domingo, 8 de octubre de 2023

"El desprendimiento" y un premio






Concurso Nacional “Ciudad de Arena” de Cuento Fantástico - 2005

Primer Premio:

  • Ricardo Gabriel Curci, "El Desprendimiento"

Segundo Premio:

  • Raúl Adolfo, Alzogaray "La Mirada de los Antepasados"

Menciones:

  • Luis Cattenazzi, "El Arte del Doctor Moret"
  • Héctor Krikorian, "Tango y Fantasma"
  • María Gabriela Casalins, "La Mudanza"

Acto de entrega de premios: lunes 28 de noviembre a las 19.00 horas en el Club del Progreso, (Sarmiento 1334 Capital Federal

 05/Dic/05

La Fundación Ciudad de Arena despidió un espectacular 2005

El lunes 28 de noviembre, en el Club del Progreso de la Ciudad de Buenos Aires, la Fundación Ciudad de Arena despidió el año con la entrega de los premios de los diversos concursos que promovió. La celebración también fue propicia para que los creadores del género fantástico pudieran disfrutar de un buen momento.

(Axxón) - El salón estaba preparado para recibir medio centenar de invitados y, como ya es tradicional, lenta e infatigablemente se fue colmando. Entre los primeros estuvieron Carlos Gardini y Pablo Sappere —escritor el primero, responsable del festival Buenos Aires Rojo Sangre y Quintadimension.com el segundo—, luego fueron llegando otros protagonistas del género, como los ensayistas Pablo Capanna y Carlos Abraham, el director de Cuasar Luis Pestarini, el director de Axxón Eduardo J. Carletti, escritores de la talla de Ana María Shua y Pablo De Santis, Raúl Alzogaray, Rafael Pinedo, Beatriz Ortiz y Mario Lirio (directora y subdirector del Programa de Lectura de la Ciudad de Buenos Aires respectivamente), Leonardo Moledo, Mónica Torres, Carlos Ferro, Luciano Levín, Hernán Domínguez Nimo, Gustavo Abrevaya, Alejandro Alonso e incluso Alberto Laiseca, cuya presencia estaba jaqueada por otros compromisos, llegando justo a tiempo para recibir el reconocimiento de la Fundación a la trayectoria.

"La Fundación Ciudad de Arena está dedicada desde hace dos años a estimular y difundir a los creadores, en literatura y cine, básicamente, de la Argentina. Con especial énfasis en lo que es el género fantástico y todo lo que hay alrededor: ciencia ficción, realismo mágico, literatura maravillosa, etcétera. No es excluyente, pero los concursos tienen ese sesgo", explicó el presidente de la Fundación Ciudad de Arena, Gabriel Guralnik.

"Habíamos empezado el año pasado una colección con Página/12, que se trataba de diez libros de literatura fantástica y ciencia ficción en la Argentina —detalló Guralnik—. Esa colección comenzó a fines de 2004, se habían publicado cinco títulos, y a principios de 2005 publicamos cinco más. Vale decir que el año arrancó con la completitud de esa colección que ahora tiene diez tomo, de los cuales nueve están dedicados a escritores argentinos de muy destacada trayectoria, y hay un décimo tomo que incluye a algunos nombres muy importantes y a otros que publicaron allí por primera vez. Esa colección de Página/12 nos abre las puertas para hacer nuevas colecciones en el futuro. Página/12 ya no es el único medio interesado. La colección se vendió muy bien, tuvo una pequeña partida de devoluciones que aprovechamos para iniciar una política de donación de libros a escuelas de bajos recursos de Capital como de las provincias. Este año llevamos casi dos mil libros a la provincia de Río Negro, y una gran cantidad también a varias escuelas de la provincia de Buenos Aires, e incluso a una cárcel de mujeres. Antes de fin de año deberíamos estar concretando otra donación de mil quinientos libros a escuelas de la Ciudad de Buenos Aires a través de la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad, con la que estamos trabajando desde hace dos años."

Durante el 2005, la Fundación también promovió una serie de convocatorias a concursos, algunas de las cuales estaban dotadas con premios en metálico. "Hubo un Concurso Nacional de Cuento Fantástico, que este año incluyó un premio de $1.500. Otro concurso de cortos cinematográficos, realizado a través del festival Buenos Aires Rojo Sangre, que también tuvo un premio de $1.000. Si bien no es un premio tan impresionante como los que se dan en literatura, en este momento es el único con efectivo que se ofrece a quienes realizan cortos independientes en los festivales de América Latina. Y finalmente el Concurso para Docentes de la Ciudad de Buenos Aires, que también tuvo una convocatoria importante."

Otras actividades de la Fundación durante el 2005 incluyeron:

Publicación de Antología de Concursos 2004 y Armar un Cuento (este último de Liliana Díaz Mindurry y Laura Massolo).
Presencia activa en la 31° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Tres Ciclos de Cine de Ciencia-Ficción auspiciados por la Secretaría de Cultura del GCBA.
Un Ciclo de Cine de Ciencia-Ficción en el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.
Donación de 3.000 libros a escuelas de bajos recursos de Río Negro, Ciudad de Buenos Aires y Provincia de Buenos Aires.
Lanzamiento del Programa "Argentina 2033: Cincuenta años de Democracia".
Tercer Encuentro Argentino de Género Fantástico - "Café de Lo Que Vendrá".
Primer Festival de Cine Científico del Mercosur (organizado junto a la SECyT y el IUNA, realizado en la Biblioteca Nacional). Ésta fue la primera vez que la Fundación participa como co-organizadora en una actividad a escala de MERCOSUR.
Participación activa en el VI Festival Buenos Aires Rojo Sangre (Este importante festival tuvo una asistencia de más de 8.000 personas).
Dictado de un Seminario sobre "Historia y Cine Nacional" en la Universidad del Comahue (Viedma).
Firma del Convenio entre la Fundación y la Universidad Nacional de Entre Ríos, en el marco de "Argentina 2033".
Mesa Redonda "Cómo publicar el primer libro" en el Centro Cultural Kónex.
Conferencia "Julio Verne en el Cine: la magia en la magia", en el Centro Cultural Jorge Luis Borges.
A lo largo de 2005, la Fundación también auspició varios talleres literarios y seminarios sobre cine fantástico, moderados por escritores y especialistas como Liliana Díaz Mindurri, Eduardo J. Carletti, Alejandro Alonso y Gabriel Guralnik, entre otros.

En total, la Fundación realizó 17 actividades este año, que incluyeron tres convocatorias independientes a concurso, y siete publicaciones de libros (que sumadas a las cinco del año pasado redondean doce en tan sólo dos años de vida).

