domingo, 7 de enero de 2024

LA DUDA por Laura Marta Leon


 

Paloma se veía distinta. Su ropa cambió, sus gestos intentaron refinarse. Hasta el largo y el color de su cabello cambiaron. Ya no era la llamada comúnmente morocha, pálida, baja y regordeta de su barrio. La realidad es que Paloma creció, ¿y acaso nosotros envejecemos si siquiera darnos cuenta, sin ver pasar la vida? ¿Tan ensimismados estamos en nuestros problemas que no lo notamos?

     Una tarde de calor, la crucé en la vereda, con la mochila y el uniforme de su colegio. Lo único que me hizo pensar en su edad fue la mujer que vi. Su pollera cuadrillé tableada y su camisa blanca con cuello redondo dejaron volar mi imaginación. De pronto, la reconocí: era Paloma, pero ya la había mirado con otras intenciones. Me reproché el pensamiento y comencé recién a darme cuenta que yo también había crecido o envejecido, y ahora: ¿qué hacer con esas intenciones?

     Sólo aquella persona que la haya conocido de niña puede notar su cambio actual. Hoy su andar seductor y caprichoso es dueño de muchas miradas, su manera de hablar con expresiones adultas, seduciendo inconscientemente con la mirada brillosa y su sonrisa asombrada, deja perplejo a quien quiera que sea, mujer, hombre o niño. Ninguno puede resistirse a la magia que contagia.

     Finalmente, la conjunción de astros, así lo pienso, permitió que nos conociéramos otra vez, como si fuera la primera ocasión que nos veíamos. Por supuesto, ella no me recordaba, y todo fue nuevo para Paloma, no así para mí.

     El tiempo pasó y ahora somos amigas íntimas, a pesar de la diferencia de edad. Ella me mira con sus grandes ojos al reír, al llorar, al hablar de su intimidad. No sé si nota que mi interés es diferente al de ella, aunque nunca me atreví a decírselo, siquiera a hacérselo notar. Es una excelente amiga, pero muero de celos, mi vista se nubla y en mi mente tarareo alguna canción cuando Paloma habla de un hombre, sólo para no escuchar.

     Una noche húmeda de agosto, Paloma vino a casa para bañarse y prepararse, ya que la noche del sábado saldría, y en su departamento no había luz, por lo tanto tampoco agua. Mientras ella preparaba su ropa y maquillaje, le ofrecí una copa de vino, que recibió con una sonrisa deliciosa. Bebimos, reímos y hablamos sobre tonterías de la vida. Ella se retiró al cuarto de baño mientras yo solicitaba comida por delivery.

     Pasaron veinticinco minutos aproximadamente, cuando sonó el timbre y recibí unas vistosas empanadas vegetarianas acompañadas por ensalada. El aroma inundó la casa de un perfume familiar, de comida casera. Me acosté en la cama disfrutando del magnífico sentido del olfato. Algo adormecida, escucho a Paloma reír; me sobresalto, y ella ría aún con más ganas. Envuelta en un tallón beige, se recuesta a mi lado y me pide que le pase crema en la espalda. Vuelve a sentarse por un instante y me alcanza la emulsión.

     A partir de aquel momento nació en mí el deseo de acariciarla, olerla, satisfacerla. Quedaron atrás los pensamientos que me acecharon desde que volví a verla ya hecha una joven cautivadora.

      Acaricié su espalda suavemente, disfrutando centímetro a centímetro sin dejar de lada ni una sola peca, un solo lunar. Pude ver en el espejo cómo sus rodillas y sus labios temblaban, sus pezones se erizaban, y su espalda se encorvaba. Todo fluyó esa noche, pude darme cuenta de eso cuando el sol tibio me despertó al amanecer, y el brazo de Paloma rodeaba mi cintura.


Laura Marta Leon nació en Tigre en 1979. Es enfermera profesional. Este es su único cuento hasta la fecha, donde se aprecia la lúcida intuición que caracteriza su mirada, claramente visual y anecdótica.  Los detalles trascendentes de la historia y los personajes sobresalen por un lenguaje simple, cuya equilibrada ambigüedad no hace más que confirmar lo que pretende insinuar.

 

 

 

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