sábado, 2 de diciembre de 2023

Los seres intermedios






Practicaba la medicina desde hacía largo tiempo, y su nombre había llegado hasta cada pueblo. Pero cuando ya no pudo ir a todos los lugares de donde lo llamaban, comenzó a enviar a sus alumnos. Ellos se habían hecho tan sabios como su maestro, y se dispersaron para ejercer su arte fundando templos hospitales por el mundo hasta entonces explorado.

     Si le preguntaban por su origen, él respondía que jamás había conocido a sus verdaderos padres. Los dioses lo abandonaron al cuidado de una pareja humana. Tuvo luego como maestro al centauro Quirón, a quien le debía su sabiduría.

     De niño iba hasta el lago a esperarlo, aún antes de que amaneciera. Y mientras la oscuridad y la niebla se despejaban, Quirón aparecía atravesando las aguas desde la orilla opuesta. La gente del  pueblo pensaba que no vivía solo, pero nunca nadie pudo saber con quién. Pasaba su vida en los bosques, en busca de las plantas medicinales. No había hombre o animal en esa época que conociese mejor las enfermedades o los remedios que el bosque guardaba.

     Se vieron por primera vez, una mañana en que el centauro recorría las praderas alrededor del lago. Como todos los seres intermedios entre los dioses y los hombres, Quirón se enfurecía fácilmente cuando un humano se atrevía a hablarle sin que le concediese antes la palabra. Pero cuando vio al joven, tímido, mirándolo con ansiedad entre los árboles, le permitió acercarse. El niño empezó a contar lo que sus padres le habían relatado sobre sus ancestros. Aunque al principio se mostró incrédulo, el centauro se dio cuenta que el joven era diferente a los otros humanos. Los hábitos vulgares lo deslucían, pero eran parte inevitable de su convivencia con los hombres. Desde aquel día decidió tomarlo como aprendiz y enseñarle los secretos de la medicina.

     El niño llegaba temprano a la playa del lago para repasar las lecciones del día anterior. Su maestro emergía  de la niebla con el torso humano descubierto, el pelo encrespado en la espalda y el pecho, espeso y confundido con el pelaje equino, intensamente negro, siempre mojado. Él notaba que Quirón lo miraba con lástima al verlo tan delgado y descalzo, con esa túnica blanca y sucia que su madre le había hecho. Pero como él se esforzaba por aprender, sintió que iba ganándose su afecto.

      El centauro le hizo pasar cada vez más tiempo a su lado, y él se fue alejando de la casa paterna casi sin darse cuenta. Cada año vivía menos tiempo allí, a veces sólo durante el verano, hasta que un día sus padres murieron y se encontró frente a sus cuerpos rígidos. Seres ordinarios e irreconocibles como los cadáveres que hallaba al caminar en los bosques.

     Luego salió al campo a cavar las fosas, y mientras lo hacía, miraba la tierra cultivada y ahora solitaria a su alrededor. Tuvo la sensación de que ese lugar ya no le pertenecía, un lugar del que se había alejado y al que ya no amaba. Envolvió los cuerpos en sus mortajas, y los enterró, devolviendo la tierra excavada a las tumbas. No estaba seguro si era su deber llorar.

     Abandonó el campo y regresó al lago. El pensamiento de que la enfermedad de sus padres quizá podría haber sido curada, lo atormentó todo el camino. Quirón le había dicho una vez que la vida tenía su curso natural. Nada era capaz de impedir el deterioro progresivo. Sólo era necesario curar los males que la apartaban de ese camino, los que detenían las tareas humanas o llevaban a la muerte precoz. Al reunirse con su maestro le contó lo sucedido, y Quirón estuvo de acuerdo en que los enterrara lejos del lago.

     -Ellos son podredumbre-le dijo.-En vida te alimentaron, pero nada más hicieron.     

     Él creyó en su maestro y puso a un lado el recuerdo de sus padres.

 

     Años después se hizo alto, una barba rojiza cubría su rostro de mirada reflexiva. Fue ganando renombre entre los humanos, y Quirón parecía sentirse satisfecho. El maestro seguía sin revelarle nada sobre su vida, por eso él fue preguntando en cada casa que visitaba. Le contaron que siglos antes Quirón había sido el favorito de los dioses, pero luego se había apartado para permanecer solo en el bosque. Todos pensaban que debía serle imposible soportar la soledad, y el orgullo por su pasado estaba creciendo otra vez en él. Pero esto ya lo sabía, en los últimos tiempos era fácil ver el cambio brusco de su ánimo, como si una indefinible impaciencia lo estuviese dominando.

