jueves, 1 de agosto de 2024

Ya no te necesito

 


 

 

 

 " I'm a writer, and everything I write is both a confession and a struggle to understand things about myself and this world in which I live".


Arthur Miller 

 


 


 

 

 

 

 

 

 

 

 


James Joyce

 

 

 

Dublineses (1914)


Primer libro de Joyce, este conjunto de relatos abre la vista a una época y a un lugar que sin embargo son universales. Los comentarios a este libro hablan de la preocupación del autor por el detallismo de ciertos datos de la realidad que pretendía plasmar, pero ellos no van más allá de lo estrictamente necesario. Hay nombres que casi cien años después no podremos reconocer, pero es sólo un color más en la escenografía, un tono que no conocíamos y que colabora en el transfondo de los cuentos. Porque lo importante es la forma en que Joyce ha logrado, en un primer libro, fundir los personajes en el ambiente, hasta el punto de que la época se ve plasmada por el aspecto interior de los personajes. Sus características son tan perfectamente marcadas y delineadas, que el describir su vestido o forma de caminar es un detalle que nos hace saborearlo como parte de nosotros, algo así como agregar una especia que termina de definirlo completamente. El lenguaje es exacto para el tema tratado. Escueto y meramente descriptivo en ciertos cuentos que más se acercan a relato, con enorme poesía para los más largos y melancólicos. Estrictamente crudos, llenos de diálogos creíbles en aquellos donde predomina la acción o las ideas de los personajes. En todos hay algo más que no se ha dicho, una cierta tristeza, ironía, o algo inquietante que presumimos y que no se nos dice. Joyce abarca un abanico impresionante de sentimientos en sus personajes, desde el oficinista fracasado hasta el burgués humillado, desde un cura que muere llevándose un misterio hasta la simpleza de una empleada que no sabe que pronto morirá. ¿Cuál es el secreto para describir con tanta exactitud el alma de un personaje con quien estamos durante sólo unos minutos de lectura, como si además de verlos, palpásemos su alma? ¿Qué es lo que relaciona una fiesta familiar con un muerto que nadie conoce, y que sin embargo no conmueve como si hubiésemos conocido a todos lo muertos del mundo? Rapidez de la mirada o extrema sensibilidad, intuición o conocimiento previo, Joyce se ha llevado su secreto a esa región de que nos habla sin siquiera describirla, en el final del relato Los muertos.

 

 

 

 

 

 

 

Pedro Orgambide

 

 

 

Historias cotidianas y fantásticas (1965) Historias con tangos y corridas (1976)


El primer libro es una estupenda colección de relatos. Está dividido en dos secciones. La primera parte es un conjunto de retratos de personajes comunes, trágicamente sencillos, perdedores por su propia cuenta en general. Ellos han elegido en su momento, tomaron una decisión que los ha marcado de por vida, pero parece no haber demasiado tiempo para el arrepentimiento. Éste es una opción más, simplemente. Mientras sus vidas continúan (uno sigue tocando la guitarra para mantenerse, otra vive su invariable viudez en la playa, otra vuelve a su antiguo empleo de sirvienta, otro regresa a su solitario departamento), a veces piensan que podrían haber elegido distinto, y sin embargo saben que de vivir otra vez habrían hecho lo mismo, porque su carácter define su vida y su vida el carácter que los hizo elegir de esa manera. El lenguaje es escueto, poético y lleno de matices humanos. El último relato de la sección "Los viejos" es magistral.
      La segunda parte incluye cuentos o relatos fantásticos. Son más cortos y alegóricos que los anteriores. Todos abordan el tema del paso del tiempo y la inmortalidad. La alegoría parece ser el recurso acorde a este tipo de relatos, que más que abordar la ciencia ficción o lo fantástico como género, lo hace como instrumento para hablar de temas más universales: lo humano y la inmortalidad. Así, un antropólogo es conducido por un botero por un lago en donde parecen confluir el tiempo y el espacio, y un niño ve toda la historia del mundo en una fogata. Hay dos relatos exquisitos y sutiles sobre vampiros, que los emparenta con el lenguaje del mejor Mujica Lainez. El relato final tiene la oscura belleza de "Las ciudades invisibles" de Calvino. Estos relatos estás tratados con recursos poéticos, ambiguos y sutiles al mismo tiempo, rozando la leyenda pero sin dejar su íntima inmediatez con lo humano.
     El segundo libro arriba mencionado es desparejo. Hay cuentos con temas triviales, cuya intención humorística no alcanza para justificarlos, en mi opinión. Son descriptivos y tratan una situación localista amena, a veces absurda, que intenta ser el motivo de los relatos. Pero resultan pobres. Algunos temas son trillados, y ni siquiera son salvados por un tratamiento nuevo, sino retórico y casi amateur en su confección. La excepción son los siguientes cuentos, donde nos reencontramos con el mejor Orgambide: Vida y memoria del guerrero Nemesio Villafañe Elegía para una yunta brava. En menor medida, pero rescatables, son: La señorita WilsonEl hombre y el chico (que aunque repetido es conmovedor), Los mellizos (repetido pero eficaz, sobre todo por su brevedad), y El mono (bien, pero demasiado cercano al Torito de Cortázar).


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Silvina Ocampo

 

 

 

El pecado mortal (Selección de José Bianco)


Esta es una recopilación de cuentos hecha por José Bianco para EUDEBA en 1966. Bianco fue un gran escritor, traductor y editor, y sumando a esto su conocimiento personal de la autora, el resultado es absolutamente recomendable para quienes no han leído antes a Silvina Ocampo. Sus cuentos, en principio y ante una primera lectura, deben ser clasificados de extraños. No por el lenguaje, que es comprensible aunque sumamente profesional y exquisito, reposado y limpio de adjetivación innecesaria, pero siempre cargado de significación. Es decir, las frases están construidas para ir sugiriendo en forma constante, pero a la manera de quien insinúa crueldades con cara de completa inocencia. La voz narrativa de la autora parece involucrar varias voces narrativas que se alternan sin barreras gramaticales, siendo sólo el punto de vista lo que se modifica, como en El pecado mortal, donde la narración es la de un personaje testigo que apela a la segunda persona o protagonista; en Icera, donde hay casi una alternancia constante entre el varón adulto y la niña-mujer; o en La pluma mágica, donde el cambio de perspectiva es casi el objetivo argumental del relato. Aquí debemos hablar de la temática fantástica, que de diferentes modos, explícita o sugerida, siempre sobrevuela estos relatos. Pienso que se debe a una conjunción de varios factores que se alimentan entre sí: el lenguaje ambiguo, entre trágico y absurdo a la vez (Las fotografías); los argumentos, que aunque sean cotidianos, siempre tiene un elemento de extrañeza (Las invitadas); los personajes, cuya lógica pensante se aleja de lo racional (Autobiografia de Irene). Hay cuentos donde el humor quiere prevalecer, pero es un humor negro y muy ácido (Las fotografías, El vestido de terciopelo, Celestina).
      No es fácil entrar en la literatura de Silvina Ocampo. Es de esos autores que gustan de entrada o no lo hacen nunca. Su estilo está íntimamente fusionado con la sensibilidad estética de la narración, es decir la música interna y la lógica extraña de sus argumentos.


 

 

 

 

 

 

 

Daniel Moyano

 

 

 

"La espera" y otros cuentos


Esta es una selección de cuentos publicada por Centro Editor en 1982. Se incluyen relatos de cuatro de sus libros de cuentos. El estudio preliminar ubica a Moyano dentro de dos vertientes: la realista y la kafkiana. Para quien no lo ha leído previamente y lee este estudio, la impresión me parece algo limitada, si no parcialmente errónea. Si bien los elementos comunes de casi todos lo relatos es un tipo de familia constituida por un tío patriarcal, bueno o malo, una tía más pasiva, primos en gran número y un protagonista o narrador huérfano que vive con ellos, y el ambiente social de recursos económicos escasos, el clima oscuro y desolado de los cuentos conduce a una visión más interior que exterior. Es decir, las preocupaciones del narrador son claramente más psicológicas y emocionales que socioeconómicas. Todo se demuestra a través de lo que hacen y piensan los personajes, y aunque los diálogos no abundan, la voz indirecta tiene el tono adecuado para transmitir el ambiente a través de la visión de los personajes. Hay una interrelación casi imperceptible entre el personaje y el lugar, ambos se alimentan y son dependientes uno del otro. El primer libro: "El monstruo" trabaja sobre todo el simbolismo a la manera kafkiana: siempre hay algo que no se ve o se busca o se teme, algo que no es definido pero que marca la vida del protagonista.
      El segundo y tercer libros: "La lombriz" y "El fuego interrumpido", son más maduros, y aunque continúan en el mismo estilo, el escenario va ganando protagonismo y los conflictos de los personajes se hacen más concretos, dos ejemplos excepcionales son El rescate y La lombriz, donde la obsesión de los protagonistas por otro personaje está íntimamente relacionado con un campo árido, en el primer cuento, y una casa, en el segundo. Otro cuento magistral es El perro y el tiempo, lo que nos lleva al tercer factor en común: el protagonismo de los niños y su visión particular, a veces directa y a veces filtrada por la evocación desde la adultez.

     El cuarto libro incluido: "El estuche del cocodrilo", cambia parcialmente la tendencia: es más explícitamente realista, pero a la vez gana en intensidad por tener un lenguaje más escueto y los cuentos son más breves. El simbolismo gana en estilo particular, en relación con el primer libro, y resulta más cruento y más poético al mismo tiempo.

 

 

Jeremias Gotthelf

 

 

 

La araña negra (1842)


Gotthelf era un pastor evangelista suizo, teólogo y escritor suizo autor de trece novelas, cuyos objetivos, según refiere la bibliografía, fue realizar enseñanzas moralizantes a través de su escritura. A juzgar por esta novela, su objetivo era enseñar a pensar más que moralizar o imponer dogmas. Veamos: una comunidad sometida por un señor feudal realiza un pacto con el diablo para poder cumplir con las exigencias de su señor, pero debe entregar un niño no bautizado a cambio. Pasa el tiempo y el pueblo va postergando la entrega, aún cuando ya ha obtenido el beneficio esperado. Pero el diablo besa a una mujer y deposita en su mejilla el germen de una plaga, la araña negra, que hará estragos en la aldea. El autor usa un lenguaje alejado de la alegoría o la leyenda, es explícitamente terrorífico pero ambiguamente moralizante. Porque al finalizar la novela nos preguntamos, ¿es esa plaga un castigo del diablo o el brazo reprensivo de Dios? Cada vez que pecamos, la araña negra hará estragos entre nosotros, entonces: ¿Dios utiliza las mismas armas que su oponente? A más de150 años de Stephen King, y recordando las buenas novelas de este último, vemos que nada nuevo hay bajo el sol, y un hoy casi ignoto autor, sin vanidad literaria ni descollantes ventas, sin apelar a la grosero ni explayarse en cientos de páginas innecesarias, ha desarrollado una novela plenamente disfrutable, entretenida y que deja mucho que pensar.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Samuel Butler

 

 

 

Erewhon (1872)


El género de la novela, especialmente en el siglo veinte, ha aceptado muchos cambios y metamorfosis, tantos estructurales, formales y de contenido. Pero no es raro encontrar estas variantes de vez en cuando en la literatura del siglo 19 y especialmente en la inglesa, que ha seguido un camino bastante particular en relación al resto de Europa. Ellos se han distinguido por una literatura de lenguaje exacto, filoso, satírico. Erewhon, anagrama que refiere a "nowhere" o sea "ningún lugar o ninguna parte", es una mezcla de novela de aventura y exploración, de especulación científica y ensayo crítico. Finalmente éste rasgo es el que prevalece, ya que es el instrumento y fin de la novela. El autor presenta un país escondido que es una caricatura de la sociedad inglesa, por lo menos al principio. Pero esta caricatura no pretende ser meramente risible o sarcástica. Hay una trágica desventura en los mismos principios morales que rigen a esta sociedad. La exageración, propia de la caricatura, deja de ser el único objetivo y es únicamente un medio para destacar la sinrazón de ciertos fundamentos que se consideran indiscutibles, de los que nadie habla porque están instalados, que todos conocemos pero que nadie discute porque son incómodos. Ejemplo: los temas desarrollados principalmente son la salud, la justicia, la educación, la tecnología; de aquí pasamos a otros más metafísicos, el tiempo y los seres no nacidos. En el país de Erewhon la debilidad física es considerada un delito, en cambio la alteración mental sólo un enfermedad; los hijos son seres molestos que entran al mundo bajo su exclusiva voluntad y firmando un papel que exonera a sus padres de toda responsabilidad. A su vez, el narrador que explora esta sociedad, aunque pretenda ser objetivo, inserta acotaciones que revelan los mismos males que pretende criticar, por ejemplo, como cree que ha hallado a una de las diez tribus perdidas de Israel, sueña con convertirla al cristianismo y ganar por ello la posteridad. Esta contradicción es un lazo más en el entramado que une sociedad y moral, filosofía y religión; entramado literario que nos hace pensar más allá del disfrute implícito en la literatura.


 

 

 

 

Horacio

 

 

 

Odas- Epodos (35-15 A.C)


Este libro de Colección Austral, incluye las Odas y Epodos completos del autor del siglo 1ro A.C., en una traducción muy correcta de Bonifacio Chamorro. Quinto Horacio Flaccus ha sido revalorado en la actualidad por su sutil sensibilidad hacia los afectos y debilidades humanos. El autor habla del amor, de la muerte, de la vejez y de la juventud desde una clara y no presuntuosa cátedra de experiencia. Las mejores Odas son las treinta del primer libro, donde cada una es prácticamente perfecta en su música, sutileza y poesía. Su ritmo y concatenación de ideas son completamente modernos, la construcción de los poemas los asemeja en mucho a la estructura actual tradicional, llevando el título de Odas simplemente porque está dedicados o fueron sugeridos poéticamente por alguien: un emperador, rey, dios o amigo del autor. El problema, en mi opinión, comienza cuando los temas bélicos y míticos prevalecen por encima del valor humano. Cuando estás Odas se convierten en homenajes a dioses y guerreros, sin enraizarse en su relación con el factor humano, dan como resultado una epopeya contada en verso, tediosa y repetida (alejada por supuesto de los grandes logros de Homero). Incluso cae en contradicciones: en el primer libro habla de que su pluma no es apta para hablar de armas, sin embargo esto es lo que hace en casi la mayor parte de las últimas dos series de Odas. Es esperable de un poeta consagrado que ceda íntima u obligadamente a resaltar valores impuestos por el estado, pero es difícil encontrar que la profundidad y el vuelo poético vayan de la mano con el compromiso político o social. El segundo libro conserva las características del primero, el tercero bastante menos, pero el cuarto es prescindible.

      Los Epodos son contemporáneos al primer libro de las Odas, y aunque conservan ciertas características frescas y originales de éste, pierden valor frente a sus grandes logros. Transcribo dos versos sencillos y magistrales de la Oda XXIV del libro I: Dura ley...mas alivia la paciencia/ dolores que evitar nos es vedado.


