Vicente Aleixandre: Sombra del Paraíso (1944)
Poemas de la consumación (1968). Cuando un escritor que se dedica casi exclusivamente a la poesía, y su trayectoria es casi tan extensa como su vida, pasa por diferentes estilos. Estos dos libros de Aleixandre pertenecen al final de su primer período y al comienzo del último. El primero está teñido del espíritu surrealista, con cierto aire retórico y desbordante de esta escuela, pero que nunca cae en el mal gusto o la retórica por sí misma. Los poemas hablan de la contemplación de la naturaleza y la identificación del hombre con ella. El hombre se pierde en ella hasta ser parte del paisaje, y la mujer no es más que otro elemento con el que el hombre se funde. Pero s a través de esta fundición cuando adquiere relevancia, y trascendencia. El segundo libro es más despojado en el lenguaje, los poemas son más cortos, de versos cortados, simples en las ideas expuestas pero complejos por lo que implican. Hablan de la vejez y la muerte en su mayoría, pero la forma no es recargada ni densa, ni siquiera oscura. Hay cierta luminosidad en su simpleza, la crudeza concebida como la descripción de una silla vieja que ya no sirve. El contenido está en el lector, el camino y el vehículo en quien escribe. Es difícil, mantener un nivel de calidad a lo largo de tantos años. Aleixandre supo conocerse en cada etapa de su vida para escribir diferente sin repetirse, única forma de ser fiel así mismo.
James Joyce: Dublineses (1914)
Primer libro de Joyce, este conjunto de relatos abre la vista a una época y a un lugar que sin embargo son universales. Los comentarios a este libro hablan de la preocupación del autor por el detallismo de ciertos datos de la realidad que quería plasmar, pero ellos no van más allá de lo estrictamente necesario. Hay nombres que casi cien años después no podremos reconocer, pero es sólo un color más en la escenografía, un tono que no conocíamos y que colabora en el trasfondo de los cuentos. Porque lo importante es la forma en que Joyce ha logrado , en un primer libro, fundir los personajes en el ambiente, hasta el punto que la época se ve plasmada por el aspecto interior de los personajes. Sus características son tan perfectamente marcadas y delineadas, que el describir su vestido o forma de caminar es un detalle que nos hace saborearlo como parte de nosotros, algo así como agregar una especia que termina de definirlo completamente. El lenguaje es exacto para el tema tratado. Escueto y meramente descriptivo en ciertos cuentos que más se acercan a relato, con enorme poesía para los más largos y melancólicos. Estrictamente crudos, llenos de diálogos creíbles en aquellos donde predominan la acción o las ideas de los personajes. En todos hay algo más que no se ha dicho, una cierta tristeza, ironía, o algo inquietante que presumimos y que no se nos dice. Joyce abarca un abanico impresionante de sentimientos en sus personajes, desde el oficinista fracasado hasta el burgués humillado, desde un cura que muere llevándose un misterio hasta la simpleza de una empleada que no sabe que pronto morirá. ¿Cuál es el secreto para describir con tanta exactitud el alma de un personaje con quien estamos sólo unos minutos de lectura, como si además de verlos palpásemos su alma? ¿Qué es lo que relaciona un fiesta familiar con un muerto que nadie conoce, y que sin embargo no conmueve como si hubiésemos conocido a todos lo muertos del mundo? Rapidez de la mirada o extrema sensibilidad, intuición o conocimiento previo, Joyce se ha llevado su secreto a esa región de que nos habla sin siquiera describirla , en el final del relato "Los muertos".
Pedro Orgambide: Historias cotidianas y fantásticas (1965) Historias con tangos y corridas (1976)
El primer libro es una colección estupenda de relatos. Está dividido en dos secciones. La primera parte es un conjunto de retratos de personajes comunes, trágicamente sencillos, perdedores por su propia cuenta en general. Ellos han elegido en su momento, tomaron una decisión que los ha marcado de por vida, pero parece no haber demasiado tiempo para el arrepentimiento. Éste es una opción más, simplemente. Mientras sus vidas siguen (uno sigue tocando la guitarra para mantenerse, otra continúa su invariable viudez en la playa, otra vuelve a su antiguo empleo de sirvienta, otro regresa a su solitario departamento), a veces piensan que podrían haber elegido distinto, y sin embargo saben que de vivir otra vez habrían hecho lo mismo, porque su carácter define su vida y su vida el carácter que los hizo elegir de esa manera. El lenguaje es escueto, poético y lleno de matices humanos. El último relato de la sección "Los viejos" es magistral.
La segunda parte incluye los cuentos o relatos fantásticos. Son más cortos y alegóricos que los anteriores. Todos abordan el tema del paso del tiempo y la inmortalidad. La alegoría parece ser el recurso acorde en este tipo de relatos, que más que abordar la ciencia ficción o lo fantástico como género, lo hace como instrumento para hablar de temas más universales: lo humano y la inmortalidad. Así, un antropólogo es conducido por un botero por un lago donde parecen confluir el tiempo y el espacio, y un niño ve toda la historia del mundo en una fogata. Hay dos relatos exquisitos y sutiles sobre vampiros, que los emparenta con el lenguaje del mejor Mujica Lainez. El relato final tiene la oscura belleza de "Las ciudades invisibles" de Calvino. Estos relatos están tratados con recursos poéticos, ambiguos y sutiles al mismo tiempo, rozando la leyenda pero sin dejar su íntima inmediatez con lo humano.
El segundo libro arriba mencionado es desparejo. Hay cuentos con temas triviales, cuya intención humorística no alcanza para justificarlos, en mi opinión. Son descriptivos y tratan una situación localista amena, a veces absurda, que intenta ser el motivo de los relatos. Pero resultan pobres. Algunos temas son trillados, y ni siquiera son salvados por un tratamiento nuevo, sino retórico y casi amateur en su confección. La excepción son los siguientes cuentos, donde nos reencontramos con el mejor Orgambide: Vida y memoria del guerrero Nemesio Villafañe y Elegía para una yunta brava. En menor medida, pero rescatables son: La señorita Wilson, El hombre y el chico (que aunque repetido es conmovedor), Los mellizos (repetido pero eficaz, sobre todo por su brevedad), y El mono (bien, pero demasiado cercano al Torito de Cortázar).
