" It is our stories tha will recreate us, when we are torn, hurt, even destroyed. It is the storyteller, the dream-maker, the myth-maker, thar is our phoenix, that reprresents us our best, and at our most creative".
Doris Lessing
Doris Lessing
Un casamiento convencional (1964)
Segunda novela de un ciclo novelístico de cinco partes, relata la breve vida matrimonial de Martha Quest. Martha es una joven africana de raza blanca y descendencia inglesa. Inconformista, desde el inicio de esta novela nos encontramos con un personaje que, apenas con cinco días de casada, siente que se ha equivocado. Desde la fiesta y la noche de bodas convertida en una noche de borracheras con otra pareja, se encuentra incómoda y fuera de lugar. Su única amiga le cae mal, pero no se anima a desairarla. Su esposo, que todos alaban, le es un desconocido. La novela comienza con la consulta con el ginecólogo, médico acostumbrado a las "histerias" de las recién casadas, y siempre con una palabra amable para consolar los miedos de estas mujeres. Martha no se siente cómoda con su casamiento, pero intentan convencerla de que todos han pasado por lo mismo, desde el juez de paz, su madre, las vecinas, sus amigas y la sociedad conformada por la clase media blanca de Sudáfrica. Martha ha tenido una adolescencia interesada por las ideas socialistas y de izquierda. Estas amistades se alejan al verla asentada en un matrimonio burgués. Ella no hace demasiado por resistirse a la corriente que la arrastra. Toda la primera parte está dedicada a esta acomodación de Martha: verse a sí misma como una mujer casada, igual a su madre, cuya sumisión a los patrones convencionales se había dispuesto combatir. La segunda parte encuentra a Martha embarazada, y nos describe con una precisión exenta de todo sentimentalismo las incomodidades, las molestias, los dolores y el arrepentimiento que constituyen los diferentes estados del embarazo y el parto. Finalmente tiene a su hija, a quien no buscó deliberadamente. No la odia, pero deberá aprender a amarla. La tercera parte está dedicada a la partida de Douglas, su esposo, hacia lo que es
Esta novela se aparta un poco de otras novelas de Lessing por ser, quizá, más naturalista, en un sentido amplio. Primero, porque el punto de vista de la protagonista ya no es el único. La autora se permite variar la visión hacia los personajes secundarios, lo que nos da una visión más abarcadora y menos subjetiva. La autora está dispuesta a considerar todos los puntos de vista: el del esposo abandonado, el del juez de paz, conservador y que, sin embargo, dice ser liberal para satisfacer una hipócrita necesidad intelectual, las amigas de Martha, su padre, su suegra. Es una novela que nos muestra sólo un fragmento, amplio, es verdad, pero sólo una parte de algo mucho más grande, una sociedad determinada: racista, hipócrita, dispuesta a todo para lograr mantener su status quo. Un tema paralelo es el conformado por el ambiente sociopolítico, del que Martha como personaje está íntimamente unida por su rol como mujer y por sus ideas. El tema de la guerra, por ejemplo, es tratado en un aspecto similar a lo que ocurre con En busca de un inglés, la guerra como un medio de beneficios económicos, de prosperidad para ciertas ciudades y clases sociales, la guerra como época de camaradería y unión desde el punto de vista interpersonal. Esta es una visión duramente crítica no de la guerra en sí misma, sino de los condicionamientos humanos, de la naturaleza humana que ve en la guerra algo horrible pero que a la vez genera sentimientos contradictorios: odio y exaltación de la fraternidad.
En esta novela de Lessing, como en muchas otras, nadie es inocente. La misma Martha se comporta casi fríamente, con un cinismo que roza la crueldad. Uno ve esto claramente cuando ella decide abandonar a su esposo, y éste aparenta derrumbarse. Pero esa frialdad es una intuición que la hace ver más allá de las actitudes de las personas. Como lectores veremos que Douglas no es tan víctima como parece, pero tampoco Martha es del todo inocente en su sumisión de tres años a ese matrimonio, que nadie la obligó a contraer. Toda la novela gira en torno a estas contradicciones de Martha: desea y no sea estar casada, desea y no desea un hijo, le agrada el trabajo político pero no se esfuerza en eso. Los acontecimientos mundiales le resultan de una contradicción flagrante. Y en realidad, nunca ha estado enamorada. Sólo cree estarlo cuando conoce a un soldado con ideas de izquierda, pero tampoco es una pasión que la conmueva completamente. Sólo está dispuesta a arriesgarse, finalmente, cuando deja a su marido y a su hija para llevar una vida más conforme a sus sensaciones. Porque no sabe en realidad qué busca, sólo sabe que su vida actual la está dañando. No pide perdón ni excusas, sólo necesita irse. No cree ser mejor que los demás, pero la culpa no es una sensación que la moleste demasiado, ya ha visto cómo los demás han intentado amoldarla a sus intereses. Ha visto que los demás especulan, trazan planes a espaldas de los demás, una hipocresía particular que proyecta hacia la sociedad en la que viven, aislando y manteniendo aparte a un sector, los nativos negros, en una especie de ghetto socioeconómico del cual les permiten salir sólo para divertirse o conformar sus cortas aspiraciones de condescendencia social. El episodio final, con el espectáculo de los chicos negros haciendo un vergonzoso papel es una muestra casi siniestra de la forma en cómo lo grotesco y el más alto cinismo es patrocinado por sólo aparentes muestras de bondad.
Lessing, con su maestría habitual, alterna entre lo personal y psicológico, lo político y lo sociológico. La conducta humana es mostrada tajantemente, pero también se medita sobre ella a través de los patrones y conflictos de una mujer, no libre ni exenta de defectos, incluso poseedora de cierta insensibilidad o egoísmo. Quizá debamos llamarla individualista, sin duda con una marcada tendencia a desconfiar de lo que ve y le dicen. Una mujer con una mirada abierta y con la necesidad de no dejarse atar de ningún modo. Lo que se llama el sentido común la ha hecho asumir responsabilidades y conductas acordes a los que el resto hace. Pero a ella le molestan las cadenas: su madre que se mete en todo e intenta controlarla, su marido que espera que ella se comporte de cierta manera, las mujeres de la buena sociedad que la miran con desconfianza porque se han enterado, aún antes que ella, de lo que piensa y hace. La contradicción es un estado de la sociedad actual, una intersección de fuerzas contrapuestas: odiamos lo que amamos, queremos libertad pero la tememos, pensar es demasiado esfuerzo y el conformismo es mucho más barato y simple. El mundo de un hogar aparentemente convencional en tan patológico y enfermizo como el resto del mundo. Lessing no utiliza la alegoría explícita, tampoco la evidente o esperable, a través de conductas paralelas o líneas argumentales relacionadas. Ella cuenta a lo largo de casi trescientas páginas como quien relata la historia personal de una amiga, pero a su vez está, para nuestra gran maravilla y nuestro gran sacudimiento, contándonos la historia del mundo actual.
Martha Quest (1964)
Primera del ciclo de novelas protagonizadas por Martha Quest, nos cuenta los primeros pasos de la protagonista saliendo de la adolescencia y enfrentando una vida sola en la ciudad. Vemos, como lo haremos en la segunda novela (Un casamiento convencional), la naturaleza rebelde, inconformista de Martha en relación con sus padres, con los parámetros de vida que ellos siguieron, y por lo tanto con el lugar que eligieron para vivir. Es una granja en África, donde la pobreza es importante si se la juzga para los cánones de vida inglesa, pero Martha descubre que para los nativos negros ella y su familia son ricos. Así, va descubriendo, o más bien conformando y confirmando ideas que ha ido aprendiendo de libros: política, historia y sociedad. Sus amigos judíos le aportan esta faceta contestataria, pero Martha se ve tironeada entre dos fuerzas: el mundo exterior al que quiere pertenecer para imponer sus ideas, y el mundo de su casa, conservador y prejuicioso. Su padre añora la época de
Aquí está el rasgo de esta Martha joven, y que se extenderá hasta la próxima novela, pero con consecuencias más complicadas. Martha es una contradicción en sí misma. Es verdad que es una mujer muy joven, con una personalidad que se está formando, y un temperamento que la lleva a ser impulsiva, pero precisamente estos rasgos son lo que sirven de instrumento a la autora para poner de manifiesto las características de la sociedad que desear estudiar y criticar. Si Martha fuese un ejemplo de virtudes, o simplemente una mujer pasiva que acepta los cánones impuestos por la sociedad, no habría conflicto. Pero desde el momento en que Martha experimenta, acepta, rechaza y acepta nuevamente, piensa, desea y se contradice al mismo tiempo, nos muestra lo que cada uno de nosotros ha vivido por cuenta propia en esa misma edad. La situación política es un escenario también acorde, una colonia británica en plena África, una especie de oasis británico que recurre a sus armas más crueles para conservar su forma de vida contra toda amenaza: los nativos, las ideas de izquierda y el mundo exterior. Para eso, cada uno de sus miembros debe colaborar, primero aceptando sumisamente su papel, en este caso como esposa y futura madre, luego protegiendo con cruel astucia esa forma de vida. Es eso, entonces, lo que los nuevos amigos de Martha hacen al humillar a Adolph, el novio judío de Martha. Es el fragmento más importante de la novela, el más clarificador para el lector y para la protagonista. Pero el efecto sobre ella no es de rebelión, sino de sumisión, no consciente, sino velada, comenzando una nueva forma de vida más convencional, más aceptada por los otros. Douglas, el hombre con el que se casará, parece el hombre perfecto para ella: comparte sus ideas, la comprende, y más que un novio parece un aliado. Pero él empieza a demostrar ciertos aspectos que se harán más explícitos en la siguiente novela. La autora muestra al personaje de Douglas como otro resultado de la contradicción contemporánea. Un hombre bueno que se aleja de Martha cuando ve que ella también se aparta de los cánones. Pero eso se verá en la segunda parte. Aquí, Douglas parece esconder algo, y a su vez mostrarse diferente en cada momento.
La maestría de Lessing conjuga las razones particulares con las generales: lo que sienten los protagonistas parece particular, pero es una proyección de la naturaleza humana en general, resultado de determinaciones propias y del ámbito en que nos desarrollamos. Un aspecto que diferencia a esta de la segunda novela, son las descripciones del ámbito rural y salvaje de la granja. Este elemento poético resalta otra de las dicotomías de Martha: odia la granja por representar la forma de vida de sus padres, pero sabe que ama las puestas de sol y el campo abierto. La atrae la ciudad con su forma de vida liberal y cosmopolita, pero se ve sometida a una nueva cadena, la crueldad más exquisita, más sofisticada, más solapada pero por eso mismo más letal.
Aunque este ciclo de novelas tienda a verse como feminista, por su punto de vista, Lessing nunca condesciende con ningún sexo. Expone las mezquindades de Martha, las ruindades de su madre, las flaquezas de su padre, la naturaleza esquiva, cerrada y esquizofrénica de su esposo, las hipocresías del juez de paz, los falsos ideales de los activistas políticos, los prejuicios raciales y de credo. Su mirada es abarcadora y ambiciosa, es colectiva y coral. A diferencia de otros autores, no se le van de las manos todos estos factores y puntos de vista. Jamás la autora se desprende de la mirada de Martha, ella está siempre en escena, y cada uno de los aspectos de la vida es explorado al pasar por los ojos de su protagonista. Martha es todas las mujeres, sin duda, pero también es todo los hombres como representante de la raza humana. Todo esto no le impide seguir siendo una mujer de características peculiares, inconfundibles, irritante y sensible, infantil y adulta al mismo tiempo. Su mirada es únicamente suya, sabemos que es Martha quien habla, piensa y siente. A través de ella vemos el mundo, que al fin de cuentas es una proyección de sí misma, y el mundo un objeto de estudio y de experimentación para ella. Un camino de ida y vuelta apenas entrevisto, naturalmente expresado por la pluma maestra de la autora. Porque eso es hacer literatura, plasmar el mundo a nuestro modo, sin que nadie piense que la voz del que habla sea otra que la de uno mismo. Me pregunto cuál es la trama secreta del oficio de Doris Lessing, cómo es que surge de su mente este entramado no argumental, sino esquemático, estilístico, o como quiera llamarse. Esta maravilla del lenguaje que soporta las traducciones y las largas lecturas, donde la fascinación no está puesta en efectos grotescos ni en golpes bajos, sino en la elegancia de la gran literatura.
Historia del general Dann y la hija de Mara, de Griot y del perro de las nieves (2005)
Hay autores prolíficos de calidad irregular, hay autores de gran calidad con obra reducida, hay múltiples variantes de todos estos factores, tantas como escritores. Pero pocos, indudablemente, son los autores que reúnan calidad permanente y obra abundante, y además que pueda decirse de ellos que ninguno de sus libros es un libro menor. Lessing es una de ellos. A los ochenta y seis años publicó esta novela, que puede clasificarse entre aquella que ha dedicado a la ficción especulativa. Los límites entre los géneros son de por sí irritantes, útiles y claros sólo cuando se habla de generalidades. Pero cuando necesitamos hacer encajar una obra en particular dentro de estas clasificaciones, siempre hay algo que falla, partes que no entran, otras que sobran o no coinciden, dejando espacios vacíos que no sabemos explicar. Sabia conocedora de esto, Lessing ha escrito libros dentro de la llamada ciencia ficción, pero nunca es fácil clasificar ninguno de sus obraa. Aun los más realistas, comparten por analogía temática o técnica narrativa diversos estilos y planos de la realidad, incluyendo la realidad que llamamos fantástica. Ella sabe que todo se trata de planos simultáneos, adjuntos en capas superpuestas y a la vez adyacentemente. Todo depende del punto de vista, y el instrumento de taladro de estas paredes es su escritura. Siempre es Lessing quien habla, es su inimitable estilo donde ella narra pero son sus personajes los que miran. Su lenguaje se involucra en la mente de los personajes, y todos ven con la destreza y la piedad de la mirada de su creadora, sin embargo son ellos mismos siempre los autores de sus vidas.
Esta novela nos habla de un mundo, probablemente la Tierra, en un futuro muy lejano, mucho después incluso de una segunda gran glaciación, el posterior deshielo y la subsiguiente sequía. El tono simple, austero, casi de parábola, común en su narrativa, es muy apto para este tipo de ficción, porque le quita toda la artificiosidad y retórica explicativa. El gran problema de la ciencia ficción es su capacidad de verosimilitud, trampa que hace caer en las explicaciones innecesarias o en el mero absurdo. Lessing narra como si estuviese contando una historia en pleno siglo XX, en su ciudad de Londres, por ejemplo. Los personajes hacen y piensan como nuestros contemporáneos, pero limitados por el ambiente que los rodea y la historia que ha determinado ese ambiente. En fin, la historia cuyo resultado es la vida de cada uno de nosotros.
El eje temático puede no ser nuevo: una sociedad que intenta reconstruirse, las habituales reyertas entre personajes prominentes, la pelea entre el bien y el mal, siempre sutilmente dada por la pluma elegante y austera de la autora. La alegoría sobre la naturaleza humana y la sociedad es evidente, pero no se convierte en moraleja ni pretende ser el eje central de la obra. Es un elemento más, como sabiamente lo sabe Doris Lessing. Lo importante es la historia en sí, y aún por encima de ella, la calidad de los personajes. Y ellos son primitivos, envidiosos, malvados, inocentes, resentidos, bondadosos, sabios, generosos. No hay un fin ni una conclusión. No hay una guerra ni un final atronador de luchas y muertes. Hay un final apacible pero no feliz, probablemente consecuencia inevitable de una paz siempre amenazada. Esta novela nos reafirma en el hecho de que los ciclos de paz y guerra son el factor común en la vida humana. La sociedad destruida que intenta sobrevivir, los niños privados de la infancia, los niños guerreros y las mujeres guerreras son personajes que podemos encontrar también en Memorias de una sobreviviente, y ésta es la sociedad que Lessing parece profetizar luego de su larga vida presenciando los avatares del siglo XX.
Otra preocupación de la autora es el pasado, la pérdida del conocimiento que alcanzaron los hombres y se ha perdido para siempre. Recuperar el pasado es una forma de reiniciar el futuro. Es la misma preocupación que vemos en Regreso a la inocencia. El futuro que nos muestra es pobre y violento, sociedades que han retrocedido e intentan reorganizarse de manera semejante a como creemos que lo hicieron los primeros hombres.
Si alguna conclusión queremos sacar de esta novela que comparte a la vez ternura y tristeza, sarcasmo y frialdad, es la eterna paradoja humana del hombre: uno y su doble (Dann el bueno y Dann el malo), bien y mal (Mara y Kira), y los redundantes ciclos de paz y guerra, sensatez e insensatez, terribles e inevitables al mismo tiempo.
