ACTO PRIMERO
Comedor elegante en casa de José Luis.
ESCENA I
EMILIA y LUISA entrando.
EMILIA
¿Dice usted que no tardará en volver la señorita?
LUISA
No, señora. Salió a misa y de compras. Van a dar las
once, la hora del almuerzo, y ya sabe usted la puntuali¬
dad de los señoritos.
EMILIA
¡Digo! No hay casa más ordenada. Ni más ni menos que
la mía. ¡Mayor desbarajuste! Pero vaya usted a poner or¬
den con cuatro chiquillos y los criados y las amas corres¬
pondientes... Aquí, ya se ve, el matrimonio solito, dos
criados... Si no tendrán ustedes nada que hacer.
LUISA
No hay mucho trabajo.
EMILIA
Y el señorito, ¿está mejor?
LUISA
Delicado, como siempre. La semana pasada tuvo uno
de sus ataques, quedó muy resentido; pero desde que
llegó el señorito Manuel, parece que está más animado.
EMILIA
¡Cómo! (-Llegó el señorito Manuel?
LUISA
Sí, señora; cuatro días hace.
EMILIA
Sí, le esperaban de un día a otro. Pero me choca no
haber sabido que estaba aquí... Mi marido ve en Bolsa
todos los días al señorito, y es extraño que no le haya
dicho nada.
LUISA
El señorito habla tan poco...
EMILIA
Y ¿ha venido bueno?
LUISA
Muy bueno, sí, señora. ¿Usted no le conoce?
EMILIA
Si hace tantos años que anda por esos mundos... Des¬
de antes de casarse su hermano; y mi amistad en esta
casa es por la señorita María. He oído hablar mucho de
él, de sus viajes, de suslf^enturas. ¿Se parece a su her¬
mano? Dicen que es otro genio.
LUISA
No se parece en nada. Es muy simpático, buen mozo,
muy alegre, muy cariñoso...
:
EMILIA
Vaya, vaya. Con eso la casa estará más animada.
LUISA
Sí, señora; créalo usted. Hay más alegría, más anima¬
ción... ¡Ah!, la señorita. (Viefido llegar a Alaria
. Marta
entra como de misa
; mientras saluda a Emilia
, Luisa le
quita la mantilla
, recoge el devocionario y demás prendas y
se retira
.)
ESCENA II
EMILIA y MARÍA
EMILIA
¿Cómo estás, querida?
MARÍA
¿Hace mucho que me aguardabas?
EMILIA
Un instante. Ya sé que estáis buenos, que llegó tu cu¬
ñado.
MARÍA
¿Y tu marido y los chicos?
EMILIA
Buenos, todos buenos. Fernando muy ocupado. Ya
vendrá conmigo a saludar a tu hermano político... ¿Tú
apenas le conocías, verdad?
MARÍA
Le conocí cuando éramos niños. Ya sabes que su fami¬
lia y la mía estaban muy unidas; su padre y el mío eran
socios. Pero Manuel marchó de España tan joven... No
esperábamos volverle a ver.
EMILIA
Dicen que ha hecho dinero por esas tierras.
MARÍA
¡Un gran caudal! Él es muy emprendedor, la suerte le
ha favorecido...
EMILIA
Sigue soltero, por supuesto.
MARÍA
Y sin intenciones de casarse, según afirma.
EMILIA
¡Un tío rico y solterón! Pero vosotros, ¿en qué pensáis?
No tenéis decoro si no le obsequiáis con una docena de
sobrinos...; si no queréis molestaros, en casa hay cuatro,
y allí no hay dinero ni herencias en perspectiva... ¡Bueno
anda todo!
MARÍA
Manuel es joven, y figúrate si le faltarán proporciones.
EMILIA
En cuanto se enteren en Madrid os le secuestran.
¡Buenas andan las madres que tienen hijas! El papel
hombre ha subido mucho. Antes, más o menos bonita
una muchacha, a cierta edad, no le faltaba novio, bueno
o malo. Nos cotizábamos a la par; pero ahora, hija, está
el cambio por las nubes. Las madres debían hacer un
empréstito al extranjero.
MARÍA
¡Qué ocurrencia!
EMILIA
Y ¿qué es de tu vida? ¿Te has abonado al Real?
MARÍA
No. ¿Para qué? El año pasado fuimos tres noches en
toda la temporada; es tirar el dinero. José Luis está
delicado, no tiene humor ni ganas de vestirse, le cansa
todo... Ya sabes cómo es él.
EMILIA
Sí...; pero, hija mía, hacéis una vida muy triste... me¬
tidos entre cuatro paredes. Siquiera recibierais alguna
gente...
MARÍA
A todo se acostumbra una, y yo no estoy acostumbra¬
da a divertirme mucho. Bien lo sabes tú; en mi casa
pasaba lo mismo.
EMILIA
En tu casa, siquiera, había tertulia los sábados. Se
jugaba al julepe, se tomaba chocolate, iban nuestros no¬
vios.
MARÍA
Nuestros maridos hoy.
EMILIA
Y el tuyo fué el primero y el único. ;Has sido siempre
tan formal! Yo mariposeé un poco con aquel sevillano,
¿te acuerdas? Si me caso con él me luzco. ¡Qué vida dio
a su pobre mujer! Nosotras no podemos quejarnos. Tuvi¬
mos buen acierto.
MARÍA
¡Ve una matrimonios tan desdichados!
EMILIA
Es un horror... Y los que, en apariencia, son muy feli¬
ces, y si va uno a mirar... ¡Qué pendientes tan bonitos!
MARÍA
Regalo de mi cuñado.
EMILIA
¡Preciosas perlas! Hija, la gente rica...
MARÍA
¡Oh! Me ha traído preciosidades...- Ya verás... (
Dan las
once.)
EMILIA
¡Las once y no ha venido tu marido! (Suena la campa
-
ni ¡la.)
MARÍA
Ya está ahí. (Toca un timbre
.)
EMILIA
¡La puntualidad misma. (Entra Julián
.)
MARÍA
(A Julián.) Vea usted si se ha levantado el señorito
Manuel y sirva usted el almuerzo en seguida. (Sale Ju¬
lián. A Emilia.) ¿Quieres almorzar?
EMILIA
No, me voy corriendo. ¡Bueno andaría aquello si yo
faltase! Venía a convidarte al teatro. Tenemos palco para
el estreno de esta noche.
MARÍA
No sé si José Luis querrá que vayamos... Ya te avi¬
saré*
EL NIDO AJENÓ
ESCENA III
Dichas y JOSÉ LUIS
JOSÉ
Muy buenos días.
EMILIA
Llega usted a tiempo.
JOSÉ
(
Sentándose a ¡a mesa.) Me he retrasado un poco. ¿Quie¬
re usted almorzar?
EMILIA
Jesús! ¡Que no se enfríe! Son las once en punto. Quise
decir que llegaba usted a tiempo de aceptar una invita¬
ción para el estreno de esta noche. María no se atreve a
darme su palabra sin contar con usted.
JOSÉ
Cualquiera dirá que soy un tirano.
EMILIA
No es usted tirano. Nadie lo dice. Pero María es una
esposa ejemplar y cumple muy bien aquellas menuden¬
cias de la epístola, que no todas guardamos puntual¬
mente... «La mujer no saldrá de casa sin permiso del ma¬
rido...»
JOSÉ
(A Mana.) ¿Quieres ir?
MARÍA
Si tú vienes.*»
JOSÉ
No estoy bueno. Esta mañana tuve un ataque de bilis,
MARÍA
Entonces nos quedaremos en casa. (A Emilia.) Ya lo
oyes.
EMILIA
Vaya, hay que animarse. Si no hace usted por dis¬
traerse... Dicen que es preciosa la.comedia de esta no¬
che. Estará muy bien el teatro... Por supuesto, hago ex¬
tensiva la invitación a su hermano, aunque no tengo ei
gusto de conocerle, y reciba usted mi enhorabuena por
su feliz llegada. Ya tendría usted deseos de verle... ¿Es
el único hermano que tiene usted?
JOSÉ
El único. Fuimos cuatro; sólo quedamos el menor,
Manuel, y yo, el primogénito. Manuel ha sido el único
sano y robusto en la familia. ¿No se ha levantado todavía?
MARÍA
Ya he dicho que le avisen.
JOSÉ
Acostumbrado a vivir solo, no se acomoda a la vida de
familia. Siempre fué muy desordenado... Si tarda, almor¬
zaremos. Ya sabe cuánto me gusta la puntualidad. El
desarreglo en las comidas me mata.
MARÍA
(Llama.) Almorzaremos. (A Julián, que entra.) El al¬
muerzo.
JULIÁN
El señorito Manuel viene en seguida. (Sale a preparar
la mesa.)
EMILIA
Yo me retiro... Conque, ¿contamos con ustedes?
MARÍA
No, ya ves que José Luis no está bueno. Espera un
momento, conocerás a su hermano.
EMILIA
Tengo curiosidad... No estoy muy presentable, salí de
trapillo.
MARÍA
Eres de casa.
JOSÉ
Dame la magnesia.
MARÍA
(Trayendo un frasco del aparador.) Toma... (Prepara el
refresco
.) ¿Pero de veras no estás bueno?
JOSÉ
(De mal humor.) ¡De veras! Creerás tú que mi enfer¬
medad es como tus jaquecas... Estoy muy malo.
EMILIA
Trabajan ustedes demasiado. Es mi tema con Fernan¬
do... Fernando es fuerte, pero el afán de los negocios, la
Bolsa, el Congreso..., es no parar en todo el día. Al fin, él
tiene cuatro hijos por quien mirar..., pero usied solo con
su mujercita... Debía usted dejarse de negocios, y descan¬
sar y cuidarse y divertirse mucho, que la vida es corta.
MARÍA
(Ofreciéndole la copa.) ¿Está bien así? ¿Quieres más
azúcar?
JOSÉ
(
Con ira.) Ya no sé qué tomar ni qué hacer. ¡Hay para
desesperarse!
MARÍA
(Cariñosa.) Vamos. Ten paciencia. Hoy no sales de
casa.
JOSÉ
Sí, justamente. Poco tengo que hacer.
MARÍA
Lo dejas para otro día.
JOSÉ
¿Tú crees que mis asuntos son como los vuestros?...
Visitas y compras que a cualquier hora y cualquier día
da lo mismo.
MARÍA
(
Con reconvención calinosa y queriéndole hacer notar la
presencia de Emilia.) Vas a echar fama de mal genio.
(Ha comprendido y quiere disculparle.) Cuando está uno
enfermo todo incomoda. Es natural.
ESCENA IV
Dichos y MANUEL
MANUEL
¡Salud, hermanos! (Al ver a Emilia.) Señora...
MARÍA
(Presentándoles l) Mi hermano Manuel... La señora de
Ordóñez, amiga mía de toda la vida...
EMILIA
¡Tanto gusto! (Aparte a María.) ¡Es muy simpático!
JULIÁN
(
Entra con el almtcerzo.) El almuerzo.
EMILIA
(
Despidiéndose
.) Ya tendremos el gusto de verle por
casa. Sabe usted que cuenta con unos amigos. (A José
Luis.) Que usted mejore. (A María
, besándola.) Adiós,
monísima; no dejes de ir por casa. (Sale.)
ESCENA V
MARÍA, JOSÉ LUIS y MANUEL, sentados. LUISA
y JULIÁN sirven el almuerzo.
JOSÉ
¡Gracias a Dios! Creí que no almorzábamos.
MANUEL
¿No habíais empezado por la visita, o por esperarme?
MARÍA
Por la visita. (A José Luis
, viendo que no se sirve.) ¿No te
sirves?
JOSÉ
No. Es muy indigesto. No me atrevo.