Silvina Ocampo: El pecado mortal (Selección de José Bianco)
Esta es una recopilación de cuentos hecha por José Bianco para EUDEBA en 1966. Bianco fue un gran escritor, traductor y editor, y sumando a esto su conocimiento personal de la autora, el resultado es absolutamente recomendable para quienes no han leído nada de Silvina Ocampo. Sus cuentos, en principio y ante una primera lectura, deben ser clasificados de extraños. No por el lenguaje, que es comprensible aunque sumamente profesional y exquisito, reposado y limpio de adjetivación innecesaria, pero siempre cargado de significación. Es decir, la frases están construidas para ir sugiriendo en forma constante, pero a la manera de quien insinúa crueldades con cara de completa inocencia. La voz narrativa de la autora parece involucrar varias voces narrativas que se alternan sin barreras gramaticales, siendo sólo el punto de vista lo que se modifica, como en El pecado mortal, donde la narración es la de un personaje testigo que apela a la segunda persona o protagonista, en Icera, donde hay casi una alternancia constante entre el varón adulto y la niña-mujer, o en La pluma mágica, donde el cambio de perspectiva es casi el objetivo argumental del relato. Aquí debemos hablar de la temática fantástica, que de diferentes modos-explícita o sugerida- siempre sobrevuela estos relatos. Pienso que se debe a una conjunción de varios factores que se alimentan entre sí: el lenguaje ambiguo, entre trágico y absurdo a la vez (Las fotografías); los argumentos, que aunque sean cotidianos, siempre tiene un elemento de extrañeza (Las invitadas); los personajes, cuya lógica pensante se aleja de lo racional (Autobiografia de Irene). Hay cuentos donde el humor quiere prevalecer, pero es un humor negro y muy ácido (Las fotografías, El vestido de terciopelo, Celestina).
No es fácil entrar en la literatura de Silvina Ocampo. Es de esos autores que gustan de entrada o no lo hacen nunca. Su estilo está íntimamente fusionado con la sensibilidad estética de la narración, es decir la música interna y la lógica extraña de sus argumentos.
Daniel Moyano: "La espera" y otros cuentos.
Esta es una selección de cuentos publicada por Centro Editor en 1982. Se incluyen relatos de cuatro de sus libros de cuentos. El estudio preliminar ubica a Moyano dentro de dos vertientes: la realista y la kafkiana. Para quien no lo ha leído previamente y lee este estudio, la impresión me parece algo limitada, si no parcialmente errónea. Si bien los elementos comunes de casi todos lo relatos es un tipo de familia constituida por un tío patriarcal, bueno o malo, una tía más pasiva, primos en gran número y un protagonista o narrador huérfano que vive con ellos, y el ambiente social de recursos económicos escasos, el clima oscuro y desolado de los cuentos conduce a una visión más interior que exterior. Es decir, las preocupaciones el narrador son claramente más psicológicas y emocionales que socioeconómicas. Todo se demuestra a través de lo que hacen y piensan los personajes, y aunque los diálogos no abundan, la voz indirecta tiene el tono adecuado para transmitir el ambiente a través de la visión de los personajes. Hay una interrelación casi imperceptible entre el personaje y el lugar, ambos se alimentan y son dependientes uno del otro. El primer libro "El monstruo" trabaja sobre todo el simbolismo a la manera kafkiana: siempre hay algo que no se ve o se busca o se teme, algo que no es definido pero que marca la vida del protagonista.
El segundo y tercer libros "La lombriz" y "El fuego interrumpido", son más maduros, y aunque continúan en el mismo estilo, el escenario va ganando protagonismo y los conflictos de los personajes se hacen más concretos, dos ejemplos excepcionales son El rescate y La lombriz, donde la obsesión de los protagonistas por otro personaje está íntimamente relacionado con un campo árido, en el primer cuento, y una casa, en el segundo. Otro cuento magistral es El perro y el tiempo, lo que nos lleva al tercer factor en común: el protagonismo de los niños y su visión particular, a veces directa y a veces filtrada por la evocación desde la adultez. El cuarto libro incluido "El estuche del cocodrilo", cambia parcialmente la tendencia: es más explícitamente realista, pero a la vez gana en intensidad por tener un lenguaje más escueto y ser cuentos más breves. El simbolismo gana en estilo particular, en relación con el primer libro, y resulta más cruento y más poético al mismo tiempo.
Jeremias Gotthelf: La araña negra (1842)
Esta novela corta ha sido un hallazgo para mí. Pastor evangelista, teólogo y escritor suizo, Gotthelf es autor de trece novelas, cuyos objetivos, según refiere la bibliografía, fue realizar enseñanzas moralizantes a través de su escritura. A juzgar por esta novela, su objetivo era enseñar a pensar más que moralizar o imponer dogmas. Veamos: una comunidad sometida por un señor feudal realiza un pacto con el diablo para poder cumplir con las exigencias de su señor, pero debe entregar un niño no bautizado a cambio. Pasa el tiempo y el pueblo va postergando la entrega, aún cuando ya ha obtenido el beneficio esperado. Pero el diablo besa a una mujer y deposita en su mejilla el germen de una plaga, la araña negra, que hará estragos en la aldea. El autor usa un lenguaje alejado de la alegoría o la leyenda, es explícitamente terrorífico pero ambiguamente moralizante. Porque al finalizar la novela nos preguntamos, ¿es esa plaga un castigo del diablo o el brazo represivo de Dios? Cada vez que pecamos, la araña negra hará estragos entre nosotros, entonces: ¿Dios utiliza las mismas armas que su oponente? A más de 150 años de Stephen King, y recordando las buenas novelas de este último, vemos que nada nuevo hay bajo el sol, y un hoy casi ignoto autor, sin vanidad literaria ni descollantes ventas, sin apelar a la grosero ni explayarse en cientos de páginas innecesarias, ha desarrollado una novela plenamente disfrutable, entretenida y que deja mucho que pensar.
