jueves, 11 de diciembre de 2008

Lecturas

   





  Thomas Mann: Señor y perro (1918) Este libro podría considerarse una obra menor de Thomas Mann, si por menor entendemos no algo de menor calidad literaria, sino de pretensiones más limitadas. Con la rigurosidad y la elegancia típicas de Mann, el autor ha decidido contarnos sus impresiones y sentimientos con respecto a uno de sus perros, en este caso un perdiguero. Su ritmo en ameno, su humor es tierno e inteligente a la vez, su visión es nostálgica y tierna. El tema le sirve para reflexionar sobre la relación entre hombres y animales y de allí extrapolarla a su relación con la naturaleza en general, y el uso que el hombre hace del espacio natural. La relación es armoniosa, parece concluir, mientras de ambos lados no se presenten situaciones extremas y de supervivencia. La caza no es justificada en modo alguno, e incluso los leves rasgos de salvajismo del perro al cazar perdices chocan con la sensibilidad del autor. Sin embargo hay un dejo de nostalgia por una época y un lugar que el tiempo y el progreso irá destruyendo lentamente: las familias aristocráticas y la serena paciencia de los campesinos. Estos temas, tan caros al autor, son entrevistos en los paseos que realiza con su perro. Es un género que no puede clasificarse ni de ensayo o memorias, tal vez simplemente de relato aparentemente trivial, un descanso mental, un trabajo sólo un poco más fácil entre otras grandes obras. Un trabajo a modo de reflexión y comentario, pero no por eso carente de la lucidez típica de Mann. Como posdata, menciono un libro semejante de Manuel Mujica Láinez: Cecil, donde la estructura es prácticamente igual y el resultado igualmente entrañable, sólo que en este caso se trata de un lebrel y las anécdotas están más relacionadas con la visión del arte que con la naturaleza. 
      Thomas Mann: De la estirpe de Odín (Compilación por Katharina Mann de 1952) Estos cuentos de Mann son asombrosos. Los personajes en su mayoría luchan con sí mismos más que con sus semejantes. La causa de esto es la clásica dicotomía entre arte y vida. Los protagonistas se sienten apartados del mundo, y lo más terrible es que mientras más intentos hacen por asemejarse a los demás, más diferentes y ridículos resultan. La sensación de aislamiento es por lo tanto inevitable e irremediable. Algunos deciden sobrevivir del modo más cruel (haciendo ver así el lado que según Mann menciona en La montaña mágica, mueve y rectifica al mundo, dándole vida) como en De la estirpe de Odín, otros continúan sobrellevando su fracaso, como Tonio Kroger (emparentado con Los Buddenbrook) o el personaje de El payaso, y otros optan por el suicidio como en el impecable relato El pequeño señor Friedman. En El armario ropero se adentra en lo fantástico de manera espléndida. En La gran pelea, reaparece un personaje de Tonio Kroger, herr Knak, personaje hasta cierto punto ridículo que también debe sobrellevar ser distinto y sobrevivir en la sociedad a fuerza de pequeñas batallas ganadas. El tema de la sexualidad ambigua se vislumbra en De la estirpe de Odín y en el personaje de Knak, lo cual concuerda con esa zona intermedia donde los personajes se mueven sin llegar a sentirse cómodos jamás. En fin, estos relatos hablan de seres humanos y sus conflictos más profundos e irreconciliables con una vida feliz. La dicotomía tal vez sea arte/vida, a mí se me ocurre que quizá sea individuo/comunidad. Barreras casi siempre infranqueables.      
     Thomas Mann: Los Buddenbrook (1902) Los Buddenbrook es quizá la primera gran novela del siglo XX. Nos habla de una familia del siglo anterior en el transcurso de cincuenta años, pero a diferencia que lo que podría hacerlo Dickens o Jane Austen, su tratamiento no es contemporáneo a lo que narra, y por lo tanto su visión se acerca a la crónica y la saga familiares, de las que tan tristemente se ha abusado luego, con los folletines y las telenovelas. Digamos que en la primera gran novela de la familia de clase burguesa y comerciante, encumbrada en su prestigio por el rápido ascenso y los exitos comerciales. A este primer elemento se le aplica la tan mentada ley de la evolución, cara a los alemanes del la primera mitad del siglo. Es decir, la pureza de distinción se va degradando con el tiempo. Las generaciones se van desgastando, y así como hay ejemplares dignos y fuertes en una familia, están allí también los rezagados, los tontos o los fracasados. Esto no desentona con otra línea temática de Mann: la dicotomía arte/vida, que en el caso de los hermanos Buddenbrook se da como practicidad y comercio/arte o indefinición, y también salud/enfermedad. Pero como todo tiene su climax, y según dice muy bien Thomas Buddenbrook, la enfermedad ya se está incubando cuando la salud muestra su apogeo, como esas estrellas cuya luz vemos en el cielo pero que ya están muertas hace mucho tiempo. El tema social está representado por el encumbramiento y el reconocimiento que los éxitos comerciales tienen siempre por encima de otras consideraciones más esenciales o profundas: el título de senados puedo ser conseguido simplemente por merecimientos de destreza comercial o factores de decencia personal y familiar. El tema de la revolución obrera ronda algunas páginas pero no logra derribar el edificio sólidamente fundado de esta familia. El bastión final de los Buddenbrook, Hanno, es un personaje típico de Mann, débil físicamente, vive en continuo miedo de la vida: la escuela y sus compañeros, la opinión de su padre, todo esto representa exigencias que él sabe no puedo cumplir. Sus visiones nocturnas son extrañas, la escena del funeral de la abuela, sintiendo que ese cuerpo parece un muñeco de cera que ha reemplazado a su abuela, es un pensamiento clásico de estos personajes. Sólo la música parece hacerlo feliz, y sin embargo sabe y sabemos que tamPoco descollará en esto. Es un instrumento nada más, y lenguaje que lo ayuda a comprender lo que los demás no saben explicarle. El personaje de Antoine Budenbrook es el contrapeso, trágico e infantil a la vez, tiene mayor fuerza que los varones de la familia, si como fuerza nombramos a la capacidad de sobrellevar las tragedias y los sinsabores como cosas que simplemente pasan y quedan en el pasado. Los hombres de esta novela son lastimosamente nostálgicos y conflictivos, las mujeres más prácticas pero no por eso menos profundamente arraigadas en el sentimiento trágico. Esta novela es eficaz, a pesar de la relativa inmadurez de ciertos temas más adelante mejor desarrollados (como La montaña mágica), por la simbiosis entre personajes, ideas y hechos: los personajes son el ambiente, los hechos que realizan y sus propios pensamientos a la vez. Esto, es me parece, la base primordial de toda novela que pretenda la excelencia. 
     Juan Rodolfo Wilcock: El libro de los monstruos (1978) Aquí Wilcock, a los 58 años y en el último libro de su vida, demuestra que nunca decayó su talento y su poder de observación y análisis, como tampoco el poder corrosivo de su lenguaje narrativo. Pero este poder no se basa en un lenguaje técnico y gramatical apabullante, sino en la discreción y la simpleza finamente pulida de una estructura que usa como elementos de afinación la ironía y la mordacidad. Son muchos elementos para tener en cuenta al momento de escribir, y quizá sólo pueda lograrse en la madurez. Lo cierto es que en El libro de los monstruos hay un bestiario que no se basa en monstruos de pretendida verosimilitud, sino en seres comunes que de pronto han adquirido una característica que los diferencia totalmente de los demás, y no importa si esta característica se contradice o no con la vida desde el punto de vista biológico. Aquí las leyes son otras, un hombre pde convertirse en un árbol o un conjunto de espejos, puede ser transparente o formado de algodón y paja. Ellos siguen viviendo como pueden, e incluso ser felices, pero el elemento material que los conforma, o la inmaterialidad en muchos casos, o el simple concepto de su existencia, es un medio para demostrar algo. Ese mensaje subyacente está implícito en el fondo de cada narración, pero la irreverente ironía y el humor negro hacen prevalecer la inteligencia, y es ella la que sabe ver lo que hay que ver. A veces la simbología es evidente, como en el relato dedicado al crítico literario, en otras está más escondida, en ocasiones el autor deja entrever una moraleja a semejanza de una fábula de Lafontaine, a quien parecen deberle mucho esas narraciones. Pero en todos hay tal nivel de destreza narrativa, tanta homogeneidad y solidez en la estructura de cada relato, que no es posible llegar al final sin una sonrisa algo amarga en los labios del lector. 
     Jonathan Franzen: Zona Templada (2005) Este texto de Franzen no es un cuento o relato tradicional. Fue publicado en una antología de ensayos de jóvenes autores, y tampoco es un ensayo tradicional. El eje temático es el que sigue: el narrador, un niño de diez años, cuenta una pelea familiar entre su hermano mayor y su padre. Entre la ida de la casa del hermano y su regreso, el autor se explaya en describir su infancia, íntimamente relacionada con la lectura de las historietas de Charlie Brown y su perro Snoopy. Habla del autor de la historieta y su infancia semejante a la de sus personajes, habla de cómo la sociedad norteamericana, inmersa en la realidad brusca de los hippies, la revolución social y la guerra de Vietnam, tenía como medio de entretenimiento masivo estas historietas. No como medio de evasión, sino como lo dice el autor, una forma de resguardo y una esperanza, porque en las historietas hasta la ira es divertida y la inseguridad digna de amarse. Porque todo puede ser resuelto en unos pocos cuadros, y la vida es menos terrible si se la ve desde otro punto de vista. La infancia es un espacio de muchos miedos: la fantasía es una rama de doble filo, nos hace construir y destruir. Lo que tocamos puede ser deshecho fácilmente, y el miedo viene de eso: la fragilidad de las cosas. Nunca más como en la infancia estaremos tan sensibles a estas desapariciones y muertes cotidianas. Y el autor se siente culpable de muchas cosas: de lo que hizo y no hizo. Y esta culpa se traslada en la adultez, cuando somos padres. De allí la rigidez de los padres. Las peleas familiares que surgen de pequeñas tonterías se conviertan en enormes conflictos porque cada palabra es capaz de herir más que la anterior, y a veces las heridas son irreparables, solo cubiertas para olvidarlas por un tiempo. El humor está allí para salvar situaciones: cuando somos capaces de reírnos de nosotros, cuando alguien no hace una broma luego de una pelea, eso no es trivialidad, sino una forma menos difícil de reconciliación. Estos es lo que nos cuenta Franzen, ávido de contarnos los conflictos familiares, agudamente sagaz en esta materia, como lo hizo con Las correcciones, aunque en la novela no hay conciliación posible entre los miembros de la familia, el resentimiento y las diferencias sólo son cubierta con mantos de situaciones cotidianas que parecen tener el simple fin de no rozar las heridas para no recordar que todavía están allí. 