MARÍA
¿Quieres otra cosa? ¿Un huevo pasado por agua, un
filete de lenguado? ¿Por qué no dices lo que quieres?
(A Manuel.) ¿Ves qué rareza? Hay que adivinarle los
pensamientos.
MANUEL
Conozco el sistema. Pasarás el día mirándole a la cara
para comprender lo que quiere. Estarás más ducha en
fisonomía que el mismísimo Lavater.
JOSÉ
(
Molestado
.) Cuando está uno enfermo y por lo tanto
de mal humor, creo que sea más prudente no hablar que
decir cosas desagradables.
MARÍA
No me importaría muchas veces que me dijeras algo
desagradable, con tal de entenderte... Tienes razón, Ma¬
nuel...; siempre le estoy mirando a la cara para adivi¬
narle los pensamientos. Pero soy tan torpe... o él es tan
poco expresivo, que rara vez acierto.
JOSÉ
¿Que hablo poco?... Los más elocuentes por dentro
suelen ser los más silenciosos, los menos expresivos...
como tú dices. Los que piensan poco, los más hablado¬
res. Como son pocas sus ideas, pronto les dan salida, con
fluidez pasmosa... ¡Es natural! Dos o tres personas solas
pasan más fácilmente por una puerta que una multitud
agolpada.
MANUEL
¿Es motejarme por hablador? Lo seré porque pienso
menos que tú lo que digo... Pero siento... y cuanto siento
algo he de decirlo... aunque diga una tontería o algo des¬
agradable.
MARÍA
(A José
Ltiis.) ¿Tampoco comes de esto?
JOSÉ
No tengo gana. ¿Qué hay después?
MARÍA
Para ti carne asada.
MANUEL
Pero... ¿no estás bueno?... No comes nada. Yo en cam¬
bio tengo un apetito... He cogido a deseo la comida
casera.
MARÍA
¿De veras te gusta? Yo que procuro darte de comer a
estilo de fonda...
MANUEL
Pues agradezco más una paella, un buen cocido y hasta
unas albondiguillas.
JOSÉ
¡Lo que son las cosas! No sabes las peleas que tenía en
casa con nuestra madre, por las comidas. Entonces, todo
eso que ahora pondera le parecía guisotes, y prefería
comer en el café o en la fonda.
MANUEL
(
Con tono ligero apenas tocado de cierta gravedad y ter¬
nura
; sobre iodo debe evitarse el tono solemne y declamato¬
rio
.) Es la condición humana. El espíritu de rebeldía
constante que existe en nuestro espíritu contra todo lo
que se nos impone; hasta contra el cariño maternal. A
nadie quizás atormentamos en el mundo como a nuestra
madre; con nadie somos tan ingratos. ¡Egoísmo humano!
Tan seguros estamos de que nadie como nuestra madre
ha de perdonarnos la ingratitud. Pero hay en la vida una
hora de justicia para todos..., y las lágrimas que al morir
una madre lloramos, con dolor a ninguno parecido,
deben ser, si desde el cielo pueden verlas, la mayor, la
más pura alegría que podemos dar al alma de nuestras
pobres madres los hijos ingratos.
JOSÉ
Yo no lo fui nunca.
MANUEL
Porque nunca fuiste joven. Porque
‘en ti se alteraron
las leyes de la vida. Fué una rebeldía también, a tu modo*
Pero ya ves lo mal que te ha probado. Créelo, la Natu¬
raleza es muy sabia. Hemos de ser niños, jóvenes, hom¬
bres, viejos por fin; a su tiempo cada cosa, con las pasio¬
nes, vicios y virtudes propios de cada edad. Tan mal
parece un niño reflexivo y juicioso como un vejete tra¬
vieso y casquivano; y tan impropio es de un muchacho
contentarse sin protestas con el cocido casero, como en
un hombre de juicio irse de bureo a la fonda. Hay que
distinguir la maldad permanente de cada uno y las mal¬
dades propias de cada edad, pasajeras con ella. Digo
esto, porque en mí tomasteis por maldad las ligerezas
de la juventud. Sí, María, tú, como todos, habrás oído
hablar de mí a mis padres, a José Luis; tú sabrás lo que
de mí pensaban... Yo bien lo sé. Era el Judas de la casa.
MARÍA
Eso no. Tu madre te disculpaba siempre, y todos te
queríamos.
JOSÉ
Más que él a nosotros. ¿Qué le faltaba al lado nuestro?
Sin pena nos dejaste y has vivido feliz sin nosotros. (
Han
concluido de almorzar; los criados se retiran
, dejando prepa¬
rado el cafe. Hay más intimidad en el diálogo.)
MANUEL
Por eso he vuelto a ti, a que me juzgues, ahora que mi
vida de aventuras ha concluido, en nombre de nuestros
padres que ya no existen. Tú dirás si fui mal hijo, si soy
mal hermano; y por si a ti te ciegan antiguos rencores,
que no deben subsistir entre nosotros, María juzgará. Las
mujeres entienden mejor lo que hay de bueno en el cora-
zon de un hombre. En casa, ¡cómo habíais de conocer el
mío, si nunca pude hablar con el corazón!
MARÍA
Vamos, no te acalores. Lo pasado, pasado. Hoy todos
sabemos lo que vales. No hubieras tenido tanta suerte a
no ser digno de ella.
MANUEL
(
Siguiendo su idea y dirigiéndose a María principalmen¬
te.) Ya sabes cómo vivíamos en nuestra casa. Erais veci¬
nos, y tu padre igual en carácter al nuestro; por algo
eran socios. Allí nadie tenía más voluntad que la de mi
padre. ¡Qué rigidez, que severidad! Cuando él estaba en
casa hablábamos en voz baja: nuestros juegos le incomo¬
daban, nuestras risas le hacían daño. Le veíamos salir
con alegría, respirábamos con libertad, jugábamos, reía¬
mos. Nuestra madre no era así. Toda bondad, toda dul¬
zura, nuestra defensora siempre, nuestra cómplice mu¬
chas veces. «No incomodéis a vuestro padre — nos de¬
cía—; es muy bueno, pero está siempre preocupado con
sus negocios. Todo por vosotros, hijos míos; por vos¬
otros trabaja tanto y se afana...» ¡Pobre madre! Quería
convencernos de que nuestro padre era muy bueno... y
nos quería, y nos besaba por los dos... Mi padre no me
besó nunca. Trabajar, afanarse por los negocios, era la
manifestación de su cariño. Pero aquel trabajo, jamás
confortado con nuestras caricias, parecía sin ellas más
penoso, forzado, aborrecible, ingrato... ¡Farsa de cariño
paternal! Se afanaba en sus negocios, porque eso era su
goce único en la vida; hiciera igual sin mujer y sin hijos
a quienes legar el fruto de sus afanes. Era la pasión del
negociante codicioso. Más duro es el trabajo para el infe¬
liz obrero, carga más pesada para él son los hijos, y con¬
cluida la jornada, aun le quedan fuerzas para tomarlos en
brazos y ternura en el corazón para besarlos. (A José
Luis.) Tú no sentiste la falta de halagos y caricias. En¬
tendías muy bien de cuentas y sabías lo que ganaba nues¬
tro padre... Yo me rebelaba contra su severidad injusta,
protestaba en mi corazón... contra aquella farsa de cari¬
ño, y por eso era el malo, el Judas, porque... por más que
hacía, no podía querer ni respetar a mi padre.
JOSÉ
(Se levanta
. Con severidad.) No le respetaste vivo, tam¬
poco respetas su memoria. Nunca estuvimos de acuerdo
en apreciarle. Como es mi sentimiento más respetable,
porque es más natural y más digno de un hijo, respétale.
MARÍA
(Se levanta también. Dirigiéndose a uno y a otro, querien¬
do conciliarios.) ¡José Luis!... ¿No estáis incomodados? De¬
jad los recuerdos, desechad esa desconfianza recelosa...
Si lo sé: el uno desconfía del cariño del otro; es el modo
de no llegar a quererse nunca. (A Manuel.) Eres injusto;
José Luis tenía tantos deseos de verte... (A José Lilis.) Y
Manuel, cuando no estás tú, ¡me habla de ti con un cari¬
ño!... ¡Qué remedio! Si sois hermanos... (Atrayéndoles uno
a otro.) Un abrazo muy fuerte, muy fuerte. (Se abrazan.)
Y otro a mí, que nos una a los tres... (A Manuei.) También
yo soy tu hermana..., y en mi cariño has de creer... (Con
infantil confianza.) Yo soy muy expansiva... (Bajo.) José
Luis es otro carácter... En el fondo es muy bueno.
MANUEL
(Bajo también a Alaria, pero no como aparte. José Luis se
ha retirado hacia el fondo.) ¡En el fondo! Eso decían de mi
padre. ¿Qué me importa que en el fondo de un pozo
haya un tesoro, si para llegar a él he de ahogarme?
JOSÉ
(A María.) ¿Vas a salir esta tarde? Te mandaré el co¬
che. Voy a la Bolsa.
MANUEL
(
Con desprecio cómico.) ¿El coche?... No nos hace falta tu
coche.
JOSÉ
¡Alguna locura!
MANUEL
(A Alaria.) Me permito poner a tu disposición la ber¬
lina y el tronco que tanto te gustaron ayer.
MARÍA
No, Manuel. Eso es un disparate. Has gastado un cau¬
dal en obsequiarme.
MANUEL
¡Pobres hijos míos! No vayan a quedarse en la miseria.
MARÍA
Puedes tenerlos todavía.
MANUEL
(En broma.) ¡Eso si que no! Ya lo sabes. Los hijos so¬
mos muy ingratos. Yo no quisiera ser hijo mío, y si yo
fuera hijo mío, no quisiera ser mi padre.
MARÍA
(Risueña.) ¡Qué tonterías’ Pues no acepto el regalo.
MANUEL
Me enfadaré. (A José Luis.) Con esa condición hago
las paces contigo. (
Cariñoso, echándole un brazo por el
cuello.) ¡Mal genio! ¡Si tendrás por fin que quererme! Un
abrazo.
MARÍA
(
Complacida.) ¡Pobre Manuel! Bien dicen: mala cabeza,
pero buen corazón.JYa ves si te hago justicia.
MANUEL
¡Ay, María! Es que de ti fluyen raudales de bondad; al
lado tuyo nadie puede ser malo. Aunque sólo fuera por
haberte elegido por esposa, y por lo que te quiere, ten¬
dría yo que querer a mi hermano. Sí, señor hermano;
todo se lo perdono a usted, pero cuidado con ser mal
marido... Anda a la Bolsa, a tus negocios... ¿Sabes lo que
pienso? ¡Quiera Dios que no te parezca infame! Me ale¬
graría que todo te saliese mal, que lo perdieses todo,
que te arruinases..., y entonces verías quién soy yo, el
tunante, el desalmado... (
José Luis , conmovido, le abraza .)
MARÍA
(
Con alegría .) ¡Así me gusta!
MANUEL
¡Estoy más contento!... Lloro de alegría... ¡Si vosotros
supierais lo que es vivir solo, sin nadie para quien nues¬
tras penas ó nuestras alegrías puedan ser alegría ni
pena!... No poder desahogar el corazón... Ir amontonando
en él tristezas y goces no compartidos... ¡Ay, por fuerza
ha de endurecerse! Dejad ahora que llore y que ría entre
vosotros, que me queréis y tenéis lástima de lo que he
llorado solo... y sois felices hoy con mi alegría.
MARÍA
(
Conmovida
.) ¡Pobre Manuel! ¡Qué bueno eres!
MANUEL
¡Soy bueno! ¿No es verdad?... Lo dices tú, mi madre lo
decía también, las dos personas mejores que he conoci¬
do. ¡Tendré que creerlo!