Samuel Butler: Erewhon (1872)
El género de la novela, especialmente en el siglo veinte, ha aceptado muchos cambios y metamorfosis, tantos estructurales, formales y de contenido. Pero no es raro encontrar estas variantes de vez en cuando en la literatura del siglo 19 y especialmente en la inglesa, que ha seguido un camino bastante propio en relación al resto de Europa. Ellos se han distinguido por una literatura de lenguaje exacto, filoso, satírico. Erewhon, anagrama que refiere a "nowhere" o sea "ningún lugar o ninguna parte", es una mezcla de novela de aventura y exploración, de especulación científica y ensayo crítico. Finalmente este rasgo es el que prevalece, ya que es el instrumento y fin de la novela. El autor presenta un país escondido que es una caricatura de la sociedad inglesa, por lo menos al principio. Pero esta caricatura no pretende ser meramente risible o sarcástica. Hay una trágica desventura en los mismos principios morales que rigen esta sociedad. La exageración, propia de la caricatura, deja de ser el único objetivo y es únicamente un medio para destacar la sinrazón de ciertos fundamentos que se consideran indiscutibles, de los que nadie habla porque están instalados, que todos conocemos pero que nadie discute porque son incómodos. Ejemplo: los temas desarrollados principalmente son la salud, la justicia, la educación, la tecnología; de aqui pasamos a otros más metafísicos, el tiempo y los seres no nacidos. En el país de Erewhon la debilidad fisica es considerada un delito, en cambio la alteración mental sólo un enfermedad; los hijos son seres molestos que entran al mundo bajo su exclusiva voluntad y firmando un papel que exonera a sus padres de toda responsabilidad. A su vez, el narrador que explora esta sociedad, aunque pretenda ser objetivo, inserta acotaciones que revelan los mismos males que pretende criticar, por ejemplo, al creer que ha hallado a una de las diez tribus perdidas de Israel, sueña con convertirla al cristianismo y ganar con ello la posteridad. Esta contradicción es un lazo más en el entramado que une sociedad y moral, filosofía y religión; entramado literario que hace pensar más allá del disfrute implícito en la literatura.
William Wordsworth: William Wordsworth: Estudio preliminar y antología de poemas
Este libro contiene un estudio preliminar de Paul de Reul y una antología de poemas de Wordsworth. El estudio es un buen principio para quien no ha leído nada del poeta, aunque en mi opinión es algo arbitrario en su crítica de los valores negativos del autor, y también algo limitado al adjudicar el mayor mérito a su comunión con la naturaleza. Acierta al decir que el poeta no considera a la naturaleza como un dios, sino que hay una entidad por encima de ella, creadora de la misma y del hombre. Pero creo que se equivoca al decir que no describe personajes. Sus personajes pueden no ser enteramente reales, en el sentido naturalista del término, pero todo personaje literario, especialmente uno desarrollado en un poema, tiende inevitablemente a pasar por el filtro del autor. Por ejemplo, en Lucy Gray, hay una comunión entre el paisaje y el personaje que lo hace conmovedoramente cercano. Creo que es porque el paisaje se personifica, así como los animales y plantas que describe. La mirada del poeta los idealiza, pero no por eso los muestra ajeno al común destino: sabe que todo, aún el viento y el aroma, y también la gloria del guerrero (Carácter del guerrero feliz), se termina. Es un libro correcto para entrar a conocer a Wordsworth, precursor de otros quizá más grandes autores ingleses: Keats, por ejemplo.
Horacio: Odas- Epodos (35-15 A.C.)
Este libro de Colección Austral, incluye las Odas y Epodos completos del autor del siglo 1ro A.C., en una traducción muy correcta de Bonifacio Chamorro. Quinto Horacio Flaccus ha sido revalorado en la actualidad por su sutil sensibilidad hacia los afectos y debilidades humanos. El autor habla del amor, de la muerte, de la vejez y de la juventud desde una clara y no presuntuosa cátedra de experiencia. Las mejores Odas son las 30 del primer libro, donde cada una es prácticamente perfecta en su música, sutileza y poesía. Su ritmo y concatenación de ideas son completamente modernos, la construcción de los poemas los asemeja en mucho a la estructura actual tradicional, llevando el título de Odas simplemente porque está dedicados o fueron sugeridos poéticamente por alguien: un emperador, rey, dios o amigo del autor. El problema en mi opinión comienza cuando los temas bélicos y míticos prevalecen por encima del valor humano. Cuando estás Odas se convierten en homenajes a dioses y guerreros, sin enraizarse en su realción con el factor humano, dan como resultado una epopeya contada en verso, tediosa y repetida (alejada por supuesto de los grandes logros de Homero). Incluso cae en contradicciones: en el primer libro habla de que su pluma no es apta para hablar de armas, sin embargo esto es lo que hace en casi la mayor parte de las últimas dos series de Odas. Es esperable de un poeta consagrado que ceda intima u obligadamente a resaltar valores impuestos por el estado, pero es difícil encontrar que la profundidad y el vuelo poético vayan de la mano con el compromiso político o social. El segundo libro conserva las características del primero, el tercero bastante menos, pero el cuarto es prescindible. Los Epodos son contemporáneos al primer libro de las Odas, y aunque conservan cierta características frescas y originales de éste, pierden valor frente a sus grandes logros. Transcribo dos versos sencillos y magistrales de la Oda XXIV del libro I: Dura ley...mas alivia la paciencia/ dolores que evitar nos es vedado.