      Quirón lo interrogaba sobre sus progresos, pero sobre todo pretendía saber si los hombres eran agradecidos para con los dioses. En escasas ocasiones le hablaba de cuando era parte del Olimpo y había conocido los favores divinos. Doblaba el torso para acercarse al oído de su alumno, y con el pelo erizado, relataba historias libidinosas. Luego, su mirada parecía perderse en el recuerdo, y se quedaba en silencio hasta la llegada de la noche.

 

     Era ya un hombre que había entrado en la segunda mitad de su vida, y enseñaba a sus propios alumnos. Un día le hablaron de un hombre cuya existencia no se aseguraba con certeza, pero que muchos afirmaban haber visto. Fue hacia la isla donde supuestamente vivía, porque si era verdad, se trataba de un ser excepcional. Debió recorrer también varias montañas, desde cuya altura alcanzaba a ver el mar y la costa continental de la que había partido.

     El hombre que buscaba se le apareció detrás de un árbol, casi desnudo excepto por una tela oscura envolviendo su pelvis flaca, con los puntiagudos huesos que parecían querer escaparse del cuerpo.

     -¿Qué busca?-le preguntó, con una voz débil, semejante a la brisa que barría la montaña.

     Conversaron hasta el anochecer y durante todo el día siguiente, y antes de partir, sintió en la boca y la nariz un sabor, un olor extraño, como la sensación de estar hablando con un muerto. Porque alguien de más de trescientos años de edad debía haber vuelto de la muerte para justificar su presencia. Pero no había sido así. El anciano contaba hechos ocurridos hacía mucho tiempo, anécdotas que nadie más podría conocer de no haberlas presenciado. Había realizado todo tipo de trabajos, formado una familia de diez hijos y sobrevivido a ellos y sus descendientes. Tenía la piel bronceada con intensidad, las plantas de sus pies duras como rocas. Cuando las manos del maestro palparon aquel cuerpo tres veces centenario, no encontró nada malo en el viejo, sólo dolores leves y esperables a su edad. Luego se despidieron, mientras el sol calcinante seguía alumbrando la cima desprotegida.

     Al abandonar la isla, pensó en las palabras que el viejo le había dicho cuando él quiso saber  cómo sobrevivir al cansancio mortal del trabajo diario, a las enfermedades cotidianas, tan frecuentes que era imposible expulsarlas, como visitas indeseadas más fuertes que nosotros. El anciano no supo responderle, solamente se dejaba llevar, le dijo, por el impulso desconocido de la vida. 

     Por eso iba preguntárselo a Quirón.

     Cuando el centauro escuchó todo esto, comenzó a correr y corcovear de un lado a otro de la playa, furioso. Nunca lo había visto así, menos aún en los últimos tiempos, inmerso en un estado de íntima melancolía. Se protegió entre las plantas mientras lo escuchaba gritar en el idioma de los centauros. Después, Quirón se detuvo ante él, agitado todavía, gritando con ira que la vida de ese anciano era inconcebible. Así como una vez le había dicho que era su deber combatir los males que apartaban a la vida de su curso natural, también era imprescindible hacerlo con los que la prolongaban innecesariamente.

     -Les está prohibido a los hombres imitar a los inmortales-dijo finalmente.

     El joven había aprendido esto al morir sus padres, pero ahora se daba cuenta de lo que desde entonces lo inquietaba: la idea de que aún podrían estar vivos si él los hubiese cuidado con su conocimiento. Pero ya nada era posible hacer, y le resultaba doloroso.

     Le habló a Quirón como jamás se había atrevido a hacerlo antes.

     -Si es un mal acercarse a la inmortalidad, también lo es para los semidioses. Ustedes no son dioses, ni hombres, ni animales, sino una parte de cada uno.

     Quirón escuchó el desafío de su discípulo, pero nada contestó. Se dio vuelta para regresar al lago, y se hundió en las aguas hacia la orilla oscura del bosque.

 

     Los seres intermedios estaban extinguiéndose. Los hombres tampoco tenían confianza ya en el poder divino. Eran tiempos diferentes a los de la época dorada. Él sabía que a pesar de los beneficios de su arte, los hombres habían dejado de adorar a los dioses. Vivían atentos a su propia vida, y se aislaban con sus familias luego de ser curados. Eran agradecidos con él y sus alumnos, pero rara vez iban a los templos.