MARÍA
Lo dicen muchos pobres también, Manuel. Todo se
sabe.
MANUEL
Eso no. ¡Vaya un mérito dar lo que a uno le sobra!
MARÍA
Es que en América bendicen tu nombre muchos des¬
validos; es que hiciste la caridad con amor.
MANUEL
¿Amor? También me sobraba; no me convences. Verás
ahora cómo economizo el amor y el dinero. Y si al fin...
¡qué demonio!, yo he venido aquí por un Manolito. Ya
podéis traérmele.
MARÍA
(
Co?i malicia.) Enviaremos un memorial.
MANUEL
¡Eso, eso, muchos memoriales!
JOSÉ
(
Despidiéndose
.) ¿Conque te mando el coche?
MANUEL
No, señor; no hay más que hablar.
MARÍA
Estrenaré tu regalo. Pero has de acompañarme.
MANUEL
(A José Ltiis.) Iremos a buscarte... Hasta luego.
JOSÉ
Hasta luego. (Se abrazan.)
ESCENA VI
MARÍA y MANUEL. Al final LUISA.
MARÍA
¿Ves como es muy bueno?
MANUEL
Huroncillo, huroncillo! ¿Qué voy a contarte? ¡Dema¬
siado le conocerás tú!
MARÍA
Carácter reconcentrado, corazón que no se abre al pri¬
mero que llega. ¡Cuesta mucho franquear la entrada!
MANUEL
Hay personas así, como algunas viviendas: con mag¬
níficas habitaciones y mala escalera.
MARÍA
¡Podré muy poco si no consigo que os queráis con
verdadero cariño de hermanos!
MANUEL
¡Ansioso vengo de cariño! ¡He vivido tanto tiempo
solo!... Extraño en todas partes. Mi protector, mi verda¬
dero padre, D. Gabriel, murió a poco de llevarme con¬
sigo. Desde entonces no he tenido un amigo, no he teni¬
do a nadie. Ni aventuras pasajeras, ilusiones de amor,
para engañar mi soledad tristísima. Hay espíritus prác¬
ticos que saben repartir de tal modo el corazón en afectos
ligeros, sin entregarle por entero en ninguno, que de mil
cariños suaves, tranquilos, componen un grato calorcillo
que conforta y alivia el corazón... Yo fui siempre arroja¬
do en mis empresas, siempre comprometí en ellas todo
mi capital; en un día, la ruina o la opulencia. Por eso
tuve miedo a querer, porque en un solo cariño hubiera
puesto todo mi corazón, el alma entera... ¡Y acaso hubiera
sido mi ruina! Fui muy dichoso en mis empresas. ¡Qui¬
zás la suerte se hubiera vengado! Era desafiarla preten¬
der dicha en todo.
, MARÍA
Por lo mismo que no has malgastado tu corazón, has
de hallar para él digno empleo. Manuel, }To creí siempre
que eras bueno; mereces ser feliz.
MANUEL
(
Sentado en un sillón o chaise-longue
, adormecido .) Allá
veremos. Rendido estoy. No quiero volver errante por
esos mundos.
MARÍA
No, Manuel. Descansa, descansa, y ve pensando en
laferar~tu nido.
MANUEL
Sí, María. Mientras, dejad un lugar en el vuestro a esta
ave de paso.
MARÍA
(Cariñosa.) ¿Tienes sueño? ¡Te acostaste tan tarde!...
MANUEL
¡Hay un silencio, una tranquilidad en esta casa!...
MARÍA
Duerme... (Pausa.)
MANUEL
(Bajo, medio dormido.) ¡María!...
MARÍA
(Acercándose con cariño.) ¿Qué? Manuel...
MANUEL
Llámame hermano.
MARÍA
¡Hermano!
MANUEL
Así... Era una ilusión mía tener una hermana...
MARÍA
Ya la tienes.
MANUEL
(
Durmiéndose poco a poco.) Sí... ¡Qué buena..., qué her¬
mosa! ¡Tú... y mi madre! (
Queda do?nnido.)
MARÍA
(
Conteynpldndole.) ¡Pobre Manuel!... ¡Es un niño!
LUISA
(Desde la puerta.) Señorita...
MARÍA
(
Imponiendo silencio.) ¡Chist!... Voy. No hagan ustedes
ruido. (
Indicando a Manuel.) El señorito está dormido.
(Sale.)
FIN DEL ACTO PRIMERO
ACTO SEGUNDO
Gabinete elegante.
ESCENA I
JOSÉ LUIS y MANUEL, sentados.
MANUEL
Yo no creí que volverías tan pronto. Esos asuntos son
tan enredosos...
JOSÉ
Gracias a mi intervención, todo pudo arreglarse a
tiempo. Hice bien en no detenerme. La cantidad era
insignificante, y se trataba de uno de mis corresponsales
más estimados por su honradez y su actividad. De nin¬
gún modo podía yo consentir que fuese declarado en
quiebra. Pero cada día me cansan más los negocios, no
estoy para nada...; este viaje, este asunto, me han pro¬
ducido un malestar, una excitación...
MANUEL
María quedó pesarosa de haberte dejado marchar. Te¬
mía que no te sentase bien el viaje. Lo que no debiste
hacer es marcharte solo; porque conozco tu genio y te
opusiste con energía, no insistí en acompañarte; pero
debí hacerlo.
JOSÉ
Llegabas de un viaje largo, penoso, y ¿habías de moles¬
tarte?... Y que María se quedaba sola..., con su carácter
triste...
MANUEL
¡Qué buena es María! ¿Verdad? ¡Bien he tenido ocasión
de apreciar lo que vale! (Pausa.) Llegué a España, pesa¬
roso ya de haber emprendido el viaje de regreso. Era
triste hallarme extranjero en todas partes. ¡Pero volver
a mi patria y sentirme también extranjero en ella!...
¿Quién se acordaba ya de mí? ¿Quién me esperaría?... Tú
estabas casado...; nos separamos casi niños y nuestro
afecto paternal llevaba revueltos rencorcillos y rivalida¬
des... Tú eras el preferido de nuestro padre, yo el de mi
madre... La lucha era continua entre nosotros... ¡Y tú
vencías siempre! Nos separamos sin tristeza, nos comu¬
nicamos apenas; una carta de tarde en tarde. ¡Ya ves qué
podía esperar de ti al volver! Mi primera intención fué
irme a una fonda. ¡Y mira cómo soy! Al ir a dar las señas
de un hotel al mozo que llevaba mi equipaje hasta un
coche, me pareció que el suelo de mi tierra me faltaba,
que se me obscurecía el cielo..., y con lágrimas en los
ojos, en un arranque del corazón, di las señas de tu casa...
¡Es la casa de mi hermano!... Así dije, con orgullo. ¡Mi
hermano!... ¡Me daba vergüenza y dolor que me tomasen
por extraño en donde he nacido! Entré en tu casa, des¬
confiado, receloso. Tú, por tu parte, me recibirte lo mis¬
mo. ¡Bah!, pensé; cumpliremos con este deber de familia,
estaré una semana... y a vagar otra vez; mi destino es ese.
Y, ya lo ves, los recelos se desvanecieron; hoy confiamos
en nuestro cariño y no pienso en marcharme... ¡No quie¬
ro pensarlo! Vivo feliz en el nido ajeno. Pues todo ello es
obra de María; sin ella hubiéramos enconado los pasados
rencores. ¡Sabe Dios cómo hubiéramos roto para siem-
pre! Yo conozco mi genio, conozco el tuyo... [María ha‘
hecho que seamos por fin hermanos! (Le abraza.)
JOSÉ
¡Mucho ha simpatizado contigo!
MANUEL
La divierte oir relaciones de mis viajes.
JOSÉ
Los viajes la entusiasman. Hace tiempo le prometí
llevarla a París, Londres, Italia..., un viaje por Europa*
Pero mis asuntos y mi salud no me han permitido cum¬
plirle la promesa.
MANUEL
Pues sí debíais hacer ese viaje. ¡Viajar en compañía de
una persona querida debe de ser delicioso! Para uno solo,
todo reviste cierta melancolía en tierra extraña... ¡Cuanto
más grandioso el paisaje, cuanto más admirable la obra
de arte, más nos abruma con su grandeza! ¡Solos ante
tanta magnificencia, pigmeos enfrente de la grandiosi¬
dad!... Pero dos corazones amorosos, gozando a medias
la admiración, en dulce saboreo de amor, como golosina
mordida a un tiempo de dos bocas enamoradas, más por
el gusto del besuqueo que de la golosina... No, no hay
grandeza ni sublimidad capaces de abrumarlos. El pano¬
rama espléndido de la Naturaleza, los sublimes primores
del Arte... fondo, accesorio decorativo para ellos, de algo
más grande, más sublime que Arte y Naturaleza... El
amor que palpita en sus almas embelesadas.
JOSÉ
¡Chico, chico!, ese parangón no lo hiciste de memoria.
Mucho habrás viajado solo... Pero, vamos, algún viajecito
has hecho en compañía, en dulce saboreo de amor, como
tú dices. Hay cosas que no pueden expresarse bien si no
se han sentido.
MANUEL
¡Sentirlo, sí!... Pero hay dos vidas en nosotros, parale¬
las siempre. Una, la que vivimos, urdimbre de la casua¬
lidad y del destino, en la que somos juguete de circuns¬
tancias, de accidentes imprevistos, inevitables... Otra, la
que soñamos, rompiente de luz que abre la imaginación
a otros mundos, donde somos superiores a la fatalidad
de nuestro destino, donde la trama de la vida se teje
con hilillos de luz irisada. Lo que en esta segunda vida
sentimos, por espiritual e inefable, no deja sensación
menos honda que lo sentido en la primera... Y de las
dos, es mejor la imaginada que la vivida.
JOSÉ
No está mal esa idealidad poética para un negociante.
¡Y dirán que los números secan la imaginación!
MANUEL
Es que los números manejados por mí eran como co¬
pioso caudal de rimas manejado por un poeta. Los núme¬
ros tienen también su poesía, cuando acuden obedientes
a ser afirmación matemática del pensamiento poderoso
que los concibiera. Se pensaron mil, mil resultan...; milla¬
res de millones, pues millares... ¡Ah!, el arte de hacer
dinero tiene también su estética. Hay negocios buenos y
malos, ya se sabe; también los hay bonitos y feos. Parece
que da lo mismo decir : Fulano ha hecho un buen nego¬
cio, o un bonito negocio. Pues no es lo mismo. Cuando
se dice de un negocio que es bueno, parece que sólo se
atiende al resultado, no a los procedimientos. Ingenioso
o burdo en su traza, llevado a término entre altibajos,
tumbos y tropiezos, como la ganancia al fin se logre,
!bueno fué el negocio! ¡Qué diferencia, cuando bien deli-
neado en todos los pormenores, combinado con inge¬
niosa habilidad, ni un detalle se aparta de lo previsto,
todo llega a su punto, como atraído por encanto maravi¬
lloso!... Así han de ser los negocios bonitos, así fueron
siempre los míos. He sido el Byron de la Aritmética; en
perpetua orgía de millones ideaba poemas asombrosos.
JOSÉ
Asombrosos, cierto. Que te permitirán, al fin, unir esas
dos vidas, que tú dices paralelas, en un hermoso y real
poema de amor y de ventura.
MANUEL
¡Es tarde para mí!
JOSÉ
¿Crees que te será difícil hallar una mujer como María?
MANUEL
(
Levantándose
.) ¡Los dichosos aseguran que es muy
fácil serlo! ¡Qué fácil recoger un brillante en la calle,
cuando el pie le tropieza! ¡Loco desatinado quien saliese
de su casa todos los días, empeñado en tropezar con
uno! Soy humilde, José Luis; porque he luchado mucho
con la suerte, sé que la suerte es superior a nosotros. No
se envanezca nadie de la dicha. ¡Desvanecido y soberbio
será quien crea merecerla!