 

 

 

 

Rafael Alberti

 

 

 

Antología poética (selección de Ernesto Sábato)


Esta antología de Editorial Losada es una muy buena oportunidad para entrar al mundo del autor, ya que es una antología extensa y bien seleccionada. En este caso, se incluyen libros de poemas de Alberti desde 1924 hasta 1972. Yo conocía únicamente su libro de memorias La arboleda perdida, la cual me gustó moderadamente y sentía curiosidad por su poesía. Comencé a leer la antología con entusiasmo. Los primeros libros son algo inmaduros, pero válidos como camino de aprendizaje de búsqueda de un estilo y la confirmación de una vertiente siempre presente a lo largo de toda su obra: la canción, la tonadilla española, como forma y sentimiento alegre y despreocupado, algo inocente y de pronto sorprendido, de la juventud. Pero con Cal y canto, Sobre los ángeles Sermones y moradas (de 1926 a 1928Alberti llega a su máxima altura poética, que en mi opinión nunca habría de igualar después. En los tres libros mencionados el autor se adhiere a la escuela surrealista, alejándose levemente de ella para tomar un estilo personal. No abandona del todo sus personajes de pueblo, sino que los eleva y universaliza a través de temas más profundamente humanos. Incluso hay cierto tono fantástico que aumenta los contrastes: pobreza y riqueza, odio y amor, belleza y fealdad, bien y mal, cielo y tierra. Sus homenajes a otros autores o actores del cine mudo, son sutiles en el primer caso, tomando algo del tono de quien homenajea, y llenos de desparpajo y desprejuicio en los otros casos, acordes a la fuerza y vitalidad que estamos acostumbrados a ver en la personalidad española en general. Esta música y jovialidad característica se une a las imágenes completamente nuevas, las rupturas que no son tanto gramaticales como de coherencia estilística. Sin embargo, la congruencia no se pierda, sino que gana, como decía antes en contrastes. Ejemplo: El hombre sin ojos sabe que las espaldas de los muertos padecen el insomnio porque las tablas de los pinos son demasiado suaves para soportar la acometida nocturna de diez alcayatas candentes (Sermón de las cuatro verdades”)Lamentablemente, llegó la Guerra Civil Española, y con ella el compromiso político, que en este caso el sincero y no obligado, como se nota en la poesía de Alberti a partir de este momento. Los libros que siguen son diametralmente opuestos a los anteriores: no hay surrealismo, no hay sutileza, son trillados y declamatorios, ni siquiera rozan el verdadero sentimiento trágico de la guerra aunque pretenda condolerse de la gente en sus poemas. La poesía y la política difícilmente se lleven bien, por más que vayan de la mano por calles bombardeadas. Una ve una cosa, y la otra, otras muy distintas. Hay casos excepcionales, y aún así válidos hasta cierto punto solamente, como César Vallejo y su España, aparta de mí este cáliz. Pero Alberti no ha demostrado ser tan alto como Vallejo, y su poesía pierde su camino para siempre. Todos sus libros posteriores no son ni la sombra de lo que fuera de 1926 a 1928, por más que lo intente y algún que otro poema valga la pena.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Juan Rodolfo Wilcock

 

 

 

El templo etrusco (1973)


Gran escritor y traductor (ver su traducción de La condena de Kafka), Wilcock es de aquellos que se han mantenido al margen de la literatura comercial, y que ha desarrollado su obra de una forma muy particular y peculiar. Su lenguaje es técnicamente perfecto y la música de su prosa tiende a ser minuciosamente trabajada. Pero no es complejo y extravagante por sí mismo, sino por lo que no dice. Sus tramas tienden a reflejar lo absurdo de situaciones cotidianas, resaltan lo curioso y lo extraño de los arquetipos, recorta circunstancias y las sumerge en ácido hasta ver el esqueleto de ellas, o por lo menos las figuras extrañas que han quedado de las cosas antes tan conocidas y familiares. Eso es lo que hace en su libro Hechos inquietantes (1960). En El templo etrusco comenzamos a ver una situación simple, cuasi infantil, en un pueblo provinciano: personajes algo caricaturescos planean y encuentran obstáculos absurdos a un proyecto muy simple: levantar un monumento, aunque no se sabe para qué o en homenaje a qué. De esta situación pasamos a hechos cada vez más extraños y absurdos, muertes, asesinatos en masa, violaciones, y el tono es del humor más absolutamente negro. Más adelante, la fantasía toma lugar, laberintos y personajes subterráneos aparecen y desaparecen como en un desfile fantástico. Pero todo esto narrado de un modo casual, ameno y elegante, con apenas leves e irónicas acotaciones del autor que recuerdan al modo de las narraciones inglesas o centroeuropeas del siglo XVIII y XIX. ¿Qué intenta decirnos el autor con esta novela? Una alegoría, quizá, de la sociedad, una caricatura del comportamiento humano, tal vez. Pero más allá de esto, nos queda el sabor amargo después de una sonrisa, la molesta inquietud de la duda, la sensación de un cierto vacío interior al terminar la novela. Factores inquietantes que el autor se ha encargado de revelar en nosotros.

 

El libro de los monstruos (1978)


Aquí Wilcock, a los 58 años y en el último libro de su vida, demuestra que nunca decayó su talento y su poder de observación y análisis, como tampoco el poder corrosivo de su lenguaje narrativo. Pero este poder no se basa en un lenguaje técnico y gramatical apabullante, sino en la discreción y la simpleza finamente pulida de una estructura que usa como elementos de afinación la ironía y la mordacidad. Son muchos elementos para tener en cuenta al momento de escribir, y quizá sólo pueda lograrse en la madurez. Lo cierto es que en El libro de los monstruos hay un bestiario que no se basa en monstruos de pretendida verosimilitud, sino en seres comunes que de pronto han adquirido una característica que los diferencia totalmente de los demás, y no importa si esta característica se contradice o no con la vida desde el punto de vista biológico. Aquí las leyes son otras, un hombre puede convertirse en un árbol o un conjunto de espejos, puede ser transparente o formado de algodón y paja. Ellos siguen viviendo como pueden e incluso ser felices, pero el elemento material que los conforma, o la inmaterialidad en muchos casos, o el simple concepto de su existencia, es un medio para demostrar algo. Ese mensaje subyacente está implícito en el fondo, pero la irreverente ironía y el humor negro hacen prevalecer la inteligencia, y es ella la que sabe ver lo que hay que ver. A veces la simbología es evidente, como en el relato sobre el crítico literario, en otras está más escondida, y en ocasiones el autor deja entrever una moraleja a semejanza de una fábula de Lafontaine (a las cuales parecen deberle mucho estos textos), pero en todos hay tal nivel de destreza narrativa, tanta homogeneidad y solidez en la estructura de cada relato, que no es posible llegar al final sin una sonrisa algo amarga en los labios del lector.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Martín Rodríguez

 

 

 

Lampiño (2004) El conejo (2001)


Con respecto a Lampiño, no voy a hablar de lo formal, la ruptura deliberada de las formas, aliteraciones, uso de minúsculas y puntuación alterada, todos aspectos técnicos que se funden con el contenido. Me parece sobre todo importante la unidad de los poemas, que cuentan la historia de un personaje. Lo peculiar de esa historia es que no está contada con acciones, sino con intuiciones, imágenes, hasta convertirse las palabras, el lenguaje, no en una forma de contar, sino en el personaje mismo. El personaje es lenguaje, es estilo. Otro punto es el de las aparentes paradojas, o polaridades si se pueden llamar así: el nacimiento y la muerte donde no hay una metamorfosis de uno en otro, sino una transubstanciación, ambos se dan lugar uno al otro y son lo mismo a la vez. La otra polaridad es la de la muerte y la vida donde la sombra de los muertos es a la vez la sombra del descanso en que se sacia la sed (vida). La tercera es la del agua y la piedra donde la piedra contiene agua, sangre y pulso. La última que quiero mencionar es la del agua y la luna en que el reflejo del mundo está en la cara y la cara crea a la vez el mundo en el que se refleja. Hay una voz extremadamente peculiar, carente de lugares comunes, y aún cuando éstos parecen asomarse, toman un matiz diferente por el lenguaje que viene sonando de los versos anteriores.
      En El conejo señalo lo mismo que antes en lo que respecta al uso del lenguaje. El autor tiene un peculiar don para sugerir algo diciendo otra cosa aparentemente trivial y desconectada, pero la suma de imágenes da una connotación que se va formando como una nube sobre el poema, y antes de dar vuelta la página allí esta, con una forma que más firme que un reflejo y más inquietante. Rodríguez trabaja con imágines visuales etéreas más que concretas, pero el lenguaje preciso y austero, simple y fresco, lo hace inmediato y guía nuestra imaginación sin que nos demos cuenta. Su lenguaje modela la intuición innata de cada lector como un artesano experto. Qué es “el conejo”, nos preguntamos. Basta con leer un fragmento de uno de los poemas: ahí va corriendo por la nieve/o al borde del lago se mira el rostro de miles de años. Insisto, Martín Rodríguez me parece uno de los mejores poetas argentinos que han sabido expresar el sentimiento y las sensaciones de una generación urbana formada en la última década del siglo. Porque no necesita recurrir al lenguaje coloquial y rupturista para ser contemporáneo, sino que funde la visión simple de lo cotidiano con la poesía, y el resultado es una amalgama muy particular.

 

 

Stephen King

 

 

 

Todo es eventual (2002)


Muchas veces se ha dicho que el autor es el menos indicado para juzgar su obra. El mismo King lo ha mencionado en su libro Mientras escribo, pero precisamente quien enseña no siempre sigue sus reglas. Esta colección de cuentos demuestra tal afirmación, y cuando se reúnen demasiados cuentos, se corre ese riesgo. Catorce cuentos sin embargo no son muchos, pero pueden ser más que suficientes si su extensión los acerca al relato largo o la novela corta, teniendo en cuenta además la tendencia, reconocida por el mismo autor, de escribir con largas cadencias y en ocasiones, excesivamente. Primero vamos a sacarnos de encima la mala hierba. Los comentarios a los cuentos, que King mismo consideró superfluos en otros libros y a los cuales dice haber cedido para satisfacer a sus lectores, en este se extienden demasiado y no agregan nada, es más, tienden a justificar errores o explicar lo que no necesita ser explicado. Hay dos relatos fallidos: Sala de autopsias número cuatro y Todo es eventual. Justo el que abre el libro y el que nombra a la colección completa. A esto nos referíamos al decir que el autor no siempre acierta al elegir sus mejores textos. Ambos cuentos fallan en la resolución, son atractivos durante muchas páginas, hasta originales en cierta forma, pero el final parece escrito y resuelto por un autor cansado y apurado por terminar. Descartado lo anterior, lo que queda son doce relatos que en mayor o menor medida, demuestran la ductilidad de King para los géneros y las voces narrativas. Siempre me ha sorprendido la capacidad para cambiar el tono del lenguaje. La forma de hablar de sus personajes varía con la edad, el sexo, el ambiente en el que transcurre su historia. A su vez, los giros y expresiones comunes en los diferentes relatos hablan de una misma sociedad, que King ha sido eficaz en describir. Los personajes son expuestos a situaciones caóticas, absurdas en ocasiones, donde deben demostrar su coraje pasa salir de tales horrores. Cuando todo se tranquiliza, lo que resta no es lo mejor que pudo haber sido. De lo exteriormente fugaz, de las muertes, la sangre, los cuchillos, nos quedamos pensando, como el personaje lo hace al descubrir cosas que no sabía que existían en su interior y en el de los otros. Por eso son tan patéticos los finales de relatos como La teoría de L.T. sobre los animales de compañía Almuerzo en el bar Gotham. En otros cuentos prevalece la realidad llana, pero tan violenta como la de la imaginación. Lo que hay en común en cuentos como La habitación de la muerte La muerte de Jack Hamilton, no es la violencia, sino la interioridad de los personajes, que siempre y a pesar del peor horror, tienen un mínimo instante para el humor, para burlarse de sí mismos. A los dos anteriores se relacionan Todo lo que amas se te arrebatará La moneda de la suerte, donde las situaciones son comunes y simples, pero los personajes grotescamente complejos. Hay dos cuentos donde lo sobrenatural y lo inexplicable prevalecen, y este elemento es eficazmente plasmado a pesar de tratarse de variaciones de mitos recreados con demasiada frecuencia por la literatura y el cine. Hablamos de 1408, y en mucha menor medida El virus de la carretera viaja hacia el norte (el más débil de estos doce)Un relato aislado lo constituye Las hermanitas de Eluria, parte del mundo de la Torre Oscura, y que evidencia la fuerza poética y lírica de cierta rama del lenguaje de King. Dejamos para el final los dos mejores relatos de la colección: El hombre del traje negro Montado en la bala. Ambos comparten un personaje expuesto a situaciones sobrenaturales, con el descubrimiento posterior de su propia naturaleza interior. La figura de la madre sirve de pretexto para descubrir horrores o amores incondicionales en el alma del protagonista. Uno de los personajes se pregunta qué haría si tuviese que elegir entre la vida de su madre o la suya. El otro, vivirá para siempre inquieto preguntándose cuándo volverá a aparecer esa figura horrible y extraña que lo hizo enfrentarse a la parte oscura de su familia. Los temas pueden ser los de siempre, algunas frases también, lo mismo que el gusto por lo escatológico y lo bizarro. Los escritores demasiado prolíficos, aún a pesar suyo y siempre que sean sinceros con su propia obra, tienden a tener extensas obras de calidad dispar. Pero la temática de King ahonda sin duda en el alma humana. Con él descubrimos que sea de donde sea que surjan los terrores, todos ellos terminan perturbando la esencia original de los hombres, echando raíces, y creando seres de los cuales, durante toda la vida, intentamos apartar la mirada.

 

 

Cuáles son sus problemas

 

Este comentario no se referirá a una obra en particular, porque de los títulos que he leído no he podido terminar su lectura. Fui un lector entusiasta de este autor durante algún tiempo. Compré más libros de los que alcancé a leer en su momento. Cuando me dediqué a ponerme al día, me encontré con un hallazgo que presentía desde hace un tiempo: la desilusión, y la enorme pregunta de por qué un autor tan talentoso es capaz de textos tan mediocres. Mediocres en el sentido de cierta clase de lenguaje que domina su estilo.

     Los problemas de King son varios: 1) Estirar el desarrollo de historias y/o escenas hasta límites inconcebibles, que a veces tienen buen resultado, como en Cujo, pero que en gran parte de los casos se envilece y se vuelve monótono. La intención en producir una tensión en el lector, también la historia puede ganar con ello en tensión y dramatismo. Pero este recurso necesita un lenguaje preciso, con momentos de tenso dramatismo alternados con otros de relajamiento, cierto sutil humor y la tragedia necesaria para el final. Los ingredientes que pone King para esto son arbitrarios: a veces la historia no es suficientemente creíble y hasta a veces absurda, otras el lenguaje se regodea con efectos macabros gratuitos, escatológicos y burdos con el fin de estirar aún más la escena. 2) Excesivo detallismo en las escenas de acción, que imagino tendrá por objetivo dar una sensación de realidad y familiaridad a un ámbito y un hecho fantástico o sobrenatural (la pelea de la mujer y el perro en Cujo, las múltiples peleas en Needfull things), mechados con las habituales acotaciones de los personajes, casi siempre vulgares más que coloquiales. Es verdad que King es un autor que se ha caracterizado por redescubrir lo extraño en los ámbitos cotidianos contemporáneos, y la sociedad norteamericana, con sus peculiaridades y los defectos que él se encarga muy bien de resaltar, es su objeto de estudio. Pero Zola habría hecho otra cosa si se hubiese dedicado a escribir literatura fantástica. Sus personajes hablaban crudamente, y el autor no ahorraba señalar gestos obscenos, y respuestas soeces. Pero al hacer literatura esto estaba filtrado por el criterio del buen gusto, que no es más que una especie de colador invisible que colabora para que haya eficacia en una obra de arte. Menos es más, siempre se ha dicho. Y ese más es excesivamente peligroso. Puedo ser el alma de un estilo, como en Faulkner o en Proust, pero puede convertirse en una agresión autoinfligida si el autor no sabe controlarse. ¿Por qué King escribe de más? ¿Por qué escribe tantas novelas y publica tanto? Compromisos editoriales, necesidad espiritual. Me gustaría creer que la segunda opción es la correcta. La necesidad de sacarse de encima tantos mundos interiores tan caóticos y terriblemente concebidos, es imprescindible. Siempre es más amable pensar que por más que el resultado sea fallido, éste provenga de algo inevitable y no de un compromiso contractual. Aún si fuera así, bueno, es un libro, nada más. No va a cambiar el mundo. Pero para un seguidor de su obra, y si éste es además un exigente lector, como deberíamos serlo todos, leer una obra menor es como contentarse con comida mal preparada o quemada, que deberemos dejar a un lado sin terminar. 3) El siguiente problema es el ya mencionado en los ítems anteriores. La tendencia a la escatología y el mal gusto son excesivos. Repito que puede tener la intención de reflejar el lenguaje y el punto de vista del personaje, pero insisto en que cuando estamos haciendo literatura hay un manejo aún del lenguaje coloquial que debe ser utilizado para bien del texto. Una obra literaria no es una fotografía, aún retratando los mundo paralelos, no es una grabación, Zola, caso paradigmático del naturalismo, por eso lo cito, lo sabía muy bien. Y si el objetivo es crear otra realidad, recrear la realidad con esos métodos y recursos (la vulgaridad y el mal gusto, tal vez lo kitsch, aunque no se le parezca en absoluto) no me parece tampoco válida para este tipo de literatura. King no parece orientarse a esa mezcla de absurdo y gótico, sino que sus dramas son ficciones de horror contemporáneo. Eso es lo que nos lo acerca hasta el punto de maravillarnos y estremecernos en sus mejores obras. 4) Otro problema técnico de King es la tendencia a que el personaje se haga acotaciones mentales constantemente. A veces con la intención de relajar la tensión en alguna escena violenta, a veces como referencia temporal y espacial al compararse con un personaje de libro o película), y aún cuando la trama trate de que el personaje escucha voces o la telepatía sea el tema, no creo bien abusar del recurso. En ocasiones estas acotaciones se vuelven ridículas, incluso. Esto nos sirve para pasar al siguiente problema. 5) King utiliza, esta vez invariablemente y se trate de lo que se trate el argumento, las comparaciones. Hace uso de ellas en cualquier momento, y en la mayoría de los casos la imagen no necesita ser reforzada por una comparación, ya que de por sí es tremenda e implacable. Cuando sucede esto, la comparación queda en desmedro de la imagen original, hasta arruina el efecto que esta nos había producido. Cuando la comparación es trivial, seamos condescendientes y pasemos por alto la falencia, pero a veces la comparación es inadecuada y gran parte de las veces grotesca, vulgar y totalmente fuera de lugar. El objetivo de la comparación es reforzar la imagen inicial, tal vez hasta para dar la sensación personal del autor, lo que colabora con el clima y el estilo, para sumar.

