domingo, 28 de junio de 2009

Lecturas

     






Doris Lessing: Memorias de una sobreviviente (1974) Novela futurista más que de ciencia ficción, Memorias de una sobreviviente es una compleja narración de múltiples interpretaciones. Hay un personaje central, narrador, que escribe en primera persona, describiendo en principio dos historias o situaciones bien diferentes. La primera es la real: una ciudad víctima de tiempos cambiantes en una sociedad que parece estar desintegrándose. La segunda, dentro de su casa, es implicitamente mágica o imaginativa, pero que sucede realmente a la protagonista: la pared interior de su casa se disuelve y deja ver diversas cosas: cuartos, habitaciones, personas. En la primera aparece otro personaje: Emily, una niña con un perro extraño (mezcla de perro y gato, con atribuciones de persona en su carácter), dejada allí por un hombre. Surgen entonces interconexiones entre ambos mundos: lo que se ve tras la pared son recuerdos o imágenes de la vida de Emily. A su vez, la parte real muestra la vida de la niña que va creciendo, haciéndose mayor, entablando contactos con la gente de la calle. Se están formando tribus, clanes que parten hacia regiones mejores. El alimento escasea, la autoridad pierde presencia. Ocurren desmanes y asesinatos que de a poco se van acercando a ese barrio antes tranquilo. Es una sociedad que va involucionando a un estado anterior y más salvaje. Los primeros intentos de comunas son reminiscencias de una sociedad que hacen recordar a los grupos de La buena terrorista. Tenemos luego tres espacios bien diferenciados: la calle, de la que los protagonistas deben protegerse; la casa, donde ellos se refugia; lo que está detrás de la pared. Emily va creciendo y adquiriendo liderazgo en los grupos de supervivencia. Pero estos grupos no son de adultos sino de jóvenes, y sus miembros son cada vez más niños. Los niños entonces comienzan a ser temidos por los adultos, porque han nacido en una sociedad sin educación ni guía. El tiempo de la novela, a su vez que es protagonista, es no sigue el ritmo habitual. El tiempo avanza rápidamente, como si viésemos los acontecimientos de un siglo o más en unos pocos meses. Emily se ve también dividida entre dos mundos: su necesidad de vivir afuera de la casa, y su afecto por el perro y su cuidadora. Las imágenes que la protagonista ve tras la pared hablan de que Emily tuvo un hermanito que debía cuidar, y una madre sobreprotectora y rígida. Aquí la infancia es vista entonces como una prisión, un castigo, un estado de necesidad continua en busca de libertad. Los niños del subterráneo salen y matan, son primitivos, y Emily siente que debe cuidarlos. Su novio, Gerald, es otro líder cuyo idealismo parece ser un rasgo superviviente de una lejana época dorada. La familia formada por la protagonista, Emily, Gerald y el perro parece ser la unidad que finalmente sobrevive. La casa y la pared como imaginación salvadora de la soledad y de la realidad de afuera. Entonces nos preguntamos: ¿No será Emily la que nos está contando todo esto? ¿Son sus memorias? Hay un ida y vuelta permanente entre estos mundos. La autora no hace más que proyectar en espacios separados lo que cada ser humano contiene en sí mismo, la ambivalencia del entorno y el interior. Lo que deseamos y lo que debemos hacer. Lo que amamos y lo que odiamos. La infancia y la adultez. La necesidad de crecer y la negación a morir. La novela va adquiriendo un estado de angustia y tensión sutilmente manejada. La degradación del mundo exterior, la transformación del edificio de departamentos en una pequeña ciudad donde pasan a convivir comunas y comerciantes en los pisos superiores, y luego estos dejan lugar a los clanes salvajes que juntas animales para sacrificar. Es un mundo terrible, desprotegido, amenazante, donde sólo la pared que lleva a la imaginación, o a otros mundos mejores, es la única salvación. Aquí llegamos al punto crucial: ¿no será todo imaginación de Emily-narradora? ¿No serán sus recuerdos? ¿No será esta mujer solitaria en un departamento cerrado, sobreviviente, la que ve más allá de la pared el mundo como fue y como debería ser? ¿No está depositando allí la esperanza? La elegancia del lenguaje, su sutileza, su exacta medida en el ritmo, hace sobresalir lo emocional, lo que no se dice por encima de los hechos simples. Incluso la información de lugar o tiempo, los resúmenes de hechos anteriores, que tantas veces malogran o resultan sobreimpuestos en las novelas llamadas de ciencia ficción o futurista, están en los momentos precisos de la narración, como piezas de rompecabezas. Doris Lessing escribió esta novela a los 55 años, portadora de toda su capacidad expresiva al servicio de una historia que a su vez es alegoría, futurismo, filosofía, y también una cruel y acertada descripción de la naturaleza humana. 
      Doris Lessing: El hambre de Jabavu (1953) Publicada dentro de un ciclo de novelas cortas bajo en título general de Five (Cinco), esta novela lleva el nombre original de Hunger (Hambriento). La trama nos muestra a un nativo de una aldea africana en su viaje de maduración a la ciudad. El hambre de Jabavu se refiere a su inquietud por mejorar su estilo de vida. Es un adolescente disconforme con el esfuerzo que ve hacer a sus padres por una vida donde sólo hay pobreza y enfermedad. Se siente mejor y más fuerte que los demás, y tentado por las historias que le cuentan los que vienen de la ciudad, decide irse. Nos encontramos aquí con una narradora de 34 años que demuestra ya sus múltiples recursos literarios. Por ejemplo, utiliza un tiempo presente constante, recurso difícil y arriesgado para una narración extensa que llega a las 172 páginas; también utiliza un tono indirecto, donde los diálogos están entre comillas dentro de los párrafos. Por más que los personajes hablen, el tono es cuasi literario y deliberadamente fabulesco. Todo eso le da a la narración un aire de fábula contemporánea, acorde con la impronta de la autora, preocupada desde siempre por lo social y más que nada por la situación humana dentro de las diversas sociedades, sea ésta inglesa, africana o incluso del futuro inmediato. La realidad va ganando terreno de a poco. A medida que Jabavu se adentra en la ciudad, sus creencias se ven contrastadas por lo que encuentra. Se nota confuso: las mujeres que encuentra parecen tan tontas como las de su villa, pero pronto verá que son más engañosas; encuentra que el anonimato es un cómplice para robos fáciles de pequeños objetos, pero pronto sabrá que debe tener papeles que lo identifiquen. El hambre de Jabavu empieza como un determinismo (él ha nacido en época de hambruna, donde todo servía para comer, y esto caracterizó su forma de ser de niño y de adolescente: lo llamaban "el bocón", no solamente por comer de todo, sino por su forma de criticar y desobedecer a sus padres), luego se transforma en una necesidad inmediata de cambiar, de buscar otras cosas. Esto también acentúa el aire de alegoría de la novela. Ese hambre, de niño lo hace gracioso y extraño, de adolescente, lo hace hablar de más. Es extraño para los otros, y ese aire de extrañeza es una peculiaridad que emparenta a este personaje con otros que después vendrían en la narrativa de la autora (El quinto hijo, por ejemplo), pero esta similitud termina acá. En la ciudad él no es nadie especial, aunque tanto los buenos como los males ven una potencialidad importante en su persona. Jabavu conserva una cierta ingenuidad que no tiene fuerza suficiente para prevalecer por encima de su orgullo de raza, o más que nada su orgullo personal. Se encuentra más fuerte que otros en la ciudad, capaz de mayores cosas, y por eso opta por los beneficios más rápidos. A pesar de encontrarse con gente que quiere adoptarlo para una causa social, él decide ir con una pandilla de ladrones que le hará ganar más dinero con menos esfuerzo y tiempo. El choque con la realidad de la ciudad demuestra la ambivalencia de su espíritu: la infancia en la aldea es dada casi como una ensoñación, no de placeres, pero sí de protección frente a todo peligro; la madurez está marcada por la desilusión, la confusión de la realidad que encuentra en la ciudad. Jabavu se ve inmerso en una trama que involucra tanto obstáculos y peligros derivados de una organización corrupta, burocrática y discriminatoria, como por los eternos sentimientos humanos de celos y ambición. Se encuentra en medio de asesinatos y víctima de una extorción para robar al único hombre de la ciudad que ha creído en él desde el principio. Aquí el hombre blanco no es más que una organización sin sentimientos que determina una muy estrecha forma de vida para los negros. Son éstos lo que participan activamente, entonces, la vida de sus pares, para bien o para mal. Jabavu al final es castigado, pero aprende que el castigo es también un camino de llegar a la redención a través de la expiación. Aprende, sobre todo, sus propias carencias y limitaciones, sus propias debilidades de carácter. El final no es ni feliz ni trágico, sino esperanzador. El tono y el estilo de la narración están perfectamente congraciados con la temática. No es la narración de un autor naturalista, tampoco una fábula pasatista o moralista, lo más a lo que podría acercarse si queremos clasificarla de alguna manera, es a una leyenda urbana del siglo XX. ¿Una parábola, quizá? 
     Doris Lessing: La buena terrorista (1985) Esta novela, publicada a los 66 años de edad de la autora, muestra a una escritora en plena y máxima madurez expresiva. Pero no es únicamente en la estructura gramatical y narrativa donde notamos esta madurez, sino en la profundidad humana, en la comprensión de almas de muy difícil traducción. Porque traducir es, quizá, un de las formas de decir que el escritor debe adentrarse, explorar, tomar notas y recién entonces expresar lo que es la psicología, el pensamiento, el sentir y la lógica contradictoria de la conducta humana. En esta novela tenemos a una protagonista de 36 años, soltera, casi seguramente virgen todavía, militante política en la extrema izquierda, que vive en comunas de Londres. Conserva desde hace 15 años una relación no del todo precisa pero concertada con un hombre homosexual. En ella vemos la primera ambivalencia que domina la novela: Alice se ocupa por propia iniciativa y gusto de las tareas de las casas que ocupan. Se encarga de la limpieza, la cocina, el mantenimiento, la habilitación de los servicios públicos, los trámites con el Ayuntamiento. Lo ha hecho siempre y no le molesta que los demás miembros no lo haga, incluso que subestimen estas tareas y no se lo agradezcan. Pero tampoco ella desdeña las tareas meramente políticas: disfruta de las pintadas en la calle, de las manifestaciones, y el peligro que todo esto implica, le gustan las reuniones políticas y la toma de decisiones. Ella toma el dominio de todo lo "doméstico", el manejo del dinero está a su cargo, y no escatima escrúpulos es conseguir dinero de cualquier parte. La ambivalencia del personaje no es solamente en estos aspectos doméstico/político, sino en el ámbito moral también. No se considera una ladrona, tiene sí escrúpulos en robar a quienes no conoce. Sin embargo, cuando roba dinero del bolsillo de su padre, cuando pide prestado a sus amigos o familiares acusándolos de burgueses y fascistas, cuando roba alfombras y cortinas de la casa de su madre, no cree estar haciendo algo malo: lo hace por la "causa". Si los demás no están dispuestos a estregar lo que deben por propio voluntad, ellas deberá sacárselos. Este razonamiento está implícito en las acciones de la protagonista, en los pensamientos que la autora recrea en forma indirecta. Aquí está la maestría de Lessing: en ningún momento encontramos que la autora interfiera ni nos esté contando algo. Todo deviene sutilmente de la trama y de la manera en que la narradora nos envuelve en el ambiente precisamente descrito. Los personajes secundarios están hábilmente definidos: la pareja lesbiana, nunca descripta con golpes bajos, sólo con apuntes necesarios superficiales, para adentrarse directamente al ser interior de cada una de ellas; el frágil Philip, trabajador y fracasado; Bert, el militante mediano y cumpliendo siempre papeles secundarios; Jocelyn, la fría militante que fabrica bombas, etc. Podrían numerarse así todos los personajes, descriptos sin énfasis, como al pasar, tan certeramente como si los viésemos salir de la casa del vecino. Y es esta sensación la que nos transmite la autora: los militantes son parte de la sociedad, están inmersos en ella y de pronto saltan para echarnos en cara los innumerables defectos que los demás permitimos por comodidad e ignorancia. Pero en ellos también hay una esencia que pertenece a todos los humanos. Un factor oscuro que en sus manos, por la posibilidad de acceder a las armas, por la lógica ganada en la escuela del escepticismo y la inconformidad, puede convertirse en un arma de doble filo. Es aquí donde pasamos a otra de las ambivalencias de estos seres: lo personal se mezcla con lo político. ¿Hasta dónde el afán de justicia no es también una búsqueda personal de resolver fantasmas personales? ¿Cuál es el límite para buscar la justicia social? Está bien claro que no hay límites cuando lo que se ha inculcado en estas mentes es un fin determinado, ese y ningún otro. La destrucción y la construcción de una nueva sociedad es el objetivo declarado por la protagonista misma, aunque quizá ni ella crea en eso en realidad. Se la ve convencida, pero hasta dónde es capaz de llegar para ver cumplido tal objetivo. La trama de la novela la llevará a saberlo. En el atentado final ella no participa activamente, pero el parte del plan, ha colaborado en crearlo, ha proporcionado las condiciones para que éste pueda realizarse. Su llamado pocos minutos antes a las autoridades para denunciarlo es nada más que una excusa para tranquilizar su conciencia, acallada durante tanto tiempo por esas tareas domésticas que ocultaban su verdadero ser: que todos somos capaces de todo, o por lo menos tolerar y hacer la vista gorda a todo. Lo que busca Alice es un hogar. Ella extraña la casa de sus padres, las fiestas que ellos ofrecían. Repudia la venta de la antigua casa como si hubiese sido suya, y así era, pero en sus recuerdos. Se enoja con su madre por haberla vendido, pero no piensa que lo hizo a causa de que ella y su pareja han vivido en ella sin pagar. Alice es una niña todavía: su otra ambivalencia es la sexual. Cada vez que escucha hacer el amor a sus compañeros de casa, o que el tema del sexo se plantea en las conversaciones, ella se siente incómoda. No tolera que la toquen, su relación con Jasper es extraña: lo ama pero no lo desea. Desearía dejarlo pero no se atreve: sabe que Jasper depende de él. Es casi una relación madre e hijo. Estos paralelismos no son casuales: política/personal, amor/sexo, mujer/matrimonio, casa/refugio. Alice desea destruir lo que cree que intenta destruirla: la sociedad, pero ésta está en sí misma también. Alice tiene la habilidad de comprender a todos, ellos se sorprenden de su sagacidad. Pero no parece comprenderse a sí misma, mucho menos analizarse ni explicarse sus acciones. Ella tiene una cierta inocencia que parece más bien obstinación y torpeza. Su enfrentamiento con los problemas, la forma en que los resuelve sin escatimar el peligro, le otorgan la virtud de la valentía. Pero es una inocencia de conveniencia, que cuando choca con la responsabilidad individual, con el mero respeto por los que piensan distinto, no es capaz de justificarse y reacciona con violencia. Todo es por causa de un objetivo, de la injusticia del mundo establecido. La casa reconstruida es una alegoría a su vez de la sociedad y de Alice misma: todo luce mejor que cuando ella llegó, pero las vigas del techo permanecen sin renovarse, y está podridas. ¿Techo/cabeza? La casa y quienes la habitan es una alegoría también del matrimonio que ella no tiene: Alice es la cabeza de la familia, que repara, arregla, soluciona y mantiene el calor y la comida para cuando los demás vuelven del trabajo (léase "manifestaciones"). Hacia el final hay una violencia que se ha ido acumulando a lo largo de la novela, que se traduce en que no importa el sufrimiento de los demás (tanto de las víctimas como de los victimarios), sino la causa. Hay ciertos paralelismos con otra magnífica novela de la autora: El quinto hijo. Si en ésta tenemos un hijo extraño que la madre llega a desconocer como propio, la madre de Alice tampoco reconoce a su hija en lo que se ha convertido. También es peculiar que haya una distancia que la sociedad (lo normal) crea alrededor de los que no comprende o piensan diferentes: la comuna de militantes, los homosexuales como Jasper, los extremistas que desconocen las leyes de convivencia por afán de un objetivo insobornable. Inevitablemente estos deben convertirse en extraños para entender su existencia, finalmente toman la etiqueta de monstruos par a los demás. Quizá, de esa manera, se ven libre, finalmente, para cumplir con lo que deben, ya sin remordimientos, ajenos y liberados del común origen con los demás hombres.                