JOSÉ
(Receloso.) Según eso... ¿no merezco la mía?
MANUEL
Una vez lograda, puede uno mostrarse digno de ella.
JOSÉ
(
Acercándose a Manuel
, bajo.) «{Tiene María alguna queja
de mí?
MANUEL
¡Qué idea!
JOSÉ
Vino al pensamiento, no pude callarla. Porque, como
tú dices, no creo merecer la dicha de tener a María por
esposa, desconfío de mí...
MANUEL
Pero debes confiar en ella.
JOSÉ
Es que, a veces, pienso que María no es feliz a mi lado.
¡Sabe Dios si la quiero con toda el alma! ¡Pero no sé
expresarlo! Figúrate una melodía dulcísima en la mente
de un artista sublime, y como medios de expresarla los
dedos torpes y trémulos pulsando un teclado desafina¬
do... Veces hay en que mi alma toda, suspendida, va hacia
ella en extática adoración..., pero el alma sólo... ¡Nunca
me ha visto de rodillas y la estoy adorando siempre! No,
María no sabe cuánto la quiero. Tú eres otro carácter;
seguro estoy de que habéis hablado de mí. ¿Qué te ha
dicho? Manuel, ¿es dichosa conmigo? Si no lo es, yo pro¬
meto enmendarme, no puede ser por maldad mía; no soy
malvado, será por defectos que desconozco, por algunos
que veo en mí y procuro vencer..., por cosas así, peque-
ñeces, que estará en mi mano evitar... Dímelo todo.
¿Qué no haría yo por verla dichosa?
MANUEL
¿Por qué no ha de serlo? ¡Defectos! ¿Quién no los tiene?
A mí nada me ha dicho. Su tristeza mayor es por verte
delicado: eso es lo único que sé..., que no gozáis mucho
de la vida por el estado de tu salud; que no vais a diver¬
siones; que no tenéis mucho trato con la gente... Eso no
puede ser motivo de infelicidad en un matrimonio, cuan¬
do la mujer, como María, se resigna a vivir retirada.
EL NIDO AJENO
(
Pensativo
) Sí, nuestra vida no es muy alegre.
MANUEL
Haz por animarte. Deja los negocios; ta vida se gasta
en ellos muy de prisa. No empieces a ser viejo cuando
María sea joven todavía.
JOSÉ
Tienes razón. Cambiaré de vida. Siento haber empren¬
dido ese nuevo negocio, que me tendrá todo el año su¬
jeto. Viajaremos, frecuentaremos la sociedad, los tea¬
tros... (
Vacila como acometido de un mareo y se apoya en
Manuel.)
MANUEL
(Alarmado.) ¿Qué tienes?
JOSÉ
Nada, un mareo... Nada, ya pasó. (Con rabia) ¿Lo ves?
¡Bueno estoy! ¡Maldita salud! Es mejor morirse.
MANUEL
¿Quieres algo?... ¿Pasó ya?
JOSÉ
Sí, no es nada. (Sintiendo que llega Alaria) María; no
le digas una palabra, que no se alarme... Ya estoy bien.
(Animándose) Perfectamente... Dame un cigarro... (Se
levanta y pasea aparentando animación)
ESCENA II
Dichos y MARÍA
MARÍA
(A Manuel.) Di lo que quieras. Concluyó la buena ar¬
monía entre nosotros. Vengo a enemistaros. (A José
Lilis.) Tienes que reñir a Manuel, pero muy serio.
MANUEL
¡Bah!
JOSÉ
¿Qué ha sido?... Ya supongo, algún nuevo regalo... (A
Manuel.) Tiene razón María.
MANUEL
Me voy a la calle...
MARÍA
¡Quieto!... (
Mostrando un estuche.) Mira... (A José Luis.)
No puedo salir con él, no puedo fijarme en un escapara¬
te... Dile que lo devuelva o reñimos
; es un despilfarro.
MANUEL
Pero si eso no vale la pena. Un alfiler, una pulsera...
Tengo gusto en que lo luzca esta noche en el teatro
Real... ¡Ay! Se me escapó, descubrí la trama... Lo diré
todo. María tenía capricho de ir a la función de esta no¬
che; es la ópera nueva, función fuera de abono; pude
tomar un palco... He invitado a tu amiga Emilia y a su
esposo; son tan amables conmigo...
MARÍA
¿Lo ves?... Nada, reñimos. Te dije que no iría. No iré.
José Luis ha llegado esta mañana de viaje, estará cansa¬
do, no tendrá ganas de ir al teatro. ¿Verdad?
JOSÉ
Pues sí. Deseo oir esa ópera. He oído hablar de ella...
Iremos.
MARÍA
(Con alegría.) ¿De veras quieres que vayamos?... ¡Cuán¬
to me alegro! No me atrevía a decírtelo, pero tenía mu-
J^deseo de ir esta noche al teatro; dicen que será una
cosa magnífica... Vaya, Manuel, por esta vez no reñimos;
muchísimas gracias... ¿Cuánto tiempo hace que no vamos
al teatro? ¡Qué sé yo!... ¿Es platea el palco, verdad?... Es¬
trenaré el broche y el collar... No sé qué vestido po¬
nerme...
JOSÉ
¿Estás contenta? (
Con dulce reprensión.) ¿Por qué no me
lo dices, siempre que desees ir al teatro? ¡Algunas veces
te privarás de este gusto!... No eres franca conmigo.
MARÍA
No creas que me cuesta ningún sacrificio. Esta noche
voy con gusto, porque estás bueno, porque vamos los
tres... Con ir de tarde en tarde le parece a uno algo ex¬
traordinario; como cuando éramos chicos y nos llevaban
a ver una función de magia por Navidad o por algún
santo... Celebraremos con eso la llegada de Manuel... ¡Al
teatro!, como los chicos... ¡Pero vamos de noche y al tea¬
tro Real!...
MANUEL
¡Y no nos divertiremos como entonces!... Voy a salir.
Volveré en seguida. Al bajar pediré el coche para las
nueve. (A María.) ¿Quieres algo? ¿Necesitas alguna cosa?
¿Flores? ¿Un abanico?...
MARÍA
¿Flores? Tengo llenos los cacharros del tocador... y
aquí, mira. Todas las mañanas hace que me traigan una
porción de ellas... ¡Y abanicos!... No, de veras, Manuel,
estás muy mal acostumbrado. Guarda los regalos para
los que sólo por ellos te quieran. Aquí damos el cariño
de balde.
MANUEL
Y el cariño de balde ¿con qué se paga?
MARÍA
Con cariño.
MANUEL
Pues atenciones de cariño son mis obsequios, y si algo
valen, como prenda será de que, llegado el caso de pagar
las que debo, con alma y vida las pagaría. (Sale.)
ESCENA III
JOSÉ LUIS y MARÍA
MARÍA
¡Tu madre decía bien! Hay locuras de la cabeza y locu¬
ras del corazón. Manuel es loco de corazón. ¡Hermosa
locura capaz de todo lo bueno y de todo lo grande, pues¬
ta en ocasiones de realizarlo! Pero no se pretenda ence¬
rrar a estos locos, traerlos a la razón ni a la medida de
las almas vulgares. ¿Qué hubiera sido de Manuel a vues¬
tro lado? Los impulsos emprendedores de sú espíritu se
hubieran resuelto en luchas mezquinas contra la autori¬
dad paterna, en calaveradas indignas de su ánimo gene¬
roso. En medio a propósito donde explayar su genio, ha
logrado fortuna, consideración. Y frente a frente con su
conciencia, ha sabido educarse por la conciencia propia,
que es la mejor educadora cuando el corazón está sano.
JOSÉ
(Tronico.) ¿Desde cuándo te has dado a esas lucubra¬
ciones? ¿Habéis abierto discusión filosófica Manuel y tú?
Pues advierte a Manuel que toda la filosofía y todas las
leyes dictadas por su conciencia, por lo visto de acuerdo
con su conducta, no podrán disculparle de haber amar¬
gado la vida de mi padre, de haberle matado a disgustos.
MARÍA
(
Disgustada .) José Luisf
JOSÉ
Esa es la verdad. No pretendo, porque logró favores
de la fortuna, ¡quién sabe si acomodando leyes de su
conciencia a los medios empleados para lograrla!, que el
buen éxito de la culpa le absuelva de ella... Pero no pa¬
rece sino que te ha fascinado; le crees un ser superior, le
escuchas absorta. Y él, que es avisado en conocer dónde
produce admiración, con los fuegos artificiales de para¬
dojas, teorías extravagantes, ideas absurdas, procura que
le admires, que le comprendas, que le quieras... (Movi¬
miento de María.) ¡Que le quieras!... Y la verdad es que
en cuatro días ha sabido hacerse querer.
MARÍA
(Entre ofendida y lastimada
.) Y... ¿lo sientes?
JOSÉ
Sentirlo, no... Siento... Lo que voy notando en ti desde
que ha llegado, que estás de su parte, que me crees in¬
justo con él... Ya tendrás ocasión de juzgar si lo he sido,
si lo fué mi padre... Apenas ha llegado... ¡Tiempo tendrá
de hacer de las suyas!
ESCENA IV
Dichos y JULIÁN
JULIÁN
Esta carta y este telegrama han traído de casa del
señor Montero.
JOSÉ
Trae. (
Coge la carta y el telegrama
.)
JULIÁN
Y esta esquela para el señorito Manuel...
JOSÉ
(Sin mirarla
, abriendo ya la carta.) Llévala a su cuarto...
o déjala ahí; no tardará en volver. (
Julián deja la carta
sobre la mesa, y sale.)
JOSÉ
(Lee la carta con muestra de mal humor
; al concluir arru¬
ga el papel
. Con ira.) ¡Qué torpeza! No puede uno fiarse
de nadie!
MARÍA
(Acudiendo a José Luis
, asustada.) ¿Qué sucede?
JOSÉ
Montero me envía este telegrama en que le piden ór¬
denes sobre un asunto que ya debía estar resuelto... ¡Es¬
cribí hace ocho días! ¡Es imposible ganar tanto tiempo
perdido!
¡No te alteres!
MARÍA
JOSÉ
(Llama. Entra Julián.) No... Iré yo.., (A Julián
, dispo -
riéndose a salir.) Nada.
MARÍA
(Deteniéndole.) ¿Vas a salir?
JOSÉ
Tengo que ver a Montero.
MARÍA
¡Por Dios, José Luis! No salgas ahora. No te agites...
Pon dos letras... (A Julián, que se dispone a salir.) Espere
usted...
JOSÉ
(
Convencido.) Mejor será... Estoy muy nervioso; no res¬
pondo de mi calma. ¿Tienes con qué escribir? (Buscando
con la vista.)
MARÍA
[Llevándole a la mesa y abriendo un pupitre.) Aquí hay
de todo... Toma... Es muy tarde para salir... Antes de ir
al teatro tendrás que tomar algo... Hemos comido muy
temprano... (Prepar
árido papel, pluma, etc.) Aquí tienes.
(
Se sienta enfrente de él.)
JOSÉ
(Entre dientes mientras escribe muy nervioso
.) ¡El teatro...,
el teatro! (Marda ha cogido la carta para Manuel, la cual
dejó Julián sobre la mesa, y la examina con atención.)
JOSÉ
(A Julián entregándole una carta y dos pliegos de papel.)
Corriendo a casa del señor Montero y desde allí a la
Central... este telegrama... urgente..., contestación pa¬
gada.
JULIÁN
Está bien. (Sale.)