El plan de actividades para 2006, incluye:

Lanzamiento del "nuevo sitio Web", con contenidos de interés y actualización permanente.
Colección "Los libros prohibidos en la dictadura" (en proceso de armado).
Publicación de los cuentos ganadores en 2005 (en papel y/o en la Web).
Publicación de libro "Buenos Aires, 2033": seis cuentos escritos por seis escritores de la Ciudad.
Presencia activa en la 32° Feria Internacional del Libro.
Nuevos Ciclos de Cine de Ciencia-Ficción.
Concursos: "Ciudad de Arena de Cuento Fantástico 2006" (premio: a definir), "3° Concurso de Cuento para Docentes del GCBA" (premio: publicación), "Concurso de Cortos Cinematográficos Argentinos de Género Fantástico 2006" (premio: a definir).
Donación de 2.500 libros a escuelas y bibliotecas de bajos recursos del país.
Primera Etapa de "Buenos Aires 2033", que alcanzará a 3.000 alumnos de nivel medio de la Capital Federal.
Cuarto Encuentro Argentino de Género Fantástico.
Segundo Festival de Cine Científico del Mercosur (organizado junto a la SECyT y el IUNA).
Participación activa en el VII Festival Buenos Aires Rojo Sangre.
Dictado de nuevos Seminarios sobre "Historia y Cine".
Firma del Convenio entre la Fundación y la Universidad de Buenos Aires.
Actividades conjuntas con el Centro Cultural Kónex.
Actividades conjuntas con el Centro Cultural Jorge Luis Borges.

Sobre los encuentros de género fantástico, Guralnik comentó: "En el 2003 estuvieron convocados seis escritores. En 2004 eran casi cuarenta entre escritores y cineastas. En 2005 fueron casi cien, con lo cual se volvió imposible hacer una conferencia para cada uno, así que hicimos una actividad que fue una suerte de café creativo que dio lugar a un proyecto, que es ahora uno de los proyectos maestros del la Fundación, que se llama Argentina 2033. La idea es pensar la Argentina, a cincuenta años del reestablecimiento de la Democracia en 1983".

El proyecto "Argentina 2033", que culminará el 10 de diciembre de 2008, nació en realidad como una iniciativa educativa llamada "Buenos Aires 2033", donde cinco escritores de la Ciudad escriben cinco cuentos que transcurren en Buenos Aires en 2033, de temática libre. En marzo estará editado el libro (3000 ejemplares) que se distribuirán en escuelas de nivel medio de la Ciudad (para trabajar con alumnos de Tercer y Cuarto Año del Secundario). Esto derivará en un concurso de obras artísticas de los alumnos bajo el mismo lema. Sin embargo, el proyecto creció y ahora contempla un costado cultural, que comenzó a gestarse en el café creativo del Tercer Encuentro de Creadores..., que es la Agenda Temática para el Futuro para el 2033, imaginada por creadores. "Hay universidades que están firmando acuerdos con nosotros, por lo cual podría darse una faz académica, pero todavía es prematuro hacer anuncios", aclara Guralnik.

Entrega de premios

Luego del breve repaso de actividades realizadas y previstas, se procedió a la entrega de premios, tanto a los ganadores como a los merecedores de segundos premios y menciones de honor. La nómina de los premiados y sus obras incluye:

Segundo Concurso de Cuento Fantástico para Docentes de la Ciudad de Buenos Aires - 2005

Primer Premio: Isabel Laumonier, por "El demonio en la ciudad de la Santísima Trinidad". Segundo Premio: Sergio A. Brunetta, por "Pequeños detalles a tener en cuenta".

Segundo Concurso Nacional "Ciudad de Arena" de Cuento Fantástico - 2005.

(Los miembros del jurado de cuento fueron Patricia Suárez, Carlos Gardini y Pablo De Santis).

Primer Premio: Ricardo Gabriel Curci, por "El Desprendimiento". Segundo Premio: Raúl Adolfo Alzogaray, por "La Mirada de los Antepasados" Menciones: Luis Cattenazzi, por "El Arte del Doctor Moret"; Héctor Krikorian, por 1"Tango y Fantasma" y María Gabriela Casalins, por "La Mudanza".

Premio de la Fundación Ciudad de Arena al mejor corto fantástico argentino

"Después de Recién" (Ignacio Laxalde, Bernardo Francese, 2004).

Sobre el premio al mejor corto, Pablo Sapere precisó: "En este concurso específico tuvimos cuatro jurados: Gabriel Guralnik, un joven crítico uruguayo llamado Alejandro Yamgotchian, el actor Delfor Medina y la realizadora Paula Pollachi. Decidieron que el corto ganador fuera ´Después de recién´. Unimos este premio a otro, que es el de mejor corto argentino, que participa de "La noche del cortometraje" del INCAA: una suerte de gran final de los ganadores de diversos festivales de cine, que se proyectan esta misma noche (la noche del lunes 28) en el cine Gaumont de Buenos Aires".

El encuentro cerró con un cóctel que departió algunas sorpresas. Uno de los momentos emotivos llegó de la mano del veterano escritor Eduardo Goligorsky —actualmente residente en España— que se hizo un rato para asistir al encuentro y compartir esta despedida del año (adelantada) con los amigos. El otro momento feliz puede apreciarse en la foto que retrata a la familia Alzogaray: acompañando al multipremiado escritor, se presenta el primogénito ofreciendo su mejor perfil a la cámara.

Sin embargo, el colofón lo proveyó Gabriel Guralnik en su discurso: "Se abrió un panorama en el cual los nuevos creadores y lectores de ciencia ficción y de género fantástico pueden encontrar nuevos espacio que no son solamente en el Club del Progreso o en la Fundación, sino en diferentes instituciones, como el Centro Cultural Kónex, la Biblioteca Nacional y el Centro Cultural Borges".

En resumen, un año que se está despidiendo pero que no se extrañará demasiado: Por lo visto, el 2006 promete muchas buenas noticias para el género fantástico.