Rafael Alberti: Antología poética (selección de Ernesto Sábato)
Esta antología de Editorial Losada es un muy buena oportunidad para entrar al mundo del autor, ya que es una antología extensa y bien seleccionada. En este caso, se incluyen libros de poemas de Alberti desde 1924 hasta 1972. Yo conocía únicamente su libro de memorias La arboleda perdida, la cual me gustó moderadamente y sentía curiosidad por su poesía. Comencé a leer la antología con entusiasmo. Los primeros libros son algo inmaduros, pero válidos como camino de aprendizaje en busca y afianzamiento de un estilo y una vertiente siempre presente a lo largo de toda su obra: la canción, la tonadilla española, como forma y el sentimiento alegre y despreocupado, algo inocente y de pronto sorprendido, de la juventud. Pero con Cal y canto, Sobre los ángeles y Sermones y moradas de 1926 a 1928) Alberti llega a su máxima altura poética, que en mi opinión nunca habría de igualar después. En los tres libros mencionados el autor se adhiere a la escuela surrealista, alejándose levemente de ella para tomar un estilo personal. No abandona del todo sus personajes de pueblo, sino que lo eleva y universaliza a través de temas más profundamente humanos. Incluso hay cierto tono fantástico que aumenta los contrastes: pobreza y riqueza, odio y amor, belleza y fealdad, bien y mal, cielo y tierra. Sus homenajes a otros autores o actores del cine mudo, son sutiles en el primer caso, tomando algo del tono de quien homenajea, y llenos de desparpajo y desprejuicio en los otros casos, acordes a la fuerza y vitalidad que estamos acostumbrados a ver en la personalidad española en general. Esta música y jovialidad característica se une a las imágenes completamente nuevas, las rupturas que no son tanto gramaticales como de coherencia estilística. Si embargo, la congruencia no se pierda, sino que gana, como decía antes en contrastes. Ej: El hombre sin ojos sabe que las espaldas de los muertos padecen el insomnio porque las tablas de los pinos son demasiado suaves para soportar la acometida nocturna de diez alcayatas candentes (Sermón de las cuatro verdades). Lamentablemente, llegó la Guerra Civil Española, y con ella el compromiso político, que en este caso el sincero y no obligado, como se nota en la poesía de Alberti a partir de este momento. Los libros que siguen son diametralmente opuestos a los anteriores: no hay surrealismo, no hay sutileza, son trillados y declamatorios, ni siquiera rozan el verdadero sentimiento trágico de la guerra aunque pretenda condolerse de la gente en sus poemas. La poesía y la política difícilmente se lleven bien, por más que vayan de la mano por calles bombardeadas. Una ve una cosa, y la otra otras muy distintas. Hay casos excepcionales, y aún así válidos hasta cierto punto solamente, como César Vallejo y su España, aparta de mí este cáliz. Pero Alberti no ha demostrado ser tan alto como Vallejo, y su poesía se pierde para siempre. Todos sus libros posteriores no son ni la sombra de lo que fuera de 1926 a 1928, por más que lo intente y algún que otro poema valga la pena.
Juan Rodolfo Wilcock: El templo etrusco (1973)
Gran escritor y traductor (ver su traducción de La condena de Kafka), Wilcock es de aquellos que se han mantenido al margen de la literatura comercial, y que ha desarrollado su obra de una forma muy particular y peculiar. Su lenguaje es técnicamente perfecto y la música de su prosa tiende a ser minuciosamente trabajada. Pero no es complejo ni extravagante por sí mismo, sino por lo que no dice. Sus tramas tienden a reflejar lo absurdo de situaciones cotidianas, resaltan lo curioso y lo extraño de los arquetipos, recorta circunstancias y las pasa por ácido hasta ver el esqueleto de ellas, o por lo menos las figuras extrañas que han quedado de las cosas antes tan conocidas y familiares. Eso es lo que hace en su libro Hechos inquietantes (1960). En El templo etrusco comenzamos a ver una situación simple, cuasi infantil, en un pueblo parecido a los de relatos del campo argentino: personajes algo caricaturescos planean y encuentran obstáculos absurdos a un proyecto muy simple, levantar un monumento, aunque no se sabe para qué o en homenaje a qué. De esta situación pasamos a hechos cada vez más extraños y absurdos, muertes, asesinatos en masa, violaciones, y el tono es del humor más absolutamente negro. Más adelante la fantasía toma lugar, laberintos y personajes subterráneos aparecen y desaparecen como en un desfile fantástico. Pero todo esto narrado de un modo casual, ameno y elegante, con apenas leves e irónicas acotaciones del autor que recuerdan el modo de las narraciones inglesas o centroeuropeas del siglo XVIII y XIX. ¿Qué intenta decirnos el autor con esta novela? Una alegoría, quizá, de la sociedad, una caricatura del comportamiento humano, tal vez. Pero más allá de esto, nos queda el sabor amargo después de una sonrisa, la molesta inquietud de la duda, la sensación de un cierto vacío interior al terminar la novela. Factores inquietantes que el autor se ha encargado de revelar en nosotros.
Martín Rodríguez: Lampiño (2004) El conejo (2001)
Con respecto a Lampiño, no voy a hablar de lo formal, la ruptura deliberada de las formas, aliteraciones, uso de minúsculas y puntuación alterada, todos aspectos técnicos que se funden con el contenido. Me parece sobre todo importante la unidad de los poemas, que cuentan la historia de un personaje. Lo peculiar de esa historia es que no está contada con acciones, sino con intuiciones, imágenes, hasta convertirse las palabras, el lenguaje, no en una forma de contar, sino en el personaje mismo. El personaje es lenguaje, es estilo. Otro punto es el de las aparentes paradojas, o polaridades si se pueden llamar así: el nacimiento y la muerte (p.45) donde no hay una metamorfosis de uno en otro, sino una transubstanciación, ambos se dan lugar uno al otro y son lo mismo a la vez. La otra polaridad es la de la muerte y la vida (p.69) donde la sombra de los muertos es a la vez la sombra del descanso en que se sacia la sed (vida). La tercera es la del agua y la piedra (p.67) donde la piedra contiene agua, sangre y pulso. La última que quiero mencionar es la del agua y la luna (p.20, 48, 66 y otros) en que el reflejo del mundo está en la cara y la cara crea a la vez el mundo en el que se refleja. Hay una voz extremadamente peculiar, carente de lugares comunes, y aún cuando éstos parecen asomarse, toman un matiz diferente por el lenguaje que viene sonando de los versos anteriores.