JOSÉ
(Reparando en la carta que tiene Maina en la mano.) ¿Qué
carta es ésa?
MARÍA
La carta para Manuel. (Sin soltarla
.)
JOSÉ
(Con dureza.) ¿Vas a abrirla?
MARÍA
(Risueña.) ¡Qué disparate! Miraba si sería de mujer...
Tiene toda la traza... Aunque recién llegado, no le faltará
algún amorío...
JOSÉ
(Severo.) ¿Te importa?
MARÍA
Nada... (Notando la actitud de José Luis, ya grave, se
levanta y se dirige hacia él siempre con la carta en la mano.)
¿Por qué me preguntas así? ¿Qué quieres decirme:
JOSÉ
(Fuera de si.) ¡Deja en paz esa carta! ¡Me estás poniendo
nervioso!
MARÍA
(Ofendida, mas cerca.) ¡Pero José Luis!...
JOSÉ
(Le arranca la carta, la estruja y la arroja sobre la mesa.)
¡Ábrela, entérate!... ¿Estás celosa?...
MARÍA
(
Ofendida , primero con energía
, con profundo sentimiento
después
, rompiendo a llorar.) ¡José Luis!... ¡José Luis! (Se
deja caer en un sillón.)
JOSÉ
¡Eso me faltaba! ¡Estoy yo para llantos! (Sale. Pausa.)
ESCENA V
MARÍA y MANUEL
MANUEL
¡María! ¿Qué tienes? ¿Por qué estás así?
MARÍA
¡Nada!... No es nada...
N ANU EL
¿Y José Luis? {Dirigie?idose como en su busca.)
MARÍA
(
Deteniéndole
.) ¡No, no! Déjale..., déjame...; si no es
nada. José Luis se sintió mal, me asusté..., estoy muy
nerviosa... y me eché a llorar. ¡Qué tontería!
MANUEL
(Fijándose en la carta arrugada y cogiéndola.) ¿Una carta?
¿Para mí?... ¿Qué es esto?
MARÍA
José Luis recibió al mismo tiempo un telegrama y una
carta desagradable, y furioso lo estrujó todo... Por eso
está así... ¡Perdona!...
MANUEL
Pero, ¿qué le sucede? ¿Qué noticias son ésas?
MARÍA
Un asunto..., una torpeza de un corresponsal... Ya co¬
noces su genio; en el pronto...
MANUEL
¡Cuánto debe hacerte sufrir!
MARÍA
Es que soy muy tonta, no me hago cargo de que se le
pasa en seguida.
MANUEL
¡Qué carácter!... Hace un rato estuvo conmigo, aquí
mismo, departiendo tan alegre, tan expansivo... ¿Te
acuerdas?... Él nos animó a ir al teatro... ¡Bah! No puede
ser esto... Voy a buscarle...
MARÍA
No, Manuel... Ya vendrá... No vayas tú.
MANUEL
Cualquiera dirá que le tienes miedo... Mira, ¿sabes lo
que pienso? Que debemos castigarle como a los chicos
temosos... Nos vamos al teatro y le dejamos solito. ¡Es
mucha rareza de genio!
MARÍA
No. Yo no voy al teatro. Vé tú solo. Prescinde de nos¬
otros, te lo suplico... ¡No porfíes con José Luis esta no¬
che!...
MANUEL
Conmigo no creo que esté enfadado...
MARÍA
Cuando está de mal humor, lo está para todos.
MANUEL
¡Pues dígote que mayor aguafiestas!... ¡Tan contentos
como estábamos con nuestra ópera!... Y hemos de ir, ya
verás... Voy a vestirme... y créeme, haz lo mismo... No es
cosa de afligirse porque se torció un asunto... Todo ello
será unas cuantas pesetas de menos, de menos que ga¬
nar, ¿eh?..., pero ganando siempre... El caso es quejarse.
MARÍA
¡Ya lo ves! ¿Quién podía ser más dichosos que nos¬
otros?
MANUEL
¡Ay, hija! Pues si los ricos no rabiaran ni se murieran,
la revolución social sería ya un hecho. Conviene hacer
creer que somos unos infelices, que el dinero no da la
felicidad..., y mira, de eso estoy convencido hace mucho
tiempo. Voy a vestirme..., vuelvo por vosotros, y si él no
quiere venir, maldita la falta que nos hace... Iremos solos.
(Sale.)
ESCENA VI
MARÍA
¡Qué diferencia!... ¡Hermanos más distintos!... José Luis
ha llegado a un extremo de rareza, que no es posible
entenderle. Se atormenta a sí mismo y nos atormenta a
todos... No quiere a su hermano..., ya se ve... Es una an¬
tipatía, una repulsión invencibles. Conozco que lucha por
arrancarlas, pero están arraigadas muy hondo... Ideas,
sentimientos..., todo es distinto en ellos... Y Manuel le
quiere... Manuel es bueno. José Luis es injusto con él...
Mi corazón se rebela contra su inquina en acriminarle...
¡Aquel ceño severo de su padre!... Me parece que lo estoy
viendo. Cuando éramos pequeños, nos asustaba..., sólo
José Luis se atrevía a afrontarle... Su madre, en cambio...
¡Qué buena para todos! ¡Todos cabíamos en sus brazos,
para todos había caricias!... Tan opuestos eran los dos,
que ni al dar vida a sus hijos se confundieron. ¡Pobre ma¬
dre! ¡Cuántas veces la vi llorar a escondidas!... Como yo
ahora... ¡Dios mío, qué tristeza! (
Con llanto sile?tcioso.) ¡Qué
perpetuo sacrificio el de mi vida!... ¡Y no me quejé nun¬
ca! Con todo el cariño, con toda la abnegación de mi alma,
procuré hacerle dichoso... ¡Y no lo es! (
Con amargura.)
¡Y si no lo es él!..., ¿cómo puedo yo serlo?... No es culpa
mía. ¡Dios mío! No lo es... ¡Madre mía! (
Queda llorando.)
ESCENA VII
MARÍA y EMILIA
EMILIA
(Dentro.) Deje usted..., ¡donde estén!...
MARÍA
(Al oir la voz de Emilia se levanta y procura serenarse.)
¡Ah! Emilia...
EMILIA
Aquí me tienes. Tu hermano político ha sido tan ama¬
ble que nos ha invitado al teatro esta noche. Pero Fer¬
nando no puede acompañarme a primera hora; yo no
quería llegar tarde y vengo para ir contigo... si no mo¬
lesto. Traigo el coche. Nosotras podemos ir en el mío, y
José Luis y Manuel en el vuestro... ¡Qué calor hace aquí!
(Quitándose el abrigo.) ¡Me he vestido tan de prisa!... Temí
no encontrarte..., y todavía estás así. Es cerca de las
ocho y media... Ya sé que José Luis llegó bien... ¿Qué te
pasa? Tienes mala cara... Pero, anda, criatura, vístete...
Yo soy muy ordinaria, no me gusta llegar a función em¬
pezada.
ESCENA VIII
Dichas y MANUEL de frac y una flor en el ojal.
MANUEL
Por mí cuando queráis... (Al ver a Emilia
.) ¡Ah!... Se¬
ñora...
EMILIA
(Saludándole.) Tantas gracias por su atención.
MANUEL
¿Y su esposo?
EMILIA
Irá más tarde. Tiene junta en el Círculo...
MANUEL
(A María.) ¿Y José Luis?...
MARÍA
(Aparte a Manuel.) ¡Por Dios, Manuel! Ya ves qué si¬
tuación... ¡Cómo decir a Emilia...! Y yo no puedo ir.
MANUEL
¡Cómo! Vé a vestirte. Yo hablaré a José Luis.
MARÍA
No, no... ¡Esta noche le tengo miedo!
MANUEL
¡María!... ¿Eso pasa? ¡Miedo!... Serás otra pobre víctima
como mi madre. ¡Tú, tan buena, tan santa como ella!
¡Oh! No puede ser, te digo que me oirá José Luis.
MARÍA
No, Manuel, te lo ruego... No le conoces... No crea que
soy yo quien te anima en contra suya... ¡Sabe Dios lo que
pensaría. (
Siguen hablando en voz baja.)
EMILIA
(
Observando
.) (¿Qué sucede aquí?... Algo extraño ocu¬
rre... ¿Si tendría razón ayer Paca?... No lo creo... Pero,
¡tendría que ver!...) (
Mira al reloj. Alto.) Las nueve me¬
nos cuarto... ¿Es que he venido a incomodar? ¿No pensa¬
bas ir al teatro?
MANUEL
Sí, sí... Vamos, María, vístete... Ya lo ves... ¿Cómo de¬
jar a Emilia?... Voy por José Luis... Te digo que irá... A
punto llega.
ESCENA IX
Dichos y JOSÉ LUIS
Bien venido.
EMILIA
JOSÉ
Buenas noches, Emilia. (Se sienta.)
MANUEL
También tú sin vestir... Vamos... ¿Qué tardas?...
JOSÉ
No voy al teatro..., estoy malo... Hace mucho frío..., no
tengo humor de teatros...
MARÍA
(
Sentándose a su lado.) Me quedaré entonces... Vé tú,
Manuel.
EMILIA
(¡Me he lucido! ({Van a mandarme sola, con el cuñado?...
¡Un soltero rico!... ¡Bonitas lenguas hay en Madrid!) Si
está usted malo, nos quedaremos... (Se sienta.)
MARÍA
(Que ya no se acordaba de Emilia
, advirtiendo su presen¬
cia,
.) Es verdad, tú... (¿Qué pensará Emilia? ¡Estoy angus¬
tiada!)
MANUEL
Está bien... ¡Nos quedaremos! (Se sienta resignado
.) Nos
quedaremos a velar al moribundo...
JOSÉ
(Irritado.) No... Yo me acuesto... Pueden ustedes ir...
(A Alaría.) Tú también.
No, yo no.
¡Te digo que vayas!
MARÍA
JOSÉ
EMILIA
(
Conciliadora.) ¡Vamos! (A José Luis.) Y usted también.
Anímese... Hoy tiene usted mejor semblante que nunca...
Se distraerá; Fernando quiere hablarle... Vaya, a vestir¬
se. ¡No es usted ningún carcamal para acostarse a las
ocho! ¡Por Dios! Si se apoltrona usted... a su edad...
Aprenda usted de su hermano... Así, hecho un pollo...
MANUEL
(A José Luis, aparte.) ¡Vamos, José Luis!... Ya ves que
María no puede quedarse... No des que decir. Ven con
nosotros...
JOSÉ
(
Con dureza.) ¿Os prohibo que vayáis?
MANUEL
Pero María no va gustosa si tú no vienes.
JOSÉ
¿Qué falta hago yo?
MANUEL
(Con enfado.) ¡Eres insoportable!... No sé cómo María
tiene paciencia...
JOSÉ
¡Siempre la tuvo!... Menos hoy, que estáis todos muy
impacientes...
MANUEL
(
Perdiendo ¡a paciencia.) ¡Ea, María..., vístete!
JOSÉ
Sí; vístete... ¡No me hagas que parezca un maido ri¬
dículo!... ¡Que vayas, te digo! Yo me quedo. (Sale Marta.)
ESCENA X
EMILIA, JOSÉ LUIS y MANUEL
EMILIA
(
Aparte a Manuel.) Diga usted. ¿Le da muy a menudo?
MANUEL
(Aparte.) ¡Ahora, los comentarios de la amiguita con la
mejor intención!... ¡Qué tino el de José Luis para dar
espectáculo!
EMILIA
(A José Luis.) Amigo mío..., no lleva usted buen sis¬
tema...
JOSÉ
(Aparte.) Ésta concluirá de sacarme de quicio.
