1
los motores tiemblan
en los huesos
del campesino
hierro más pesado que la tierra
brillos de metal
espigas de trigo
luces de un millón de girasoles
los aviones
abren los vientres
dejan caer
fragmentos de su alma
bajo la sombra de las alas
un
hombre
en la llanura
2
un hombre se quita la ropa
se cubre el cuerpo con barro
construye un arma
imita el gruñido de las bestias
el ladrido de los perros
atisba entre los árboles
la sombra
luces de los ojos
y en el fuego que ha creado
de la nada
arroja los cadáveres
3
de los límites de la ciudad
es
imposible salir
sogas de hierro
cadenas de músculos
atraen hacia
el centro
de una fosa
rodeada por ojos de jóvenes
sedientos
con ancianos desnudos a sus
espaldas
un pozo
donde los aviones caen
y las torres se derrumban
sobre flujos humanos
acero fundido
mares de petróleo
para sepultar a los difuntos
4
Ricardo de Gloucester hacía nacer
la
ira del hombre
su corazón estaba en su giba
y no permitía que nadie lo viese de espaldas
tramaba intrigas como una diestra tejedora
y la furia surgía en respuesta
los cañones tronaban
el sudor del miedo
podía olerse más fuerte que el rocío de la mañana
los ejércitos salían al campo de batalla
entrechocaban lanzas y rompían huesos
hasta deshacerse en los fragmentos del caos
el mundo entonces era hermoso
se asemejaba a su cuerpo
5
la débil voz de Camus
extranjero en tierras de hambre
enuncia con triste sonrisa
discursos contra la guerra
frente a auditorios con armas de fuego bajo la ropa
y bisturís señalando páginas
afuera suenan los altavoces
disparos en la calle
una estudiante se acerca con voz de polen
él mastica el pan que ella le ofrece con ojos de hierro
cuerpo de hiena
él cae sobre los libros
que ya nunca escribirá
y ella huye hacia las sirenas que brotan
del último estallido
6
Yago dice a Hamlet
el alma de la mujer
es un fondo herrumbroso en el cuerpo
y su aliento huele a deliciosos
perfumes
mientras habla
detrás del frente de batalla
lady Macbeth enseña a Ofelia
a pintarse los labios con
óxido de espadas viejas
besa a Hamlet, le aconseja
lo salvarás de la locura
pero él no deja de llorar
la muerte de su padre
y Ofelia se mata en un río
que arrastra carne de soldados
7
los ejércitos llegan al desierto
las manos atadas al
sexo
los soldados gritan al morir
frotando sus armas
disparar, gemir
el general aún comanda
las
fuerzas
la lluvia de arena se mezcla
con la fuente de negros pozos
el general sabe quién es
no instrumento, sino fin
su propio sexo en el último pliegue del
pecho
8
dicen que es inhumano golpear las paredes
yo golpeo a los perros contra ellas
a mujeres y niños que aún no han nacido
y la cabeza de un hombre deforme
contra las
piedras
no digan que no soy humano
jamás arrancaría
esta roca con hiedras que crece en mi pecho
o vaciaría a puñados la cal de mi cerebro
ni arruinaría el filo de mis manos
con un material menos noble
que la carne
9
no nos gustan los verdugos
no por condenar la pena de muerte
sino la soga en el cuello
la corbata que pende de una viga
esa venda con que un día, en invierno
nos taparon los ojos
cuando pongamos la cabeza en el madero
la cuchilla zumbará
el piso se abrirá
las hachas brillarán como el sol
en los
ojos del verdugo
no hay
perdón ni lástima
apenas esa misericordia
con que intentamos excusarnos
aquel que mira el rostro de su verdugo
se mira
10
no hay leyes en la batalla
sino estigmas en la piel
proyectos a sancionar en el parlamento
hospitales que registran estas marcas
médicos hablando de doctrinas
escritas por quienes han leído de la guerra
desde altos helicópteros numerados
los soldados
aprenderán el código de la guerra
tal vez pierdan los dedos
sus brazos servirán de apoyo al fusil
