre de ciencia pero con los ojos cegados de un hombre político. Nosotros nos preguntamos si era necesario lo que ahora leemos en sus páginas y nos parece de exagerado encomio, de exacerbado entusiasmo por la Revolución. Pero el autor estaba demasiado pegado a los acontecimientos, demasiado cerca para poder ver con claridad ni siquiera el filo del futuro. En lo que no se equivocó fue en ver en la Revolución rusa un cambio inevitable, necesario, algo que rompió los estragos que el mundo viejo arrastraba en su decadencia. Lo que vino después, bueno o malo, también envejeció más tarde por su propia ambición y corrupción. La historia es un círculo que se repite de diversos modos y en diversos lugares, mayor o menor, creando un espiral que da una sensación inequívoca de deja vu. Tal vez esto sea lo único en lo que cualquier historiador no podrá equivocarse jamás.
Andrés Carreño: Al costado de la ruta (2010) La primera novela publicada por Carreño entra a primera vista dentro de lo que se llama habitualmente literatura social. El protagonista es un niño cartonero, y a lo largo de la novela lo veremos enfrentando el ambiente sórdido, difícil, terrible de quienes sobreviven en un plano de pobreza y marginalidad en todo conglomerado urbano. La ciudad podría ser Buenos Aires, Rosario, o cualquier otra ciudad de Latinoamérica, pero la realidad que expresa, más allá de los nombres, es una realidad que todos podemos ver cotidianamente. Pero aquí debemos ocuparnos de la eficacia y el resultado de esta novela, y podemos decir que cumple sus objetivos mucho más allá de lo que tal vez el autor quiso expresar. El escenario es la sordidez de una clase y un ambiente social, pero el tema es la condición humana, sea cual sea el ambiente del que se trate. Lo acertado del tratamiento de Carreño es no haberse quedado en el tema social, no haberse conformado con la superficie. El tratamiento, entonces, no es socio-político sino humanista. Pero no como mensaje moralizador sino simplemente como objetivo del punto de vista del autor, que ha puesto su mirada no en la cotidianidad ni en la sordidez ya mencionada, sino en los factores que movilizan las acciones de los hombres. No es gratuito que el protagonista sea un niño. Su mirada está siendo formada, está aprehendiendo lo que hay en el interior de cada hombre. Así, verá que en su amigo, en apariencia duro y tosco, hay una ternura conmovedora y una enorme capacidad de cariño; conocerá que la vida de una mujer, en este caso su hermana, toma caminos que no responden al ideal que nos hicimos de ella; que la muerte se ha depositado en su madre, degradándola lentamente; que la locura es un arma incontrolable; que él mismo es un engranaje más no sólo de un sistema social, sino que también está formado de la misma conflictiva sustancia que los otros hombres. Lo destacado de la novela es la poética del lenguaje, la mirada que surge de la poética encontrada en las cosas simples, en los objetos, en la situaciones cotidianas, pero también en lo importante: la belleza de lo terrible, de la muerte, del silencio, de la nada como resultado inexorable. El final es acertado, intenso. La conmoción se vuelve meditación, con un residuo de angustia no amarga sino aceptada, comprendida como inevitable, y por eso, también parte de la naturaleza humana. Lo sórdido, lo terrible, está en nosotros, nos dice la experiencia del protagonista. Seguimos un camino que no podemos cambiar. Lo cruento llega hasta un límite en la voz del narrador, su buen gusta sabe cuándo es el momento de no nombrar más, porque ya está implícito en las situaciones que ha visto y de las que también es irremediable causa, situaciones de locura, de muerte y de perdición.
José Saramago: El evangelio según Jesucristo (1991) En principio, diremos que el lenguaje y el estilo es de Saramago. La fluidez narrativa y la riqueza descriptiva, las peculiares características estructurales y estéticas del autor en el uso de los signos de puntuación y los diálogos, el punto de vista que toma a los personajes como protagonistas de una obra de teatro narrada más que escenificada. Los que llama la atención es el tema: la vida de Jesucristo, ya que sabemos por propia confesión el ateísmo o por lo menos es escepticismo en materia religiosa por parte del autor. Casi la mitad de la novela está dedicada a la vida de los padres de Jesús y al Jesús niño y adolescente, y en esta primera parte se destaca algo en especial: la intención aparente de dar una versión más verídica y menos dogmática de la vida de Jesús, cuasi documental podríamos llegar a decir, que parece contradecir la habitual característica de Saramago de tomar temas contemporáneos y presentarlos como alegorías. Pero esta intención, como en todo buen escritor, es sólo un instrumento, casi un personaje más, un elemento más dentro de la estructura narrativa, para crear algo diferente. Porque no está recreando y dando una versión fidedigna basada en descubrimiento histórico-científicos recientes, sino una mezcla de ficción y realidad, de leyenda y tradición escrita. Saramago pretende, nos parece, demostrar la falacia de las verdades establecidas, la ambigüedad de la realidad histórica, y para ello se vale de la alegoría sutilmente mezclada con producto de ficción y crónica, de narración y escrito religioso. En esta primera mitad, lo sobrenatural se presenta de manera tímida, insegura, establecida pero de una manera ambigua. Todo puede ser resultado de la imaginación de los personajes. La presencia de ángeles y demonios puede adjudicarse a fantasías nocturnas, juego de sombras y obsesiones religiosas de los protagonistas. Pero luego, en la segunda mitad, el autor ya afirma su juego y el lector comprende y debe aceptar las reglas de esta peculiar verosimilitud si quiere seguir leyendo la novela. Lo sobrenatural se alimenta con lo psicológico, y ni uno ni otro se niegan o contradicen. La realidad histórica forma el basamento, o más fin el primer piso, ya que el verdadero fundamento de todo texto literario es la invención narrativa, luego viene la fantasía a otorgar un plano de contrastes que enriquecen no sólo el aroma apergaminado de toda novela histórica, sino para iluminar la figura de los personajes. José, por ejemplo, con sus terrible sensación de culpabilidad; María, con su trivialidad y su simpleza, su casi estrecha y rudimentaria inteligencia; María Magdalena, con su percepción y su agudeza sensitiva; el mismo Jesús, con su rebeldía adolescente extendida ya bien entrada la adultez. Por lo tanto, los méritos de esta obra son múltiples: el lenguaje, el estilo, la estructura argumental, el punto de vista, las variaciones y licencias históricas, la riqueza individual de cada personaje, al que se lo ha sacado de sus habituales trajes de teatro convencional y se lo ha sumergido en un ácido corrosivo que hace resaltar su interior: falencias y virtudes. Judas como un hombre común y corriente al cual Dios le ha otorgado un papel que debe cumplir, y al que Jesús está a punto de resucitar porque sabe que él también es otra víctima de Dios, otro actor mal pagado del reparto de un director que intenta llegar a una mayor cantidad de público, porque ésa es la verdad revelada: la necesidad que tiene Dios de más poder. El Diablo como un personaje mendigo que recoge los desperdicios del plan de Dios, y que sabe que mientras más gane Dios, más ganará él. Lázaro, no resucitado, porque sería de un Dios impiadoso condenarlo a morir por segunda vez. El Dios que nos presenta Saramago es un dios cruel, que no duda en condenar no sólo a su propio hijo, sino en condenar al mundo y todo su futuro a una serio interminable de crueldades y crímenes, siempre en Su nombre. Pero este mismo Dios parece no un demonio sino un simple viejo rico y aburrido, alguien que no puede controlar sus propias necesidades o errores. Lo que desea por un instante lo hace y se cumple, porque es Dios y ni él mismo puede ir en contra suya. Todo está escrito, incluso la vida de Dios, y esto es una mezcla de la tradición judaica y una actitud escéptica e irreverente. El bien absoluto es incongruente con la vida, el mal es parte necesaria de la vida misma. Dios se equivoca y su propio hijo pide a los hombres que lo perdonen. Esta novela es, entonces, una versión irreverente, una versión realista, una versión ficticia de los evangelios, pero sin duda es una novela sumamente lograda, intensa y conmovedora versión de la condición humana y su relación con las divinidades que decide inventar y adorar, hablando simultáneamente de la relación padre-hijo, de la culpa y el remordimiento, del amor verdadero contra las convenciones establecidas, de la hipocresía. El Jesús que nos presenta el autor es un hombre confundido por la doble naturaleza de su origen, resentido tanto con su padre terrenal como con el divino, hastiado de su propio poder y a su vez limitado en su uso por la autoridad paterna, habitante de dos mundos, no es parte en realidad de ninguno y sí instrumento de ambos. Pero lo que resalta del tratamiento del personaje no es tanto su encarnación o su vivacidad como actor del drama, por que el estilo de Saramago explota las capacidades del símbolo más que de la realidad concreta. Sus personajes toman fuerza y se concretan por la destreza de su lenguaje, que es aquí particularmente rico y acertado, desbordado cuando debe serlo, apasionado cuando habla de Dios y sus hipocresías, emocional cuando describe la simpleza de la vida cotidiana, intenso y místico, hasta humorístico tiñendo con rasgos de absurdo ciertas situaciones, como cuando nos habla de la supuesta virginidad de María, o el sexo de los pastores con sus ovejas. Momentos irreverentes de cotidiana humanidad dentro de una novela que pretende convertir un dogma en una simple y conmovedora historia transformada por múltiples voces a lo largo del tiempo.