      Jonathan Franzen: Las correcciones (2001) Un padre anciano en progresiva degradación por una enfermedad neurológica. Una madre de ideas inflexibles y de notoria necedad. Tres hijos: uno profesor y escritor fracasado, que busca hacer las correcciones de una obra de teatro impresentable: otro exitoso en el comercio y con familia, pero inconforme con haber cumplido con los que los demás esperaban de él, la hija de profesión incierta, exitosa con cheff, pero ambigua y desorientada en sus preferencias sexuales. Enconos entres los hermanos varones, sumisión e inconformismo de la hermana hacia ellos, relación conflictiva entre la hija y la madre, relación obsesiva entre la hija y el padre, decepción de la madre con respecto a sus hijos, incomprensión entre el hijo casado y su esposa, exigencias del hijo hacia los padres, inversión de papeles. Toda esta enumeración, que podría incrementarse sustancialmente, son sólo nombres que intentan clasificar lo que sucede en esta familia. Lo que transcurre en en medio es el tiempo y los recuerdos de la infancia: imágenes del padre, orgulloso de su trabajo y sus ideas, la imagen de la madre, dedicada a la tarea de criar hijos y cuidar el hogar, sin opción alguna, los juegos entre los hermanos que lentamente se fueron apartando a medida que el orgullo invadía las rencillas cotidianas. Las frustraciones del crecimiento son inevitables, así como como inevitables son los procesos de echar culpas en algún momento a quienes nos criaron. Bien o mal, este es el proceso de convivencia de una familia común y corriente. Podrías ser la de cualquiera, en todo ámbito o circunstancia. Porque no se trata sólo de motivo o actos que nos marcan y causa el efecto, es decir, la personalidad de cada uno en la familia, sino el íntimo sentimiento individual e incomunicables de cada miembro. Cómo forzar la formación de lazos cuando hay tijeras que de pronto aparecen a mano, cómo forzar la convivencia de gente tan diferente con los mismos genes. Quizá los iguales se rechace, como la imagen del espejo que nunca puede ser atravesada. Los resquemores se acumulan y la tolerancia cede y se rinde. A veces deja lugar a un rencor muy parecido al odio. Pero la gente muere y los sobrevivientes recuerdan, y hasta ese recuerdo se va perdiendo junto al amor o al rencor que hemos sentido por ellos. Siempre es tarde, me parece para arrepentirse, siempre hay una culpa que permanece. Los sobrevivientes entonces cambian, como la madre al morir su esposo, cruda verdad: los que se fueron ya no pueden lastimarnos. Impecable tratamiento de personajes, lenguaje exquisito, narración que nunca decae en atención y poesía, a pesar de que son únicamente las aventuras cotidianas de una familia común y corriente. Profundidad humana y lucidez extrema en el tratamiento del punto de vista de cada personaje. Franzen es cada uno de ellos, desde un viejo enfermo hasta una lesbiana. Esta novela es un radiografía de la clase media contemporánea y y análisis exhaustivo de la condición humana. 
     Tobias Wolff: Cazadores en la nieve (1981) Primer libro de cuentos del escritor norteamericano nacido en 1945. Estos relatos abarcan una gama de personajes basta amplia: hay profesores universitarios, estudiantes aspirantes a la universidad, camioneros que salen de cacería, un matrimonio cualquiera que observa la casa del vecino como si fuera propia, otro matrimonio que festeja sus bodas de oro en un crucero, un veterano de Vietnam. Lo común a estos personajes es una cierta característica que que marca sus vidas en algún momento, no trágicamente, sino de forma tan silenciosa que ni ellos se dan cuenta de lo que han hecho. Porque no podemos hablar de que les han sucedido cosas, sino que ellos han optado en algún momento por ellas, como quien aplasta una cucaracha en la cocina. Todos lo hacemos para vivir mejor, para sobrevivir a la degradación que a cada instante comienza a acumularse si nos descuidamos. Y si no somos nosotros quienes matamos, otro lo hará con nosotros. Esto tiene un paralelismo con el relato de los veteranos de Vietnam (Wingfield), aunque en este cuento la supervivencia se da por cauces inesperados y no violentos: cómo el soldado más perezoso e imbécil ha logrado sobrevivir cuando otros más inteligentes no lo hicieron. En la ciudad y la vida cotidiana, todos realizamos proezas semejantes, pero siempre a costa de otro: en La casa de al lado, los protagonistas tienen piedad de la esposa maltratada del vecino hasta que ven cómo ella y él se besan descarada y obscenamente., entonces la piedad ya no tiene lugar, sino la desaprobación. Cazadores en la nieve es un relato más cruento, donde la tragedia ocurrida deviene en una cuasi comedia cuando quienes deben llevar al herido al hospital, se detienen en cada bar del camino para calentarse el cuerpo con cerveza. En Bienes terrenales tenemos un personaje que habitualmente llamamos "perdedor", aquel que quiere hacer bien las cosas, aquel que se contenta con la palabra dada, se empecina en sus principios o quiere pensar bien de los demás, resulta ridículo y pedante a la vista de la mediocridad general, y finalmente en objeto de encono y blanco de personas sin escrúpulos. La pareja anciana de Primera travesía celebra sus bodas de oro, cuya celebración sólo es motivo para que surja, en forma muda y sin que ninguno esté dispuesto a reconocerlo, la ya intuida decepción mutua. El ámbito académico es quizá el menos violento pero quizá por ello el más severo de estos casos: estudiantes que traicionan a sus compañeros para obtener las ventajas de una amistad que los ayude a hacer carrera, profesores que humillan a una aspirante a un cargo para cumplir sólo con los reglamentos. Y este último relato, En el jardín de los mártires norteamericanos, es a la vez el más expresivamente cruento y a la ves el más poético. El discurso final de la profesora aspirante es muy bello y estremecedor al mismo tiempo. Esta poesía prevalece en Caza furtiva y El mentiroso, en ambos el punto de vista familiar y de la niñez expresa los miedos y lo terrible del crecimiento y de la convivencia. A diferencia de otro gran disector de la clase media actual, Jonathan Franzen, Tobias Wolff, por lo menos en estos relatos, da una visión más esperanzada. Para él, parece decirnos, a veces sí hay conciliación. 
     Thomas Mann: La montaña mágica (1924) La Montaña mágica no es una novela fácil de leer. No por lo menos para quien busca entretenimiento únicamente, rápida lectura o acciones continuas. Es una una vela de personajes y de climas, de ideas sobre todo, y no solamente las que estás expresadas, sino las que implica el argumento. Un joven va a visitar a su primo a un sanatorio de tuberculosos en la alta montaña. Va con el plan de quedarse tres semanas, simplemente por cortesía y porque se lo recomendó su médico para descansar. Pero no más de un día después de su llegada comienza a sentir ciertas debilidades, ciertos síntomas que no lo inquietan pero que acrecientas su desgano. El lector intuye algo, presiente que esas tres semanas serán muchas más. Y estamos en lo cierto. A modo de una crónica, el autor se atreve a involucrarse en ciertos pasajes: el objetivo tal vez sea doble, por lo menos a primera vista: aligerar el clima denso alternando el punto de vista, y también el decir que nada de lo narrado es de su exclusiva invención, que todo tiene una base en la realidad, pero que a la vez no puede ser corroborado. Porque lo que sucede en ese sitio de la alta montaña está en manos solamente de los que la han visitado. No es literatura fantástica, y sin embargo hay una nube de ambigüedad que invade el clima de la novela. Algo así como lo que siente Castorp al llegar. El aire al que debe acostumbrarse, los cambios caprichosos del clima, la nieve en pleno verano y el calor en invierno, las copiosas y exageradas comidas, las curas en pleno frío en los balcones, las contradicciones de los tratamientos, los curiosos personajes que lo rodean, como caricaturas de seres reales. Allí la muerte de los enfermos es obviada, se retiran los cuerpos al mediodía, mientras todos comen, se desinfectan las habitaciones y nadie lo menciona a pesar de que todos lo saben. ¿Ese lugar es como la muerte? Quizá. Allí hay libertad y libre albedrío, no hay responsabilidades, ni nadie es obligado a quedarse. Como dice unos de los médicos, la muerte y el nacimiento no forman parte de la vida, porque no somos conscientes de ellos. Venimos y nos vamos de un vacío que desconocemos. Es un lugar para escapar de las responsabilidades de la vida, es es entrar a la vida al darnos cuenta de la muerte cercana. La enfermedad, nos dice la novela, es un acicate del cuerpo, lo hace vivir. Quién está completamente sano, física, mental o emocionalmente. Nuestro estado es un equilibrio delicado entre múltiples factores, somos una máquina permanentemente afectado por miles de amenazas y atentados. Y a veces esa máquina se cansa de defenderse. La montaña mágica desarrolla algunos temas ya vistos en Los Buddenbrook. Hay algunos pasajes que coinciden en su semejanza e intención, por ejemplo en en funeral de la abuela de Hanno y el funeral dl abuelo de Castorp. En ambos casos al niño le impresiona el cuerpo del muerto como si fuera un muñeca que ha reemplazado a su familiar. También Hanno y Castorp tienen similares experiencias sobre el paso del tiempo: uno durante sus vacaciones en la playa, el otro durante sus primeras semanas de estadía en el sanatorio. Esto nos lleva a hablar sobre el tema del tiempo, central en el desarrollo de la novela. Se habla del tiempo a través de los personajes y del mismo autor. El tiempo no como una medida exacta, sino como una sensación puramente particular, y que comprende no algo tan inatrapable e incierto como el paso de las horas, sino el tiempo como conciencia de los cambios fundamentales en las personas, y no tanto en las cosas. La enfermedad como una sensación de estado más que un conjunto de dignos y síntomas, como la fiebre, tan recalcitrante a ser comprendida o valorada según sus causas reales. Lo único real en esta montaña es que un día estamos y al otro hemos desaparecido para los que quedan. La enfermedad o la vida son costumbres, y a ambas nos habituamos. No hay estado al que no nos sometamos con el paso del tiempo. Otra dualidad está expresada en los personajes de Settembrini y Naphta: en el primero la idea del progreso y la ciencia, del iluminismo y el positivismo; en el segundo la idea de la religión como fundamento absoluto, la rigidez en las ideas y el oscurantismo. Dos posiciones que reúnen la mayoría de las concepciones sociales y filosóficas del hombre. Dos actitudes ante la vida y la muerte. El amor de Castorp hacia Claudia es complejo. Como todo amor, es un idealismo. Reconoce en Claudia aspectos que lo desconciertan, pero su amor es mantenido y preservado de la realidad por los recuerdos del amor que concibe desde la infancia. La dualidad del amor: real e imaginario a la vez. El amor dura por haber sido preconcebido, por la belleza sobrepuesta a la realidad de la razón. El amor por el otro es también el amor por uno mismo. Un hombre ama a una mujer y a su vez ama al hombre que está en esa mujer. Hay ciertos rasgos homosexuales implícitos en los personajes: Castorp, Ziemssen, Krokovsky. Hay escasos matrimonios mencionados, y hay desavenencias o indiferencia en sus miembros. La promiscuidad es tolerada pero no mencionada, lo mismo que la muerte, cuyo tema de sobremesa no está bien visto. Quizá para Castorp, la enfermedad le permitió encontrar el amor, pero también la muerte, porque el amor nos duele, así como la enfermedad, y ambos nos hacen consciente de la la vida. Nos hacen temer por la pérdida de aquello a lo que nos aferramos. Esta novela de casi 1000 páginas es una alegoría del mundo, un símbolo no de la vida, sino de nuestra idea de la vida. El tiempo pasa a veces lerdo y a veces rápido, hay humor y hay fragmentos de terrible belleza y conmoción. La sesión espiritista donde Castorp llama al espíritu de su primo muerto, es el clima emocional de la novela. La montaña mágica ficción y es filosofía al mismo tiempo. Una amalgama como el hombre, inabarcable en su multiplicidad, profunda en sus logros emocionales y artísticos, inconclusa en sus respuestas a los planteos de la vida. Genera más preguntas que resultados, pero nos hace conscientes, como la enfermedad, de ese miedo que sólo la contemplación de algo bello puede hacernos tolerable. 
     Gustave Flaubert: Madame Bovary (1857) ¿Cuáles son los elementos para construir una obra maestra? La mayoría de las veces surgen de la forma menos esperada, buscando otra cosa, teniendo en mente otros objetivos menos pretenciosos. Flaubert se había propuesto escribir sobre un tema que en realidad despreciaba: reflejar la mentalidad mediocre de los medioburgueses de provincia. Para ello utilizó un lenguaje simple para obtener por fin un éxito de ventas. Recurrió a efectos y recursos melodramáticos que creyó garantizarían la lectura masiva. El resultado, si bien fue como él lo esperaba en cuanto a la obra en sí misma, tuvo repercusiones muy diferentes y ajenas a la calidad de la obra. Hubo escándalo, críticas y adulaciones por igual; hubo, finalmente, éxito de ventas. Flaubert recurrió a un argumento melodramático muy típico de la novela del siglo XVIII, utilizó recursos estructurales que rozan la parodia por momentos, y un lenguaje muy directo para la moda de la época, donde el autor prácticamente desaparecía en las acciones continuas de los personajes. Las descripciones son limitadas y levemente sensitivas, y casi no hay comparaciones. Hay saltos de escena que sobresaltan al lector, y todo es permanente acción. Todo surge del clima y el ambiente. Pero el principal logro es el haber delineado tan sutilmente la psicología de los personajes con tan escasos recursos. Emma Bovary es el primero y principal de lo típicos personajes flaubertianos: es aquella que no sabe ubicarse, finalmente, en ningún medio. Está perdida, porque en realidad quizá no sabe lo que desea, porque cuando cree obtenerlo, no es feliz. Típica alegoría de la vida, filosofía existencial escondida en los caprichosos y mediocres cambios de ánimo de una mujer de provincia francesa en pleno siglo XIX. Emma se ha buscado sus tragedias, ha sido mala con su esposo, ha sido engañada por sus amantes, pero Emma está perdida en su propio cuerpo. Su mente sueña con las novelas burguesas del siglo anterior, lo mismo e Don Quijote en sus novelas de caballería. Ella busca y aspira otro mundo, como el Quijote, pero mientras él quiere servir a los demás, ella quiere obtener beneficios. Poco le importan los otros, y si se ha casado, es porque no veían nada mejor en su porvenir de provincia. ¿Bovary es tan tonto como parece, hasta el punto del ridículo? En gran parte de la novela así nos parece, incluso ni siquiera tiene una verdadera vocación de médico que lo justifique. Él ha estudiado medicina así como Emma se ha casado, casi por la inercia de la vida. Todos fingen en Madame Bovary. Ella pretende ser mejor, siempre, él trata de conformarla, los amantes de Emma buscan los beneficios de la lujuria el primero, y de la educación sentimental, el otro. Los personajes sufren suspendidos en un medio lleno de neblinas. No ven más allá del largo de sus brazos. Los últimos capítulos, luego de la muerte de Emma, sobresale el clima de la época. El individuo se ha ido perdiendo y difuminando cada vez más a lo largo de la novela. Ellos se pierde, en cambio la sociedad crece, representada por el farmacéutico, quien parece sobrevivir y triunfar por sobre toda contingencia, aún del fracaso que hizo vivir a Bovary. Es boticario, practica la medicina ilegalmente, escribe el periódico del pueblo, hace transacciones políticas y tranza con el poder de turno. La familia Bovary se extingue rápidamente, como absorbida por una sociedad que no tolera la pasividad y la duda, las ensoñaciones de un mundo decadente. En la excelente película de Chabrol se sigue la novela al pie de la letra, pero se exceptúan los dos últimos capítulos. Fiel a su estilo, Chabrol pone énfasis en la personalidad de Emma: cada individuo construye su propio fin, es lo que nos dicen siempre sus películas. Por eso la personalidad de Bovary pierde algo de sus trascendencia: en la novela él descubre la infidelidad de su mujer, y sin embargo, insiste en no creer. A pesar de todo, su alma y su conciencia siguen siendo fiel a la memoria de Emma. Esto lo eleva por encima del piso en el que estuvo arrastrándose a lo largo de la novela, porque es capaz de perdonar y amar, su ingenuidad adquiere tintes más sublimes. Ni siquiera se habla de perdón, sino de indeclinable fe en su esposa. Flaubert escribió esta novela a los 36 años de edad. 
     Gustave Flaubert: La educación sentimental (1869) Flaubert analiza aquí a otro de sus personajes típicos, aquellos que vienen de provincias y aspiran a abrirse paso en Paris, tener como querida a alguna condesa y hacer fortuna. El problema es que Moreau no tiene destreza para hacerlo. Las cosas le salen mal, no sale moverse ni realizar trampas demasiado bien concertadas para sacar provecho. Además, se enamora de una mujer casada con un empresario que a lo largo de la novela irá decayendo económicamente. Ese amor es lo único que respeta, lo único que finalmente parece redimirlo. Pero como en todo Flaubert, las intenciones y las psicologías son ambiguas. No hay, como en Madame Bovary, un clima de tensión y de tragedia inminente. Aquí todo se desarrollo dentro de hábitos cotidianos, pero no por eso menos mezquinos y mediocres. Moreau deja ver su naturaleza mezquina y oportunista, su mejor amigo trata de sacar provecho de lo que Federico parece dejar de la por momentos. Tres mujeres se interesan por Moreau, pero ninguna parece realmente enamorada de él. La única cuya virtud parece invulnerable es la señora casada de clase media, y aún así esa virtud resulta ficticia en muchos fragmentos de la novela. Como en Bovary, todos fingen a su manera. Nadie se salva de una cierta hipocresía, tal vez el precio que todos pagamos por sobrevivir en la sociedad. En algún fragmento, Flaubert reflexiona a través de su personaje, y dice que siempre hay algo que se oculta aún a los seres más queridos, aún en una pareja hay algo que no se dice por no lastimarla, y no sentirse a su vez lastimado. En La educación sentimental el marco social y político es relevante, sin opacar el desarrollo personal de los protagonistas, es más un marco que acompaña y afirma las características de sus acciones. Como diciendo que las traiciones de una época revolucionaria son semejantes a las relaciones entre hombres y mujeres. Nada hay diferente en la naturaleza humana, sea en el ámbito político o sentimental. Se sabe que Flaubert era algo descreído de la los cambios sociales que proclamaba el proletariado, no por defender un conservadurismo a ultranza, sino como quien sospecha a ultranza de toda acción humana. Hay finalmente una tragedia, la muerte del niño que Federico tiene con su amante, pero la reacción del padre es de una indiferencia cruel. Sólo parece redimirse cuando renuncia a casarse con la noble, cuya fortuna lo espera, cuando compra los bienes que la enamorada de Federico ha debido vender al arruinarse. Sin embargo, no lo lamenta demasiado esta renuncia. No ha amado realmente más que a una, y el espíritu de su juventud reaparece ya más maduro y golpeado para realizar un acto de renuncia que al fin de cuentas no tiene más mérito que el de responder a un desprecio mutuo. Pero para él, cuyos fracasos son como los fracasos de ladrón menor, es ya bastante, y por eso el lector no puede despreciarlo del todo. Flaubert hace querible a sus personajes, mezquinos y traicioneros, ingenuos en su estúpida vanidad. Muy parecidos a cualquiera de nosotros. Federico y su amigo terminan solos, como al iniciarse la novela, y sólo encuentran una breve anécdota que los hermana sin condicionamientos ni hipocresías. Las vez que fueron a un prostíbulo y debieron huir de miedo cuando enfrentaron a las mujeres con la iban a acostarse. Ellos se ríen de eso ahora, pero añoran la gracia y la transparencia de aquella temprana época, antes de su verdadera educación sentimental. 
     Juan Carlos Onetti: Dejemos hablar al viento (1979) Cuando se empieza a leer una novela de Onetti, los primeros párrafos parecen confundir al lector. No sabemos bien dónde estamos, sólo somos conscientes de que al abrir el libro caímos en un lugar del todo diferente al nuestro. Muy lentamente, nuestra vista se va habituando a esa luz extraña que las palabras, el tono del autor nos va llevando. Sin darnos cuenta, hemos entrado envueltos como en un capullo por esas palabras tan extrañamente combinadas, que ese mundo ya es otro, donde otras reglas rigen su lógica. En las primeras páginas no parece pasar nada en especial. Oímos los diálogos, las acciones superfluas, codificadas por los personajes mucho antes de que nosotros cayéramos a este mundo. Estamos atrapados y no entendemos una palabra de lo que sucede. Es lo mismo que pasa cuando escuchamos una conversación en un colectivo o en un bar. A partir de las pocas palabras, y sobre todo a partir del tono con que fueron dichas, nos imaginamos toda una historia que con toda probabilidad no sólo es equivocada, sino injusta. Pero en la ficción no podremos ser injustos. El autor crea y nos permite un margen de recreación que está acorde con la verosimilitud de sus personajes. Porque mientras más nos identifiquemos con ellos, más caras tendrán, más rostros para las mismas acciones. Tantas como sean sus lectores. Por eso no podremos ser injustos, ya que jamás seríamos injustos con nosotros mismos a propósito. Medina, personaje principal de esta novela, ha tenido problemas con Brausen, creador y Dios de la región de Santamaría. Ha huido y busca refugio en Lavanda. Lo ayudan dándole trabajo, pero éstos se terminan cuando la persona que debe cuidar muere, y lo asemejan entonces a un casi mensajero de la muerte. En su amante Frieda también ve la muerte: nunca puede atraparla pero tampoco puede huir de ella. Tiene un hijo de otra mujer, alguien a quien supone su hijo, y a pesar de necesitar no reconocerlo, se apega a su recuerdo y lo busca para ayudarlo. Es a él quizá a quien busca ayudar, a él de muy joven. Quiere salvarlo de Frieda, de sus manos de araña que todo lo intentan y todo lo destruyen. Ya estamos dentro del conflicto. Los personajes son más comprensibles. Pero nos preguntamos quién nos está contando. La voz narrativa toma los giros y los puntos de vista de los personajes sin abandonar su voz ajena. Sentimos el color de las diferentes miradas, y sin embargo todas las voces tienen el mismo tono, similares rupturas gramaticales e imágenes que resaltan por lo chocante o por su belleza opaca. No es el autor quien nos cuenta, es el lenguaje, y nos describe no la faz externa de las cosas, sino la cara del reverso, la que no siempre nos agrada ver. El lenguaje es un personaje más en la literatura de Onetti. Quizá el principal. Porque sin el lenguaje y el tono no podríamos habituar nuestra vista a un ambiente tan oscuro como el de Santamaría y sus personajes. Nada puede verse en los lugares cerrados donde la luz nunca entra. ¿Acaso podemos ver en el interior de nuestra alma, realmente? El pueblo y la colonia suiza, Lavanda y las regiones que constituyen el mundo de Onetti están en el interior de los personajes, son mundos que habitan más que mundos habitados. Por eso surgieron de la imaginación de Brausen, y a él vuelve Medina al darse cuenta que, fuera de Santamaría, no hará más que deambular sin vivir. Juntacadáveres lo ayuda a darse cuenta, más exactamente el cadáver de Larsen que lo visita en el prostíbulo. Va a rescatar a su hijo de Frieda, aunque no sea consciente de eso, es lo que quiere. Pero luego de varios intentos por acercarse al hijo, de creer por poco tiempo que lo ha salvado de la mujer, de las drogas, sabe que es inútil. Se encuentra con Frieda, la acompaña a su casa. La ve desvestirse en el arroyo. Al día siguiente la encuentran muerta. Medina, como comisario, encabeza la investigación. Sabemos los lectores que él es el principal sospechoso, el que tiene los móviles para esa muerte. Sabemos también que no va a delatarse. Encuentran al hijo, que estuvo en la casa de Frieda toda esa noche. En la cárcel, el hijo se ha matado y deja una confesión. Dice que él es el culpable. Medina ahora sabe que el hijo es quien lo ha salvado a él, y qué más puede hacer que salvar a la ciudad, a Santamaría de sí misma. Hace preparativos secretos con alguien para que la ciudad desaparezca. Los inocentes lo preocupan por un rato, no demasiado, pero si de inocentes se trata, allí está la prostituta inocente y alegre que lo sigue como un perro a todos lados. Y mientras ve acercarse el fuego, saca la pistola y comete un acto de piedad para con ella. La salva como salvó a su hijo y cómo su hijo lo salvó a él. El autor no necesita muchas palabras para hacer que ese final sea, tal vez, el más impresionante de la literatura americana. Sólo requiere de palabras y climas que se han ido concatenando a lo largo de toda la novela. Pequeños eslabones que forman una gran cadena que ya no es cadena sino madera vital. Si el final nos conmueve, no es porque vemos a la ciudad morir bajo el fuego, sólo uno o dos renglones describen la hecatombe, sino por los sentimientos que han ganado tan enorme lugar en la novela, que se han convertido en el viento que arrastra ese fuego que todo lo destruye. Onetti volvería a Santamaría antes y después. Las otras novelas son más camarísticas, la ciudad alimenta el destino de personajes que ya llevan su carga y su vacío desde mucho antes, como en Juntacadáveres o El astillero, pero en esta novela los personajes determinan el destino de la ciudad. La ciudad toma forma y sentido finalmente, como un personaje que fue construido a lo largo de muchos años y muchos textos. Dejemos hablar al viento es casi un épica, pero no una épica de la moral confundida como Juntacadáveres, o la épica moral del fracaso individual como El astillero. Al quemarse, la ciudad muere por amor filial. El amor de Medina por su hijo y del hijo por Medina, aunque nunca hubiese habido lazo sanguíneo alguno. Y Onetti mata su ciudad con ese mismo amor. 