y si no tienen brazos
las piernas ejercitarán el acto
abandonados por dios presidente
quizá también les corten las piernas
pero sus cabezas construirán
labios, saliva y dientes con sangre
bautizarán el instrumento del fuego
para besar el cuerpo del enemigo
matarlo con ese beso
11
el soldado se distrae
se seca el sudor con un pañuelo no reglamentario
arrugado como flor rota en el bolsillo
unos niños bajan del micro
y corren hacia los hombres
que llevan fusiles a la espalda
juguetes en las bolsas sobre sus hombros
y caramelos en las manos
el soldado ahora sonríe lánguidamente
piensa en su mujer
pero tras el volante hay un extraño
él de pronto sabe
-como si unas brujas se lo hubiesen revelado-
que el vehículo es camuflaje
del oscuro fondo que se hunde en el asfalto
levanta el arma y apunta
y en los ojos del otro ve
lo que su alma adivina
lo intuido en noches donde hasta Dios
es menos cruel que los gritos de un sargento
no se atreve a disparar
será después del estallido
-entre fragmentos de cuerpos
quemados como caramelos en fuentes de carne
cuando los funerales hayan pasado
y las noticias se pierdan en ríos de leyes
tropas avancen
redimidas por papeles fabricados
en edificios de moneda-
cuando el soldado recordará la sangre en tubos de plástico
sirenas rojas cantando desde autos blancos
pero él entonces estará seguro
que su memoria valdrá tanto
como el polvo
12
ya no hay tambores redoblando
ni cornetas que anuncien el alba o el fin de la batalla
hay toses de cigarrillos
cascos atados bajo barbillas sin barba
ellos han tenido sexo antes de la primera lección de fuego
en galpones de extensos campos de entrenamiento
largos veranos que han sido uno solo, días calurosos en
sábanas sucias
colchones finos como capas de cebollas con olor a aceite
cosméticos y lubricantes para el sexo y los fusiles
se preguntan, mirando el cielo raso, si los cañones de antaño
los habrían dejado sordos, tal vez, les responden
las órdenes del sargento y el cabo y el coronel repercuten
en los laberintos del hueso temporal que asila los
tímpanos que alguna vez escucharon la marcha fúnebre
sin saber a quién estaban llevando
a tu abuelo, escuchó decir a sus padres, a tus tíos y a tu
hermano
arrastrados no cargados en cajones de metal por aires de
fuego
aviones hércules hacia islas distantes y nunca pronunciadas
por
maestros que aprenden, al mismo tiempo que enseñan lo que
no saben, vergüenzas de escuelas en tarde de otoño, donde los
números
en los pizarrones son pequeños ángeles de sabiduría
junto al recuerdo de los tiros que llegan de las calles, los
vidrios rotos
y los gritos que anuncian epitafios y construyen lápidas en
el aire
hacia oídos vírgenes del sonido de los muertos
sordos a las sirenas que nos despiertan a las cinco de la
mañana
desnudos y bajo agua fría, obligados a levantar la carne de
los cuerpos
heridos los muslos y las manos sobre el asfalto
del patio de recreos, recordando los juegos bajo la ducha
torsos como gacelas rosadas, flamígeros brazos de pieles
blancas
y los llantos en la oscuridad, ahogados por almohadas que en
la mañana olerán
a semen y saliva
aromas que crecen cuando el grito de los cadetes se libera
en luces cegadoras y lejanos cañoneos que se acercan
aviones que estremecen la estructura de la base
no simulacro, se repite, no simulacro, metrallas y zumbidos
cargas que detonan, cuerpos mezclados entre vidrios y cemento
tierra cayendo del cielo
sobre montículos de huesos
que las bombas construyen en el barro
piadosas mensajeras
que me traen la voz
la caricia de mi padre
una larga tarde
en los pinares
junto a la playa soleada
Ilustración: Gassed (John Singer Sargent)
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