José Saramago: La balsa de piedra (1986) Saramago se caracteriza por su peculiar forma narrativa. Dos elementos principales y recurrentes forman parte de sus estructura, de su lenguaje: el tono de fábula de alegoría, predominando uno u otro según la novela, que nunca descarta el realismo en los temas tratados, pero éste siempre filtrado por la ironía y la crítica, el humor negro pero de vertiente castiza, más hermético a veces, más amargo y menos sutil que el humor anglosajón; y el lenguaje, que a tono con este estilo, recurre al método indirecto de relatar los diálogos, alterando los habituales signos de puntuación y los guiones. De este modo, el autor logra un equilibrio sano entre lo íntimo de los personajes y el drama colectivo. Porque aquí, como en muchas otras novelas, por ejemplo Ensayo sobre la ceguera, una tragedia colectiva es la protagonista principal, pero los personajes pasan a primer plano para interpretarla, y el lector entonces se involucra con ellos al compartir sus problemas. En La balsa de piedra, la península ibérica se desprende de Europa y va a la deriva, aunque con un trayecto caprichoso, pro el océano Atlántico. Lo absurdo del tema se vuelve verosímil por las forma de alternar las explicaciones seudo-científicas con el drama personal. Pero no es ciencia ficción, sino una literatura que podría llamarse social, y por ello realista, entre comillas. Las teorías que se suceden y los cambios sociales, por más que tengan el color de los serio, caen por su propia inverosimilitud, pero no por ser no creíbles, sino por nacer de la misma absurdidad del hombre, tan pequeño e ignorante ante los misterios del mundo. La tierra se mueve, el hombre muere, y nadie es capaz de dar una explicación exacta. Las conexiones con el realismo mágico con evidentes, pero aquí lo fantástico no es tomado como parte de la realidad sino mucho después de haber sucedido y haber sido aceptado por los protagonistas. Ellos se adaptan al drama e intentan sobrevivir, a veces esquivándolo, nunca solucionándolo. Por lo tanto, todo esto es una alegoría sobre la condición humana en general: la tragedia, la incomunicación, la imposibilidad de cualquier tipo, la idea de la divinidad como una entidad ficticia, caprichosa, más incapaz que el mismo hombre. Aquí Dios es permanentemente mencionado como un ser que desconoce a las criaturas y al mundo que ha creado. La crítica, entonces, es evidente, tanto político, social como religiosa. Saramago combate los tabúes y los prejuicios de una manera literaria, es decir, como hacían los juglares y los viejos contadores de cuentos: con fábulas o parábolas. Otro recurso que colabora a esta estructura que conforma un mundo tan peculiar, tanto narrativo desde el punto de vista técnico como de ficción, es la peculiaridad de incorporar los diálogos dentro del tono indirecto. Es en apariencia un tono indirecto, pero directo estrictamente hablando, lo que hace que los personajes tomen una personalidad, pero sin abandonar la voz y la mente de quien los ha creado. La visión de Saramago es pesimista pero el tono esperanzador, como si no encontrara soluciones pero sí métodos de pasar la vida. Hay un fragmento que encierra una filosofía en particular, sin tener que recurrir a la sinsabor polémica sobre la existencia o no de Dios. Cito: "...cuando coincidencias es lo que más se encuentra y se prepara en este mundo, si no son las coincidencias la propia lógica del mundo". El conjunto de personajes elegido como protagonista es típico de la leyenda o alegoría. La parejas, el hombre solo y el perro, éste como animal mensajero entre la tierra, el cielo y el infierno. Las relaciones entre Saramago autor y sus personajes, suple el lugar de la divinidad cuestionada, por eso nos dice en un momento que: "...la importancia de los asuntos es variable, depende del punto de vista, del humor del momento, de la simpatía personal, la objetividad del narrador es una invención moderna, basta ver que ni Dios Nuestro Señor la quiso en su libro". Esta definición filosa y crítica, define toda una postura en muy pocas palabras. Una filosofía de vida, una filosofía literaria. Ambas cosas son, muy probablemente, yo diría que con seguridad, lo distinto y lo mismo a la vez. La forma en que Saramago se encarga de hablar del amor, de la muerte, de la vejez, de las debilidades humanas no hace más que mostrarnos la piedad escondida tras una pluma irónica y en apariencia elegantemente cruda. Comprende y se apiada del hombre, pero no lo justifica así como no justifica la negligencia de Dios para con sus propios hijos. La alegoría del autor es poner a sus criaturas en una situación trágica, como siempre es el mundo y la condición misma del hombre en la tierra, -nace para morir-, y mostrarnos cómo se desenvuelve con su inteligencia y sus sentimientos. A veces la inteligencia prevalece, casi siempre, y los sentimientos fracasan pero triunfan el arrepentimiento y la amargura. Al final, la esperanza aparece con timidez, pero dispuesta ya en las últimas páginas a ser más que una palabra.
León Felipe: Antología rota (1947) La antología contiene textos seleccionados por el mismo autor de libros de poemas publicados entre 1920 y 1927. Son , entonces, 27 años de producción poética y diez libros. El conjunto,me parece, es suficiente para tener una idea bastante aproximada del autor y su estilo. Los dos primeros libros nos muestran a un poeta austero, sensible, preocupado por la musicalidad en versos breves, sencillo y contundentes a la vez. Ambos llevan el mismo título, Versos y oraciones de caminante, tienen un estilo, lo cual da gran medida de sus méritos, con Juan Ramón Jiménez. El primero, de 1920, publicado en Madrid, tiene como temática principal al propio autor, su relación con la poesía y con el mundo. Constantemente habla de la soledad del hombre, la fugacidad, y la utilización de la imagen del viento como instrumento devorador del hombre y su vida, a la manera del tiempo y su paso, es ya evidente.Los versos no son solamente correctos, sino que por su misma sencillez conmueven de una manera directa, con imágenes claras y ajustadas a un sabio equilibrio entre la pretensión literaria y la evidente intención popular. El segundo libro, de 1929, escrito en Nueva York, muestra una calidad pareja, aunque no un avance. La temática acá es Dios y la divinidad, la relación de Dios con el hombre, su crueldad y frialdad, su aparente indiferencia hacia la criatura que ha creado a su imagen. Luego, el resto de los libros antologados, están invadidos por referencias políticas: Franco y la guerra. Todos giran alrededor de lo mismo, y aunque se aparte del tema, el lenguaje se ha viciado de modismos y retórica vana y tendenciosa. Exceptuando tres poemas del libro El poeta maldito, de 1944, en especial El emperador de los lagartos, donde a pesar del evidente simbolismo poco sutil encontramos a un enorme poeta, el resto sobresale por su medianía y el evidente extravío en los caminos de la retórica y la utilización de la poesía como medio de expresión ideológica. Ya se ha hablado mucho sobre esto, la poesía no es un instrumento de verdad, y la intención moral nunca es suficiente para crear un poema. Poe, en su ensayo sobre Longfellow, lo deja bien claro. Y podríamos citar muchos otros ejemplos, el más cercano es el de Rafael Alberti, otro español aquejado del mismo mal, a nuestro entender. El problema no es cuestionar posiciones ni talento literario, mucho menos juzgar épocas o posicionarse de tal o cual lado, sino dejar en claro algo que es evidente para cualquier buen lector, y obviamente para cualquier escritor comprometido con el lenguaje en primer lugar: la política nunca es buen tema para la poesía. Hay excepciones, hasta cierto punto válidas, como la de Vallejo, u otros autores donde la política está sutilmente enmascarada por un lenguaje riguroso, de alta calidad poética, y donde el tema es sólo un medio para escarbar en sitios más profundos, como el de la naturaleza y la condición humana en general.