En busca del inglés (1960)
Aquí tenemos otra muestra de la versatilidad de Lessing. Utilizando la excusa del ensayo, ella crea, a los 41 años de edad, una novela plenamente calificable como tal. Sin embargo, y estrictamente hablando, debería clasificarse dentro de lo que se denominan memorias. A medio camino entre el ensayo y la biografía, no se queda en estos planos, sino que profundiza la historia, la retuerce sin que el lector sienta dolor y esfuerzo, hasta convertirla en una novela. El relato está narrado en primera persona, y sabemos que es Lessing quien narra. No es un diario, es un cuento largo, como quien narra una anécdota a sus hijos o nietos, algo que pasó hace tiempo.
El texto se inicia como lo que uno espera de los comentarios de contratapa: una especie de ensayo sobre las peculiaridades del ciudadano inglés. El clima es simple, el tono recurre a la típica presentación de este tipo de libros. Pero el primer inglés que la autora describe es su propio padre, mientras toda la familia vive aún en África. Su descripción da el primer sobresalto a cualquier lector que no conozca previamente la obra de la autora. Ella describe a su padre de forma tiernamente irónica: en una mezcla de admiración y temor, funde la realidad de ese hombre rígidamente inglés con la ensoñación de una niña que imagina a su padre como un loco tirano prejuicioso. Luego dejamos el continente para acompañar a Lessing en su viaje en barco con su pequeño hijo Peter. Tenemos entonces un par de capítulos donde nos habla del viaje propiamente dicho y el avatar de su residencia transitoria pero extensa en El Cabo esperando el siguiente barco que los llevaría a Inglaterra. Ya en Londres, ella busca alojamiento y se encuentra con el primer personaje más importante de este retrato del ser inglés; Bobby Brent o Mr. Ponsonby o Mr. MacNamara. Nunca sabremos su verdadero nombre, pero sí que se trata de un estafador cuya destreza para engañar sólo se compara con su encanto para hacerlo. Lessing es víctima casi autoconsciente de este hombre, pero luego no se dejará engañar más, limitándose a seguirle la corriente para ver si puede sacar algún provecho. Doris intenta abrirse paso en la Inglaterra de posguerra, sola y con un hijo, sin casa propia y dificultades de trabajo. Intenta escribir, aunque halla casi imposible su cometido entre tantas complicaciones. Finalmente encuentra una casa de pensiones donde le alquilan primero una buhardilla en la que apenas entran sus maletas. Luego consigue otras habitaciones más cómodas en el mismo edificio, y aquí empieza el verdadero clímax del texto.
La gran mayoría de la obra transcurre en esta pensión, y es una exacta, sólida, fluidamente irritante descripción de sus habitantes. Los dueños, trabajadores de clase media, mezquinos, ambiciosos, ignorantes, la vecina de cuarto y amiga de Lessing, Rose, desencantada, algo hipócrita y confundida en su acercamiento con los hombres, nostálgica de la época de guerra donde para ella había más lealtad, más cercanía, menos complicaciones. Sabía que los hombres morían, que las familias sufrían hambre, pero ella se sentía más segura de las cosas y del mundo inmediato. Vemos pasar a otros vecinos, los Skeffington, una pareja malavenida, con una hija enferma, una madre histérica y un padre que mantiene dos familias. Los viejos, anteriores dueños de la casa, con quienes todos llevan una relación de perpetua guerra, y cuya habitación es un antro de suciedad y descuidos. La casa es una alegoría de la sociedad, donde conviven mezquindades, prejuicios, odios y amores que se confunden continuamente. Se suceden pequeñas tragedias, relaciones conflictivas entre hombre y mujer, madres e hijos. Un lugar donde se filtran los resquemores y los resentimientos políticos, la escasez se contrapone al exceso obtenido con trampas y engaños. Es un mundo que intenta sobrevivir no importa a expensas de qué o de quién. Es una sociedad de posguerra, con lo que todo ello significa, pero no muy alejada de cualquier situación actual. Porque el hincapié no está puesto exclusivamente en las consecuencias de una situación sociopolítica, sino en cómo la naturaleza humna se adapta y reacciona frente a ésta. Las características del hombre y la mujer surgen en esta pequeña sociedad así como lo hacen en toda la ciudad o en el mundo. Hacia el final, en los tres últimos capítulos, la tensión se acrecienta, la crueldad es terriblemente lasciva, tanto por lo que se dice como por lo que no se menciona. Porque como ya dijimos en otro comentario a otra novela de Lessing, la voz de la autora es casual, casi como escuchar una tragedia en la voz de un transeúnte en la calle. La voz no es fría sino exacta, y por eso mismo dura e intensamente filosa. No duele en el momento, sino después.
Esta es una novela, y la anécdota del presunto ensayo planteado apenas en el principio es sólo una excusa, un recurso que enriquece y confirma la complejidad de la mirada de la gran Doris Lessing.
Regreso a la inocencia (1956)
Escrita a los 37 años de edad, esta novela tiene, como la gran mayoría de la obra de Lessing, una temática política. Pero las clasificaciones son engañosas, la autora lo sabe, por eso su sensibilidad como escritora y su inteligencia como narradora la hacen evadirse de toda cercanía al panfleto o a la expresión de ideas. Su narrativa no es una plataforma política, ni siquiera de su propio y exclusivo pensamiento sobre el tema, sino una exploración del alma del hombre metido en la política activa. En algún momento de la novela, los inspectores encargados de evaluar la solicitud de nacionalización del personaje principal como ciudadano inglés, ya apartado de la actividad, le preguntan si su novela, ya que se trata de un escritor, es política. Él contesta que sí, como todo lo que incumbe al hombre es política, pero a la vez es humanista. Entonces le preguntan cómo, si su novela trata de política, él ahora asegura ser apolítico. Lessing, como activista primero, como pensadora y como escritora después, sabe que por más que el hombre quiera apartarse de los acontecimientos políticos, todo a su alrededor depende de éstos, toda estrategia política adoptada o por adoptar determina cómo vivimos, comemos o amamos. No podemos apartarnos de ella, podemos olvidarnos que existe por un tiempo, pero se encargará de sacudirnos con los embates cotidianos de la realidad.
La novela trata simplemente de una conversación entre una escritor de edad avanzada, exiliado, ex comunista, pero que aún conserva los ideales originales, y una chica de poco más de veinte años, fruto de la generación que luchó por los derechos de los cuales ella y sus congéneres disfrutan sin conocer el esfuerzo que requirió obtenerlos. Ella es de una generación hastiada de la política que quitó tiempo y vida a sus padres, ella está harta de la corrupción y los asesinatos, y no quiere saber nada de aquel pasado del que sólo escuchó hablar, y del que necesita desentenderse. Julia, sin embargo, no ve mucho más en su futuro; sin sus amigos inmediatos, sin sus relaciones, deambula sola por las noches, y su departamento se le antoja vacío y horrible. Su relación con Jan es ambivalente, le atrae irresistiblemente esa mezcla de hombre experimentado, ese misterio que parece esconder, y a su vez aborrece esa zona en la que ella sabe que no puede penetrar porque a él sólo pertenece, y también odia aquellas cosas y gestos que lo emparentan directamente con ese pasado del que no quiere saber nada. Pero Julia es testaruda, no reconocerá ante los demás que esa misma negativa la va definiendo, a su vez que define la relación entre ellos dos. El choque entre generaciones es otro tema común en Lessing, podemos verlo en La buena terrorista, pero acá la relación es casi inversa, la hija es la pasiva, la no activista. La inocencia de Julia en estos temas, además de determinar una actitud ingenua, es casi una garantía de idealismo, el mismo idealismo que Jan ha perdido en los incontables avatares de su generación, pero que él rescata cuando se pone a hablar del pasado. Así conocemos las incongruencias de los regímenes totalitarios y las hipocresías de los llamados democráticos. Lo único rescatable para él parece ser el recuerdo de su infancia, pero incluso cuando los restos de ésta y de su país natal, es decir, cuando su único hermano vivo viene a buscarlo, su intercambio de pareceres es irritante: todo por lo cual él luchó y debió exiliarse ahora se ha convertido en una transacción con los poderes de turno, incluso los viejos camaradas se han avenido a mejorar sus bolsillos más que sus virtudes.
Es una novela terriblemente realista, pero contada con la destreza, la agridulce escritura de Lessing, que nos tiene acostumbrados a contarnos lo más terrible con palabras comunes, como si escucháramos la conversación de dos amigas tomando el té a las cinco de la tarde en un jardín de Londres. Lessing tiene la inclasificable, la destreza casi imposible de diseccionar, de hablar de lo más cruento sin mencionarlo, pero ni siquiera puede clasificarse de indirecto su estilo, ni tampoco de oscuro. Es más bien como lo antes mencionado, como escuchar una conversación en la calle entre dos personas que hablan de un accidente y los muertos involucrados. No hay ironía premeditada, la ironía surge de la trágica ridiculez de esta serena conversación, de ese amable intercambio de palabras que lo involucran todo, el pasado y el presente, la realidad concretada a pocos metros en el tiempo o el espacio, excepto el reconocimiento de cualquier sentimiento por parte de los interlocutores. Quizá se presenten más tarde, cuando ya estén solos en el ámbito de sus casas y sus camas solitarias, pero incluso allí todos queremos evadirnos de aquello que nos hace mal, por más que sin todo eso, no seamos nada más que una partícula flotando en el futuro. Julia descubre esto: el pasado es un alimento de fuente inagotable.
Memorias de una sobreviviente (1974)
Novela futurista más que de ciencia ficción, Memorias de una sobreviviente es una compleja narración de múltiples interpretaciones. Hay un personaje central, narrador, que escribe en primera persona, describiendo en principio dos historias o situaciones bien diferentes. La primera es la real: una ciudad víctima de tiempos cambiantes en una sociedad que parece estar desintegrándose. La segunda, dentro de su casa, es implícitamente mágica o imaginativa, pero que sucede realmente a la protagonista: la pared interior de su casa se disuelve y deja ver diversas cosas: cuartos, habitaciones, personas. En la primera aparece otro personaje: Emily, una niña con un perro extraño (mezcla de perro y gato, con atribuciones de persona en su carácter), dejada allí por un hombre. Surgen entonces interconexiones entre ambos mundos: lo que se ve tras la pared son recuerdos o imágenes de la vida de Emily. A su vez, la parte real muestra la vida de la niña que va creciendo, haciéndose mayor, entablando contactos con la gente de la calle. Se están formando tribus, clanes que parten hacia regiones mejores. El alimento escasea, la autoridad pierde presencia. Ocurren desmanes y asesinatos que de a poco se van acercando a ese barrio antes tranquilo. Es una sociedad que va involucionando a un estado anterior y más salvaje. Los primeros intentos de comunas son reminiscencias de una sociedad que hacen recordar a los grupos de La buena terrorista, de la misma autora. Tenemos luego tres espacios bien diferenciados: la calle, de la que los protagonistas deben protegerse; la casa, donde ellos se refugian; y lo que está detrás de la pared. Emily va creciendo y adquiriendo liderazgo en los grupos de supervivencia. Pero estos grupos no son de adultos sino de jóvenes, y sus miembros son cada vez más niños. Los niños entonces comienzan a ser temidos por los adultos, porque han nacido en una sociedad sin educación ni guía. El tiempo de la novela, a su vez que es protagonista, no sigue el ritmo habitual. El tiempo avanza rápidamente, como si viésemos los acontecimientos de un siglo o más en unos pocos meses. Emily se ve también dividida entre dos mundos: su necesidad de vivir afuera de la casa, y su afecto por el perro y su cuidadora. Las imágenes que la protagonista ve tras la pared hablan de que Emily tuvo un hermanito que debía cuidar, y una madre sobreprotectora y rígida. Aquí la infancia es vista entonces como una prisión, un castigo, un estado de necesidad continua en busca de libertad. Los niños del subterráneo salen y matan, son primitivos, y Emily siente que debe cuidarlos. Su novio, Gerald, es otro líder cuyo idealismo parece ser un rasgo superviviente de una lejana época dorada. La familia formada por la protagonista, Emily, Gerald y el perro parece ser la unidad que finalmente sobrevive. La casa y la pared como imaginación salvadora de la soledad y de la realidad de afuera. Entonces nos preguntamos: ¿no será Emily la que nos está contando todo esto? ¿Son sus memorias? Hay un ida y vuelta permanente entre estos mundos. La autora no hace más que proyectar en espacios separados lo que cada ser humano contiene en sí mismo, la ambivalencia del entorno y el interior. Lo que deseamos y lo que debemos hacer. Lo que amamos y lo que odiamos. La infancia y la adultez. La necesidad de crecer y la negación a morir. La novela va adquiriendo un estado de angustia y tensión sutilmente manejada. La degradación del mundo exterior, la transformación del edificio de departamentos en una pequeña ciudad donde pasan a convivir comunas y comerciantes en los pisos superiores, y luego estos dejan lugar a los clanes salvajes que juntan animales para sacrificar. Es un mundo terrible, desprotegido, amenazante, donde sólo la pared que lleva a la imaginación, o a otros mundos mejores, es la única salvación. Aquí llegamos al punto crucial: ¿no será todo imaginación de Emily-narradora? ¿No serán sus recuerdos? ¿No será esta mujer solitaria en un departamento cerrado, sobreviviente, la que ve más allá de la pared el mundo como fue y como debería ser? ¿No está depositando allí la esperanza?
La elegancia del lenguaje, su sutileza, su exacta medida en el ritmo, hace sobresalir lo emocional, lo que no se dice por encima de los hechos simples. Incluso la información de lugar o tiempo, los resúmenes de hechos anteriores, que tantas veces malogran o resultan sobreimpuestos en las novelas llamadas de ciencia ficción o futuristas, están en los momentos precisos de la narración, como piezas de rompecabezas. Doris Lessing escribió esta novela a los 55 años, portadora de toda su capacidad expresiva al servicio de una historia que a su vez es alegoría, futurismo, filosofía, y también una cruel y acertada descripción de la naturaleza humana.
El hambre de Jabavu (1953)
Publicada dentro de un ciclo de novelas cortas bajo el título general de Five, esta novela lleva el nombre original de Hunger . La trama nos muestra a un nativo de una aldea africana en su viaje de maduración a la ciudad. El hambre de Jabavu se refiere a su inquietud por mejorar su estilo de vida. Es un adolescente disconforme con el esfuerzo que ve hacer a sus padres por una vida donde sólo hay pobreza y enfermedad. Se siente mejor y más fuerte que los demás, y tentado por las historias que le cuentan los que vienen de la ciudad, decide irse. Nos encontramos aquí con una narradora de 34 años que demuestra ya sus múltiples recursos literarios. Por ejemplo, utiliza un tiempo presente constante, recurso difícil y arriesgado para una narración extensa que llega a las 172 páginas; también utiliza un tono indirecto, donde los diálogos están entre comillas dentro de los párrafos. Por más que los personajes hablen, el tono es cuasi literario y deliberadamente fabulesco. Todo eso le da a la narración un aire de fábula contemporánea, acorde con la impronta de la autora, preocupada desde siempre por lo social y más que nada por la situación humana dentro de las diversas sociedades, sea ésta inglesa, africana o incluso del futuro inmediato. La realidad va ganando terreno de a poco. A medida que Jabavu se adentra en la ciudad, sus creencias se ven contrastadas por lo que encuentra. Se nota confuso: las mujeres que encuentra parecen tan tontas como las de su villa, pero pronto verá que son más engañosas; encuentra que el anonimato es un cómplice para robos fáciles de pequeños objetos, pero pronto sabrá que debe tener papeles que lo identifiquen. El hambre de Jabavu empieza como un determinismo (él ha nacido en época de hambruna, donde todo servía para comer, y esto caracterizó su forma de ser de niño y de adolescente: lo llamaban "el bocón", no solamente por comer de todo, sino por su forma de criticar y desobedecer a sus padres), luego se transforma en una necesidad inmediata de cambiar, de buscar otras cosas. Esto también acentúa el aire de alegoría de la novela. Esa hambre, de niño lo hace gracioso y extraño, de adolescente, lo hace hablar de más. Es extraño para los otros, y ese aire de extrañeza es una peculiaridad que enlaza a este personaje con otros que después vendrían en la narrativa de la autora (El quinto hijo, por ejemplo), pero esta similitud termina acá. En la ciudad él no es nadie especial, aunque tanto los buenos como los malos ven una potencialidad importante en su persona. Jabavu conserva una cierta ingenuidad que no tiene fuerza suficiente para prevalecer por encima de su orgullo de raza, o más que nada su orgullo personal. Se encuentra más fuerte que otros en la ciudad, capaz de mayores cosas, y por eso opta por los beneficios más rápidos. A pesar de encontrarse con gente que quiere adoptarlo para una causa social, él decide ir con una pandilla de ladrones que le hará ganar más dinero con menos esfuerzo y tiempo. El choque con la realidad de la ciudad demuestra la ambivalencia de su espíritu: la infancia en la aldea es dada casi como una ensoñación, no de placeres, pero sí de protección frente a todo peligro; la madurez está marcada por la desilusión, la confusión de la realidad que encuentra en la ciudad. Jabavu se ve inmerso en una trama que involucra tanto obstáculos y peligros derivados de una organización corrupta, burocrática y discriminatoria, como por los eternos sentimientos humanos de celos y ambición. Se encuentra en medio de asesinatos y víctima de una extorsión para robar al único hombre de la ciudad que ha creído en él desde el principio. Aquí el hombre blanco no es más que una organización sin sentimientos que determina una muy estrecha forma de vida para los negros. Son éstos los que participan activamente, entonces, de la vida de sus pares, para bien o para mal. Jabavu al final es castigado, pero aprende que el castigo es también un camino de llegar a la redención a través de la expiación. Aprende, sobre todo, sus propias carencias y limitaciones, sus propias debilidades de carácter. El final no es ni feliz ni trágico, sino esperanzador. El tono y el estilo de la narración están perfectamente congraciados con la temática. No es la narración de un autor naturalista, tampoco una fábula pasatista o moralista, lo más a lo que podría acercarse si queremos clasificarla de alguna manera, es a una leyenda urbana del siglo XX. ¿Una parábola, quizá?