Aportado por Alejandro Alonso

"Ciencia" y un premio






 Martes 21 de Marzo de 2006


Esperanza
Ganadores del Concurso Nacional de Literatura

El Movimiento Esperancino por las Letras dio a conocer la nómina de ganadores del Premio Nacional en adhesión a los 150 años de la fundación de Esperanza, señala EsperanzaDiaDia.
En lo que respecta a la categoría Poesías, según el veredicto del jurado, constituido por Alba Yobe de Abalo, Silvia Calosso y Germán G. Prósperi, el primer premio fue para el trabajo "Ciencia", cuyo autor se presenta bajo el seudónimo Uróas Heep, "por la transfiguración en términos poéticos de la problemática científica, lograda con economía y excelencia estética" según expresara el jurado (datos del autor: Curci, Ricardo Gabriel, de Castelar, provincia de Buenos Aires).
Además, se adjudican Menciones, las que se consignan a continuación en orden alfabético: "Crónica de lo fantástico", seudónimo Dolby de Vertua, Marcelo de Capital Federal; "La espera de Gabrag", seudónimo Esmaf, de Ferreira, Sergio de Santa Fe; "Otro mapa otro puerto", seudónimo Titianus de Mathieu, Silvia, de San Nicolás, provincia de Buenos Aires. "Poemador", seudónimo Maro de Ferrero, Diego, de Rafaela, provincia de Santa Fe; "Poemas-pájaros", seudónimo: Viento de Mayol, Anamaría, con domicilio en San Martín de los Andes, Neuquén. "Sonetos de la nostalgia", seudónimo José de la Viña, de Frassinetti, José Luis, de General Belgrano, provincia de Buenos Aires. "Subjectum" seudónimo Alba, de Gordillo, Gabriela del Valle con domicilio: en Santo Tomé, Santa Fe.

Premio especial

El Premio Especial a la mejor obra sobre el tema de la Colonización en esta categoría fue otorgado al trabajo "Elogio de la Esperanza", presentado bajo el seudónimo Viento Blanco, de Di Benedetto, María Mercedes, de Bernal, Partido de Quilmes, provincia de Buenos Aires.
También ha merecido una Mención el trabajo "Aproximación al trigo", presentado bajo el seudónimo Grimaldo Ezcurra, de Echeverría, Gregorio, con domicilio en El Talar, Argentina
Categoría prosa

Según el veredicto del jurado, constituido por la profesora Graciela Pacheco de Balbastro, el doctor Ricardo Ríos Ortiz (ambos con el auspicio del Instituto de Cultura Hispánica) y la profesora Carla Cenci, se otorgó por unanimidad el primer premio a "Diario de una romana en Brindisi", firmado con el seudónimo Cristian Ulloa, trabajo perteneciente a Marta Pérez de Kreutzer, de Capital Federal.
Premio Especial de la Colonización: a "Pintando recuerdos de Esperanz- a", seudónimo Alberto Oliver, que pertenece a Néstor Quadri, de Buenos Aires.
Además, se estableció otorgar los siguientes reconocimientos: Primera Mención: al trabajo "Luna rojo", firmado con el seudónimo Malvón, que pertenece a Cora Frerking, de Escobar, provincia de Buenos Aires.
Segunda Mención al trabajo "Un mal día para morir", perteneciente a Aelec Perzil, que es Eduardo Tadeo Cichy, de Villa María, provincia de Córdoba.
Tercera Mención al trabajo "La décima musa", seudónimo, Fernando de Miguel, que es Facundo Federico Vilar, de Gualeguaychú, Entre Ríos.
Cuarta Mención a "La Nube", firmado con el seudónimo Carmela Ventura, que pertenece a Norma Alicia Fortino de Rosario, Santa Fe.

Entrega de premios

Los premios serán entregados en el Encuentro Regional de Escritores que se llevará a cabo el 14 de mayo del presente año en la Sociedad de Canto de Esperanza.
Los organizadores aclararon que próximamente se darán a conocer los detalles del programa a desarrollarse en la oportunidad.



"El rostro de los monos", por José María Marcos

 


El rostro del mar

El rostro de los monos, de Ricardo Curci (Macedonia, 2010, 204 páginas).



Por José María Marcos (*)



Una conocida leyenda medieval, atribuida a San Agustín, cuenta que un teólogo paseaba por la orilla del mar pensando en el misterio de la creación. En medio de la soledad, vio que un niño sacaba agua con un recipiente, una y otra vez, y la metía en un hoyo. Curioso, el prelado se acercó y le preguntó qué estaba haciendo. El niño le respondió que intentaba guardar todo el mar en el pozo. El religioso le dijo que eso era imposible, a lo que el pequeño le respondió: “Aún más difícil es descifrar el misterio de Dios mediante una mente humana”.

El escritor argentino Ricardo Curci, en El rostro de los monos, no intenta descifrar el misterio de Dios, pero, sí, busca indagar sobre lo primitivo que se halla en el fondo del alma humana y que suele manifestarse en situaciones extremas merced a la paranoia, la demencia o la enajenación.

Antecesor de Los Casas y Los seres intermedios, este nuevo libro viene a completar una suerte de tríptico con historias interconectadas, con personajes y escenarios que aparecen y desaparecen con suma naturalidad. No obstante, a diferencia de sus antecesores, lo central de El rostro de los monos no es lo sobrenatural, sino la puesta en escena de la violencia latente.

Desde el arranque, con el cuento “El mar”, el autor nos pone al tanto de lo que vendrá argumentalmente, con un asesino que está harto de su esposa. Y, también, nos plantea el tema general de la obra: “La playa se extendía enorme y vacía, azotada por el viento de la primavera. Las olas, grises, perladas, caían una sobre otra rompiendo en la playa, lamiendo la arena para luego regresar y fundirse en las nuevas olas continuamente engendradas”.

En los dieciocho relatos que componen esta colección (finalista en el Premio Casa de las Américas de Cuba 2008) son muchos los personajes desbordados por sus limitaciones y perturbaciones. Quizás, porque, como ocurre en “El asilo”, el mar es una amenaza y hasta puede avanzar sobre un cementerio y desenterrar a los muertos para mostrar su ferocidad y “la futilidad de la vida”.

Esta obsesión impregna los cuentos y aparece como si los lectores estuviésemos en una playa viendo un espectáculo perpetuo. Otro ejemplo de esta fascinación se halla en “El balneario”: “Su voz era oscura, era fría como el agua del mar al anochecer, cuando el sol cae y una brisa fresca e inamistosa nos dice que no entremos, que nos vayamos porque el mar se está encerrando en sí mismo. El mar se calla y hace silencio, y no quiere hablar con los humanos. Algo más grande está llegando cuando anochece, otra vida llega o surge desde algún lugar y nos expele con escalofríos y una incierta inquietud. Todo puede pasar entonces, la playa se está vaciando de gente, y el mar se ha convertido en un inhospitalario huésped que siembra piedras y crea dientes bajo el agua”. Asociado a la eterna sucesión de los ciclos y a lo transitorio de la vida, el mar es un elemento mítico muy presente hasta en las narraciones más antiguas, en una interpretación religiosa, legendaria y sobrenatural. Como Dios, es inabarcable. Para Curci, tan inexplicable como el alma humana. Y frente a esta inmensidad se levanta la palabra, porque, al decir del italiano Alessandro Baricco, cuando no se tiene un nombre para nombrar las cosas, entonces nacen las historias.