En El conejo señalo lo mismo que antes en lo que respecta al uso del lenguaje. El autor tiene un peculiar don para sugerir algo diciendo otra cosa aparentemente trivial y desconectada, pero la suma de imágenes da una connotación que se va formando como una nube sobre el poema, y antes de dar vuelta la página allí esta, con una forma que más firme que un reflejo y más inquietante. Rodríguez trabaja con imágenes visuales etéreas más que concretas, pero el lenguaje preciso y austero, simple y fresco, lo hace inmediato y guía nuestra imaginación sin que nos demos cuenta. Su lenguaje modela la intuición innata de cada lector como un artesano experto. Qué es el conejo, nos preguntamos. Basta con leer un fragmento de uno de los poemas: ahí va corriendo por la nieve/o al borde del lago se mira el rostro de miles de años. Insisto, Martin Rodríguez me parece uno de los mejores poetas jóvenes que han sabido expresar el sentimiento y las sensaciones de una generación urbana formada en la última década del siglo. Porque no necesita recurrir al lenguaje coloquial y rupturista para ser contemporáneo, sino que funde la visión simple de lo cotidiano con la poesía, y el resultado es una amalgama muy particular.
Stephen King: Todo es eventual (2002)
Muchas veces se ha dicho que el autor es el menos indicado para juzgar su obra. El mismo King lo ha mencionado en su libro Mientras escribo, pero precisamente quien enseña no siempre sigue sus reglas. Esta colección de cuentos demuestra tal afirmación, y cuando se reúnen demasiados cuentos, se corre ese riesgo. Catorce cuentos sin embargo no son muchos, pero pueden ser más que suficientes si su extensión los acerca al relato largo o la novela corta, teniendo en cuenta además la tendencia, reconocida por el mismo autor, de escribir con largas cadencias y en ocasiones, excesivamente. Primero, vamos a sacarnos de encima, a ignorar, la mala hierba. Los comentarios a los cuentos, que King mismo consideró superfluos en otros libros y a los cuales dice haber cedido para satisfacer a sus lectores, en este se extienden demasiado y no agregan nada, es más, tienden a justificar errores o explicar lo que no necesita ser explicado. Hay dos relatos fallidos: Sala de autopsias número cuatro y Todo es eventual. Justo el que abre el libro y el que nombra a la colección completa. A esto nos referíamos al decir que el autor no siempre acierta al elegir sus mejores textos. Ambos cuentos fallan en la resolución, son atractivos durante muchas páginas, hasta originales en cierta forma, pero el final parece escrito y resuelto por un autor cansado y apurado por terminar. Descartado lo anterior, lo que queda son doce relatos que en mayor o menor medida, demuestran la ductilidad de King para los géneros y las voces narrativas. Siempre me ha sorprendido la capacidad para cambiar el tono del lenguaje. La forma de hablar de sus personajes varía con la edad, el sexo, el ambiente en el que transcurre su historia. A su vez, los giros y expresiones comunes en los diferentes relatos hablan de una misma sociedad, que King ha sido eficaz en describir. Los personajes son expuestos a situaciones caóticas, absurdas en ocasiones, donde deben demostrar su coraje pasa salir de tales horrores. Cuando todo se tranquiliza, lo que resta no es lo mejor que pudo haber sido. De lo exteriormente fugaz, de las muertes, la sangre, los cuchillos, nos quedamos pensando, como el personaje lo hace al descubrir cosas que no sabía que existían en su interior y en el de los otros. Por eso son tan patéticos los finales de relatos como La teoría de L.T. sobre los animales de compañía o Almuerzo en el bar Gotham. En otros cuentos prevalece la realidad llana, pero tan violenta como la de la imaginación. Lo que hay en común en cuentos como La habitación de la muerte y La muerte de Jack Hamilton, no es la violencia, sino la interioridad de los personajes, que siempre y a pesar del peor horror, tienen un mínimo instante para el humor, para burlarse de sí mismos. A los dos anteriores se relacionan Todo lo que amas se te arrebatará y La moneda de la suerte, donde las situaciones son comunes y simples, pero los personajes grotescamente complejos. Hay dos cuentos donde lo sobrenatural y lo inexplicable prevalecen, y este elemento es eficazmente plasmado a pesar de tratarse de variaciones de mitos reiteradamente recreados por la literatura y el cine. Hablamos de 1408, y en mucha menor medida El virus de la carretera viaja hacia el norte (el más débil de estos doce). Un relato aislado lo constituye Las hermanitas de Eluria, parte del mundo de la Torre Oscura, y que evidencia la fuerza poética y lírica de cierta rama del lenguaje de King. Dejamos para el final los dos mejores relatos de la colección: El hombre del traje negro y Montado en la bala. Ambos comparten un personaje expuesto a situaciones sobrenaturales, con el descubrimiento posterior de su propia naturaleza interior. La figura de la madre sirve de pretexto para descubrir horrores o amores incondicionales en el alma del protagonista. Uno de los personajes se pregunta qué haría si tuviese que elegir entre la vida de su madre o la suya. El otro, vivirá para siempre inquieto preguntándose cuándo volverá a aparecer esa figura horrible y extraña que lo hizo enfrentarse a la parte oscura de su familia. Los temas pueden ser los de siempre, algunas frases también, lo mismo que el gusto por lo escatológico y lo bizarro. Los escritores demasiado prolíficos, aún a pesar suyo y siempre que sean sinceros con su propia obra, tienden a tener extensas obras de calidad dispar. Pero la temática de King ahonda sin duda en el alma humana. Con él descubrimos que sea de donde sea que surjan los terrores, todos ellos terminan perturbando la esencia original de los hombres, echando raíces, y creando seres de los cuales, durante toda la vida, intentamos apartar la mirada.
Alberto Ramponelli: Viene con la noche (2005)
El lenguaje del autor es sumamente cuidado y preciso, casi elegante comparado con lo que se lee en la actualidad. El tono elegido para contar también es muy controlado, tiende únicamente a desbordarse en la zonas adecuadas, donde la tensión lo requiera, y aún así lo hace muy someramente. La tensión se ve realzada con el recurso de develar poco sobre los personajes, sus personalidades siempre se mantienen en una zona ambigua, porque el misterio es su principal cualidad. Lo que no se dice se desprende de las acciones, y aunque los diálogos son claros y transparentes, transcurren precisamente en la zona superficial o cotidiana. Esto colabora a que el lector sienta que las brujas, buenas o malas, pueden habitar en la casa de cualquier vecino.