José Ingenieros: La universidad del porvenir (1914-1924) Aquí se reúne una serie de ensayos de diversa temática, que nos permite conocer a Ingenieros más allá de su postura como sociólogo. En La Universidad del porvenir nos habla en su faceta de pedagogo y educador, sobre su preocupación sobre la Universidad de su época y el crecimiento y desarrollo de los objetivos de la Universidad del estado. Plantea una teoría, que la Facultad de Filosofía sea un organismo que coordine las ideas generales que exceden los límites de las otra facultades. El objetivo es dar una visión humanista y general a la educación universitaria sea en la disciplina que sea. Sus conclusiones son lúcidas, concretas y progresistas. Historia de una biblioteca es casi una anécdota sobre las dificultades económicas y políticas para publicar una serie de obras de cultura y filosofía, dándonos a los lectores actuales indicios concretos de que los proyectos culturales nunca has sido prioridad en los planes de ningún gobierno. Luego de invertir de su propio bolsillo para concretar el proyecto, nos dice: "He resuelto perder como editor lo que he ganado en diez años de ejercer la medicina. Por las dudas, no dejo de ejercerla.". En Le Dantec, biólogo y filósofo, nos hace un recuento y comentario sobre las obras y la importancia de este pensador en la evolución de la historia de las ciencias biológicas. El estudio es pormenorizado y demuestra su admiración, sin caer en falsos halagos. A su vez, le sirve para dejar en claro su propio principio sobre el estudio científico: "...o se busca la verdad y se aceptan sus legítimas consecuencias, o se rechaza de plano toda verdad que pueda implicar consecuencias repudiadas de antemano". Esto lo dice en referencia a la dificultades que tuvo Le Dantec para conciliar sus hipótesis con las ideas religiosas en boga. El genio de un investigador no se basa siempre en sus descubrimientos, sino en el coraje para darlos a conocer. El artículo sobre Kant es breve pero concreto y certero sobre sus virtudes y falencias, y le sirve para plantear cuestiones tan eternas como las que obligaron a Poe a escribir Eureka: las relaciones y los límites entre filosofía y metafísica. Los ensayos sobre Croce y Gentile ponen en evidencia la virtud de polemista y amante de la verdad de Ingenieros. Critica a ambos por haber hecho concesiones en sus posturas filosóficas, en concreto sobre las características de la escuela llamada idealista, atea, hacia el estado italiano, concretamente al positivismo laico que predominaba en la época previa y simultánea a Mussolini. Este fragmento tal vez sea lo más importante de estos artículos reunidos. Las ciencias nuevas y las leyes viejas nos habla sobre la incompatibilidad práctica de aplicar los nuevos descubrimientos, en especial las investigaciones sobre la responsabilidad criminal y los estados psicológicos durante los delitos y crímenes, al sistema jurídico y penal imperante en esa época. El resultado de hacerlo, es lo que fácilmente se vio en ese momento y puede verse en la actualidad con frecuencia y cifras alarmantes: la absolución o liberación de criminales peligrosos bajo el título de la no responsabilidad. El último ensayo es un homenaje a su maestro José Ramos Mejía, fluctuando en sano equilibrio entre la admiración, el cariño y el análisis justo y crítico, a través del cual nos acerca el perfil humano y profesional de su maestro. En suma, aquí nos encontramos con un Ingenieros menos rígido, si así podemos expresarnos, en relación a sus otros estudios que hablan de sociología y crítica científica. Nos encontramos con un intelectual preocupado por los problemas concretos de la sociedad: educación y leyes, con un científico interesado en los orígenes y evolución de las ciencias y los pensamientos, con un profesional capaz de sentir entrañable afecto por un amaestro y un amigo.
Edgar Allan Poe: Ensayos y críticas - Eureka -Cartas de un poeta. Poe como crítico es casi tan grande como el Poe contador de historias. Digo casi porque su genialidad como narrador está por encima de cualquiera otra de sus cualidades como literato, por más que éstas sean excelentes. Dejando esto en claro, pasemos a comentar los ensayos y críticas reunidas. Comenzamos con el ensayo donde Poe analiza la construcción de su poema El cuervo. Se ha dicho de este ensayo que es demasiado frío y esquemático, y que si la construcción del poema hubiese sido así paso a paso, no tendría la calidad que realmente tiene. Es decir, Poe parece haber dejado de lado las motivaciones intuitivas, profundas del tema y su forma. Se limita a una esquemática explicación lógica de por qué eligió tal tema y las formas para plasmarlo, lo que equivale a enumerar los ingredientes y el proceso. El análisis es absolutamente válido y muy interesante. Nos demuestra a un Poe desconocido para los que sólo están habituados a sus cuentos de horror. Poe era un estudioso y un enorme lector, un gran crítico y un pensador importantísimo de la literatura. Tal vez sea eso lo que sorprende al principio, ver que el autor de tantos horrores era más que un simple contador de historias. Su inmediatez como narrador lo había hecho uno de nosotros, nos habíamos identificado con él, a pesar de la lejanía espacial y temporal de sus historias. Verlo ahora como crítico de su propia obra y de la literatura de su siglo, nos resulta sorpresivo pero gratificante al fin. ¿Por qué? Porque nos habla de la complejidad que debe tener un texto, la corriente subterránea de sentido. Porque nos habla de la unidad que debe tener toda obra literaria. Porque nos dice que la perseverancia es una cosa y otra muy distinta el genio. Nos habla de la poesía no como transmisora de la verdad, sino de la belleza. Funda y fundamenta, entonces, toda una posición que se continúa discutiendo, sobre la función del arte en general y sobre la poesía en particular. Otro hallazgo es cuando habla de la crítica literaria: nos dice que la excelencia de un texto no es tal cuando se necesita mencionarla. "Vale decir que al destacar con demasiado detalle los méritos de una obra de arte, se está admitiendo que no hay tales méritos". Los ensayos siguientes estudian a Longfellow y Hawthorne. En cuanto al primero, a quien critica con dureza pero con justas fundamentaciones, se preocupa por dejar en claro que la intención moral no sirve como efecto poético, o que la falta de una idea conductora es fatal para un texto literario. Sobre Hawthorne, destaca su originalidad por encima de su genialidad como narrador. Ambos son colegas contemporáneos, y nos demuestra la sinceridad y la total falta de hipocresía en su pensamiento sobre la literatura de su época. Otro punto interesante sobre la crítica: al señalar los defectos, no hacemos más que destacar sus méritos. Luego viene un comentario sobre un libro de viajes de un tal Stephens a Arabia, lo que sirve para demostrar el conocimiento criptográfico y geográfico-histórico de Poe. El comentario sobre el autómata jugador de ajedrez que era mostrado en diversos países del mundo, es una interesante muestra de su capacidad deductiva, la cual aplicaría en sus cuentos policiales. Finalmente, en Marginalia Poe reúne una serie de comentarios diversos sobre literatura en general. Aquí, más que nunca, y a pesar de la diversidad misma, nos encontramos con un escritor de gran lucidez, de capacidad netamente práctica en la plasmación de sus intenciones expresivas. Podríamos enumerar cada uno de los comentarios certeros sobre el lenguaje poético, sobre filosofía, matemáticas y ciencia, pero todo esto se resume en la declaración de principios que el autor establece desde la introducción: "Decidí, por fin, confiar en la inteligencia y la sensibilidad del lector como regla general". Este comentario pone en evidencia que jamás subestimó la inteligencia del lector, que sus textos estaban dirigidos a lectores interesados e inteligentes, y que el blanco de sus críticas estaba generalmente en el criterio arbitrario de los editores, la hipocresía interesada de muchos escritores y la mediocridad intelectual de la clase media alta de su país. Eureka nos pone frente a un escritor que se dispone a pensar sobre el universo material y metafísico. No es un ensayo estrictamente científico, ni puramente filosófico, sino una confluencia entre ambas disciplinas. Más bien es un estudio desarrollado a partir de las meditaciones y las hipótesis de un escritor pensador. Poe parte de teorías científicas ya establecidas hasta su época, por ejemplo la que habla de la disposición y formación del sistema solar, y a partir de ella establece conjeturas que intentan demostrar con su particular lógica y razonamiento una serie de eventos que podrían haber ocurrido. El resultado es un proceso complejo pero cuidadosamente razonado, aunque arbitrario. Poe no se basa en comprobaciones científicas estrictas, sino en la lógica de su pensamiento, y esto es más que suficiente para él, y podríamos decir que también para nosotros, sus lectores del siglo XXI. Porque sabemos que lo que estamos leyendo es una género que, como el policial, él también ha fundado, prácticamente. Los pensadores de los siglos XVI a XIX, si no eran científicos o filósofos de profesión, tenían la envidiable virtud de observar el mundo con una mirada re-creadora. En general, gracias a esta intuición, acertaban con la verdad, más tarde corroborada, propia de un escritor, que suele ver más allá de las apariencias, e imaginar, más que razonar, lo que se halla por debajo de la superficie de los hechos y las cosas. Eureka es una larga y complejamente ardua tarea de explicar el origen del universo y la sustancia que lo forma. Poe mismo establece desde el principio la mirada en que se basan sus palabras:"Intuición. Se trata solo de la convicción que surge de esas deducciones o inducciones cuyos procesos son tan oscuros que escapan a nuestra conciencia". El autor se esfuerza por dejar asentadas teorías científicas que justifiquen, y sobre las cuales se basan sus pensamientos. La unidad del todo es la base del universo, éste se disgrega en partículas, formando los diversos mundos del universo. Pero la fuerza misma que los ha dispersado tiende a reunirlos más tarde o más temprano hacia la absoluta unidad. ¿Y cuál es esta unidad? La nada, o Dios. La conclusión es positivista, nos habla de un Dios razonado, de un Dios fundamentado en un proceso que nace en la observación y se crea a partir del razonamiento a que ésta da lugar. Cómo muchos de estos estudios, por ejemplo los de Maeterlinck, están condenados a sufrir el peso de la verdad científica corroborada por el avance de la técnica, pero lo que él busca el lector interesado no es verdades irrefutables, sino la belleza que nace de su imaginación, por más que ésta se base y pretenda justifIcarse a sí misma con teorías científicas. El resultado es un poema en prosa, como Poe mismo lo declara desde el inicio de su estudio. La belleza intrínseca de su teoría nace del talento de su pluma, y éste es el principal objetivo. Si coincide más tarde con la verdad, es un privilegio y un bienvenido regalo. Las cartas de Poe están reunidas en un orden adecuado para evaluar su evolución como ser humano y como escritor. Las primeras nos muestran a un joven confundido, arrogante, conflictuado en su relación con su padre adoptivo y su transitorio paso por el Liceo militar. Luego, vamos conociendo a un Poe que comienza sus adicción por el alcohol y los problemas que esta le genera. Pero el tono de las cartas de un hombre que intenta ser sincero consigo mismo, aunque no siempre lo logre. Es como leer una novela en género epistolario. Conocemos los sinsabores de su vida doméstica y sus estrecheces económicas. Lo vemos avanzando en su progreso como escritor, la publicación de sus obras en revistas, principal medio de vida. Somos testigos de su amor por su prima, su casamiento y la pronta muerte de ella. Poe, luego, tuvo un par de romances infructuosos, entre ellos un plan de boda no concretada y un amor platónico con una mujer casada. Lo que conocemos a través de estas cartas es la vida de un ser humano común y corriente, tan inmediata y lúcida es su mirada, que es como si estuviésemos leyendo las cartas de un familiar nuestro que ha vivido hace un siglo. No encontraremos indicios del escritor de horrores más que en la técnica y la calidad del lenguaje. Los conflictos internos y psicológicos están apenas insinuados, pero se los percibe con claridad. En base a lo que los biógrafos han hablado de él, conjeturamos y nos explicamos muchas de sus palabras y opiniones, de sus acciones y ciertas arrogancias o silencios. Pero no estamos escuchando o leyendo a un enfermo, sino a un entrañable amigo cuyas falencias y defectos conocemos de antemano al disponernos y sentarnos a su lado. No es lástima, sino cariño y admiración. Poe ha sabido conmovernos con las breves, escatimadas o distorsionadas referencias de su vida, se ha acercado a nosotros de una manera más íntima y menos compleja que con sus cuentos o poemas. Ha intentado mostrarse tal como es, o cree ser. Un lector sensible sabrá leer entre líneas.
Konrad Lorenz: Cuando el hombre encontró al perro (1950). Este libro de ensayos no puede calificarse dentro de las obras de rigurosidad científica. Si en algún género puede ser incluido es en el de divulgación. Aún así, esta clasificación es demasiado contemporánea para ajustarla a una obra escrita por un premio Nobel pero cuyo tratamiento es de una amenidad que no descarta lo sincero y riguroso en sus principios. Lorenz nos habla de su experiencia con los perros, a los que ha criado y con los que ha convivido a lo largo de toda su vida. Su experiencia es, por lo tanto, sincera y respetable. El libro comienza con un intento aproximativo de cómo pudieron haber sido las primeras relaciones entre el hombre primitivo y el perro salvaje, y desde este primer capítulo deja asentado dos cosas: que toda teoría es relativa, y que su intención como autor es escribir un texto ameno y de fácil lectura. El lenguaje juega con lo familiar y lo coloquial, acerca ciertos parámetros científicos de una manera en que el lector no se da cuenta de que le están enseñando algo. Lorenz opina según su experiencia, y no impone conceptos, simplemente los cuenta como anécdotas de un vecino o familiar a quien respetamos. Ese es el principal y más destacado factor en la confección de este libro, su virtud y también su mayor falla. Todo depende de qué busque el lector. Si buscamos experiencia de campo a la manera de Levi-Strauss, no lo encontraremos. Si buscamos una serie de anécdotas graciosas sobre mascotas, tampoco. El ensayo que tratamos está en un difícil punto intermedio: es informativo y ameno, escrito con gran destreza y experiencia literaria, con leves toques de emocionalidad y un interesante acercamiento filosófico, donde se esbozan algunas ideas que no por trilladas dejan de ser importantes para recordar. Es así que cada capítulo está dedicado a ciertos aspectos de los perros o de la conducta humana hacia ellos. La observación es el principal instrumento de que se vale el autor para hacer sus anotaciones y dar su opinión. Como toda observación, puede estar influenciada por la experiencia personal, pero esto no amedrenta a Lorenz. Él sabe que su opinión es tan arbitraria y tan valiosa como la de cualquier otro, pero está seguro de lo que dice. Hay, sin embargo, una ausencia total de jactancia en la exposición de su conocimiento o experiencia, el tono del total del libro es de una amenidad que demuestra concreta y casi táctilmente el amor y la pasión que le provocan los perros. No es una voz frágil ni tampoco está dominada por frases hechas o emociones fáciles. Lo emocional está al final del camino, en ciertos rasgos que nacen de la anécdota y no de la pluma del autor. Ese es un gran mérito, me parece. El texto se va adentrando de a poco en las relaciones entre los humanos y los perros, su trascendencia a la largo de los siglos. Conociendo al perro, se conocen a los hombres, parece decirnos. Y ellos, los animales, están involucrados en nuestra cultura no solamente como mascotas irracionales, sino como seres vivos que tienen su inteligencia altamente desarrollada, lo mismo que su capacidad emocional. Por lo tanto, el resultado no es moralizador sino ameno, donde podemos pensar sobre la condición del hombre dentro de la naturaleza a través de su relación con el perro. Es más, se atreve con disquisiciones filosóficas sobre la naturaleza del hombre y su condición como integrante de las especies animales. El hombre es superior no por su capacidad de haber desarrollado un lenguaje, sino por la capacidad meritoria de su lógica. Nos hemos apartado de la naturaleza y hemos perdido lo que los perros aún conservan, por ejemplo, la fidelidad incondicional. Hombres y perros tienen características comunes, y la simbiosis entre ambos es asombrosa. Vemos perros malhumorados, perros maternales, perros nerviosos. Lorenz observa y afirma en consecuencia, pero no sentencia, y eso sucede gracias a su destreza literaria. En sus manos los perros son personajes de características determinadas, mostrándolos en sus conductas y sin necesidad de explicaciones. El autor es un cronista que tenuemente se va transformando en un personaje más: el dueño de esos perros que han ido creciendo en personalidad a lo largo de los capítulos. Como si luego de cederles el protagonismo que merecen, él salga a escena como un director de teatro que sale a saludar, a interactuar con sus actores, a demostrar al público los lazos que los unen.