      Héctor Tizón: Cuentos completos Tizón ha publicado cinco colecciones de cuentos. La primera de ellas data de 1960, de sus 31 años de edad, con el nombre de A un costado de los rieles. Estos dieciséis relatos son en su mayoría textos cortos, de una medida exacta para el efecto que quieren transmitir, un lenguaje ajustado y de asentado estilo literario. Sus temas son fuertes, como por ejemplo la muerte ligada al asesinato como instrumento de una pasión humana o como recurso por parte de un poder político militar (Gemelos, Ahora te toca a ti). La mirada del autor no es consecuente ni tampoco calificativa. Se limita a mostrar los hechos sin acentuar los tonos ya de por sí cruentos. No hay frialdad en el lenguaje, porque éste se ve confeccionado y teñido con los leves efectos del escenario y la descripción exacta de los personajes. En estos cuentos hay una mirada patética a los seres indefensos, tanto física como mentalmente (Fuegos artificiales, El hijo de Belcebú), hay relatos de una enorme ternura llenos de poesía (El circo, que se alinea en el tono de Tini de Wernicke y El hombrecito de los azulejos de Mujica Láinez; y El llamado). El segundo libro, publicado doce años después, en 1972, a los 43 años, es El jactancioso y la bella. En este libro el autor va ganando espacio y encontramos mayor desarrollo en los cuentos. Se mantiene un estilo y se conserva intacta la calidad expresiva, pero los tramas son más complejas, más desarrollados, y por lo tanto vemos un mayor aprovechamiento tanto de la riqueza del tema como de la destreza narrativa del autor. El cuento que título al libro es uno de los mejores de Tizón. Aquí vemos a estos personajes ambiguos cuyo origen desconocemos, que aparecen en un pueblo para cambiar la vida rutinaria de sus pobladores. Luego se irán, pero dejando su impronta y su misterio, su leyenda, que será objeto de relatos orales hasta mucho después de su partida. Lo importante, en fin, no es la trama exacta y perfecta con esa vuelta de tuerca del final, sino que esta disposición narrativa se ve completada, complementada sería más exacto, por la pintura de los personajes, nunca del todo definidos, dibujados tan delicadamente como en caligrafía pero manteniendo zonas indefinidas, no del todo dichas, ocultas deliberada pero no engañosamente. Hasta dónde contar, se pregunta habitualmente triste y con fracasos que llevan a la tragedia. Pero la piedad del autor por sus personajes no está en la mirada, austera y precisa, necesariamente cruel, sino en la forma que traduce su interioridad, con un lenguaje rayano en lo poético. Tizón publicó una recopilación de sus relatos anteriores en 1984, Recuento. a los 55 años, agregando tres cuentos nuevos. Los tres están prácticamente dedicados al tema de la dictadura militar, pero sin caer en el facilismo ni en la literatura política. En uno hay un matrimonio que espera la llamada del hijo desaparecido, en otro un muchacho de provincia busca a un pariente lejano en una ciudad dominada por la sensación de persecución y paranoia, por último, un profesor universitario se da caza a sí mismo al verse perseguido por fuerzas amenazadoras. En el quinto libro de cuentos, El gallo blanco, en 1992 y con 63 años de edad, encontramos la misma calidad y el mismo estilo que en los demás, pero el desarrollo de los temas es todavía más complejo y profundo, ahondando psicológicamente en el entramado de los hechos. Las acciones guardan su propia explicación, su propia lógica enfermiza, su propio crecimiento alterado. El pasado va ganando preponderancia, hasta tomar el mismo nivel del presente en importancia. El pasado y la familia es la pareja temática por antonomasia en esta colección, el clima de los relatos es el lugar donde ocurren y la familia que los protagoniza, ambos no pueden disociarse, espacio y tiempo son una misma sustancia. La familia es a la vez un recuerdo y un estado actual de incertidumbre y confusión: no tiene significado presente más que en su relación con el pasado. El cuento Retrato de familia es el ejemplo típico de este entramado. Los temas secundarios son las rígidas convenciones sociales y las pasiones que tratan de romper estos límites. A su vez aparecen temas derivados como los ritos urbanos o rurales, por ejemplo la cacería y el duelo en el relato La caza, un cuento extraordinariamente narrado en dos historias paralelas, tal vez el mejor cuento de Tizón. En El gallo blanco se trata el tema de la superstición y los ritos de la vida y muerte, tomando el lenguaje y la estructura una forma confusa y onírica, donde el pasado vuelve y se mezcla con el presente al punto que ambos son una misma cosa indiscernible. Somos el pasado, y con él debemos vivir, parece decirnos el autor. Nunca podremos deshacernos de él, ni siquiera el olvido es capaz de borrar sus huellas. 
     Benito Pérez Galdós: Novelas 1881-1885. Otros textos. Con La desheredada empieza lo que se llama la etapa de novelas contemporáneas, es decir, ubicadas no en la primera etapa del siglo XIX o finales del XVIII, y con un trasfondo de sucesos políticos. Galdós, ya lo hemos dicho, es un autor excesivamente prolífico, esta serie de novelas lo demuestra: seis novelas publicadas en cinco años, a las que debemos sumar los Episodios Nacionales escritos en este período. Comparando con la primera etapa hasta los 35 o 38 años, encontramos una avance en la calidad de su narrativa. No hablemos de su destreza y su oficio, la fluidez exacerbada e interminable de su prosa, su calidad gramatical ya definida prácticamente desde el principio. Lo que buscamos como lectores del siglo XX y como críticos es determinar la calidad y la fuerza de una narrativa que soporte el paso del tiempo y que por sí misma tenga una belleza que no necesariamente debe venir del estilo, pero si del sutil entrelazamiento entre la anécdota referida y la forma en que nos es contada. La de Galdós es una forma válida, sin duda, pero que a medida que se suman las novelas, va demostrando sus limitaciones en cuanto a recursos. Dejemos de lado sus imaginación, siempre apegada a la realidad circundante y por lo tanto amplia pero estrictamente conformada, como un cuadrado con fronteras estrictas. Leer una y otra novela es como pasear por los mismos lugares con leves variaciones, viendo hasta los mismos hechos con modificaciones de personajes y vestidos. Hasta los personajes, tan múltiples, se ver a veces repetidos no por necesidad de la trama, sino por estereotipos. No hablamos de personajes que reaparecen en escena, conformando un mundo, lo cual es una de las virtudes del mundo galdosiano. Hay, entonces, un estilo que ya se ha definido, quizá a pesar de sí mismo, se ha asentado en sus propias virtudes, la cuales son muchas (el humor, la ironía, la detallada observación de caracteres), pero también en sus falencias y errores (la retórica, que aunque ha disminuido se siente no tanto ahora en el lenguaje como en la trama y la toma de postura del autor; el anacronismo de ciertas situaciones,; la repetición de detales graciosos que se quedan en la anécdota, sin tomar más profundidad para servir como taladro en la crítica social que pretende desarrollar; el tono monótono por carente de contrastes). El naturalismo adoptado por Galdós es excesivo, quizá. No es la crudeza de un Zola, ni la fría o cortante exploración de la sociedad y el alma de un Balzac, sino un estudio de lo común y corriente. El problema tampoco es la elección del objeto de este tipo de naturalismo, sino la forma elegida para plasmarlo: la de Galdós, en el período del que hablamos y que nos lleva hasta sus 42 o 43 años, s una prosa que explica más de lo necesario, en realidad hay una continua intervención entre el autor y el lector. Los diálogos son muy reales, hay muchas acciones, el drama es constante, todas estas son virtudes. Pero aún cuando el autor no pretende intervenir como cronista, lo cual tiende a hacer en una gran mayoría de las novelas, la prosa se ve comprometida por apelaciones, referencias, ironías, nacionalismos, etc, que ponen al autor en un plano invisible frente a la página. El lector sabe que es algo que nos está contando, y los personajes tardan les cuesta liberarse completamente. Sobre todo porque el estilo de Galdós no es emocional, no es poético, es estrictamente común, ni siquiera es despiadado ni controvertido. No mueve a tomar partido por una u otra postura, aún cuando se trate de sus demasiado habituales incursiones en las historia política de España y Europa en general. Es partidario, por más que no exagere en sus calificativas y tienda a controlar sus ideas con el lazo de su capacidad narrativa. En resumen, este tipo de elección estilística y de punto de vista parece haber envejecido la literatura de Galdós, volviéndola monótona, sin el brillo de los contrastes, incluso débil por su aparente deslizarse sobre la superficie de lo real sin caerse en los pozos ni tropezarse con obstáculos. Insisto, el problema no son las tramas, que están bien estructuradas, no los personajes en sí mismo, bien caracterizados, con una psicología tácita dada por sus gestos y costumbres, ni siquiera una debilidad en la escritura. Sino el tono, la forma de hablar de la prosa galdosiana, demasiado engolosinada con sí misma, con la comicidad que es muy engañosa y traicionera. Deliberadamente o no, hay estilos que a veces envejecen no por falta de virtudes, sino por el excesivo o inaprehensible uso de ellas. Los cuentos de Galdós dejan mucho que desear. Su incursión en lo fantástico (Celín) no es para nada logrado, su fantasía parece demasiado sublimada a una comicidad anacrónica que intenta tomar el estilo cervantino para un objetivo menor. Lo demás cuentos demuestran que el relato corto no es el fuerte de Galdós. Son escasos para evaluar algún mérito en los mismos, ya vimos que es un autor de largo aliento y progresivamente lento en su camino hacia la madurez, y además pecan de excesiva retórica. En cuanto a los artículos y misceláneas, sirven para mostrar su mirada perspicaz y crítica, su honda preocupación por los destinos de su país. Demuestra su fuerte raíz hundida en lo político y lo ubica en el lugar de los escritores políticamente comprometidos. Es una postura de la cual no intentó abusar con mal gusto ni golpes bajos, su cultura y su calidad como hombre y como escritor se lo impedían, pero que no pudo alejarlo de intentar plasmar una realidad social y política a través de la literatura. La ficción parece haber sido una excusa más que un fin en sí mismo. Crear un mundo que en realidad era re-creado. Por eso, sus artículos y comentarios, escritos a lo largo de su vida y ajenos al de su obra ficcional ya comentada. Se le suman ciertas características negativas, como ser obras "de encargo", que aunque no lo fuesen estrictamente, han sido creadas con un objetivo previo extra literario: dramatizar episodios de la vida sociopolítica de la España inmediatamente anterior a la vida de Galdós, estilo literario que siguió su obra ficcional, lo mismo que los libros de viajes, abundan en posturas que hoy nos parecen arbitrarias y sin fuerzas, pero que en su época debieron haber sido valientes y confrontacionales. Sin embargo las ideas envejecen, pierden significado, y la búsqueda de lo profundo, sea en un artículo o el diario de un viaje, no aparece este caso. Las obras de teatro entran en las mismas características antes mencionadas. Son 23 obras, algunas basadas en sus novelas. Los personajes son vívidos, los diálogos muy reales, pero son difíciles de leer en la época actual. Han perdido actualidad, y lo que debería persistir: conflicto humano y hondura social, que es a lo que apunta la mirada galdosiana, no parece, o es tan tibia que se frustra ante la retórica y cierto anacronismo en el lenguaje dramático. Los Episodios Nacionales correspondientes a la 1ra y 2da serie vuelven a prestarnos las mismas virtudes y falencias . Es interesante el hecho de no entrar directamente en la vida de personajes conocidos o de las altas esferas políticas. Fiel a su estilo y criterio literario, utiliza personajes comunes y corrientes que se ven involucrados y afectados por los cambios socioeconómicos que tales eventos ocasionan. El problema en la retórica y la afectación, la falta de profundización en el alma de los personajes, la ausencia de contrastes y hasta de originalidad. La 3ra serie pertenece a una período más maduro, el de los 1890, época que mostró su máxima maestría para la narrativa desde que creaba Fortunata y Jacinta, pero a pesar del lenguaje más avanzado, menos retórico, encontramos parcialidades y una debilidad, un amaneramiento casi, un regodeo malsano en los vicios literarios ya mencionados antes. La 4ta y serie final tiene un lenguaje maduro y cuidado, pero utilizando los mismos recursos ya en desuso aún para le época (hablamos de la primera década de 1900). El tratamiento de la historia en estas series de novelas es sin duda meritorio, una forma de humanizar épocas, episodios y personajes centrales, dramatizando y ficcionalizando al mismo tiempo. Una manera de hacer popular la historia que mucho después tendría escritores y pseudo escritores de abismal diferencia y calidad en relación a Galdós. Pero aún teniendo en cuenta todos estos méritos, la lectura de estas novelas históricas se hace pesada, difícil y somnífera. Los personajes parecen simpáticos por la forma en que se expresan o son expresado, y el drama se pierde por un tratamiento excesivamente relatado y descripto. No hay cercanía a pesar de la vívida caracterización de los protagonistas. Hay un alejamiento que no debería existir por más que seamos lectores del siglo XXI. Dónde está el drama humano de la historia. Dónde la línea donde el lenguaje, por más perfecto que sea, pasa a ser drama, conflicto y realidad. Porque la realidad de un personaje no está en su amena coloquialidad, ni siquiera en las verdades que puede declarar en su discurso, sea un eclesiástico, la dueña de una casa de empeños o una verdulera, sino en la poesía de un gesto de su cara. Galdós llegó a estos momentos en contadas ocasiones, a mi parecer. Fortunata y Jacinta fue una de ellas, Viridiana fue otra. Ambas, la primera de forma más plural y colectiva, la segunda como una pieza de dúo de cámara, expresaron dos mundos diferentes en un mismo mundo creado por el autor. Mujeres y hombres no calificados sino descriptos por sus fisonomías y sus gestos, sus acciones y sus reticencias a actuar, pero sobre todo por lo que no se dice de ellos. Eso que se desprende de la crueldad resultante de los hechos: la severidad y el egoísmo del viejo don Lope, la sumisión y la fría resignación de Viridiana; la patética locura de Maximiliano y la obstinada simpleza de Fortunata. Benito Pérez Galdós: Novelas de su primera etapa (1870-1878) Según el biógrafo del autor, Federico Sáenz de Robles, -cuyo estudio sobre Pérez Galdós es todo lo abarcativo y profundo que se quiera, pero no por eso deja de ser, a mi criterio, excesivamente condescendiente y de un estilo que el mismo Galdós habría evitado, es decir: de una confusamente florida y barroca gramática sustentada en la retórica-, las novelas de la primera etapa se dedican a estudiar la primera mitad del siglo XIX y el cambio que esta vuelta de siglo produjo en las costumbres del XVIII. La fontana de oro es la primera novela de Galdós, una cuasi comedia donde abunda en humor y la ironía que más tarde lo caracterizaría. Acá sin embargo, este humor se va perdiendo y se ve opacado por ciertos giros estructurales y elecciones estilísticas que convierte la novela en un pastiche sin sustancia. Hay rasgos de época, semblanzas de las reuniones de comité en los clubes de Madrid, hay una relación anciano-mujer joven que recuerda a la muy posterior y superior Viridiana. El autor toma un estilo romántico cuando intenta plasmar el punto de vista idealista de los personajes, es más irónico y lacónico cuando describe a los personajes viejos, cuya máscara feroz convierte en caricatura. Es admirable la caracterización de las tres mujeres de Porreños, especie de brujas de Macbeth. Pero la novela se estropea en los largos discursos, en la retórica que aparece fuera de toda deliberada intención irónica. La resolución es incluso demasiado convencional, más en el tono que en la trama. Se convierte en folletinesca, pero alejándose del rasgo irónico que parecía conducirla al principio. De todos modos, es la que más se acerca a los ítems y el punto de vista crítico, y el desarrollo de los personajes, que veremos después en Fortunata y Jacinta. La siguiente novela, del mismo años y a la edad de 27, es La sombra, de temática fantástica, poco original en el tema y muy retórica. Luego viene El audaz, a los 28 años, novela de temática social y política. Se ha perdido el rasgo irónico y el autor toma demasiado en serio su intención de transmitir ideas, por más que la introduzca en tramas novelescas. El folletin en este casos se traduce en melodrama intercalado, eso sí: con destreza y oficio, entre fragmentos llenos de descripciones de costumbres y caracteres políticos. En Doña Perfecta, a los 33 años, aparece otro tema que preocupaba a la sociedad de la época, el enfrentamiento entre la religión y los avances de la ciencia. Aquí, otra vez, la novela sirve para introducir sin fuerza ni eficacia literaria el un tema social dentro de una trama familiar. En Gloria, de la época, se trata el mismo conflicto, con la falta ya mencionada de ironía y en donde los personajes no logran emocionarnos porque han perdido fuerza. Incluso las descripciones se han teñido de una retórica fútil y mediocre. Marianela recae en los mismos defectos anteriormente mencionados. En La familia de León Roch, aparenta haber un cierto despego del vuelo literario al principio, pero reaparece la intencionalidad. Los conflictos religión- ciencia, absolutismo-liberalismo, son anticuados para nuestro siglo, pero no por eso el tema debe perder fuerza si son el entramado de fondo para los conflictos de los personajes y no el objetivo principal del autor. Por eso las novelas envejecen con la época de la que intenta hablar. Falta en toda esta primera etapa, hasta los 38 años, el humor inteligente y agudamente observador. Trabajar ideas en lugar de personas no funciona. Una novela debe nacer desde el interior del personaje, no construirse como un edificio a introducir a la fuerza en la cabeza de los personajes, como un barco en una botella. Además de extremadamente difícil, corremos el riesgo de estropearlo todo en nueve de cada diez intentos. De todos modos, la pluma de Pérez Galdós, siempre ateniéndonos a esta época inicial, supera en mucho, con su destreza e inteligente construcción narrativa, la de muchos autores que hoy se consideran de gran prestigio. Debemos recordar que hay autores que necesitan espacio temporal para encontrar su gran fuerza, el estilo que dejará marca en la historia de la literatura. No es el número de novelas lo que indica la genialidad, sino unas pocas, a veces una sola, y para alcanzarla, algunos escritores necesitan largos y prolíficos caminos, otros, apenas unos pocos años y unas pocas obras. 