La trama tampoco deja puntos sueltos, explica y razona a través de los diálogos y los pensamientos para que el personaje vaya desenrollando el misterio que lo envuelve. El lector sigue estos razonamientos como en una novela policial, género al cual se acerca en estilo, por lo menos parcialmente. Como en la novela anterior del autor (El último fuego) lo extraño nace de lo cotidiano y hasta de lo que parece banal. El punto de vista alterna según los personajes, aunque predomina el omnisciente limitado de la protagonista. No hay hechos desmesurados en el plano real, todo lo fantástico ocurre en el plano onírico, por lo tanto el misterio, al mantenerse ambiguo e impreciso, no pierde su capacidad de inquietar, porque nunca se devela del todo, sino que se insinúan las posibles y variadas respuestas. Lo que las protagonistas saben al enfrentarse entre ellas, lo saben por transitar esa otra zona a la que el lector accede por momentos. El lector no duda de las respuestas, pero no se le explica no si demuestran con hechos grandilocuentes o de magia. El resultado de esta técnica es curiosa: una mezcla de novela con ciertos rasgos localistas, trama fantástica y policial, periodística a veces en su austeridad. Pero sobre todo siempre fiel a un estilo y a un lenguaje sobrio y comprometido con los recursos expresivos.
Daniel Durand: El Krech (1998) El cielo de Boedo (2005)
Ruta de la inversión (2007)
La poesía de Durand es esquiva a la clasificación. Tiene rasgos, en cuanto a temática, de la poesía urbana, un leve tono orillero en ocasiones, donde lo coloquial prevalece siempre pero tamizado por la mirada melancólica del poeta. Tal vez ésta sea la sensación principal que me provoca, una cierta melancolía no por algo que se ha perdido ni algo que se busca, sino por el presente. En prácticamente todos los poemas de los dos últimos libros mencionados hay una sensación de tristeza indefinida que no denotan las palabras del poeta, sino el clima que éstas crean. Y eso es poesía verdadera, me parece, no golpear con palabras altisonantes, sino que las palabras cedan su significado a un todo, y que ni siquiera un verso resalto por sí mismo más que por la emoción que crea. Aquí la emoción es más que nada un estado permanente de inquieta incertidumbre. Sólo sabemos lo que vemos en el cielo de nuestro barrio, en sus calles, los adoquines y las veredas, las chicas de enfrente, las bicicletas y los negocios. Todo esto se convierte -en esporádicas y sutiles menciones, nunca enumeraciones innecesarias- en material para otra sustancia menos concreta: el estado presente de no saber más que lo que sentimos. La desilusión amorosa, los amigos, el trabajo, las lentas tardes barriales, son elementos de Ruta de la inversión. En El cielo de Boedo hay, a la manera de Las cuatro estaciones, una descripción concienzuda de los cambios provocados por el clima en las calles del barrio, tan detallada que parece casi no tener objetivo. Pero las cosas descriptas cuentan algo que no entra por los sentidos habituales, ellas se agolpan y acumulan en nosotros, depósito que no sólo almacena sino que digiere lo que recibe. El Krech es algo diferente en la temática, no en los recursos poéticos, siempre exactos y originales. Aquí hay un mundo imaginario y una trama sólo sugerida por una mezcla de imágenes que difícilmente puedan clasificarse. El aparente delirio en este caso en productivo porque hay un clima casi futurístico bien construido por las austeras sugerencias.
Esto es lo principal, me parece. Durand no necesita de grandes palabras para forzar al lector a imaginar, sólo sugiere, sólo menciona y el resto lo hace la imaginación del lector.
Nadine Gordimer: Historia de mi hijo (1991)
Capricho de la naturaleza (1987)
Estas dos novelas de Nadine Gordimer tiene como tema predominante y trasfondo inevitable la sociedad sudafricana y el apartheid. Su literatura entra en el ámbito político, su literatura es política, porque ella aplica a su forma de vivir, y por lo tanto a su obra, el criterio de que todo lo que hacemos en este mundo es política: la forma en que actuamos influye inevitablemente en los demás. Sea un sentimiento o un acto, al fin de cuentas tiene su reacción el el otro, como una onda expansiva que a veces es tan inesperada y sutil como el silencio. Y el silencio es parte de los personajes de sus novelas, sólo una parte, porque cuando el silencio de la complicidad es finalmente vencido, los personajes actúan, se comprometen y por lo tanto sufren por sus convicciones. Ella ha demostrado que se puede hacer literatura política sin que las ideas abrumen al lector ni saturen la trama. Por las historias son los personajes, y aunque ellos hablen y proclamen idean, compartidas o no por el lector, éste último está oyendo y viendo a los personajes y no a la autora. Gordimer tiene la destreza y el talento de narrar con aparente simplicidad historias terribles, que como una bomba, estalla para sorprendernos en el momento más inesperado. Pero no con efectos truculentos, sino con elegante sutileza de lenguaje y estilo. No podemos encontrar en ella lugares comunes en ni una sola de sus oraciones. Sus recursos narrativos son variados: el punto de vista que rota de personaje en personaje, los cambios de tiempo, la utilización del presente casi como un pasado inmediato, el adelantar hechos casi en un arranque periodístico pero que jamás se queda en ello, el contar a través de la sugestión qué puede pensar o hacer un personaje en relación a otro. En Historia de mi hijo el narradores es el hijo en realidad, que cuenta la historia de su padre, con todas las connotaciones psicológicas y emocionales que esto implica. En Capricho de la naturaleza el punto de vista puesto sobre el personaje principal, simple y llano, se va expandiendo hasta convertirse en una obra épica, donde el personaje se va rodeando de voces y situaciones más allá de su influencia, como una cámara que primero enfoca a una solo para luego alejarse y abarcar a muchos cientos, pero el personajes sigue distinguiéndose por contraste. Hay que tener talento y destreza narrativa para logra esto: el cocktail de psicología, comportamiento humano, emociones encontradas, odios raciales, descripción socioeconómica y alta calidad narrativa. Ojalá contar historias como las de ella fuera tan simple como lo hace parecer, pero la aparente fluidez se desliza sobre muchos años que han lubricado los mecanismos artísticos de la autora.