José Ingenieros: Sociología argentina (1918). Este libro de Ingenieros es un conjunto de ensayos de diferentes orígenes y calibres, todos ellos relacionados con el estudio de la sociología. Reúne textos de fines del 1800 hasta 1914 y 1915. A pesar del largo lapso entre ellos, vemos que la postura y la lucidez de Ingenieros se ha mantenido firme, incluso se ha afirmado, madurando desde una postura aprehendida en sus años de estudiante hacia un pensamiento más abarcador y adaptado a la situación de su país. Es la suya, una postura meditada, asentada en múltiples lecturas, tanto científicas como humanistas. Como ya lo hemos dicho en ocasión de otra reseña, el defiende la escuela darwinista aplicada a diversas disciplina, entre ellas la sociología. Ya en la primera parte, donde hace un raconto de la historia de la sociología en Argentina, se encarga de hablar y definir su objeto e instrumento de estudio como de sociología biológica. Para él, la cuestión esencial del desarrollo de los pueblos es la economía, y ésta es consecuencia directa del clima y de los recursos naturales. Es así que en otra parte del libro, dedicada a hacer un estudio de los pioneros de esta disciplina en Argentina, desarrolla sucintamente la teoría que habla de las diferencias entre la colonización española en sudamérica y la inglesa en norteamérica. Ellas son consecuencia no sólo del fundamento moral de ambas culturas en el momento de la conquista, sino del clima y los recursos que beneficiaron o perjudicaron su asentamiento en América. Los españoles, en decadencia, no se adaptaron al clima de sudamérica, y se mezclaron con los indios, creando una raza mestiza más adaptable pero de menor desarrollo intelectual. Los ingleses encontraron un clima más templado, lograron sobrevivir por sí mismos y no se mezclaron con lo habitantes autóctonos. De allí que la cultura europea, lo que Ingenieros llama superior, desarrolló una civilización más inteligente, más organizada y estable en el norte. De allí, el desarrollo de la democracia norteamericana como ejemplo para el resto de América. Puede estarse o no de acuerdo con esta teoría, puede calificársela de racista a simple vista, discriminatoria incluso, pero la postura es exclusivamente racional y científica, basada en los hechos y el contacto con los indígenas directamente, un privilegio del que nosotros carecemos. No es la suya una necesidad de aplicar una teoría a todo aspecto del mundo, sino la enorme plasticidad de ciertos hechos a adaptarse tan plácidamente a ciertas teorías. La teoría evolucionista fue tan fuerte en su momento, que no hizo más que dividir al mundo en dos bandos irreconciliables. Los que la aceptaron, hallaron en ella una explicación satisfactoria a casi todos los aspectos del mundo: la naturaleza humana y su conflictiva relación con el medio hallaban salidas y modos de reconciliación basadas en un fundamento común: la lucha por la supervivencia. Esta postura es sin duda arbitraria, cruel en muchos sentidos, impiadosamente lógica pero racional en grado sumo, tanto que merece ser la máxima idea del pensamiento humano. Ella explica el origen del hombre, y de este modo satisface casi por completo la mayor incógnita del ser humano. Pero nos estamos yendo por las ramas. Volviendo al libro de Ingenieros, otro aspecto a destacar es su posición con respecto a la literatura de ficción. En algunos párrafos nos encontramos que critica algunos libros, por ejemplo de Echeverría, por condescender a recursos literarios cercanos a la ficción cuando habla de sociología. Critica el aspecto pseudoliterario del tratamiento, pero no es una crítica a la literatura en sí. Su malestar viene del no suficiente desarrollo científico del tema. Este aspecto es importante de resaltar, porque el mismo Ingenieros ha desarrollado ensayos donde cierta poesía de la moral se adapta perfectamente a un lenguaje literario mayor, hasta poético en ciertos fragmentos, por ejemplo en El hombre mediocre. La segunda parte del libro está dedicada a la crítica de cinco libros sobre sociología argentina de Ramos Mejía, Juan A. García, Bunge, Ayarragaray, etc. Aquí encontramos tramos admirables por la simpleza rotunda de su lógica: "Los sentimientos y las voluntades de los hombres sólo hacen la historia en apariencia: en realidad ellos son moldeados y transformados por la acción del medio". Frases como ésta determinan la polémica desde el principio, pero no dejan por ello de ser terriblemente lógicas y reveladoras. Por eso la teoría evolucionista influyó de tal manera a Ingenieros. Él, como muchos otros, encontró una belleza poética en una idea científica. Tanto en las teorías de Newton, de Einstein o de Kant, nos preguntamos si las ideas que hacen avanzar al intelecto humano no provienen del mismo logar que las ficciones literarias o del arte en general, es decir, de la pura imaginación. No habrá, entonces lugar para la diferenciación entre la imaginación científica y literaria más que su objeto de estudio: la realidad o la ficción. No habrá lucha, porque ambos son instrumentos del hombre. Sus comentarios a estos libros son de una inmensa lucidez y una gran capacidad crítica. Para Ingenieros, estos libros, con sus falencias y sus logros, se han propuesto como meta la crítica científica, y es a ésta la que él rinde su intelecto. Sus opiniones se entremezclan con las de los autores criticados, haciendo una especie de ping-pong discursivo que hace crecer al libro criticado y acrecienta la destreza del crítico. El primer párrafo que trata sobre el libro de Ayarragaray y su estudio sobre la anarquía y el caudillismo, deja asentado su postura: "Cuando la crítica es simple glosa, rumiación pausada o comentario ágil del trabajo cerebral de los demás, sin que la propias vertientes contribuyan a la ampliación del cauce, sólo ocupa un bajo peldaño en la escala de la intelectualidad". Un punto alto y arriesgado es su comentario crítico sobre el nuevo proyecto de ley de trabajo presentado por Joaquín V. González. Aquí su deber es doblemente arriesgado, no solamente adopta una postura frente a un proyecto contemporáneo, sino que se anima a hacer un estudio detallado de cada uno de sus artículos. La quinta parte del libro está dedicada al estudio de la formación de una raza argentina, llámese esta a la nueva población que se ha producido como resultado de la diversas inmigraciones europeas. Hace un estudio estadístico de la población del país desde sus comienzos hasta su época, el 1900. Llega a la conclusión de que era necesario un nuevo alimento físico e intelectual para salir de la mediocridad en la que la población se hacía sumido. Los inmigrantes europeos crearon una nueva población blanca que lentamente fue creciendo y expandiéndose desde el puerto de Buenos Aires. Para Ingenieros, como para Sarmiento y muchos otros, era necesario alimentar la sangre de la población del país con nuevos signos de progreso intelectual. La mezcla obtenida con los mestizos, mulatos e indígenas había creado una extraña amalgama donde los caudillos y los aprovechadores encontraban un campo apropiado para la anarquía y la desorganización política. Sin duda, la historia les dio la razón, pero también nos ha demostrado que la historia se repite por períodos, y como lo dijo el mismo Ingenieros en otro fragmento de este mismo libro: "En la concepción científica de la Historia, cada fenómeno social es un producto determinado por múltiples condiciones ambientes". Los períodos de revolución y paz social, de gobiernos democráticos y de facto, de pobreza y avance económico, se han ido sucediendo de una manera que no hace más que confirmar la original teoría que antes mencionamos: un país de América del Norte donde nunca ha sucumbido la democracia, contra múltiples países de América de Sur donde aún en pleno siglo XXI seguimos jugando a los caudillos.