(*) La Palabra de Ezeiza, página 6, jueves 13 de enero de 2011.









Ilustgración: Alfred Guillou


sábado, 7 de octubre de 2023

Jornadas de lectura

Cuentos fantásticos
La Farfallina 
Pilar
23 de septiembre 2023









Morón tiene la Palabra 2010
15 de agosto
Teatro Municipal Gregorio de Laferrere







Encuentro de Poetas Marathónica de Poesía

San Clemente del Tuyú                                      Provincia de Buenos Aires
                                  Centro Cultura Zona Norte   23 al 26 de Febrero de 2006 

Exposición pictórico literaria de         Victor Dabove


Asociación Comercial e Industrial de Morón   Noviembre 1998  




                                                                                         
Encuentro de escritores en Morón 2006                  


         17 de agosto                                                                                                                                       Teatro Municipal Gregorio de Laferrere



 



     Encuentro de Escritores                            en Morón 2007                                                   
     23 de agosto 2007                                        Teatro Municipal Gregorio de Laferrere













4 de noviembre de 2010

Dentro de la jornada de lectura, encuentro de escritores, para el FANTASTI"CS en Buenos Aires, Ricardo Curci presentó su libro El rostro de los monos (Macedonia Editoria. 2010), y leyó un fragmento de su novela La guerra. 

https://www.youtube.com/watch?v=OEIMqm7NsLI





Actividades de Letras en "Morón se Muestra" (19 al 26 de junio de 2005
Centro Cultural “Gral. San Martín”
Sarmiento 1551. Capital Federal 
). 

Sábado 25

Sala D

19.30hs “Morón se Lee”. 
Presenta María Eugenia Di Miro y acompaña en guitarra  Juan Domingo Bezzati.
Leen: Carlos Gallegos, Daniel Gayoso, Alberto Ramponelli, Walter Iannelli, Sebastian Bianchi,  Betty  Taboada, Silvia Crespo, Pablo Strika.

 20.30 HsPresentación  del libro del mítico escritor moronense Santiago Dabove.
La Muerte y su Traje” 
(Primera producción del Fondo Editorial  Municipal   Pluma e´Gallo).
Hablará el Prof. de Filosofía Valentín Cricco (Universidad de Morón)    

Domingo 26
Entresuelo
Desde las 16 hs.

Exposición:
·       
Producciones literarias de escritores de Morón, CD, Revistas de Historia Bonaerense (Instituto y Archivo Histórico Municipal de Moron)
·       
Fotografías: Muestra de Escritores Moronenses
·       
Muestra de espectáculos en el Teatro Municipal
·       
Muestra de Morón Rock
·       
Exposición de Artes y Artesanías folklóricas (ETAArF)
·       
20 Años de Villa Mecenas
·       Muestra de Artesanías de la Feria Artesanal de Morón


Sala D
20 hs. “Morón se Lee”.  
Presenta María Eugenia Di Miro y acompañará el guitarrista Juan Domingo    
Bezzati  
Leen: Luis Barroso, María Amelia Díaz,  Gloria Arcuschin, Pablo Strika, Daniel Battilana, Carlos Carbone, Jorge Ereñú, Ricardo Curci, Pablo Marrero, Juan Nuñez
Exhibición de libros de  la Biblioteca Autores del Oeste (Entresuelo)

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Presentaciones de libros




Presentación de 

EL ROSTRO DE LOS MONOS 

Diciembre 2010

La Antigua Imprenta

Haedo


Ricardo Curci (izquierda)

Walter Iannelli (derecha)










Presentación de
LOS CASAS

Agosto 2004
Biblioteca Municipal de Morón Domingo F. Sarmiento

Alberto Ramponelli (izquierda)

Ricardo Curci (centro)

Walter Iannelli (derecha)






Alberto Ramponelli (izquierda)

Walter Iannelli (derecha)

Santiago Llach (editor y presentador)





Alberto Ramponelli (izquierda)

Walter Iannelli (derecha)


Marcelo Gómez (actor-lector)


Alejandro Schanzenbach (músico)

Sábado 14 de Agosto de 2004  19.00 horas
Presentación del libro "Los Casas"
(cuentos) de Ricardo Curci,
a cargo de Alberto Ramponelli,
Walter Iannelli
y el editor Santiago Llach.  
Música: Alejandro Schanzenbach (blues)
Lectura: Marcelo Gomez
Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento
Brown 763. Morón









     Presentación de 
     ALIMENTAR A AS MOSCAS
    
      2012
      Biblioteca Municipal de Morón Domingo F.            Sarmiento

     Walter Iannelli (derecha) 

     Ricardo Curci (izquierda)



     Presentación de 
     EL ROSTRO DE LOS MONOS
     Diciembre 2010
     Biblioteca Municipal de Escobar
     
     Fabián Vique (izquierda)

     Ricardo Curci (derecha)



domingo, 17 de septiembre de 2023

Yago tiene miedo

 





1



Hoy una angustia se me ha hecho intolerable. Sé que voy a morir, como todos, alguna vez.

Cuándo es la incógnita, pero sé que pronto, porque me siento cada vez más solo. Otros tienen amigos, esposas, novias. Tienen parejas con quién compartir el tiempo y el tedio que sobreviene con el paso de los años. No es la necesidad de compañía por el mero hecho de no morir solo, ya que la muerte es un camino tan solitario como el nacimiento. Por lo menos tal es el argumento que nos imponemos para consolarnos ante el miedo abismal de la finitud, del no hay más, del oscuro desempeño de la razón que todo lo aniquila con excepción de la desesperanza.

     Quizá haya esperanza en la desesperanza, quizá haya fe en esta misma incongruencia, y como un ancla depositada en el absurdo, el absurdo sea el instrumento de nuestra salvación. Un incontrovertible instrumento de salvataje desde un mar encrespado donde los recuerdos son sueños y los sueños simples argumentos refutados por la lógica. 

     El mar es la realidad, el agua en los pulmones, las olas como látigos golpeando la cara sin dejarnos respirar, azotando el cuerpo como cien bestias de la Inquisición, obligándonos a decir la verdad: nuestra impotencia, nuestra infelicidad, nuestra terrible y nunca descargada ira.