EMILIA
María va disgustada sin usted... ¡Qué maridos! Vea
usted dos mujeres, con su marido cada una, y la noche
que se les ocurre ir al teatro tienen que buscar quien
las acompañe. (A Manuel.) Gracias a que usted está sol¬
tero...
MANUEL
Señora...
EMILIA
Si estuviera usted casado, no habría que contar con
usted; sería usted desatento y grosero como todos. ¡Pero,
Señor!, ¿en qué consistirá? Un día antes de casarse, los
lleva una de modistas, de tiendas, al teatro, donde una
quiere, como corderitos..., y después de casados... no hay
quien les haga ir a ninguna parte. No se case usted.
MANUEL
¡Si dan ustedes un ejemplo...!
EMILIA
Y que usted no necesita casarse. ¡Si estuviera usted
solo!... Pero ha encontrado usted aquí su rinconcito.
¡Quién como usted! Con todas las ventajas y ningún in¬
conveniente del matrimonio... El orden, la familia... Ya,
ya sé que lleva usted una vida muy arreglada, que no
sale usted de noche...
MANUEL
Estos días que José Luis estuvo fuera, por no dejar
sola a María..., aquí pasábamos la velada. Yo refería mis
viajes, o jugábamos un rato al bezigue, o leíamos uno
enfrente de otro... novelas de Loti. María no las conocía,
yo se las dejé, y la encantaron...
EMILIA
(A José Luis.) ¿Lo ven ustedes? ¿A que no se le ocurre
a ningún marido traer a su mujer novelas de Loti?... ¡Ni
de nadie!
JOSÉ
(Aparte.) Esta mujer me desespera... ¿Habla con inten¬
ción... o habla por hablar, sin saber lo que dice, y soy yo
quien va dando intención a cada palabra suya?...
EMILIA
¿Estaba usted ayer tarde en el paseo de coches con
María?
JOSÉ
No, si he llegado hoy...
EMILIA
¡Ya decía yo! Una amiga, Paca Contreras, porfiaba que
había usted llegado ayer, que había visto a María en pa¬
seo con su esposo..., y yo que no sería su esposo, sería
su hermano, y ella que sí...
MANUEL
(
Exasperado
.) Y usted que no... Pues tenía
zón... Éramos María y yo. Ya lo sabe usted...
¡Qué mujer! José Luis está lívido. ¡Mucho será
suelte algún exabrupto!
ESCENA XI
Dichos y MARÍA, vestida para el teatro.
EMILIA
¡Qué guapa! ¡Qué elegante? ¡Precioso vestido!... Los
regalos de tu hermano. Así me gusta... ¡Magnífico collar!
(
Cogiéndola de una mano y presentándosela a José Luis.)
Mire usted. ¡Tantos le envidiarán a usted esta noche..., y
usted aquí, mientras, tan tranquilo!
JOSÉ
(
Con sarcasmo.) ¡Tan tranquilo!
MARÍA
(Me asusta su cara. Comprendo lo que pasa en su inte¬
rior.) ¿Te sientes bien? ¿No te molesta que te deje?
JOSÉ
No... ¿Por qué? Diviértete mucho...
MARÍA
(Con
pena.) ¡Mucho! ¡Sí! ¡Ya sabes lo que yo me divier¬
to cuando te veo así!
MANUEL
(Aparte, poniéndose el abrigo.) ¡Pobre María! Está para
echarse a llorar. (Alto.) Volveremos temprano. Saldre¬
mos antes de que concluya... (
Ofreciendo el brazo a Emi¬
lia.) Emilia. (A José Luis.) Hasta luego...
EMILIA
(A José Luis.) Que usted se alivie... (A Manuel, aceptan¬
do el brazo.) ¡No parecen ustedes hermanos!
MARÍA
José Luis, dime por qué estás así... Mira que me que¬
do... (Con decisión.) ¡Me quedo!
JOSÉ
(
Con sequedad.) ¡Que espera Emilia!
MARÍA
(Afligida.) ¡Qué mal me tratas!
JOSÉ
(
Cogiéndola una mano con ircc.) ¿Yo? ¿Te trato mal?...
MARÍA
(Asustada.) ¡Ay! (Manuel
y Emilia, al oir el grito, vuel¬
ven desde la puerta
; Manuel se acerca a José Luis.)
MANUEL
(Con autoridad.) ¡Pero, José Luis..., José Luis!
EMILIA
¿Se siente usted peor?
JOSÉ
(A María.) Vete, vete... Si te digo que estoy bueno,
que no me haces falta...
EL NIDO AJENO
6 I
EMILIA
(Al salir
. Aparte
.) ¡Ay, ay, ay! ¡Me parece que Paca tenía
razón! (
Salen todos menos José Luis.)
ESCENA XII
JOSÉ LUIS y después JULIÁN
JOSÉ
¡Qué mal me tratas! ¡Qué mal me tratas! ¡Nunca pensé
oirlo!... ¡Y dejarme así!... ¡Calma, calma! Necesito poner
orden en este tumulto de mis pensamientos..., se atrope¬
llan, se obscurecen unos en? otros, y quiero percibirlos
uno por uno, clarírisimos, papables. ¿Qué pasa por mí?...
¡Quiero verlo!... ¡Sí, lo veo!... ¡Mi madre! ¡Eso es, mi ma¬
dre!... Era buena, era honrada como María, nunca se re¬
beló contra la severa autoridad de mi padre, vivió feliz
en la virtud más acendrada... Pero un día llegó el viajero,
el amigo a quien se abre la casa como a hermano..., llegó
risueño, halagador de la imaginación y de los sentidos...,
y una vida de honradez, de virtudes, no pudo resistir al
atractivo encanto de aquel hombre. Era yo muy niño... y
recuerdo, recuerdo..., y el recuerdo fortifica en mí el odio
que sentí por el intruso... ¡No, no es mi hermano! Es un
intruso como aquél, que viene a robarme... ¡Ah! ¡No!...
¡Enloquezco! ¡María es honrada!... ¡Lo será siempre!...
Pero, ¿por qué se ha ido? Se ha ido con él... ¡No, no te
escapes, pensamiento; quiero oir lo que dices, ver lo que
imaginas!... ¡Que María no me quieré! ¿Es eso? ¡Que no
puede quererme!... Eso es la verdad de lo que pienso...
¡Horrible verdad!... No es amor el suyo. Había más res¬
peto que cariño en su afecto para conmigo. Educada con
rigor por su padre, trasladó al esposo el respeto filial,
sumisa, resignada. Confiado en mi autoridad, creía yo ir
formando para mí su espíritu, al mismo tiempo que la
Naturaleza formaba la mujer... ¡Mía pude llamarla corpo¬
ral hermosura, pero el espíritu rebelde nunca fué mío!
Halló forma su aspiración, y hacia ella va el espíritu, y
en pos de sí arrastrará la vida entera..., ¡cuerpo y alma!...
¡Si ya no fué en mi ausencia!... Emilia hablaba con inten¬
ción... Aquí todas las noches, juntos siempre... ¡Ay, el
único halago de mi vida! ¡Todo negrura y tristeza ahora!
¿Por qué razón vivir vida tan miserable? (Se mira al espe¬
jo.) Envejecido, enfermo... ¿Cómo puede quererme?...
¡Ella, joven y hermosa!... ¡Qué hermosa estaba!... ¡Y la
dejé con él... después de atormentarla con mi violencia,
cuando acaso sintiera odio hacia mí..., odio y desprecio!...
Y él a su lado, apuesto, seductor... ¡Oh, no puede ser!
¡María es honrada! ¡No puedo ser tan desdichado!... ¡La
culpa es del miserable, sí, miserable ladrón como aquél...,
como su padre!... ¡No puedo más!... ¡Me ahogo! Julián.
(Llama. Entra Julián.)
JULIÁN
¿Qué manda el señorito?
JOSÉ
Tráeme el gabán, el sombrero..., pronto... (Sale Julián.)
(Dan las diez.) ¡Las diez! Las diez... ¡Qué temprano toda¬
vía!... Iré al teatro, hay tiempo... Tengo fiebre... Iré así
como estoy... Iré... Avisa un coche... No.., espera... Iré a
pie. (Sale Julián.) Me conviene andar... Les extrañará
verme..., no me esperan... ¿Qué decir?... ¡Bah! Diré... diré...
Lo pensaré por el camino, eso me distraerá. Me haré
anunciar como una visita, les daré broma... Tengo ganas
de hablar, de hablar mucho..., esta noche no dejo hablar
a Manuel... Les divertiré, les haré reir..., ¡reir, eso..., reir!
¡Qué ocurrencia! ¡Oh, no! No haré sainete para los demás
lo quedes tragedia espantosa para mi corazón... Espera¬
ré... Pero esta noche..., esta noche eterna, no puedo... ¡Me
ahogo! Necesito andar, andar mucho, hasta caer rendido,
hasta quebrantar mis nervios; si no, esta noche será de
ruina para todos... Estoy loco, no respondo de mí... El
abrigo... (Palpando el inferió?' del gabán.) ¿Qué es esto? ¡Un
arma!
JULIÁN
El revólver de bolsillo del señorito.
JOSÉ
¡Oh! No, no... Quita eso, quita... Guárdalo... (Sale.)
JULIÁN
(Asombrado.) Pero ¿qué tendrá el señorito esta noche.
FIN DEL ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO
La misma decoración del anterior.
ESCENA I
MANUEL, leyendo, y después MARÍA
MARÍA
(Entrando.) ¿Estás solo? ¿Y José Luis?
MANUEL
Ha salido.
MARÍA
¿Otra vez?... ¡Es raro! El que antes no salía de casa sino
lo preciso, hace unos días que no deja de entrar y salir...
Estoy con cuidado... José Luis no está bueno.
MANUEL
No, no lo está
MARÍA
¡Vaya una temporada que estás pasando!... ¡Si deseabas
tranquilidad!...
MANUEL
¡Oh, eso no!... Pues si tú supieras que necesito reco¬
germe dentro de mí para darme cuenta de que soy el
mismo..., el inquieto y vagabundo Manuel, para quien
eran quietud y reposo sinónimos de encarcelamiento o
de muerte... «¿Yo complacido en esta vida que, por de¬
cirlo así, me dan hecha, sin tener que preocuparme por
otra cosa que por ir viviendo?... ¡Yo que había de pensar
y ocuparme cada día... en todo lo que constituye la exis¬
tencia diaria, en lo grande y en lo pequeño! Plantear un
negocio y disponer el almuerzo, las liquidaciones de Bol¬
sa y la cuenta de la lavandera... No podía fiarme de nadie.
Un solterón es como terreno baldío, en donde todos se
creen con derecho a cosechar; y si sobre no casarse y no
tener familia, no se deja uno explotar de todos, ¡buena
fama echará de egoísta empedernido! Sólo los que no
tenemos hijos podemos apreciar lo que vale ante los
pedigüeños la solemne protesta del padre de familia:
«Señor mío, tengo hijos...» Con lo que me ha costado a
mí no tenerlos, hubiera criado dos docenas.
MARÍA
¿Por qué no te casas? No sabes lo que me alegraría de
verte casado. Te lo digo como lo siento... Y José Luis
también se alegraría mucho... Dime... ¿No has hallado
nunca en el mundo una mujer que, al conmover dulce¬
mente tu corazón, te hiciera pensar... ¡con esta mujer
viviría yo dichoso!?... En tus viajes y correrías incesantes,
¿no diste nunca con un lugar apacible, donde parece que
sólo en contemplarlo calma el corazón todos sus anhe¬
los?... Pues une en tu pensamiento aquella mujer y este
lugar, y considera qué feliz serías al labrar con ella tu
nido de amor en aquel rinconcito apacible...
MANUEL
¡He viajado casi siempre en tren expreso, y he pasado
de largo... por los lugares y por las mujeres!...