José Ingenieros: La simulación en la lucha por la vida (1900). Ya hemos comentado la lúcida, la múltiple inteligencia de Ingenieros en ocasión de El hombre mediocre. Si allí nos encontrábamos con un escritor maduro, cuyo lenguaje sabía expresar de manera muy particular sus peculiares y críticos pensamientos sobre la moral aplicada científicamente, en el ensayo que hoy comentamos nos vemos frente a un médico recién recibido, muy joven, pero no por ello menos lúcido e inteligente. Su lenguaje es, quizá, menos maduro, pero de altísima calidad, su mirada es evidentemente menos experta pero sin duda atrevida y audaz al plantear su posición, su manera de pensar. Ésta, que no cambió demasiado a lo largo de los años, tiene una postura afianzada en la observación del mundo con una mirada científica y crítica, siempre suspicaz, hasta cruel, podría decirse, para quienes no están acostumbrados o son sensibles a escuchar verdades cuya comprobación es de una simpleza apabullante. Aquí, Ingenieros nos habla de la simulación como elemento psíquico que el hombre utiliza para sobrevivir. Hace una distinción clara y metódica de las diferentes formas de simulación, desde la natural y espontánea, casi inconsciente, hasta la voluntaria y patológica. Nos dice que todo hombre simula, todo hombre miente, sea para no diferenciarse de la mayoría y no ser relegado, sea para obtener un fin o un objetivo determinado. Su estudio es analítico y metódico, es claro y profundo al mismo tiempo. Hay que adaptarse a la postura de Ingenieros para comprenderlo del todo, para que sus conclusiones y sentido crítico no provoquen estallidos de rebeldía en las almas prejuiciosas o las mentes estrechas. Porque eso es lo que somos como lectores, arrastramos prejuicios y tabúes del mismo modo que llevamos en germen de la simulación en nuestros genes. Somos animales, y por eso nuestra forma de sobrevivir ha avanzado desde la pura violencia física hacia una forma de supervivencia más sutil, más elaborada, incluso más cruel: la mentira y la simulación. Ingenieros es un darwinista, él aplica lo que se llama la biología social, por ello sus comentarios pueden resultar racistas o, cuando menos, despreciativos, para la reducida y poco leída mente de la generación del siglo XXI, hija de otra generación no menos estrecha de miras, la de lo "políticamente correcto". Lo encomiable de Ingenieros, a mi parecer, es la audacia sin retruécanos de su posición y su discurso, de su mirada, equivocada o no, pero sincera con su intuición médica. Eso es lo que hace cuando analiza la conducta social, la del hombre privado y la de su relación con sus semejantes, observa como un científico que sabe que no puede apartarse del objeto que estudia, y por ello no se preocupa por la distancia ni por la no contaminación del objeto analizado, sino como uno más, es severo y comprensivo a la vez. Más que con el individuo, es severo con la sociedad, que tiende a anular la individualidad del ser para lograr la uniformidad común. Como cuando nos dice que el fraude, última y más elaborada forma de la simulación, tiene la sanción del uso en las costumbres sociales. Casi todo en las relaciones humanas es simulación, y sobre todo en la política, donde bajo la etiqueta de ideales o justicia poética se esconden intereses creados. Es así que considera ciertos aspectos del antisemitismo o las guerras por honor como formas de disimular intereses económicos. Incluso, tanto en el aspecto individual como social, el interés por los enfermos o la solidaridad estaría basada en la idea de que lo hecho por lo demás nos será devuelto más adelante. Es muy interesante y necesaria la diferenciación que hace entre simulación y disimulación, ambas aparentemente contrarias pero cuyo resultado es el mismo. Se simula lo que se desea ser, de disimula lo que no se desea ser: el resultado es mostrar algo que no se es. Ingenieros no deja de lado la función del arte, que a pesar de ser reconocido como la acción suprema del fingimiento, en realidad posee una autoconciencia de ese fingir, y por lo tanto ya no es tal. Por eso, nos dice que las mas geniales manifestaciones del arte son estudios empíricos del carácter humano. En cuanto al individuo, hace una clasificación darwinista del mismo, algo que desarrollaría más tarde en El hombre mediocre: hay hombres débiles, predispuestos naturalmente a la simulación para sobrevivir, y los hombres de carácter, firmes en su postura, por más que no se avenga con el pensamiento o sentir de la mayoría. Esto representa una dicotomía, una contradicción. Los que tienen carácter deben ser demasiado fuertes para enfrentar el rechazo de los demás, y por lo general sucumbe; los de poco carácter, en cambio, desarrollan instintos de simulación, los que los hace aptos para su supervivencia. Es por ello que la sociedad, en su afán de uniformidad, genera su propia decadencia: estimula el fraude como metodología de vida. Otro tema polémico, aunque no desarrollado en este largo ensayo, es el de la eugenesia. Aquí también, la postura de Ingenieros podría clasificarse de cruenta y racista, impiadosa incluso, contradictoria para un humanista como lo era él. Sin embargo, esta teoría tiene concordancia con la teoría darwinista, y si calificamos a ésta de cruel, debemos postular entonces que la misma naturaleza es cruel, y que los hombres, como parte de ella, también lo somos. Y si nos colocásemos en la postura contraria, es decir, la cristiana por excelencia, donde el hombre fue hecho a semejanza de Dios y alejados de toda influencia animal, implica otro tipo de crueldad racista, hacia los seres inferiores, los criminales y los enfermos, a quienes se los deja vivir pero se los aparta o encierra. La teoría evolucionista tiene, a cambio de su aparente crueldad, convertida en virtud por su contenido de verdad evidenciada científicamente, la idea implícita de que hombres y animales han tenido ancestros comunes, y los seres llamados inferiores, inteligentes o idiotas, malvados o bondadosos, son nuestros hermanos en la especie, y por lo tanto somos responsables de ellos como de nosotros mismos. El final del ensayo llega a conclusiones en perspectiva del futuro bastante alejadas a la realidad del siglo XX. Ingenieros dice que en las sociedades humanas la lucha por la vida se atenuará progresivamente a medida que aumente la asociación de la lucha contra la naturaleza. Como hemos visto nosotros, protagonistas activos de la segunda mitad del siglo XX, la lucha por la vida se ha intensificado crudamente entre pueblos, naciones e individuos, tanto por factores económicos y políticos; las formas de simulación han alcanzado grados de complejidad que el autor quizá nunca habría imaginado; la crueldad física no ha desaparecido; y la lucha contra la naturaleza, con el simple objeto de la supervivencia humana, nos ha llevado a un grado de extrema peligrosidad para la misma supervivencia de la vida que pretendimos defender y proteger.