     Marcel Proust: Jean Santeuil (1895) Novela publicada póstumamente en 1952, encontrada entre sus papeles con fecha de inicio en 1895, es considerada un texto inconcluso. Es verdad la inevitable comparación la Recherche (En busca del tiempo perdido), de la cual es esta novela de iniciación una precursora, un primer intento. Sin embargo, pienso que de ningún modo existe un paralelo tan exacto en argumento y forma que justifique llamarla un esbozo o borrador, ni siquiera un intento frustrado, y menos el calificativo de inconclusa. El tema constante y unificador de Proust en prácticamante toda su obra fue el tiempo. El tiempo como aliado y enemigo del hombre, y las cosas y los objetos como testigos indiferentes capaces de recobrar el pasado abriendo una puerta, dando sitio al paso de la memoria. Es aquí donde debemos hacer la primera comparación entre ambas. Si en la Recherche el gran y a su vez sutil y pequeño disparador del recuerdo es el sabor del té con madalenas en las meriendas con la tía abuela de Marcel, en Jean Santeuil es el color de la mermelada de fresa y el queso mezclados en el desayuno con su tío. Vemos, entonces, que hay un mismo estilo: prosa poética, cuyo tema es el recuerdo y la recuperación del pasado. En Jean, sin embargo, hay un tratamiento más convencional, más organizado a los cánones de la novela decimonónica, por lo menos en cuanto a organización y alineamiento de la trama. Hay cierta ruptura, por ejemplo, en el salto del tiempo al futuro del personaje principal para decir cómo verá la situación narrada más adelante, también las disquisiciones permanentes, y la organización en capítulos dedicados a un tema, situación o personaje determinado, siempre en relación directa o indirecta con Jean. Esto le da una configuración de novela de memorias o de crónicas, donde cada capítulo es casi un relato de impresiones, estampas, descripciones de lugares y sensaciones. Es más accesible que la Recherche porque en ésta todo está mezclado en la mente del personaje y su discurso constante, conflictuado, cuya propia mente elige y esconde a la manera psicoanalítica lo que debe decir o dice sólo entre líneas. En la Recherche hay amargura, hay una tensión constante, hay una sensación de tristeza que va creciendo, y que se siente desde las primeras líneas, porque el recuerdo en sí mismo incluye la imposibilidad de volver a vivir concretamente lo que se recuerda. En Jean Santeuil el recuerdo es menos triste, más razonado, menos profundo en el sentido psicológico, menos contradictorio, especulativo y ambicioso, pero no por eso menos poético. Ejemplo, el tema de los celos aparece aquí como en la Recherche, incluso la homosexualidad de la amante es más explícita y más directa, incluso confesada por ella misma. Al contrario de Albertina en la Recherche, Francisca casi no tiene misterios, y la desilusión proviene de ambos, de ella y de Jean. Hay toda una teoría sobre el amor expresada como una tesis, sobre la naturaleza del que ama y del amado, que influiría tanto a Carson MacCullers. Ver como ejemplo toda la parte 9 de la novela. En cuanto al tema de la estampa social es igualmente cruel y precisa que sus sucesora, pero aún así en menos sutil, más clara, si se quiere, y se permite cierta ironía exenta de la amargura de la Recherche. El ejemplo más claro de esto es el capítulo La comida de Madame Cressmeyer. Si hablamos de cuestiones políticas, se destaca la parte 5. Vemos, entonces, que la organización en capítulos como células temáticas funciona perfectamente en este caso en particular. Una novela de 1000 páginas que se lee amenamente, teñida de aspectos sociales, de poesía, de pasajes hermosamente descriptos, ya que Proust era un maestro en describir las sensaciones, en traducir la pintura y la música en palabras (ver Los Monets del Marqués de Reveillon y La sonata, ésta última emparentada con la sonata de Vinteuil en l.a Recherche, mucho más desarrollada). Los pasajes descriptivos son intensamente bellos y justifican por sí solos toda la novela, y menciono La tempestad entre otros tantos capítulos de este tipo. Al tema del tiempo como objeto de estudio le dedica el capítulo noveno de la parte 6, también hay una precisa explicación de su postura sobre este tema en el capítulo La canica de ágata. Uno de los tantos métodos proustianos para explicar y ejemplificar el tema del tiempo, es el animismo, es decir, el explicar el punto de vista de las cosas, objetos o de la naturaleza, dándoles una personalidad y la capacidad de sensaciones. Más adelante, este recurso se haría más sutil, confundido en las múltiples interpretaciones y disquisiciones de la Recherche. Considero que ambas son novelas inconclusas porque el tema de ambas es el tiempo. El objeto de estudio, el recuerdo, instrumento para recuperar y detener el tiempo, por lógica debería tener un comienzo y un final. Uno recuerda algo, una anécdota, por ejemplo, que tiene una trama con principio y fin. Pero la misma esencia del recuerdo, que precisamente carece del tiempo, porque es una parta robada a él, implica su propia inconclusión. Pro lo tanto la inconclusión es una necesidad y un fin en si mismo en este tipo de novela, creada y desarrollada por Proust. Para terminar, diría que Jean Santeuil no es una novela inconclusa, por lo menos no una que deje una trama de pistas o temas incompletos. El último capítulo se cierra con una gran disquisición sobre las generaciones de lo Santeuil y lo Reveillon, haciendo su paralelo con las generaciones anteriores y futuras. El tema de la vejez de los padres es otro punto que cierra el arco de desarrollo de la novela. Los cambios en la personalidad de los padres y el crecimiento del personaje principal. Aquí debemos mencionar necesariamente un juego interesante de Proust. En la introducción, dos escritores de vacaciones se encuentran con un escritor que admiran. Muchos años después, éste los llama a su lecho de muerte, y uno de ellos encuentra entre sus papeles una novela, que decide publicar. Ya en el texto, el narrador en tercera personaje describe a su personaje principal: Jean Santeuil, pero de a poco va involucrándose con apariciones literarias, mencionando el ámbito aparentemente ficticio y literario de su escenario. Así, nos damos cuenta que el narrador escribe sus propia historia como si fuera otro, que el amigo íntimo de su personaje no es otro que el segundo escritor de la introducción, y que ambos, sus personajes, encuentran a su autor primero en muchos años después de haber sido creados, y luego reclamados en el lecho de muerto de su creador. Pero no no quedamos ahí, el autor es su personaje, y en el momento de la muerte recupera su pasado haciéndose acompañar por sus personajes, ficticios o reales. Hasta qué punto el mundo de un escritor es ficción, nos preguntamos. La vida y el arte, realidad y ficción, ¿son entidades separadas?, ¿hay por lo menos alguna distinción posible? Incluso los razonamientos de la lógica pura nos inclinan más al camino de lo incierto que el de la veracidad práctica. Porque la practicidad quizá sea eso: no separar lo que está irreversiblemente fusionado. 
     Marcel Proust: Los placeres y los días (1895) Parodias y Misceláneas (1918) Ensayos literarios (1912) Los textos de Los placeres y los días fueron publicados en 1895, pero escritos antes y poco después de los 20 años de edad. Fue su primer libro editado, prologado por Anatole France, autor que Proust admiró en su primera juventud, y del cual reconoció influencias, aunque él mismo invalidara parcialmente su valor al madurar su propio estilo. Fue también, France, el modelo de escritor en que se basó para su personaje de Bergotte en la Recherche. Por lo tanto, nos encontramos con un estilo impersonal, apegado más a una escuela y una amaneramiento literario que responde más a una forma instrumental que al resultado de una búsqueda. En este conjunto de relatos donde prevalece la descripción de costumbres y otros textos cortos que podríamos llamar impresiones y estampas decorativas, si buscamos más detenidamente, podemos hallar algunos tópicos que Proust desarrollará más adelante: descripciones de la sociedad parisiense, retratos de personajes de esa sociedad, reflejo de costumbres algo hipócritas. Los textos que siguen estos temas está escritos con la ductilidad propia de su formación, y aunque no hallemos el estilo proustiano, está escritos con cierto encanto entre ingenuo y crítico, pero sin profundidad. Hay parodias y estudios sobre personajes de la comedia italiana, ejercicios que responden a una influencia literaria que impactó más a su sensibilidad que a su lucidez y espíritu crítico-intelectual. Es un libro resultado de múltiples lecturas, como se evidencia por la gran cantidad de epígrafes, muy contados en el resto de su obra, lecturas de poetas románticos y del siglo XVII, de la comedia italiana y del clasicismo. Insisto que no hay tanta retórica más utilizada si no un cierto simplismo en la concepción, impersonal en el estilo y algunas fallas en la estructuración eficaz de los textos que más se acercan al relato. El libro Parodias y misceláneas es un recopilación de textos sueltos publicada en 1918, pero cuyos textos fueron escritos a partir de 1902. El fragmento de Parodias es un ejercicio literario sin trascendencia más que los estudiosos de la semántica y el estilo del autor, donde intenta describir un mismo hecho de las páginas periodística según autores de la época y anteriores. De las Misceláneas hay que rescatar dos textos primordiales para conocer al Proust crítico. Ambos están dedicados a la figura de John Ruskin, autor que tomó la admiración de Proust en su época madura. El primero (En memoria de las iglesias asesinadas) se inicia como un libro de viajes, donde el autor se propone visitar la catedral de Amiens que sirvió de estudio a gran parte de la obra de Ruskin. Busca visitar los lugares por donde Ruskin pasó y vivió. Luego de describir la catedral buscando los detalles y el punto de vista del otro escritor, se dedica a un estudio más detallado y crítico de Ruskin. Es, en suma, un autor dedicado a estudiar a otro autor, con el cual siente afinidades estéticas enlazadas por sensibilidades semejantes. Uno inglés, otro francés, y la diferencia de idiomas da por descartada, en mi opinión, toda sospecha de parcialidad, inconsciente, sin duda, pero siempre presente cuando se trata de justificar las razones por la que nos gusta un autor que habla en nuestro propio idioma. Porque la barrera del idioma y el obstáculo a sobrepasar que constituye el trabajo de traducir, filtra, limpia y da mayor perspectiva. En ambos encontramos un amor por la belleza y el pasado, eso es lo que los une, pero uno toma el instrumento del otro para contar su propia visión, es decir: Proust utiliza toma la profundidad y la melancolía, que le faltaba a su primer libro, de la visión ruskiniana de la belleza de los objetos y las obras de arte del pasado. Incluso la moral, la moral crítica e intelectual, es obvio, es un aprendizaje que toma del inglés. Pro lo tanto hay admiración y crítica. Los defectos de Ruskin son también parte de la personalidad, y por eso no rechazados sino incorporados al ser admirado, a su punto de vista elegido. Pero sobre todo y como resultado de este intercambio, surge como principal el sutil y hermoso balance estético de las palabras. El segundo estudio (Jornadas de lectura) se inicia de la típica forma proustiana, recordando su propia infancia en la casa de sus padres, donde encontraremos casi las mismas referencias que en Santeuil y Recherche (de ahí la sutil i casi indiscernible separación entre ficción y realidad que tanto individualiza la visión de Proust). Los tiempos de lectura en la infancia lo llevan a hacer un estudio sobre la conferencia dada por Ruskin sobre la lectura. Aquí encontramos citas y opiniones sobre lo que es la literatura y la forma en que Proust la concebía: una amistad sin compromiso y sin hipocresía. Reconoce la influencia de Gautier en su juventud, pero recalca sus errores y cierta superficialidad. Finalmente dice que la literatura no es un espejo de la verdad, es una parte de ella, porque es lo que ve el autor. Los Ensayos son textos publicados alrededor de 1912, y todos ellos están precedidos por un prólogo y una conclusión. Son textos maduros, donde encontramos capítulos que refieren episodios de la infancia y la adolescencia de Marcel Proust, pero que se mezclan con la ficción en referencias incontables al Marcel de En busca del tiempo perdido y de Jean Santeuil. Al principio nos parece estar leyendo fragmentos descartados a su gran novela, en otros nos hallamos en mundo oníricos que rescatan el pasado mediante una exploración más psicológica y freudiana, más grotesca, quizá, lo cual sorprende y revaloriza al lector acostumbrado a su prosa. Hay partes de los capítulos 2 y 3 que recuerda La interpretación de los sueños. Luego vienen los capítulos ensayísticos propiamente dichos, precedidos por los recuerdos antes mencionados y como contados a su madre luego del primer artículo publicado en Le Figaro (otra reminiscencia de Recherche), dedicados a diversos autores: Sainte-Beuve, Gerard de Nerval, Baudelaire, Balzac. Son estudios muy exhaustivos, muy críticos, exentos de toda adulación. Opiniones personales, sin duda, lo que no se deja de recalcar, aunque no lo diga, pero sus críticas hacia lo que no le gusta no nos son impuestas ni resultan arbitrarias, sino fundamentadas con ejemplos y fundadas en la autoridad de quien vienen. Hay un capítulo dedicado a la homosexualidad, con aciertos que aún hoy nos asombraría escuchar por su lucidez y sensatez. Finalmente, en la conclusión hay fragmentos que resumen casi toda una sabiduría y experiencia, que debería ser leída en todo sitio dedicado al arte de leer y/o de escribir. Por ejemplo: "lo que nosotros hacemos (los escritores) es volver a la vida, romper con todas nuestras fuerzas el cristal de la costumbre y del razonamiento que se prende en la realidad y hace que no la veamos nunca, es hallar el mar libre", o "los libros son obra de la soledad e hijos del silencio. Los hijos del silencio no deben tener nada en común con los hijos de la palabra, las ideas nacidas del deseo de decir algo, de una culpa, de una opinión, es decir, de una idea oscura". Éstas y las que le siguen son idean extraordinariamente lúcidas, exactas y que necesitan ser rescatadas del olvido, así como Proust, como un Hércules, rescató las montañas del pasado hacia la superficie turbulenta del mar del presente.