     Veamos ahora las obras que me llevaron a hacer estos comentarios. Christine tiene una primera parte muy bien lograda, cuando el personaje narrador, en parte testigo y en parte principal, describe los acontecimientos y las características los personajes principales. King siempre caracteriza muy bien a sus personajes, son muy reales y muy visuales, tanto en su aspecto como por su forma de actuar y hablar (cuando no se excede con coloquialismos vulgares). En este caso, se trata de dos adolescentes, y el lenguaje está bastante medido en ese aspecto. Pero en la segunda parte pasamos a una narración en tercera persona, la historia comienza a estirarse con situaciones secundarias. Los malos, el típico el grupo de chicos malos de la escuela en las novelas de King, se vuelven estereotipados. A pesar del gran trabajo psicológico de estos personajes malvados, mezcla de enfermedad mental y posesión, que King hace en otras novelas, aquí no se destaca. En la tercera parte la trama va perdiendo interés, no porque las acciones no sean continuas e interesantes (todas las tramas de King son inquietantes, profundas en muchos sentidos y dimensiones) sino porque no las acompaña el lenguaje. La tormenta del siglo es el guión de una película de televisión. Es habitual que un buen texto de teatro, de televisión o cine se lea con el mismo interés que al ver la obra. A veces es mayor la sensación porque nuestra imaginación no se ve invadida por la cara de los actores que vimos actuando. En este guión no sucede nada de eso, lo inquietante no aparece más que como un aspecto técnico, hasta los diálogos están saturados de acotaciones de cambio de cámara. Por qué hace esto, si es tarea del director. Por qué King no se dedica a enfatizar el drama en el guión, las fuerzas terroríficas que nos quiere transmitir. La película esta muy bien realizada, y en ella hay todo lo que esperaba leer en el guión, y no encontré. Me podrán decir: es un guión. Es verdad, pero Las brujas de Sales de Miller también es un guión si de eso hablamos, y cuál es la lección de éste drama: que la emoción no está en la visión de la puesta en escena, sino del drama que estamos leyendo y que nuestra imaginación reproduce. Un buen guión no tiene que ser diferente de una buena novela, un buen ensayo o poema, en todo género el lector recrea positivamente si el texto tiene los elementos necesarios y en la justa medida. Pasamos a Posesión y Desesperación. Son dos novelas llamadas gemelas porque tienen similitud de argumentos y fueron escritas una con el nombre de King y otra con su seudónimo mças habitual, Richard Bachman. En ambos casos tenemos un grupo de gente común y corriente, otro típico recurso de King, con ciertos estereotipos de mezclas de culturas y edades (el escritor, el policía, el padre de familia, la mujer soltera, el niño o niña, el perro, etc) puesta e una situación dramática e inexplicable que los desafía a la supervivencia. Debemos leer más des 200 o 300 páginas, a veces hasta cerca del final, para llegar a explicarnos qué sucede. Es interesante estirar las historias, provocar expectativa hasta el punto de querer pasar las páginas a ver qué sucede. Pero me pregunto si un escritor quiere que sus lectores pasen las páginas. ¿No es mejor que el lector disfrute del lenguaje, que el estilo lo vaya llevando sin darse cuenta, preparándolo, creando el ambiente interior para el desenlace? Y cuando llega el final, no está al nivel de las expectativas. Puede ser lógico, hasta interesante, pero no es suficiente, me digo, para tanta expectativa previa, tantas páginas donde no pasa más nada que crímenes tras crímenes. Se dirá que ése es el argumento, la forma de matar y la tensión que rodea este drama, pero insisto que el problema es el lenguaje y el estilo, la forma en que transmitimos lo que queremos expresar. Insomnia es una novela de lenguaje más cuidado, casi poético en algunos fragmentos. La caracterización del anciano, protagonista principal, es excelente, lo mismo que el clima y el ambiente de las auras. El estilo onírico es manejado muy bien por King. Pero llegamos cerca del tercio final de la novela y se nos van revelando cosas que al principio parecen evolucionar muy bien. Las visiones de aquellos seres extraños se mantienen en la calidad de lo inquietante mientras no se revelan demasiado, y resaltan por contraste con la vida común y los sinsabores y tristezas propias de lo humano. Sin embargo, estos seres extraños van teniendo su explicación, y es interesante que King se atreva a meterse en esos ámbitos cuasi mitológicos, donde lo sobrenatural y sobrehumano también tiene jerarquías y donde los resentimientos y las peleas duran siglos. Como en Homero, esos dioses tienen características humanas, y necesitan de los hombres para pelear sus batallas. Los hombres son instrumentos, y a veces éstos deben decidir por sí solos, porque el poder de esos dioses también es limitado. Todo esto está muy bien. El problema, a mi criterio, es que a pesar de tanto oficio, a veces no alcanza a producir esa sensación de tremenda incertidumbre, de pérdida y extravío que deberíamos sentir como lectores, como humanos. ¿Dónde está la emoción, la característica humana por excelencia? ¿Qué es la literatura, en fin, por más que hablemos de seres extraterrestres, sino la alegoría de la condición humana? Y el lenguaje, por Dios, necesitamos del lenguaje apropiado. It es un caso peculiar. King trabaja excelentemente las sensaciones de la niñez y sus miedos. Los niños son víctimas permanentes, están expuestos a todos los peligros, y en esta novela pasan de las amenazas meramente humanas (padre golpeadores, asesinos, chicos mayores que abusan de ellos) a las siguientes amenazas sobrenaturales. Los miedos de los niños alimentan las fuerzas que a su vez los extermina. Los siete personajes están muy bien desarrollados. La descripción de la ciudad de Derry y su extraña historia en los interludios son casi reminiscentes de Hawthorne y Faulkner. Incluso la enorme extensión de la novela no se siente sino hasta llegar a las últimas 200 de las 1500 páginas. Y sucede, como es costumbre, cuando el lenguaje se pasa de la raya. En la última parte, dos situaciones temporales, tan bien manejadas en todo el resto, se hacen excesivamente repetitivas, el lenguaje coloquial y vulgar, medido hasta entonces, se exacerba, los macabro y escatológico se hacer artificioso. Lo maravilloso del enfrentamiento final, de por sí imaginativo, pierde fuerza por el lenguaje. La emoción, elemento central, determinado por el sentimiento del Bill por su hermano George, se vuelve sentimental y efectista. La idea de Eso y la Tortuga, del bien y el mal, luchando en un pueblito norteamericano de clase media, donde sólo los niños pueden combatir estas amenazas, porque ellos son los las víctimas y el premio final, es sumamente interesante. Pero me parece que King no deja a Eso con la suficiente oscuridad para que podamos imaginarlo con nuestros propios miedos. King hace hablar a Eso casi con el mismo lenguaje de los adultos. Es un recurso psicológicamente interesante, pero no sé si está bien sustentado. Es decir, me resulta un tanto caprichoso, casi como si el autor no tuviese otro recurso más que hacer hablar a cualquier personaje, fantástico o no, con la forma de hablar de un norteamericano de clase media. ¿No sería mejor el silencio y la ambigüedad? King ha optado desde siempre por el elemento inverso, lo excesivo, pero ¿y el lenguaje y la fuerza emocional e intelectual del lenguaje? Los Tommyknockers es bastante mediocre, todos los elementos antes mencionados están también en esta novela. La ciencia ficción no parece un género que King domine con maestría. El único fragmento destacable, muy destacable, hasta el punto de ser casi un cuento aparte digno de aparecer en alguna de sus antologías, es el fragmente dedicado a Hilly Brown. La forma en que en pocas páginas va desarrollando las características de un niño tan peculiar, es magistral. Firestarter ni siquiera vale la pena mencionarla, y en Needdful things, exceptuando fragmentos tan bien escritos como el suicidio de un niño de 10 años por creerse responsable de la muerte de una mujer, uno se pregunta por qué el Diablo necesita de una cinta de video de VHS para mostrar el accidente de la esposa del policía. La mitad siniestra es una buena novela, hasta cierto punto. La idea y la trama son muy interesantes, casi un desprendimiento de La zona muerta, el final es muy logrado, pero aquí el desarrollo peca de arbitrariedades, de lenguaje poco literario en ciertos fragmentos, y sobre todo se excede en las descripciones del cadáver de Stark. Regodearse en lo repugnante es un elemento de morbosidad que va en contra de cualquier novela, me parece. The stand es otra novela con una gran idea, buen desarrollo en ciertos fragmentos, buen personaje misterioso, Randall Flagg, pero que se estropea por múltiples escenas innecesarias y fragmentos excesivamente escatológicos y hasta ridículos para la trama. Carrie debería haber sido un cuento, extirpando los fragmentos de la entrevista. Según leí, el propio King agregó partes para la publicación como novela. Está mal escrita (aquí estoy de acuerdo con Norman Mailer). La película de De Palma es mucho mejor que la novela, como producto final, me refiero.

     Ahora me toca mencionar los libros donde King se destaca como uno de los mejores escritores contemporáneos, que he leído hace un tiempo y me llevaron a admirarlo. La zona muerta es una de sus novelas más discretas, elegantemente escrita e inquietante por lo que sugiere. King trabaja muy bien los aspectos psicológicos de los psicópatas, y en algunas tramas incluye historias secundarias que parecen no tener relación con la central, pero que la realzan. La historia del psicópata se enlaza con Cujo, donde esa sensación del mal se reencarna. Cujo es otra novela excelente, donde el recurso de estirar una escena por cientos de páginas está perfectamente lograda. La única escena donde lo inverosímil corre el riesgo de malograr la novela, por la tendencia señalada al excesivo detallismo que puede caer en lo absurdo, es en el enfrentamiento del perro con la mujer. De todos modos, no llega a caer en golpes demasiado bajos y sale airoso. Los cuentos de El umbral de la noche son magníficos, dignos herederos de la tradición de Bradbury con un toque absolutamente personal y un estilo bien definido, medido y concentrado. Qué diferencia entre Los niños del maíz e It, qué diferencia entre Soy la puerta y Los Tommyknockers, la brevedad tiene más fuerza a veces que el peso muerto de miles de páginas. No es que una novela larga o el estirar una situación estén implícitamente mal. En Cujo ya hemos comprobado lo contrario, en El juego de Gerald, se repite el buen efecto de este procedimiento, al cual se agrega otro recurso que en otras novelas no tuvo éxito. Aquí hay una vuelta de tuerca, pasando la narración a explicar los antecedentes del hombre que supuestamente está amenazando a la protagonista. Se pone a explicar, pero como en los mejores momentos de It y en toda La zona muerta, el recurso de la crónica semiperiodística es un recurso muy válido que esclarece y a la vez oculta, da pistas al lector pero deja en sombras los sectores necesarios. Sí, dice, hay un psicópata, hay explicación psicológica, pero más profundamente hay otra cosa, algo inexplicable, algo que no se muestra. En Los langoloides (de Cuatro después de la medianoche, magníficas novelas) se repite la situación del grupo expuesto a una situación peligrosa, pero a diferencia de otras novelas, está muy bien manejado el misterio y la explicación resulta asombrosa y muy original. Es el trillado tema del tiempo, pero la concepción de la idea parece nueva, y por supuesto, la extensión adecuada y el lenguaje colaboran perfectamente. El resplandor y Jerusalem's lot son dos novelas iniciales muy bien escritas, con la impronta de La zona muerta. En la segunda se ven ciertas dudas en la verosimilitud de algunos pasajes, como cuando un chico y una mujer matan a un vampiro. Por momentos no resulta creíble, como sí sucede en algunas situaciones más absurdas pero más logradas de otras novelas. En El resplandor se ve el elemento onírico muy bien desarrollado y expuesto, mejor aún que en Insomnia. En Jerusalem's lot la crónica de una ciudad está muy bien expresada, y no se malogra con recursos artificiosos y excesivos como en It. Las novelas de Las cuatro estaciones son perfectas, un claro equilibrio entre las fuerzas humanas y las sobrenaturales, donde éstas son sólo una excusa para el desarrollo de tramas que penetran en la profundidad de la naturaleza humana. El cuerpo, La redención de Shawshank, Alumno aventajado y El método de respiración son muestras magníficas de la maestría de King. Los cuentos de Pesadillas y alucinaciones son muy variados, hay algunos excelentes como El Cadillac de Dolan, y otro que recuerda a The Stand, e igual que la novela, no está logrado, a mi criterio. Pero hay otros cuentos magníficos, como El dedo móvil, La estación de las lluvias, etc. También vemos acá la variedad de registros de que es capaz, cuando se introduce en el mundo lírico y pastoral de El pequeño pony, o el estilo Conan Doyle en El caso del doctor. El cuento es tal vez el medio óptimo para lo mejor de King, lástima ha venido decayendo también en este sentido. Esta tercer antología de relatos le sigue a Skeleton crew, publicada en partes, y que sin duda le sigue en calidad a El umbral de la nocheLa expedición y La niebla, relato y novela corta, son de lo mejor que se puede encontrar en la literatura fantástica. Para el final dejo Cementerio de animales, en mi opinión la mejor novela larga que he leído de King. Aquí hay una tensión permanente que no viene de los sucesos en sí mismos, sino de una angustia y una expectativa constante. Hay algo que va a pasar, hay algo que oprime el pecho del lector, porque siente, gracias a la destreza narrativa, al lenguaje óptimo, a las pistas apenas insinuadas, al mito justamente develado, que algo terrible está por suceder. El final, aunque peligrosamente cercano al exceso, es este caso útil y necesario, sale completamente airoso en lo que desea expresar: el estremecimiento del protagonista al sentir esa mano amada y sin embargo desconocida sobre su hombro, es el estremecimiento que ha de sentir el lector al leerlo. Queda mucho por leer de King, mucho más de lo ya leído.