Carlos Dariel: Donde la sed (2010). Estos nuevos poemas de Dariel nos muestran un cambio de dirección en su poética, un cambio moderado, pero con la misma calidad a que nos tiene acostumbrados con sus dos primeros libros. Este cambio es difícil de definir, es sutil y evidente al mismo tiempo, como debe serlo en todo buen poeta. Primero, los cambios son internos, luego, se expresan en la poesía, madurados, meditados, ubicados en el modo y la forma adecuadas. Desde su primer libro, la poética de Dariel se caracterizó por la concisión y la madurez desarrollada en cada poema, dando como resultado una visión aguda y acertada, madura y serena, triste pero no desesperanzada. Hay, en general, una idea de fatalidad en su poética, sus textos son contundentes en su síntesis afirmativa. Dariel no duda al escribir, no duda de lo que dice, ni siquiera de las contradicciones o las ambigüedades que sus poemas plantean como temática. Es así, que en esta nueva colección nos hallamos con un aire de misticismo en muchos de los poemas, pero este misticismo no se refiere a divinidades o creencias religiosas, sino al significado último de las cosas del mundo, incluso a los sentimientos y hechos que nos rodean. El valor de las pequeñas cosas es mucho mayor al que imaginamos, y esta valoración es lo que llamamos misticismo, no para adorar o sobrevalorar, sino para dar en su justo punto cada detalle de cada instante del transcurrir del hombre en el mundo, como cuando llama sagrado oficio a la escritura. Y esto nos lleva a otro punto de su temática: la poesía y la palabra. La comunicación y la comunión. Es destacable la repetición de ciertas palabras, ciertos ítems, como mirada, manos, tocar, y su relación con estas otras: abrazo, piedra, manchas. Ver, por ejemplo, el claro y estupendo poema Dialéctica de mis manos, o Vacilaciones, donde tenemos este hallazgo poético y filosófico: el cuerpo es nuestra ignorancia/ y hacia él vamos/ en cada intento. La palabra y su eterna contradicción: la incomunicación implícita en ella misma. En un momento nos dice: sospecha de que no son las palabras/ el poema/ acaso su borde; o escritura/ tejido/de una manta corta. Una de las preocupaciones constantes de Dariel ha sido siempre la función de la palabra y la poesía, su lugar en el mundo, el aparente conflicto con la cotidianeidad práctica del hombre común. La búsqueda de relaciones entre palabra, poesía y hombre lleva al autor por caminos desiertos, llenos de piedras, donde se tropieza a casa instante, pero hay momentos donde el autor halla consonancia con su pasado, con el primer hombre, como en el poema Sinopsis de la evolución, o con el tiempo y las cosas u objetos remotos, como en Telar, o con la naturaleza, como en El instante. Es este libro son abundantes los poemas dedicados a autores con los que siente afinidad, poemas homenajes que son una búsqueda y una explicación, una razón de ser que no necesita explicarse en realidad, sobre la poesía. Desde el epígrafe, notamos que el cambio de dirección ya mencionado se dirige hacia una poesía de tinte conceptual, pero los poemas no son al estilo Girri, sino más concisos, menos complicados intelectualmente y más enraizados en las preguntas que en las respuestas. Girri explora y ensaya respuestas, es un científico de la poesía. Dariel piensa y se pregunta, medita luego de hacer observaciones. Plantea dudas y sabe que ella son suficientes para expresarse. La inteligencia, muchas veces, se corrobora en la calidad de las preguntas y no en la vanidad de las respuestas. Lo conceptual en Dariel está en la mirada lúcida y analítica, que conserva el sabor intensamente humano, y sobre todo una actitud comprometida tanto con su instrumento, la palabra y la poesía, como con su objeto de estudio, ese misterio llamado hombre. Por todo esto, celebramos la llegada de este tercer libro de poemas de Dariel, que confirma de esta manera su talento y su compromiso con la calidad, y a nosotros nos alivia, nos reconforta de tanta mediocre poesía que anda rondando por ahí.
Fabián Vique: Variaciones sobre el sueño de Chuang Tzu (2009). Vique nos tiene acostumbrados a sus breves textos, donde se conjugan en sabio equilibrio las dosis adecuadas de ironía, absurdo, humor y profundidad intelectual. Las microficciones son tan o más difíciles de leer que un texto extenso, no por su tiempo de lectura o densidad estructural o complejidad de lenguaje, sino por lo que involucran en lo que no dicen. Este no decir es la clave principal, en mi opinión, en toda literatura de ficción, y sobre todo en textos breves, como sucede también, y en especial, en la poesía. Si a la narrativa corta nos atenemos, la microficción no debe confundirse con una anécdota superficial, o algo más parecido a un chiste de sobremesa (hagamos la aclaración, con todo el respeto que los buenos chistes nos merecen, que sin duda hay grandes diferencias de calidad en este género). Por un lado, el autor no debe confundir la brevedad con facilidad, por ello su trabajo debe ser más pensado, más meditado, para lograr la extrema síntesis necesaria a la eficacia de su texto. Por el otro, el lector tampoco debe confundir la aparente simplicidad del relato con algo pasajero o fácil de leer. Si la microficción logra su cometido, su objetivo básico de entretener y conmover, de transmitir y plasmar una sensación, un sentimiento, un pensamiento, en suma, cumplir con lo que se supone hace a la literatura de ficción, las palabras que acaban de ser leídas rondarán por su cabeza durante un tiempo luego de haber pasado la página, antes de ir a la siguiente, y aún lo inducirán, luego de terminar el libro, a volver a abrirlo y recorrer lo leído para corroborar, confirmar o disfrutar una vez más el placer o la conmoción de su lectura. Los cuentos de Vique a que ahora hacemos referencia, cumplen con esta función plenamente. En mi opinión, esta colección confirma el talento del autor para mirar con ojo crítico, con medios concisos, ajustados, irónicos, indirectos, tanto lo cruel como lo trágico, lo absurdo y lo simple que constituyen las cosas del mundo. Digo cosas como digo hombres y mujeres, porque en los textos de este libro se habla, haciendo referencia al título y en especial en la última parte dedicada a las variaciones sobre el sueño de Chang Tzu, sobre la identidad y sus límites. Acá nos encontramos con series de palabras y temas que en lugar de pelearse entre sí, por sus en apariencia contrarias connotaciones, juegan, se intercambian roles. Hablamos, por ejemplo, de las aparentes contradicciones entre realidad y ficción, entre absurdo y lógica. En una palabra, ellas no se toman en serio entre sí ni a sí mismas, y por eso el lector entra en este juego con intención de divertirse, y sale conmovido, hasta confundido, en el buen y positivo sentido del término, por supuesto. La confusión como ruptura de prejuicios o convencionalismos. El humor como quiebre de solemnidades. La ironía como medio de desgarrar mantos o coberturas hipócritas. Claro que no todos los textos son siempre tan densos, hay páginas que tienen la función de aliviar, de relajar el esfuerzo del lector por leer la significación entre líneas, y esto es también una de las características implícitas en una colección de microficciones. Este libro de Vique mantiene la calidad de los anteriores, incluso me atrevo a decir que los supera en ciertas características: más concisión con mayor densidad de significado como resultado de la misma, menos humor pero bien dosificado en los momentos necesarios, más ironía, casi trágica ironía, y un encomiable humor negro del más fino estilo. Encuentro, sobre todo y más importante, mayor profundidad de ideas filosóficas, como si el autor se hubiese puesto a meditar concienzudamente y hubiese obtenido una serie no de aforismos, sino de meditaciones a modo de cuentos orientales, caracterizados por su brevedad y densidad de significado. No es más, pienso, que la primordial función de la literatura en sus modos más originales, cronológicamente hablando: la leyenda, la fábula, y aún más anterior a ellas, la brevedad como espacio suficiente por donde mirar la amplia extensión del mundo escondido tras la engañadora superficie de ese mundo.