     Stephen King: Cuáles son sus problemas. Fui un lector entusiasta de este autor durante un tiempo. Compré más libros de los que alcancé a leer en su momento. Cuando me dediqué a ponerme al día, me encontré con un hallazgo que presentía, sin embargo, la vez anterior: la desilusión, y la enorme pregunta de por qué un autor tan talentoso es capaz de textos tan mediocres. Mediocres en el sentido de cierta clase de lenguaje que domina su estilo a pesar de él mismo, supongo. Los problemas de King son varios: 1) Estirar el desarrollo de historias y/o escenas hasta límites inconcebibles, que a veces tienen buen resultado, como en Cujo, pero que en gran parte de los casos se envilece y se vuelve monótono. La intención en producir una tensión en el lector, también la historia puede ganar con ello en tensión y dramatismo. Pero este recurso necesita un lenguaje preciso, con momentos de tenso dramatismo y de relajamiento, cierto sutil humor y la tragedia necesaria para el final. Los ingredientes que pone King para esto son arbitrarios: a veces la historia no es suficientemente creíble y hasta a veces absurda, otras el lenguaje se regodea con efectos macabros gratuitos, escatológicos y burdos con el fin de estirar aún más la escena. 2) Excesivo detallismo en las escenas de acción, que imagino tendrá por objetivo dar una sensación de realidad y familiaridad a un ámbito y un hecho fantástico o sobrenatural (la pelea de la mujer y el perro en Cujo, las múltiples peleas en Needfull things), mechados con las habituales acotaciones de los personajes, casi siempre vulgares más que coloquiales. Es verdad que King es un autor que se ha caracterizado por redescubrir lo extraño en los ámbitos cotidianos contemporáneos, y la sociedad norteamericana, con sus peculiaridades y los defectos que él se encarga muy bien de resaltar, es su objeto de estudio. Pero Zola habría hecho otra cosa si se hubiese dedicado a escribir literatura fantástica. Su personajes hablaban crudamente, y el autor no ahorraba señalar gestos obscenos, y respuestas soeces. Pero al hacer literatura esto estaba filtrado por el criterio del buen gusto, que no es más que una especie de colador invisible que colabora para que haya eficacia en una obra de arte. Menos es más, siempre se ha dicho. Y ese más es excesivamente peligroso. Puedo ser el alma de un estilo, como en Faulkner o en Proust, pero puede convertirse en una agresión autoinfligida si el autor no sabe controlarse. ¿Por qué King escribe de más? ¿Por qué escribe tantas novelas y publica tanto? Compromisos editoriales, necesidad espiritual. Me gustaría creer que la segunda opción es la correcta. La necesidad de sacarse de encima tantos mundos interiores tan caóticos y terriblemente concebidos, es imprescindible. Siempre es más amable pensar que por más que el resultado sea fallido, éste provenga de algo inevitable y no de un compromiso contractual. Aún si fuera así, bueno, es un libro, nada más. No va a cambiar el mundo. Pero para un seguidor de su obra, y si éste es además un exigente lector, como deberíamos serlo todos, leer una obra menos es como contentarse con comida mal preparada o quemada, que deberemos dejar a un lado sin terminar. 3) El siguiente problema es el ya mencionado en los ítems anteriores. La tendencia a la esctología y el mal gusto es excesivo. Repito que puede tener la intención de reflejar el lenguaje y el punto de vista del personaje, pero insisto en que cuando estamos haciendo literatura hay un manejo aún del lenguaje coloquial que debe ser utilizado par bien del texto. Una obra literaria no es una fotografía, aún retratando los mundo paralelos, no es una grabación, Zola, caso paradigmático del naturalismo, por eso lo cito, lo sabía muy bien. Y si el objetivo es crear otra realidad, recrear la realidad con esos métodos y recursos (la vulgaridad y el mal gusto, tal vez lo kitsch, aunque no se le parezca en absoluto) no me parece tampoco válida para este tipo de literatura. King no parece orientarse a esa mezcla de absurdo y gótico, sino que sus dramas son ficciones de horror contemporáneo. Eso es lo que nos lo acerca hasta el punto de maravillarnos y estremecernos en sus mejores obras. 4) Otro problema técnico de King es la tendencia a que el personajes se haga acotaciones mentales constantemente. A veces con la intención de relajar la tensión en alguna escena violenta, a veces como referencia temporal y espacial al compararse con un personaje de libro o película), y aún cuando la trama trate de que el personaje escucha voces o la telepatía sea el tema, no creo bien abusar del recurso. En ocasiones estas acotaciones se vuelven ridículas, incluso. Esto nos sirve para pasar al siguiente problema. 5) King utiliza, esta vez invariablemente y se trate de lo que se trate el argumento, las comparaciones. Hace uso de ellas en cualquier momento, y en la mayoría de los casos la imagen no necesita ser reforzada por una comparación, ya que de por sí es tremenda e implacable. Cuando sucede esto, la comparación queda e desmedro de la imagen original, hasta arruina el efecto que eta nos había producido. Cuando la comparación es trivial, seamos condescendientes y pasemos por alto la falencia, pero a veces la comparación es inadecuada y gran parte de las veces grotesca, vulgar y totalmente fuera de lugar. El objetivo de la comparación es reforzar la imagen inicial, tal vez hasta para dar la sensación personal del autor, lo que colabora con el clima y el estilo, para sumar. Veamos ahora las obras que me llevaron a hacer estos comentarios. Christine tiene una primera parte muy buena, cuando el personaje narrador, en parte testigo y en parte principal, describe los acontecimientos y las características los personajes principales. King siempre caracteriza muy bien a sus personajes, son muy reales y muy visuales, en su aspecto y más que nada por su forma de actuar y hablar ( cuando no se excede con coloquialismos vulgares) En este caso, se trata de dos adolescentes, y el lenguaje está bastante medido en ese aspecto. Pero en la segunda parte pasamos a una narración en tercera persona, la historia comienza a estirarse con situaciones secundarias. Los malos, es típico el grupo de chicos malos de la escuela en las novelas de King, se vuelven estereotipados. A pesar del gran trabajo psicológico d estos personajes malvados, mezcla de enfermedad mental y posesión, que King hace en otras novelas, aquí no se destaca. En la tercera parte la trama va perdiendo interés, no porque las acciones no sean continuas e interesantes (todas las tramas de King son inquietantes, profundas en muchos sentidos y dimensiones sino porque no las acompaña el lenguaje. Hay un límite, y King no es capaz de pasarlo, parece. La tormenta del siglo es el guión de la película de televisión de dos partes. Es habitual que un buen texto de teatro, de televisión o cine se lea con el mismo interés que al ver la obra. A veces es mayor la sensación porque nuestra imaginación no se ve invadida por la cara de los actores que vimos actuando. En este guión no sucede nada de eso, lo inquietante no aparece más que como un aspecto técnico, hasta los diálogos están saturados de acotaciones de cambio de cámara. Por qué hace esto, si es tarea del director. Por qué King no se dedica a enfatizar el drama en el guión, las fuerzas terroríficas que nos quiere transmitir. La película es muy buena, y en ella hay todo lo que esperaba leer en el guión, y no encontré. Me podrán decir: es un guión. Es verdad, pero Las brujas de Sales de Miller también es un guión si de eso hablamos, y cuál es la lección de éste drama: que la emoción no está en la visión de la puesta en escena, sino del drama que estamos leyendo y que nuestra imaginación reproduce. Un buen guión no tiene que ser diferente de una buena novela, un buen ensayo o poema, en todo género el lector recrea positivamente si el texto tiene los elementos necesarios y en la justa medida. Pasamos a Posesión y Desesperación. Son dos novelas llamadas gemelas porque tienen similitud de argumentos y fueron escritas una con el nombre de King y otra con el seudónimo de Bachman. En ambos casos tenemos un grupo de gente común y corriente, otro típico recurso de King, con ciertos estereotipos de mezclas de culturas y edades (el escritor, el policía, el padre de familia, la mujer soltera, el niño o niña, el perro, etc) puesta e una situación dramática e inexplicable que los desafía a la supervivencia. Debemos leer más des 200 o 300 páginas, a veces hasta cerca del final , para llegar a explicarnos qué sucede. Es interesante estirar las historias, provocar expecttiva hasta el punto de quere pasar las páginas a ver qué pasa. Pero me pregunto si un escritor quiere que sus lectores pasen las páginas. ¿No es mejor que el lector difrute del lenguaje, que el estilo lo vaya llevando sin darse cuenta, preparándolo, creando el ambiente interior para el desenlace? Y cuando llega el final, no está al nivel de las expectativas. Puede ser lógico, hasta interesante, pero no es suficiente, me digo, para tanta expectativa previa, tantas páginas donde no pasa más nada que crímenes tras crímenes. Se dirá que ése es el argumento, la froma de matar y la tensión que rodea este drama, pero insisto que no el problema es el lenguaje y el estilo, la forma en que trasnmitimos lo que queremos expresar. Insomnia es una novela de lenguaje más cuidado, casi poético en algunos fragmentos. La caracterización del anciano, protagonista principal, es excelente, lo mismo que el clima y el ambiente de las auras. Esta estilo onírico es manejado muy bien por King. Pero llegamos cerca del tercio final de la novela y se nos van revelando cosas que al principio parecen evolucionar muy bien. Las visiones de aquellos seres extraños se mantienen en la calidad de lo inquietante mientras no se revelan demasiado, y resalta por contraste con las vida común y los sinsabores y tristezas propias de lo humano. Sin embargo, estos seres extraños van teniendo su explicación, y es interesante que King se atreva a meterse en esos ámbitos cuasi mitológicos, donde lo sobrenatural y sobrehumano también tiene jerarquías y donde los resentimientos y las peleas duran siglos. Como en Homero, esos dioses tiene características humanas, y necesitan de los hombres para pelear sus batallas. Los hombres son intrumentos, y a veces éstos deben decidir por sí solos, porque el poder de esos dioses también es limitado. Todo esto está muy bien, Kingo tiene todo esto en la cabeza. El problema, a mi critario, es que a pesar de tanto oficio, a veces no alcanza a producir esa sensación de tremenda incertidumbre, de pérdida y exptravío que deberíamos sentir como lectores, como humanos. Las novelas de La Torre Oscura no pude terminar de leerlas. Desbordadn de imaginación, es verdad, pero no alcanzó a fascinarme, a inquietarme siquiera. Dónd está la emoción, la característica humana por excelencia. Qué es la literatura, en fin, por mas que hablemos de seres extraterrestres, sino la alegoría d ela condición humana. Y el lenguaje, por Dios, necesitamos del lenguaje apropiado. It es un caso peculiar. King trabaja excelentemente las sensaciones de la niñez y sus miedos. Los niños son víctimas permanentes, están expuestos a todos los peligros, y en esta novela pasan de las amenazas meramente humanas (padre golpeadores, asesinos, chicos mayore que abusan de ellos) a las siguientes amenazas sobrenaturales. Los miedos de los niños alimentan las fuerzas que a su vez los extermina. Los siete personajes están muy bien desarrollados. La sescripción de la ciudad de Derry y su extraña historia en los interludios son casi reminiscente de Hawthorne y Faulkner. Incluso la enorme extensión de la novela no se siente sino hasta llegar a las últimas 200 de las 1500 páginas. Y sucede, como es costumbre, cuando el lenguaje se pasa de la raya. En la última parte, dos situaciones temporales, tan bien manejadas en todo el resto, se hacen excesivamente repetitivas, el lenguaje coloquial y vulgar, medido hasta entonces, se exacerba, los macabro y escatológico se hacer artificioso. Lo maravilloso del enfrentamiento final, de por sí imaginativo, pierde fuerza por el lenguaje. La emoción, elemente central, determinado por el sentimiento del Bill por su hermano George, se vuelve sentimental y efectista. La idea de Eso y la Tortuga, del bien y el mal, luchando en un pueblito norteamericano de clase media, donde sólo los niños pueden combatir estas amenazas, porque ellos son los las víctimas y el premio final, es sumamente interesante. Pero me parece que King no deja a Eso en con la suficiente oscuridad para que podamos imaginarlo con nuestros propios miedos de lectores. King hace hablar a eso casi con el mismo lenguaje de los adultos. Es un recurso psicológicamente interesante, pero no sé si está bien sustentado. Es decir, me resulta un tanto caprichoso, casi como si el autor no tuviese otro recurso más que hacer hablar a cualquier personaje, fantástico o no, con su misma forma de hablar. ¿No será mejor el silencio y la ambiguedad? King ha optado desde siempre por el elemento inverso, lo excesivo, pero ¿y el lenguaje? ¿la fuerza emocional el intelectual del lenguaje? Los Tommyknockers es bastante mediocre, todos los elementos antes mencionados están tanbién en esta novela. La ciencia ficción no parece un género que King domine con maestría. El único fragmento destacable, muy destacable, hasta el punto de ser casi un cuento aparte digno de aparecer en alguna de sus antologías, es el fragmente dedicado a Hilly Brown. La forma en que en pocas páginas va desarrollando las características de un niño tan peculiar, es magistral. Firestarter ni siquiera vale la pena mencionarla, y en Needdful things, exceptuando fragmentos tan bien escritos como el suicidio de un niño de 10 años por creerse responsable de la muerte de una mujer, uno se pregunta por qué el Diablo necesita de una cinta de video de VHS para mostrar el accidente de la esposa del policía. La La mitad siniestra es una una novela hasta cierto punto. La idea y la trama son muy interesantes, casi un desprendimiento de La zona muerta, el final es muy logrado, pero aquí el desarrollo peca de arbitrariedades, de lenguaje poco literario en ciertos fragmentos, y sobre todo se excede en las descripciones del cadáver de Stark. Regodearse en los repugnante es un elemento de morbosidad que va en contra de cualquier novela, me parece. The stand es otra novela con una gran idea, buen desarrollo en ciertos fragmentos, buen personaje misterioso, Randall Flagg, pero que se estropea por múltiples escenas innecesarias y fragmentos excesivamente escatológicos y hasta ridículos para la trama. Carrie debería haber sido un cuento, extirpando los fragmentos de la entrevista. Según leí, el propio King agregó partes para la publicación como novela. Está mal escrita (aquí estoy de acuerdo con Norman Mailer). La película de De Palma es mucho mejor que la novela, como producto final, me refiero. Ahora me toca mencionar los libros donde King se destaca como uno de los mejores escritores contemporáneos, que he leído hace un tiempo y me llevaron a admirarlo. La zona muerta es una de sus novelas más discretas, elegantemente escrita e inquietante por lo que sugiere. King trabaja muy bien los aspectos psicológicos de los psicópatas, y en algunas tramas incluye historias secundarias que parecen no tener relación con la central , pero que la realzan. La historia del psicópata se enlaza con Cujo, donde esa sensación del mal se reencarna. Cujo es otra novela excelente, donde el recurso de estirar una escena por cientos de páginas está perfectamente lograda. La única escena donde lo inverosímil corre el riesgo de malograr la novela, por la tendencia señalada al excesivo detallismo que puede caer en lo absurdo, es en el enfrentamiento del perro con la mujer. De todos modos, no llega a caer en golpes demasiado bajos y sale airoso. Los cuentos de El umbral de la noche son magníficos, dignos herederos de la tradición de Bradbury con un toque absolutamente personal y un estilo bien definido, medido y concentrado. Qué diferencia entre Los niños del maíz e It, qué diferencia entre Soy la puerta y Los Tommyknockers, la brevedad tiene más fuerza a veces que el peso muerto de miles de páginas. No es que una novela larga o el estirar una situación está implícitamente mal. En Cuja ya hemos comprobado lo contrario, en El juego de Gerald, se repite el buen efecto de este procedimiento, al cual se agrega otro recurso que otras novelas no tuvo éxito. Aquí hay una vuelta de tuerca, pasando la narración a explicar los antecedentes del hombre que supuestamente está amenazando a la protagonista. Se pone a explicar, pero como en los mejores momentos de It y en toda La zona muerta, el recurso de la crónica semiperiodística es un recurso muy válido que esclarece y a la vez oculta, da pistas al lector pero deja en sombras los sectores necesarios. Sí, dice, hay un psicópata, hay explicación psicológica, pero más profundo hay otra cosa, algo inexplicable, algo que no se muestra. En Los langoloides (de Cuatro después de la medianoche, magníficas novelas) se repite la situación del grupo expuesto a una situación peligrosa, pero a diferencia de otras novelas, está muy bien manejado el misterio y la explicación resulta asombrosa y muy original. Es el trillado tema del tiempo, pero la concepción de la idea parece nueva, y por supuesto, la extensión adecuada y el lenguaje colaboran perfectamente. El resplandor y Jerusalem's lot son dos novelas iniciales muy bien escritas, con la impronta de La zona muerta. En la segunda se ven ciertas dudas en la verosimilitud de algunos pasajes, como cuando un chico y una mujer mata a un vampiro. Por momentos no resulta creíble, como sí sucede en otras situaciones más absurdas pero más logradas de otras novela. En El resplandor se ve el elemento onírico muy bien desarrollado y expuesto, mejor aún que en Insomnia. En Jerusalem's lot la crónica de una ciudad está ya muy bien expresada, y no se malogra con recursos artificiosos y excesivos como en It. Las novelas de Las cuatro estaciones son perfectas, un claro equilibrio entre las fuerzas humanas y las sobrenaturales, donde éstas son sólo una excusa para el desarrollo de tramas que penetran en la profundidad de la naturaleza humana. El cuerpo, La redención de Shawshank, Alumno aventajado y El método de respiración son muestras magníficas de la maestría de King. Los cuentos de Pesadillas y alucinaciones son muy variados, hay algunos excelentes como El Cadillac de Dolan, otro que recuerda a The Stand, e igual que la novela, no está logrado, a mi criterio. Pero hay otro cuentos magníficos, como El dedo móvil, La estación de las lluvias, etc. También vemos acá la variedad de registros de que es capaz, cuando se introduce en el mundo lírico y pastoral de El pequeño pony, o el estilo Conan Doyle en El caso del doctor. El cuento es tal vez el medio óptimo para lo mejor de King, lástima ha venido decayendo también en este sentido. Esta tercer antología de relatos le sigue a Skeleton crew, publicada en partes, y que sin duda le sigue en calidad a El umbral de la noche. La expedición y La niebla, relatos y novela corta de lo mejor que se puede encontrar en la literatura fantástica. Para el final dejo Cementerio de animales, en mi opinión la mejor novela larga que he leído de King. Aquí hay una tensión permanente que no viene de los sucesos en sí mismos, sino de una angustia y una expectativa constante. Hay algo que va a pasar, hay algo que oprime el pecho del lector, porque siente, gracias a la destreza narrativa, al lenguaje óptimo, a las pistas apenas insinuadas, al mito justamente develado, que algo terrible está por suceder. El final, aunque peligrosamente cercano al exceso, es este caso útil y necesario, sale completamente airoso en lo que desea expresar: el estremecimiento del protagonista al sentir esa mano amada y sin embargo desconocida sobre su hombro, es el estremecimiento que ha de sentir el lector al leerlo. Queda mucho por leer de King, mucho más de lo ya leído.