La buena terrorista (1985)
Esta novela, publicada a los 66 años de edad de la autora, muestra a una escritora en plena y máxima madurez expresiva. Pero no es únicamente en la estructura gramatical y narrativa donde notamos esta madurez, sino en la profundidad humana, en la comprensión de almas de muy difícil traducción. Porque traducir es, quizá, un de las formas de decir en que el escritor debe adentrarse, explorar, tomar notas y recién entonces expresar lo que es la psicología, el pensamiento, el sentir y la lógica contradictoria de la conducta humana. En esta novela tenemos a una protagonista de 36 años, soltera, casi seguramente virgen todavía, militante política en la extrema izquierda, que vive en comunas de Londres. Conserva desde hace 15 años una relación no del todo precisa pero concertada con un hombre homosexual. En ella vemos la primera ambivalencia que domina la novela: Alice se ocupa por propia iniciativa y gusto de las tareas de las casas que ocupan. Se encarga de la limpieza, la cocina, el mantenimiento, la habilitación de los servicios públicos, los trámites con el Ayuntamiento. Lo ha hecho siempre y no le molesta que los demás miembros no lo hagan, incluso que subestimen estas tareas y no se lo agradezcan. Pero tampoco ella desdeña las tareas meramente políticas: disfruta de las pintadas en la calle, de las manifestaciones, y el peligro que todo esto implica, le gustan las reuniones políticas y la toma de decisiones. Ella toma el dominio de todo lo "doméstico", el manejo del dinero está a su cargo, y no escatima escrúpulos en conseguir recursos de cualquier parte. La ambivalencia del personaje no es solamente en estos aspectos doméstico/político, sino en el ámbito moral también. No se considera una ladrona, tiene sí escrúpulos en robar a quienes no conoce. Sin embargo, cuando roba dinero del bolsillo de su padre, cuando pide prestado a sus amigos o familiares acusándolos de burgueses y fascistas, cuando roba alfombras y cortinas de la casa de su madre, no cree estar haciendo algo malo: lo hace por la "causa". Si los demás no están dispuestos a estregar lo que deben por propia voluntad, ella deberá sacárselos. Este razonamiento está implícito en las acciones de la protagonista, en los pensamientos que la autora recrea en forma indirecta. Aquí está la maestría de Lessing: en ningún momento encontramos que la autora interfiera ni nos esté contando algo. Todo deviene sutilmente de la trama y de la manera en que la narradora nos envuelve en el ambiente precisamente descrito. Los personajes secundarios están hábilmente definidos: la pareja lesbiana, nunca con golpes bajos, sólo con apuntes necesarios aparentemente superficiales, para adentrarse luego al ser interior de cada una de ellas; el frágil Philip, trabajador y fracasado; Bert, el militante mediano y cumpliendo siempre papeles secundarios; Jocelyn, la fría militante que fabrica bombas, etc. Podrían enumerarse así todos los personajes, descriptos sin énfasis, como al pasar, tan certeramente como si los viésemos salir de la casa del vecino. Y es esta sensación la que nos transmite la autora: los militantes son parte de la sociedad, están inmersos en ella y de pronto saltan para echarnos en cara los innumerables defectos que los demás permitimos por comodidad e ignorancia. Pero en ellos también hay una esencia que pertenece a todos los humanos. Un factor oscuro que en sus manos, por la posibilidad de acceder a las armas, por la lógica ganada en la escuela del escepticismo y la inconformidad, puede convertirse en un arma de doble filo. Es aquí donde pasamos a otra de las ambivalencias de estos seres: lo personal se mezcla con lo político. ¿Hasta dónde el afán de justicia no es también una búsqueda personal de resolver fantasmas personales? ¿Cuál es el límite para buscar la justicia social? Está bien claro que no hay límites cuando lo que se ha inculcado en estas mentes es un fin determinado, ése y ningún otro. La destrucción y la construcción de una nueva sociedad es el objetivo declarado por la protagonista misma, aunque quizá ni ella crea en eso en realidad. Se la ve convencida, ¿pero hasta dónde es capaz de llegar para ver cumplido tal objetivo?
La trama de la novela la llevará a saberlo. En el atentado final ella no participa activamente, pero es parte del plan, ha colaborado en crearlo, ha proporcionado las condiciones para que éste pueda realizarse. Su llamado pocos minutos antes a las autoridades para denunciarlo es nada más que una excusa para tranquilizar su conciencia, acallada durante tanto tiempo por esas tareas domésticas que ocultaban su verdadero ser: que todos somos capaces de todo, o por lo menos tolerar y hacer la vista gorda a todo. Lo que busca Alice es un hogar. Ella extraña la casa de sus padres, las fiestas que ellos ofrecían. Repudia la venta de la antigua casa como si hubiese sido suya, y así era, pero en sus recuerdos. Se enoja con su madre por haberla vendido, pero no piensa que lo hizo a causa de que ella y su pareja han vivido en ella sin pagar. Alice es una niña todavía: su otra ambivalencia es la sexual. Cada vez que escucha hacer el amor a sus compañeros de casa, o que el tema del sexo se plantea en las conversaciones, ella se siente incómoda. No tolera que la toquen, su relación con Jasper es extraña: lo ama pero no lo desea. Desearía dejarlo pero no se atreve: sabe que Jasper depende de ella. Es casi una relación madre e hijo. Estos paralelismos no son casuales: política/personal, amor/sexo, mujer/matrimonio, casa/refugio. Alice desea destruir lo que cree que intenta destruirla: la sociedad, pero ésta está en sí misma también. Alice tiene la habilidad de comprender a todos, ellos se sorprenden de su sagacidad. Pero no parece comprenderse a sí misma, mucho menos analizarse ni explicar sus acciones. Ella tiene una cierta inocencia que parece más bien obstinación y torpeza. Su enfrentamiento con los problemas, la forma en que los resuelve sin escatimar el peligro, le otorgan la virtud de la valentía. Pero es una inocencia de conveniencia, que cuando choca con la responsabilidad individual, con el mero respeto por los que piensan distinto, no es capaz de justificarse y reacciona con violencia. Todo es por causa de un objetivo, de la injusticia del mundo establecido. La casa reconstruida es una alegoría a su vez de la sociedad y de Alice misma: todo luce mejor desde que ella llegó, pero las vigas del techo permanecen sin renovarse, y están podridas. ¿Techo/cabeza? La casa y quienes la habitan es una alegoría también del matrimonio que ella no tiene: Alice es la cabeza de la familia, que repara, arregla, soluciona y mantiene el calor y la comida para cuando los demás vuelven del trabajo (léase "manifestaciones").
Hacia el final hay una violencia que se ha ido acumulando a lo largo de la novela, que se traduce en que no importa el sufrimiento de los demás (tanto de las víctimas como de los victimarios), sino la “causa”. Hay ciertos paralelismos con otra magnífica novela de la autora: El quinto hijo. Si en ésta tenemos un hijo extraño que la madre llega a desconocer como propio, la madre de Alice tampoco reconoce a su hija en lo que se ha convertido. También es peculiar que haya una distancia que la sociedad (lo supuestamente “normal”) crea alrededor de los que no comprende o piensan diferentes: la comuna de militantes, los homosexuales como Jasper, los extremistas que desconocen las leyes de convivencia por afán de un objetivo insobornable. Inevitablemente, éstos deben convertirse en extraños para entender su existencia, y finalmente toman la etiqueta de monstruos para los demás. Quizá, de esa manera, se ven libres, finalmente, para cumplir con lo que deben, ya sin remordimientos, ajenos y liberados del común origen con los demás hombres.
Cuentos Europeos
Esta es una recopilación de todos sus cuentos de escenario europeo extraídos de sus libros de cuentos y novelas cortas. Ya conocemos la maestría de la autora en el ámbito de la novela, y su destreza en el cuento o short stories o nouvelles, no le va en saga. Empecemos, La otra mujer, un cuento largo extraído de su libro Five de 1953. De este libro ya hemos comentado El hambre de Jabavu, y ambos tienen un rasgo en común, un cierto estilo que parece haber cultivado Lessing en su juventud, no del todo diferente al que luego le seguiría, pero sí distinto, ni mejor ni peor, tal vez sí menos maduro si lo comparamos con sus logros posteriores. En primer lugar comparte con Hunger el tener como protagonista a un personaje de aparente inocencia y de gran disconformidad con el entorno y las enseñanzas a la que es sometido. Jabavu y Rose se equivocan pero su peculiar ingenuidad o ignorancia los hace afable con los otros. El mal que provocan nunca es deliberado, por lo menos no es consciente, pero tiene una dosis de filosa frialdad, especialmente notable en Rose, que asiste a la muerte de su madre, al rompimiento con su prometido y a toda una guerra con una fuerza desmentida por una fachada de debilidad. El tono del relato, de ingenuidad y cinismo muy sutiles, aporta un clima de fábula contemporánea, como también sucede en Hunger. Rose es una sobreviviente de dramas personales y colectivos, una mujer de aparente debilidad que sin embargo sobrevive por méritos de un orgullo personal del cual no parece darse cuenta pero que la guía por un camino donde la frialdad es necesaria y los deseos personales tienen la habilidad de reprimirse a voluntad o explayarse con una obstinación más allá del sentido común.
Los siguientes cuentos son extraídos de su libro The habit of loving. En La costumbre de amar encontramos a un hombre mayor, director de teatro, que necesita una relación permanente con una mujer. Si no es su ex esposa, es una amante que lo ha rechazado, y luego una nueva esposa muy joven. Pero esta necesidad lo lleva a ver en ellas lo que no son realmente, y el resultado es un descubrimiento fatal para él. Su joven esposa es una postulante a actriz, no del todo talentosa, y que con el tiempo va demostrando cómo es realmente, una mujer común, ordinaria, y sobre todo una persona completamente aislada de él, a quien no podrá poseer jamás completamente. Este cuento es a la vez un estudio de costumbres sociales y de intimidades personales. La búsqueda de la felicidad en la belleza, en este caso la de la mujer, la necesidad de tener a alguien al lado o lo insoportable de la soledad, la diferencia de mentalidades según las generaciones, los gustos y costumbres, el abismo entre las clases sociales, cuyas barreras a veces son sutiles pero en realidad son simas de incontable profundidad. El personaje de la hermana de su mujer, tan diferente a ella, es quizá el parangón que pone al protagonista en la realidad, como un contraste frente a la belleza de su esposa, que lo ha eclipsado sin dejarlo ver su verdadero entorno. Hay quienes llegan a la edad madura con la mirada de un niño, quienes viven en su mundo y los demás tienden a no desengañarlos por lástima. George, el protagonista, es uno de ellos. En La mujer tenemos dos viejos veteranos, uno ex militar y otro un civil, que conversan en la terraza de un hotel sobre sus respectivas experiencias amorosas. Ambos se miran con recelo, son enemigos aparentes, pero la soledad y el deseo común por una de las empleadas jóvenes los une transitoriamente. Ellos comparten entonces un recuerdo que resulta casi común, el haber tenido una de sus primeras experiencias sexuales con una mujer mayor, la cual, además, había escapado de su marido para quedar embarazada de algún amante. La empleada ahora los mira con descaro, sabiendo que está en sus manos el herir el orgullo de esos dos viejos. No se priva de hacerlo al demostrar sus favores a un chico de su edad que pasa en bicicleta. Los hombres se regodean en ese recuerdo común y, quizá, inventado. A través del túnel es un relato que se aparta en algo del tópico de la relación hombre-mujer. Cuenta la historia de un chico de vacaciones en la playa, y con el afán de imitar a los muchachos mayores, se expone a un grave peligro de muerte al atravesar un túnel bajo el agua. Es un relato elegante y sutil sobre el crecimiento y la madurez. Aquí vemos que Lessing, habitualmente feminista en su mirada, es también capaz de inmiscuirse en los deseos innatos de un adolescente varón. En Placer tenemos un matrimonio que viaja fuera de Inglaterra. Es un relato que aparenta contar simplemente una anécdota graciosa sobre los problemas de viajar, pero Lessing incorpora elementos más complejos: las relaciones internacionales luego de la guerra, la forma y el resquemor con que todos miran a Alemania, y también es una especie de tratado sobre un matrimonio más acostumbrado que enamorado, las diferencias abismales que se van formando entre los miembros de la pareja y que no quieren o evitan ver de frente. La mujer, más asentada y pasiva, el hombre que descubre un pasatiempo, el buceo, que lo hace recuperar las sensaciones de la juventud. El día que murió Stalin es otro relato donde se mezcla lo político con lo personal. Aquí se cuenta la historia de la prima de la narradora, que debe sacarse unas fotos, y la relación conflictiva con su madre. Ambas resultan ser casi iguales, de ahí las peleas cotidianas, pero esta relación-simbiosis es sólo un argumento de fondo para mostrar una situación contemporánea: el día que esto sucede llegan noticias de la muerte de Stalin. Entonces, entre las peleas de madre e hija, se cuelan opiniones convencionales y estrechas sobre la guerra y sus líderes. Lessing se dedica acá a una crítica cínica sobre la opinión de la clase media inglesa. Vino y Él son dos relatos cortas donde predomina el tema de la relación hombre-mujer. La mirada de Lessing es crítica con ambos a la vez. No hay generalizaciones para ella, pero algunos de sus personajes muestran lazos emocionales casi imposibles de romper. Cuando se ha amado a alguien alguna vez, parece decirnos, por más que el odio haya sucedido al amor, el lazo sigue estando, y es un lazo de doble cara. Lo que dice la mujer al final de Él involucra toda una filosofía que podría encerrar las costumbres de muchos siglos, y especialmente del siglo XX: “Si quiero conservarlo, nunca podré decir lo que pienso, nunca podré decir la verdad”. O en Vino: “ …Y luego ella se hundió en la tristeza, hasta que fue capaz de resistirla, y en él se encendió una chispa de crueldad”. El ojo de Dios en el Paraíso es un cuento excepcional. Comienza siendo casi un relato de viaje desventurado de un matrimonio inglés por tierras germanas, con los habituales sinsabores económicos y de incomprensión del alma alemana. Luego se convierte casi en un ensayo sobre la culpa o la inocencia del pueblo y su responsabilidad frente a sus líderes durante la guerra. La pareja, ambos doctores, se encuentra con un médico que quiere ganarse sus favores para realizar su deseo de vivir en Inglaterra o en América. La historia mezcla reflexiones sobre el alma alemana y el castigo al que la expone el resto del mundo a la vez que se van sucediendo personajes que representan o no al verdadero ciudadano. La pareja pasa de la verborragia de este doctor fascista, que luego parece no ser tan fanático, hasta una hotelera amable y campechana que se desespera por servirlos, por considerar a los ingleses superiores. Pero el relato toma otro cariz cuando aparece el director del instituto que van a visitar. Es un hospital psiquiátrico, y el director es un ser peculiar, que durante seis meses al año se interna en su propio hospital. Los recibe con gran amabilidad, pero no parece demasiado interesado por mostrar sus logros científicos. Este hombre se entusiasma cuando la pareja se interesa por los cuadros que él pinta. Son cuadros extraños, con una polaridad evidente, algunos son oscuros y terribles, otros muestran una paz beatífica. Otra peculiaridad es que sólo pueden apreciarse a cierta distancia, fuera de la cual sólo se ven pinceladas sin sentido. Cuando finalmente accede a hacer un recorrido por el lugar, el matrimonio de médicos ve pabellones de hombres, mujeres y niños, aislados unos de los otros, sin contacto de ningún tipo en ningún momento. Los adultos parecen sufrir, los niños están encerrados con camisas de fuerza. La pareja se horroriza de aquello, y el director comprende su punto de vista, pero expone el suyo: no hay curaciones, dice, para qué exponerlos a más sufrimiento. La pareja ha oído decir que el doctor trabajó allí durante la guerra, y se pregunta si hizo concesiones bajo el régimen. El pabellón de niños es su respuesta, allí están todos aquellos que según las leyes, debieron haber sido exterminados por sus defectos y deformidades. Es un cuento terriblemente hermoso por la crueldad descarnada con que muestra la naturaleza humana. Toda relación es una muerte en sí misma, es un sufrimiento inconsolable; sólo existe, parece decirnos, el aislamiento y la vida vegetativa como símbolo de una supervivencia necesaria.