 

 

 

Corazones en la Atlántida (1999)

Este libro de King está compuesto por dos novelas (Hampones con chaquetas amarillas y Corazones en la Atlántida), dos cuentos relativamente largos (Willie el ciego y ¿Qué hacemos en Vietnam?) y por un de epílogo final. Lo mejor, a mi parecer, son los dos cuentos. Si hablamos de las dos novelas, veremos que, a pesar de estar mucho mejor escritas que otros textos anteriores de King, es decir, poseen un mayor control del uso de la coloquialidad, los excesos a los que nos tiene acostumbrados y los finales fallidos, carecen de la suficiente fuerza para realzarlos por encima de la mediana eficacia de los tantos otros textos suyos sin demasiada trascendencia o valor literario. La primera novela nos relata el mundo de la infancia del protagonista, tan eficientemente como King sabe hacerlo. El personaje de la madre está muy bien desarrollado en sus características según el punto de vista del hijo. La idea de lo fantástico, la realidad de la Torre Oscura y el Rey Carmesí de Insomnia, cruzando caminos con el mundo "real", no deja de ser interesante, pero es una lástima la forma en que el lenguaje de King se queda corto, no emociona, no inquieta con esa mediana utilización del lenguaje que no se permite ni poesía ni música.
      Pero si pasamos a los cuentos, encontramos otra cosa. Esto no hace más que confirmar que los textos breves le quedan bien a King. En Willie el ciego encontramos a un personaje cuya jornada es descripta en presente. Así, el lector va descubriendo de a poco que esta persona es a su vez tres personas, y luego, al sumarse los recuerdos, vemos que ha sido otro u otros. La diferencia es que las tres caras presentes son deliberadas, y concretadas mediante disfraces. Esta esquizofrenia es dada con un lenguaje parco, medido, contenido, pero que sin embargo conserva una tensión que se parece a angustia y desesperación. Uno puedo sentir la ira de Willie, aunque no estemos de acuerdo con su proceder; lo suyo no es físicamente violento, sino psicológicamente violento. Sabemos que en cualquier momento estallará, pero por ahora su mente ha sobrevivido a los intensos traumas del pasado (la guerra de Vietnam), formando casilleros, uno que contiene al otro como una caja de Pandora. El final es inquietante y sobresale como uno de los mejores finales de cualquier texto de King: Willie presiente, imagina con certeza indudable, que él no es el único que realiza esas maniobras mentales, y sabe que de ahora en más deberá cuidarse de los otros.
     En el otro cuento mencionado, nos encontramos con un King evocador del pasado. Un hombre va al funeral de un compañero que conoció en Vietnam, y esto sirve de recuerdo para evocar episodios traumáticos de la guerra y toda la vida de frustración que le ha seguido. Hay un viaje de ida y vuelta continuo del pasado y del presente hábil y elegantemente manejado. Incluso la utilización del elemento fantástico es sólo un medio poético, alegórico que King ha sabido traer con delicadeza y amargo humor: el protagonista muere de un ataque cardíaco en un atascamiento de tránsito, pero no sabe que está muriendo. Él cree ver una lluvia de objetos inanimados, cosas que nosotros descubrimos como rescatadas del pasado reciente como piezas de museo. Es una imagen sumamente bella, tal vez una de las más conmovedoras de King. El fantasma que acosa al protagonista, una anciana mama-san, es también un fantasma inquietante pero no terrorífico. Son miedos que nacen del propio personaje, no monstruos de origen caprichoso del cual el autor deba dar explicaciones. Mientras menos explicaciones hay, más evocadores son de la condición humana.
Leer estos dos cuentos no nos hace perder nada del resto que hemos descartado. Hay menciones a personajes y hechos de otros relatos que son apenas elementos secundarios y decorativos que en nada empañan ni producen sensación de que falte algo. Uno y otro se explican mutuamente, ambos se complementan mejor que las novelas que los acompañan.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alberto Ramponelli

 

 

 

Viene con la noche (2005) Apuntes para una biografía (2009)

Tercera novela del autor, y producto de una madurez tanto personal como literaria, es, quizá, la mejor novela de Ramponelli. Fragmento independiente de un mundo literario que tiene sus interconexiones con las otras dos novelas,
 El último fuego, especialmente, y con Viene con la noche, pero aquí más en el clima y la temática que en la trama. En la primera novela encontramos un clima oscuro, de una extrañeza que recuerda en parte una película en blanco y negro de los años sesenta y en tono bradburiano, y también un cierto hermetismo dado por la frialdad y lo escueto del lenguaje, siempre preciso, medido, estudiado, de una elegancia filosa y amarga al mismo tiempo.    

     La segunda novela mantiene el lenguaje, pero hallamos cierta luminosidad que alivia la pesadumbre y la extrañeza de la novela. Esta luz llega a través de ciertos elementos más familiares al lector, más palpables por su cotidianeidad: el barrio, las mujeres, los hechos policiales. En ambas, la ambigüedad es una característica esencial que determina su identidad. Una característica que también representa un riesgo, una elección estética y formal que conlleva sus pros y sus contras. Muchos lectores preferirían una elección más efectista, más clara y abrupta de la trama. Sin embargo, tanto contenido como continente van de la mano, se amoldan perfectamente uno en otro en los textos de Ramponelli. El tono es único, peculiar del autor, por lo tanto el tratamiento de la trama, afín por supuesto también al autor, fiel a sí mismo y sin intenciones de concesión alguna, es acorde a ese tono. Forma y contenido se alimentan para producir un resultado, un fruto que puede no tener colores brillantes porque las sustancias que lo forman provienen de aspectos mucho tiempo ocultos en el alma de los hombres, y que Ramponelli se ha encargado de rescatar, de llevar a la luz por el tiempo necesario que nos toma abrir el libro y leerlo. 

      El lenguaje es sumamente cuidado y preciso, el tono elegido también es muy controlado, tiende únicamente a desbordarse en las zonas adecuadas, donde la tensión lo requiere, y aún así lo hace muy someramente. La tensión se ve realzada con el recurso de develar poco sobre los personajes, sus personalidades siempre se mantienen en una zona ambigua, porque el misterio es su principal cualidad. Lo que no se dice se desprende de las acciones, y aunque los diálogos son claros y transparentes, transcurren precisamente en la zona superficial o cotidiana. Esto colabora a que el lector sienta que las brujas, buenas o malas, pueden habitar en la casa de cualquier vecino.
La trama tampoco deja puntos sueltos, explica y razona a través de los diálogos y los pensamientos para que el personaje vaya desenrollando el misterio que lo envuelve. El lector sigue estos razonamientos como en una novela policial, género al cual se acerca en estilo, por lo menos parcialmente. Como en la novela anterior del autor (El último fuego) lo extraño nace de lo cotidiano y hasta de lo que parece banal. El punto de vista alterna según los personajes, aunque predomina el omnisciente limitado de la protagonista. No hay hechos desmesurados en el plano real, todo lo fantástico ocurre en el plano onírico, por lo tanto el misterio, al mantenerse ambiguo e impreciso, no pierde su capacidad de inquietar, porque nunca se devela del todo, sino que se insinúan las posibles y variadas respuestas. Lo que las protagonistas saben al enfrentarse entre ellas, lo saben por transitar esa otra zona a la que el lector accede por momentos. El lector no duda de las respuestas, pero no se le explica no si demuestran con hechos grandilocuentes o de magia. El resultado de esta técnica es curiosa: una mezcla de novela con ciertos rasgos localistas, trama fantástica y policial, periodística a veces en su austeridad. Pero sobre todo siempre fiel a un estilo y a un lenguaje sobrio y comprometido con los recursos expresivos.
      El lenguaje tiene peculiaridades muy definidas, muy propias. Se pueden encontrar influencias de otros autores, es verdad, pero no resultan del todo claras, ya que es un nuevo producto literario, donde más que de influencias ahora podemos hablar de parentescos y propósitos o climas en común. La literatura de Hemingway se puede oler en la precisión, la trágica mirada de Faulkner en el determinismo implícito en los destinos de los personajes, lo fantástico anclado en la ambigüedad de la literatura de Kafka o Bruno Schulz. Pero estas asociaciones son más que nada intuiciones de un lector atento, de un lector que sabe que cada autor es producto de muchos otros, y a su vez aporte único al mundo de la literatura de ficción y su historia.

     Como dijimos, entonces, el lenguaje del autor tiende a una austeridad, a una economía en la descripción, a una precisión en las acciones, a una evasión del sentimentalismo fácil. Lo emocional pasa por lo intelectual, por las asociaciones implícitas que la trama crea en la mente del lector. Si bien no son tramas policiales, más que un conflicto personal hay una complejidad psico-social, es decir, una alimentación mutua entre lo personal y lo social. Ambos planos, que también en estas novelas tienen su paralelismo simbólico en el eje realidad-imaginación, no podrían existir uno sin el otro, otorgándose mutuamente la misma importancia. Y si bien parece haber un guerra entre ambos, que es a su vez la sustancia de las tramas y su sabor peculiar, nunca hay un ganador, y la resolución es siempre una neutralidad que puede decepcionar a los buscadores de los fuegos artificiales literarios, pero que es acorde a la amarga visión que nos propone el autor, una visión de hombre o mujer inmerso en el punto intermedio, fluctuando entre ambos mundos. 
      Apuntes para una biografía
 se destaca en primer lugar por su estructura. Está formada por diez capítulos donde el primero y el último ofician a manera de introducción y epílogo, mientras que el resto constituye una serie de relatos relacionados con la trama planteada en la introducción. No sería del todo preciso llamarlos cuentos, por el simple hecho de que no hay una resolución ni un final cerrados, porque la trama de cada uno de ellos fluctúa entre lo particular de cada relato y el eje principal de la novela. En realidad son construcciones paralelas, historias simultáneas, divergencias de la gran trama del mundo creado por el autor, a través de las cuales encontramos una nueva forma de mirar a Edward Echenique, el protagonista. Es que casi no hay un protagonista excluyente, porque Echenique es sólo el eje en el que los demás confluyen o giran como en órbitas que tienden peligrosamente a colapsar. Las historias paralelas pueden leerse, sin embargo, como relatos independientes que tienen su valor en sí mismos, pero que exigen nuevo alimento y una mayor explicación para ser comprendidos del todo. El valor de estos textos está precisamente en esa incerrtidumbre de la que hablamos antes, y que en este caso se extiende desde la trama hacia la forma elegida para plasmarla. Por eso, el autor se evidencia comprometido con el lenguaje y no sólo con la historia. No es únicamente contar, parece decirnos, sino hallar formas adecuadas de hacerlo.
      En
 Apuntes para una biografía encontramos otras peculiaridades con respecto al lenguaje. Es un poco más desbordado que en las novelas anteriores, hallamos frases más largas que ganan una emotividad, intelectual por el modo buscado, pero a su vez surgida de un canal abierto a través de la musicalidad gramatical dese el alma y el pensamiento del autor. La trama de cada relato a su vez tiene varios planos: el superficial, referido a la trama particular de cada uno, otro más profundo, asociado con las relaciones más o menos directas con Echenique, y otro más profundo todavía, donde las significaciones particulares de estos personajes secundarios adquieren intensidad psicológica: la culpa del soldado Pérez, la ira del isleño Santos, el resentimiento (¿el incesto, tal vez?) en el caso de Mirna, el temor a la muerte en el caso de Suly. Pero a estas representaciones se pueden agregar muchas otras, tantos como lectores haya. 
     El otro elemento imprescindible de mencionar es el fantástico. Lo fantástico en Ramponelli es un punto intermedio entre la realidad y la ficción, una confluencia entre ambas, creando un producto diferente. Pero este nuevo "lugar" no es un sitio donde los personajes puedan moverse, sino un recurso literario que permite entender la dificultad que tienen los personajes para vivir entre ambos planos. Tanto lo mágico en
 El último fuego, la hechicería de Viene con la noche o las connotaciones místicas de Apuntes para una biografía, en donde caben también las referencias sobre teorías telepáticas, extraterrestres y relaciones con el nazismo, no son elementos puestos al azar ni para emparchar defectos en el argumento, ni tampoco forzadas o artificiosas explicaciones. Ellas forman parte de las tramas, siendo y no siendo a la vez lo más importante del resultado. Sin ellas, las novelas no serían lo mismo, sí valederas por su trama formal, cotidiana o psicológica, pero menos complejas. La riqueza de estas novelas está en esta eventual, casi espontánea y a su vez natural presencia de lo sobrenatural como una parte más de lo cotidiano. Y el mérito de esta verosimilitud está, otra vez, en el lenguaje. El tono recuerda sin dudas a la crónica más que al recuerdo, a la intención cuasi-periodística pero dejando de lado lo meramente anecdótico para inmiscuirse en lugares más oscuros y aceptando, sobre todo, la incertidumbre como elemento más real que lo comprobado. El utilizar la voz en primera persona, que parecería contraproducente para este objetivo, acentúa la importancia de los hechos, dejando a las ideas en un plano secundario, y permitiendo a las propias impresiones su carácter implícito de subjetividad. El resultado es un subproducto de la crónica o la biografía apócrifa, lo que hace que esta novela de Ramponelli sea la que más se acerca a Borges. 
     Por último, debo destacar los puntos más altos de estas historias.
 Gente rara es sin duda uno de los relatos más intensos del autor, donde la precisión del lenguaje resalta la presencia invisible y certera de lo que no se dice. Postales del sur es, en mi opinión, uno de los relatos más logrados, o el más logrado, de toda la obra de Ramponelli. La relación del soldado con el personaje impreciso que es Echenique, farsante y místico, fabulador y criminal a la vez, es una relación que se traslada tanto al plano de lo social y político como al de la culpa y el remordimiento. Echenique teme al pájaro negro de la muerte, al cual escucha pero no puede ver, amenaza que tiene su contrapunto en el remordimiento del soldado Pérez por su participación en la masacre de una familia durante la guerra de Malvinas. El lenguaje adquiere aquí una emotividad a la que Ramponelli se abandona muy pocas veces y que por eso es más efectiva y conmueve de manera diferente y exquisita. Para terminar, otro punto alto es Siempre llueve en París. Aquí también las significaciones psicológicas se intercambian con las sentimentales, el amor de Suly por su padre. Lo onírico participa como elemento secundario, pero aporta principalmente connotaciones paranormales por su relación con Echenique. Y es sobre todo el lenguaje y la estructura la que hacen sobresalir a este relato. Como casi todo ellos, hay un viaje de ida y vuelta entre el pasado y el presente, incluso el futuro se cuela de manera fortuita por su relación con los textos anteriores o posteriores. 
     La estructura de la obra de Alberto Ramponelli, entonces, está cuidadosamente trabajada, dejando de lado lo lineal o simplista, optando por una estética formal y substancial que desafía lo cánones comunes de lo literario.



 

 

 

Daniel Durand

 

 

 

El Krech (1998) El cielo de Boedo (2005) Ruta de la inversión (2007)


La poesía de Durand es esquiva a clasificación. Tiene rasgos, en cuanto a temática, de la poesía urbana, un leve tono orillero en ocasiones, donde lo coloquial prevalece siempre pero tamizado por la mirada melancólica del poeta. Tal vez ésta sea la sensación principal provoca, una cierta melancolía no por algo que se ha perdido ni algo que se busca, sino por el presente. En prácticamente todos los poemas de los dos últimos libros mencionados hay una sensación de tristeza indefinida que no denotan las palabras del poeta, sino el clima que éstas crean. Y eso es poesía verdadera, me parece, no golpear con palabras altisonantes, sino que las palabras cedan su significado a un todo, y que ni siquiera un verso resalte por sí mismo más que por la emoción que crea. Aquí la emoción es más que nada un estado permanente de inquieta incertidumbre. Sólo sabemos lo que vemos en el cielo de nuestro barrio, en sus calles, los adoquines y las veredas, las chicas de enfrente, las bicicletas y los negocios. Todo esto se convierte -en esporádicas y sutiles menciones, nunca enumeraciones innecesarias- en material para otra sustancia menos concreta: el estado presente de no saber más que lo que sentimos. La desilusión amorosa, los amigos, el trabajo, las lentas tardes barriales, son elementos de Ruta de la inversión. En El cielo de Boedo hay, a la manera de “Las cuatro estaciones”, una descripción concienzuda de los cambios provocados por el clima en las calles del barrio, tan detallada que parece casi no tener objetivo. Pero las cosas descriptas cuentan algo que no entra por los sentidos habituales, ellas se agolpan y acumulan en nosotros, depósito que no sólo almacena sino que digiere lo que recibe. El Krech es algo diferente en la temática, no en los recursos poéticos, siempre exactos y originales. Aquí hay un mundo imaginario y una trama sólo sugerida por una mezcla de imágenes que difícilmente puedan clasificarse. El aparente delirio en este caso en productivo porque hay un clima casi futurístico bien construido por las austeras sugerencias.
     Esto es lo principal, me parece. Durand no necesita de grandes palabras para forzar al lector a imaginar, sólo sugiere, sólo menciona y el resto lo hace la imaginación del lector.