Ilustración: Stephen Leacock

domingo, 3 de mayo de 2009

Cecilia






Caminé entre las mesas, entre los hombres y mujeres que almorzaban rápidamente antes de volver a sus oficinas. Vi a Cecilia en un extremo del salón, junto a la última ventana. Tenía el cabello corto, como cuando cursábamos el bachiller y empezamos a salir juntos. No habían transcurrido aún diez años, y desde entonces no nos habíamos visto más que dos veces.

Terminaba su café y leía el diario abierto sobre la mesa, con los restos de una ensalada y un pollo en el plato apartado a su derecha. El humo de los cigarrillos atenuaba un poco el olor a grasa desde la cocina. Un mozo, después de cobrarle la cuenta, le alcanzó las muletas.

Entonces me acordé de todo. A veces un solo objeto es suficiente para darnos el perfil completo de alguien conocido. La enfermedad de Cecilia no era parte de su persona, sino ella misma.

Al acercarme, me miró con sorpresa al principio. Luego, sonriendo, me dio un beso, y puso las muletas de nuevo contra la pared. Se veía delgada y pálida. Apoyó los codos sobre el mantel, preguntándome qué estaba haciendo por aquel lugar.

-Hace un tiempo largo que vendo repuestos y herramientas acá en el centro. Almuerzo cuando puedo en diferentes bares. ¿Y vos venís siempre?

Quiso decir que sí, estoy seguro, pero se arrepintió como si de pronto recordara que desde ese día ya no iba a hacerlo.

-Generalmente...salgo de la oficina a las doce y media, y entro a la una y media.- Miró hacia la calle, y parecía no querer hablarme de su trabajo.- ¿Está lloviendo, no?

-Un poco. ¿Siempre con la empresa de heladeras? Eras secretaria, creo...