Los siguientes cuentos fueron extraídos de su libro Un hombre y dos mujeres (1963). Aquí Lessing ya tiene 44 años, y explora los múltiples factores y características de la relación hombre-mujer. En Seleccionada para una entrevista tenemos a un escritor fracasado devenido en periodista, que debe hacer una entrevista a una escenógrafa y diseñadora exitosa. El problema es que para él la entrevista no debe ser sino una conquista sexual, convirtiéndose con los minutos en una necesidad de reafirmación de su virilidad y su atractivo personal, superficiales muestras de una angustiosa y oculta necesidad interior. Para ella, vista en la situación de aceptar o ser violada, acepta acostarse con él a fin de terminar con el asunto de una vez por todas. Pero él no ha contado con esta resignada indiferencia, para él un triunfo habría sido la total resistencia o la total entrega. Finalmente, ese trámite obligatorio que para ella representó aquella noche ya ha pasado, convertida en una anécdota molesta pero risible, es para él una enorme y terrible humillación. Este cuento es típico de la forma en que Lessing es capaz de mostrar las ríspidas y complejas relaciones entre un hombre y una mujer, sus dobles sentidos: apariencia y verdadero sentimiento, necesidad y repulsión, atracción y rechazo. El amor y el sexo parecen ir por una misma ruta pero en direcciones contrarias, susceptibles a muchos otros factores como el orgullo, el rencor, la necesidad de posesión y el desprecio. Una mujer en la azotea es otra muestra cruel del mismo tema. Tres trabajadores están cumpliendo su tarea en una terraza, y ven cómo una mujer muy bella está tomando sol en una azotea vecina. El cuento es una sucesión de las reacciones de los tres hombres: el adolescente, excitado y dominado por la ensoñación, el adulto casado, atraído por la mujer pero a la que vitupera precisamente por esa razón, el hombre viejo y experimentado, que mira todo eso con resignación y calma. Finalmente, se nos muestra cómo la mujer, habituada a esas situaciones, al acoso y las miradas de los hombres, ha adoptado un general signo despectivo hacia todos ellos, pero es al chico al que más le chocará, porque para él ella no es solamente una mujer con la que ha soñado en la noches, sino un ideal que luego de ese día, deberá bajar de su alto pedestal. Cómo perdí al fin mi corazón tiene un tratamiento más poético tanto en el lenguaje como en la estructura. Una mujer narra su experiencia con los hombres, la forma en que conoció a uno y luego ha abandonado por otro. Lo peculiar es que su forma de decirlo no es sentimental, sino casi matemática por momentos, no fría, sí analítica. Pero este tratamiento se va convirtiendo en una especie de mirada nostálgica y la alegoría toma lugar inmediatamente: su corazón, para no sufrir, debe ser arrancado, envuelto en papel metálico, y desechado. El relato da un giro importante hacia la segunda mitad, cuando la protagonista viaja en tren y ve a una mujer que habla sola, echando culpas a un amante imaginario. Esta es, entonces, la oportunidad que encuentra para regalar su corazón. Lo envuelve en papel y lo deja en el asiento vacío junto a la mujer trastornada. En Un hombre y dos mujeres el tema que nos ocupa recibe un tratamiento tan cruel como poético. Es una mezcla sutil tanto de disección de las relaciones interpersonales como de compasión por las limitaciones y angustias humanas. Se trata de dos matrimonios muy unidos. En este caso la mujer cuyo marido se encuentra en viaje de negocios, visita a su matrimonio amigo, que acaba de tener a su primer hijo. Se encuentra con una situación algo tensa por el trabajo doméstico y las sensaciones que está sufriendo el matrimonio. La reciente madre tiene un humor sarcástico, y obliga a su marido y a su amiga a explayarse hacia terrenos ríspidos, sobre la condición de la mujer, el hombre y el ser humano en general. Ellos comprenden por lo que ella está pasando, pero no deja de serles molesto y sentir resentimiento. El tema de las infidelidades es expuesto sin tapujos, y lo que comienza siendo una broma por parte de ella, se ve concretado en el plano de los deseos entre el marido y la amiga. La situación no pasa de eso, un roce de pieles, unos labios que rozan una mejilla, pero el deseo interrumpido es como una piedra que difícilmente podrán sacarse del pecho de cada uno. Una habitación es un relato muy corto donde una mujer visita una habitación, en la que tras una detallista descripción de lugar, empieza a ver lo que está más allá del tiempo. No es un relato fantástico, sino una mera ensoñación diurna que recuerda inevitablemente a la habitación de una novela de la misma autora: Memorias de una sobreviviente. Inglaterra contra Inglaterra cambia la temática pero no el hecho del conflicto entre dos fuerzas. En este caso se trata de la confrontación de dos culturas o clases sociales dentro de un mismo país. El hijo de un minero se va estudiar a la ciudad. Cuando regresa, se da cuenta que ya no es como los demás. Incluso su familia, a pesar de amarlo, le recrimina ciertas actitudes que no comprende, y él ya no puede dejar de verlos como personajes retóricos y llenos de hipocresías morales y antiguas. La segunda mitad del cuento encuentra al protagonista de regreso y compartiendo el tren con una pareja del campo y una chica de ciudad. La conversación que se traba entre ellos es ridículamente burlesca e insidiosa por parte del muchacho, como si de esa manera se estuviese vengando de sus padres, que lo han convertido en alguien superior pero al mismo tiempo que no ha pedido ser. Dos alfareros es un cuento especialmente poético. El elemento onírico no es una excusa ni el factor principal del relato, sino un instrumento para la alegoría sutil y delicada, evidente pero nunca grotesca ni forzada. Una escritora relata su sueño sobre un viejo alfarero a una amiga, alfarera también, pero de carácter práctico y escéptico. Lentamente la amiga se deja penetrar por esta historia del sueño, la va analizando e incorpora sus supuestas discrepancias a su propia vida. Por qué no crea, se dice, un conejo de barro para convertirlo en realidad, lo mismo que hizo el viejo alfarero del cuento. Sueño y realidad se alimentan mutuamente, y el resultado es una simbiosis donde el sueño toma un cariz más concreto que la realidad. Entre hombres retoma el tema habitual, en la voz de dos mujeres profesionales, solteras, no comprometidas más que con la pareja del momento. Pero ambas se dan cuenta que su actitud no es muy distinta a la de un mujeriego que se queda solo al pasar los años. Ellas ya no son jóvenes, pero su aspecto físico parece mejorar cuando han sido abandonadas o han dejado a alguien, porque es entonces cuando están otra vez disponibles y su belleza resalta, con ayuda de cosméticos y peluquería mediante. Saben, sin embargo, que deben sobrevivir en un mundo de hombres cuya ventaja es la de no tener a su cuerpo tan demasiado en contra como les sucede a ellas, el tiempo no los estropea demasiado, y en cambio las mujeres jóvenes se ven atraídas hacia ellos. Deciden, entonces aliarse y ya no pelearse entre sí por las mismas parejas. El relato en casi una conversación entre dos mujeres que pueden estar completamente lejanas a nuestra experiencia y situación, pero que bajo la mirada de Lessing se convierten en seres de carne y hueso absolutamente comprensibles, por más que estemos o no de acuerdo con ellas y su carácter. En La habitación diecinueve tenemos a una mujer, esposa y madre de familia aparentemente feliz, pero que en determinado momento empieza a sentir que algo no anda bien. No su esposo, comprensivo y cariñoso, de quien puede sospechar alguna infidelidad, pero no de su amor. Tampoco está descontenta de sus hijos ni de su forma de vida. Simplemente empieza a sentir que necesita estar sola. Primero son unas horas en una habitación de su propia casa, luego una habitación de hotel donde pasará cada vez más tiempo y más días de la semana. Solamente para estar sola. Su familia no la entiende y cree que está enferma o tiene un amante. Ella deja que ellos crean en eso. De algún modo, ella se está vaciando de sí misma, se está despojando de sus sentimientos hasta sentir que su pecho se vacía, tan sola debe estar, que ni siquiera la idea de estar con ella misma es tolerable. El final es demoledor. Uno de los cuentos más terribles y más bellos, más precisos y angustiantes de Lessing, describiendo un alma conflictuada con su propia existencia. En Nuestra amiga Judith encontramos algo semejante, pero menos autodestructivo. En este caso, la mujer también defiende su individualidad, hasta el punto de despojarse de toda relación que no considera absolutamente sincera. Con ella no existen las hipocresías ni los utilitarismos. Las amistades que tolera se mantienen por la misma razón por la que puede tener un amante, el sentimiento transitorio, que puede interrumpirse cuando éste cesa por una razón interna o ajena. Por lo tanto, es una soledad elegida y aceptada. Cada cual trata otra vez el tema hombre/ mujer, pero esta vez es un caso de incesto entre hermanos, consciente, aceptado, y casi tolerado por las parejas de cada uno. Obviamente, la delicada maestría de Lessing nos aparta de toda obscenidad o mal gusto, dejando simplemente una mirada sobria y precisa del caso. Homenaje a Isacc Babel recupera la inocencia de la mirada cuando centra el protagonismo sobre una adolescente y su primer amor. Es un cuento poético, breve y bello. En Ante el ministerio entramos al mundo de los hombres de la política. La pluma de Lessing, habitualmente precisa y suficiente en este terreno, aborda las conversaciones de estos políticos describiendo una conversación previa a una reunión sumamente importante, sus contradicciones y sus debilidades. Diálogo narra la visita que hace una mujer a un sujeto que está aparentemente encerrado en un lugar. El sitio no aparece descripto como una cárcel o un nosocomio, y el ambiente es ambiguamente futurista (como en Dos alfareros). Esta ambivalencia colabora para el clima pseudo-filosófico del diálogo de esta pareja, donde se habla de Dios, del hombre y de la muerte. El edificio al que ella entra comparte cierta similitud alegórica con El Castillo de Kafka, pero es sólo una reminiscencia lejana. Lo que interesa es lo que éste representa, una sombra que perseguirá a la protagonista vaya a donde vaya. Apuntes para un caso histórico describe a una mujer que podríamos llamar típica luego de la liberación femenina. Su belleza la hace merecedora de ciertos privilegios que ella sabrá aprovechar tanto en su trabajo como en sus relaciones. Tendrá a su disposición a los jóvenes más atractivos y ricos, y ella podrá desecharlos a su antojo. Su actitud es de una despreocupación total por el sentimiento de los demás, que simplemente son instrumentos para su propia satisfacción. Pero como en muchos personajes de Lessing, esta actitud no representa maldad ni egoísmo, sólo una especie de supervivencia. Finalmente, ella caerá víctima de su propio juego al desestimar al menos prometedor de sus pretendientes, pero también al arriesgar como en un juego de azar, en un no del todo inconsciente pedido de ayuda, la seguridad que veía en el pretendiente más rico y prometedor.
Los siguientes cuentos fueron extraídos de su colección de 1972: The story of a non-marrying man, y su común denominador es la tendencia hacia la crónica y el análisis, peros sobre todo la descripción, utilizados como método narrativo. Junto a la fuente cuenta una historia casi de leyenda oriental, con el tono apropiado a ella, entre alegoría y fábula. Un hombre común, tallador de joyas hace consciente a una joven rica de su verdadero valor como persona y no como objeto dentro de una sociedad que utiliza a las mujeres como mercancía de intercambio. Por supuesto, el tratamiento está por completo alejado de todo panfleto o ideología, y la poesía sutil, precisa y medida colabora a dar a este relato un clima a medio camino entre la realidad y la leyenda. Método de extrema dificultad que Lessing maneja con maestría, como ya vimos en Dos alfareros. En Una carta de amor no enviada la narradora es una actriz de trayectoria que intenta explicar la diferencia entre lo que se ve y se cree de ella como actriz, es decir, la máscara y la afectación, la promiscuidad y la hipocresía, con lo que realmente ella es, una mujer con un amor imposible, no confesado, que es, sin embargo, el alimento para su espíritu y sus actuaciones. Un año en Regent’s Park puede definirse como un relato, ya que no hay una trama determinada, sino que se basa en la descripción del parque a través de los cambios a lo largo de todo un año. Aquí la descripción cumple la función narrativa, siendo el parque el protagonista que va cambiando, igual que lo hace un personaje de carne y hueso, de sensaciones que sólo conocemos por sus diferentes manifestaciones de color y climas. Lo curioso en Lessing, es que este tipo de relatos siempre conserva un trasfondo que le da vida propia, haciendo intuir al lector que lo meramente descriptivo es sólo una excusa para transmitir algo más profundo. El final del relato, de algún modo confirma esto, más allá del absoluto disfrute de lo poético de su confección. La señora Fortescue relata el despertar no sólo sexual sino a madurez de un adolescente: la mujer que alquila el desván en la casa de sus padres, y que hasta ahora creyó una señora tan respetable como su madre, es en realidad una prostituta. Pero este descubrimiento conlleva no sólo un aspecto externo, sino el descubrimiento de sus propios rincones oscuros, con la insinuación del incesto. Ventajas colaterales de una profesión honorable regresa al tema de la actuación y las diversas personalidades que un actor es capaz de encarnar, pero que cada uno toma como métodos de vida en cada momento de su vida. Lo peculiar de este relato es su estructura: una mezcla de crónica donde la narradora intercala ejemplos de otras historias o personajes relacionados, donde los nombres de los protagonistas son arbitrarios, bautizándolos con ejemplos tan comunes como si fueran sólo conejillos de indias que utiliza para demostrar algo. En Una anciana y su gato regresamos al cuento más convencional para narrar una historia de connotaciones sociales. Como siempre, lo social es anecdótico, por más que tenga fuerza ideológica, para transmitir una historia de vida que va más allá incluso de lo particular, mostrando con crudeza pero con enorme belleza lo fútil de la naturaleza humana. Leones, hojas, rosas…y El otro jardín son dos relatos descriptivos donde el tema, aparente, es el recorrido por un zoológico en el primer caso y por un jardín en el otro. El objetivo tras estas historias es hablar de lo que se esconde tras los que vemos, otro paisaje, otros animales, otras épocas. Informe sobre la ciudad amenazada es un relato que podría clasificarse dentro del género de la ciencia ficción. Trata sobre el informe de una civilización extraterrestre sobre las reacciones de los habitantes de una zona de
Los últimos dos cuentos son de 1992 y 1994. El suéter italiano habla de una pareja cuyos miembros descubren, por separado, los deseos y sueños que sus vidas comunes les impedirán cumplir. No es sólo un relato sobre la inconformidad social, sino también sobre la existencia, la ambivalencia inherente a cada ser humano, la infelicidad subyacente en cada situación feliz. Reflexiones sobre un casi humano nos trae la voz de un Yeti o “eslabón perdido”. Esta criatura relata sus incursiones en una comunidad humana de hombres y mujeres corrientes, y luego su vuelta con sus semejantes. Con el tiempo, se da cuenta de que ya no pertenece a ninguna de ambas comunidades, porque la suya ya no le conforma y nunca podrá pertenecer del todo a la adoptada. Este relato, como gran cantidad de los cuentos y novelas de Lessing, trata diversos tópicos: la reacción frente a lo diferente, los abismos sociales (o generacionales), el presentimiento de algo interior y cierto, incontestable, que no se puede evadir, un algo, como un dolor, que podrá salvarnos definitivamente si antes no nos destruye.