     Gustave Flaubert: Salambó (1862) Esta novela trata del sitio de Cartago por parte de los mercenarios que la misma república había contratado para ayudar en el combate contra los romanos. La guerra ha terminado y se realiza un festín excepcional, y los habitantes y el gobierno de Cartago creen conformar las aspiraciones de los bárbaros con vino, mujeres y alimentos. Esa noche pasó y ellos se retiran de los muros de la ciudad, pero son espoleados por Spendius, ex esclavo para que reclamen la paga prometida. Incita al principal capitán de su legión, Matho, para enfrentar a Cartago. Legan emisarios y embajadores que intentan excusarse, diciendo que la guerra ha agotado las riquezas. Finalmente los bárbaros deciden atacar Cartago. Simultáneamente, la hija de Amilcar, rey de Cartago, es vista por Matho quien queda irremediablemente enamorado de ella, a tal punto que la única fuerza que le resta después de verla es la que lo hace combatir a la república. La escena y el monólogo de Matho describiendo aquello que aún no sabe con certeza pero presiente, es de las más bellas jamás escritas, un discurso digno del mejor Shakespeare. El tiempo pasa y las batallas se suceden. El velo de la diosa Tanit, protectora de Cartago, es robado por Matho y Spendius, confiando que esta afrenta desmorali\ce a la república. Amilcar ve humillada a su hija, de quien se dice ha conocido a Matho personalmente, y esto la lleva a recuperar el velo. Ella cruza la frontera y entra a la tienda de Matho. Lo seduce para quitarle el velo, y cuando se rinde a ella, Salambó se lo quita y huye. Matho decide combatir más que nunca para vengarse de Cartago y sus habitantes. Las batallas se suceden con ventajas para unos y otros alternativamente. Ambos pierden hombres y equipos. Finalmente, el triunfo es para Amilcar. Pero Salambó, justo antes de ser desposada con uno de los capitanes principales, Nar-Havas, muere por haber sido uno de los mortales que tocaron el velo de la diosa. Mucho sorprendió a los contemporáneos de Flaubert el argumento de esta novela. Acostumbrados a la literatura de costumbres, fue shockeante encontrarse con una novela que transcurría en épocas tan remotas y escrita en un estilo tan cruento y tomándose tantas licencias históricas. Porque no es un documento, es ficción, como si Flaubert hubiese inventado cada uno de los episodios. No hay rasgos de historicismo ni documentalismo apergaminado ni de mera información. Es acción pura y desarrollo exacto y detallado de los hechos como los han vivido los protagonistas. Ellos son tan vívidos y concretamente humanos como Emma Bovary, ellos sienten pasiones y están inconformes con la educación que han recibido. Salambó se pregunta por los dioses, si realmente no pueden ser cuestionados; Matho, hombre de guerra, se ve impelido a pelear aún cuando quizá desearía vivir en paz; Spendius permanentemente quiere demostrar la inteligencia de su origen griego y por lo tanto denostar a quienes lo hicieron esclavo alguna vez. Amilcar Barca parece ser la única fuerza imperecedera, la inteligencia y la destreza por encima de los sabios sacerdotes, él mantiene el orgullo y el honor de la ciudad incólumes. El lenguaje de Salambó es cruento y sin antecedentes para la época. Es épico y poético, sin nada que envidiarle a Homero. Es más, nos parece estar leyendo a Homero con la pulcritud gramatical de los monólogos de Shakespeare. Las descripciones de las batallas, las armas y artefactos de guerra, los animales utilizados, están detallada y bellamente descritos. La muerte y las heridas, las decapitaciones y amputaciones, los cadáveres carcomidos por las aves de presa, todo esto está escrito con un lenguaje que aún hoy resulta impactante y tenebrosamente bello. Cuántos autores del siglo XX, habituados a describir groseramente y con mal gusto, podrían aprender de Flaubert. Por eso, un gran autor no se limita a un género, es capaz de hacerlo bien en cualquiera, porque la destreza y la intuición de su talento saben qué conviene a cada tema. Por encima de los hombres y sus guerras privadas, de los muertos o las repúblicas que hagan caer, finalmente los dioses son los que dan la estocada final. Cartago creía haber triunfado, con su rey y su princesa a punto de casarse con el capitán más valiente de sus ejércitos. Pero la princesa, así como su enamorado enemigo, muere finalmente por haberse atrevido a tocar y envestirse con el velo, por haberse atrevido a sentirse por un instante como un dios. 
     Walter Iannelli: Zumatra y la mecánica de tu corpiño (2005) Lo primero que surge al leer la poesía de Walter Iannelli es que su lenguaje es directo. No hay artificios entre el texto y el lector. pero esta aparente simplicidad es resultado de la elección de un lenguaje que se ha propuesto ser exacto. Exactitud es el nombre para definir a estos poemas, me parece. Para decir, por ejemplo, que en un pedazo de tela se encuentra el universo, no necesita muchas palabras ni una construcción sintáctica compleja. es algo que cualquiera podría haber dicho, quizá, pero no de la manera en que aquí se dice. porque en este caso, la simplicidad magnifica el contenido del poema, como una piedra que produce olas en las aguas quietas que todos tenemos bajo las capas de la conciencia. La poesía de Iannelli explora a filo de machete en la oscuridad de un cuarto lleno de objetos peligrosos que no recordábamos que allí estaban. por eso, cada final deja una sensación de desolación, como cuando compara la espalda de una mujer con un muro. En los poemas del ciclo de Zumatra, lo exótico del nombre da más verosimilitud a las cuestiones que tratan, que no son otras más que la esperanza inútil pero siempre buscada (como los que esperan en Zumatra), la violencia ancestral (los consorcios de Zumatra) o la incapacidad por encontrar más que escombros y suciedad en las calles que forman la mente de los hombres (los lavanderos de Zumatra, uno de los mejores del libro). En estos poemas lo extraño nos permite ver lo que somos como si fuera otro el que lleva tales estigmas. luego viene el retorno, el reflejo que dice que Zumatra no es sino otro nombre de un lugar que todos llevamos dentro. Pero el lenguaje va creciendo en complejidad hacia la segunda mitad del libro. en el poema el sueño, en mi opinión el punto más alto del conjunto, confluyen el lenguaje exacto y a la vez elaborado, exquisito, con el contenido, filosófico y existencial. Aquí, el nombre que no se pronuncia adquiere relieve por las imágenes que intentan describirlo y que lo van alzando hacia el final. Hasta ese abismo desde el que el autor está dispuesto a gritar el nombre de una raza, de un dios tal vez, ese nombre imposible que todos desearíamos escuchar en las ocasiones en que nos preguntamos qué sentido tiene nuestra vida. En una época donde la poesía es enunciativa y enumerativa, repleta de referencias sociales o emocionalidad fácil, como naturalezas muertas que no conmueven por la falta de la luz adecuada (léase talento), los poemas de Walter están construidos sin lugares comunes, con un lenguaje poético diferente porque fusiona la profundidad filosófica con imágenes que suenan frescas pero maduras. habla de hechos y cosas importantes, profundamente humanas. De esos límites entre los que el hombre camina, con pasamanos endebles, desde y hacia dos abismos imaginados. Estos poemas son crueles porque lo intuido siempre es oscuro, son tristes también, aunque lo disimulen a veces a través del humor. Pero sobre todo son implacables. sin embargo, el lenguaje, con lento esmero y eficaz sapiencia, se encarga de rescatar la belleza que hay aún en lo terrible. 
     Carlos Dariel: Según el fuego (2004) Este es el primer libro de poemas del autor, pero es evidente que es el resultado de un muy largo aprendizaje y maduración del yo poético. Porque son trabajos muy elaborados, son versos maduros. Me parece encomiable el haber evitado caer en lugares comunes, con versos que tienen una aparente simplicidad, sin descripciones ni metáforas casi, pero que construyen un pensamiento, una idea, una emoción. Es interesante la idea de definir "el ser"(conciencia) por lo negativo (lo "no ser" de formas definidas: silencio, despojos, sombra, viento, hueco, etc.) Lo único concreto parece ser el fuego, que al fin de cuenta es destrucción (no ser) pero de lo cual queda el "tizón"o construcción de un pensamiento, que como dice uno de los últimos poemas, es un nervio del universo. 
     Gerardo Curiá: Quebrado azul (2004) Gerardo Curiá: Serie los suicidas (2005) Ambos libros son diferentes en la temática, el primero es más urbano, me parece, como ver las cosas y la gente de la calle desde el punto de vista del cordón de la vereda. Ese punto de vista me resultó original. Tiene un ritmo pausado, sin estridencias, que gana en emoción intelectual con elementos cotidianos. Hay allí algún que otro poema más rural, que a mi entender lo conecta con segundo último libro. La piedra azul como fuente y fin de la vida, los dedos dentro de la piedra que trabajan en sus espacios y fabrican musgo, insectos que la habitan, pero finalmente el silencio y la quietud completa predomina, la noche y la piedra azul resumen esto, creo yo. También destaco el poema que habla de quemar la memoria de los dolores, quedando cenizas que no duelen pero convierten el paisaje en algo muerto. Son poemas terriblemente amargos, pero que en conjunto dejan la sensación del asombro, como cuando vemos algo extraño dentro de algo ordinario, pero que no asusta, sino que conmueve por reconocerlo como propio. Son poemas mayúsculos el de los niños y el de la cabra, por su austera sencillez y enorme significado. Haciendo relaciones con otras lecturas, me hizo recordar un texto de Stephen Crane, donde habla de alguien que encuentra una bestia en su camino comiendo un corazón, y le pregunta cómo es, la bestia contesta con resignación que es muy amargo, pero que es su corazón. 
     Alberto Ramponelli: Una costumbre de Oceanía (2006) La mayoría de los relatos están en tiempo presente, y en los que no es así, el pasado es tan inmediato que se confunde con el presente. Esa inmediatez otorga inquietud al clima y le da una sensación de inminente tragedia. Por eso conmueven, no tanto por el lenguaje, que es medido y parco, sino por el clima melancólico y neblinoso de los cuentos, como si cada frase fuese una brazada que aparta la bruma para llegar al final. Otra peculiaridad son las situaciones que rozan lo absurdo, sin embargo ese absurdo se hace real a medida que avanza la trama, y cuando es demasiado trágico para que siga siendo extraño, la sensación de realidad se hace irreversible como una trampa. Hay también una variedad curiosa de registros en los diferentes cuentos, sin cambiar un cierto tono homogéneo dado por el lenguaje contenido y preciso. Mónica Melo: Versión de la noche (2005) En todo el libro no creo que haya un solo poema de más. El diálogo del comienzo, entre dos (o quizá más) voces que hablan y se confunden una con otra, hasta desdecirse y hablar sin escuchar a la otra, se convierte en un monólogo en el final, una voz que se separa y mira a las otras. Representación, tal vez, de la poeta y la mujer que habitan un mismo cuerpo (pienso que no somos ni siquiera dos, sino muchos al mismo tiempo). Las imágenes son sumamente originales por su aparente ilógica combinación("la luna comenzó a agradarse como duda blanca", "el olor de la albahaca entre nueces molidas", "deletrear le permite ser bello", etc). Sobre todo, son altamente poéticas. No hay retórica ni imágenes trilladas. Los temas son importantes, no banales (cuánto hemos leído que habla de estupideces en otros autores masivos). La prosa poética es difícil porque tiende a ser in crescendo, y puede saturar con imágenes que no dicen nada, que están vacías luego de pasar por el intelecto. Me parece que en tu caso el lector puede aferrarse fácilmente a unas pocas referencias que son suficientes para cumplir su objetivo de emocionar. Los temas de la guerra, de la familia y la ausencia, las relaciones familiares y sus roces, de las mujeres y los hombres, son vistos con un ojo nuevo,( se me ocurre que estuviese viendo a una pareja desde la piel de la mujer y la boca del hombre). Creo que los que más me sorprendieron fueron La luna, La batalla, El hambre y Capitulo 15.