Vi otra vez esa mirada esquiva e introvertida que me daba cada vez que escondía algo. Así había pasado diez años antes, al separarnos. Éramos novios, hasta me acuerdo haber ido a su casa para presentarme con sus viejos. Teníamos dieciocho años. Sé que salí con ella más por no quedarme sin pareja para la fiesta de graduación que por otro motivo. Me gustaba, pero nunca me sentí enamorado. Si ella lo estuvo, no lo sé. Antes que pudiera averiguarlo, cortó nuestra relación en apenas dos meses, justo antes de graduarnos. Esa noche en la fiesta me quedé solo, esperando verla para hacerle pasar vergüenza delante de sus amigas. Pero no fue. Tampoco quise bailar con alguien más, necesitaba comerme la bronca acumulada pensando en Cecilia.

-¿Y vos, qué tal están tus cosas?- le pregunté señalando las muletas.

Fue una crueldad, lo reconozco, pero cada vez que la encontraba le hacía la misma pregunta. Como si un pequeño resto de aquel adolescente rencoroso surgiera al verla.

-Aquí estoy, Leandro. Me sigo deteriorando de a poco.

Lo dijo con una sonrisa hermosa, tan patéticamente bella como sólo un rostro melancólico puede hacerlo. La misma expresión que puso el día de mi cumpleaños, en el patio de casa, mientras mis amigos nos miraban, al decirme que no quería salir más conmigo. Había intentado abrazarla, pero se apartó con brusquedad. Dijo que estaba enferma y no nos convenía seguir saliendo por temor a sus ataques. Quise saber más, pero se negó a contarme. Todo esto lo dijo delante de los otros, y me sentí como un niño castigado. Ella lo hacía sentir así a uno.

Al año siguiente me enteré que la habían internado pocos días antes de la fecha de la graduación. Ella había insistido en que no me lo dijeran. Yo empezaba a trabajar de cadete, y por casualidad, un compañero de la escuela al que me crucé un día, me lo contó. La imaginé sola en su cuarto de hospital, con sus padres silenciosos a su lado, y ya no pude dejar de recordarla con frecuencia.

“Me estoy deteriorando” resonó en mi cabeza, y hasta creí escucharlo en todo el salón del restaurante, y que la gente también lo había oído. No fue así, pero esas palabras eran demasiado duras para ser pronunciadas por una mujer de veintisiete años. Sus ojos ahora estaban turbios, algo empañados y distraídos.

-¿Qué hora es?

-La una- respondí mirando el reloj en mi muñeca.

Hizo un gesto exagerado de inquietud, e insistió en que en media hora tenía que irse al trabajo.

-¿Vos te casaste?- preguntó.

-No. Ya salgo muy poco con mujeres. Vuelvo de la calle y no tengo ganas de hablar con nadie. Pienso en ellas, esos sí.

-¿En quién pensás?

El mozo nos interrumpió para traernos la jarra de cerveza que yo había pedido. Cecilia sonrió sin repetirme la pregunta. No le conté que pensaba en ella desde la primera vez que nos encontramos después de separarnos.

Fue a la salida de un cine de Lavalle, en una función de trasnoche. Eran las tres de la madrugada, me parece. Salí soñoliento de ver una película mediocre, entonces la encontré en la pizzería de enfrente. Verla con aquel aspecto, el cabello largo, anteojos y un impermeable gastado, me resultó atrayente. Estaba más linda, lejana pero al mismo tiempo seductora. Dijo que escribía para una revista, y le gustaba ir al bar para sentirse tranquila.

-Mis padres se están poniendo viejos y me hacen la vida imposible.

Después me contó lo que le habían hecho en el hospital: le amputaron dos dedos del pie derecho. Le pedí que me perdonara, y me hizo callar con una voz tan dulce que podría haber hecho que la amara desde ese momento definitivamente.

Bebimos dos botellas de vino. Ya estaba algo ebria cuando sacó un paquete de cigarrillos, ofreciéndome algunos armados.

-Son de los buenos- murmuró al encenderlos.

Le acepté uno, y saboreé en la garganta el humo de la marihuana, pero traté de no aspirar para mantenerme lúcido. Sabía que ella se perdería, lo estaba viendo ya en sus ojos vidriosos, y desde el mostrador empezaron a mirarnos. Le dije a Cecilia que era tiempo de que nos fuéramos. Ella guardó la cajetilla en su cartera, junto a las ampollas de insulina. Eran las cinco de la mañana, nos despedimos en la vereda del bar e intercambiamos los números de teléfono.

No sé qué pasó después. La llamé, charlamos un rato, pero no pudimos hacer una cita. Ya no volvimos a hablarnos. Me reintegré al vértigo ciego de mi trabajo, esa inexplicable inercia que me empujó, a los veintidós años, a conseguir algo, no importaba lo que fuese.

-Pero ya no me caliento por la guita- le dije mientras el reloj marcaba la una y cuarto, esperando que ella olvidase su obligación y se quedara conmigo. Insistió en que era tarde, y cuando me levanté para alcanzarle las muletas, me gritó que no lo hiciera. La gente esta vez sí se dio vuelta para mirarnos. Cecilia se puso a llorar, y me pidió que me sentara otra vez.

-Te mentí. Me despidieron de la empresa hace una semana- murmuró entre lágrimas.

Tenía la misma expresión que el día en que nos encontramos luego de aquella noche en la pizzería, tres años más tarde. Estaba sentada en un banco del Parque Lezama, medio oculta entre los arbustos espesos, rodeada de hojas secas. Yo iba caminando solo, común en mí desde hacía algún tiempo. La verdad es que las mujeres me resultaban demasiado complicadas y confusas, extremadamente extenuantes. Me habían desilusionado cada una de ellas. Excepto Cecilia, y lo de ella no era amor, o por lo menos no lo que uno imagina que debe ser y en realidad tal vez ni siquiera exista.

Llevaba el mismo impermeable -por alguna razón, siempre nos vimos en otoño-, su cabello estaba desprolijo y los lentes eran un poco más gruesos. Esa fue la primera vez que la vi con muletas, apoyadas sobre el respaldo del asiento. Al verme, intentó levantarse, pero después hizo un gesto de transparente tristeza, de irremediable resignación.

-Hola.

Me invitó a sentarme a su lado, y hablamos mucho tiempo. Ya no trabajaba en la revista, me contó, la habían echado después de la internación.

Eran las seis de la tarde y estaba nublado, entonces ella me mostró su zapato ortopédico. Le habían quitado la mitad del pie. La enfermedad avanzaba muy rápido, y fui su testigo. El único hombre al que le hablaría de todo eso.

El reloj del restaurante marcaba las dos.

-Ahora me despidieron de nuevo, pero creéme que lo lamento sólo por el sueldo. Siempre quise hacer otras cosas. La empresa me salvó por un tiempo, pero era un aburrimiento...Si pudiera entrar otra vez a la editorial...Todavía tengo una carpeta de notas y apuntes inéditos. Si querés te muestro mis artículos, algunos son tan viejos...

Acepté, y cuando llamamos al mozo se puso nerviosa. Le acerqué las muletas, corrió la silla y el mantel se movió. De pronto, sentí que mis músculos se adormecían o insensibilizaban, como cuando uno está a punto de desmayarse. Porque hay cosas que asombran por más se las espere desde largo tiempo antes. Ver a Cecilia con una sola pierna fue algo que difícilmente pueda comparar con otro recuerdo de mi vida.

-Todavía no me entregaron la prótesis- dijo, y el labio inferior le temblaba.

Me quedé en silencio mientras la ayudaba a subir al taxi, y durante todo el viaje hasta su departamento en un edificio del barrio del Abasto. Ya no vivía con sus padres. El portero la saludó con sorpresa y a mí con desconfianza. Cuando llegamos al cuarto piso, entramos a ese único ambiente dividido por un armario. De un lado había una cocina y una mesa, del otro una cama y dos sillas.

-Me cambio mientras se hace el café, ¿sí?- Dejó sobre la mesa una pila de seis o siete carpetas encuadernadas.- Andá hojeándolas si querés.

Me puse a leer sus notas y artículos de diversos años. Eran opiniones y estudios acerca de todas las cosas del mundo, hechos o personajes conocidos o extraños e insignificantes. Cada imagen cotidiana parecía haberle arrancado algún pensamiento, y lo curioso era la fluidez de aquella vida intelectual, tan contrastante con su otra vida externa.

La impresión final de esos escritos me resultó abrumadora, porque llegaban a la misma conclusión una y otra vez. Para Cecilia, el hombre y su cuerpo eran eternos servidores uno del otro.

-Estoy convencida- me comentó cuando nos sentamos a tomar el café.- La ciencia y la filosofía de alguna manera también lo dicen con sus eternos fracasos. Es una esclavitud que se acaba en el momento de la muerte.

-¿Y el alma?- le pregunté.

-No lo sé. Este cuerpo me ha ocupado demasiado tiempo como para dedicarme a pensar en algo tan abstracto como el alma. Es hora de mi inyección.- Y se fue a buscar su cajita de primeros auxilios.

Mientras esperaba, encontré entre los papeles dos cuadernos con poesías, algunas largas como poemas épicos. Cómo podía una mujer como ella, me pregunté, emparentar su pobre vida con una epopeya. Como una reina que aleja a sus pretendientes apartándose en su propia y solitaria celda de castigo. Sin importarle lo que deja atrás, sin mirar a quien lastima. Porque quizá su dolor sea tan fuerte como el sonido del mar en una tormenta. Entonces sentí el sabor de la ira segregando en mi lengua. Tuve que levantarme de la silla.

-¿Nunca te casaste?

-No, Leandro. Viví con un hombre un poco mayor que yo por un tiempo, pero no resultó.

Hasta eso me había ocultado. Como si fuese un chico todavía, alguien no lo suficiente mente maduro como para tomarlo en serio.

Sobre el televisor había un hueso seco. Parecía la cabeza de un animal pequeño.

-¿Qué es este hueso?

-¿Ah, eso? Me lo regaló mi prima Leticia cuando éramos chicas. Es parte de la cabeza de un perro. Me gusta mirarla de vez en cuando. Me hace acordar lo fútiles que somos todos.

Del otro lado del armario, la escuché abrir la ducha. Me acerqué al mueble, y a través de las rendijas de las puertas, observé cómo se iba quitando la blusa, hasta quedarse con aquel corpiño negro que ocultaba sus senos blancos, apenas más grandes que mis puños. No tuve vergüenza de desear tocarla, de poseerla realmente por primera vez. Creo que al descubrir ese aspecto de irrefutable superioridad de su mente y la exquisita lucidez de su pensamiento, surgió en mí el escondido rencor adolescente. Y sé que en ese momento era yo un chico caprichoso que si no lograba obtener lo que quería, habría sido capaz de destruirlo.

Fui hasta el otro lado del cuarto, y la tomé de los hombros con una energía que no me atreví a disminuir por temor a arrepentirme. Le hablé al oído, oliendo su perfume extraño, ese aroma a colonia y medicamentos mezclados en la piel. Recuerdo la débil resistencia que me ofreció, y eso fue casi desilusionante, porque yo tenía la necesidad de tomarla de los brazos y sacudirla hasta hacerla mirarme a los ojos, que viese más allá de su cuerpo y sintiese la fuerza de alguien más que no fuese la mordida silenciosa y constante de su enfermedad.

Al despertar, la luz de la mañana entraba por una ventana cerca del techo del baño. Decidí levantarme para ir al trabajo, y pisé la aguja que ella había dejado caer la noche anterior. Di un grito al sentir el pinchazo, pero Cecilia no despertó.

La extraña quietud de su cuerpo me hizo sentir mal por un instante, y la sacudí de los hombros varias veces. Pero sus brazos se movieron fláccidos, inertes. Uno de ellos colgó como un péndulo del borde de la cama.

Sobre la mesita de luz había una fila interminable de remedios y ampollas. En las etiquetas se leía “insulina”, sin embargo estaban vacíos excepto por dos, llenas de un polvo blanco. Probé el contenido con la punta de la lengua, y entonces rompí el resto contra el piso, enfurecido. Pero sobre todo asustado. El polvo se esparció por el suelo, la sustancia que había sustituido a la otra en los frascos, esa otra alquimia superior, o tal vez menos execrable.

Separé las sábanas de su cuerpo, lleno de piquetazos y moretones que no había podido ver en la oscuridad de la habitación cerrada. Me puse a llorar como un chico sobre el cadáver de Cecilia.


Este relato forma parte de un tercer libro de cuentos todavía inédito, aunque es un viejo cuento, corregido, de los años '90. A veces un clima, una persona que uno ha conocido, un hecho que nos ha impresionado, colaboran todos para impulsar la creación de un texto literario, y sin embargo ninguno de estos factores influye completamente ni sobreviven como tales, ni siquiera en sus fragmentos mínimos. Se mezclan con los demás y se metamorfosean. Esto sucedió con este cuento. Un nombre y ciertas características de esta persona real, el ambiente urbano y su sensación agobiante de fracaso, la degradación que producen las enfermedades crónicas: todo esto se fue uniendo para confluir en el personaje y el clima, que a su vez se alimentan mutuamente. El resultado fue el intento de plasmar las sensaciones y la frustración que conlleva la imposibilidad de conocer realmente a alguien, todo aquello que nos esconde y el resentimiento que esto nos crea. El tema de la lucha con la enfermedad, la dicotomía alma-cuerpo, apenas está esbozado, por eso el personaje de Cecilia ha crecido con el tiempo desde la confección de este relato. Ha exigido a su autor explicar más de su historia, aunque siempre en forma indirecta, a través de otros personajes y los papeles y poemas que ha dejado. Pero eso será tema de otros cuentos, que en su momento serán mostrados.

Este relato recibió una mención de honor en el concurso organizado por la Fundación Tres Pinos en 2008, con un jurado constituido por Vicente Battista, Gabriel Bellomo y Fernando Sorrentino.