Cerco de tierra (1965)
Cuarta novela del ciclo dedicado al personaje de Martha Quest, aquí encontramos a la protagonista a los 24 años de edad. Ya está dedicada a pleno a su tarea de activista política en los grupos de izquierda. Está casada con Anton Hesse, judío alemán que ha huido de las persecuciones del nazismo, pero es un matrimonio por conveniencia para que Anton consiga la nacionalidad inglesa. El padre de Martha, a su vez, está muy enfermo y pronto a morir. La hija de Martha tiene ahora cinco años, vive con su padre, que se ha vuelto a casar, y visita a sus abuelos maternos cuando Martha no está. Todos están de acuerdo en que no es conveniente que la niña sepa que Martha es su madre, y ella se hace llamar tía. La madre de Martha tiende a sembrar remordimientos en el ánimo de su hija, por eso Martha tiene sentimientos encontrados con respecto a su propia hija. Sabe que cuando decidió abandonarla lo hizo para dejarla libre de la influencia, buena o mala, que ejercen los padres, pero al final de esta novela ella no está segura de cuáles fueron sus verdaderos sentimientos, y cuáles son los actuales en relación con su hija. Su propia relación con su madre, tan caótica y conflictiva por esa barrera de convencionalismos e hipocresías que encuentra en la vieja señora Quest, la confirma en su conducta. Pero Martha es una mujer que está madurando, y el hecho mismo de que se la considera miembro de la vieja guardia activista por los nuevos miembros de izquierda, demuestra un crecimiento paralelo, tanto emocional como físico. En esta novela, encontramos a una Martha más asentada en sus sentimientos. Sus deseos, si bien contradictorios, no la perturban demasiado. Está casada, pero considera que Anton no es su marido, y los hombres que frecuenta por su actividad son posibles amantes que ella tiene para elegir. Finalmente se enamora de Thomas, el único hombre que ella considera su verdadero amor hasta ese momento. Aquí vemos a una Martha más relajada, inmersa en una situación más densa pero que ella acepta con madurez, y con el cinismo como arma de protección. Las relaciones interpersonales son tratadas aquí sin medias tintas ni falsos moralismos. Los matrimonios de conveniencia son amistades sin contratiempos, y sus miembros libres de tener amantes. Las parejas de trabajo están expuestas a relaciones sexuales esporádicas sin que ello implique compromiso alguno. Esta situación se ve confrontada con las rígidas leyes sociales de la colonia, en manos de la vieja generación, de la cual el juez Maynard y su esposa son sus representantes principales. Y este punto nos lleva a hablar de la situación social, como escenario dentro de cual se mueven todos estos personajes. La guerra ha terminado, y ya no es, como en las dos primeras novelas, algo que sucede muy lejos y de la cual los gobiernos y grandes empresas obtienen beneficios, sino un conjunto de estadísticas confirmadas por los muertos que regresan. Aquí hay un sabor amargo en las reuniones de los activistas, muchos de ellos ex combatientes. La anterior ideología se tiñe de cinismo y desilusión, para regresar armada con la fuerza de la ironía y una crueldad exacerbada. Hay enfrentamientos entre socialistas y comunistas, especialmente en la forma de encarar el futuro entre los viejos y nuevos camaradas. Por primera vez, los esfuerzos de la izquierda ven resultados en el comienzo de una huelga a la que los sindicalistas obligan a entrar a los cafres o nativos negros. Los líderes blancos y negros de estas agrupaciones se ven continuamente cambiados por intereses personales, cuya causa es la búsqueda del poder más que el interés por el bienestar de los nativos africanos. La desilusión por la corrupción del comunismo en Rusia hace que los seguidores desplacen su objetivo hacia la nueva zona de influencia:
Esta novela supera a las anteriores por el tratamiento poético de su lenguaje. Contiene algunos de los fragmentos más bellos escritos por Lessing, más emocionales dentro de su habitual estilo escueto, distante. Estos momentos son cuando habla de sus recuerdos de la granja de su padre, de la muerte de éste, de los resultados de la guerra, del amor en general, y sobre todo del mar. Porque para Martha el mar es el medio de liberación por el cual llegará a Inglaterra. Los sueños son importantes en esta novela, a su vez proféticos (cuando sueña con el destino y muerte de Thomas) como también de expresiones de deseos (el mar e Inglaterra). Aquí, Lessing conjuga magistralmente lo personal con lo colectivo. Uno de los episodios finales, la huelga en ciernes y la histeria colectiva de los blancos muestra con únicamente lo necesario la frustrante situación de la colonia, la segregación y la casi indestructible barrera del racismo. Lessing logra un equilibrio exacto entre los actos personales y la formación emocional de Martha con el crecimiento del conflicto social. Como si en ambos hubiese habido un algo que necesitaba expresarse y estallar. En Martha, el amor logra su expresión de una manera intensa pero equilibrada, en la colonia el conflicto humano por la libertad y los ideales rompe sus limitaciones y se mostrará desde ahora, con violencia. Martha sabe, como se lo dijo Thomas antes de morir, que la guerra nunca ha finalizado.
Hector Tizón
Cuentos completos
Tizón ha publicado cinco colecciones de cuentos. La primera de ellas data de 1960, de sus 31 años de edad, con el nombre de A un costado de los rieles. Estos dieciséis relatos son en su mayoría textos cortos, de una medida exacta para el efecto que quieren transmitir, un lenguaje ajustado y de asentado estilo literario. Sus temas son fuertes, como por ejemplo la muerte ligada al asesinato como instrumento de una pasión humana o como recurso por parte de un poder político militar (Gemelos, Ahora te toca a ti). La mirada del autor no es consecuente ni tampoco calificativa. Se limita a mostrar los hechos sin acentuar los tonos ya de por sí cruentos. No hay frialdad en el lenguaje, porque éste se ve confeccionado y teñido con los leves efectos del escenario y la descripción exacta de los personajes. En estos cuentos hay una mirada patética a los seres indefensos, tanto física como mentalmente (Fuegos artificiales, El hijo de Belcebú), hay relatos de una enorme ternura llenos de poesía (El circo, que se alinea en el tono de Tini de Wernicke y El hombrecito de los azulejos de Mujica Láinez; y El llamado).
El segundo libro, publicado doce años después, en 1972, a los 43 años, es El jactancioso y la bella. En este libro el autor va ganando espacio y encontramos mayor desarrollo en los cuentos. Se mantiene un estilo y se conserva intacta la calidad expresiva, pero los tramas son más complejas, más desarrolladas, y por lo tanto vemos un mayor aprovechamiento tanto de la riqueza del tema como de la destreza narrativa del autor. El cuento que da título al libro es uno de los mejores de Tizón. Aquí vemos a estos personajes ambiguos cuyo origen desconocemos, que aparecen en un pueblo para cambiar la vida rutinaria de sus pobladores. Luego se irán, pero dejando su impronta y su misterio, su leyenda, que será objeto de relatos orales hasta mucho después de su partida. Lo importante, en fin, no es la trama exacta y perfecta con esa vuelta de tuerca del final, sino que esta disposición narrativa se ve completada, complementada sería más exacto, por la pintura de los personajes, nunca del todo definidos, dibujados tan delicadamente como en caligrafía pero manteniendo zonas indefinidas, no del todo dichas, ocultas deliberada pero no engañosamente. Hasta dónde contar, se pregunta el autor cuando escribe, decir lo necesario como un puente que el lector no se da cuenta que está cruzando, hasta que ve por sus propios medios lo que el autor le ha insinuado, le ha permitido construir otorgándole los elementos necesarios. La pintura de personajes es un rasgo fuerte en Tizón, ellos tienen la medida precisa para su definición, ni exagera ni falta lo necesario. En El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar, encontramos una serios de hombres en un bar de pueblo de provincia, allí cada uno vive en su mundo, hasta que sus destinos se van entrecruzando en un final trágicamente bello y triste, donde los fracasos no constituyen un final perdido, sino una variación más poética de sus vidas. En Los indios aparece el tema del pasado y la infancia (ya en el primer libro con el primer cuento, Ligero y tibio, como un sueño, el pasado es tema preponderante en la narrativa de Tizón, y más adelante tomará dominio casi exclusivo en sus relatos), este es un cuento extraño, que nos conduce por caminos fantásticos o alegóricos crueles (la alegoría al estilo de Buzzatti y Kafka tiñen los relatos cortos del primer libro) y cambia luego hacia otros senderos oníricos, no menos inconscientes en realidad, ni menos inquietantes. Hace recordar a El señor de las moscas de Golding. En La gata hay un tratamiento semejante, lo que parece no es del todo así: ¿el animal salvaje que mata niños es tal o es simplemente la gata cuyo gatitos el protagonista ha matado, y que luego escapó, resentida?
En su tercer libro de cuentos (El traidor venerado), de 1978 y a los 49 años de edad, confirma sus recursos expresivos y los lleva a su máximo desarrollo. Los relatos son muy variados en temática pero vuelven a los mismos ítems habituales, las pasiones humanas, el crimen, el poder político. El paisaje aquí es protagonista no por sí mismo, sino como identificación con las características de los personajes. Si en su último libro de cuentos el pasado y el presente son el rasgo común, en éste el lugar y los personajes constituyen una misma entidad. Las tramas son ambiguas y precisas a la vez, evita, incluso, si queremos ser estrictos, ciertas arbitrariedades en que caían los relatos cortos del primer libro. No hay alegorías sino el contundente peso de los hechos, pero cuya aridez, como la del paisaje, es tan poéticamente terrible y hermosa como los paisajes. Los personajes parecen estar predestinados no tanto por el pasado, sino por sus propias personalidades. Cada uno sigue un camino del que no puede evadirse, habitualmente triste y con fracasos que llevan a la tragedia. Pero la piedad del autor por sus personajes no está en la mirada, austera y precisa, necesariamente cruel, sino en la forma que traduce su interioridad, con un lenguaje rayano en lo poético.
Tizón publicó una recopilación de sus relatos anteriores en 1984, Recuento, a los 55 años, agregando tres cuentos nuevos. Los tres están prácticamente dedicados al tema de la dictadura militar, pero sin caer en el facilismo ni en la literatura política. En uno hay un matrimonio que espera la llamada del hijo desaparecido, en otro un muchacho de provincia busca a un pariente lejano en una ciudad dominada por la sensación de persecución y paranoia, por último, un profesor universitario se da caza a sí mismo al verse perseguido por fuerzas amenazadoras.
En el quinto libro de cuentos, El gallo blanco, en 1992 y con 63 años de edad, encontramos la misma calidad y el mismo estilo que en los demás, pero el desarrollo de los temas es todavía más complejo y profundo, ahondando psicológicamente en el entramado de los hechos. Las acciones guardan su propia explicación, su propia lógica enfermiza, su propio crecimiento alterado. El pasado va ganando preponderancia, hasta tomar el mismo nivel en importancia que el presente. El pasado y la familia es la pareja temática por antonomasia en esta colección, el clima de los relatos es el lugar donde ocurren y la familia que los protagoniza, ambos no pueden disociarse, espacio y tiempo son una misma sustancia. La familia es a la vez un recuerdo y un estado actual de incertidumbre y confusión: no tiene significado presente más que en su relación con el pasado. El cuento Retrato de familia es el ejemplo típico de este entramado. Los temas secundarios son las rígidas convenciones sociales y las pasiones que tratan de romper estos límites. A su vez aparecen temas derivados como los ritos urbanos o rurales, por ejemplo la cacería y el duelo en el relato La caza, un cuento extraordinariamente narrado en dos historias paralelas, tal vez el mejor cuento de Tizón. En El gallo blanco se trata el tema de la superstición y los ritos de la vida y muerte, tomando el lenguaje y la estructura una forma confusa y onírica, donde el pasado vuelve y se mezcla con el presente al punto que ambos son una misma cosa indiscernible. Somos el pasado, y con él debemos vivir, parece decirnos el autor. Nunca podremos deshacernos de él, ni siquiera el olvido es capaz de borrar sus huellas.
Thomas Mann
Señor y perro (1918)
Este libro podría considerarse una obra menor de Thomas Mann, si por menor entendemos no algo de poca calidad literaria, sino de pretensiones más limitadas. Con la rigurosidad y la elegancia típicas de Mann, el autor ha decidido contarnos sus impresiones y sentimientos con respecto a uno de sus perros, en este caso un perdiguero. Su ritmo en ameno, su humor es tierno e inteligente a la vez, su visión es nostálgica y tierna. El tema le sirve para reflexionar sobre la relación entre hombres y animales y de allí extrapolarla a su relación con la naturaleza en general, y el uso que el hombre hace del espacio natural. La relación es armoniosa, parece concluir, siempre y cuando de ambos lados no se presenten situaciones extremas y de supervivencia, por supuesto. La caza no es justificada en modo alguno, e incluso los leves rasgos de salvajismo del perro al cazar perdices chocan con la sensibilidad del autor. Sin embargo, hay un dejo de nostalgia por una época y un lugar que el tiempo y el progreso irá destruyendo lentamente: las familias aristocráticas y la serena paciencia de los campesinos. Estos temas, tan caros al autor, son entrevistos en los paseos que realiza con su perro. Es un género que no puede clasificarse ni de ensayo ni de memorias, tal vez simplemente de relato aparentemente trivial, como un descanso mental, un trabajo sólo un poco más fácil entre otras grandes obras. Un trabajo a modo de reflexión y comentario, pero no por eso carente de la lucidez típica de Mann.
Como posdata, menciono un libro semejante de Manuel Mujica Lainez: Cecil, donde la estructura es prácticamente igual y el resultado igualmente entrañable, sólo que en ese caso se trata de un lebrel y las anécdotas están más relacionadas con la visión del arte que con la naturaleza. ¿Acaso no son lo mismo, entonces, vistas por la perspectiva del hombre? ¿No son recíprocas sus relaciones? Al hombre, alejado de la naturaleza, le queda el arte para interpretarla y recrearla.
De la estirpe de Odín (Compilación por Katharina Mann de 1952)
Estos cuentos de Mann son asombrosos. Los personajes en su mayoría luchan con sí mismos más que con sus semejantes. La causa de esto es la clásica dicotomía entre arte y vida. Los protagonistas se sienten apartados del mundo, y lo más terrible es que mientras más intentos hacen por asemejarse a los demás, más diferentes y ridículos resultan. La sensación de aislamiento es por lo tanto inevitable e irremediable. Algunos deciden sobrevivir del modo más cruel (haciendo ver así el lado que según Mann menciona en La montaña mágica, mueve y rectifica al mundo, dándole vida) como en el cuento De la estirpe de Odín; otros continúan sobrellevando su fracaso, como Tonio Kroger (emparentado con Los Buddenbrook) o el personaje de El payas; alguno opta por el suicidio, como en el impecable relato El pequeño señor Friedman. En El armario ropero se adentra en lo fantástico de manera espléndida. En La gran pelea, reaparece un personaje de Tonio Kroger, herr Knak, personaje hasta cierto punto ridículo que también debe sobrellevar ser distinto y sobrevivir en la sociedad a fuerza de pequeñas batallas. El tema de la sexualidad ambigua se vislumbra en De la estirpe de Odín y en el personaje de Knak, lo cual concuerda con esa zona intermedia donde los personajes se mueven sin llegar a sentirse cómodos jamás. En fin, estos relatos hablan de seres humanos y sus conflictos más profundos e irreconciliables con una vida feliz. La dicotomía tal vez sea arte/vida, a mí se me ocurre que quizá sea individuo/comunidad. Barreras casi siempre infranqueables.
Los Buddenbrook (1902)
Los Buddenbrook es quizá la primera gran novela del siglo XX. Nos habla de una familia del siglo anterior en el transcurso de cincuenta años, pero a diferencia que lo que podría hacerlo Dickens o Jane Austen, su tratamiento no es contemporáneo a lo que narra, y por lo tanto su visión se acerca a la crónica y la saga familiares, de las que tan tristemente se ha abusado luego, con los folletines y las telenovelas. Digamos que es la primera gran novela de la familia de clase burguesa y comerciante, encumbrada en su prestigio por el rápido ascenso y los éxitos comerciales. A este primer elemento se le aplica la tan mentada ley de la evolución, cara a los alemanes del la primera mitad del siglo. Es decir, la pureza de distinción se va degradando con el tiempo. Las generaciones se van desgastando, y así como hay ejemplares dignos y fuertes en una familia, están allí también los rezagados, los tontos o los fracasados. Esto no desentona con otra línea temática de Mann: la dicotomía arte/vida, que en el caso de los hermanos Buddenbrook se da como practicidad y comercio/arte o indefinición, y también salud/enfermedad. Pero como toda época, o ser orgánico y biológico tiene su período de auge, y según dice muy bien Thomas Buddenbrook, la enfermedad ya se está incubando cuando la salud muestra su apogeo, como esas estrellas cuya luz vemos en el cielo pero que ya están muertas hace mucho tiempo. El tema social está representado por el encumbramiento y el reconocimiento que los éxitos comerciales tienen siempre por encima de otras consideraciones más esenciales o profundas: el título de senador puede ser conseguido simplemente por merecimientos de destreza comercial o factores de aparente decencia personal y familiar. El tema de la revolución obrera ronda algunas páginas pero no logra derribar el edificio sólidamente fundado de esta familia.