Walter Iannelli: Metano (2008)
Segundo libro de cuentos del autor, mantiene la calidad demostrada por el primero (Alguien está esperando). Su modo de contar se ha afianzado en un estilo muy particular, difícil de definir o compara con otros autores. El suyo es un estilo que roza lo coloquial, el lenguaje ameno y directo nos relata situaciones cotidianas en general, huecas en apariencia por su repetición diaria. Y sin embargo, algo se va acumulando en el lector atento, no una información de datos o pistas como en una novela policial, sino una sensación de que allí va a pasar algo. Creo que es ese lenguaje directo pero no frívolo el que lo logra: una leve pátina de melancolía, de miedo y de tristeza tiñendo las paredes del camino por los que nos conducen estos cuentos.
En Los que vuelven a la casa de Javier, La vida a partir de Teresita, Un tal Roberto Drode, El aleteo de una mariposa en Pekín y Nada no se vuelve a cubrir, Iannelli es un maestro en describir al hombre común medio de ciudad, sus frustraciones sexuales, emocionales y metafísicas. En estos cuentos no hay humor (lo cotidiano y lo común ya lo implican cuando el lector los lee y rememora su propia vida), porque aquí se habla de frustraciones y tiempo y cosas perdidas, personas, hechos y talento ya irrecuperables. Lo que dejan estos relatos es un sensación de identificación. No golpean, lastiman un poco, pero esa herida se va infectando y vemos lo que no veíamos antes en nosotros mismos.
Hay otros relatos más teñidos de ironía y humor, por ejemplo Apuntes acerca de la obra de Carlos Nonato Zuñiga, Carpintero, El rincón de la ánimas, y en ellos es sólo un instrumento para contar con otro recurso situaciones sólo un poco más inverosímiles. De ellos rescato especialmente Carpintero, un impecable tratado sobre los lazos entre la impotencia masculina y la religión del mundo occidental. Una curiosidad narrativa de cómo de lo personal se puede volar hasta lo universal, y luego bajar de regreso a lo personal, ya redimido, consolado pero no por ello menos frustrado.
Los cuentos Metano y Nada entran en el ámbito de lo fantástico. Ambos, y en especial Metano, son relatos perfectos que no tienen que envidiar a los cuentos de Ballard. Y La caza de la becacina es un cuento con una poética que recuerda a los cuentos de Chejov.
Un tal Roberto Drode me parece un excelente relato, tanto por lo bien narrado como por las ideas que trabaja. El tratamiento en primera persona acierta en los dos o tres colores que caracterizan al personaje narrador: una mezcla de costumbrismo urbano, humor y resignación del fracaso. El personaje pasa por diversas etapas en donde la obsesión por Drode es el guía conductor. El tema de la propiedad de las ideas está tratado con preocupación no de poseedor asaltado, sino de pensador. No es la posesión de las ideas lo que preocupa al narrador. El cuento está sugiriendo algo más: quizá el tema del alter ego, quizá el tema del otro y el doble, precisamente otro item literario tan común que ya a nadie pertenece en propiedad. La literatura como tema dentro de la literatura, con el fondo de una comedia negra. ¿Son mis ideas las que ganan concursos, y yo, persona concreta, el que pierde? ¿Soy yo el que no tiene la suficiente capacidad para escribir? Dudamos siempre del resultado de nuestros textos. Tal vez, cuando pensemos decididamente que ya no importan tanto los concursos, que quienes somos está en los que escribimos, podremos deshacernos del Roberto Drode fantasmal que siempre está encima nuestro, acicateándonos y robándonos al mismo tiempo, y volvamos a escribir como lo hace el personaje protagonista del cuento de Walter Iannelli.
Orlando Romano: Cáspsulas mínimas (2008)
¿Qué requisitos debe cumplir un microrrelato? Cómo todo otro género literario, el rango de sus posibilidades es amplio. Quizá sólo su brevedad sea el signo único que lo defina. ¿Pero entonces qué lo diferencia de otros textos breves: periodísticos, anecdotarios, humorísticos? Pienso que el elemento literario, ergo poético por definición. Lo que degrada a la poesía es la poética pobre de los poetas mediocres. Lo que degrada al cuento y la novela son los malos narradores. Lo que degrada al microrrelato son los que confunden la brevedad con frivolidad. Si la poesía es exploración del alma humana, así pienso yo, el microrrelato tiene la muy dificultosa tarea de explorarla y explicarla no con metáforas o imágenes como intentan hacerlo los poemas, sino con las palabras fluidas y aparentemente casuales y cotidianas de la prosa. El humor nunca debería estar exento, es un elemento que lubrica el camino por los senderos tortuosos que pretendemos recorrer. Pero no hay que confundir ligereza y tontería con ironía y acidez lúcida y crítica.
Los microrrelatos de Romano me ha hecho recordar que este género tiene las más altas posibilidades de expresión, y nada tiene que envidiar a la poesía en su íntima y profunda exploración.
¿Debe un microrrelato ser ambiguo o preciso? ¿Debe tener final abierto o cerrado? Es verdad que el lector tiene que aportar su imaginación, pero el deber del autor es dar las pistas necesarias y contundentes. El microrrelato debe ser específico y no dar oportunidad de interpretaciones confusas o contradictorias. Algo tan breve se define por sí mismo, lo que no quiere decir que sus ondas expansivas s extiendan en el interior del lector como cualquier otro buen texto literario. El famoso cuento de Monterroso, a mi criterio, está algo sobreestimado. Me parece más un comienzo, un consigna a seguir más que un microrrelato. Pero los textos que nos ofrece Romano me parecen el mejor ejemplo de lo que debe ser este género literario. Estos textos son temáticamente fuertes y crueles, irónicamente contundentes como un golpe de puño, poéticamente escritos y narrados. El factor apócrifo es un recurso casi imprescindible en este género cuando trata ciertos temas, Borges ya lo sabía muy bien, y aquí se cumple con muy satisfactoria evidencia. Orlando ha sabido cómo alternar el humor inteligente con la tragedia, ambos, como sabemos, componentes inseparables de la comedia humana.