Ilustración: William Brymner

viernes, 5 de septiembre de 2008

Lecturas

     





Vicente Aleixandre: Sombra del Paraíso (1944) Poemas de la consumación (1968). Cuando un escritor que se dedica casi exclusivamente a la poesía, y su trayectoria es casi tan extensa como su vida, pasa por diferentes estilos. Estos dos libros de Aleixandre pertenecen al final de su primer período y al comienzo del último. El primero está teñido del espíritu surrealista, con cierto aire retórico y desbordante de esta escuela, pero que nunca cae en el mal gusto o la retórica por sí misma. Los poemas hablan de la contemplación de la naturaleza y la identificación del hombre con ella. El hombre se pierde en ella hasta ser parte del paisaje, y la mujer no es más que otro elemento con el que el hombre se funde. Pero s a través de esta fundición cuando adquiere relevancia, y trascendencia. El segundo libro es más despojado en el lenguaje, los poemas son más cortos, de versos cortados, simples en las ideas expuestas pero complejos por lo que implican. Hablan de la vejez y la muerte en su mayoría, pero la forma no es recargada ni densa, ni siquiera oscura. Hay cierta luminosidad en su simpleza, la crudeza concebida como la descripción de una silla vieja que ya no sirve. El contenido está en el lector, el camino y el vehículo en quien escribe. Es difícil, mantener un nivel de calidad a lo largo de tantos años. Aleixandre supo conocerse en cada etapa de su vida para escribir diferente sin repetirse, única forma de ser fiel así mismo. 
     James Joyce: Dublineses (1914) Primer libro de Joyce, este conjunto de relatos abre la vista a una época y a un lugar que sin embargo son universales. Los comentarios a este libro hablan de la preocupación del autor por el detallismo de ciertos datos de la realidad que quería plasmar, pero ellos no van más allá de lo estrictamente necesario. Hay nombres que casi cien años después no podremos reconocer, pero es sólo un color más en la escenografía, un tono que no conocíamos y que colabora en el trasfondo de los cuentos. Porque lo importante es la forma en que Joyce ha logrado , en un primer libro, fundir los personajes en el ambiente, hasta el punto que la época se ve plasmada por el aspecto interior de los personajes. Sus características son tan perfectamente marcadas y delineadas, que el describir su vestido o forma de caminar es un detalle que nos hace saborearlo como parte de nosotros, algo así como agregar una especia que termina de definirlo completamente. El lenguaje es exacto para el tema tratado. Escueto y meramente descriptivo en ciertos cuentos que más se acercan a relato, con enorme poesía para los más largos y melancólicos. Estrictamente crudos, llenos de diálogos creíbles en aquellos donde predominan la acción o las ideas de los personajes. En todos hay algo más que no se ha dicho, una cierta tristeza, ironía, o algo inquietante que presumimos y que no se nos dice. Joyce abarca un abanico impresionante de sentimientos en sus personajes, desde el oficinista fracasado hasta el burgués humillado, desde un cura que muere llevándose un misterio hasta la simpleza de una empleada que no sabe que pronto morirá. ¿Cuál es el secreto para describir con tanta exactitud el alma de un personaje con quien estamos sólo unos minutos de lectura, como si además de verlos palpásemos su alma? ¿Qué es lo que relaciona un fiesta familiar con un muerto que nadie conoce, y que sin embargo no conmueve como si hubiésemos conocido a todos lo muertos del mundo? Rapidez de la mirada o extrema sensibilidad, intuición o conocimiento previo, Joyce se ha llevado su secreto a esa región de que nos habla sin siquiera describirla , en el final del relato "Los muertos". 
     Pedro Orgambide: Historias cotidianas y fantásticas (1965)  Historias con tangos y corridas (1976) El primer libro es una colección estupenda de relatos. Está dividido en dos secciones. La primera parte es un conjunto de retratos de personajes comunes, trágicamente sencillos, perdedores por su propia cuenta en general. Ellos han elegido en su momento, tomaron una decisión que los ha marcado de por vida, pero parece no haber demasiado tiempo para el arrepentimiento. Éste es una opción más, simplemente. Mientras sus vidas siguen (uno sigue tocando la guitarra para mantenerse, otra continúa su invariable viudez en la playa, otra vuelve a su antiguo empleo de sirvienta, otro regresa a su solitario departamento), a veces piensan que podrían haber elegido distinto, y sin embargo saben que de vivir otra vez habrían hecho lo mismo, porque su carácter define su vida y su vida el carácter que los hizo elegir de esa manera. El lenguaje es escueto, poético y lleno de matices humanos. El último relato de la sección "Los viejos" es magistral. La segunda parte incluye los cuentos o relatos fantásticos. Son más cortos y alegóricos que los anteriores. Todos abordan el tema del paso del tiempo y la inmortalidad. La alegoría parece ser el recurso acorde en este tipo de relatos, que más que abordar la ciencia ficción o lo fantástico como género, lo hace como instrumento para hablar de temas más universales: lo humano y la inmortalidad. Así, un antropólogo es conducido por un botero por un lago donde parecen confluir el tiempo y el espacio, y un niño ve toda la historia del mundo en una fogata. Hay dos relatos exquisitos y sutiles sobre vampiros, que los emparenta con el lenguaje del mejor Mujica Lainez. El relato final tiene la oscura belleza de "Las ciudades invisibles" de Calvino. Estos relatos están tratados con recursos poéticos, ambiguos y sutiles al mismo tiempo, rozando la leyenda pero sin dejar su íntima inmediatez con lo humano. El segundo libro arriba mencionado es desparejo. Hay cuentos con temas triviales, cuya intención humorística no alcanza para justificarlos, en mi opinión. Son descriptivos y tratan una situación localista amena, a veces absurda, que intenta ser el motivo de los relatos. Pero resultan pobres. Algunos temas son trillados, y ni siquiera son salvados por un tratamiento nuevo, sino retórico y casi amateur en su confección. La excepción son los siguientes cuentos, donde nos reencontramos con el mejor Orgambide: Vida y memoria del guerrero Nemesio Villafañe y Elegía para una yunta brava. En menor medida, pero rescatables son: La señorita Wilson, El hombre y el chico (que aunque repetido es conmovedor), Los mellizos (repetido pero eficaz, sobre todo por su brevedad), y El mono (bien, pero demasiado cercano al Torito de Cortázar). 
     Silvina Ocampo: El pecado mortal (Selección de José Bianco) Esta es una recopilación de cuentos hecha por José Bianco para EUDEBA en 1966. Bianco fue un gran escritor, traductor y editor, y sumando a esto su conocimiento personal de la autora, el resultado es absolutamente recomendable para quienes no han leído nada de Silvina Ocampo. Sus cuentos, en principio y ante una primera lectura, deben ser clasificados de extraños. No por el lenguaje, que es comprensible aunque sumamente profesional y exquisito, reposado y limpio de adjetivación innecesaria, pero siempre cargado de significación. Es decir, la frases están construidas para ir sugiriendo en forma constante, pero a la manera de quien insinúa crueldades con cara de completa inocencia. La voz narrativa de la autora parece involucrar varias voces narrativas que se alternan sin barreras gramaticales, siendo sólo el punto de vista lo que se modifica, como en El pecado mortal, donde la narración es la de un personaje testigo que apela a la segunda persona o protagonista, en Icera, donde hay casi una alternancia constante entre el varón adulto y la niña-mujer, o en La pluma mágica, donde el cambio de perspectiva es casi el objetivo argumental del relato. Aquí debemos hablar de la temática fantástica, que de diferentes modos-explícita o sugerida- siempre sobrevuela estos relatos. Pienso que se debe a una conjunción de varios factores que se alimentan entre sí: el lenguaje ambiguo, entre trágico y absurdo a la vez (Las fotografías); los argumentos, que aunque sean cotidianos, siempre tiene un elemento de extrañeza (Las invitadas); los personajes, cuya lógica pensante se aleja de lo racional (Autobiografia de Irene). Hay cuentos donde el humor quiere prevalecer, pero es un humor negro y muy ácido (Las fotografías, El vestido de terciopelo, Celestina). No es fácil entrar en la literatura de Silvina Ocampo. Es de esos autores que gustan de entrada o no lo hacen nunca. Su estilo está íntimamente fusionado con la sensibilidad estética de la narración, es decir la música interna y la lógica extraña de sus argumentos.            
     Daniel Moyano: "La espera" y otros cuentos. Esta es una selección de cuentos publicada por Centro Editor en 1982. Se incluyen relatos de cuatro de sus libros de cuentos. El estudio preliminar ubica a Moyano dentro de dos vertientes: la realista y la kafkiana. Para quien no lo ha leído previamente y lee este estudio, la impresión me parece algo limitada, si no parcialmente errónea. Si bien los elementos comunes de casi todos lo relatos es un tipo de familia constituida por un tío patriarcal, bueno o malo, una tía más pasiva, primos en gran número y un protagonista o narrador huérfano que vive con ellos, y el ambiente social de recursos económicos escasos, el clima oscuro y desolado de los cuentos conduce a una visión más interior que exterior. Es decir, las preocupaciones el narrador son claramente más psicológicas y emocionales que socioeconómicas. Todo se demuestra a través de lo que hacen y piensan los personajes, y aunque los diálogos no abundan, la voz indirecta tiene el tono adecuado para transmitir el ambiente a través de la visión de los personajes. Hay una interrelación casi imperceptible entre el personaje y el lugar, ambos se alimentan y son dependientes uno del otro. El primer libro "El monstruo" trabaja sobre todo el simbolismo a la manera kafkiana: siempre hay algo que no se ve o se busca o se teme, algo que no es definido pero que marca la vida del protagonista. El segundo y tercer libros "La lombriz" y "El fuego interrumpido", son más maduros, y aunque continúan en el mismo estilo, el escenario va ganando protagonismo y los conflictos de los personajes se hacen más concretos, dos ejemplos excepcionales son El rescate y La lombriz, donde la obsesión de los protagonistas por otro personaje está íntimamente relacionado con un campo árido, en el primer cuento, y una casa, en el segundo. Otro cuento magistral es El perro y el tiempo, lo que nos lleva al tercer factor en común: el protagonismo de los niños y su visión particular, a veces directa y a veces filtrada por la evocación desde la adultez. El cuarto libro incluido "El estuche del cocodrilo", cambia parcialmente la tendencia: es más explícitamente realista, pero a la vez gana en intensidad por tener un lenguaje más escueto y ser cuentos más breves. El simbolismo gana en estilo particular, en relación con el primer libro, y resulta más cruento y más poético al mismo tiempo. 
     Jeremias Gotthelf: La araña negra (1842) Esta novela corta ha sido un hallazgo para mí. Pastor evangelista, teólogo y escritor suizo, Gotthelf es autor de trece novelas, cuyos objetivos, según refiere la bibliografía, fue realizar enseñanzas moralizantes a través de su escritura. A juzgar por esta novela, su objetivo era enseñar a pensar más que moralizar o imponer dogmas. Veamos: una comunidad sometida por un señor feudal realiza un pacto con el diablo para poder cumplir con las exigencias de su señor, pero debe entregar un niño no bautizado a cambio. Pasa el tiempo y el pueblo va postergando la entrega, aún cuando ya ha obtenido el beneficio esperado. Pero el diablo besa a una mujer y deposita en su mejilla el germen de una plaga, la araña negra, que hará estragos en la aldea. El autor usa un lenguaje alejado de la alegoría o la leyenda, es explícitamente terrorífico pero ambiguamente moralizante. Porque al finalizar la novela nos preguntamos, ¿es esa plaga un castigo del diablo o el brazo represivo de Dios? Cada vez que pecamos, la araña negra hará estragos entre nosotros, entonces: ¿Dios utiliza las mismas armas que su oponente? A más de 150 años de Stephen King, y recordando las buenas novelas de este último, vemos que nada nuevo hay bajo el sol, y un hoy casi ignoto autor, sin vanidad literaria ni descollantes ventas, sin apelar a la grosero ni explayarse en cientos de páginas innecesarias, ha desarrollado una novela plenamente disfrutable, entretenida y que deja mucho que pensar. 