El bastión final de los Buddenbrook, Hanno, es un personaje típico de Mann, débil físicamente, vive en continuo miedo a la vida: la escuela y sus compañeros, la opinión de su padre, todo esto representa exigencias que él sabe que no puede cumplir. Sus visiones nocturnas son extrañas, la escena del funeral de la abuela, sintiendo que ese cuerpo parece un muñeco de cera que la ha reemplazado, es un pensamiento clásico de estos personajes. Sólo la música parece hacerlo feliz, y sin embargo sabe y sabemos que tampoco descollará en este terreno Para él es un instrumento nada más, un lenguaje que lo ayuda a comprender lo que los demás no saben explicarle.
El personaje de Antoine Budenbrook es el contrapeso, trágico e infantil a la vez, representante de una mayor fuerza que la de los varones de la familia, si como fuerza nombramos a la capacidad de sobrellevar las tragedias y los sinsabores como cosas que simplemente pasan y quedan en el pasado. Los hombres de esta novela son lastimosamente nostálgicos y conflictivos, las mujeres más prácticas pero no por eso menos profundamente arraigadas en el sentimiento trágico. Esta novela es eficaz, a pesar de la relativa inmadurez de ciertos temas más adelante mejor desarrollados (como en La montaña mágica), por la simbiosis entre personajes, ideas y hechos: los personajes son el ambiente, los hechos que realizan y sus propios pensamientos a la vez. Esto, es me parece, la base primordial de toda novela que pretenda la excelencia.
La montaña mágica (1924)
Es un lugar para escapar de las responsabilidades de la vida, es entrar a la vida al darnos cuenta de la muerte cercana. La enfermedad, nos dice la novela, es un acicate del cuerpo, lo hace vivir. ¿Quién está completamente sano, física, mental o emocionalmente? Nuestro estado es un equilibrio delicado entre múltiples factores, somos una máquina permanentemente afectada por miles de amenazas y atentados. Y a veces esa máquina se cansa de defenderse.
La montaña mágica desarrolla algunos temas ya vistos en Los Buddenbrook. Hay algunos pasajes que coinciden en su semejanza e intención, por ejemplo en el funeral de la abuela de Hanno y el funeral del abuelo de Castorp. En ambos casos al niño le impresiona el cuerpo del muerto como si fuera un muñeco que ha reemplazado a su familiar. También Hanno y Castorp tienen similares experiencias sobre el paso del tiempo: uno durante sus vacaciones en la playa, el otro durante sus primeras semanas de estadía en el sanatorio. Esto nos lleva a hablar sobre el tema del tiempo, central en el desarrollo de la novela. Se habla del tiempo a través de los personajes y del mismo autor. El tiempo no como una medida exacta, sino como una sensación puramente particular, y que comprende no algo tan inatrapable e incierto como el paso de las horas, sino el tiempo como conciencia de los cambios fundamentales en las personas, y no tanto en las cosas. La enfermedad como una sensación de estado más que un conjunto de signos y síntomas, como la fiebre, tan recalcitrante a ser comprendida o valorada según sus causas reales. Lo único real en esta montaña es que un día estamos y al otro hemos desaparecido para los que quedan. La enfermedad o la vida son costumbres, y a ambas nos habituamos. No hay estado al que no nos sometamos con el paso del tiempo. Otra dualidad está expresada en los personajes de Settembrini y Naphta: en el primero la idea del progreso y la ciencia, del iluminismo y el positivismo; en el segundo la idea de la religión como fundamento absoluto, la rigidez en las ideas y el oscurantismo. Dos posiciones que reúnen la mayoría de las concepciones sociales y filosóficas del hombre. Dos actitudes ante la vida y la muerte.
El amor de Castorp hacia Claudia es complejo. Como todo amor, es un idealismo. Reconoce en Claudia aspectos que lo desconciertan, pero su amor es mantenido y preservado de la realidad por los recuerdos del amor que concibió desde la infancia. La dualidad del amor: real e imaginario a la vez. El amor dura por haber sido preconcebido, por la belleza sobrepuesta a la realidad de la razón. El amor por el otro es también el amor por uno mismo. Un hombre ama a una mujer y a su vez ama al hombre que está en esa mujer. Hay ciertos rasgos homosexuales implícitos en los personajes: Castorp, Ziemssen, Krokovsky. Hay escasos matrimonios mencionados, y hay desavenencias o indiferencia en sus miembros. La promiscuidad es tolerada pero no mencionada, lo mismo que la muerte, cuyo tema de sobremesa no está bien visto. Quizá a Castorp la enfermedad le permitió encontrar el amor, pero también la muerte, porque el amor nos duele, así como la enfermedad, y ambos nos hacen consciente de la vida. Nos hacen temer por la pérdida de aquello a lo que nos aferramos.
Esta novela de casi 1000 páginas es una alegoría del mundo, un símbolo no de la vida, sino de nuestra idea de la vida. El tiempo pasa a veces lerdo y a veces rápido, hay humor y hay fragmentos de terrible belleza y conmoción. La sesión espiritista donde Castorp llama al espíritu de su primo muerto, constituye el climax emocional de la novela.
La montaña mágica es ficción y es filosofía al mismo tiempo. Una amalgama como el hombre, inabarcable en su multiplicidad, profunda en sus logros emocionales y artísticos, inconclusa en sus respuestas a los planteos de la vida. Genera más preguntas que resultados, pero nos hace conscientes, como la enfermedad, de ese miedo que sólo la contemplación de algo bello puede hacernos tolerable.
Jonathan Franzen
Zona Templada (2005)
Este texto de Franzen no es un cuento o relato tradicional. Fue publicado en una antología de ensayos de jóvenes autores, y tampoco es un ensayo propiamente dicho. El eje temático es el que sigue: el narrador, un niño de diez años, cuenta una pelea familiar entre su hermano mayor y su padre. Entre la ida de la casa del hermano y su regreso, el autor se explaya en describir su infancia, íntimamente relacionada con la lectura de las historietas de Charlie Brown y su perro Snoopy. Habla del autor de la historieta y su infancia semejante a la de sus personajes, habla de cómo la sociedad norteamericana, inmersa en la realidad brusca de los hippies, la revolución social y la guerra de Vietnam, había encontrado estas historietas como medio de entretenimiento masivo. No como medio de evasión, sino como lo dice el autor, una forma de resguardo y una esperanza, porque en las historietas hasta la ira es divertida y la inseguridad digna de amarse. Porque todo puede ser resuelto en unos pocos cuadros, y la vida es menos terrible si se la ve desde otro punto de vista. La infancia es un espacio de muchos miedos: la fantasía es una rama de doble filo, nos hace construir y destruir. Lo que tocamos puede ser deshecho fácilmente, y el miedo viene de eso: la fragilidad de las cosas. Nunca más como en la infancia estaremos tan sensibles a estas desapariciones y muertes cotidianas. Y el autor se siente culpable de muchas cosas: de lo que hizo y no hizo. Y esta culpa se traslada a la adultez, cuando somos padres. De allí la rigidez de los padres. Las peleas familiares que surgen de pequeñas tonterías se conviertan en enormes conflictos porque cada palabra es capaz de herir más que la anterior, y a veces las heridas son irreparables, solo cubiertas para olvidarlas por un tiempo. El humor está allí para salvar situaciones: cuando somos capaces de reírnos de nosotros, cuando alguien nos hace una broma luego de una pelea, eso no es trivialidad, sino una forma menos difícil de reconciliación. Esto es lo que nos cuenta Franzen, ávido de contarnos los conflictos familiares, agudamente sagaz en esta materia, como lo hizo con Las correcciones, aunque en la novela no hay conciliación posible entre los miembros de la familia, el resentimiento y las diferencias sólo son cubiertas con mantos de situaciones cotidianas que parecen tener el simple fin de no rozar las heridas para no recordar que todavía están allí.
Las correcciones (2001)
Un padre anciano en progresiva degradación por una enfermedad neurológica. Una madre de ideas inflexibles y de notoria necedad. Tres hijos: uno profesor y escritor fracasado, que busca hacer las correcciones de una obra de teatro impresentable; otro exitoso en el comercio y con familia, pero inconforme con haber cumplido con los que los demás esperaban de él; la hija, de profesión incierta, exitosa como chef, pero ambigua y desorientada en sus preferencias sexuales.
Enconos entres los hermanos varones, sumisión e inconformismo de la hermana hacia ellos, relación conflictiva entre la hija y la madre, relación obsesiva entre la hija y el padre, decepción de la madre con respecto a sus hijos, incomprensión entre el hijo casado y su esposa, exigencias del hijo hacia los padres, inversión de papeles. Toda esta enumeración, que podría incrementarse sustancialmente, son sólo nombres que intentan clasificar lo que sucede en esta familia. Lo que transcurre en el medio es el tiempo y los recuerdos de la infancia: imágenes del padre, orgulloso de su trabajo y sus ideas, la imagen de la madre, dedicada a la tarea de criar hijos y cuidar del hogar, sin otra opción alguna, los juegos entre los hermanos que lentamente se fueron apartando a medida que el orgullo invadía las rencillas cotidianas. Las frustraciones del crecimiento son inevitables, así como inevitables son los procesos de echar culpas en algún momento a quienes nos criaron. Bien o mal, este es el proceso de convivencia de una familia común y corriente. Podría ser la de cualquiera, en todo ámbito o circunstancia. Porque no se trata sólo de motivos o actos que nos marcan y causan el efecto, es decir, la personalidad de cada uno en la familia, sino los íntimos sentimientos individuales e incomunicables de cada miembro. Cómo forzar la formación de lazos cuando hay tijeras que de pronto aparecen a mano, cómo forzar la convivencia de gente con los mismos genes pero tan diferente entre sí. Quizá los iguales se rechacen, como la imagen del espejo que nunca puede ser atravesada. Los resquemores se acumulan y la tolerancia cede y se rinde. A veces deja lugar a un rencor muy parecido al odio. Pero la gente muere y los sobrevivientes recuerdan, y hasta ese recuerdo se va perdiendo junto al amor o al rencor que hemos sentido por ellos. Siempre es tarde, me parece, para arrepentirse, siempre hay una culpa que permanece. Los sobrevivientes entonces cambian, como la madre al morir su esposo, cruda verdad: los que se fueron ya no pueden lastimarnos.
Impecable tratamiento de personajes, lenguaje exquisito, narración que nunca decae en atención y poesía, a pesar de que son únicamente las aventuras cotidianas de una familia común y corriente. Profundidad humana y lucidez extrema en el tratamiento del punto de vista de cada personaje. Franzen es cada uno de ellos, desde un viejo enfermo hasta una lesbiana. Esta novela es una radiografía de la clase media contemporánea y un análisis exhaustivo de la condición humana.
Tobias Wolff
Cazadores en la nieve (1981)
Primer libro de cuentos del escritor norteamericano nacido en 1945. Estos relatos abarcan una gama de personajes bastante amplia: hay profesores universitarios, estudiantes aspirantes a la universidad, camioneros que salen de cacería, un matrimonio cualquiera que observa la casa del vecino como si fuera propia, otro matrimonio que festeja sus bodas de oro en un crucero, un veterano de Vietnam. Lo común a estos personajes es una cierta característica que marca sus vidas en algún momento, no trágicamente, sino de forma tan silenciosa que ni ellos se dan cuenta de lo que han hecho. Porque no podemos hablar de que les han sucedido cosas, sino que ellos han optado en algún momento por ellas, como quien aplasta una cucaracha en la cocina. Todos lo hacemos para vivir mejor, para sobrevivir a la degradación que a cada instante comienza a acumularse si nos descuidamos. Y si no somos nosotros quienes matamos, otro nos lo hará a nosotros. Esto tiene un paralelismo con el relato de los veteranos de Vietnam (Wingfield), aunque en este cuento la supervivencia se da por cauces inesperados y no violentos: cómo el soldado más perezoso e imbécil ha logrado sobrevivir cuando otros más inteligentes no lo hicieron. En la ciudad y la vida cotidiana, todos realizamos proezas semejantes, pero siempre a costa de otro: en La casa de al lado, los protagonistas tienen piedad de la esposa maltratada del vecino hasta que ven cómo ella y él luego se besan descarada y obscenamente, entonces la piedad ya no tiene lugar, sino la desaprobación. Cazadores en la nieve es un relato más cruento, donde la tragedia ocurrida deviene en una cuasi comedia cuando quienes deben llevar al herido al hospital, se detienen en cada bar del camino para calentarse el cuerpo con cerveza. En Bienes terrenales tenemos un personaje que habitualmente llamamos "perdedor", aquel que quiere hacer bien las cosas, aquel que se contenta con la palabra dada, se empecina en sus principios o quiere pensar bien de los demás, resulta ridículo y pedante a la vista de la mediocridad general, y finalmente se convierte en objeto de encono y blanco de personas sin escrúpulos. La pareja anciana de Primera travesía festeja sus bodas de oro, cuya celebración sólo es motivo para que surja, en forma muda y sin que ninguno esté dispuesto a reconocerlo, la ya intuida decepción mutua. El ámbito académico es quizá el menos violento pero quizá por ello el más severo de estos casos: estudiantes que traicionan a sus compañeros para obtener las ventajas de una amistad que los ayude a hacer carrera, profesores que humillan a una aspirante a un cargo para cumplir sólo con los reglamentos. Y este último relato, En el jardín de los mártires norteamericanos, es a la vez el más expresivamente cruento y a la vez el más poético. El discurso final de la profesora aspirante es muy bello y estremecedor. Esta poesía prevalece en Caza furtiva y El mentiroso, en ambos el punto de vista familiar y de la niñez expresa los miedos y lo terrible del crecimiento y de la convivencia. A diferencia de otro gran disector de la clase media actual, Jonathan Franzen, Tobias Wolff, por lo menos en estos relatos, da una visión más esperanzada. Para él, parece decirnos, a veces sí hay conciliación.
Gustave Flaubert
Madame Bovary (1857)
¿Cuáles son los elementos para construir una obra maestra? La mayoría de las veces surgen de la forma menos esperada, buscando otra cosa, teniendo en mente otros objetivos menos pretenciosos. Flaubert se había propuesto escribir sobre un tema que en realidad despreciaba: reflejar la mentalidad mediocre de los medioburgueses de provincia. Para ello utilizó un lenguaje simple para obtener por fin un éxito de ventas. Recurrió a efectos y recursos melodramáticos que creyó garantizarían la lectura masiva. El resultado, si bien fue como él lo esperaba en cuanto a la obra en sí misma, tuvo repercusiones muy diferentes y ajenas a la calidad de la obra. Hubo escándalo, críticas y adulaciones por igual; hubo, finalmente, éxito de ventas. Flaubert recurrió a un argumento melodramático muy típico de la novela del siglo XVIII, utilizó recursos estructurales que rozan la parodia por momentos, y un lenguaje muy directo para la moda de la época, donde el autor prácticamente desaparecía en las acciones continuas de los personajes. Las descripciones son limitadas y levemente sensitivas, y casi no hay comparaciones. Hay saltos de escena que sobresaltan al lector, y todo es permanente acción. Todo surge del clima y el ambiente. Pero el principal logro es el haber delineado tan sutilmente la psicología de los personajes con tan escasos recursos.
Emma Bovary es el primero y principal de los típicos personajes flaubertianos: es aquella que no sabe ubicarse, finalmente, en ningún medio. Está perdida, porque en realidad quizá no sabe lo que desea, porque cuando cree obtenerlo, no es feliz. Típica alegoría de la vida, filosofía existencial escondida en los caprichosos y mediocres cambios de ánimo de una mujer de provincia francesa en pleno siglo XIX. Emma se ha buscado sus tragedias, ha sido mala con su esposo, ha sido engañada por sus amantes, pero Emma está perdida en su propio cuerpo. Su mente sueña con las novelas burguesas del siglo anterior, lo mismo que Don Quijote en sus novelas de caballería. Ella busca y aspira otro mundo, como el Quijote, pero mientras él quiere servir a los demás, ella quiere obtener beneficios. Poco le importan los otros, y si se ha casado, es porque no veían nada mejor en su porvenir de provincia.