 

 

 

 

Nadine Gordimer

 

 

 

Historia de mi hijo (1991) Capricho de la naturaleza (1987)


Estas dos novelas de Nadine Gordimer tienen como tema predominante y transfondo inevitable la sociedad sudafricana y el apartheid. Su literatura entra en el ámbito político, su literatura es política, porque ella aplica a su forma de vivir, -y por lo tanto a su obra-, el criterio de que todo lo que hacemos es política: la forma en que actuamos influye inevitablemente en los demás. Sea un sentimiento o un acto, al fin de cuentas tiene su reacción en el otro, como una onda expansiva que a veces es tan inesperada y sutil como el silencio. Y el silencio es parte de los personajes de sus novelas, sólo una parte, porque cuando el silencio de la complicidad es finalmente vencido, los protagonistas actúan, se comprometen y por lo tanto sufren por sus convicciones. Ella ha demostrado que se puede hacer literatura política sin que las ideas abrumen al lector ni saturen la trama. Porque las historias son los personajes, y aunque ellos hablen y proclamen ideas, compartidas o no por el lector, éste último está oyendo y viendo a los actores y no a la autora. Gordimer tiene la destreza y el talento de narrar con aparente simplicidad historias terribles que, como una bomba, estallan para sorprendernos en el momento más inesperado. Pero no con efectos truculentos, sino con elegante sutileza de lenguaje y estilo. No podemos encontrar en ella lugares comunes en ni una sola de sus oraciones. Sus recursos narrativos son variados: el punto de vista que rota de personaje en personaje, los cambios de tiempo, la utilización del presente casi como un pasado inmediato, el adelantar hechos casi en un arranque periodístico pero que jamás se queda en ello, el contar a través de la sugestión qué puede pensar o hacer un personaje en relación a otro. En Historia de mi hijo el narrador es el hijo que cuenta la historia de su padre, con todas las connotaciones psicológicas y emocionales que esto implica. En Capricho de la naturaleza el punto de vista puesto sobre el personaje principal, simple y llano, se va expandiendo hasta convertirse en una obra épica, donde el personaje se va rodeando de voces y situaciones más allá de su influencia, como una cámara que primero enfoca a uno solo para luego alejarse y abarcar a muchos cientos, pero el personaje sigue distinguiéndose por contraste. Hay que tener talento y destreza narrativa para lograr esto: la mezcla de psicología, comportamiento humano, emociones encontradas, odios raciales, descripción socioeconómica y alta calidad narrativa. Ojalá contar historias como las de ella fuera tan simple como lo hace parecer, pero la aparente fluidez se desliza sobre muchos años que han lubricado los mecanismos artísticos de la autora.

 

 

 

Hay algo ahí fuera (1984)


Si la narrativa novelística de Gordimer es un continuo acierto entre contexto y contenido, es decir un lenguaje estilísticamente maduro y una temática seria abordada también con madurez, sus historias cortas representan un ejemplo, quizá más acabado que sus novelas, de su destreza y talento para la narración. Cada cuento es una parte del mundo que describe, pero a su vez es un mundo completo con su propia lógica. A la austeridad de adjetivos a la que nos tiene acostumbrados y la descarnada visión de la sociedad que es casi su eje temático, se suma la despiadada visión de los protagonistas de estos relatos. No necesita adjetivar para que sepamos cómo son, a veces ni siquiera ellos saben cómo son realmente, preocupados por sobrevivir en una comunidad, como en todas las comunidades en realidad, donde lo importante no es lo que se siente o se piensa, sino lo que se dice o se hace. De allí que estos personajes tengan un interior que desconocen, y que incluso los hace cometer actos cuyo real significado no valoran totalmente. Su casi inocencia los hace más crueles que su probable malicia. Veamos por ejemplo la mujer de Una ciudad de los muertos, una ciudad de los vivos, que denuncia a un militante fugitivo del apartheid, con cuya causa dice estar de acuerdo, pero que ha roto la serena tranquilidad que ella deseaba para su familia. O el padre de Kafka, cuya carta es tan lógicamente cierta, que más parece el filo de un cuchillo que una carta. Otros relatos (Crímenes de conciencia) nos hablan de cómo la militancia política pasa a formar parte de una personalidad, y no sólo una faz de ella. Porque defender una causa noble puede llevarnos a matar, a odiar, y también a conformar una parte del amor de pareja, incluso el perdón. También hay lugar para la reflexión sobre la inesperada evolución de los sentimientos humanos en seres comunes y corrientes, sin compromisos políticos: una pareja que ha ahorrado para comprar una villa en Italia para su jubilación, ve alterados sus planes cuando él se enamora de otra mujer; una mujer negra que sirve en la casa de una familia blanca, acepta en su casa a la mujer y los hijos de su amante que acaba de morir; o la relación aparentemente sin conflictos entre una madre y su hija como resultado de una educación libre y abierta, puede traer aparejada las consecuencias extremas que simpre quisieron evitar. En el relato final, casi una novela corta,  Hay algo ahí afuera, una serie de delitos y destrozos en la ciudad es el fondo de una historia que cuenta cómo cuatro militantes políticos se refugian en un vecindario blanco para preparar un atentado a una central eléctrica. En este cuento hay diversos planos: la pareja blanca que sirve de pantalla, los dos muchachos negros que se esconden con ellos, el matrimonio de la inmobiliaria que alquila la casa y representa el status quo de la sociedad afrikans, y alternando estas historias, los hechos de violencia protagonizados por un mono o babuino que nadie ha visto con claridad. La alegoría es evidente pero no por ello menos inquietante. Nunca nada se explicita, sólo se da por sentado como algo implícito entre el autor y el lector. Por eso da gusto leer a Gordimer, ella trata siempre al lector como alguien exactamente a su mismo nivel e inteligencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Walter Iannelli

 

 

 

Metano (2008)


Segundo libro de cuentos del autor, mantiene la calidad demostrada por el primero (Alguien está esperando). Su modo de contar se ha afianzado en un estilo muy particular, difícil de definir o comparar con otros autores. El suyo es un estilo que roza lo coloquial, el lenguaje ameno y directo nos relata situaciones cotidianas en general, huecas en apariencia por su repetición diaria. Y sin embargo, algo se va acumulando en el lector atento, no una información de datos o pistas como en una novela policial, sino una sensación de que allí va a pasar algo. Creo que es ese lenguaje directo pero no frívolo el que lo logra: una leve pátina de melancolía, de miedo y de tristeza tiñendo las paredes de los caminos por los que nos conducen estos cuentos.
      En Los que vuelven a la casa de JavierLa vida a partir de Teresita, Un tal Roberto Drode, El aleteo de una mariposa en Pekín y Nada no se vuelve a cubrir, Iannelli es un maestro en describir al hombre común de ciudad, sus frustraciones sexuales, emocionales y metafísicas. En estos cuentos no hay humor (lo cotidiano y lo común ya lo implican cuando el lector los lee y rememora su propia vida), porque aquí se habla de frustraciones y tiempo y cosas perdidas, personas, hechos y talento ya irrecuperables. Lo que dejan estos relatos es una sensación de identificación. No golpean, lastiman un poco, pero esa herida se va infectando y vemos lo que no veíamos antes en nosotros mismos.
      Hay otros relatos más teñidos de ironía y humor, por ejemplo Apuntes acerca de la obra de Carlos Nonato Zuñiga, Carpintero, El rincón de las ánimas, y en ellos es sólo un instrumento para contar con otro recurso situaciones sólo un poco más inverosímiles. De ellos rescato especialmente Carpintero, un impecable tratado sobre los lazos entre la impotencia masculina y la religión del mundo occidental. Una curiosidad narrativa de cómo de lo personal se puede volar hasta lo universal, y luego bajar de regreso a lo personal, ya redimido, consolado pero no por ello menos frustrado.
     Los cuentos Metano y Nada entran en el ámbito de lo fantástico. Ambos, y en especial Metano, son relatos perfectos que no tienen que envidiar a los cuentos de Ballard. Y La caza de la becacina contiene una poética que recuerda a los cuentos de Chejov. 
Un tal Roberto Drode me parece un excelente relato, tanto por lo bien narrado como por las ideas que trabaja. El tratamiento en primera persona acierta en los dos o tres colores que caracterizan al personaje narrador: una mezcla de costumbrismo urbano, humor y resignación del fracaso. El personaje pasa por diversas etapas en donde la obsesión por Drode es el guía conductor. El tema de la propiedad de las ideas está tratado con preocupación no de poseedor asaltado, sino de pensador. No es la posesión de las ideas lo que preocupa al narrador. El cuento está sugiriendo algo más: quizá el tema del alter ego, quizá el tema del otro y el doble, precisamente otro ítem literario tan común que ya a nadie pertenece en propiedad. La literatura como tema dentro de la literatura, con el fondo de una comedia negra. ¿Son mis ideas las que ganan concursos, y yo, persona concreta, el que pierde? ¿Soy yo el que no tiene la suficiente capacidad para escribir? Dudamos siempre del resultado de nuestros textos. Tal vez, cuando pensemos decididamente que ya no importan tanto los concursos, que quienes somos está en los que escribimos, podremos deshacernos del Roberto Drode fantasmal que siempre está encima nuestro, acicateándonos y robándonos al mismo tiempo, y volvamos a escribir como lo hace el personaje protagonista del cuento de Walter Iannelli.

 

 

Zumatra y la mecánica de tu corpiño (2005)


Lo primero que surge al leer la poesía de Walter Iannelli es que su lenguaje es directo. No hay artificios entre el texto y el lector. Pero esta aparente simplicidad es resultado de la elección de un lenguaje que se ha propuesto ser exacto. Exactitud es el nombre para definir a estos poemas, me parece. Para decir, por ejemplo, que en un pedazo de tela se encuentra el universo, el autor no necesita muchas palabras ni una construcción sintáctica compleja. Es algo que cualquiera podría haber dicho, quizá, pero no de la manera en que aquí se dice. Porque en este caso, la simplicidad magnifica el contenido del poema, como una piedra que produce olas al ser arrojada en las aguas quietas que todos tenemos bajo las capas de la conciencia. La poesía de Iannelli explora a filo de machete en la oscuridad de un cuarto lleno de objetos peligrosos que no recordábamos que allí estaban. Por eso, cada final de poema deja una sensación de desolación, como cuando compara la espalda de una mujer con un muro. En los poemas del ciclo de Zumatra, lo exótico del nombre da más verosimilitud a las cuestiones que trata, que no son otras más que la esperanza inútil pero siempre buscada (como Los que esperan en Zumatra), la violencia ancestral (Los consorcios de Zumatra) o la incapacidad por encontrar más que escombros y suciedad en las calles que forman la mente de los hombres (Los lavanderos de Zumatra, uno de los mejores del libro). En estos poemas lo extraño nos permite ver lo que somos como si fuera otro el que lleva tales estigmas. Luego viene el retorno, el reflejo que dice que Zumatra no es sino otro nombre de un lugar que todos llevamos dentro. Pero el lenguaje va creciendo en complejidad hacia la segunda mitad del libro. En el poema El sueño, en mi opinión el punto más alto del conjunto, confluyen el lenguaje exacto y a la vez elaborado, exquisito, con el contenido, filosófico y existencial. Aquí, el nombre que no se pronuncia adquiere relieve por las imágenes que intentan describirlo y que lo van alzando hacia el final. Hasta ese abismo desde el que el autor está dispuesto a gritar el nombre de una raza, de un dios tal vez, ese nombre imposible que todos desearíamos escuchar en las ocasiones en que nos preguntamos qué sentido tiene nuestra vida. En una época donde la poesía es enunciativa y enumerativa, repleta de referencias sociales o emocionalidad fácil, como naturalezas muertas que no conmueven por la falta de la luz adecuada (léase talento), los poemas de Iannelli están construidos sin lugares comunes, con un lenguaje poético diferente porque fusiona la profundidad filosófica con imágenes que suenan frescas pero maduras. Habla de hechos y cosas importantes, profundamente humanas. De esos límites entre los que el hombre camina, con pasamanos endebles, desde y hacia dos abismos imaginados. Estos poemas son crueles porque lo intuido siempre es oscuro, son tristes también, aunque lo disimulen a veces a través del humor. Pero sobre todo son implacables. Sin embargo, el lenguaje, con lento esmero y eficaz sapiencia, se encarga de rescatar la belleza que hay aún en lo terrible.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Orlando Romano

 

 

 

Cáspsulas mínimas (2008)


¿Qué requisitos debe cumplir un microrrelato? Cómo todo otro género literario, el rango de sus posibilidades es amplio. Quizá sólo su brevedad sea el signo único e inclaudicable que lo defina. ¿Pero entonces qué lo diferencia de otros textos breves: periodísticos, anecdotarios, humorísticos? Pienso que se trata del elemento literario, ergo poético por definición. Lo que degrada a la poesía es la poética pobre de los poetas mediocres. Lo que degrada al cuento y la novela son los malos narradores. Lo que degrada al microrrelato son los que confunden la brevedad con frivolidad. Si la poesía es exploración del alma humana, así pienso yo, el microrrelato tiene la muy dificultosa tarea de explorarla y explicarla no con metáforas o imágenes como intentan hacerlo los poemas, sino con las palabras fluidas y aparentemente casuales y cotidianas de la prosa. El humor nunca debería estar exento, es un elemento que lubrica el camino por los senderos tortuosos que pretendemos recorrer. Pero no hay que confundir ligereza y tontería con ironía y acidez lúcida y crítica.
     Los microrelatos de Romano me han hecho recordar que este género tiene las más altas posibilidades de expresión, y nada tiene que envidiar a la poesía en su íntima y profunda exploración.
     ¿Debe un microrrelato ser ambiguo o preciso? ¿Debe tener final abierto o cerrado? Es verdad que el lector tiene que aportar su imaginación, pero el deber del autor es dar las pistas necesarias y contundentes. El microrrelato debe ser específico y no dar oportunidad de interpretaciones confusas o contradictorias. Algo tan breve se define por sí mismo, lo que no quiere decir que sus ondas expansivas no se extiendan en el interior del lector como cualquier otro buen texto literario. El famoso cuento de Monterroso, a mi criterio, está algo sobreestimado. Me parece más un comienzo, una consigna a seguir más que un microrrelato. Pero los textos que nos ofrece Romano me parecen el mejor ejemplo de lo que debe ser este género literario. Estos textos son temáticamente fuertes y crueles, irónicamente contundentes como un golpe de puño, poéticamente escritos y narrados. El factor apócrifo es un recurso casi imprescindible en este género cuando trata ciertos temas, Borges ya lo sabía muy bien, y aquí se cumple con muy satisfactoria evidencia. Orlando ha sabido cómo alternar el humor inteligente con la tragedia, ambos, como sabemos, componentes inseparables de la naturaleza humana.