      Envidio a quienes van por las calles de la ciudad acompañados por alguien que es más que un compañero. Adivino en sus miradas un lazo que los une, por más que sea el arrebato, el rencor o el remordimiento. Ellos son un lazo quizá más permanente que el amor, y es preferible haber aborrecido que no haber sentido nada nunca.

     Me refiero a nada más cercano a la felicidad, más arcano que el estío entre rubicundos ángeles jugueteando desnudos en el Parque Lezama, levantando las heces viejas y secas de los perros, riéndose como bobalicones descerebrados pero con una expresión celestial, tan ingenua que no puede ser expresada de ninguna manera más que siendo vista, apreciada, contemplada como un sentimiento irrefutable e irrepetible.

     Las parejas que se besan en los bancos de la plaza son melosas y cursis, pero yo las envidio porque saben, han descubierto, que sus cuerpos son caminos nunca trillados, senderos salvajes donde cada hálito, paso, sonido y cada mota de polvo y arenisca es un hallazgo. Y los besos traman redes de minúsculos puntos que sólo se acabarán cuando el material que los constituye se agote. Ellos saben que esto nunca sucederá: podrá extraviarse u olvidarse la fuente, podrá perder la importancia inicial, la fuerza, no por agotamiento sino por la simple indiferencia.

     Pero allí estarán ellos, los cuidadores, los jardineros, los cupidos con sus flechas para matar la indiferencia y el olvido así como se matan las arañas que amenazan con envenenar los cuerpos ocupados en sus placeres, en los recovecos del abrazo, en los sinsabores de las mordidas salvajes en la piel caliente y sudada, en los golpes que no se sienten como golpes sino como placeres de una rueda sin agotamiento, sin pérdida de ímpetu, hasta el azar del corazón humano, hasta el interrumpido corazón que ha dicho basta porque Dios dijo basta.

     Mi envidia es odio y es amor, que me consume como a los perros famélicos, los perros rabiosos que deambulan por las calles por la noche, sabiendo que cada contacto con un ser humano es un peligro y un bienestar. Mi mordedura me libera de un gramo de odio y de ira, porque lo comparto con la víctima propiciatoria: un borracho perdido entre zaguán y zaguán, una prostituta que vuelve a su casa luego de una noche pobre en trabajo, un chico hambriento, quizá drogado, que me enfrenta con el coraje de la sinrazón, siendo su única oportunidad de expresar con los ojos la verdadera bronca, el enorme resentimiento que de ser dejado salir podría acabar con toda la ciudad como una bomba de neutrones.

     Yo odio, pero no soy capaz de matar. Hacerlo sería como terminar con el objeto de mi vida. Porque más que mi cuerpo, la esencia de mi vida son ellos: los que tienen, hacen, toman y poseen lo que yo no puedo.

     Los que pueden lo que yo no.

     Pero qué es poder, me lo he preguntado muchas veces. Si quisiera, podría hacerlo todo, he escuchado decir a muchos. Si tienes un cuerpo relativamente sano no hay nada que no puedas cumplir. Bobadas de evangélicos mensajeros de Dios. Yo les respondo con una obscenidad sin sonido, tocándome los genitales o haciéndoles un corte de manga. Respuestas arbitrarias que de nada sirven, es verdad, pero demuestran que a veces el silencio es el mejor argumento contra otros argumentos faltos de inteligencia.

     Yo me señalo la cabeza y el corazón, por continuar con los lugares comunes de cualquier discurso de clase media, haciendo notar que ambos sitios están constituidos por dos máquinas cuyos engranajes se agotan y sus repuestos son inobtenibles porque cada pieza ha sido fabricada a mano por un artesano que ya ha muerto.  Vamos por las calles de la ciudad, de local en local, por avenidas y barrios diversos. Acá no tenemos, pero a lo mejor en la casa de la avenida San Martín, o en aquella otra de la calle Riobamba, o en el barrio de Pompeya, quién sabe en qué esquina de un suburbio ya abandonado por la afortunada mano que acomoda los rigores de la oferta y la demanda.

     Una vez roto el engranaje, el resto de la máquina ya no podrá hacer nada, salvo ocupar un lugar, y con suerte, servir de apoyo a una maceta, una pila de libros o las herramientas que serán utilizadas para otra máquina ya también en vías de extinción.

      Yo tengo la mirada que imagino tienen esas máquinas inservibles hacia las herramientas aún en uso apoyadas sobre ellas, indiferentes al sitio sobre el que unas manos humanas las han puesto. Como una pareja que hace el amor sobre un colchón, sin preguntarse qué piensa o siente tal colchón, ni siquiera tomando en cuenta la calidad, la comodidad que el colchón les ha ofrecido para que ellos cumplan con su deseo satisfactoriamente.

     Es que los que son felices no piensan más que en sí mismos, y cada uno a su vez piensa en sí solo, ente individual imposible de comunicarse con algún otro, por más que un segundo antes hayan estado tan compenetrados como nacidos en un solo cuerpo. Por eso odio tal suficiencia, la sonrisa satisfecha de los que han sentido eso: lo indefinible como toda entidad sublime, todo alcance de una deidad a través de una mano que toca con sus dedos los cuerpos de un par de humanos hundidos en la jaula vaporosa de lo brevemente eterno.

     Mi problema no es la soledad, únicamente, porque ésta es medida según la apreciación de uno mismo. Mi conflicto es la dificultad, la impotencia por acceder a aquello que los demás poseen. Me he consolado diciéndome parrafadas de fracasos y rechazos, de malos nacimientos o mala suerte y malas compañías, lugares tan comunes como los sitios por los que uno deambula cotidianamente, sitios prácticos que no dejan más recuerdo que la rémora, la resaca, el olvido final.

      Me acaricio a mí mismo frente al espejo, y me amo tanto como odio a los que por la calle pasan como si vivieran en un espejismo de cuento de hadas. Todos son felices, me parece, así que yo crearé mi propia felicidad, mi autosatisfacción, mi flagelación: mi único tesoro, para que sea la envida de los demás. Esos que creen haber sido tocados por Dios por el simple hecho de que una mano los tome a cualquier hora de la noche en su cama, y los acaricie, y los apriete como si esa cama fuese el último refugio después del holocausto de la humanidad.

   

      


2



Sé que voy a morir, y tengo miedo, no tanto por la incalculable incertidumbre de lo que encontraré más allá, sino de lo que dejaré en este mundo. Dejaré, incluso lo que no tengo y necesito, así como necesito del aire que respiro. 