¿Bovary es tan tonto como parece, hasta el punto del ridículo? En gran parte de la novela así nos parece, incluso ni siquiera tiene una verdadera vocación de médico que lo justifique. Él ha estudiado medicina así como Emma se ha casado, casi por la inercia de la vida.
Todos fingen en Madame Bovary. Ella pretende ser mejor, siempre, él trata de conformarla, los amantes de Emma buscan los beneficios de la lujuria el primero, y de la educación sentimental, el otro. Los personajes sufren suspendidos en un medio lleno de neblinas. No ven más allá del largo de sus brazos. Los últimos capítulos, luego de la muerte de Emma, sobresale el clima de la época. El individuo se ha ido perdiendo y difuminado cada vez más a lo largo de la novela. Ellos se pierden, en cambio la sociedad crece, representada por el farmacéutico, quien parece sobrevivir y triunfar por sobre toda contingencia, aún del fracaso que hizo vivir a Bovary. Es boticario, practica la medicina ilegalmente, escribe el periódico del pueblo, hace transacciones políticas y tranza con el poder de turno. La familia Bovary se extingue rápidamente, como absorbida por una sociedad que no tolera la pasividad y la duda, las ensoñaciones de un mundo decadente.
En la excelente película de Chabrol se sigue la novela al pie de la letra, pero se exceptúan los dos últimos capítulos. Fiel a su estilo, Chabrol pone énfasis en la personalidad de Emma: cada individuo construye su propio fin, es lo que nos dicen siempre sus películas. Por eso la personalidad de Bovary pierde algo de su trascendencia: en la novela él descubre la infidelidad de su mujer, y sin embargo, insiste en no creer. A pesar de todo, su alma y su conciencia siguen siendo fieles a la memoria de Emma. Esto lo eleva por encima del piso en el que estuvo arrastrándose a lo largo del texto, porque es capaz de perdonar y amar, su ingenuidad adquiere tintes más sublimes. Ni siquiera se habla de perdón, sino de le indeclinable fe en su esposa.
Flaubert escribió esta novela a los 36 años de edad.
La educación sentimental (1869)
Flaubert analiza aquí a otro de sus personajes típicos, aquellos que vienen de provincias y aspiran a abrirse paso en Paris, tener como querida a alguna condesa y hacer fortuna. El problema es que Moreau no tiene destreza para hacerlo. Las cosas le salen mal, no sabe moverse ni realizar trampas demasiado bien concertadas para sacar provecho. Además, se enamora de una mujer casada con un empresario que a lo largo de la novela irá decayendo económicamente. Ese amor es lo único que respeta, lo único que finalmente parece redimirlo. Pero como en todo Flaubert, las intenciones y las psicologías son ambiguas. No hay, como en Madame Bovary, un clima de tensión y de tragedia inminente. Aquí todo se desarrolla dentro de hábitos cotidianos, pero no menos mezquinos y mediocres. Moreau deja ver su naturaleza mezquina y oportunista, su mejor amigo trata de sacar provecho de lo que Federico parece dejar de lado por momentos. Tres mujeres se interesan por Moreau, pero ninguna está realmente enamorada de él. La única cuya virtud parece invulnerable es la señora casada de clase media, y aún así esa virtud resulta ficticia en muchos fragmentos de la novela. Como en Bovary, todos fingen a su manera. Nadie se salva de una cierta hipocresía, tal vez el precio que todos pagamos por sobrevivir en la sociedad. En algún fragmento, Flaubert reflexiona a través de su personaje, y dice que siempre hay algo que se oculta aún a los seres más queridos, aún en una pareja hay algo que no se dice por no lastimarla, y no sentirse a su vez lastimado.
En La educación sentimental el marco social y político es relevante, sin opacar el desarrollo personal de los protagonistas, es más un marco que acompaña y afirma las características de sus acciones. Como diciendo que las traiciones de una época revolucionaria son semejantes a las relaciones entre hombres y mujeres. Nada hay diferente en la naturaleza humana, sea en el ámbito político o sentimental. Se sabe que Flaubert era algo descreído de los cambios sociales que proclamaba el proletariado, no por defender un conservadurismo a ultranza, sino como quien sospecha de toda acción humana.
Hay finalmente una tragedia, la muerte del niño que Federico tiene con su amante, pero la reacción del padre es de una indiferencia cruel. Sólo parece redimirse cuando renuncia a casarse con la noble, cuya fortuna lo espera, cuando compra los bienes que la enamorada de Federico ha debido vender al arruinarse. Sin embargo, no lamenta demasiado esta renuncia. No ha amado realmente más que a una, y el espíritu de su juventud reaparece ya más maduro y golpeado para realizar un acto de renuncia que al fin de cuentas no tiene más mérito que el de responder a un desprecio mutuo. Pero para él, cuyos fracasos son como los fracasos de un ladrón menor, es ya bastante, y por eso el lector no puede despreciarlo del todo. Flaubert hace queribles a sus personajes, mezquinos y traicioneros, ingenuos en su estúpida vanidad. Muy parecidos a cualquiera de nosotros. Federico y su amigo terminan solos, como al iniciarse la novela, y sólo encuentran una breve anécdota que los hermana sin condicionamientos ni hipocresías: la vez que fueron a un prostíbulo y debieron huir de miedo cuando enfrentaron a las mujeres con las iban a acostarse. Ellos se ríen de eso ahora, pero añoran la gracia y la transparencia de aquella temprana época, antes de su verdadera educación sentimental.
Salambó (1862)
Esta novela trata del sitio de Cartago por parte de los mercenarios que la misma república había contratado para ayudar en el combate contra los romanos. La guerra ha terminado y se realiza un festín excepcional, y los habitantes y el gobierno de Cartago creen conformar las aspiraciones de los bárbaros con vino, mujeres y alimentos. Esa noche pasó y ellos se retiran de los muros de la ciudad, pero son espoleados por Spendius, ex esclavo, para que reclamen la paga prometida. Incita al principal capitán de su legión, Matho, para enfrentar a Cartago. Llegan emisarios y embajadores que intentan excusarse, diciendo que la guerra ha agotado las riquezas. Finalmente los bárbaros deciden atacar Cartago. Simultáneamente, la hija de Amilcar, rey de Cartago, es vista por Matho,y él queda irremediablemente enamorado de ella, a tal punto que la única fuerza que le queda después de verla es la que lo hace combatir a la república. La escena y el monólogo de Matho describiendo aquello que aún no sabe con certeza pero presiente, es de las más bellas jamás escritas, un discurso digno del mejor Shakespeare. El tiempo pasa y las batallas se suceden. El velo de la diosa Tanit, protectora de Cartago, es robado por Matho y Spendius, confiando que esta afrenta desmoralice a la república. Amilcar ve humillada a su hija, de quien se dice ha sido seducida por Matho, y esto la lleva a recuperar el velo para redimirse. Ella cruza la frontera y entra a la tienda de Matho. Lo seduce para quitarle el velo, y cuando el se rinde a ella, Salambó se lo quita y luego huye. Matho decide combatir más que nunca para vengarse de Cartago y sus habitantes. Las batallas se suceden con ventajas para unos y para otros alternativamente. Ambos pierden hombres y equipos. Finalmente, el triunfo es para Amilcar. Pero Salambó, justo antes de ser desposada con uno de los capitanes principales, Nar-Havas, muere por haber sido uno de los mortales que tocaron el velo de la diosa.
Mucho sorprendió a los contemporáneos de Flaubert el argumento de esta novela. Acostumbrados a la literatura de costumbres, fue shockeante encontrarse con una novela que transcurría en épocas tan remotas y escrita en un estilo tan cruento y tomándose tantas licencias históricas. Porque no es un documento, es ficción, como si Flaubert hubiese inventado cada uno de los episodios. No hay rasgos de historicismo ni documentalismo apergaminado ni mera información. Es acción pura y desarrollo exacto y detallado de los hechos como los han vivido los personajes. Ellos son tan vívidos y concretamente humanos como Emma Bovary, ellos sienten pasiones y están inconformes con la educación que han recibido. Salambó se pregunta por los dioses, si realmente no pueden ser cuestionadas; Matho, hombre de guerra, se ve impelido a pelear aún cuando quizá desearía vivir en paz; Spendius permanentemente quiere demostrar la inteligencia de su origen griego y por lo tanto denostar a quienes lo hicieron esclavo alguna vez. Amilcar Barca parece ser la única fuerza imperecedera, la inteligencia y la destreza por encima de los sabios sacerdotes, él mantiene el orgullo y el honor de la ciudad incólumes. El lenguaje de Salambó es cruento y sin antecedentes para la época. Es épico y poético, sin nada que envidiarle a Homero. Es más, nos parece estar leyendo a Homero con la pulcritud gramatical de los monólogos de Shakespeare. Las descripciones de las batallas, las armas y artefactos de guerra, los animales utilizados están detallada y bellamente descriptos. La muerte y las heridas, las decapitaciones y amputaciones, los cadáveres carcomidos por las aves de presa, todo esto está escrito con un lenguaje que aún hoy resulta impactante y tenebrosamente bello. Cuántos autores del siglo XX, habituados a describir groseramente y con mal gusto, podrían aprender de Flaubert. Por eso, un gran autor no se limita a un género, es capaz de hacerlo bien en cualquiera, porque la destreza y la intuición de su talento saben qué conviene a cada tema. Por encima de los hombres y sus guerras privadas, de los muertos o las repúblicas que hagan caer, finalmente los dioses son los que dan la estocada final. Cartago creía haber triunfado, con su rey y su princesa a punto de casarse con el capitán más valiente de sus ejércitos. Pero la princesa, así como su enamorado enemigo, muere finalmente por haberse atrevido a tocar y envestirse con el velo de la diosa, por haberse atrevido a sentirse por un instante como un ser más divino que humano.
Tres cuentos (1877)
Hasta los veinte años, Flaubert se había dedicado a escribir dos tipos de narrativa: un par de novelas de género netamente apegado al romanticismo aprehendido en sus lecturas del siglo XVIII, exacerbado por el temperamento del adolescente que las escribió, es decir el gusto por lo dramático, lo macabro y lo trágico con un lenguaje muy rico pero de escaso estilo propio y sobre todo cargado de abundante retórica. El otro género que cultivó hasta esa edad fue el fantástico, pero las tramas son en mi opinión inverosímiles y poco atrayentes, además del lenguaje retórico ya mencionado. Desde los veinte a los treinta años se dedicó a viajar, y esta experiencia le sirvió de diferentes maneras: como forma de madurar personalmente y por lo tanto de mirar el mundo con otros ojos, y para entrenar su escritura a través de las notas de viaje que iba tomando. Ya después de los treinta aparece el Flaubert que admiramos, revelándose con su primera novela mayor: Madame Bovary. Pasarían otras novelas entre tanto, hasta la aparición a los 56 años de edad de Tres cuentos. El primero de ellos (Un alma de Dios) es un texto confeccionado por un escritor que domina perfectamente su estilo. A pesar de no haber escrito relatos durante muchos años, todavía domina la forma corta, y no olvidemos que en su estilo narrativo hay cierta tendencia a crear situaciones individuales que se amalgaman sutilmente entre sí cuando se trata de una novela. Por eso, en estos textos relativamente cortos su mano experta no deja escapar nada que no sea estrictamente necesario. Este primer relato nos habla de una mujer sencilla que sirve en una casa de burgueses durante casi toda su vida. Su propia vida y sus intereses se confunden con los de la familia para quien trabaja. Los hijos de la casa son como sus propios hijos, incluso sufre más por ellos que por su propia familia, porque sólo tiene un sobrino. La aprobación de la señora de la casa es siempre buscada y requerida con la máxima vehemencia. Hay dosis de humor que derivan de su ingenuidad y su ignorancia, y esto conmueve porque el tratamiento del autor no es acercarnos las imperfecciones como virtudes, sino como características del ser humano que describe. No hay calificaciones ni juzgamientos. El final es de una belleza que no puede ser calificada más que de serena y llena de una beatitud lindante con lo místico; la forma en que una mascota, único ser al que nos apegamos por su extrema fidelidad, puede fundirse con lo que más adoramos.
En el segundo cuento (La leyenda de San Julián el hospitalario) encontramos al Flaubert más cercano con su estilo desarrollado en Salambó. Lo histórico toma el escenario y los personajes, pero la mano del autor escarba en el alma de los protagonistas. Sin embargo no busca en sus mentes con artificios psicológicos, sino a través de sus acciones, y en este caso los hechos se suceden continuamente y se caracterizan por ser desmesurados y el lenguaje absolutamente crudo. No hay piedad que valga, nos dice Flaubert, a la hora de crear y hacer actuar a nuestros personajes. Ellos nacen y se conducen hacia un destino trágico que ellos mismos se han creado. Hay supersticiones, leyendas y profecías, pero sólo son insinuaciones de algo que está arraigado en ellos y nos van develando a través de sus actos. San Julián necesita redimirse, y para eso está dispuesto a todo. El final es estremecedor, terriblemente hermoso. Cuerpo contra cuerpo, San Julián encuentra en el leproso al Cristo.
El tercer cuento (Herodías) retoma el conocido episodio de la muerte de San Juan Bautista por maniobras políticas y pasiones personales exacerbadas. Aquí el trasfondo histórico debe limitarse a los hechos terrenos y documentados, a diferencia del cuento anterior, pero sin embargo sí desarrolla lo que sucede en la mente de Herodes. Especulaciones políticas, recuerdos pasionales, sumisiones al poder de Roma, y finalmente la excitación sexual que todo lo nubla: la lógica del momento y los posibles beneficios conseguidos. Pero el poder de Salomé no es suyo, sino de su madre Herodías. Es ella la mente tras el cuerpo de su hija, la que ha manejado los hilos por encima y por detrás de tantas maniobras y especulaciones a las que los hombres se han entregado para decidir el destino del profeta. El desarrollo del cuento tiene la elegancia de una novela ambientada en el siglo XIX en un salón aristocrático. El final ya lo conocemos, pero no por eso deja de ser inquietante y nuevo el acercamiento de Flaubert. Los hombres pasan, parece decirnos con el final, donde los protagonistas ya no se mencionan, donde sólo hay una cabeza pesada que pasa de mano en mano de dos viajeros que la llevan como símbolo.
Viaje a Oriente (1851)
Entre los 20 y 30 años, Flaubert se dedicó a viajar. De estos viajes extrajo notas para tres libros, el más extenso de los cuales es el tercero, Viaje a Oriente, de más de seiscientas páginas. Si bien la madurez expresiva de Flaubert escritor no se había desarrollado aún, estos viajes, además de la obvia acumulación de experiencias y el consecuente aprendizaje para la madurez personal, es una invalorable práctica de observación para su futura escritura. Lo que venía fallando en los textos previos a los 20 años de edad, es decir la retórica romántica, el distanciamiento de los personajes, la inverosimilitud de algunos textos fantásticos, aquí es pasado por alto, porque lo único que necesita es la expresión y la descripción austera y exacta de lo que ve y está haciendo en ese momento del viaje. Y esto lo hace con la destreza que ya domina y con la crudeza que caracterizará su futura producción.
No es una descripción monótona de lugares y paisajes, ni siquiera una crónica de lo que él y sus compañeros hicieron. Entre los pormenores de todo viaje hay observaciones agudas de personajes nativos, de animales y objetos. Por ejemplo, la forma en que describe cómo los animales carroñeros comen cadáveres en el desierto de Egipto, el recorrido de los barrios de El Cairo y las prostitutas que los pueblan en la noche. Aquí el lenguaje es grotesco y desenfadado, y tal vez por eso sorprende. No estamos ante un viajero común y corriente, que viaja en avión y se hospeda en hoteles de clase media. Es un viajero que se trasladará en camellos, dormirá en colchones con pulgas, se acostará con prostitutas baratas, comerá comidas horribles y sufrirá indigestión y fiebre, pero que luego de todo esto sabrá apreciar y describir en detalle las obras de arte y las pequeñas características que hacen de un perro vagabundo o una anciana desdentada lo más importante de un pueblo. Estas observaciones luego las aplicaría a muchas de sus novelas, en el Viaje a Oriente recoge la crudeza y destemplanza que cultivará luego en Salambó.
