domingo, 28 de noviembre de 2010

EL ROSTRO DE LOS MONOS


Tercer libro de relatos, publicado en 2010, que contiene textos escritos desde 1996 hasta 2005, continúa una tendencia que comenzó con Los Casas. Ya no existe una conexión solamente entre los cuentos de este libro, como puede encontrarse, por ejemplo, en "Los chicos de la plaza", "La patria del sábado" y "Cecilia"; o entre los cuentos "El viejo David" y "El estuche de la tuba", donde hay personajes que reaparecen y ambientes que se repiten. A diferencia de Los Casas, la interdependencia entre los cuentos es menor, más cerca de lo que sucede en la colección Los seres intermedios, pero se acentúa otro aspecto que ya se anunciaba en éste último libro de relatos mencionado: la relación entre libros por encima de la relación entre los cuentos de una misma colección. Por lo tanto, en el relato "El mar" nos encontramos con un personaje que es hijo del protagonista de "El enterrador", relato de Los seres intermedios. "El balneario" retoma la misma playa que ya vimos en relatos del mismo libro, y la playa donde ocurren los sucesos de "Max" de Los Casas. En "El rostro de los monos" se desarrolla un caso policial mencionado en "Los oscuros". "El asilo" retoma, en tiempo pasado, el lugar de "Los dirigibles". Pueden hacerse otras muchas relaciones entre estos y otros cuentos no mencionados. Como se ve, el objetivo es crear no mundos independientes, sino un mundo que contenga múltiples y dispares conexiones, lazos determinados a la vez por la lógica como por el azar. Como ya lo he explicado en oportunidad de comentar los otros libros, esta tendencia no fue intencional, sino que se dio paulatinamente a medida que los personajes surgían en el proceso creativo y ellos mismos iban exigiendo nuevos espacios, llamando a nuevos personajes, reclamando contar sus historias inconclusas. En esta tercer colección aparece un nuevo personaje protagonista, el doctor Mateo Ibáñez, cuya importancia radica en que reaparecerá más tarde en nuevas historias. En cuanto a contenido y tono, estos cuentos se acercan más al desarrollo psicológico de los personajes, a través de historias concretas y trágicas. Nos alejamos de lo fantástico, que predominaba en la segunda colección de cuentos, para centrarnos en relatos contemporáneos y realistas, aunque en un par de ellos pueden advertirse ciertos elementos levemente fantásticos, pero que fácilmente son factibles de adjudicarse a la psicología alterada de los protagonistas. Estos cuentos nos traen personajes perturbados por sus propias limitaciones, obsesiones y odios, celos y amores incestuosos, deseos de venganza, inseguridades, traiciones, etc. Todos estos elementos eminentemente humanos nunca se dan por si solos ni explican por completo la conducta de los personajes, sólo son clasificaciones que utilizamos para comprender hasta cierto punto algunas conductas. Pero los cuentos no son historias clínicas, sino meras historias que cualquiera podría contar en la vereda de su casa, comentando un hecho policial del barrio, o en la sobremesa de un domingo en la reunión familiar. La razón del título del libro, además de ser el de uno de los cuentos, es que todos los personajes de este libro se encuentran en situaciones donde la parte primitiva, instintiva y casi siempre violenta se manifiesta de manera espontáneo y a veces planeada. Esta mezcla de animalidad y razón lleva a los personajes a actuar contra otros o contra sí mismos, no siendo sus conductas sólo una manifestación patológica de su psiquis, sino una muestra de la naturaleza humana en general.
Debo mencionar el privilegio de contar con el prólogo de Fabián Vique, quien halló la intenciones inconscientes del autor al describir con certera y lúcida eficacia dos puntos trascendentes: uno, cuando nos habla de la independencia que cada cuenta reclama para sí, aún cuando forme parte de un todo; segundo, cuando nos dice que la interconexión de historias y personajes permite que nada sea definitivo entre los cuentos de los tres libros, "ni siquiera el pasado". Esto me parece de una extrema belleza poética. La editorial Macedonia, que se encargó de la publicación, pertenece a Fabián Vique.
Unas palabras sobre el epígrafe. Originalmente, esta colección tenía como epígrafe una frase de Juan Carlos Onetti, que se refería a un olor evidente que los personajes fingían no sentir. Era un símbolo del contenido de los textos y del cuento "La memoria" en particular, que entonces encabezaba la obra, porque, como ya hemos hecho referencia, los personajes están en medio de situaciones trágicas, y la idea general del libro era una pregunta: si no hay memoria, ¿hay culpa? Pero poco tiempo antes de la publicación hallé una frase de Abelardo Castillo en el que es, si no me equivoco, el último cuento de El espejo que tiembla, y como ya había decidido que el libro llevaría su título actual, me pareció una frase contundente y terriblemente exacta para poner como epígrafe, porque de esta manera título y epígrafe coincidirían de manera prácticamente directa. Esto no es dejar de lado al gran Onetti, al cual considero más trascendente que Castillo, sin desvalorar los enormes méritos de éste último, sino simplemente adecuar lo más cercanamente posible entre sí los diversos y múltiples elementos que constituyen la publicación de una obra literaria.
Para terminar, quiero mencionar que esta colección en su integridad fue finalista en el Premio Casa de las Américas de Cuba en el año 2008, siendo publicado el cuento del título en la Revista Casa. El mismo cuento recibió una mención en el Concurso Leopoldo Marechal de Morón en el año 2005, y "Cecilia" fue finalista en el Concurso de la Fundación Tres Pinos en el año 2009.
El libro contiene los siguientes cuentos:
1- El mar
2- La memoria
3-El balneario
4- Cecilia
5- El asilo
6- El libro
7- El dibujo
8- La patria del sábado
9- El rostro de los monos
10- El flaco
11- La biblioteca
12- El estuche de la tuba
13- El viejo David
14- Los chicos de la plaza
15- Comentarios para Andrés
16- Gloria
17- La fiesta de cumpleaños
18- El colchonero


                                                                                                                  Ilustración de Steven Einer

No hay comentarios:

La soledad (Alberto Moravia)

Aunque muy distintos uno del otro, Perrone y Mostallino eran inseparables, si bien en realidad no los unía la amistad, sino, como a menudo o...