Ilustración: Gustav Klimt


viernes, 1 de mayo de 2009

Entrevistas








EL DIARIO DE MORÓN
MIE 30 JUL 2008 12:11

«Acá hay un gran movimiento cultural»

Por Pablo Daniel Ovin
por El Diario

Ricardo Curci es uno de los escritores más destacados de la zona oeste. Nació en 1968 en Morón, y publicó Los Casas, en 2004, y Los seres intermedios, en 2007. También ganó varios premios y reconocimientos a nivel local y nacional, uno de ellos, haber sido finalista en el Concurso Literario Leopoldo Marechal de Morón, lo que le valió la publicación de su cuento “El mar” en una antología que se dio a conocer recientemente por el Municipio de Morón.

–¿De qué trata el cuento?

–El cuento “El mar”, que aparece en la Antología, fue escrito en 2004, pero la idea original proviene de un viejo relato de casi diez años antes. Sucede que los temas, como el del mar, se repiten en mis cuentos, y aunque el texto original haya sido abandonado por ser producto de una época de aprendizaje, las ideas siguen rondando mi cabeza y las utilizo para nuevos textos.

–¿Qué representó para vos su publicación?

–El haber sido elegido para la antología significa una gran satisfacción, no sólo por la calidad de la antóloga, la escritora María Rosa Lojo, sino por el hecho de sentirme reconocido como representativo de la literatura de Morón.

–¿Es éste tu primer reconocimiento literario?

–Además de esta selección en la antología de Narradores de Morón, tengo un primer premio en cuento de la Fundación Ciudad de Arena de Literatura Fantástica en 2005, y un primer premio en poesía en el Concurso Nacional por el 150 aniversario de Esperanza, Santa Fe, en 2006. En estos días también recibí la noticia de que Casa de las Américas seleccionó un cuento mío para publicar en su revista anual.

–¿Cómo surgió la idea de publicar un libro?

–Eso se fue dando despacio. Recién cuando tuve el apoyo de la gente que conocía mi trabajo, y principalmente la propia satisfacción ante los cuentos, después de algunos años de maduración y repetidas correcciones.

–¿Qué pasó cuando finalmente viste tu primer libro en la calle?

–El publicar mi primer libro no me cambió la vida para nada. Simplemente fue, por un lado, la satisfacción personal de ver reunidos en libro una serie de relatos en los que había trabajado por mucho tiempo, y por el otro, constituyó una tarjeta de presentación para los demás, algo con lo que uno puede decir, quizá: “soy esto y así escribo”.

–Ese libro, Los Casas, tuvo muy buenas repercusiones en los ámbitos literarios.

–La repercusión siempre es limitada tratándose de ediciones de autor, pero los comentarios que me hicieron llegar fueron muy positivos. Sé que debe haber gente a quien no le agradó el libro o lo considera intrascendente, y me parece bien porque a mí tampoco me gustan todos los escritores, sería hipócrita decir que sí. Pero a veces el silencio es el crítico más discreto, me parece.

–¿Cómo lo definís vos?

–Los Casas es una serie de relatos que ocurren en un mismo barrio suburbano, donde los personajes reaparecen cada tanto como protagonistas o secundarios, en momentos o puntos de quiebre de sus vidas, a partir de los cuales ya no pueden volver atrás. En realidad los episodios fueron surgiendo desordenadamente, y casi puedo decir que cada personaje fue llamando a otros, sus vecinos, para contar sus historias, incluso el mismo ámbito y las características de los personajes me fue llevando de una historia a otra.

–¿Estás preparando un nuevo libro?

–Tengo una colección de cuentos terminada, que trata de abordar conflictos internos de hombres y mujeres y sus consecuencias trágicas. Me interesa la incomunicación y el aislamiento de cada alma, la forma en cómo los sentimientos se tergiversan cuando queremos expresarlos, pero a su vez el mantenerlos ocultos también los transforma en algo peor que monstruos.

–¿Cómo creés que se ha posicionado tu obra en el panorama literario?

–No tengo la suficiente distancia como para decir algo que no caiga en la pedantería, pero sí puedo decir que no suelo escribir lo que habitualmente está de moda o se vende. Es un gran punto en contra, pero así es como siento que debo ser.

–¿Cómo evaluás la literatura no comercial y en la zona?

–La literatura, y sobre todo en ámbitos municipales, no tiene gran salida de ventas, y el público, aunque numeroso para llenar salones de medidas moderadas, nunca es masivo como puede serlo la música popular. Por eso el apoyo gubernamental es limitado y casi otorgado a regañadientes. Me parece que en el oeste hay un gran movimiento cultural, pero sometido a mareas fluctuantes según las épocas. A veces predomina la actividad privada, otras la municipal. Pero me parece que la oferta es variada. En el caso de letras creo que aún está por debajo de la capacidad que podría demostrar, considerando la cantidad y la calidad de gente que integra la comunidad literaria de Morón.

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INSOMNIA
Nº 137 - MAYO 2009

El mundo de Ricardo Curci
La lectura como un
viaje hacia otras vidas

José María Marcos
Exclusivo para INSOMNIA

Nacido en 1968 en Morón (Buenos Aires), los trabajos de Curci han recibido importantes reconocimientos. El relato “El Desprendimiento” ganó el primer premio de la Fundación Ciudad de Arena de Literatura Fantástica (Buenos Aires, 2005), con un jurado compuesto por Pablo de Santis, Patricia Suárez y Carlos Gardini. Mereció el primer premio por la serie de poemas “Ciencia” en el concurso organizado por la conmemoración del 150º Aniversario de Esperanza (Santa Fe, 2006). “El Mar” fue elegido para la Antología de Narradores de Morón en 2006 y “El Rostro de los Monos” (que da nombre a su tercer libro en proceso de edición) fue seleccionado para su publicación por la Casa de las Américas (2008). Ganó el premio Avalón de Relato Fantástico, organizado por la Asociación Asturiana de Ciencia Ficción, por “Los Campos Ingleses” (2008). Ha sido alumno del escritor Alberto Ramponelli. Es médico y anatomista.

—¿Cuándo comenzó a escribir? ¿Qué estímulos recuerda esenciales para este comienzo?

—Empecé a escribir ficción en la adolescencia, no recuerdo la edad exacta, pero debió ser por los catorce, aproximadamente. Al principio eran melodramas inspirados en series de televisión. Me atraía sobre todo la evolución de los personajes a través de los años en programas como The High Chaparral, The Big Valley o Little House on the Prairie. Por el contrario, no veía mucha verosimilitud en series donde los personajes parecían no recordar lo que habían sufrido en el capítulo anterior. En ese sentido, me acerco más al naturalismo (Zola o Balzac me gustan mucho), pero al mismo tiempo debe haber una visión personal de la realidad, que puede ser imaginativa y fantástica, o nostálgica, trágica, cómica, etcétera. Esto es lo que el autor debe aportar: su punto de vista, a partir del cual nacerá su estilo. Volviendo a las influencias, desde lo literario aprendí mucho en la infancia leyendo los clásicos infantiles de la colección Robin Hood y Billiken (abreviados, pero entonces yo no lo sabía). Me fascinó David Copperfield, de Dickens. Más adelante leí completa la novela y me conmocionó nuevamente; incluso, me reencontré con mis propios sentimientos de cuando la leí por primera vez. Fue una identificación de sensibilidades, creo. Ese halo nostálgico, trágico y poético, de un humor muy cercano a la ingenuidad, pero siempre inteligente. No me cabe duda que Charlie Chaplin haya sido un admirador de Dickens. Las novelas de aventuras, tipo Salgari o Verne no me atrajeron especialmente; sí Jack London. En la adolescencia leí a Ray Bradbury y ahí me enamoré del género fantástico, porque en sus manos la tecnología era sólo un escenario para mostrar el alma de los hombres. Lo que empecé a escribir en ese entonces, a los dieciséis o diecisiete años, eran cuentos de ciencia ficción, llenos de lugares comunes, pero con la intención de seguir el ejemplo de Bradbury. Luego, cuando ya tenía veinte años, me fascinó Eduardo Mallea, y fue otra cuestión de identificación con su lenguaje y su temática. Ese apego al desborde y la fluidez estilística, que me llevó a conocer a Faulkner y fascinarme nuevamente con sus párrafos tan exquisitamente poéticos. Todos estos autores son trágicos, es verdad, y trabajan en una zona muy peligrosamente cercana al desborde, al abismo que solamente las leyendas y los mitos pueden expresar. Por supuesto, mi familia influyó mucho en mis lecturas. Sin la biblioteca de que disfrutaba en mi casa, no habría podido hojear tantos libros en mis ratos libres del colegio. En cuanto a escribir, ellos no imaginaban que yo llegaría a hacerlo, así que no hubo ni rechazo ni apoyo en particular al principio, especialmente porque es un trabajo solitario que uno no siempre está dispuesto a mostrar, ni siquiera a la familia.

—Como escritor, ¿por qué ha elegido la ciencia ficción, el terror y/o lo fantástico?

—En parte ya lo expliqué en la pregunta anterior. No hago exclusivamente género fantástico, aunque me inclino mucho a este género cuando escribo. A veces surge de la misma temática, sea porque se trata de un evento sobrenatural o no explicado, o porque el tema necesite un tratamiento más ambiguo, una exploración más profunda en busca de lo que hay de misterioso en todo. Cortázar hablaba del autor papamoscas, y pienso que no es aquel que piensa en la realidad exclusivamente, sino aquel que sin estar mirando nada en particular, ve lo que los demás no pueden. Allí donde hay solamente una silla, puede haber también un resto de quienes se sentaron en ella, un botón, un cabello, o quizá simplemente su sombra. Los tres géneros que mencionás se mezclan demasiado, pienso que no hay fantasía sin algo de horror en ella, por el simple hecho de que estamos en un ámbito desconocido, y el miedo siempre coexiste. La ciencia ficción es muy difícil, y me cuesta a veces encontrar verosimilitud, y muchos textos pecan de exceso de información. Por eso me gusta el estilo Bradbury, el estilo Ballard.

—¿Qué problemáticas aparecen con recurrencia en sus obras?

—Viendo mis textos en perspectiva, veo que ciertas cosas y ejes temáticos se han repetido, aunque en el momento de abordarlos no me di cuenta de eso. Veo que se repite cierta preocupación por el destino y las limitaciones del cuerpo, también la incomunicación entre los seres humanos, cierto regodeo con sentimientos trágicos que toman formas extrañas, a veces en acciones, otras en cosas o criaturas. La culpa es un sentimiento que me preocupa mucho; también, la dificultad de expresarse abiertamente.

—En Los Casas hay ciertos personajes, tópicos y una atmósfera que los unifica. ¿Planificó escribirlos de esta manera, o este mundo se fue imponiendo poco a poco?

—Los cuentos de Los Casas surgieron en forma arbitraria y desordenada. Fue un mundo que se fue armando de a poco, sin saber que se convertiría en una especie de ciudad, por lo menos de barrio. El primer cuento que escribí tenía un personaje casi secundario: el panadero Casas. Y alrededor de él se fue armando el resto. Casi como si cada personaje fuese llamando a los otros. Una historia necesitaba explicarse con otra historia previa o posterior, y a su vez los personajes secundarios aparecían en otros cuentos como protagonistas. Cuando esta idea se me hizo conciente, traté de seguir el modelo de autores que me gustaban, como Faulkner y Onetti.

—En Los Seres Intermedios intercala viejas leyendas y/o mitos. ¿Qué importancia tienen estas historias en su obra? ¿Son un punto de partida para sus relatos?

—Me interesan muchos los mitos y las leyendas, pero no soy partidario de utilizarlos como excusa para rellenar puntos fallidos en un cuento. Pavese acostumbraba a trasladar estos mitos en contextos contemporáneos, sus historias eran contemporáneas, y había que meditar en ellas para encontrar su fuente. Hay un libro de ensayos muy interesante de él sobre este tema. En los relatos de Los Seres Intermedios a veces surgió primero la historia, y recién me di cuenta que podía tener cierta relación con algún mito, y esto enriquecía el texto. Otras veces los personajes se comportan como en una tragedia griega, y me doy cuenta que no desentona con lo que actualmente sucede. Las pasiones son las mismas, los complejos psicológicos también. En otras ocasiones una época o un escenario me sugieren una historia, como en los cuentos mitológicos o los futuristas.

—En sus cuentos hay cierta obsesión por las enfermedades. ¿Esto lo llevó a elegir su profesión de médico, o es que su formación universitaria le dio una visión distinta de algunos aspectos de la vida?

—Ambas cosas se desarrollaron paralelamente. Siempre opté por dedicarle tiempo a la literatura por más que ésta no me ofreciese un medio de vida. Siempre fue una necesidad leer y escribir. Leer no es sólo una forma de evadirse o entretenerse, es una forma de vivir otras vidas y otros mundos. Uno sale siempre más rico de los buenos libros, aunque uno casi nunca sabe aprovechar este aprendizaje. Escribir en casi una pulsión, las ideas rondan la cabeza y se convierten en una obsesión. Hasta que uno no se siente a escribirlas irritan e incomodan. Por eso, creo que ambas cosas se alimentan mutuamente. Mi punto de vista al escribir se particulariza por mi visión como médico. No es mejor ni peor que las demás, sí diferente, y a esta peculiaridad de la profesión científica hay que sumarle aquello innato en uno, la herencia y el legado familiar, las influencias exteriores y la experiencia propia.

—Al final de Los Casas y Los Seres Intermedios, usted deja constancia de un período de escritura de 9 años en ambos casos. ¿Corrige mucho?

—Ambos libros fueron resultado del trabajo en los talleres, y por la década del 90 estudiaba medicina y escribía, sin preocuparme por publicar. Después del 2000 se dieron las circunstancias para hacerlo. Me interesa mucho quedar conforme con lo que publico, por eso trato de corregir mucho. Cada vez que releo encuentro algo diferente, a veces errores gramaticales, frases sin sentido, saltos temporales inconexos. Aprendí a ser más bien conservador en el estilo, por más que me guste experimentar con ciertos cambios estructurales, como el cambio del punto de vista, la utilización del espacio en blanco, los cambios en el tiempo verbal. Pero creo que si uno no domina lo convencional y lo clásico, difícilmente pueda tener resultados eficaces al romper las reglas.