Juan Carlos Nigro: Liturgia del mediodía (1987). Los relatos de Nigro, sin duda, evidencian las características poéticas del estilo del autor. Son relatos escritos por un poeta, esto es algo que cualquier lector más o menos avezado puede notar cuando lee estos cuentos marcados por un lenguaje trabajado, donde la metáfora y la predilección por lo absurdo prevalecen. Lo absurdo no por falta de lógica, sino por la lógica invertida, indirecta, propia del lenguaje poético. Lo que se dice involucra, entonces, algo más y algo menos, es decir, que el lector debe descubrir, desentrañar, al principio, acostumbrarse a una prosa poética que parece distraerlo de la historia contada. Luego, pocas páginas después, el lenguaje ha creado un clima, un ambiente. El autor nos ha preparado, entonces, un escenario, nos ha transportado a su época y su espacio propios. Porque más que identificación, lo que estos cuentos provocan en el lector es una sensación de nostalgia por lo extraño. Son historias comunes de gente común, pero comenzando por lo trágico de cada una de ellas, siguiendo por lo curioso de los personajes, y terminando, a modo de fluido que entremezcla estos ingredientes para crear otra cosa muy distinta a los materiales vírgenes originales, el relato de una historia o una anécdota, la descripción de un personaje común y corriente, pero transformados, vistos desde otro punto de vista o con filtros de diferentes colores. Como resultado, los cuentos de Nigro son prosas poéticas que comparten las virtudes de la poesía sin perder la importancia y el hilo de un argumento. Es así, como desde el primer relato, "La puerta violeta", nos encontramos con personajes extraños, apenas esbozados, como entrevistos en pasillos, de paso rápido, o silenciosos, sentados a la mesa de un bar, y donde el clima es creado íntegramente por mérito del lenguaje. No hay intención de realismo, aunque en estos cuentos no hay más que realidad cotidiana, sino una pintura proyectada por un lente que la ha transformado, la ha hecho interesante de contar, por decirlo de algún modo. Los protagonistas y sus intenciones, generalmente, permanecen en el misterio, en la ambigüedad. Es curioso, pero de manera indirecta, el primer relato me ha hecho recordar al cuento de Malllea titulado "La noche sobre Hécuba", tal vez sea la extrañeza y la capacidad de extraviarse y esconderse de ambas protagonistas, de cerrarse en un misterio que les es propio, y que parece justificar sus vidas. Sea como sea, me parece un mérito encomiable esta lejana asociación, porque también los emparenta el clima, la lejana sensación de una época perdida en la ciudad, del misterio encerrado tras paredes y puertas clausuradas. Que Nigro haya sabido crear en todos estos cuentos un ambiente semejante, un clima tan propicio al misterio y la nostalgia, a la tragedia y el recuerdo, es mérito de su destreza para contar una historia con los recursos de un poema.
Alexandr Solzhenitsin: Agosto 1914 (1970). La de Solzhenitsin es una literatura épica. Sus novelas involucran toda una escenografía que no es sólo eso, sino una gran pintura cinematográfica donde aparecen múltiples personajes, donde la voz de cada uno delos es traducida por la pluma certera del autor. Cada capítulo de esta novela toma prácticamente a un personaje diferente, sea militar o civil, de clase alta o baja, comerciante, campesino o estudiante, y acierta con la voz de cada uno de ellos a través de un estilo indirecto, en tercera persona, pero que nos traslada hacia el ambiente y la época, y sobre todo y más importante, hacia la persona a la que se está refiriendo. En un estilo de lenguaje accesible pero no simple, trabajado pero no complejo, logra introducirnos o traernos, más bien, al personaje junto a su época. Es así que en esta novela vemos sucederse personajes apenas presentados, que desaparecen por muchos capítulos, para reaparecer otra vez en medio del conflicto de otros de ellos, y la trama argumental es el escenario de fondo donde los distintos personajes se entrecruzan y muestran sus relaciones más o menos directas o lejanas, pero que conforman un conjunto, un conglomerado, un sistema que parece permanentemente expuesto a la destrucción de y por sus propios miembros. El sistema es el país, el sentido de patria, el sentido de pertenencia, los valores morales y las características del sinsentido que adquiere la política. Entonces, la pluma del autor recorre alternativamente espacios generales, épicos, como espacios personales, intimistas. Lo emocional se tutea con lo histórico, y lo histórico, extremadamente documentado, no avasalla por su pesadez o rigidez porque está entremezclado sabiamente con lo personal y emocional, es decir, con lo individuos que protagonizaron esos hechos. Porque al fin y al cabo la guerra es una cuestión de cifras en un libro de historia, pero sus muertos y sobrevivientes reclaman más que un número en las estadísticas. Sus emociones se expresan a través de autores como Solzhenitsin, preocupados por el drama contemporáneo, tanto por los sentimientos y como por las causas. De este modo, lo real e histórico, contado de un modo novelesco, se torna ficción, pero no para disminuir su importancia, sino para resaltar otros planos de la realidad, planos más profundos que nos hacen sentir y pensar más allá de los simples efectos y resultados de una guerra. El lenguaje también se sirve de la ironía cuando habla de estrategias políticas y militares, de la crítica cuando habla de resultados y situaciones, es cruento cuando debe serlo al contarnos los pormenores de la guerra, es tierno cuando nos cuenta de mujeres y niños, de jóvenes estudiantes esperanzados e idealistas, es heroico cuando cuenta las acciones de regimientos diezmados por el enemigo. El estilo es un sabio equilibrio entre todos estos factores, y es así que encontramos fragmentos donde en medio de una pintura general, el autor se da espacio para darnos un detalle que pinta a un personaje y su sentimiento en un momento dado: "Oria se colocó junto al tronco del castaño, sin tocarlo; no parecía mostrar deseos de relajarse, de dar descanso ni a la pierna derecha ni a la izquierda. Miraba más bien con un gesto burlón y bondadoso", o el siguiente que lo pinta de cuerpo entero: "Aquel ucraniano que parecía salido de un cuadro, de facciones duras, espesas cejas, nariz grande y ancha, con un traje de ciudad que parecía un disfraz de carnaval, por su humor y su dignidad patriarcal, y más que nada por el viento de la estepa que entraba con él y que hacía revolverse los papeles en la mesa...". Esto es suficiente para demostrar el frágil y eficaz equilibrio entre lo ya nombrado, y también para conjugar las características personales con los elementos escenográficos que rodean al personaje. Como si los hombres y las cosas que lo rodean, aún transitoriamente, se aunaran para conformar una personalidad determinada. Gran parte de la novela es ocupada por los personajes y tramas militares, y los personajes principales, como el general Samsonov o el coronel Vorotintsev son los protagonistas a través de los cuales el autor se sirve para expresar sus opiniones críticas, pero que nunca son mensajes de moral sino simples hechos novelescos que llegan al corazón del lector pasando primero por el filtro crítico de su pensamiento. Critica la hipocresía y los intereses subyacentes en la guerra, la corrupción tanto de oficiales como de soldados, la forma en que los regimientos son utilizados como conejillos de indias, abandonados a su suerte luego de un juego que se da por perdido. Otro ejemplo del equilibrio entre lo histórico y lo emocional lo da este párrafo que describe a un enfermera inmediatamente después de un breve monólogo donde se habla de los saqueos realizados por los soldados: "Si no fuese por esta sucia guerra, no habría aparecido aquella muchacha vestida de un blanco tan impecable con la cofia ceñida a la frente, hasta las mismas cejas, tan severa y limpia". Por último, citamos el siguiente ejemplo, la meditación de un general en medio del enorme bosque de Grunfliess, poblado de enemigos, que sintetiza toda una intención ya realizada en el resto de la novela, un momento breve, épico e íntimo, como la naturaleza del hombre: "La quietud era absoluta. Un silencio universal completo, ningún choque de ejércitos, únicamente el soplo de una fresca brisa en la noche. Rumoreaban las copas de los árboles. No era un bosque hostil: no era ni alemán ni ruso, sino de Dios, y acogía en su seno a todos los seres". Si algunos personajes quedan en el tintero, especialmente los civiles, es porque esta novela forma parte de un tríptico inconcluso, dedicada la primera parte a sólo 11 días de la guerra. Como en las novelas de Dos Passos, Solzhenitsin dedica capítulos a documentos de época, a fragmentos cinematográficos, pero en mucha menor medida que el autor norteamericano. El interés de Solzhenitsin es documental e histórico, pero su historia está escrita en papel impregnado de olor humano, tocado por cientos de manos, manchado y releído, con marcas y señales, huellas dejadas por el íntimo rumor de un aliento, un exabrupto o una lágrima. Huellas del corazón humano.
Ilustración: Greuze Jean Baptiste