1
Alguien dijo, tal vez el dios que nos creó
que hay más cosas en el cielo y en la tierra
de lo que imaginamos.
Morir, dormir, soñar incluso
son privilegios que la carne
no siempre puede recibir
ni mucho menos sabe utilizar.
Los gusanos del pensamiento
enturbian la mirada del que quiere ver
cuando el mar retrocede
y quedan los esqueletos de las palabras
a las que el poeta dios
no logra limpiar del dolor
ni siquiera de la pena.
Detrás de cada letra
vive un león con hambre insaciable
y no está loco
tiene la crueldad de la cordura.
2
Ella sabe que la amé
más que a mi madre, más aún que a mi padre.
Era mi hermana
mi mano izquierda
mi ojo derecho
los olivos sobre el río.
Debió entrar al convento el día que se lo pedí.
Ahora está rodeada de aguas que caen como voces vírgenes
para siempre perdida en mi pensamiento.
Porque ella se va.
Ofelia desaparece del recuerdo
-a pesar de que el tiempo aquí pasa tan lentamente-
y el amor ya no es lo que era
dolor y éxtasis.
Es veneno
primero dulce, después sin sabor
y sin belleza.
3
Todo muere.
Hasta la corona de mi padre
se va perdiendo en la tierra.
Pero es el mar y son las olas
que carcomen el metal precioso de su arquitectura
armazón de su alma.
Yo, su hijo Hamlet,
soy un gusano comiendo de su carne
así como él bebió la sangre de los invasores.
Soy la uña que perdió en la batalla
y el polvo en sus cabellos.
La mosca posada en su corona
al recorrer el campo de los muertos.
No le digas nada, Horacio,
padre sabe que lo extraño
como quien espera que su mano perdida
vuelva a nacer.
Tuve arañas en custodia
borregos tristes, perros que me mordieron
y ni siquiera supe conservar.
Sin hijos el amor del hombre se anula.
Un número cero fabricado con pajas.
4
Dile a Yorick
cuando mueras y lo veas en el cielo
-yo estoy en los infiernos con el nuevo rey-
que extraño su cara de maquillaje
su sonrisa extraviada
el día que tomó mi cuello con sus manos
y preguntó: ¿tienes miedo de morir?
Dile que ignore las palabras del sepulturero.
Su cráneo descansará frente al espejo de mi reina
para que ella vea cómo acabará
mientras se coloca polvos sobre polvos
y no reirá entonces.
Pero yo escucharé aún entre las voces de mi culpa
la hermosa, terrible risa
de Yorick el bufón
burlándose de la tragedia de la vida.
5
Los hijos somos tallos ciegos
de grandes muelles frente al mar.
Un día tendremos que beber la misma sal
y mirarnos en el espejo del padre.
Su cuerpo tiene también la estructura de los gusanos.
Si la voluntad a veces produce arañas
y es un líquido maloliente bajo cáscaras de piel,
entonces sentarse frente a las olas
para armar aquella que vendrá a buscarnos
es tal vez mejor que morir por una espada
sin saber qué es un hijo
ni cómo besar las mejillas de un muerto.
6
Matamos con diferentes significados.
Se perdonan las ofensas contra los viles
pero se condenan contra los fieles.
Enterramos la daga en la carne
olemos el aroma de los dientes del que muere
y no nos abandona hasta que juntos
exhalamos el aliento sobre el siguiente en la cadena.
Salir a pelear con gritos de furia
con graznidos de pájaros que se retuercen
no es lo mismo que la ira
carcomiendo el alma de los cobardes.
Sepultureros y muertos
se dividen el mundo.
7
Qué es un nombre.
Tengo el sonido de mi padre por emblema
pero no su cabeza y barba
los ojos celestes en la noble cara.
El último rey que nació sin penas
se casó con el ave que perturba los sueños.
Un nombre puede convertirse en carroña
cuando el sepulturero lo pronuncia
oler a heces si quien lo lleva lo ha robado
-un regalo deja de serlo cuando no se merece-
y es un cachorro de voluntad idiota.
El nombre se hace blanco de dardos de iniquidad
en las manos de la historia
y ya no vale siquiera
el pequeño dolor del esfuerzo por recordarlo.
8
Las olas son almas en pena
golpeando la costa
donde buscamos huesos
para explicar los cantos nocturnos.
Las olas estallan, se deshacen
pero las gotas en las piedras de las torres
se juntan y crean seres de carne.
Hablan, eso es lo peor.
Uno puede soportar la propia voz
pero no esa voz convertida en muertos
que regresan para darnos más trabajo.
El nuestro y el que ellos no pudieron hacer.
9
No te dedicaré una carta, madre
sólo un epitafio y el olvido
arrepentimiento y veneno
en copas que no supieron evitar
la muerte del reino.
Echa atrás el tiempo.
Revierte el silencio mortal de las espadas.
Tu boca
úlcera donde se hunden
los dedos pétreos de los hombres en tu lecho.
Sobrevuelas como ave de presa
dando consejos para matar el recuerdo de mi padre
pero hay cosas
que no puedes arrancar del cuerpo de un hombre.