Egipto, Atenas, Constantinopla, Esmirna, Palestina, Líbano y finalmente Italia. En Italia se limita a dar impresiones de las obras de arte, como si dejara de ser un aventurero y se convirtiese en un turista. Pero aún así no es un turista común y corriente. Es crítico y lapidario con lo que no le agrada, es moderado y apenas entusiasta con lo que admira. Recordemos que estamos viajando en 1850, no hay fotografías, así que los libros de viajes debían incluir descripciones exactas para quienes no podían visitar aquellos lugares. Pero esta necesidad no era sólo por practicidad para Flaubert. El sabía que debía observar y asentar lo que observaba. Sabía que todo eso sería sustancia para el desarrollo pleno de su arte literario.
Viaje a los Pirineos y Córcega (1840) Viaje a Bretaña (1847)
Estos dos libros reflejan los viajes del autor a los 19 y a los 26 años de edad, respectivamente. Si bien su narrativa de ficción no estaba madura, y se veía plagada de mucha retórica y algunos argumentos inverosímiles, su estilo para la crónica muestra ya no sólo al escritor en su oficio, sino una visión que está madurando lenta pero firmemente. Ambos libros son más convencionales en relación al que sería su tercera crónica de viajes: Viaje a Oriente. Si en ésta su estilo de frases cortas, estrictamente descriptivas y crudas, muestra el estilo más maduro y la perspectiva ácida y algo pesimista del mundo, en los primeros relatos de viajes esa retórica se ve atenuada y sirve, sin embargo, para dar un matiz más poético y de cierta inocencia desencantada. Hay mayor dedicación a leyendas e historias, algunas descripciones de personajes muestran al maestro que llegará a ser, pero sobre todo se destacan las reflexiones personales. Estas reflexiones son las que ganan más terreno en el segundo, y le dan más valor aún que a las descripciones y narraciones del viaje en sí mismo. Si en el viaje a Oriente Flaubert se ve abrumado por lo exótico y es esto lo que determina su tipo de escritura más seca, en los viajes más cercanos a su cultura vio necesario incorporar reflexiones sobre su estilo de vida y su propia cultura, en relaciones a contrastes dentro de la misma Europa. Es así que los comentarios del segundo libro son de una ironía que los ingleses desarrollarían sólo un poco más tarde, y de una sutileza escondida detrás del humor elegante pero lapidario. Por ejemplo, la anécdota sobre las piedras de Carnac, donde hace mofa de los supuestos arqueólogos, o la descripción del circo en Brest, donde la crudeza es digna de su posterior Salambó.
Rescato, finalmente, que ambos pueden leerse como una primera y segunda parte, pero el más valioso es el segundo, donde encontramos al mejor Flaubert de la primera etapa de su desarrollo como escritor.
Juan Carlos Onetti
Dejemos hablar al viento (1979)
Cuando se empieza a leer una novela de Onetti, los primeros párrafos confunden al lector. No sabemos bien dónde estamos, sólo somos conscientes de que al abrir el libro caímos en un lugar del todo diferente al nuestro. Muy lentamente, nuestra vista se va habituando a esa luz extraña que las palabras, el tono del autor nos va llevando. Sin darnos cuenta, hemos entrado envueltos como en un capullo por esas palabras tan extrañamente combinadas, que ese mundo ya es otro, donde otras reglas rigen su lógica. En las primeras páginas no parece pasar nada en especial. Oímos los diálogos, las acciones superfluas, codificadas por los personajes mucho antes de que nosotros cayéramos a este mundo. Estamos atrapados y no entendemos una palabra de lo que sucede. Es lo mismo que pasa cuando escuchamos una conversación en un colectivo o en un bar. A partir de las pocas palabras, y sobre todo a partir del tono con que fueron dichas, nos imaginamos toda una historia que con toda probabilidad no sólo es equivocada, sino injusta.
Pero en la ficción no podremos ser injustos. El autor crea y nos permite un margen de recreación que está acorde con la verosimilitud de sus personajes. Porque mientras más nos identifiquemos con ellos, más caras tendrán, más rostros para las mismas acciones. Tantas como sean sus lectores. Por eso no podremos ser injustos, ya que jamás seríamos injustos con nosotros mismos a propósito. Medina, personaje principal de esta novela, ha tenido problemas con Brausen, creador y Dios de la región de Santamaría. Ha huido y busca refugio en Lavanda. Lo ayudan dándole trabajo, pero éste se termina cuando la persona que debe cuidar muere, y lo asemeja entonces a un casi mensajero de la muerte. En su amante Frieda también ve la muerte: nunca puede atraparla pero tampoco puede huir de ella. Tiene un hijo de otra mujer, alguien a quien supone su hijo, y a pesar de necesitar no reconocerlo, se apega a su recuerdo y lo busca para ayudarlo. Es a él quizá a quien busca ayudar, a él de muy joven. Quiere salvarlo de Frieda, de sus manos de araña que todo lo intentan y todo lo destruyen. Ya estamos dentro del conflicto. Los personajes son más comprensibles. Pero nos preguntamos quién nos está contando. La voz narrativa toma los giros y los puntos de vista de los personajes sin abandonar su voz ajena. Sentimos el color de las diferentes miradas, y sin embargo todas las voces tienen el mismo tono, similares rupturas gramaticales e imágenes que resaltan por lo chocante o por su belleza opaca. No es el autor quien nos cuenta, es el lenguaje, y nos describe no la faz externa de las cosas, sino la cara del reverso, la que no siempre nos agrada ver.
El lenguaje es un personaje más en la literatura de Onetti. Quizá el principal. Porque sin el lenguaje y el tono no podríamos habituar nuestra vista a un ambiente tan oscuro como el de Santamaría y sus personajes. Nada puede verse en los lugares cerrados donde la luz nunca entra. ¿Acaso podemos ver en el interior de nuestra alma, realmente? El pueblo y la colonia suiza, Lavanda y las regiones que constituyen el mundo de Onetti están en el interior de los personajes, son mundos que habitan más que mundos habitados. Por eso surgieron de la imaginación de Brausen, y a él vuelve Medina al darse cuenta que, fuera de Santamaría, no hará más que deambular sin vivir. Juntacadáveres lo ayuda a darse cuenta, más exactamente el cadáver de Larsen que lo visita en el prostíbulo. Va a rescatar a su hijo de Frieda, aunque no sea consciente de eso, es lo que quiere. Pero luego de varios intentos por acercarse al hijo, de creer por poco tiempo que lo ha salvado de la mujer, de las drogas, sabe que es inútil. Se encuentra con Frieda, la acompaña a su casa. La ve desvestirse en el arroyo. Al día siguiente la encuentran muerta. Medina, como comisario, encabeza la investigación. Sabemos los lectores que él es el principal sospechoso, el que tiene los móviles para esa muerte. Sabemos también que no va a delatarse. Encuentran al hijo, que estuvo en la casa de Frieda toda esa noche. En la cárcel, el hijo se ha matado y deja una confesión. Dice que él es el culpable. Medina ahora sabe que el hijo es quien lo ha salvado a él, y qué más puede hacer que salvar a la ciudad, a Santamaría de sí misma. Hace preparativos secretos con alguien para que la ciudad desaparezca. Los inocentes lo preocupan por un rato, no demasiado, pero si de inocentes se trata, allí está la prostituta inocente y alegre que lo sigue como un perro a todos lados. Y mientras ve acercarse el fuego, saca la pistola y comete un acto de piedad para con ella. La salva como intantò salvar a su hijo y como su hijo lo salvó a él.
El autor no necesita muchas palabras para hacer que ese final sea, tal vez, el más impresionante de la literatura americana. Sólo requiere de palabras y climas que se han ido concatenando a lo largo de toda la novela. Pequeños eslabones que forman una gran cadena que ya no es cadena sino madera vital. Si el final nos conmueve, no es porque vemos a la ciudad morir bajo el fuego, sólo uno o dos renglones describen la hecatombe, sino por los sentimientos que han ganado tan enorme lugar en la novela, que se han convertido en el viento que arrastra ese fuego que todo lo destruye. Onetti volvería a Santamaría antes y después. Las otras novelas son más camarísticas, la ciudad alimenta el destino de personajes que ya llevan su carga y su vacío desde mucho antes, como en Juntacadáveres o El astillero, pero en esta novela los personajes determinan el destino de la ciudad. La ciudad toma forma y sentido finalmente, como un personaje que fue construido a lo largo de muchos años y muchos textos. Dejemos hablar al viento es casi un épica, pero no una épica de la moral confundida como Juntacadáveres, o la épica moral del fracaso individual como en El astillero. Al quemarse, la ciudad muere por amor filial. El amor de Medina por su hijo y del hijo por Medina, aunque nunca hubiese habido lazo sanguíneo alguno. Y Onetti mata su ciudad con ese mismo amor.
Carlos Dariel
Según el fuego (2004) Donde la sed (2010)
En el primer libro es evidente el resultado de un muy largo aprendizaje y maduración del yo poético. Son trabajos muy elaborados, son versos maduros. Me parece encomiable el haber evitado caer en lugares comunes, con versos que tienen una aparente simplicidad, sin descripciones ni metáforas casi, pero que construyen un pensamiento, una idea, una emoción. Es interesante la idea de definir "el ser"(conciencia) por lo negativo (lo "no ser" de formas definidas: silencio, despojos, sombra, viento, hueco, etc.). Lo único concreto parece ser el fuego, que al fin de cuenta es destrucción (no ser) pero de lo cual queda el "tizón" o construcción de un pensamiento, que como dice uno de los últimos poemas, es un nervio del universo.
En el segundo libro, Dariel nos muestra un cambio de dirección en su poética, un cambio moderado, pero con la misma calidad a que nos tiene acostumbrado. Este cambio es difícil de definir, es sutil y evidente al mismo tiempo, como debe serlo en todo buen poeta. Primero, los cambios son internos, luego, se expresan en la poesía, madurados, meditados, ubicados en el modo y la forma adecuada. Desde su primer libro, la poética de Dariel se caracterizó por la concisión y la madurez desarrollada en cada poema, dando como resultado una visión aguda y acertada, madura y serena, triste pero no desesperanzada. Hay, en general, una idea de fatalidad en su poética, sus textos son contundentes en su síntesis afirmativa. Dariel no duda al escribir, no duda de lo que dice, ni siquiera de las contradicciones o las ambigüedades que sus poemas plantean como temática. Es así, que en esta colección nos hallamos con un aire de misticismo en muchos de los poemas, pero este misticismo no se refiere a divinidades o creencias religiosas, sino al significado último de las cosas del mundo, incluso a los sentimientos y hechos que nos rodean. El valor de las pequeñas cosas es mucho mayor al que imaginamos, y esta valoración es lo que llamamos misticismo, no para adorar o sobrevalorar, sino para dar en su justo punto cada detalle de cada instante del transcurrir del hombre en el mundo, como cuando llama sagrado oficio a la escritura. Y esto nos lleva a otro punto de su temática: la poesía y la palabra. La comunicación y la comunión. Es destacable la repetición de ciertas palabras, ciertos ítems, como mirada, manos, tocar, y su relación con estas otras: abrazo, piedra, manchas. Ver, por ejemplo, el claro y estupendo poema Dialéctica de mis manos, o Vacilaciones, donde tenemos este hallazgo poético y filosófico: el cuerpo es nuestra ignorancia/ y hacia él vamos/ en cada intento. La palabra y su eterna contradicción: la incomunicación implícita en ella misma. En un momento nos dice: sospecha de que no son las palabras/ el poema/ acaso su borde; o escritura/ tejido/de una manta corta.
Una de las preocupaciones constantes de Dariel ha sido siempre la función de la palabra y la poesía, su lugar en el mundo, el aparente conflicto con la cotidianeidad práctica del hombre común. La búsqueda de relaciones entre palabra, poesía y hombre lleva al autor por caminos desiertos, llenos de piedras, donde se tropieza a cada instante, pero hay momentos donde el autor halla consonancia con su pasado, con el primer hombre, como en el poema Sinopsis de la evolución, o con el tiempo y las cosas u objetos remotos, como en Telar, o con la naturaleza, como en El instante. Es este libro son abundantes los poemas dedicados a autores con los que siente afinidad, poemas homenajes que son una búsqueda y una explicación, una razón de ser que no necesita explicarse en realidad, sobre la poesía. Desde el epígrafe, notamos que el cambio de dirección ya mencionado se dirige hacia una poesía de tinte conceptual, pero los poemas no son al estilo Girri, sino más concisos, menos complicados intelectualmente y más enraizados en las preguntas que en las respuestas. Girri explora y ensaya respuestas, es un científico de la poesía. Dariel piensa y se pregunta, medita luego de hacer observaciones. Plantea dudas y sabe que ellas son suficientes para expresarse. La inteligencia, muchas veces, se corrobora en la calidad de las preguntas y no en la vanidad de las respuestas. Lo conceptual en Dariel está en la mirada lúcida y analítica, que conserva el sabor intensamente humano, y sobre todo una actitud comprometida tanto con su instrumento, la palabra y la poesía, como con su objeto de estudio, ese misterio llamado hombre.
Gerardo Curiá
Quebrado azul (2004) Serie los suicidas (2005) Caldén (2008)
Curiá cumple en estos libros de poemas lo que ha venido realizando desde siempre, es decir, escribir poesía pronunciando en voz alta lo que las palabras cotidianas no saben decir. Él rescata el silencio de las palabras olvidadas para renovar el lenguaje. Para eso utiliza las palabras de todos los días, pero ellas cambian de significado continuamente, intercambian sus conceptos para ser otra cosa o varias al mismo tiempo. Así, las palabras agua, sol, arena, luz, piedra, árbol, viento, fuego, son todas y cada una lo mismo y lo diferente. Este procedimiento renueva el lenguaje, que no es palabra en sí mismo sino fusión de ellas. No necesita utilizar términos compuestos, sino recurrir a la simpleza original de cada una. Y por eso la sensación de remembranza ancestral está tan bien expresada en esta colección de poemas. La misma temática y el mismo grupo de personajes acrecientan el efecto del procedimiento elegido. Cada poema es un poema extenso compuesto a su vez por varios de diversa extensión, incluso algunos de un verso. Cada uno, además, aparece precedido por otro poema a modo de resúmen, a la usanza casi de comienzo de capítulo de la novela decimonónica. El resultado tiene una lógica propia, contradictoria en apariencia, pero sin embargo más lógica para el mundo recreado que la realidad del mundo cotidiano.
Estos libros son diferentes en la temática, el primero es más urbano, me parece, como ver las cosas y la gente de la calle desde el punto de vista del cordón de la vereda. Tiene un ritmo pausado, sin estridencias, que gana en emoción intelectual con elementos cotidianos. Hay alguno que otro poema rural, que lo emparenta con el último de los libros comentados. La piedra azul como fuente y fin de la vida, los dedos dentro de la piedra que trabajan en sus espacios y fabrican musgo, insectos que la habitan, pero finalmente el silencio y la quietud completa predomina, la noche y la piedra azul resumen esto, creo yo. También destaco el poema que habla de quemar la memoria de los dolores, quedando cenizas que no duelen pero convierten el paisaje en algo muerto. Son poemas terriblemente amargos, pero que en conjunto dejan la sensación del asombro, como cuando vemos algo extraño dentro de algo ordinario, pero que no asusta, sino que conmueve por reconocerlo como propio. Son poemas mayúsculos el de los niños y el de la cabra, por su austera sencillez y enorme significado. Haciendo relaciones con otras lecturas, me hizo recordar un texto de Stephen Crane, donde habla de alguien que encuentra una bestia en su camino comiendo un corazón, y le pregunta cómo es, la bestia contesta con resignación que es muy amargo, pero que es su corazón.
El glosario agregado al final de Caldén no es imprescindible para la comprensión y el disfrute de los poemas, quizá sí para un análisis más exhaustivo. Pero cada combinación de palabras es un hallazgo, y cada imagen una renovación del catálogo de lo que los sentidos son capaces de captar.
Ejemplos: en la página 38 la palabra "piedra" es negativa por lo que se obtiene de ella en este caso: humo; en la página 67 es positiva porque es consecuencia más duradera de otro elemento: leche. El "viento" no es únicamente símbolo de destrucción, sino de tiempo transcurrido. Los elementos concretos se convierten en elementos conceptuales: el tiempo es espina, sombra la luz, el fuego es lluvia. Como ejemplo final, qué mejor que transcribir uno de los más expresivos versos del poemario: sed es la piedra en el nudo de los labios, y dejar asentado de este modo que Curiá es uno de los mejores poetas contemporáneos de Argentina.
Ilustración: Harald Kreuzberg
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