MARÍA
¡Si yo conociese alguna! He de buscar... ¿Me das per¬
miso?
MANUEL
¡Esas cosas no se buscan, se encuentran!
MARÍA
¿Piensas estar aquí mucho tiempo todavía? Por más
que digas, estarás ya cansado... ¡Esta vida nuestra!... ¡El
carácter de José Luis!...
MANUEL
¿Lo creerás?... Me distrae hasta eso, las reyertas y rega¬
ñinas con mi querido hermano... ¡Pobre José Luis! Le
quiero a pesar de todo. Es un niño mimado... Ha tenido
siempre quien le mime... ¡Dichoso él! Sus rarezas son de
chiquillo; es mayor que yo y le trato como si fuera her¬
mano pequeño. Empleo en él los sentimientos de pater¬
nidad que a mis años empiezan a manifestarse... Siente
uno afán de proteger, de dirigir a un ser más débil... Y
en esta casa sois dos, él con sus impaciencias y egoísmo
de niño enfermo; tú, con tus inquietudes y desvelos de
madre amorosa... Yo seré el fuerte, el cariño que ampara
sin debilidad, sin blandura...; el padre, el suegro, lo que
haga falta... ¡Digo, si no me echáis de aquí por impor¬
tuno!...
MARÍA
Yo, no, Manuel. Puedes creerlo.
MANUEL
Tengo mi plan. En cuanto pase el frío y José Luis
arregle esos asuntos, haremos un viaje, corre de mi cuen¬
ta. Por tierras alegres de cielo azul y sol de fuego, de
flores y cantares... Por Andalucía, por Italia... Sevilla,
Málaga, Venecia, Nápoles..., donde amanece el día con
más luz y el vivir por sí solo es alegría; donde los pobres
cantan y el viento susurra y los mares mecen... ¡Tierras
que Dios bendice!... ¡Donde ni el pecar es pecado! Eso es
lo que necesita José Luis para curarse. Un baño de aire
puro, saturado de luz y de alegría..., y tú también..., ¡pobre
niña!, para que tus ojos cobren luz y tu pecho respire sin
angustia..., sin lágrimas ni suspiros..., que con tu hermo¬
sura triste me pareces dolorosa de este penoso calvario
de la vida...
MARÍA
No halagues la imaginación con perspectiva tan risue¬
ña... Bien sé que no será. José Luis no está enfermo..., es
enfermo...
MANUEL
¡Bien lo acertaste!
MARÍA
Es por naturaleza triste y se complace en la tristeza...
¡Le hace daño la luz!... No le propongas siquiera ese via¬
je... Vé tú solo...
MANUEL
(Con desaliento.) ¿Solo?... ¡Solo, no!
ESCENA II
Dichos y JOSÉ LUIS. (Entra sigiloso.)
MARÍA
(
Encontrándose de pronto con él, asustada.) ¡Ay!
MANUEL
¡José Luis!
¿Te he asustado?
Entraste de pronto...
JOSÉ
MARÍA
¿No has llamado?
JOSÉ
Salía Julián...
MARÍA
(Aparte.) (No hay duda, lleva la llave para entrar sin
que se le sienta... ¿Qué sospecha de mí? ¡Dios mío!)
MANUEL
(A José Luis.) Contra ti..., digo, no, en favor tuyo cons¬
pirábamos...
JOSÉ
Sí, ya noto que andáis siempre juntos..., de conspira¬
ción por lo visto.
MARÍA
(Aparte.) (¡Su sospecha es horrible! Mi corazón se su¬
bleva...; es ira ya, más que tristeza, lo que siento...)
MANUEL
Tenemos un plan...
JOSÉ
(Aparentando jovialidad.) ¿Cada uno, o los dos el mis¬
mo?... Es curioso; hoy nos dimos todos a hacer planes...
Yo tengo otro.
MANUEL
Veamos.
JOSÉ
No. Veamos primero el vuestro. No quisiera que el
mío le trastornase.
MANUEL
Se trata de un viaje...
JOSÉ
¿De un viaje?... ¿Si habrá que creer en eso que llaman
la sugestión a distancia? De viaje es el mío... (Con firme
-
za.) En esta semana me iré con María a París.
MARÍA
(Aparte.) (¡Desconfía de mí! ¡Quiere separarme de su
hermano!...)
MANUEL
(Con extraneza.) ¿En esta semana?...
JOSÉ
Me han hablado de un negocio en proyecto... Iré a
estudiarlo, y de paso cumpliré lo ofrecido a María.
MANUEL
Yo creí que irías a descansar. ¡Un viaje de negocios...
no vale la pena!...
JOSÉ
Yo siento dejarte... Pero ya sabes que puedes perma¬
necer aquí cuanto gustes. La casa está a tu disposición.
MANUEL
(
Con sequedad.) Gracias. (Aparte.) (Me echa de aquí... no
quisiera comprender por qué.)
MARÍA
(No
pudiendo contenerse
.) ¿Pero es tan urgente ese viaje?
¿No podíamos esperar?
MANUEL
(Apoyando.) El clima de París en esta estación no es
muy favorable a tu padecimiento.
JOSÉ
(Receloso.) ¡Es gracioso! Estáis de continuo porfiándo¬
me para que deje mis asuntos, salga de Madrid, procure
distraerme..., y ahora que soy yo quien lo propone, os
desagrada y os contraría.
MARÍA
(Pro íes i ando.) ¿Contrariar? No.
JOSÉ
¿Qué plan era el vuestro? ¿Ese plan que lleváis combi¬
nando días y días, en largas conversiones secretas?...
MARÍA
Secretas, no... Todo el mundo puede oirlas. Manuel
proponía un viaje por Italia...
JOSÉ
(
Con intención.) Él puede hacerlo.
MANUEL
(
Con decisión
.) Lo emprenderé esta noche mismo^
MARÍA
¿Te vas?
JOSÉ
Lleva aquí mucho tiempo... Estará aburrido.
MARÍA
Pero esta noche..., así, de improviso.
MANUEL
(A María.) (Me voy antes de que me echen.)
MARÍA
(;Ha comprendido!... ¡Me muero de vergüenza!)
MANUEL
Voy a disponerlo todo... Pronto os dejaré tranquilos.
(Sale.)
ESCENA III
JOSÉ LUIS y MARÍA
JOSÉ
(Alegre y animado
, co7no quien se ha quitado un peso de
encima
.) Así podemos marcharnos sin cuidado.,. Toma¬
remos casa en París..., podemos llevar a los criados... Tú
verás cómo allí vamos a todas partes, a teatros, a fies¬
tas... ¡Qué teatros aquéllos! ¡Qué lujo! Ya verás... Y para
vosotras tiene mayores encantos : las tiendas, los baza¬
res... ¿No me oyes?..* ¿Estás triste?... ¡Siempre triste con¬
migo!... ¿Te disgusta el viaje?... (
Impaciente, con acritud.)
¿Qué sientes dejar? ¿Por qué estás triste?
MARÍA
¡José*
Luis, lo que has hecho es horrible!... ¡Por prime¬
ra vez he tenido de qué avergonzarme! Tu hermano com¬
prende que estás celoso... ¿Qué pensará de mí? ¿Que soy
mujer de quien puede sospecharse tal infamia? ¿Has pen¬
sado en ello?... No lo has pensado, como no has visto que
días ha mi vida es un infierno, que me siento morir...,
¡que no puedo más!
JOSÉ
Donde no hay culpa, no hay recelo de que pueda ser
sospechada. Si Manuel comprende lo que pasa por mí...,
antes habrá comprendido lo que pasa por él.
MARÍA
¡Estás ciego, José Luis; estás loco! ¿Cómo nació en ti
esa sospecha?... Sólo en celoso desvarío pudiste sospe¬
char de tu hermano... ¿Pero de mí? ¡Tan cruel es la ofen¬
sa, que ni por locura puedo perdonarla! ¿Qué devaneos,
qué liviandad, qué ligereza siquiera, viste en mí, para
hacerla posible?... ¿Esa estimación te merecí?... ;a cambio
de consagrarte mi vida entera!... ¡Si no he vivido más que
para ti! ¿Sacrificada?... No; porque el cariño no se sacrifi¬
ca nunca...; complacida, porque era mi única dicha verte
dichoso a mi lado... ¡Y no lo conseguí! ¡No lo fuiste nun¬
ca! En lo que era para mí gustoso deber cumplido sin
pena, veías tú sumisión forzosa. ¿Pensaste que el amor
sólo puede vivir y gozar en una vida de fiestas, de pla¬
ceres, y que el mío no podría subsistir de otro modo?
¿No viste agrado en mí? ¿No viste virtud?... Entonces, es
que para ti fui la esclava sometida por fuerza, no la es¬
posa virtuosa, la esposa cristiana... que aun ahora, roto
el lazo de amor, humillada, ofendida... será fiel, será hon¬
rada... porque mi madre, honrada, cristiana como yo, supo
infundir en mi alma, al calor de oraciones y de besos, un
sentimiento más profundo que todos los afectos, que
todas las pasiones humanas... ¡Santo temor de Dios! Y
todavía, si él me faltase', la memoria de mi madre me
salvaría... ¡Por Dios y por mi madre, soy honrada!
JOSÉ
¡Lo eres, sí! ¡No podría dejar de creerlo! Para ti no
hubo ofensa... Es que sé cuánto vales y lo poco que val¬
go... Sé que no te merezco y temí que me robaran tu
cariño... ¡Tú no sabes cómo te quiero! ¡Nunca supe decír¬
telo!... Soy así... No quisiera que nadie conociera lo que
vales..., ¡ni tú misma!... Por eso nunca te lo dije..., ¡que
fuera yo solo a quererte... y a nadie más que a mí debie¬
ras cariño!... Egoísmo, sí...; ¡pero ^s que para mí no había
más que tu cariño en el mundo!... Desconfianza en mí,
eso eran mis celos... No debí dudar, lo sé... Perdona... Es
maldición mía dudar de todo...
MARÍA
(
Compadecida.) José Luis, llevas un odio en el corazón
que amarga tu vida.
JOSÉ
¡Por Manuel, sí!... ¡La culpa es suya!
MARÍA
No hay culpa en él.
JOSÉ
(Sin oirla
, desentrañando sus recuerdos.) ¡Siempre a tu
lado!... ¡Hostigándote contra mí, afilando sin cesar el in¬
genio para zaherirme!... Y tú, escuchándole embelesada...
(Movimiento de María.) ¡Y siempre juntos!... No salí una
vez, que al volver no le hallase en tu cuarto... y la con¬
versación había sido larga... Siempre había tres o cuatro
puntas de cigarros en el cenicero...
MARÍA
¡Hasta en eso repararon tus celos!
JOSÉ
¡Reparé en todo!... Manuel te quiere...; es seductor, es
cínico..., hay mucho escándalo en su vida... Mina con
frialdad, espera... Ahora mismo, si recuerdas las conver¬
saciones que tuvo contigo, notarás frases maliciosas en
las que no reparaste primero... De seguro te habló de
amores..., te hizo notar lo monótono y triste de nuestra
vida, te habló de otros goces, de otras emociones..., de
arte, de viajes...; puso novelas en tus manos, que habla¬
ran por él con más elocuencia... Puso cerco a tu espíritu
para rendirte... Piensa, recuerda.
MARÍA
No, no hallo culpa en él, por más que rebusco... Siem¬
pre me trató como a hermana. Eres injusto con él, José
Luis, una vez más te lo digo.