      Todo lo que los demás poseen, yo lo deseo. Cosas en particular, cosas en general. No porque  me gusten especialmente. He llegado a la conclusión de que lo que yo necesito es el ansia de sentir lo que los demás sienten al poseer tales cosas.

      Entonces sé que moriré sin tener el automóvil que mi vecino de departamento se ha comprado, luciéndolo en la puerta del edificio cada fin de semana, sacándole brillo durante todo el día, con breves interludios para subir a su departamento para almorzar luego de sufrir, incluso los otros vecinos y yo, los llamados agudos y paulatinamente roncos de su mujer desde el balcón. He soportado los chillidos de sus hijos mientras bajaban y subían las escaleras, entusiasmados a más no poder por el auto nuevo de su padre. Él los ha llevado de paseo, durante quince minutos como máximo, unas vueltas a la manzana seguramente, pero los chicos se conformaron, y la indiferencia de su mujer lo conforma a él, lo reconforta en el ensimismamiento con su propio placer: el auto: mirarlo, sentarse dentro, como si estuviera masturbándose durante horas y horas, sacando brillo a ese esqueleto metalizado de mujer inalcanzable, impenetrable.

     Eso es lo que envidio, la satisfacción, como si la felicidad dependiera de un sueldo ridículo que aún así sería suficiente para pagar las cuotas eternas de un auto recién salido de la fábrica, cromado, patentado, asumido en las manos como en la autoconciencia de real satisfacción. Como si mi vecino hubiese salido recién de la iglesia, de hablar con el dios vendedor con su sonrisa de circunstancia y sus propias manos crispadas de deseo: de firmas, cheques, documentos que comprometerán la vida de mi vecino por muchos años. Garantías, hipotecas, préstamos, recibos de sueldo, documentos de identidad: todos signos para atenuar las sospechas que nunca morirán, porque esa es la esencia de la sociedad.

      Sospechas que reconozco en mi mirada cuando lo observo restregar con incansable afán el metal del auto, que refulge bajo el sol del domingo, despidiendo destellos que rebotan en las ventanas de cada departamento de este edificio y del que lo enfrenta, destellos que no por débiles - ya que el sol penetra con mucho esfuerzo en el túnel de la calle- son menos conspicuos, menos heterodoxos en su religión de fabricar súbditos para siempre fieles.

     Yo me reconozco aún un ateo a esta religiosidad del consumismo, mi afán está en el placer sensual que dan las cosas. Quisiera tomar la mano de aquella mujer que he visto en el ascensor esta mañana, distraída en el distanciamiento que el teléfono celular le ofrecía en  el centro de esta jaula llamada ascensor. He recordado lo que he leído muchas veces de muchos poetas encerrados en campos de concentración, presos políticos o simplemente delincuentes arrepentidos o no, gente que en medio de su condena al encierro, vive la libertad gracias a la imaginación que un libro puede ofrecerle: un disparador a los efectos y consecuencias de la propia y genial imaginación. Pero esta mujer con su celular en la mano, la cabeza levemente inclinada, ajena al ascenso y descenso del artefacto mecánico eléctrico en el que estábamos ambos sumidos, viajaba en sus propias redes con otros muchos, interconectándose en breves, virtuales miradas fijas para siempre y para siempre perdidas en la historia y el pasado del espacio no-tiempo.

     Quizá los primeros que subieron a un ascensor han sentido la misma aprensión de su alma y su cuerpo, durante un escaso instante antes de poner un pie en la jaula. El cuerpo se resiste a ser llevado contra las leyes de la gravedad, y el alma es siempre temerosa, como toda buena e inteligente mujer, del futuro de su alma en vistas a la protección de sus seres queridos. Pero toda maternal reprimenda o amenaza latente es superada por la lógica dominante de la razón, y allí está la ciencia para comprobarlo, para refutarlo si es necesario con nuevas experiencias que mejoren el producto de la tecnología.

     Esta mujer, digo, viajaba doblemente: en el espacio tiempo contra las leyes establecidas de la gravedad gracias a los senderos que la inteligencia humana ha creado, como surcos asfaltados, en la estructura física del mundo; pero viajaba también por otros senderos ya sin dimensiones posibles de medida, el mundo virtual que está y no está, la cuarta dimensión, tal vez, tan buscada por los fanáticos de fenómenos paranormales. La red comunicativa que puede ser interrumpida por la ruptura de un satélite, pero no así la imaginación que el mundo ha creado en esa mujer.

      Observándola, mientras el ascensor paraba en cada piso, abriendo sus puertas automáticamente, pude apreciar la mirada cautiva, la sonrisa ingenua, de sorna, tristeza o asombro, de placer inclasificable, de esperanza caída en desuso, de muerte inminente, de fe en nacimientos futuros, de batallas perdidas, de amor sin esperanza y por eso más alto y más bellamente adornado por el brillo de las lágrimas de la felicidad.

     Eso es lo que yo envidié: la felicidad de un viaje sin tiempo dentro de los parámetros vulgares del tiempo-prisión representado claramente por esta jaula que nos transportaba, rompiendo transitoriamente, y confirmando por su misma excepción, las reglas conocidas del espacio-tiempo.

      Cuando el ascensor se detuvo en la planta baja, las puertas se abrieron y me quedé apretando el botón que las retenía durante varios segundos en los que las nociones que definen el significado de las horas o de los siglos se confundieron, y ya no supe más que del sol penetrando desde un espacio en las afueras que tanto podría ser la ciudad inclaudicable como el mismo principio de las eras, el paraíso y el infierno que describió Blake, o el abismal purgatorio que Dante y Virgilio recorrieron alguna vez, o el principio del apocalipsis que la boca de Dios insinúa con murmullos coléricos e ininteligibles.

      La vi, entonces, mirarme, vuelta de quién sabe dónde, regresada, por lo menos en cuerpo, de las lejanas regiones inmersas y divergentes de su teléfono celular como si éste fuera uno más de los agujeros negros del universo, abierto en el otro extremo en un agujero blanco que expande el contenido hacia lo imponderable, o quizá lo muerto.

     ¿Qué es la realidad, qué la imaginación, si no estados de ensoñaciones paralelas?

     Si ella escuchó mi pregunta, si por alguna eventual casualidad de la preeminente causalidad llegó a entender a lo que yo me refería, decidió, con cautela, como toda mujer inteligente, ignorarme. No sin antes arrojarme a la cara una mirada más dura que todo el conjunto completo de concreto que conforma la estructura de este edifico: una mirada tan dura como su propia vida, o la mía. Para que el olvido cumpla su función correctamente, y el mundo vuelva a comenzar sin remordimientos. 