Arthur Miller

 

 

Recuerdo de dos lunes (1955) Ya no te necesito más (1967)


Recuerdo de dos lunes es una obra corta de un acto, donde la única brecha temporal está marcada por el apagarse de la luces al final de lo que sería el "primer lunes". Luego la acción recomienza sin solución de continuidad. Transcurre en un depósito de repuestos de automóviles, sin ningún cambio de escenario. Podría llamársela una obra de cámara, por lo estrecho del espacio, sin embargo el número de personajes es importante, sobre todo porque cada uno tiene su propia voz característica. Como es típico de Miller, cada uno puede expresarse suficientemente en apenas unas frases de diálogo. Miller es un autor de gran elegancia estilística, pero no escatima la violencia y los grandes desahogos en las voces de sus personajes. Ellos se expresan en los momentos adecuados, ellos lloran o gritan cuando deben hacerlo. No necesariamente son calcos de la realidad, son personales millerianos, es decir: duros y sensibles a la vez, piadosos y crueles al mismo tiempo, reservados y exagerados según la ocasión. Lo que varía sus actitudes es la situación, y ésta es un cúmulo de factores: un gesto o una frase de alguien que ya no soportan, un acto visto en la calle, accidental o provocado, civil o político, la lluvia o el calor, un recuerdo que provoca melancolía o ira. Los personajes millerianos son títeres de sus emociones, y aún sus ideas son emociones porque actúan apasionadamente, aún en el obstinado silencio a veces los aísla.
     Ya no te necesito más (en realidad, un redundancia de la traducción, el original es I don't need you anymore) es una colección de cuentos que demuestra que Miller no es sólo un gran dramaturgo, sino que domina la técnica narrativa como los mejores narradores norteamericanos. Su experiencia con el teatro le aporta la sutil y detallada visión de las actitudes de los personajes, sus acciones de aparente futilidad pero siempre imprescindibles para conocer su naturaleza anímica y psicológica. Todos estos cuentos tienen una sensibilidad a ras de piel que nunca cae en golpes bajos, los personajes jamás son explicados, sino que son vividos y recreados por la voz del narrador. Todos demuestran una doble naturaleza: Tony de La noche de los armadores, que busca una vida fácil e irresponsable, es también capaz del más inútil sacrificio; Cleota de La profecía, cuyos sentimientos contradictorios son sin embargo capaces de mantener el frío orden de las apariencias; o Gay de Los inadaptados, que se jacta de ser libre pero sabe que para sobrevivir debe pactar con la sociedad de la que quiere escapar. Ya no te necesito es un cuento espléndido que describe minuciosamente, hasta el punto cercano a la extraña locura de la niñez, los sentimientos conflictivos de un niño de cinco años. Miller nos hacer revivir los temores, las desilusiones, la desesperación que un chico siente a esa edad. La desesperación que nos hace sentir amor e ira a la vez, la necesidad imperiosa de ser aprobados y de aborrecer a aquellos de quienes dependemos. Amar y pegar a los seres queridos. La desesperación por comunicar lo que no sabemos comunicar. Por eso lastimamos con palabras que no sabemos del todo qué significan: cuatro palabras como cuatro armas lanzadas a la vez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ricardo Güiraldes

 

 

 

Don Segundo Sombra (1926)

 

Última novela publicada por el autor, a los 40 años de edad, es la más famosa de su producción, considerada también lo mejor de toda su obra. Sin duda, es así, pero los factores por los que se la encasilla dentro de la denominada literatura gauchesca en la enseñanza secundaria la condena a quedar relegada en un ámbito marginal con respecto a la literatura en general. Salvo por contadas y prestigiosas excepciones, como la de Borges, pocos son los que destacan sus méritos como gran literatura más allá de sus correlaciones con el Martín Fierro de Hernández y otras producciones de tema campestre. Tal vez lo que mejor encierra la filosofía de esta novela podemos hallarlo en una frase de la última página, cuando el narrador protagonista ve irse a Sombra, y se dice lo siguiente: "…aquello que se alejaba era más una idea que un hombre". Por esta razón, esta novela no tiene como protagonista en primer plano a quien da título al texto. Siendo sí un personaje principal, en realidad sirve de apuntalamiento técnico, digámoslo así, al protagonista, pero principalmente como guía espiritual, en el plano dramático y existencial para el mismo protagonista ya mencionado. La trama nos conduce desde la infancia del narrador a través de una acertada estructura de rememoración, con dos o tres pausas temporales donde, como mojones, el narrador se detiene para hacer una recapitulación de su vida hasta entonces, sin representar esto un flashback propiamente dicho, sino conformando una parte más de la estructura narrativa lineal. El encuentro con Don Segundo Sombra es el más importante de estos episodios, por supuesto. Si al principio nos parece arbitraria la elección que hace el protagonista de seguirlo, es porque aún no lo conocemos del todo. Es, hasta este momento, un chico, y aunque es el adulto el que está contando, su punto de vista es acorde con la época que narra. Las razones por las cuales el viejo gaucho influye tanto en nuestro protagonista se verán más adelante. El lenguaje elegido por el autor ha limado los excesos simbolistas de otras de sus novelas y ha dado lugar a otros dos tipos de estilos: el localista (en los diálogos y descripciones), y el meramente literario, sin duda el más acertado, aquel que con su neutralidad hace una especie de conversión adecuada. Todos estos elementos no resultan chocantes, sino amenamente equilibrados. Hay una poética que no se regodea en las características del gaucho y sus costumbres. Lo descriptivo es anecdótico, salvo cuando se trata del paisaje. Este es un protagonista más de la novela, es en realidad la simbiosis donde se funde lo más profundo de los personajes: la maduración personal del narrador y la personalidad siempre velada, mostrada a regañadientes, de Don Segundo. Las escenas de arreos, domas, peleas, tienen la crudeza de la realidad descrita con un tono que roza lo metafórico, y esto es mérito de la influencia simbolista francesa. Es, también, un hecho acertado el que Sombra no sea el hombre que otorga enseñanzas ni se pone en un sitio de moralista asentado en su experiencia. Sus palabras son escuetas, duras, con un cinismo en ocasiones muy filoso. El viaje de aprendizaje y maduración del protagonista está sembrado de éxitos basados en el trabajo duro bien hecho y algunos sinsabores del fracaso y la vergüenza del que está aprendiendo sus primeros pasos.

     Los temas de esta novela son muchos, pero quizá el principal sea el de la soledad a la que todo hombre está condenado. Todo hombre, parece decirnos, es uno frente al paisaje, se trate éste de la pampa o del mar, incluso cuando el protagonista se para frente a los cangrejales y se siente expuesto e indefenso frente a esos animales que podrían carcomerlo como a los caballos atrapados en el barro. Animales que también parecen rezar a un dios personal cada tarde al mirar el poniente y extender sus pinzas. El tema de Dios y la religión es otro tema importante, pero tratado desde un aspecto tendiente a lo escéptico, como de quien que ha fracasado en sus creencias. Como corolario, agregamos que Güiraldes no dejó de concebir su obra, sobre todo la narrativa, como un mundo que sus textos se encargaban de mostrar en parte. Sombra ya ha aparecido en un cuento de su libro de relatos, y en otro publicado en la revista Plus Ultra en 1916. Los Galván son los hacendados protagonistas de Raucho, quien aparece como un amigo casi definitivo de nuestro protagonista narrador. Esto es importante, no sólo como expresión de una especie de autobiografía novelada, lo cual sería lo de menos, sino por la idea mayor de la creación de un mundo propio donde los elementos "reales" son simples ingredientes que la imaginación y la inteligencia emocional del autor se encargarán de transformar en algo más trascendente. Un mundo con sus propias leyes, su comienzo y su fin, donde Rosaura podrá convivir en la misma época con Don Segundo Sombra, donde Raucho podrá tomar contacto con el protagonista de Xamaica. Dos mundos o más que conviven, el campo y lo urbano, la moral austera, cruda y orgullosa del gaucho, la vida de los hacendados ricos que se embeben de la cultura europea, la vida aislada, sumisa, resignada de las mujeres de pueblo o la orgullosa y violenta defensa de las mujeres del campo.

 

El cencerro de cristal (1915) Cuentos de muerte y de sangre (1915) Raucho (1917) Rosaura (1918) Xamaica (1923)

 

      A este escritor argentino, de muerte prematura a los 41 años por cáncer linfático, demasiado a menudo se lo recuerda encasillado siempre en la denominada literatura gauchesca por su famoso Don Segundo Sombra, pero los libros que ahora nos ocupan muestran una gama amplia de recursos literarios y es fácil ver un metódico itinerario de aprendizaje. Publicó sus dos primeros libros a los 29 años, uno de poesía y otro de cuentos. El primero lo muestra influenciado por el modernismo, pero sin los tintes excesivamente retóricos de Rubén Darío. Es un modernismo más localista, con influencias simbolistas en los poemas más logrados, y hasta algunos tintes surrealistas. Pero el resultado final, aunque tal vez novedoso para la época, -según los comentarios de especialistas, por sus imágenes rupturistas, sus coloquialismos inmersos dentro de estructuras académicas, el desafío extraño de ciertas imágenes visuales mezcladas con elementos auditivos y viceversa-, la impresión final, entonces, no es del de un libro de poemas del todo homogéneo ni tampoco logrado. Los poemas que más se destacan son aquellos donde la simpleza de la imagen prevalece, los versos cortos y la imagen precisa y delicada, incluso de cierta novedad en la metáfora apenas buscada, por ejemplo: las nubes sangran, o la noche se ha dormido, acostada sobre el llano. Los poemas en prosa, indudablemente modernistas en su temática y estilo, son los más intrascendentes en mi opinión, por más que el autor, consciente de esta influencia, hiciera adrede estos poemas imitativos en los que intenta introducir una veta irónica y de parodia. Güiraldes era un gran lector, un asiduo visitante de Europa, en donde se embebió de importantes lecturas y aprendió primero a habituarse a laosuenos autores y luego a seguir su estilo. Por ello este libro de poemas sobresale por lo heterogéneo de su poética, su brillantez de colores en las imágenes, la audacia de las mismas, la buscada ruptura de lo clásico, la parodia y la simpleza alternándose tanto en la forma como en el contenido. El resultado final, salvo algunos buenos poemas, ha sufrido el paso del tiempo.

     El libro de cuentos, sin embargo, lo muestra más asentado, más seguro, y los resultados son muy superiores. Si miramos con cierta exigencia, podemos encontrar un estilo en ciertos momentos inseguro, sobre todo en los primeros relatos, pero sólo en el estilo y el lenguaje, no la forma. Creo que el relato corto fue una elección meritoria. Lo escueto de las anécdotas se engrandece e intensifica por la forma precisa, apenas insinuada o mencionada casi al pasar. Es así como el lenguaje es precisamente el contenido, la acción se limita a unos breves rasgos, el ambiente apenas pintado, y todo esto colabora para que el lector aporte lo más de sí mismo en la lectura, y se asombre con el final, generalmente rotundo y acertado, nunca exagerado ni de golpes bajos. El final de un cuento corto, como a Borges le gustaba decir, debe ser sorpresivo pero natural a la vez. Es de esta forma como estos cuentos, sean sobre personajes históricos protagonizando anécdotas inventadas, o peones de campo relatando cuentos alrededor de una fogata, son capaces de insinuar toda una historia mayor a partir de ciertas pistas, pero estas pistas no son cabos sueltos, sino que conforman nudos bien consolidados, que unen partes que el lector enlazará en su imaginación. Por eso, y sin nada más que sea necesario, estos cuentos cortos cumplen su función adecuadamente. El paisaje es un protagonista más, casi el principal, donde estas historias, inverosímiles en otros ámbitos, toman el rótulo de realidad tangible. Incluso sus protagonistas, a quienes apenas llegamos a ver o conocer, toman un cariz mítico a causa de este paisaje creado por la estructura y el lenguaje narrativo. Mención aparte merecen los cuentos agrupados bajo el título de Trilogía cristiana. Es sabida la admiración de Güiraldes por Flaubert, y estos cuentos son casi una imitación de los Tres cuentos del autor francés. Es por eso que luego de una incursión en la parodia y el humor irreverentemente religioso del primer cuento, se introduce en el ámbito del autosacrificio y en el abandono total de sí mismo de quien fue considerado un criminal y un salvaje, para entregarse al otro y lograr así la absoluta redención. Finalmente, Güiraldes toma al personaje de San Antonio así como Flaubert tomó a Julián el Apóstata, y lo mismo que éste logró una de sus historias más terriblemente bellas, Gúiraldes obtiene de su asceta el máximo tono de la autoflagelación para la expulsión de los demonios interiores.

     Dos años después, publica Raucho, una especie de crónica novelada de su propia infancia. Como en su libro de poemas, se destaca por fragmentos, especialmente donde las imágenes floridas y posmodernistas van ganando terreno en su prosa antes tan escueta y precisa. El resultado, evaluado particularmente en ciertos pasajes u oraciones, es interesante, casi como ejemplos de una técnica en experimentación. Y sin duda así es, porque los elementos que conforman la novela lo insinúan de esa manera: autobiografía, técnica poética en una prosa llana que busca contrastes, sucesión de vicisitudes y personajes descriptos como en enumeración casi teatral, y sobre todo la única línea que recorre todas esto: el relato de un joven sobre su infancia, crecimiento y aprendizaje. Nada demasiado profundo, sólo un recorrido superficial por ambientes y una época, un documento sentimental, podríamos decir como conclusión.

     En Rosaura encontramos al prosista definitivo, esta vez en su veta romántica. Pero romántico en este caso no es hablar de historias rosas y personajes edulcorados, sino de un romanticismo a la europea, adaptado a los cánones costumbristas argentinos. Es fácil ver acá el incipiente estilo de Benito Lynch en el tratamiento del ambiente como expresión de estados anímicos y como factor determinante en la creación de personalidades. Un pueblo visto como una cárcel abierta, una tierra y un cielo sin límites pero cuya extensión es tan imposible de atravesar como una barrera infranqueable. Una historia de amor y desilusión descripta con un estilo delicado, entrañable, un lenguaje donde lo sentimental no molesta porque está teñido de tonos oscuros y misteriosos, aquellos que los personajes esconden y el lector debe adivinar. La simpleza aparente de los protagonistas es compensada por la riqueza ríspida y dura del ambiente que los rodea, paisaje y personajes parecen golpearse uno a otro como miembros de un matrimonio sólo feliz de puertas afuera. Las limitaciones de los protagonistas, ella con su lirismo elegido, él con su mundanidad que lo protege de todo riesgo sentimental, están dadas por el ambiente en que viven, pero también son ellos los que crean esas condiciones sociales. Un  viaje deida y vuelta que produce historias como ésta, que se repetirán una y otra vez, como un perro que se muerde la cola. La destreza de este cuento largo está precisamente en esta simbiosis de suave y sentimental entretenimiento, debajo de cuya superficie encontramos una angustia existencial, casi una alegoría de la obstinada insistencia de cada hombre y mujer en el amor, la desilusión y el dolor. 