JOSÉ
¡Es que a pesar tuyo le quieres!... Subyugó tu imagi¬
nación, le comparaste conmigo... Es joven, gallardo, ob¬
sequioso, vivo de ingenio... ¡A pesar tuyo, le comparaste
conmigo!... ¡A pesar tuyo, sentiste que de los dos herma¬
nos no fuese yo el que viniera de lejos!... Acaso la idea
de mi muerte..., estoy enfermo..., libre tú, ¡oh!, seguro
estoy de que lo habéis pensado... él y tú, como lo pienso
yo... Sí, sí... Él enfrente de mí, yo a tu lado... ¡Por fuerza
ha de pensarse!
MARÍA
¡José Luis! Eso es ya locura. Si hablas así, creeré que
estás enfermo, y como a enfermo habrá que tratarte.
JOSÉ
({Enfermo? ¿Loco dices? ¡Así lo estuviera!... Por lástima
entonces habías de darme el cariño que he perdido... ¡No,
no puedes-
quererme! ¡Desdicha mía! ¡A toda costa quie¬
ro para mí todo tu cariño, y de cada vez más lo pierdo!...
¡Perdóname, María! ¡Ten lástima de mí! Si es cariño el
mío, porque es cariño; si es locura, porque es locura...,
de todos modos necesito tu amor... ¡Has sido el único de
mi vida!... Si yo supiera que te había perdido para siem¬
pre, que. mi vida era un estorbo en la tuya..., que sin mí
serías dichosa..., ¡sin dudarlo me mataría... y sin que tú
lo sospecharas para no dejarte un remordimiento en tu
felicidad!... (Llora.)
MARÍA
¡José Luis, llora! ¡Llora! Las lágrimas alivian.
ESCENA IV
Dichos y MANUEL
MANUEL
(
Desde la puerta hablando con Julián.) Sí, recógelo todo.
Haz que lo lleven al hotel... Yo iré en seguida... (Acer¬
cándose.) He dispuesto mi marcha... Vengo a deciros
adiós (
Conmovido
), a daros gracias por todo..., a pediros
perdón...
JOSÉ
(Con decisión.) Manuel... No es culpa mía. Nuestra situa¬
ción era violenta. Joven, soltero, famoso por tus aventu¬
ras, sospechoso por tu vida pasada, tu estancia en mi
casa ha dado ocasión a murmuraciones... La gente es mal
pens^cL^^^ asiduidad con mi espo-
sa, tus obsequios, eran asunto de comentarios, que yo
no podía tolerar. La honra de María está para mí antes
que todo... Mientras yo exista, nadie, por ninguna oca¬
sión, pondrá sospecha en ella, sea quien fuere... No ex¬
trañes que no te detenga, que te deje salir de mi casa de
este modo. Por fortuna tuya, para nada me necesitas...;
yo a ti, tampoco... Sé muy feliz. ¡De corazón te lo deseo!
MANUEL
(
Con arranque.) ¡Oh! ¡No puede ser! María, déjanos...
Tengo que hablar con José Luis... No puedo marcharme
sin hablarle... (María se acerca a José Luis como negándose
a dejarlos.)
JOSÉ
(A María.) Déjanos... Estoy tranquilo... Es mejor ha¬
blar claro. (Sale María.)
ESCENA V
JOSÉ LUIS y MANUEL
JOSÉ
¡Habla! Di cuanto tengas que decirme. Te escucho
tranquilo.
MANUEL
¡Si no sé qué decirte! ¡Si no sé lo que pasa por mí des¬
de que he visto claro en tu corazón!... Quise tomarlo a
risa, como genialidad tuya..., una idea disparatada que
pasó un instante por ti, sin advertirlo tú mismo, en una
sacudida de tus nervios... ¡Pero ahondar la sospecha y
espiarnos... y llegar a creerla certidumbre!... ¡Atormentar
a esa pobre niña!... ¿Qué negruras de infierno llevas en
ti, que todo lo entenebrecen?... ¿De qué infamias eres
capaz, que todas son para ti posibles?...
JOSÉ
(Fuera de si.) ¡No hay infamia de que no crea capaz a
quien nació en ella!
MANUEL
¿Qué has dicho?... ¡Repite eso que has dicho!... ¿Quién
nació infame?
JOSÉ
Si me odias como yo a ti, si odias la memoria de mi
padre como yo la del tuyo..., bastante dije. Quien usurpó
al nacer nombre y herencia, bien puede ser capaz de
traer a mi casa otra vez la deshonra y la infamia...; ya lo
oíste. Sal de mi casa.
MANUEL
(Conteniéndose a duras penas.) ¡Desdichado! ¿Lo dices?...
¿Lo pensaste?... Pues si por mis venas corriese sangre
extraña a la tuya..., una sola gota no más..., no lo dirías!...
¡Hermano, hermano! ¡Lo eres, sí! Nunca salió tan hondo
del corazón esta palabra como sale ahora, a defender
contra ti, contra su hijo, la honra de nuestra madre... ¡Oh,
pobre hermano! ¡Hermano te digo! Si ahora es cuando
me das lástima... ¡Dudar de tu madre! ¡Toda la vida en¬
roscada al corazón esa sospecha, envenenando la sangre
gota a gota!... ¡Dudar de tu madre y aborrecer en mí su
memoria! Sí, ya entiendo que no pudieras ser feliz, que
tu vida fuera perpetua condenación; sin fe en el amor,
sin confianza en el cariño, sin nada de lo que alivia la
carga abrumadora de la vida... Si digo que me das com¬
pasión, que ahora te quiero como nunca te quise... ¡Con¬
denado eterno de una duda infernal..., ven aquí, ven!...
¡Si yo voy a salvarte! (
Atrayéndole junto a si y acaricián¬
dole.)
JOSÉ
(
Separándose
.) Concluyamos. Es inútil que nos ator¬
mentemos. En un pronto, te dije... lo que me pesa ha¬
berte dicho. Pero pedías una razón a mi sospecha... Ya te
la di. Ni una palabra más... si no quieres que esa palabra
te muestre la evidencia de una culpa que para ti, por
dicha tuya, no existe.
MANUEL
¡No existe, no! Si conozco la historia, si sé a quién se
refiere..., don Gabriel, mi protector.
JOSÉ
¡Tu padre!
MANUEL
¡Así tuvieras razón! ¡A poder escogerle, no hubiera yo
escogido otro padre!... Pero escucha
: don Gabriel me
refirió muchas veces la historia, la última vez al morir,
ya expirante, y en esa hora, la eternidad abierta ante
nosotros, nadie miente. ¿Y para qué mentir?, ¡si mi cora¬
zón como a padre le veneraba! Nuestro padre tuvo celos
de su amigo, su hermano casi..., como tú los tuviste de
mí... Dudó de nuestra madre, santa, bendita..., como du¬
daste tú de María... ¿Por qué? Porque su egoísmo, como
el tuyo, era inmenso...', porque vuestro amor no es amor,
es apetito; impulso devorador, absorbente, que no tolera
voluntad ni vida propias en el ser apetecido, que ahoga
y tritura el impulso ajeno... Es tan grande vuestro egoís¬
mo, que no cabéis en vosotros. Sois como esos tiranos
conquistadores, ansiosos de poderío, a quienes no les
basta con sus dominios y rompen fronteras para avasa¬
llar al mundo entero, si pudieran... ¡Eso es amar para
vosotros! Ensanchar vuestros dominios... Así amó nues¬
tro padre, así amas tú... ¿Qué vió nuestro padre en las
relaciones de don Gabriel con nuestra madre?... Lo que
tú has visto en María y en mí, dulce simpatía de dos
corazones limpios, honrados; el afecto con que las almas
nobles se saludan al conocerse. ¿Con efusión, con entu¬
siasmo? ¡Ya lo creo! Por estos mares de la vida, entre
vaivenes y tormentas, saluda uno tanto barco pirata,
tanto pabellón extranjero, que al divisar en alta mar
nuestra bandera, el corazón pusiéramos por enseña para
responder al saludo... Don Gabriel sintió por nuestra
madre..., por su memoria me lo juró, purísimo afecto,
¡tan inmaterial, tan inefable, que ni podía tener nombre!
Fervor de creyente, entusiasmo de artista, lo más eleva¬
do del alma, esencia suya..., eso fué su pasión..., amor, si
quieres darle nombre, pero amor que a sí mismo se sa¬
crifica; amor que no puede confundirse con el egoísmo.
JOSÉ
¿El que sentiste tú por María?
MANUEL
¡El que sintió don Gabriel por nuestra madre..., el que
yo siento, sí! ¡Mi madre y María bien pueden ir juntas en
un recuerdo! Moribundo me confesó por última vez la
historia del único amor de su vida... Sabía que mi padre
dudó de la virtud de nuestra madre, que por eso nunca
me quiso como a hijo. Temió que alguien, ¡habías de ser
tú!, pusiera un día en mi corazón la duda horrible de la
honra de mi madre..., y quiso que yo supiera la verdad...,
y la verdad he dicho, como la dijo él... ¡Aquel hombre
no mintió jamás!
JOSÉ
(
Luchando consigo misino.) ¡No, no puedo!... Lo que mi
padre dijo también es sagrado para mí... Evidencia de la
sospecha, junto con un recuerdo de mi niñez, que enve¬
nenó mi vida para siempre, que secó de golpe en el
corazón el candor del mío, las ilusiones de la juventud,
envejeciéndome en un instante. ¡Un beso maldito!
MANUEL
¿Un beso? ¡Dado con paternal efusión lo sentí mil veces
sobre mi frente!... Era el mismo que don Gabriel dió a
nuestra madre, en el momento de separarse... cuando,
traspasados de angustia, sintiéronse unidos por la sospe¬
cha en común infamia. Y ante la virtuosa constancia de
la esposa mártir, ante la santidad de la virtud calumnia¬
da, fué el beso aquél, homenaje de admiración, el prime¬
ro, el único... purísimo, como la frente de nuestra ma¬
dre; santo, como su alma... Sí, le llevo aquí, sobre mi
frente... Mi noble protector, mi verdadero padre, exhaló
el alma en él... Mi madre había muerto poco antes, lejos
yo de ella... ¡Por tu madre y por mí!..., dijo al expirar, y
me besó en la frente... y murió al besarme... ¿Callas?
¿Crees en la honra de nuestra madre? ¿Crees que la mis¬
ma sangre sin mancha corre por nuestras venas..., que
soy tu hermano verdadero?... Pues un abrazo, hermano...
y ¡adiós para siempre! (Le abraza.)
ESCENA ÚLTIMA
Dichos y MARÍA
MARÍA
(Muy conmovida
.) ¡Manuel! La mano... ¡Un beso! (Le
besa.) Así, en la frente... ¡El de tu madre... José Luis!
mira... (Afrontando su mirada.) Si hubo pasión culpable
en nosotros..., ¡mátame;, duda de mí..., duda de tu madre
MANUEL
(Anonadado.) (¿Qué es esto?... ¿Qué sentí al besarme?
¿Hubo culpa en mí?... Los celos de mi hermano, ¿vieron
mejor que yo mismo en mi alma? ¡El alma dejo al sepa¬
rarme de ella!... ¡Era amor! Sí, ¡el único de mi vida!
Siento al dejarla lo que no sentí nunca... ¡Corazón trai¬
dor!... ¡Oh, lejos, lejos!) ¡Adiós! Sed muy dichosos... Per¬
donad al ave de paso si turbó la tranquilidad de vuestro
nido...
JOSÉ
(Conmovido.) ¡Adiós, hermano! (Le abraza.)
MARÍA
¡Adiós! No para siempre...
MANUEL
¡Para siempre, no!... Hasta que seamos muy viejos y
no quepan desconfianzas ni recelos entre nosotros...
Cuando no podamos dudar... ni de nosotros mismos^
Entonces volveré a buscar un rincón donde morir en el
nido ajeno. (Sale.)
Ilustración: Jana Heidersdorf
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