3



Moriré sin todo eso: lo mencionado y todo aquello que a partir de ahora mencionaré como una falacia pronunciada al viento del sur, contra el viento del enorme sur. Aquel que me hará tragar mi propia voz para que mis ruegos me consuman como un ácido las entrañas, para que mis protestas sean gérmenes invisibles que lentamente tomen la forma de gusanos en las paredes de mi conciencia.

     Todo lo que no tendré nunca por tanto desearlo siempre, por lo menos eso es lo que me digo para consolarme con la única idea, atroz y recalcitrante como toda idea de consuelo, de que alguna vez pude haber tenido, o pude haber sido, lo que anhelaba. 

     Un hombre que sale de su casa en los suburbios residenciales de una ciudad, sube a su auto y enciende el motor, y espera que éste se caliente en una mañana de invierno. Pone música, ordena los papeles del trabajo, revisa las órdenes del día, se detiene a pensar. De pronto, su mujer sale por la puerta y se acerca al auto, se inclina para besarlo y despedirse, se seca las manos en el delantal y toma la cabeza de su marido y la apoya sobre su pecho. Ambas caras están ocultas, pero yo sé que sonríen, los dos reconciliados luego de una discusión nocturna, codo a codo en la cama, resentidos por momentos, arrepentidos casi siempre, unidos por la piel común del deseo, ansiosos de abrazarse pero empecinados en el orgullo que todo lo arruina y nos lleva por caminos altos y siempre, siempre solitarios.

     En esta mañana de invierno, lo importante ha prevalecido: no la casa con sus ventanas al jardín delantero, ni el tejado que desciende con armonía hacia los costados, los pájaros que buscan alimento en el pasto de la vereda, el perro del vecino que ladra por aquella interrupción matutina, o los colectivos escolares que pasan recogiendo chicos de puerta en puerta; sino ellos, ambos únicos, unidos no por el fuego ni los cuerpos consumidos en él, sino por el alma incorruptible, que por más que insistan en ensuciarla, permanece indemne junto a ellos, el alma única, el tercero que no es discordia sino lazo, fuente, alimento, sostén, refugio, consuelo, esperanza, necesidad, no de los altares sino de un dios de cama adentro, dispuesto siempre a limpiar de polvo las superficies de porcelana de la antigua y delicada vajilla de los abuelos. 

     Los abuelos que llamaron amor a lo mismo que ellos llaman ahora.

     El hombre saldrá para su trabajo, un oficio, quizá, que ha elegido porque de algo tiene que vivir. Yo lo sigo por las calles hasta su oficina. Lo veo estacionar en su sitio habitual, animal de costumbres como lo demuestra al tomar el mismo ascensor de la izquierda, pasar por la derecha de la escalera donde un obrero arregla las paredes del cuarto piso desde hace seis meses, saludar a las secretarias sin detenerse, evitar el olor a espliego que despide su colega de sesenta años, a quien no soporta, entrar en su oficina, prender la computadora ante todo, dejar el maletín sobre la silla, nunca sobre la mesa, abrirlo y sacar uno por uno las carpetas y folios en los que trabajará ese día. Pero no ve lo que espera todas las mañanas sobre el escritorio: la taza de café con leche y una medialuna de grasa. Mira hacia la puerta que pocas veces cierra, solo para aislarse cuando algún caso le requiere mayor concentración, mira a las secretarias ir y venir, pero nadie se asoma por la puerta para saludarlo, para preguntar con una sonrisa de sorna cómplice y también ingenua, si echa de menos algo en la oficina. En ese caso él aceptaría la broma, como un tonto chasco en el día de los inocentes, que más tarde contaría a su mujer, asombrado de su propia estupidez y la de los demás en aquella oficina de morondanga.

     Pero nada de eso sucede. El silencio lo rodea cuando más allá de sus sentidos el ruido hace estragos, zumbidos de computadoras, máquinas impresoras, sellos golpeando en los escritorios, gritos airados, protestas de hombres y mujeres, puertas que se cierran con la corriente de aire del invierno que se cuela con cada nuevo miembro del personal que llega tarde, hasta las firmas de los jefes se escuchan como un chirrido de plumas-biromes sobre los documentos. Nadie piensa en su taza de café con leche y una medialuna de grasa, una sola, por Dios, una simple medialuna que podría llegar a aceptar que fuese incluso del día anterior. Busca en los cajones del escritorio, y ya no puedo evitar una sonrisa al confirmar las palabras imaginadas de ese hombre que se cree tan inteligente. Pero a veces hacemos cosas tan ingenuas porque nos resistimos a reconocer una verdad que vemos venir y no deseamos, que tememos porque cambiaría todos los esquemas que nos rescatan cada día del abismo: lo imprevisto. Lo que viene del azar o del destino tan desconocido, o tan ciegos a él, que es lo mismo que llamarlo azar. 

     Yo, entonces, me regocijo. Veo su cara pálida, su asombro de principiante o de viejo abandonado en medio de una ciudad multitudinaria. Rodeado del eco de su propio silencio, mientras las moscas entran por su boca y vuelven a salir como si de un muerto indeseable se tratara, un muerto que todavía no ha muerto, y ellas, rodeándolo, esperando, forman órbitas angélicas alrededor de su cabeza.

     Aguarda el momento en que alguien entrará con la taza de café y una medialuna sobre una bandeja de plástico, rompiendo por fin la interrupción momentánea, la interrupción de una interrupción, el cambio de un cambio que volverá las cosas y los hechos a su cauce habitual. Pero la habitualidad es sólo una forma más del azar, y él ahora está comenzando a darse cuenta, aunque siempre lo supiera, conocimiento no reconocido por la conciencia acomodaticia de su ejemplar vida.

      Aguardo el instante, ahora, en que un hombre llegará para traerle un sobre y un mensaje muy corto, que ni siquiera leerá. Muy pocos minutos después, veo entrar varios, que con rapidez y eficacia, se van llevando muebles, computadora, papeles, dejando a su lado el maletín casi vacío, con excepción de clips, una calculadora y la foto de su mujer. No tiene dónde sentarse y descansar del tornado de esa mañana, su corazón se reacomoda e insiste en suicidarse a cada minuto, un sube y baja en una plaza arrasada por criminales anónimos.

      La desolación es mi amiga.

      La desesperación mi confidente.