—¿Qué autores lo han influenciado y a quienes admira?

—A los mencionados más arriba, se van agregando muchos a medida que los voy conociendo, pero como síntesis los anteriores son representativos.

—¿Qué libros lo marcaron?

—David Copperfield, de Dickens, en novela; El País de Octubre, de Bradbury, en cuentos; y los poemas de Alberto Girri. Luego le sigue una larga lista no menos importante.

—¿Qué cuentos le parecen “el ideal de cuento”?

—Tengo cuentos que me conmovieron, y ésa es la razón por la que los recuerdo como los mejores. Hay cuentos perfectos, que uno reconoce como tales, pero aquellos que rompen algo dentro de uno son los que quedan marcados en la memoria. Por ejemplo: Bartleby el Escribiente, de Melville; El Mensajero, de Bradbury; y La Capa, de Buzzatti.

—¿El cine está presente en su imaginario a la hora de escribir?

—Sin duda. Hace poco leí una entrevista a un escritor norteamericano que decía que no es lo mismo escribir en el siglo 19 que en el 20. El cine ha aportado todo un canon de imágenes, toda una serie de referencias que son inevitables a la hora de escribir y de leer. La forma de contar es diferente, ya no se necesita el detallismo para hacer “ver” al lector un ambiente o una acción. Hay objetos y cosas que todo el mundo conoce, y por eso la novela del siglo veinte ha desarrollado otros aspectos más interiores y psicológicos, además de las innovaciones en la estructura narrativa. En mi caso en particular, aprecio mucho el cine, un arte que alimenta a la literatura en cuanto a formas nuevas de contar, pero que también aprende de la literatura las buenas historias para contar. Las mejores películas se basan en novelas o en historias originales de directores que se han embebido de buena literatura. Como espectadores y lectores solamente, el que es buen lector aprende a elegir buenas películas.

—¿Podría explicar cómo es en su caso el proceso de creación de un relato?

—La fuente que originó la idea es muy variada, incluso a veces incierta. Puede surgir de un objeto, un recuerdo, una frase escuchada o leída, etcétera. Una vez que ha surgido, el proceso de escritura, en mi caso, consiste primero en darle un sentido y un objeto al texto. Es decir, debe haber cierta lógica interna por lo menos para mí. Me acostumbré a pensar en escenas cuyos pasos principales tengo más o menos claros y después me pongo a escribir. Lo que surge es diferente la mayoría de las veces, no en cuanto a la trama general, sino en cuanto al contexto. Van apareciendo cosas que no había planeado, personajes que de pronto toman relevancia, y suena repetido lo que voy a decir, pero es indudable para mí que a medida que el personaje va tomando forma hace su propio camino en la historia. Eso es porque ha ganado una personalidad, nosotros se la hemos dado, pero ya en posesión de ella, él hace lo que debe hacer, y por eso el autor no siempre conoce los detalles de su final.

—Usted se ha dado a conocer con dos libros de cuentos. Como autor, ¿los prefiere antes que a la novela?

—El haber publicado cuentos es en parte circunstancial. En los talleres literarios se suele escribir narrativa corta o poesía, o ambos géneros. Es por una cuestión práctica por las limitaciones de tiempo y distribución del material. Por eso los alumnos a veces se entrenan mejor en un género que en otro. Pero a la larga la tendencia natural se impone. En mi caso aprendí escribiendo cuentos porque siempre me gustó leerlos, incluso para mí es una buena forma de presentación para cualquier narrador. Prefiero empezar leyendo cuentos cuando entro en un autor que nunca leí antes. Pero la novela también me fascina. Yo creo, a diferencia de otros autores, que es más difícil la novela que el cuento. No por una cuestión de tiempo de escritura, hay cuentos que pueden tardar meses o años en escribirse hasta lograr el punto justo, sino en cuanto a complejidad. En el cuento valen los silencios, lo que no se dice participa tanto como lo que está escrito, y comparto la idea de que menos es más. Estos silencios le dan complejidad al cuento. Pero necesita lectores entrenados, que sepan leer entre líneas y apreciar el efecto de un buen final. La novela, en cambio me da la sensación de entrar en una ciudad enorme y que no conocemos, sin tener siquiera un plano de las calles. Hay múltiples factores a tener en cuenta, puntos de vista múltiples, situaciones varias que divergen y convergen muchas veces. Incluso al leer una novela uno sabe que deberá comprometerse con la trama aún más allá de la lectura diaria, pensando en los posibles siguientes pasos de los personajes. El cuento es contundente y misterioso a la vez. La novela es como una larga sinfonía a la que hay que escuchar atentamente para no perder su lógica.

—¿Cómo nació el sello Copperfield Books mediante el cual editó Los Seres Intermedios?

—La editorial que publicó el primer libro cerró, así que ante la dificultad de publicar en editoriales importantes, decidí tomar el mando de la publicación. Ya que debía pagar para editar, quería que saliera como yo quería. Hay errores, pero no puedo achacárselos a nadie más que a mí.

—¿Qué importancia tienen los concursos y los premios en su carrera?

—Me parecen importantes, pero no trascendentales. Es bueno presentar material a los concursos, por lo menos para tener experiencia en cuanto a su funcionamiento, virtudes y defectos. Si el resultado es favorable para uno y se obtiene un premio, perfecto. Los premios incentivan mucho, pero hay que ganárselos con el tiempo. Hay un tiempo de aprendizaje y escritura que no se compensa con nada. Puede durar cinco, diez o veinte años, pero ese período de madurez da frutos en el material escrito. A veces los premios coinciden con este desarrollo, otras veces no.

—Ha ganado un concurso con una serie de poemas. ¿Qué lugar tiene la poesía en su obra y en su vida? ¿Qué autores le gustan?

—Me gusta mucho la poesía. Disfruto leerla tanto como la narrativa. Me gustaría escribir más poesía, pero la disposición mental para dedicarse a ella es totalmente distinta. Por eso, mientras escribía poemas, no hacía narrativa, y extrañaba. En esas ocasiones me preguntaba si podría volver al cuento, porque uno cambio mucha la estructura formal de creación. Sin embargo es cuestión de tiempo, como todo. Ahora estoy trabajando narrativa, y aunque no tengo planes para poesía, me pregunto si podré ponerme a escribir algún poema nuevo. De más está decir que la poesía es un arte de vida completa. Quiero decir, respeto enormemente a quienes escriben sólo poesía, porque cada libro es un trazo más de un largo hilo evolutivo en el lenguaje poético. Los narradores escribimos poesía algo extraña, muy teñida de recursos narrativos. A veces son más poéticos nuestros párrafos de prosa que un poema escrito en el formato convencional. Hay excepciones, claro. Borges, por ejemplo. En poesía me gustan muchos, pero Alberto Girri podría ser el más representativo de mi gusto más personal.

—Usted también ha sido jurado de concursos. ¿Qué porcentaje de escritores se dedican a los géneros que usted cultiva?

—Si te referís al género fantástico, en los concursos en los que fui jurado he leído no más de un 10 por ciento de cuentos de este tipo. No es un género que se cultive mucho para escribir o leer. Habitualmente se escribe más sobre las experiencias personales, anécdotas curiosas o humorísticas, y los mejores cuentos generalmente no son los de género fantástico. No conozco la razón, quizá sea porque es difícil, y eso se ve en tantos malos textos que utilizan recursos trillados con resultados lamentables. También puede deberse a que hay un interés mayor en la ciencia o la tecnología que en la calidad del lenguaje literario, y yo soy de los que abogan en que la literatura, sea del género que sea, es un compromiso con el lenguaje, y después con la historia.

—¿Cree que la ciencia ficción, el terror y/o lo fantástico pueden llegar a tener un lugar en el mercado editorial argentino?

—Creo que sí. Dejando de lado la ciencia ficción y el terror, el género fantástico tiene más posibilidad de un lugar en el mercado, con Quiroga, Cortázar, Lugones, Levrero, Gardini, por ejemplo, abriendo camino para tanta gente nueva que escribe bien en este género. El problema, pienso yo, con la ciencia ficción y el terror es que no nos desprendemos de los maestros norteamericanos e ingleses. Utilizamos las mismas atmósferas y recursos, y no hay originalidad. Cuando hablo de originalidad no hablo de elementos localistas, porque entonces sí hay mayor contraste. Hablo de recursos originales donde la ciencia ficción suene natural y no parezca ciencia ficción, sino simplemente buena literatura. No conozco las respuestas. Tengo algunos cuentos de este tipo escritos en taller, pero hace años que no los toco y están esperando su turno para un proyecto de más adelante.

—¿Tiene previsto algún trabajo en lo inmediato? ¿Cuáles son sus proyectos?

—Tengo un libro de cuentos a publicar próximamente. Es un conjunto de cuentos donde casi no aparece lo fantástico, salvo en ciertos casos y con ambigüedad. Están relacionados con conflictos humanos más palpables, culpas, celos, remordimientos, locura, cierta dosis de crueldad, y sus consecuencias trágicas a través de personajes complicados. Se va llamar El Rostro de los Monos.

Su opinión sobre Stephen King

“Me gusta mucho King. No he leído más que una cuarta parte de toda su obra, pero lo considero uno de los mejores narradores norteamericanos. Coincido con quienes dicen que es muy desparejo, hay novelas suyas francamente pésimas e incluso fragmentos de sus mejores trabajos se ven perjudicados por el mal gusto y la inverosimilitud. Pero menciono lo que más me gustó: La Zona Muerta me parece una novela perfecta, una de las más prolijas y discretas de su obra; Cementerio de Animales es la que más movilizó mis miedos, tiene un lenguaje desbordante y situaciones extremas, pero su oficio sale del paso con resultados magistrales. Obviamente El Umbral de la Noche es su mejor colección de relatos, y Los Niños del Maíz tal vez el mejor de ellos. También me gustaron mucho El Juego de Gerald, con ese giro de estructura inesperado en el tercio final de la novela, y Cujo, excelente novela a pesar de que la escena de la pelea final entre la mujer y el perro no me resulta del todo lograda”.

Así escribe

“Papá y yo vimos la última bandada de palomas un día de verano de hace muchos años. No puedo olvidarlo porque en ese momento, lo sabría más tarde, se decidió su destino, si no es que el fin de cada uno no está escrito ya desde el principio del mundo. Fuimos con el auto a las afueras de la ciudad por la autopista del noroeste, hacia unos campos inundados la mayor parte del año, excepto en verano. Los caminos eran casi inservibles y sólo se pisaba lodo. Habíamos tratado de vender esos terrenos sin resultado, y ahora papá iba a intentarlo nuevamente.

Nos estacionamos a varios metros del bosque vecino, que esta vez nos pareció más frondoso e impenetrable; en el invierno anterior había llovido tanto como en los últimos cinco años. El camino de lodo continuaba hasta allí y detuvimos el auto. Clavamos el cartel de venta en la tierra blanda. Me puse a chapotear en los charcos, yo aún tenía diez años, y recuerdo la sonrisa de mi padre al mirarme. Cuando encendió el motor para irnos, vimos a las palomas salir espantadas desde el bosque, volando hasta perderse de vista hacia el norte.

—Ya quedan pocas —dijo él, y me comentó la innumerable cantidad que podía verse tan sólo diez años antes.

En ese momento debió nacer su idea, aunque creo que recién fue conciente de ella al leer el artículo en el diario un año después, donde anunciaban que el último centenar de palomas se había extinguido. Entonces nos miramos, y pensé que pocas veces algo une tanto a los hombres como los recuerdos comunes que llegan en el instante exacto”.

(Fragmento del cuento La Paloma Eléctrica, incluido en el libro Los Seres Intermedios).

El horror según Ricardo Curci

Si bien su obra se nutre de diversos géneros, Ricardo Curci ha publicado hasta el momento dos libros de cuentos donde está muy presente el horror ante la vastedad del universo tal como lo definió Howard Philips Lovecraft (1890-1937). En su célebre Supernatural Horror in Literature, el Maestro de Providence expresó que estas historias deben incluir “algo más que un misterioso asesinato, unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus cadenas según las viejas normas. Debe respirarse en ellos una definida atmósfera de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá; ha de insinuarse la presencia de fuerzas desconocidas, y sugerir, con pinceladas concretas, ese concepto abrumador para la mente humana: la maligna violación o derrota de las leyes inmutables de la naturaleza, las cuales representan nuestra única salvaguardia contra la invasión del caos”.

En su primer libro, Los Casas, el autor presenta una serie de relatos interrelacionados por personajes al borde de la desesperación y de la locura. En medio de una brumosa realidad, dos mellizos profundizan su apego por el mal a medida que crecen, un arquitecto se siente Dios y se propone construir una casa como si fuera una catedral, un fabricante de “nuevos animales” mantiene en vilo a su comunidad, un farmacéutico lucha contra la muerte mediante fórmulas especiales y un hombre esconde un secreto en su armario, entre otros personajes de una larga galería de monstruosidades.

Los cuentos de Los Seres Intermedios comparten lo anormal como columna vertebral, profundizando en la evocación de mitos y leyendas y en cierta obsesión por las enfermedades y el paso del tiempo. Como muestrario de este segundo libro, bastaría conocer a las viejecillas funebreras de Las Ancianas, los personajes melancólicos de La Paloma Eléctrica, la voluntad malsana del profesor de Historia Antigua en Las Torres y los ahogados que salen del mar en La Playa, aunque, por supuesto, hay mucho más que vale la pena leer.

En contraposición de los monstruos tradicionales del género (Drácula, Frankestein, el gólem, la momia, etcétera), en estos cuentos de Curci afloran lo macabro, lo inasible y lo peligroso, en medio de una “definida atmósfera de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá”, a través de personajes que inquietan justamente por parecerse demasiado a reconocibles seres de carne y hueso.

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