jueves, 20 de marzo de 2025

Molière: El mediodía (Julio Gómez de la Serna)

 






Moliere volvió a París en el otoño de 1658. Luis XIV tenía entonces veinte años; reinaba desde los cinco, bajo la regencia de su madre, con lo cual su carácter poseía ya las grandes cualidades y los grandes defectos -de más peso aquéllas que éstos, juzgando serenamente- que harían famoso su reinado. Sólo debían transcurrir tres años para que, muerto Mazarino, empuñara él personalmente las riendas del Estado, de aquel Estado que realmente fue él, al llegar a su grado máximo de esplendor.

      Cumplidos los diversos trámites y conseguida, como queda dicho, la real autorización, Moliere se presento con su compañía ante sus majestades, altezas y la Corte toda el 24 de octubre d aquel año, el palacio del Louvre, donde habían montado un pequeño escenario en la antigua Sala de los Guardias. La obra con la que iban a actuar en tan solemne y emocionante ocasión-era Nicomedes, la tragedia de Corneille, estrenada en 1651, cuya acción ocurre en Bitinia en el siglo II antes de Jesucristo, y en la que los grandes sentimientos-valor, generosidad, abnegación- van enmarcado en el verso sonoro, directo, sobrio, del inmortal trágico.

     Asistieron a la representación los actores del Hotel de Borgoña, con el ánimo más inclinado a la desdeñosa compasión que a la envidia, ya que se trataba de una simple compañía de provincia. El éxito fue alentador, teniendo en cuenta la rígida etiqueta cortesana de aquellos tiempos; y a él contribuyeron especialmente las primeras actrices Magdalena Bejart, la Du Parc y la de brie, con us belleza, su atractivo y su soltura.

      Al concluir la representación, Moliere, en un impulso, posiblemente deliberado, hizo descorrer la cortina, avanzó hacia las candilejas y, tranquilo, satisfecho y siempre diplomático, "después de haber dado las gracias a su majestad en términos de gran modestia, por la bondad que había demostrado al disculpar sus defectos y los de su compañía, quienes habían salido temblando ante una reunión tan augusta, y el deseo que sentían de tener el honor de divertir al más grande de los reyes, les había hecho olvidar que su majestad poseía a su servicio excelentes originales, de los que ellos no eran más que míseros remedos, y puesto que había consentido soportar sus modales rústicos, le suplicaba con toda humildad que le permitiese ofrecerle uno de aquellos pequeños entretenimientos que habían alcanzado cierta reputación, y con los cuales divertían en provincias". Moliere, encantado, representó El doctor enamorado, una de esas farsas cuya pérdida posterior lamentaba Boileau. (De estas farsas milierescas de la primera época: El maestro de escuela, El doctor enamorado, Los tres doctores rivales, El doctor pedante, Gorgibus en el saco, El leñador, El celoso farfullero y El médico fingido, sólo han llegado a la posteridad los borradores de las dos últimas).

     El rey quedó tan satisfecho de la compañía, que al día siguiente les permitió establecerse en la sala del Petit-Bourbon, construída en el emplazamiento actual de la columnata del Louvre, para que actuase allí., alternando con los comediantes italianos. Le fue concedido el título de "Compañía de Monsieur, hermano único del rey". Y dio en ella su primera representación pública el día 2 de noviembre. (Tengo ante los ojos la reproducción del cartel anunciados de una representación en el Hotel de Borgoña, precisamente conservado en el Archivo de la Comedia Francesa, y en el cual aparece, entre otras indicaciones muy curiosas, lo siguiente, que copio con su ortografía textual: "Deffences aux Soldats d'y entrer fur peine de la vie. C'est a l'Hotel de Bourgogne a deux heures precises". Martes, 17 de diciembre de 1658). 

     Moliere y su compañía habían recibido con toda fortuna el espaldarazo del público más selecto de la capital. Tenían que mostrarse a la altura de aquel éxito. Y para ello Moliere, sagaz director de escena, siempre renovador, empezó por preocuparse en vigilar severamente la pronunciación y la manera de declamar de sus actores, buscando ante todo, con un afán de innovación revolucionaria en aquella época, la naturalidad, evitando el énfasis, el engolamiento escénico, tan habitual por entonces.

     Este sistema, tan sensato y acertado, provocó ciertas reacciones contrarias, al principio sobre todo, y en el repertorio trágico especialmente. Pero aquellas muestras de hostilidad iniciales se convirtieron pronto en el mejor triunfo, cuando Moliere presentó sus comedias El atolodrando y El despecho amoroso, por este orden. Éxito que culminó el 18 de noviembre del año siguiente- 1658-al poner en una misma velada y programa excepcional, después de Cinno, de Corneille.

     Al terminar la representación, salió un grito del patio, repetido después por la posteridad: "¡Ánimo, Moliere! ¡Esta es la buena comedia!". La afluencia de público fue tal para presenciar la obra, que, al fin de reducirla, obteniendo un mejor beneficio al mismo tiempo, la compañía aumentó el precio de las localidades. La Corte hallábase entonces al pie de los Pirineos, donde se negociaba la paz con España y el matrimonio del joven monarca. La obra fue enviada allí y logró tan buen éxito como en París. (Una vez casado, Luis XIV asistió a la representación de Las preciosas, dada en Vincennes, en el Louvre y en el palacio de Mazarino. Encontró magnífica la comedia y demostró a Moliere su aprecio cada vez con mayor efusión. Según cuentan, en la representación de esa obra, el rey permaneció en pie, como un individuo cualquiera, apoyado en el respaldo del sillón del cardenal, cuya dolencia agudizada, iba a tener mjuy pronto un desenlace mortal).

     Según Jean de Segrais (fino y espontáneo poeta, contemporáneo de Moliere, que fue secretario de madame de La Fayette), ante aquel doble éxito, que le "henchía de valor", haciéndole confiar en su talento, Moliere afirmó: "¿Para qué necesito ya estudiar a Plauto y a Terencio, ni escudriñar los fragmentos de Menandro? No tengo más que estudiar a las gentes".





Ilustración: Simon Vouet

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