      Cuando alguien comienza a sentir en su boca lo agrio de mi corazón, y cuando su pie despide la ranciedad que yo siento sobre mi piel, es el momento en que ya no estoy tan solo.

      Hoy me acercaré a él, asomándome por la puerta de la oficina en la que no permanecerá más que otros diez minutos, y sin que me vea, murmuraré unas palabras de inútil consuelo, como alcohol sobre una herida.

     Lo llamaré mi hermano.

   




4



Me mirará como si no comprendiera al principio, perdido aún en sus propias cavilaciones, intentando entender lo que le ha sucedido, y de qué manera han llegado a manifestarse tales hechos en su vida hasta ese momento tranquila a base de esfuerzos. Se lamenta, lo veo en sus ojos, con una mirada hipócrita que nunca se atreverá a reconocer, mucho menos a sí mismo.

     ¿Qué esfuerzos hizo en su vida por lograr lo que hasta ahora tenía, qué sacrificios, cuántas horas de trabajo, cuánto dinero invertido, cuánto esfuerzo mental y trabajo físico lo han llevado a esta pérdida?, porque toda pérdida es también una cosa que se tiene, un logro más, una ausencia que brilla por su misma esencia: la sustancia de la nada, el vacío de lo que fue, el contorno alrededor del aire de la cosa ausente, desaparecida, el fantasma, el aura, o como quiera que se lo llame según las religiones o filosofías que el hombre ha desarrollado para consolarse con meros esbozos de ideas sobre arena. Construcciones que ahora, mi hermano en el infortunio, trata de salvar como puede de las olas de la fatalidad, esa puta que se vende únicamente a muy alto precio, como diría Balzac, tan alto que ni siquiera el alma de Fausto y todas las almas del purgatorio de Dante serían suficientes para convencerla de entregar su cuerpo por una noche y ser nada más que una prostituta, un cuerpo dispuesto a todo, entregada a todo, incluso a la laceración y la muerte. 

      Pero como todos sabemos, el mundo no podrá sobrevivir sin fatalidad. Y hay algunos que somos sus discípulos, no por dinero sino por comunión de ideas, o más bien por fines iguales aunque no causas semejantes. Yo soy uno de ellos, y por más que el ansia por confesarle todo a este hombre que ahora me mira retuerza mi segunda cara, la interna, con una risa que muchos llamarían despreciable y yo llamo de reconciliación, no le revelaré mi acción: fui yo el que provocó su despido.

      Y me alejo de esa oficina, dispuesto a continuar con mi agenda del día. No sé lo que hará él de aquí en más, yo voy hacia su casa en busca de su hermosa mujer, tocaré el timbre, me atenderá ella quizá con un delantal en la mano o un biberón todavía tibio. Tal vez abra la puerta con una sonrisa atareada y un bebé en brazos, meciéndolo con un movimiento de su cuerpo que deja descubrir sus pantorrillas, el arco de su cadera bajo la falda, el pelo atado sobre la nuca, sin maquillaje, sólo un par de delicadas gotas de sudor cayendo por su frente. Me digo que quisiera secarlas con mi lengua, sentir la sal que me alimenta, pero sé que mi fealdad es una de las tantas causas de mi fracaso, así que dejo de lado la seducción, y parto hacia el sinuoso camino de la destrucción.

     Sé que una mujer puede llegar a perdonarlo todo: la pérdida de un trabajo, el desorden, la falta de ambición, hasta la indiferencia, incluso el rencor, ya que todo eso es parte del sacrificio diario que llamamos amor. Pero nunca perdonará la infidelidad, y si dice que lo hace, conservará sin embargo un resquemor tan firme como una piedra en un saco lleno de cachorros gimientes que se arrojan al río. Tarde o temprano, la tela se pudre y los huesos saldrán a la superficie.

      Digo lo que tengo que decir, ni una palabra de más o de menos. Ella comprende, lo noto en su cara de pronto ávida de llanto, luego plena de furia, y más tarde, cuando yo me haya ido y la puerta esté cerrada, en el rostro sucesivamente rico en expresiones de rencor, resentimiento, frustración, odio. Dejará al bebé en su cuna para limpiarse la cara en la pileta de la cocina, pero el llanto de su hijo será una extensión del suyo, y ambos se transmitirán la miseria.

     Yo me iré caminando por el sendero de lajas hasta la vereda, y seguiré mi camino escuchando de lejos esa música fúnebre en pleno día y bajo el sol más refulgente y bello de la temporada. 

     Mi corazón estalla de júbilo, y la gente que se cruza en mi camino me ve sonreír como si fuera un loco o un ángel. Me siento a la mesa de un bar en la esquina. No alcanzo a ver de la casa más que la entrada y el techo, unos autos y la casa de al lado me ocultan las ventanas y el resto. Pero para mí es suficiente, mi imaginación tiene la virtud de la verdad. No sé por qué me ha tocado esta única fortuna, pero he de aprovecharla.

      Cinco horas después, veo regresar al hombre en su auto. Desciende con la cabeza baja, sin su portafolio, olvidando cerrar el auto y se dirige hacia la puerta de su casa. Lo veo, más bien lo adivino dudar, retardar la llegada. Se detiene un momento, parece descubrir algo diferente a su preocupación. Ve que la puerta de su casa está entreabierta: debe estar pensando en una nueva desgracia, un robo esta vez. Como si eso lo envalentonara, como si de esa manera canalizara toda su furia en los supuestos ladrones, entra abruptamente haciendo golpear la puerta contra la pared y dispuesto a enfrentarlo todo, menos aquello que realmente lo espera.

      Oigo, desde donde estoy, propalado por la calle como un eco amargo y desesperado, un grito profundo, ya vuelto de todos los caminos del infierno, ya muerto y resucitado mil veces, ya sabio de toda inerte sabiduría. Exactamente como un eco sin esperanza porque no hay vida en el corazón de ese grito.

      No sé si de mujer o de hombre. Ni siquiera si es la casa que grita en su conjunto, como un personaje más: una simbiosis de quienes la habitaron, lamentándose inconsolablemente. Pronto a convertirse en el llanto monótono de las plañideras, en el canto sefardí de los lamentos. En algo, en fin, continuamente lamentado alimentando la fuente de las lágrimas.

      Algo ha sucedido en esa casa, y yo tampoco sé con detalle de qué se trata. 

     Pero puedo por fin levantar la mirada sin miedo hacia quienes me rodean, hacia quienes me miran intuyendo algo que nunca podrán definir, y devolverles el gesto mirando hacia esa casa. 

     Mi hogar y mi destino.




Ilustración: Goitia, Francisco 

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