     Xamaica fue publicada en 1923, pero escrita en 1919, a los 33 años de edad. Es, hasta este año, su obra más lograda. Desde la estructura y el lenguaje es sumamente atípica para la época, por lo menos en estas regiones, donde la novela costumbrista y de campo predominaba en una forma más convencional, y la literatura urbana aquejaba del mismo mal, salvo honrosas excepciones. Xamaica es una novela que tiene ciertas connotaciones autobiográficas, pero son sólo elementos secundarios, instrumentales podríamos llamarlos, que sirven como fondo y herramienta para la confección de la novela. Es, en principio, un libro de viajes, porque comparte con este género la forma de diario. Es, también, un diario personal, desde el punto de que relata la evolución personal y los sentimientos hacia una de las pasajeras. Es, también, una crónica descriptiva de lugares, hecha de manera poética. Pero todo esto está ensamblado de manera magistral: la poética del lenguaje resalta los sitios visitados, a su vez éstos son personajes que se amoldan a las vicisitudes emocionales de los protagonistas. La poética del lenguaje, que siguiendo la tendencia posmodernista original, ha madurado hacia imágenes mucho más provocadoras pero elegantes, sutiles y originales. Por ejemplo, cuando habla del mar, en párrafos extremadamente bellos, o cuando utiliza la siguiente imagen: “al borde de las pequeñas olas, que caen doblándose con ruido muerto de trapo mojado”. Es otra parte de su estilo el utilizar palabras no convencionales, aceptadas pero no de uso coloquial, por lo que resultan extrañas, pero constituyen con el todo una forma determinada, una peculiaridad, por ejemplo: “Sus brazos parecen haberse alargado de caimiento”. Estas características estilísticas del lenguaje, sumadas a los diálogos alejados de todo convencionalismo, que suenan construidos, hasta artificiosos, son en realidad parte de una concepción de la literatura no como un instrumento para mostrar la realidad, sino de filtrarla a través de los criterios culturales de cada autor. No es casual la semejanza respecto a esto y en cuanto a cierto tono indirecto, elegante, rebuscado, que hace recordar a Eduardo Mallea. Ambos autores no comparten solamente estas características estilísticas del lenguaje, sino una visión nostálgica, ciertamente pesimista y rodeada de una ensoñación más intelectual que sentimental. Es, entonces, una novela exquisita, donde la filosofía de la existencia no es pura retórica sino simbiosis, un puente entre el alma y la realidad circundante; donde el lenguaje deja de ser un instrumento para convertirse en esa misma visión, única y plural al mismo tiempo, porque a través de ella se manifiestan las interioridades de los dos personajes protagonistas. Para mi es, sin duda, una de las mejores novelas escritas en Argentina en el siglo XX.

 

 

 

 

Textos de publicación póstuma

 

Los Poemas solitarios y los Poemas místicos fueron escritos entre 1922 y 1927. Datan de una etapa madura del autor, donde en el ámbito personal descubría un proceso de espiritualización cercana a las enseñazas orientales y pasaba por el período de su enfermedad mortal. Estos poemas son una excelente muestra del múltiple talento de Ricardo para varios géneros. Ya en su libro de poemas había demostrado una capacidad para abordar la poesía, siempre desde un punto de vista rupturista en la estructura, donde lo poético pasaba más por la forma y las imágenes que por el contenido emocional. En los poemas que ahora nos ocupan, la ruptura persiste, más atenuada, sólo para conformar una estructura de verso libre, donde los versos tienen casi la forma de prosa. Podría llamárselos poemas en prosa o prosa poética, pero no es así del todo. Son poemas de versos largos y ritmo libre, con una música interna otorgada por la misma audacia de las imágenes. La primera serie nos habla de la soledad del hombre frente a l paisaje y entre sus semejantes, la segunda nos habla de una extrañeza espiritual que el hombre siente con respecto a sí mismo y a Dios. Son poemas conceptuales, donde la idea prevalece afirmada y conducida por las imágenes. Tal vez, el ejemplo más acertado, que tomo al azar, es el siguiente: "Y una cesación de dolores precederá la hoz de mi paso con salutación de trigo unísono ante la segadora".

     El sendero se trata de un cuaderno o diario que el autor llevó esporádicamente e hizo más frecuente en el último año de su vida. Podemos encontrar aquí anotaciones, ideas y comentarios de mucho tiempo antes, rescatados precisamente en esta última etapa. Vemos así que hay ideas que se repiten, y una congruencia ideológica a lo largo de los años con respecto al espíritu del hombre y sobre la función de la literatura en general. Estas notas están embebidas de un tono nostálgico, triste, a veces angustiante y decepcionado, pero la belleza del lenguaje no da lugar a pesimismos enfermizos, a actitudes postrantes, sino a una curiosa especie de conformidad y resignación acorde con la paz interior que parecía estar experimentando a raíz de su enfermedad y con el posterior descubrimiento de ideas místicas. Las diferencias entre Buda y Cristo son menos importantes que las coincidencias, nos cuenta. Esta postura, absolutamente personal, era producto de una búsqueda donde los dogmas estaban hechos para romperse, donde las leyes arbitrarias estaban hechas para descartarse, y sólo servían como instrumento para la espiritualización del individuo, ya que el hombre está solo frente a Dios, antes, durante y al final de su vida. Dios y el paisaje rodean a un hombre solitario, un vacío tan tenaz como endeble es el cuerpo humano. Una cosa más respecto a este libro. Ya hemos hecho referencia a ciertas similitudes con Mallea. En este libro se evidencia aún más este estilo, la austeridad en las afirmaciones, claras, contundentes, alejadas de toda retórica o adherencias ideológicas, utilizando el lenguaje como instrumento para crear un género híbrido que Mallea perfeccionó en sus novelas, mezcla de novela y ensayo, donde los personajes son impersonales y el narrador es protagonista, escritor y alter ego de sí mismo. La similitud no se queda únicamente en el tono del lenguaje, sino en la conceptualización de ideas filosóficas y místicas, en la búsqueda de una profundidad, o como le gustaba decir a Güiraldes, la elevación hacia lo claro. 

     El libro bravo es un proyecto que quedó inconcluso. La idea aparentemente era desarrollar una serie de ensayos poéticos sobre el hombre y su relación con las circunstancias sociales, políticas y culturales. Una especie de catálogo sobre las características individuales y su desarrollo en la interrelación con la época. Por el resultado, breve y parcial, parece apuntar a una cierto parecido, sólo de intenciones y no de forma, con Historia de una pasión argentina de Mallea. Pero lo que ha quedado escrito no es relevante. 

     Pampa reúne los pocos poemas que escribió para lo que debía ser un nuevo libro de poemas. Aquí retoma el tono más descriptivo, donde el paisaje adquiere protagonismo, pero en este caso nos conduce hacia el interior del hombre, y la idea de la divinidad es casi secundaria o indirecta. Se retoma la idea de la soledad del hombre, pero es incluso más cruda, más angustiante: “…es de noche bajo los astros y sobre el mundo”. 

     La serie de poemas sueltos, escritos entre 1917 y 1924, nos sorprende porque representan un avance intermedio entre la audacia y la inmadurez de El cencerro de cristal y la madurez filosófica de los Poemas solitarios y Poemas místicos. Salvo dos de ellos, el resto muestra un desarrollo del lenguaje mucho más equilibrado, entre la audacia del simbolismo y las nuevas escuelas que aparecerían en los años treinta y cuarenta. Estos poemas toman el siempre renovado tema del paisaje como expresión del alma sin miedo a la crudeza y al cinismo, menos preocupado por el humor o la ironía que por la verdad poética. Poemas como Cangrejal y Chimango son los más terribles y sobresalientes del grupo. Ambos, también, tienen sus gemelos temáticos en prosa en Don Segundo Sombra, confirmando esa mirada común que enlazaba diferentes expresiones a través del hilo de la misma preocupación fundamental.

     Los relatos y cuentos de realización temprana no son relevantes, parecen meros ensayos de aproximación a personajes y ambientes que más adelante trataría con mano firme.

     Los Estudios y comentarios nos presentan al Güiraldes ensayístico y crítico. Esta faceta del autor es tan importante como su obra de ficción. Los artículos presentados en la revista "La Nota" nos introducen en uno de los temas que más influyeron en la cultura del autor. Como respuesta o comentario a un artículo sobre Chaplin, y a raíz de una cita de Corbiere por el autor del artículo, Güiraldes resalta el paralelismo entre el cineasta y el escritor francés, lo que sirve para ver dos cosas: las lecturas que influyeron a Ricardo y también su moderación para la polémica, ya que a la segunda respuesta, da por terminado el tema, considerando inútil un intercambio que en nada modificaría las opiniones de ambos lados. Las notas para la revista "Proa", de la cual fue uno de los directores, nos relatan su estadía en París y su conocimiento de los grupos literarios de la época, su amistad con varios de ellos, especialmente con Valery Larbaud. Aquí descubrimos una faceta literaria cosmopolita de Güiraldes, intercambiando experiencias y relaciones estrechas con autores tan importantes como fueron los simbolistas. La nota que relata la lectura de Romain Rolland es una de las más bellas, lo mismo que su descripción de las tertulias en la librería de Adrianne Monnier, donde se reunían. El artículo sobre Saint John-Perse nos descubre al Güiraldes traductor, tan exigente como exquisito en sus gustos. El artículo denominado Grafomanía nos habla de su interés sobre el estrecho límite entre ficción, realidad y filosofía, dando a la relevancia y significación de las palabras un interés filológico acorde con su preocupación como escultor de prosa y poesía. Otro punto interesante, es su pensamiento sobre la crítica, no alejado de lo que habitualmente piensa un buen escritor sobre ella, es decir, la parcialidad y la arbitrariedad de los comentarios literarios en los suplementos. A esto, contrapone sus propios comentarios sobre libros, siendo moderado y constructivo su punto de vista, y especialmente lúcido y profundo. En estos comentarios, no teme dejar asentadas sus opiniones tanto literarias como políticas, pero estas últimas están apartadas de toda ideología partidaria, puntualizando aspectos generales de la nacionalidad y el pensamiento, ambos indisolublemente unidos para la conformación de una identidad. Por eso nos dice, por ejemplo, sobre el nacionalismo en literatura o el arte en general: “En la república intelectual, deberíamos estar libres de tales sanguinarios juegos de niños y no pretender nacionalizar la inteligencia, el arte, el genio, sino por el contrario facilitar por las traducciones el crecimiento del mayor de los privilegios humanos: el talento”. Luego leemos los comentarios sobre pintura, que nos revela otro aspecto sumamente importante de Güiraldes como intelectual. La mayoría de estas notas relatan su estadía en Mallorca, donde conoció a varios pintores españoles y argentinos. Estos artículos, al carecer de la correspondiente ilustración pictórica, están sembrados de hermosos pasajes que los elevan de simples comentarios o anécdotas. Lo mismo puede decirse de la gran mayoría de sus artículos y comentarios, que no sólo son meras anotaciones, sino que cada uno está construido con la preocupación y la dedicación de un trabajo literario. Por eso encontramos fragmentos de alta poesía en prosa que tienen la rara virtud de transmitir la impresión del autor sobre determinado tema y al mismo tiempo construir una obra literaria que vale por sí misma. El otro artículo donde comenta la obra de Honegger, Le pacific, es una muestra aún más acabada de los recién comentado. Aquí leemos la aguda ironía de su pensamiento sobre el progreso en general, por ejemplo cuando habla de los autos Ford, para después hacer una semblanza narrativa descriptiva del poema sinfónico como si lo estuviera creando en lugar de re-creando. De aquí el mérito de estos artículos, donde Ricardo no solamente se limitó a asentar opiniones, sino que cada una de ellos constituyó un vehículo para su arte, es decir, su prosa teñida de una poética que nunca se desentendió del simbolismo, pero que maduró hasta adquirir un estilo propio, constante y adecuado para cada ocasión.

     En Notas y apuntes encontramos primero una serie de frases, aforismos o pensamientos cortos, que se destacan por su concisión, de la que Güiraldes hizo una ley de su literatura, y por su profunda visión tanto de aspectos banales, en los cuales hundía su provocadora mirada, como de otros mucho más profundos. Las Notas sobre la guerra europea son, en cambio, mucho más débiles. Pecan de una retórica que nada aporta ni dice sobre la guerra, padeciendo de una cierta parálisis poética que ha dejado lugar a una expresión superficial. Güiraldes no era un escritor político, y ante cualquier polémica superficial o retórica prefería retirarse luego de expresar su opinión sincera. Las Notas sobre un libro mallorquín nos devuelven al mejor Güiraldes, en una serie de impresiones y anécdotas sobre su estancia en Mallorca. Aquí, como en su descripción de la Pampa, el paisaje toma el primer plano, siendo una simbiosis con el lenguaje elegido, por lo cual el resultado es una obra literaria que no hecha en falta ningún supuesto desarrollo al que estaba destinado como parte de una obra mayor no concluida. La descripción de los viejos marineros y pescadores de Puerto Pollensa está dentro de lo mejor de su literatura corta no ficcional. Pero en Güiraldes, como ya dijimos antes, la ficción se entronca con la realidad de un modo peculiar, la crónica toma el cariz de una ficción por el tratamiento que se utiliza para transmitirla, por lo que en lugar de perder énfasis, se incorpora al imaginario del lector a través de este modo libre, y entonces permanece más tiempo y produce más impresión en el alma del que lee. La serie de Apuntes sobre diversos temas son otros hallazgos lingüísticos y literarios, donde la visión poética se entronca con opiniones sobre la realidad de su época, y que sin embargo comparten una actualidad, por el mismo tratamiento elegido del que ya hablamos, con la actualidad del lector.

     El Epistolario no hace más que afirmar las impresiones arriba registradas. Cada carta está confeccionada de un modo literario, aunque debemos dejar asentado, por más que sea una verdad de Perogrullo, que en aquella época el género epistolar era considerado con ese rango, por lo menos en ciertas clases sociales e intelectuales. Todas y cada una de ellas tiene su mérito, y destaco especialmente aquella donde anuncia su renunciamiento a la dirección de la revista Proa a sus colegas Borges y Caraffa. Las dificultades y complicaciones, las resistencias y sinsabores para la confección de la revista parecen reflejos exactos de lo que hoy sucede. Nada ha cambiado en la actitud tanto oficial como privada ante estos emprendimientos. Lo que al principio parecía prometer gran éxito, fundamentado por el voluntarismo de una juventud ávida de expresar opiniones y tirar abajo viejos tabúes, pronto es resistida por envidia, intereses políticos, etc. Sus cartas finales, a pesar de estar ya afectado por su enfermedad, no hablan de ella, aunque se percibe cierto aire melancólico que no hace más que exaltarlo como persona e intelectual. Finalmente, para terminar esta semblanza que no tiene más fin que resaltar pobremente la personalidad de uno de los escritores más importantes de Argentina, transcribo uno de sus pensamientos finales sobre su actitud frente a la literatura: “Tengo un sentido religioso, metafísico de la poesía. La considero nuestro camino y como tal no miro el lado de nuestros talones”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fabián Vique

 

 

La vida misma y otras minificciones (2006)

 

El cuento breve o hiperbreve, la llamada micro-ficción que no ocupa más de una página a lo sumo, tiene más requisitos que cumplir, más limitaciones y reglas que la restringen, que quizá cualquier otro género o formato de ficción. Pero como en todo arte, el desafío es un incentivo, un impulsor para el buen oficio del creador. Para algunos autores, este género o formato no parece esconder secretos. El delicado equilibrio entre la sorpresa, el absurdo, lo real, lo ficticio, el humor, debe verse en su justa proporción según cada historia a ser contada. Fabián Vique es uno de estos artesanos que saber cómo construir, confeccionar y matizar sus historias. Desde las mismas historias narradas, originales, profundas, terribles en muchos casos, pasamos por una serie de matices que se van sucediendo en cada párrafo, a veces en dos oraciones distintas. La variedad de recursos es grande: el punto de vista que cambia, la historia que comienza siendo una y termina reflejando otra distinta, una historia paralela hacia la que el ojo de la cámara se dirige de repente, el humor, adecuadamente proporcionado, puesto directamente en los textos más cortos sobre todo, como para aliviar el clima y la tensión que el resto provoca. A veces, este humor se permite ciertos pasos tímidos, como asomando la cabeza, en historias fuertes, otorgando un tono claro y un aire fresco que no hace más que acentuar el contraste y ofrecer relieve a lo principal de cada historia. Pero uno de los grandes méritos de estos textos es el desarrollo de los personajes. Ellos están apenas esbozados, pero tan certera es su descripción, que resulta muy fácil imaginarlos, aún cuando sean personajes extravagantes o el absurdo sea el punto principal de su existencia. Por ello mismo, la verosimilitud, tan difícil en un texto corto, aquí se ve arraigada en personajes bien definidos a través de un lenguaje preciso; por eso he dicho antes que estas ficciones están sabiamente construidas. A veces, uno tiende a desilusionarse de textos breves porque dan excesivo relieve a la anécdota trivial o el episodio gracioso. El absurdo, sin embargo, en ocasiones salva la situación, pero por sí mismo poco puede hacer si no hay un trasfondo más profundo, más trascendente. Para hacer literatura, pienso, hay que tener algo interesante que decir. Estos cuentos de Vique demuestran y confirman que en muy poco espacio puede hablarse de cosas tan importantes como la muerte o la maldad, de Dios y la vida más allá de la muerte, del amor y sus múltiples facetas, complejidades y contradicciones. Hay textos magníficos, conmovedores, como Las muertes cotidianas, otros donde el humor esconde desórdenes inquietantes, como El escupidor de Rafel Castillo El cerdo, o también cuando se habla del tiempo y de Dios, como en Dios y SiodDiez minutosEl fin de los suicidas ferroviarios. Hay cuentos donde los personajes extraños prevalecen, y su mismo misterio eleva la historia a niveles crudos e intensos, como El bebé de Nicanor Atormentado. La calidad de las historias contadas recuerda los grandes temas de Kafka, Buzzati o Schulz, aunque el estilo es muy particular, no del todo localista pero sí de una cálida familiaridad, casi como despreocupado y casual, pero esto mismo es una construcción cuidadosamente preparada. Lo que suena casual y simple puede transmitir más inquietud que lo artificioso. Es, entonces, un requisito más para el éxito de una pieza breve, si pretendemos que este tipo de textos sobrepasen los estrechos límites del chiste o lo anecdótico para pasar a los niveles en que autores como Hesse, Borges o los antes mencionados los han llevado. Vique aporta, para el caso, textos que sin ninguna duda enriquecen el género y la literatura en general.

