Una luciérnaga entre el musgo brilla
Y un astro en las alturas centellea.
Abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿Qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
Indaga y busca en lo insondable, ¡oh ciencia!
Siempre al llegar al término, ignoramos
Qué es al fin lo que acaba y lo que queda.
Arrodillada ante la tosca imagen,
Mi espíritu, abismado en lo infinito.
Impía acaso, interrogando al cielo
Y al infierno á la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
Con sus ecos responde á mis gemidos
Desde la altura, y sin esfuerzo el llanto
Baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
Lo puedes ver y comprender. Dios mío!
¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
Piadoso y compasivo
Vuelve á mis ojos la celeste venda
De la fe bienhechora que he perdido,
Y río consientas, no, que cruce errante
Huérfana y sin arrimo,
Acá abajo los yermos de la vida,
Más allá las llanadas del vacío.
Sigue tocando á muerto — y siempre mudo
É impasible el divino
Rostro del Redentor, deja que envuelto
En sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
Con sus acentos místicos
Resuena allá de la desierta nave
Bajo el arco sombrío.
Todo acabó quizás, menos mi pena,
Puñal de doble filo;
Todo, menos la duda que nos lanza
De un abismo de horror en otro abismo.
Desierto el mundo, despoblado el cielo,
Enferma el alma y en el polvo hundido
El sacro altar en donde
Se exhalaron fervientes mis suspiros.
En mil pedazos roto
Mi Dios, cayó al abismo,
Y al buscarle anhelante, sólo encuentro
La soledad inmensa del vacío.
De improviso los ángeles
Desde sus altos nichos
De mármol, me miraron tristemente
Y una voz dulce resonó en mi oído :
«Pobre alma, espera y llora
Á los pies del Altísimo;
Mas no olvides que al cielo
Nunca ha llegado el insolente grito
De un corazón que de la vil materia
Y del barro de Adán formó sus ídolos.»
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