Mota de polvo y mancha que no se borra.
Un último vestigio del orgullo.
10
Es curioso cómo uno hace víctimas
a quienes no desea convertir en tales,
quizá la pequeña sombra oculta
husmea el olor de los entrometidos.
No pediré perdón, querido Polonio, por tu muerte
mi remordimiento se paga
con la locura de la hermosa Ofelia.
Padres y madres
titiriteros escritores
de nuestros actos.
A veces me pregunto
si no sería mejor matarlos
apenas nacemos.
El dolor de su ausencia
sería más soportable que el rencor.
11
Rosencratz y Guilderstein ya no existen
los he entregado a la boca del mar
Decían ser mis amigos
pero eran huecos corrompidos en los huesos del reino.
Vi sus ojos cuando se acercaron
sus sonrisas diciendo
todo está bien no te preocupes
no hay dolor si son las manos de un amigo las que matan.
Quién pondrá las manos en el fuego por otro hombre
en este reino donde las barbas
son máscaras sobre caras muertas.
Mira a tus perros, Horacio,
te morderán si los lastimas
pero se arrojarán al fuego, si eso ordenas.
12
Los soldados batallan
yo esgrimo estrofas sobre fantasmas.
Hombres mueren entre espadas
yo hablo de amores que se pudren.
El fuego de la guerra estalla.
El mundo se deshace en tierra y lluvia.
Los cadáveres crecen como heces de perros viejos.
Yo simulo y juego en la locura
crío gusanos en mi alma
escarbo en los huesos de mi padre.
Algo huele a podredumbre.
Tal vez sea el cuerpo de Ofelia
servido en una mesa
al alcance de nuestros picos.
De lejos llegan las voces y el aroma
de los hombres que pelean en los campos
Ese aroma virgen de los árboles muertos.
13
Lo que mal empieza
no puede terminar bien, mi querido Horacio.
Sé que estas cartas pesan
y te he abrumado con mi dolor.
Déjame darte a cambio un abrazo y un beso en la mejilla.
Que tu pecho toque el mío
y las fanfarrias de tus rezos caigan
como perros salvajes sobre el olvido.
Eres el hombre que enlazará los tiempos con sus manos.
Las paredes caerán .
Los campos seguirán llenándose de muertos.
Pero la memoria
es más persistente que las ratas.
Estos poemas pertenecen al libro que lleva el título general de "Alimentar a las moscas". Esta sección es una serie inspirada obviamente por la obra de Shakespeare. No hablaré de su importancia, sí de la forma en que me cautivó desde su primera lectura. Tenía en mi casa paterna una vieja edición sin tapas de la obra de teatro, y aún cuando de adolescente intenté penetrar en texto, me resultó difícil pero fascinante al mismo tiempo. No creo haberla terminado de leer en esa época, pero los monólogos de Hamlet me atrajeron por esa cualidad musical y profunda al mismo tiempo, una mezcla de balada y recitación. No fue extraño escucharme a mí mismo recitar en voz alta el "ser o no ser", o "cuán débil carne es el hombre" o la escena del sepulturero. Más tarde, viendo películas basadas en ella, la fascinación fue completa. No hablemos de puestas en escena o adaptaciones, de actuaciones o dirección artística. Las palabras de Hamlet persisten en el tiempo, crecen de significado, se multiplican sus significaciones y se acrecienta su trascendencia. Porque ellas hablan del hombre y su primera y última condición, sobre el azar y el destino de la vida, sobre la muerte, la culpa, el remordimiento, el deseo y la lujuria, la pusilanimidad, los celos, la ambición desmedida, el crimen, la hipocresía, el amor, la locura. Cada personaje es un símbolo y ser de carne y hueso al mismo tiempo. Los fantasmas conviven con los seres humanos, lo fantástico es parte de lo no fantástico, las barreras entre cordura y locura son tan irreales como los límites entre la vida y la muerte o entre lo real y lo ficticio. Una obra de teatro dentro de otra obra de teatro pone en evidencia la realidad de un crimen escondido tras una fachada de ficción.
Estos poemas son un humilde homenaje, una inspiración que pretende recrear a través de mis propios medios expresivos, de mis propias preocupaciones y mi visión del mundo, lo que esta obra me inspiró, lo que su contenido y sus temas me han provocado a lo largo del tiempo. No es una copia de escenas, ni siquiera una reflexión sobre ellas, sino una apropiación de personajes. Pero ellos han cambiado, son los mismos nombres pero son otros, se han embebido de mi forma de pensar, de mi forma de ver las cosas, han buscado y encontrado factores que yo mismo no sabía que allí estaban. Esa es la función de los personajes que uno crea o recrea en la lectura, buscar por medios indirectos, como espías, como huéspedes curiosos y entrometidos, en los rincones de la casa que habitamos desde nuestro nacimiento. Rincones que desconocemos a pesar de to.dos estos años.
Aquí está, entonces, esa mirada, el mundo que hallaron, recreando y recreándose al explorarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario