viernes, 7 de octubre de 2016

“Alimentar a las moscas”, por Federico Girón








La poesía de Ricardo Curci en el libro “Alimentar a las moscas”, con lenguaje alejado de laberínticos adornos, golpea, a veces de modo inesperado, otras con gradual armonía. La razón, el sentido común,el conocimiento pragmático, aparecen vulnerados en el itinerario de lectura y Ricardo, hombre de ciencia, bisturí en mano, nos abre paso ante un tupido, fangoso y misterioso bosque, uno que aturde con su silencio desde tiempos remotos al hombre. Recurre a la poesía por cierto, a una despojada de obsoletos ornamentos, pero si con el filo suficiente para adentrarnos al misterio y enfrentarnos a lo ya visto pero no observado, a extraer, al menos, murmullos del silencio absoluto.
Otras veces, un cuento de horror y misterio se despliega natural en un simple puñado de versos; nos convoca en el mejor de los casos a vivenciar un clima lóbrego, cuando no, a dejarnos la sensación del sabor metálico de la sangre en la garganta.
La futilidad de la vida, la inexorable y dolorosa carnadura del hombre, la inminente catástrofe, aparecen y laten con intensidad en esta poesía de la que afloran indicios de una lógica sin números, de un dogma devenido de un hallazgo instintivo y fugaz, escurridizo, ancestral y apenas sentido cuando miramos la luna el último día de diciembre.
   En la casi ausencia de signos de puntuación y mayúsculas se intuye un reclamo al universo, al hombre que padece los límites de un conocimiento que se devora a sí mismo, que se muerde incesantemente la cola, un pensamiento ya iniciado con un doloroso déficit. La lucha de un lenguaje, logos de la razón, encorsetado, sometido al eterno e insulso sabor de un medicamento que cura pero que no sana jamás. Pensamiento que ha nacido y morirá agrietado, por el sólo hecho de intentar diluir con conocimiento una nada intuida, la del hombre que ha perdido la verdadera sustancia que lo unía al misterio.

Federico Girón- Agosto 2012




Algunos poemas de Ricardo Curci.

un número para el tiempo
es arbitrario como una medida
en el espacio
medir los pensamientos por su duración
es igual que tomar puñados de aire
y pesarlos

una hoja de árbol
tiene quilómetros de días
toneladas de cuerpos muertos
miles de noches húmedas

tiempoespacio
la única misma palabra
que un hombre
                          -hace ya demasiado tiempo-
separó

(Ricardo G. Curci - Libro “Alimentar a las moscas”)

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la sombra de las cosas entre los cuerpos
maniobras de la luz sobre la superficie de las cosas
como el dolor de una piedra contra la frente

letras encadenadas que construyen
amplios edificios de pisos vacíos
donde un único portero
repite siempre la misma palabra

el lenguaje como un arma blanca
que corta los tendones de la realidad
y cose a su gusto las cuerdas
de un nuevo juicio.

(Ricardo G. Curci - Libro “Alimentar a las moscas”)

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en el aire está
eso
que no puede nombrarse
en el pliegue del cuello
de un bebé dormido

grieta sin fondo
de la fruta recién cortada
oscuridad de una naranja
al ocultarse el sol

eso
que nunca tendrá un hombre
crece en el hervor de la leche
para que el niño beba
antes de morir.

(Ricardo G. Curci - Libro “Alimentar a las moscas”)
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como al caer
de un tren en movimiento
pueden perderse las piernas
y el recuerdo del alma

en el noveno mes
del embarazo de tu madre
pierdes el alma
aunque ganes un cuerpo

(Ricardo G. Curci - Libro “Alimentar a las moscas”)
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comienza a llover
el jardín tiene un aire de inquietud
hacia un cielo negro
el olor de los cuartos abandona la casa
las ventanas están cerradas
sólo la puerta se entreabre
una cara en sombra se asoma

los perros huelen el viento entre las ramas
el aroma de la sangre
que manchará los troncos
cuando las hamacas
dejen de mecerse
y el niño corra entre ladridos
hacia el galpón donde lo esperan
las manos y las hachas

(Ricardo G. Curci - Libro “Alimentar a las moscas”)
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el que habla más de lo que sus acciones dicen
se expone al escarnio de los profetas de la vida

noches ávidas de movimiento
días habitados de manos con gestos
corriendo de un cuarto al otro del edificio del mundo

el que habla menos de lo que actúa
se expone al escarnio de los defensores del discurso

creadores de ideas, esquemas encuadrados en paráfrasis
luego hipótesis, dogmas finales
incorruptibles, indemnes a la comprobación o al error

pero ambas posiciones niegan
del pensamiento su origen
que nace y muere antes del sonido

qué es, sino eso que llega en noches insomnes
extraño y sin sentido, apenas perceptible
como un chirrido o un roce en los oídos
cuando miramos la luna el último día de diciembre

(Ricardo G. Curci - Libro “Alimentar a las moscas”)
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el que habla como un niño
preserva el origen de la primera palabra:
el llanto del viejo antes de la muerte
el grito del hombre después de matar
esquemas invertidos como la superficie de un lago
peleando por ganar la mente del hombre
que inventa signos para objetos
llovidos del cielo o surgidos de la tierra

no las manos ni el pensamiento
sino algo primordial
escurridizo como las moscas del instinto
y tan solitario como un dios que ha olvidado
su propio nombre.

(Ricardo G. Curci - Libro “Alimentar a las moscas”)
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con un puñado de pasto entre los dedos
tepreguntás:
es más eterna la hierba
que mi cuerpo o mi alma

pero entonces ya no está el objeto de la duda
el viento dejó mi mano vacía

soy creador de lo que tocan mis dedos
el espacio de mi cráneo
es del tamaño de una nuez partida
fragmentos alineados sobre una franja del tiempo

la vida es una cosa que la razón disgrega,
como un vivisector, en conceptos y explicaciones
para cambiar la desesperación de la nada presentida
-dónde las cosas son pedazos de la memoria-
por el anhelo de ver los contornos de esa nada
como un puñado de hierbas

(Ricardo G. Curci - Libro “Alimentar a las moscas”)


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