Nadine Gordimer: Hay algo ahí fuera (1984)
Si la narrativa novelística de Gordimer es un continuo acierto entre contexto y contenido, es decir un lenguaje estilísticamente maduro y una temática seria abordada también con madurez, sus historias cortas representan un un ejemplo, quizá más acabado que sus novelas, de su destreza y talento para la narración. Cada cuento es una parte del mundo que describe, pero a su vez es un mundo completo con su propia lógica. A la austeridad de adjetivos a la que nos tiene acostumbrados y la descarnada visión de la sociedad que es casi su eje temático, se suma la despiadada visión de los personajes que hace protagonistas de estos relatos. No necesita adjetivar para que sepamos cómo son, a veces ni siquiera ellos saben cómo son realmente, preocupados por sobrevivir en una comunidad, como todas las comunidades en realidad, donde lo importante no es lo que se siente o se piensa, sino lo que se dice o se hace. De allí que estos personajes tengas un interior que desconoces, y que incluso los hace cometer actos cuyo real significado no valoran totalmente. Su casi inocencia los hace más crueles que su probable malicia. Veamos por ejemplo la mujer de Una ciudad de los muertos, una ciudad de los vivos, que denuncia a un militante por el apartheid fugitivo, con cuya causa dice estar de acuerdo, pero que ha roto la serena tranquilidad que deseaba para su familia. O el padre de Kafka, cuya carta es tan lógicamente cierta, que más parece el filo de un cuchillo que una carta. Otros relatos ( Crímenes de conciencia) nos hablan de cómo la militancia política pasa a formar parte de una personalidad, y no sólo un faz de ella. Porque defender una causa noble puede llevarnos a matar, a odiar, y también a conformar una parte del amor de pareja, incluso el perdón. También hay lugar para la reflexión sobre la inesperada evolución de los sentimientos en seres comunes y corrientes, sin compromisos políticos: una pareja que ha ahorrado para comprar una villa en Italia para su jubilación, ve alterados sus planes cuando él se enamora de otra mujer; una mujer negra que sirve en la casa de una familia blanca, acepta en su casa a la mujer y los hijos de su amante que acaba de morir; o la relación aparentemente sin conflictos entre una madre y su hija como resultado de una educación libre y abierta, puede traer aparejada las consecuencias extremas que quisieron evitar. El relato final, casi una novela corta Hay algo ahí afuera, una serie de delitos y destrozos en la ciudad es el fondo de una historia que cuenta cómo cuatro militantes políticos se refugian en un vecindario blanco para prepara un atentado a una central ecléctica. En este relato hay diversos planos: la pareja blanca que sirve de pantalla, los dos muchachos negros que se esconde con ellos, el matrimonio de la inmobiliaria que alquila la casa y representa el status quo de la sociedad afrikans, y alternando estas historias, los hechos de violencia protagonizados por un mono o babuino que nadie ha visto con claridad. La alegoría es evidente pero no por ello menos inquietante. Nunca nada se explicita, sólo se da por sentado como algo implícito entre el autor y el lector. Por eso da gusto leer a Gordimer, ella trata siempre al lector como a un ser a su mismo nivel.
Arthur Miller: Recuerdo de dos lunes (1955) Ya no te necesito más (1967)
Recuerdo de dos lunes es una obra corta de 1 acto, donde la única brecha temporal está marcada por el apagarse de la luces al final de lo que sería el "primer lunes". Luego la acción recomienza sin solución de continuidad. Transcurre en un depósito de repuestos de automóviles, sin ningún cambio de escenario. Podría llamársela una obra de cámara, por lo estrecho del espacio, sin embargo el número de personajes en importante, sobre todo porque cada uno tiene su propia voz característica. Como es típico de Miller, cada uno puede expresarse suficientemente en apenas unas frases de diálogo. Miller es un autor de gran elegancia estilística, pero no escatima la violencia y los grandes desahogos en las voces de sus personajes. Ellos se expresan en los momentos adecuados, ellos lloran o gritan cuando deben hacerlo. No necesariamente son calcos de la realidad, son personales millerianos, es decir: duros y sensibles a la vez, piadosos y crueles al mismo tiempo, reservados y exagerados según la ocasión. Lo que varía sus actitudes es la situación, y ésta es un cúmulo de factores: un gesto o un frase de alguien que ya no soportan, un acto visto en la calle, accidental o provocado, civil o político, la lluvia o el calor, un recuerdo que provoca melancolía o ira. Los personajes millerianos son títeres de sus emociones, y aún sus ideas son emociones porque actúan apasionadamente, aún en el obstinado silencio a veces los aísla.
Ya no te necesito más (en realidad, un redundancia de la traducción, el original es I don't need you anymore) es una colección de cuentos que demuestra que Miller no es sólo un gran dramaturgo, sino que domina la técnica narrativa como los mejores narradores norteamericanos. Su experiencia con el teatro le aporta la sutil y detallada visión de las actitudes de los personajes, sus acciones de aparente futilidad pero siempre imprescindibles para conocer su naturaleza anímica y psicológica. Todos estos cuentos tienen una sensibilidad a ras de piel que nunca cae en golpes bajos, los personajes jamás son explicados, sino que son vividos y recreados por la voz del narrador. Todos demuestran una doble naturaleza: Tony de La noche de los armadores, que busca una vida fácil e irresponsable, es también capaz del más inútil sacrificio; Cleota de La profecía, cuyos sentimientos contradictorios son sin embargo capaces de mantener el frío orden de las apariencias; o Gay de Los inadaptados, que se jacta de ser libre pero sabe que para sobrevivir debe pactar con la sociedad de la que quiere escapar. Ya no te necesito es un cuento espléndido que describe minuciosamente, hasta el punto cercano a la extraña locura de la niñez, los sentimientos conflictivos de un niño de cinco años. Miller nos hacer revivir los temores, las desilusiones, la desesperación que un chico siente a esa edad. La desesperación que nos hace sentir amor e ira a la vez, la necesidad imperiosa de ser aprobados y de aborrecer a aquellos de quienes dependemos. Amar y pegar a los seres queridos. La desesperación por comunicar lo que no sabemos comunicar. Por eso lastimamos con palabras que no sabemos del todo qué significan: cuatro palabras como cuatro armas lanzadas a la vez'
Ilustración: Zinaida Serebriakova
1 comentario:
Muchas gracias Ricardo por la invitación a visitar tu blog.
Es muy grato hacerlo y compartir opiniones, lecturas e información.
Me parece un excelente lugar para encontrarnos.
Isabel Pisano (isa)
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