     Algún tiempo después, durante el que no volvió a ver a Quirón, lo llamaron desde la isla del anciano. Los mensajeros le dijeron que el viejo estaba muy enfermo y lo mandaba buscar. Cuando llegó, lo encontró con una herida en el pecho.

      -Se me va el alma por este hueco en el cuerpo- gimió el anciano cuando él llegó. Apoyó la cabeza en su brazo y dijo que Quirón lo había herido. Por la lealtad que unía al médico con el centauro, había querido decírselo él mismo.

     Quirón subió una noche a la montaña, con el lomo cubierto de sudor y una mirada de odio. Se había erguido en sus patas traseras, desbocado y gritando con un aire inconfundible de ira exacerbada. Luego sacó un puñal que llevaba atado a la espalda, y lo arrojó contra el anciano. El viejo aseguró no haber sentido dolor al principio, mientras veía la expresión desolada del centauro, y escuchándolo decir, antes de irse, que nadie podía desafiar a los inmortales.

     -Parece tener la necesidad de recuperar el favor divino desesperadamente-dijo el viejo, justo antes de morir.

     Aunque intentó curar la herida, con todos los métodos que conocía, ese cuerpo, a pesar de sus  incontables años, había resultado también ser mortal.

  

     Dejó que sus ayudantes se encargaran del anciano y regresó al valle. Estaba anocheciendo, y fue directamente hacia el bosque donde vivía el centauro. La niebla se había hecho densa a la mitad del lago, pero siguió remando sin temblor hasta llegar a la otra orilla. Nunca había estado allí. El bosque parecía más impenetrable cuando la luna se ocultaba. Había ojos centelleantes en las sombras, una helada brisa movía las hojas y rozaba su cuello. Mirando hacia arriba en busca de la luna, pudo verla filtrándose entre las ramas altas.

      Poco después descubrió la choza. Le resultó extraño que Quirón viviese en una construcción humana, en la que podía verse luz de cebo y percibirse el aroma de la comida reciente. Acercándose con precaución, se asomó a una de las ventanas.

     No tuvo tiempo de preguntarse qué era lo que estaba viendo antes de sentir los brazos del centauro alrededor del cuello. Creyó perder el sentido por un instante, pero en seguida se vio liberado. Quirón no gritaba ni parecía enfurecido. Solamente fijó su mirada condenatoria en él, preguntando la causa de que estuviese en sus dominios sin permiso.

     El maestro le dijo con aspereza que el anciano había muerto. Entonces el centauro, como única respuesta, miró hacia la ventana, y otra vez la antigua expresión de tristeza ensombreció su rostro. Las patas delanteras comenzaron a cojear, y su torso humano se dobló sobre el cuerpo equino. La cola se escondía entre las ancas, el pelo brillaba con la luz de la luna.

     -Hice todo por complacer a los Dioses, pero no me han devuelto a la que yo más deseaba.

     Su voz se deshizo como el viento contra los árboles. Hizo sentar a su discípulo sobre una roca, y comenzó a hablarle de su amante, de su belleza, de cómo ella, en los lejanos tiempos, lo acompañaba en el bosque buscando especias. Entre ambos habían curado las enfermedades de los seres inferiores. Los dioses se habían mostrado satisfechos al verse más adorados por los humanos. Pero fue en esa época cuando hallaron una sustancia extraña en la savia de viejos árboles extintos en otros bosques, que tenía un efecto reversible sobre la muerte. Había logrado que algunos hombres volviesen a la vida. Cuando los dioses lo supieron, destruyeron los antiguos árboles y mataron a su amante para castigar el desafío de Quirón. La ahogaron en el lago, de donde él rescató su cuerpo.

     Y aún entonces no pudo hacer otra cosa más que continuar desafiándolos.

     -Ellos le quitaron la vida- dijo Quirón.-Pero yo interrumpí el proceso de su muerte.  

     Durante días intentó reanimarla, y cuando finalmente ella comenzó a moverse, el cuerpo se detuvo para repetir los mismos gestos una y otra vez. Pero nada nuevo había aprendido ella desde aquel día, algo diferente que por lo menos le ofreciese a él la sensación de que no todo estaba acabado. Esto era lo único que Quirón seguía esperando.

     El viejo centauro entró a la choza. Él miró por la ventana una última vez, y vio el cadáver de una humana, carcomido por insectos que zumbaban a su alrededor, llevando entre sus manos de hueso una fuente de frutas frescas para Quirón.

 


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