miércoles, 11 de junio de 2025

Estas cosas (Ricardo Molinari)







No sé, pero quizás me esté yendo de algo, de todo,

de la mañana, del olor frío de los árboles o del íntimo sabor

de mi mano.

Pero estas llamas y la lluvia bajan por la tarde del día elevadas,

con su trabajo cruel y afanoso, con el terror de la primavera

y el tiempo y la noche vanamente disueltos en su impaciencia.


Yo sé que estoy mirando, extendido, sin atender

lo que el polvo y el abandono ocultan de mi cuerpo y de mi lengua.

Una palabra, aquella sonriente y terrible de ternura,

oscurecida por la razón y el mágico envenenamiento de la nostalgia;

sedentaria huye por un campamento, llamada y perseguida permanente,

sin alguna vez, devuelta entera y desentendida

al seno ardiente de la noche, al ser mayor e indestructible de la atmósfera.

Nada queda después de la muerte definido y elevado, ni la imagen voluntariosa

sobre los pastos crecidos y ondulantes, ni el pie

atropellado que dispara de su quemada historia intacta.


Sin clamor el rostro siente el húmedo temporal, el albergue perecedero

y la flor abierta en el vacío,

sin volver los ojos, va en su rapidez disuelto

y extrañísimo.

Soy el ido, el variante del cielo,

de la calle muerta en las nubes,

su entretenimiento como un pájaro.


¡Amor, amor! una brizna del sentido,

tal vez un día donde mis labios bebieron la sangre

y todas estas nieblas azotadas e irremediables, perdidas.

Decidido, toma, ¡oh noche!, mis secos ramos y llénalos de rocío brillante

y pesado, igual al de las hojas del orgulloso y reclinado invierno.





Ilustración: Ko Ke Kumulipo

 

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