     Samuel Butler: Erewhon (1872) El género de la novela, especialmente en el siglo veinte, ha aceptado muchos cambios y metamorfosis, tantos estructurales, formales y de contenido. Pero no es raro encontrar estas variantes de vez en cuando en la literatura del siglo 19 y especialmente en la inglesa, que ha seguido un camino bastante propio en relación al resto de Europa. Ellos se han distinguido por una literatura de lenguaje exacto, filoso, satírico. Erewhon, anagrama que refiere a "nowhere" o sea "ningún lugar o ninguna parte", es una mezcla de novela de aventura y exploración, de especulación científica y ensayo crítico. Finalmente este rasgo es el que prevalece, ya que es el instrumento y fin de la novela. El autor presenta un país escondido que es una caricatura de la sociedad inglesa, por lo menos al principio. Pero esta caricatura no pretende ser meramente risible o sarcástica. Hay una trágica desventura en los mismos principios morales que rigen esta sociedad. La exageración, propia de la caricatura, deja de ser el único objetivo y es únicamente un medio para destacar la sinrazón de ciertos fundamentos que se consideran indiscutibles, de los que nadie habla porque están instalados, que todos conocemos pero que nadie discute porque son incómodos. Ejemplo: los temas desarrollados principalmente son la salud, la justicia, la educación, la tecnología; de aqui pasamos a otros más metafísicos, el tiempo y los seres no nacidos. En el país de Erewhon la debilidad fisica es considerada un delito, en cambio la alteración mental sólo un enfermedad; los hijos son seres molestos que entran al mundo bajo su exclusiva voluntad y firmando un papel que exonera a sus padres de toda responsabilidad. A su vez, el narrador que explora esta sociedad, aunque pretenda ser objetivo, inserta acotaciones que revelan los mismos males que pretende criticar, por ejemplo, al creer que ha hallado a una de las diez tribus perdidas de Israel, sueña con convertirla al cristianismo y ganar con ello la posteridad. Esta contradicción es un lazo más en el entramado que une sociedad y moral, filosofía y religión; entramado literario que hace pensar más allá del disfrute implícito en la literatura.  
     William Wordsworth: William Wordsworth: Estudio preliminar y antología de poemas Este libro contiene un estudio preliminar de Paul de Reul y una antología de poemas de Wordsworth. El estudio es un buen principio para quien no ha leído nada del poeta, aunque en mi opinión es algo arbitrario en su crítica de los valores negativos del autor, y también algo limitado al adjudicar el mayor mérito a su comunión con la naturaleza. Acierta al decir que el poeta no considera a la naturaleza como un dios, sino que hay una entidad por encima de ella, creadora de la misma y del hombre. Pero creo que se equivoca al decir que no describe personajes. Sus personajes pueden no ser enteramente reales, en el sentido naturalista del término, pero todo personaje literario, especialmente uno desarrollado en un poema, tiende inevitablemente a pasar por el filtro del autor. Por ejemplo, en Lucy Gray, hay una comunión entre el paisaje y el personaje que lo hace conmovedoramente cercano. Creo que es porque el paisaje se personifica, así como los animales y plantas que describe. La mirada del poeta los idealiza, pero no por eso los muestra ajeno al común destino: sabe que todo, aún el viento y el aroma, y también la gloria del guerrero (Carácter del guerrero feliz), se termina. Es un libro correcto para entrar a conocer a Wordsworth, precursor de otros quizá más grandes autores ingleses: Keats, por ejemplo.               
     Horacio: Odas- Epodos (35-15 A.C.) Este libro de Colección Austral, incluye las Odas y Epodos completos del autor del siglo 1ro A.C., en una traducción muy correcta de Bonifacio Chamorro. Quinto Horacio Flaccus ha sido revalorado en la actualidad por su sutil sensibilidad hacia los afectos y debilidades humanos. El autor habla del amor, de la muerte, de la vejez y de la juventud desde una clara y no presuntuosa cátedra de experiencia. Las mejores Odas son las 30 del primer libro, donde cada una es prácticamente perfecta en su música, sutileza y poesía. Su ritmo y concatenación de ideas son completamente modernos, la construcción de los poemas los asemeja en mucho a la estructura actual tradicional, llevando el título de Odas simplemente porque está dedicados o fueron sugeridos poéticamente por alguien: un emperador, rey, dios o amigo del autor. El problema en mi opinión comienza cuando los temas bélicos y míticos prevalecen por encima del valor humano. Cuando estás Odas se convierten en homenajes a dioses y guerreros, sin enraizarse en su realción con el factor humano, dan como resultado una epopeya contada en verso, tediosa y repetida (alejada por supuesto de los grandes logros de Homero). Incluso cae en contradicciones: en el primer libro habla de que su pluma no es apta para hablar de armas, sin embargo esto es lo que hace en casi la mayor parte de las últimas dos series de Odas. Es esperable de un poeta consagrado que ceda intima u obligadamente a resaltar valores impuestos por el estado, pero es difícil encontrar que la profundidad y el vuelo poético vayan de la mano con el compromiso político o social. El segundo libro conserva las características del primero, el tercero bastante menos, pero el cuarto es prescindible. Los Epodos son contemporáneos al primer libro de las Odas, y aunque conservan cierta características frescas y originales de éste, pierden valor frente a sus grandes logros. Transcribo dos versos sencillos y magistrales de la Oda XXIV del libro I: Dura ley...mas alivia la paciencia/ dolores que evitar nos es vedado. 
     Rafael Alberti: Antología poética (selección de Ernesto Sábato) Esta antología de Editorial Losada es un muy buena oportunidad para entrar al mundo del autor, ya que es una antología extensa y bien seleccionada. En este caso, se incluyen libros de poemas de Alberti desde 1924 hasta 1972. Yo conocía únicamente su libro de memorias La arboleda perdida, la cual me gustó moderadamente y sentía curiosidad por su poesía. Comencé a leer la antología con entusiasmo. Los primeros libros son algo inmaduros, pero válidos como camino de aprendizaje en busca y afianzamiento de un estilo y una vertiente siempre presente a lo largo de toda su obra: la canción, la tonadilla española, como forma y el sentimiento alegre y despreocupado, algo inocente y de pronto sorprendido, de la juventud. Pero con Cal y canto, Sobre los ángeles y Sermones y moradas de 1926 a 1928) Alberti llega a su máxima altura poética, que en mi opinión nunca habría de igualar después. En los tres libros mencionados el autor se adhiere a la escuela surrealista, alejándose levemente de ella para tomar un estilo personal. No abandona del todo sus personajes de pueblo, sino que lo eleva y universaliza a través de temas más profundamente humanos. Incluso hay cierto tono fantástico que aumenta los contrastes: pobreza y riqueza, odio y amor, belleza y fealdad, bien y mal, cielo y tierra. Sus homenajes a otros autores o actores del cine mudo, son sutiles en el primer caso, tomando algo del tono de quien homenajea, y llenos de desparpajo y desprejuicio en los otros casos, acordes a la fuerza y vitalidad que estamos acostumbrados a ver en la personalidad española en general. Esta música y jovialidad característica se une a las imágenes completamente nuevas, las rupturas que no son tanto gramaticales como de coherencia estilística. Si embargo, la congruencia no se pierda, sino que gana, como decía antes en contrastes. Ej: El hombre sin ojos sabe que las espaldas de los muertos padecen el insomnio porque las tablas de los pinos son demasiado suaves para soportar la acometida nocturna de diez alcayatas candentes (Sermón de las cuatro verdades). Lamentablemente, llegó la Guerra Civil Española, y con ella el compromiso político, que en este caso el sincero y no obligado, como se nota en la poesía de Alberti a partir de este momento. Los libros que siguen son diametralmente opuestos a los anteriores: no hay surrealismo, no hay sutileza, son trillados y declamatorios, ni siquiera rozan el verdadero sentimiento trágico de la guerra aunque pretenda condolerse de la gente en sus poemas. La poesía y la política difícilmente se lleven bien, por más que vayan de la mano por calles bombardeadas. Una ve una cosa, y la otra otras muy distintas. Hay casos excepcionales, y aún así válidos hasta cierto punto solamente, como César Vallejo y su España, aparta de mí este cáliz. Pero Alberti no ha demostrado ser tan alto como Vallejo, y su poesía se pierde para siempre. Todos sus libros posteriores no son ni la sombra de lo que fuera de 1926 a 1928, por más que lo intente y algún que otro poema valga la pena. 
      Juan Rodolfo Wilcock: El templo etrusco (1973) Gran escritor y traductor (ver su traducción de La condena de Kafka), Wilcock es de aquellos que se han mantenido al margen de la literatura comercial, y que ha desarrollado su obra de una forma muy particular y peculiar. Su lenguaje es técnicamente perfecto y la música de su prosa tiende a ser minuciosamente trabajada. Pero no es complejo ni extravagante por sí mismo, sino por lo que no dice. Sus tramas tienden a reflejar lo absurdo de situaciones cotidianas, resaltan lo curioso y lo extraño de los arquetipos, recorta circunstancias y las pasa por ácido hasta ver el esqueleto de ellas, o por lo menos las figuras extrañas que han quedado de las cosas antes tan conocidas y familiares. Eso es lo que hace en su libro Hechos inquietantes (1960). En El templo etrusco comenzamos a ver una situación simple, cuasi infantil, en un pueblo parecido a los de relatos del campo argentino: personajes algo caricaturescos planean y encuentran obstáculos absurdos a un proyecto muy simple, levantar un monumento, aunque no se sabe para qué o en homenaje a qué. De esta situación pasamos a hechos cada vez más extraños y absurdos, muertes, asesinatos en masa, violaciones, y el tono es del humor más absolutamente negro. Más adelante la fantasía toma lugar, laberintos y personajes subterráneos aparecen y desaparecen como en un desfile fantástico. Pero todo esto narrado de un modo casual, ameno y elegante, con apenas leves e irónicas acotaciones del autor que recuerdan el modo de las narraciones inglesas o centroeuropeas del siglo XVIII y XIX. ¿Qué intenta decirnos el autor con esta novela? Una alegoría, quizá, de la sociedad, una caricatura del comportamiento humano, tal vez. Pero más allá de esto, nos queda el sabor amargo después de una sonrisa, la molesta inquietud de la duda, la sensación de un cierto vacío interior al terminar la novela. Factores inquietantes que el autor se ha encargado de revelar en nosotros. 
     Martín Rodríguez: Lampiño (2004) El conejo (2001) Con respecto a Lampiño, no voy a hablar de lo formal, la ruptura deliberada de las formas, aliteraciones, uso de minúsculas y puntuación alterada, todos aspectos técnicos que se funden con el contenido. Me parece sobre todo importante la unidad de los poemas, que cuentan la historia de un personaje. Lo peculiar de esa historia es que no está contada con acciones, sino con intuiciones, imágenes, hasta convertirse las palabras, el lenguaje, no en una forma de contar, sino en el personaje mismo. El personaje es lenguaje, es estilo. Otro punto es el de las aparentes paradojas, o polaridades si se pueden llamar así: el nacimiento y la muerte (p.45) donde no hay una metamorfosis de uno en otro, sino una transubstanciación, ambos se dan lugar uno al otro y son lo mismo a la vez. La otra polaridad es la de la muerte y la vida (p.69) donde la sombra de los muertos es a la vez la sombra del descanso en que se sacia la sed (vida). La tercera es la del agua y la piedra (p.67) donde la piedra contiene agua, sangre y pulso. La última que quiero mencionar es la del agua y la luna (p.20, 48, 66 y otros) en que el reflejo del mundo está en la cara y la cara crea a la vez el mundo en el que se refleja. Hay una voz extremadamente peculiar, carente de lugares comunes, y aún cuando éstos parecen asomarse, toman un matiz diferente por el lenguaje que viene sonando de los versos anteriores. En El conejo señalo lo mismo que antes en lo que respecta al uso del lenguaje. El autor tiene un peculiar don para sugerir algo diciendo otra cosa aparentemente trivial y desconectada, pero la suma de imágenes da una connotación que se va formando como una nube sobre el poema, y antes de dar vuelta la página allí esta, con una forma que más firme que un reflejo y más inquietante. Rodríguez trabaja con imágenes visuales etéreas más que concretas, pero el lenguaje preciso y austero, simple y fresco, lo hace inmediato y guía nuestra imaginación sin que nos demos cuenta. Su lenguaje modela la intuición innata de cada lector como un artesano experto. Qué es el conejo, nos preguntamos. Basta con leer un fragmento de uno de los poemas: ahí va corriendo por la nieve/o al borde del lago se mira el rostro de miles de años. Insisto, Martin Rodríguez me parece uno de los mejores poetas jóvenes que han sabido expresar el sentimiento y las sensaciones de una generación urbana formada en la última década del siglo. Porque no necesita recurrir al lenguaje coloquial y rupturista para ser contemporáneo, sino que funde la visión simple de lo cotidiano con la poesía, y el resultado es una amalgama muy particular. 
     Stephen King: Todo es eventual (2002) Muchas veces se ha dicho que el autor es el menos indicado para juzgar su obra. El mismo King lo ha mencionado en su libro Mientras escribo, pero precisamente quien enseña no siempre sigue sus reglas. Esta colección de cuentos demuestra tal afirmación, y cuando se reúnen demasiados cuentos, se corre ese riesgo. Catorce cuentos sin embargo no son muchos, pero pueden ser más que suficientes si su extensión los acerca al relato largo o la novela corta, teniendo en cuenta además la tendencia, reconocida por el mismo autor, de escribir con largas cadencias y en ocasiones, excesivamente. Primero, vamos a sacarnos de encima, a ignorar, la mala hierba. Los comentarios a los cuentos, que King mismo consideró superfluos en otros libros y a los cuales dice haber cedido para satisfacer a sus lectores, en este se extienden demasiado y no agregan nada, es más, tienden a justificar errores o explicar lo que no necesita ser explicado. Hay dos relatos fallidos: Sala de autopsias número cuatro y Todo es eventual. Justo el que abre el libro y el que nombra a la colección completa. A esto nos referíamos al decir que el autor no siempre acierta al elegir sus mejores textos. Ambos cuentos fallan en la resolución, son atractivos durante muchas páginas, hasta originales en cierta forma, pero el final parece escrito y resuelto por un autor cansado y apurado por terminar. Descartado lo anterior, lo que queda son doce relatos que en mayor o menor medida, demuestran la ductilidad de King para los géneros y las voces narrativas. Siempre me ha sorprendido la capacidad para cambiar el tono del lenguaje. La forma de hablar de sus personajes varía con la edad, el sexo, el ambiente en el que transcurre su historia. A su vez, los giros y expresiones comunes en los diferentes relatos hablan de una misma sociedad, que King ha sido eficaz en describir. Los personajes son expuestos a situaciones caóticas, absurdas en ocasiones, donde deben demostrar su coraje pasa salir de tales horrores. Cuando todo se tranquiliza, lo que resta no es lo mejor que pudo haber sido. De lo exteriormente fugaz, de las muertes, la sangre, los cuchillos, nos quedamos pensando, como el personaje lo hace al descubrir cosas que no sabía que existían en su interior y en el de los otros. Por eso son tan patéticos los finales de relatos como La teoría de L.T. sobre los animales de compañía o Almuerzo en el bar Gotham.En otros cuentos prevalece la realidad llana, pero tan violenta como la de la imaginación. Lo que hay en común en cuentos como La habitación de la muerte y La muerte de Jack Hamilton, no es la violencia, sino la interioridad de los personajes, que siempre y a pesar del peor horror, tienen un mínimo instante para el humor, para burlarse de sí mismos. A los dos anteriores se relacionan Todo lo que amas se te arrebatará y La moneda de la suerte, donde las situaciones son comunes y simples, pero los personajes grotescamente complejos. Hay dos cuentos donde lo sobrenatural y lo inexplicable prevalecen, y este elemento es eficazmente plasmado a pesar de tratarse de variaciones de mitos reiteradamente recreados por la literatura y el cine. Hablamos de 1408, y en mucha menor medida El virus de la carretera viaja hacia el norte (el más débil de estos doce). Un relato aislado lo constituye Las hermanitas de Eluria, parte del mundo de la Torre Oscura, y que evidencia la fuerza poética y lírica de cierta rama del lenguaje de King. Dejamos para el final los dos mejores relatos de la colección: El hombre del traje negro y Montado en la bala. Ambos comparten un personaje expuesto a situaciones sobrenaturales, con el descubrimiento posterior de su propia naturaleza interior. La figura de la madre sirve de pretexto para descubrir horrores o amores incondicionales en el alma del protagonista. Uno de los personajes se pregunta qué haría si tuviese que elegir entre la vida de su madre o la suya. El otro, vivirá para siempre inquieto preguntándose cuándo volverá a aparecer esa figura horrible y extraña que lo hizo enfrentarse a la parte oscura de su familia. Los temas pueden ser los de siempre, algunas frases también, lo mismo que el gusto por lo escatológico y lo bizarro. Los escritores demasiado prolíficos, aún a pesar suyo y siempre que sean sinceros con su propia obra, tienden a tener extensas obras de calidad dispar. Pero la temática de King ahonda sin duda en el alma humana. Con él descubrimos que sea de donde sea que surjan los terrores, todos ellos terminan perturbando la esencia original de los hombres, echando raíces, y creando seres de los cuales, durante toda la vida, intentamos apartar la mirada. 
     Alberto Ramponelli: Viene con la noche (2005) El lenguaje del autor es sumamente cuidado y preciso, casi elegante comparado con lo que se lee en la actualidad. El tono elegido para contar también es muy controlado, tiende únicamente a desbordarse en la zonas adecuadas, donde la tensión lo requiera, y aún así lo hace muy someramente. La tensión se ve realzada con el recurso de develar poco sobre los personajes, sus personalidades siempre se mantienen en una zona ambigua, porque el misterio es su principal cualidad. Lo que no se dice se desprende de las acciones, y aunque los diálogos son claros y transparentes, transcurren precisamente en la zona superficial o cotidiana. Esto colabora a que el lector sienta que las brujas, buenas o malas, pueden habitar en la casa de cualquier vecino. La trama tampoco deja puntos sueltos, explica y razona a través de los diálogos y los pensamientos para que el personaje vaya desenrollando el misterio que lo envuelve. El lector sigue estos razonamientos como en una novela policial, género al cual se acerca en estilo, por lo menos parcialmente. Como en la novela anterior del autor (El último fuego) lo extraño nace de lo cotidiano y hasta de lo que parece banal. El punto de vista alterna según los personajes, aunque predomina el omnisciente limitado de la protagonista. No hay hechos desmesurados en el plano real, todo lo fantástico ocurre en el plano onírico, por lo tanto el misterio, al mantenerse ambiguo e impreciso, no pierde su capacidad de inquietar, porque nunca se devela del todo, sino que se insinúan las posibles y variadas respuestas. Lo que las protagonistas saben al enfrentarse entre ellas, lo saben por transitar esa otra zona a la que el lector accede por momentos. El lector no duda de las respuestas, pero no se le explica no si demuestran con hechos grandilocuentes o de magia. El resultado de esta técnica es curiosa: una mezcla de novela con ciertos rasgos localistas, trama fantástica y policial, periodística a veces en su austeridad. Pero sobre todo siempre fiel a un estilo y a un lenguaje sobrio y comprometido con los recursos expresivos. 
      Daniel Durand: El Krech (1998) El cielo de Boedo (2005) Ruta de la inversión (2007) La poesía de Durand es esquiva a la clasificación. Tiene rasgos, en cuanto a temática, de la poesía urbana, un leve tono orillero en ocasiones, donde lo coloquial prevalece siempre pero tamizado por la mirada melancólica del poeta. Tal vez ésta sea la sensación principal que me provoca, una cierta melancolía no por algo que se ha perdido ni algo que se busca, sino por el presente. En prácticamente todos los poemas de los dos últimos libros mencionados hay una sensación de tristeza indefinida que no denotan las palabras del poeta, sino el clima que éstas crean. Y eso es poesía verdadera, me parece, no golpear con palabras altisonantes, sino que las palabras cedan su significado a un todo, y que ni siquiera un verso resalto por sí mismo más que por la emoción que crea. Aquí la emoción es más que nada un estado permanente de inquieta incertidumbre. Sólo sabemos lo que vemos en el cielo de nuestro barrio, en sus calles, los adoquines y las veredas, las chicas de enfrente, las bicicletas y los negocios. Todo esto se convierte -en esporádicas y sutiles menciones, nunca enumeraciones innecesarias- en material para otra sustancia menos concreta: el estado presente de no saber más que lo que sentimos. La desilusión amorosa, los amigos, el trabajo, las lentas tardes barriales, son elementos de Ruta de la inversión. En El cielo de Boedo hay, a la manera de Las cuatro estaciones, una descripción concienzuda de los cambios provocados por el clima en las calles del barrio, tan detallada que parece casi no tener objetivo. Pero las cosas descriptas cuentan algo que no entra por los sentidos habituales, ellas se agolpan y acumulan en nosotros, depósito que no sólo almacena sino que digiere lo que recibe. El Krech es algo diferente en la temática, no en los recursos poéticos, siempre exactos y originales. Aquí hay un mundo imaginario y una trama sólo sugerida por una mezcla de imágenes que difícilmente puedan clasificarse. El aparente delirio en este caso en productivo porque hay un clima casi futurístico bien construido por las austeras sugerencias. Esto es lo principal, me parece. Durand no necesita de grandes palabras para forzar al lector a imaginar, sólo sugiere, sólo menciona y el resto lo hace la imaginación del lector. 
      Nadine Gordimer: Historia de mi hijo (1991) Capricho de la naturaleza (1987) Estas dos novelas de Nadine Gordimer tiene como tema predominante y trasfondo inevitable la sociedad sudafricana y el apartheid. Su literatura entra en el ámbito político, su literatura es política, porque ella aplica a su forma de vivir, y por lo tanto a su obra, el criterio de que todo lo que hacemos en este mundo es política: la forma en que actuamos influye inevitablemente en los demás. Sea un sentimiento o un acto, al fin de cuentas tiene su reacción el el otro, como una onda expansiva que a veces es tan inesperada y sutil como el silencio. Y el silencio es parte de los personajes de sus novelas, sólo una parte, porque cuando el silencio de la complicidad es finalmente vencido, los personajes actúan, se comprometen y por lo tanto sufren por sus convicciones. Ella ha demostrado que se puede hacer literatura política sin que las ideas abrumen al lector ni saturen la trama. Por las historias son los personajes, y aunque ellos hablen y proclamen idean, compartidas o no por el lector, éste último está oyendo y viendo a los personajes y no a la autora. Gordimer tiene la destreza y el talento de narrar con aparente simplicidad historias terribles, que como una bomba, estalla para sorprendernos en el momento más inesperado. Pero no con efectos truculentos, sino con elegante sutileza de lenguaje y estilo. No podemos encontrar en ella lugares comunes en ni una sola de sus oraciones. Sus recursos narrativos son variados: el punto de vista que rota de personaje en personaje, los cambios de tiempo, la utilización del presente casi como un pasado inmediato, el adelantar hechos casi en un arranque periodístico pero que jamás se queda en ello, el contar a través de la sugestión qué puede pensar o hacer un personaje en relación a otro. En Historia de mi hijo el narradores es el hijo en realidad, que cuenta la historia de su padre, con todas las connotaciones psicológicas y emocionales que esto implica. En Capricho de la naturaleza el punto de vista puesto sobre el personaje principal, simple y llano, se va expandiendo hasta convertirse en una obra épica, donde el personaje se va rodeando de voces y situaciones más allá de su influencia, como una cámara que primero enfoca a una solo para luego alejarse y abarcar a muchos cientos, pero el personajes sigue distinguiéndose por contraste. Hay que tener talento y destreza narrativa para logra esto: el cocktail de psicología, comportamiento humano, emociones encontradas, odios raciales, descripción socioeconómica y alta calidad narrativa. Ojalá contar historias como las de ella fuera tan simple como lo hace parecer, pero la aparente fluidez se desliza sobre muchos años que han lubricado los mecanismos artísticos de la autora. 
     Walter Iannelli: Metano (2008) Segundo libro de cuentos del autor, mantiene la calidad demostrada por el primero (Alguien está esperando). Su modo de contar se ha afianzado en un estilo muy particular, difícil de definir o compara con otros autores. El suyo es un estilo que roza lo coloquial, el lenguaje ameno y directo nos relata situaciones cotidianas en general, huecas en apariencia por su repetición diaria. Y sin embargo, algo se va acumulando en el lector atento, no una información de datos o pistas como en una novela policial, sino una sensación de que allí va a pasar algo. Creo que es ese lenguaje directo pero no frívolo el que lo logra: una leve pátina de melancolía, de miedo y de tristeza tiñendo las paredes del camino por los que nos conducen estos cuentos. En Los que vuelven a la casa de Javier, La vida a partir de Teresita, Un tal Roberto Drode, El aleteo de una mariposa en Pekín y Nada no se vuelve a cubrir, Iannelli es un maestro en describir al hombre común medio de ciudad, sus frustraciones sexuales, emocionales y metafísicas. En estos cuentos no hay humor (lo cotidiano y lo común ya lo implican cuando el lector los lee y rememora su propia vida), porque aquí se habla de frustraciones y tiempo y cosas perdidas, personas, hechos y talento ya irrecuperables. Lo que dejan estos relatos es un sensación de identificación. No golpean, lastiman un poco, pero esa herida se va infectando y vemos lo que no veíamos antes en nosotros mismos. Hay otros relatos más teñidos de ironía y humor, por ejemplo Apuntes acerca de la obra de Carlos Nonato Zuñiga, Carpintero, El rincón de la ánimas, y en ellos es sólo un instrumento para contar con otro recurso situaciones sólo un poco más inverosímiles. De ellos rescato especialmente Carpintero, un impecable tratado sobre los lazos entre la impotencia masculina y la religión del mundo occidental. Una curiosidad narrativa de cómo de lo personal se puede volar hasta lo universal, y luego bajar de regreso a lo personal, ya redimido, consolado pero no por ello menos frustrado. Los cuentos Metano y Nada entran en el ámbito de lo fantástico. Ambos, y en especial Metano, son relatos perfectos que no tienen que envidiar a los cuentos de Ballard. Y La caza de la becacina es un cuento con una poética que recuerda a los cuentos de Chejov. Un tal Roberto Drode me parece un excelente relato, tanto por lo bien narrado como por las ideas que trabaja. El tratamiento en primera persona acierta en los dos o tres colores que caracterizan al personaje narrador: una mezcla de costumbrismo urbano, humor y resignación del fracaso. El personaje pasa por diversas etapas en donde la obsesión por Drode es el guía conductor. El tema de la propiedad de las ideas está tratado con preocupación no de poseedor asaltado, sino de pensador. No es la posesión de las ideas lo que preocupa al narrador. El cuento está sugiriendo algo más: quizá el tema del alter ego, quizá el tema del otro y el doble, precisamente otro item literario tan común que ya a nadie pertenece en propiedad. La literatura como tema dentro de la literatura, con el fondo de una comedia negra. ¿Son mis ideas las que ganan concursos, y yo, persona concreta, el que pierde? ¿Soy yo el que no tiene la suficiente capacidad para escribir? Dudamos siempre del resultado de nuestros textos. Tal vez, cuando pensemos decididamente que ya no importan tanto los concursos, que quienes somos está en los que escribimos, podremos deshacernos del Roberto Drode fantasmal que siempre está encima nuestro, acicateándonos y robándonos al mismo tiempo, y volvamos a escribir como lo hace el personaje protagonista del cuento de Walter Iannelli. 
      Orlando Romano: Cáspsulas mínimas (2008) ¿Qué requisitos debe cumplir un microrrelato? Cómo todo otro género literario, el rango de sus posibilidades es amplio. Quizá sólo su brevedad sea el signo único que lo defina. ¿Pero entonces qué lo diferencia de otros textos breves: periodísticos, anecdotarios, humorísticos? Pienso que el elemento literario, ergo poético por definición. Lo que degrada a la poesía es la poética pobre de los poetas mediocres. Lo que degrada al cuento y la novela son los malos narradores. Lo que degrada al microrrelato son los que confunden la brevedad con frivolidad. Si la poesía es exploración del alma humana, así pienso yo, el microrrelato tiene la muy dificultosa tarea de explorarla y explicarla no con metáforas o imágenes como intentan hacerlo los poemas, sino con las palabras fluidas y aparentemente casuales y cotidianas de la prosa. El humor nunca debería estar exento, es un elemento que lubrica el camino por los senderos tortuosos que pretendemos recorrer. Pero no hay que confundir ligereza y tontería con ironía y acidez lúcida y crítica. Los microrrelatos de Romano me ha hecho recordar que este género tiene las más altas posibilidades de expresión, y nada tiene que envidiar a la poesía en su íntima y profunda exploración. ¿Debe un microrrelato ser ambiguo o preciso? ¿Debe tener final abierto o cerrado? Es verdad que el lector tiene que aportar su imaginación, pero el deber del autor es dar las pistas necesarias y contundentes. El microrrelato debe ser específico y no dar oportunidad de interpretaciones confusas o contradictorias. Algo tan breve se define por sí mismo, lo que no quiere decir que sus ondas expansivas s extiendan en el interior del lector como cualquier otro buen texto literario. El famoso cuento de Monterroso, a mi criterio, está algo sobreestimado. Me parece más un comienzo, un consigna a seguir más que un microrrelato. Pero los textos que nos ofrece Romano me parecen el mejor ejemplo de lo que debe ser este género literario. Estos textos son temáticamente fuertes y crueles, irónicamente contundentes como un golpe de puño, poéticamente escritos y narrados. El factor apócrifo es un recurso casi imprescindible en este género cuando trata ciertos temas, Borges ya lo sabía muy bien, y aquí se cumple con muy satisfactoria evidencia. Orlando ha sabido cómo alternar el humor inteligente con la tragedia, ambos, como sabemos, componentes inseparables de la comedia humana. 
      Nadine Gordimer: Hay algo ahí fuera (1984) Si la narrativa novelística de Gordimer es un continuo acierto entre contexto y contenido, es decir un lenguaje estilísticamente maduro y una temática seria abordada también con madurez, sus historias cortas representan un un ejemplo, quizá más acabado que sus novelas, de su destreza y talento para la narración. Cada cuento es una parte del mundo que describe, pero a su vez es un mundo completo con su propia lógica. A la austeridad de adjetivos a la que nos tiene acostumbrados y la descarnada visión de la sociedad que es casi su eje temático, se suma la despiadada visión de los personajes que hace protagonistas de estos relatos. No necesita adjetivar para que sepamos cómo son, a veces ni siquiera ellos saben cómo son realmente, preocupados por sobrevivir en una comunidad, como todas las comunidades en realidad, donde lo importante no es lo que se siente o se piensa, sino lo que se dice o se hace. De allí que estos personajes tengas un interior que desconoces, y que incluso los hace cometer actos cuyo real significado no valoran totalmente. Su casi inocencia los hace más crueles que su probable malicia. Veamos por ejemplo la mujer de Una ciudad de los muertos, una ciudad de los vivos, que denuncia a un militante por el apartheid fugitivo, con cuya causa dice estar de acuerdo, pero que ha roto la serena tranquilidad que deseaba para su familia. O el padre de Kafka, cuya carta es tan lógicamente cierta, que más parece el filo de un cuchillo que una carta. Otros relatos ( Crímenes de conciencia) nos hablan de cómo la militancia política pasa a formar parte de una personalidad, y no sólo un faz de ella. Porque defender una causa noble puede llevarnos a matar, a odiar, y también a conformar una parte del amor de pareja, incluso el perdón. También hay lugar para la reflexión sobre la inesperada evolución de los sentimientos en seres comunes y corrientes, sin compromisos políticos: una pareja que ha ahorrado para comprar una villa en Italia para su jubilación, ve alterados sus planes cuando él se enamora de otra mujer; una mujer negra que sirve en la casa de una familia blanca, acepta en su casa a la mujer y los hijos de su amante que acaba de morir; o la relación aparentemente sin conflictos entre una madre y su hija como resultado de una educación libre y abierta, puede traer aparejada las consecuencias extremas que quisieron evitar. El relato final, casi una novela corta Hay algo ahí afuera, una serie de delitos y destrozos en la ciudad es el fondo de una historia que cuenta cómo cuatro militantes políticos se refugian en un vecindario blanco para prepara un atentado a una central ecléctica. En este relato hay diversos planos: la pareja blanca que sirve de pantalla, los dos muchachos negros que se esconde con ellos, el matrimonio de la inmobiliaria que alquila la casa y representa el status quo de la sociedad afrikans, y alternando estas historias, los hechos de violencia protagonizados por un mono o babuino que nadie ha visto con claridad. La alegoría es evidente pero no por ello menos inquietante. Nunca nada se explicita, sólo se da por sentado como algo implícito entre el autor y el lector. Por eso da gusto leer a Gordimer, ella trata siempre al lector como a un ser a su mismo nivel.
     Arthur Miller: Recuerdo de dos lunes (1955) Ya no te necesito más (1967) Recuerdo de dos lunes es una obra corta de 1 acto, donde la única brecha temporal está marcada por el apagarse de la luces al final de lo que sería el "primer lunes". Luego la acción recomienza sin solución de continuidad. Transcurre en un depósito de repuestos de automóviles, sin ningún cambio de escenario. Podría llamársela una obra de cámara, por lo estrecho del espacio, sin embargo el número de personajes en importante, sobre todo porque cada uno tiene su propia voz característica. Como es típico de Miller, cada uno puede expresarse suficientemente en apenas unas frases de diálogo. Miller es un autor de gran elegancia estilística, pero no escatima la violencia y los grandes desahogos en las voces de sus personajes. Ellos se expresan en los momentos adecuados, ellos lloran o gritan cuando deben hacerlo. No necesariamente son calcos de la realidad, son personales millerianos, es decir: duros y sensibles a la vez, piadosos y crueles al mismo tiempo, reservados y exagerados según la ocasión. Lo que varía sus actitudes es la situación, y ésta es un cúmulo de factores: un gesto o un frase de alguien que ya no soportan, un acto visto en la calle, accidental o provocado, civil o político, la lluvia o el calor, un recuerdo que provoca melancolía o ira. Los personajes millerianos son títeres de sus emociones, y aún sus ideas son emociones porque actúan apasionadamente, aún en el obstinado silencio a veces los aísla. Ya no te necesito más (en realidad, un redundancia de la traducción, el original es I don't need you anymore) es una colección de cuentos que demuestra que Miller no es sólo un gran dramaturgo, sino que domina la técnica narrativa como los mejores narradores norteamericanos. Su experiencia con el teatro le aporta la sutil y detallada visión de las actitudes de los personajes, sus acciones de aparente futilidad pero siempre imprescindibles para conocer su naturaleza anímica y psicológica. Todos estos cuentos tienen una sensibilidad a ras de piel que nunca cae en golpes bajos, los personajes jamás son explicados, sino que son vividos y recreados por la voz del narrador. Todos demuestran una doble naturaleza: Tony de La noche de los armadores, que busca una vida fácil e irresponsable, es también capaz del más inútil sacrificio; Cleota de La profecía, cuyos sentimientos contradictorios son sin embargo capaces de mantener el frío orden de las apariencias; o Gay de Los inadaptados, que se jacta de ser libre pero sabe que para sobrevivir debe pactar con la sociedad de la que quiere escapar. Ya no te necesito es un cuento espléndido que describe minuciosamente, hasta el punto cercano a la extraña locura de la niñez, los sentimientos conflictivos de un niño de cinco años. Miller nos hacer revivir los temores, las desilusiones, la desesperación que un chico siente a esa edad. La desesperación que nos hace sentir amor e ira a la vez, la necesidad imperiosa de ser aprobados y de aborrecer a aquellos de quienes dependemos. Amar y pegar a los seres queridos. La desesperación por comunicar lo que no sabemos comunicar. Por eso lastimamos con palabras que no sabemos del todo qué significan: cuatro palabras como cuatro armas lanzadas a la vez'



Ilustración: Zinaida Serebriakova

La soledad (Alberto Moravia)

Aunque muy distintos uno del otro, Perrone y Mostallino eran inseparables, si bien en realidad no los unía la amistad, sino, como a menudo o...