 

 

 

Variaciones sobre el sueño de Chuang Tzu (2009)

 

Vique nos tiene acostumbrados a sus breves textos, donde se conjugan en sabio equilibrio las dosis adecuadas de ironía, absurdo, humor y profundidad intelectual. Las microficciones son tan o más difíciles de leer que un texto extenso, no por su tiempo de lectura o densidad estructural o complejidad de lenguaje, sino por lo que involucran en lo que no dicen. Este no decir es la clave principal, en mi opinión, en toda literatura de ficción, y sobre todo en textos breves, como sucede también, y en especial, en la poesía. Si a la narrativa corta nos atenemos, la microficción no debe confundirse con una anécdota superficial, o algo más parecido a un chiste de sobremesa (hagamos la aclaración, con todo el respeto que los buenos chistes nos merecen, que sin duda hay grandes diferencias de calidad en este género). Por un lado, el autor no debe confundir la brevedad con facilidad, por ello su trabajo debe ser más pensado, más meditado, para lograr la extrema síntesis necesaria a la eficacia de su texto. Por el otro, el lector tampoco debe confundir la aparente simplicidad del relato con algo pasajero o fácil de leer. Si la microficción logra su cometido, su objetivo básico de entretener y conmover, de transmitir y plasmar una sensación, un sentimiento, un pensamiento, en suma, cumplir con lo que se supone hace a la literatura de ficción, las palabras que acaban de ser leídas rondarán por su cabeza durante un tiempo luego de haber pasado la página, antes de ir a la siguiente, y aún lo inducirán, luego de terminar el libro, a volver a abrirlo y recorrer lo leído para corroborar, confirmar o disfrutar una vez más el placer o la conmoción de su lectura. Los cuentos de Vique a que ahora hacemos referencia, cumplen con esta función plenamente. En mi opinión, esta colección confirma el talento del autor para mirar con ojo crítico, con medios concisos, ajustados, irónicos, indirectos, tanto lo cruel como lo trágico, lo absurdo y lo simple que constituyen las cosas del mundo. Digo cosas como digo hombres y mujeres, porque en los textos de este libro se habla, haciendo referencia al título y en especial en la última parte dedicada a las variaciones sobre el sueño de Chang Tzu, sobre la identidad y sus límites. Acá nos encontramos con series de palabras y temas que en lugar de pelearse entre sí, por sus, en apariencia, contrarias connotaciones, juegan y se intercambian roles. Hablamos, por ejemplo, de las aparentes contradicciones entre realidad y ficción, entre absurdo y lógica. En una palabra, ellas no se toman en serio entre sí ni a sí mismas, y por eso el lector entra en este juego con intención de divertirse, y sale conmovido, hasta confundido, en el buen y positivo sentido del término, por supuesto. La confusión como ruptura de prejuicios o convencionalismos. El humor como quiebre de solemnidades. La ironía como medio de desgarrar mantos o coberturas hipócritas.

     Claro que no todos los textos son siempre tan densos, hay páginas que tienen la función de aliviar, de relajar el esfuerzo del lector por leer la significación entre líneas, y esto es también una de las características implícitas en una colección de microficciones. Este libro de Vique mantiene la calidad de los anteriores, incluso me atrevo a decir que los supera en ciertas características: más concisión con mayor densidad de significado como resultado de la misma, menos humor pero bien dosificado en los momentos necesarios, más ironía, casi trágica ironía, y un encomiable humor negro del más fino estilo. Encuentro, sobre todo y más importante, mayor profundidad de ideas filosóficas, como si el autor se hubiese puesto a meditar concienzudamente y hubiese obtenido una serie no de aforismos, sino de meditaciones a modo de cuentos orientales, caracterizados por su brevedad y densidad de significado. No es más, pienso, que la primordial función de la literatura en sus modos más originales, cronológicamente hablando: la leyenda, la fábula, y aún más anterior a ellas, la brevedad como espacio suficiente por donde mirar la amplia extensión del mundo escondido tras la engañadora superficie de ese mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Peter Hartling

 

 

 

Los ojos de Waiblinger (1987)

 

Esta novela del autor suabo, que comenzó como periodista y recién a los cuarenta años se dedicó de lleno a la literatura, publicando libros de poemas, ensayos y novelas, comienza siendo una novela muy prometedora. En principio, el lenguaje es sumamente cuidado y de una alta calidad. Las oraciones son exactas, jamás caen en lugares comunes, y su estilo tiene la característica de no abundar en imágenes, sino en acciones indirectas. Es decir, los diálogos son transcriptos literalmente, pero sin los guiones tradicionales, sino como parte implícita del texto. Esto es parte del objetivo del autor, ya que uno de los ejes temáticos de la novela es la dicotomía arte-vida, que a tantos autores ha preocupado, y entre ellos a otro cercano al ámbito cultural y espacial de Hartling: Thomas Mann. Aquí, el protagonista es un poeta que pretende entrar, por imposición paterna, en el Stift, instituto de teología y filosofía donde estudiaron grandes autores como Holderlin y Schelling. Pero el punto de vista elegido, escueto, estrecho, ambiguo, parece ir narrando la vida del joven protagonista a medida que él la escribe, o viceversa, cuando él vive la vida es escrita. Su imaginación sobre los hechos inmediatos coincide con la realidad, o son tal vez recuerdos que él revive como premoniciones a posteriori. La realidad y la ficción, entonces, se construyen y reconstruyen mutuamente. El lenguaje es atemporal, y este es otro mérito de la novela. El único indicio de época nos llega cuando se menciona a Holderlin como conocido y contemporáneo del protagonista, a quien visita en su encierro. Sabemos entonces que nos hallamos en la primera mitad del 1800, pero recién la fecha exacta se nos da más allá de la mitad de la novela. Es un hallazgo este tipo de estilo, austero, casi autista, podríamos decir, donde todo transcurre a partir del punto de vista del protagonista, por ello las acciones externas forman parte de algo que él parece estar leyendo y no viendo, o al mismo tiempo que lo escribe. Las falencias de esta novela surgen cuando todos estos elementos positivos no se convierten en elementos de uso sino en simples factores sueltos y desaprovechados. El protagonista vive un enredo amoroso con una joven de origen judío, relación resistida por la familia de ella. La cuestión es que no sabemos si esta resistencia se debe a los factores sociales imperantes, los antecedentes del protagonista (se dice que ha estado enamorado infructuosamente de otra joven y alguna vez intentó suicidarse), o a factores de incesto que se insinúan en la familia de la mujer. Estas ambigüedades, en lugar de cumplir una función de misterio, un factor que aporte pistas ciertas pero no dichas frontalmente, confunden por su vaguedad y debilidad. El personaje de Holderlin y su relación indirecta con el protagonista, es decir la relación vida-arte, no se desarrolla, y sólo se da como una pista inconclusa, como un camino que promete mucho y de pronto se interrumpe. La estructura de la novela está dividida en capítulos que alternan el punto de vista del personaje principal y el de una niña adoptada que vive con la prometida de Waiblinger. Esta niña está secretamente enamorada de él, y cumple a su vez una función de personaje testigo, pero finalmente su función real no es clara, no sigue una evolución, no se entiende el objetivo de utilizar a este personaje porque finalmente no tiene consecuencias ni en la vida del protagonista ni en la estructura emocional de la trama. Si su función fuera la de revelar el contraste entre la realidad y la interioridad del protagonista, no se cumple, porque el punto de vista de la niña está escrito como otra interioridad más, y tampoco hay, como dijimos, una evolución que indique otro camino o función posible. No hablo de evolución del personaje como persona, sino como instrumento dentro del plan de la novela, como engranaje de la maquinaria que hace avanzar la trama intelectual y emocional, es decir, las transformaciones de los conflictos dentro de este mundo novelístico. En fin, es una novela de lectura prometedora y ambicioso objetivo, pero que decae terriblemente en su resolución, quedándose, como una paradoja, en la superficie de sus propias ambiciones, sin profundizar ni desarrollar. Yo pienso que esta novela habría ganado mucho con una extensión mayor para ahondar en el desarrollo de los personajes y los conflictos, tan interesantes como lo son en este caso los pasillos que todo escritor debe transitar para dar coherencia a dos fuerzas sólo en apariencia contrastantes, la literatura y la vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Francis Bret Harte

 

 

 

Bocetos californianos

 

Compilación de cuentos del escritor norteamericano, que incluye textos tempranos hasta lo último de su producción, es una antología, si no basta, por lo menos digna y satisfactoria de su arte. Estos cuentos de Bret Harte tienen, en principio, un escenario excluyente: la California de la primera mitad del siglo XIX. Luego, ya siendo más específicos, diremos que dentro de este estado norteamericano, los cuentos se ubican en una zona limitada por los pueblos que surgieron como campamentos mineros. El autor ubica su ficción en esta zona, y para ello se vale tanto de la ficción como de la realidad. Para quien no conozca esa zona y esa época, los pueblos mencionados, a menos que aún existan, no dicen nada especial, podrían ser tanto inventados como verdaderos. De aquí la primera ambigüedad, que no es tal sino como un factor a favor de la verosimilitud de las historias contadas. Bret Harte narra como un cronista, tiene ese lenguaje o estilo que en apariencia es el de quien escribe contando anécdotas de una época. Utiliza, aunque no literalmente sino con una sutileza digna del mejor estilo narrativo, los quizá, los se dice, los tiempos verbales condicionales y los flashbacks que son apenas insinuados y no molestan, sino que suman imperceptiblemente pistas para la compresión de la historia. Y no siempre las historias son complejas. Algunas tramas sí lo son, pero el lenguaje sencillo y medido, simple pero trabajado, con la mejor técnica que puede aportar el periodismo, es decir, el recuento de hechos y la leve insinuación, desarma las tramas para apenas entreverlas y las vuelve a armar. Entonces el lector ya ha visto lo suficiente para comprender lo que se esconde en la oscuridad de los personajes. Cuando la trama es sencilla, el lenguaje suple satisfactoriamente la función de atención del lector. Aquí debemos decir que la poesía del lenguaje es el medio principal por el cual los personajes no son descriptos de una manera convencional, sino por su fusión con el paisaje, y es el escenario el principal protagonista de estas historias. Tampoco abruma en este sentido la descripción visual, sino que crea un clima estilístico-emocional. El lugar es el verbo, es decir, el sujeto y la acción al mismo tiempo. Podríamos emparentarlo con Mark Twain en su temática, pero en Bret Harte la ironía no es lo principal, y el humor es medido y sólo un instrumento de alivio en la trama de estas historias. Su mirada tiene una ternura muy grande hacia los personajes, que habitualmente son pobres o fracasados. Sus jugadores de naipes hacen trampas, pero también son capaces de una abnegación y una conducta sublime cuando se ven enfrentados a ciertas circunstancias. Sus mujeres también son sobrevivientes, algunas traicioneras, pero simplemente sobrevivientes en un mundo de hombres. Los personajes, por lo tanto, no son ricos en su descripción sino en su conducta, y sobre todo en su relación con el medio. Es curioso cómo los personajes más ricos son aquellos que se adaptan al medio agreste y violento en el que viven, y aquellos que vienen o se mudan al este, es decir, a la vida más civilizada, parecen perdidos, débiles o de cierto afeminamiento moral. El ojo derecho del comandante es un cuento que incluye una ambigüedad de reminiscencias casi fantásticas, La suerte de Roaring camp es uno de sus mejores relatos, donde todo un campamento cría al hijo de una prostituta como una especie de tesoro propio, Los proscritos de Poker Flat muestra la abnegación y el sacrificio de que son capaces las supuestas escorias de la sociedad en circunstancias límites, El socio de Tennesee es otra muestra del caso anterior, e incluye uno de los finales más emotivos de estos cuentos. Brown de Calaveras, Miggles y De cómo llegó Santa Claus a Simpson's bar son otras tantas muestras de esta abnegación y espíritu de sacrifico de los personajes. Los hombres y mujeres de Bret Harte son capaces de matar sin miramientos, pero así como toman estas decisiones drásticas todos los días, por eso mismo, tal vez, son capaces de sacrificarse a sí mismos en bien de otra persona. Lo que une a estas historias, además del lugar y las características de sus habitantes, son los personajes que reaparecen en escena en diferentes cuentos, los tahúres Jack Hamlin y John Oakhurst, por ejemplo, o Yuba Bill, el conductor de la diligencia, lo cual crea un lazo más para crear la verosimilitud en este mundo cuya crónica nos hace Bret Harte. Un mundo que parece real pero tiene el sabor de lo bien imaginado y contado; que posee, al mismo tiempo, la certeza de un tiempo pasado y la insinuante fantasía de lo nunca vivido pero vuelto a contar una y otra vez. No es casual, entonces que Jorge Luis Borges prologara esta antología. La crónica de tiempos violentos y los personajes de naturaleza contradictoria eran afines a su fascinación por un Buenos Aires remoto e imaginado, poblados de malevos de rostro pétreo pero espíritu de niño asustado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bertrand Russell

 

 

 

Ensayos impopulares (1950)

 

Mi primer contacto con Russell fue hace muchos años. Tenía yo poco más de treinta años cuando leí el Diccionario del hombre contemporáneo. En esa época me gustó mucho este acercamiento inicial a una filosofía más seria que la que había experimentado en la escuela secundaria. Sus definiciones y explicaciones claras pero no demasiado simplistas, sus amplios conocimientos sobre todas las ramas de la cultura, fueron un descubrimiento importante para mí. Luego, quedó como deuda pendiente el volver a leer más de Russell. La ficción siempre le ganó terreno a la filosofía, así que recién mucho tiempo después leí Ensayos impopulares. Pasaron entonces algunos años y algo de experiencia y aprendizaje, y quizá, también, un cierto criterio que me permitió ver falencias donde antes no las veía, o si las intuía, no eran claras. Empecé este libro esperando disfrutarlo igual que el anterior. El  primer capítulo habla sobre la filosofía y su relación con la política. Nos dice, también, que la ciencia representa el liberalismo, ya que tiene como base la duda y la experimentación permanente. El capítulo segundo nos dice que la filosofía tiene la capacidad de poner guías y límites a los descubrimientos de la ciencia. El tercer capítulo o ensayo nos habla de la situación política de aquella época, sobre el peligro del comunismo y de la amenaza de una tercera guerra mundial. Plantea tres hipótesis posibles para el devenir de la humanidad antes del fin de siglo. Es aquí donde comienzas las equivocaciones. Es obvio que es difícil para cualquier pensador que está inmerso en los conflictos de su época ser lo suficientemente imparcial. Sus hipótesis suenan algo infantiles según lo que sucedió después. Nos habla, por ejemplo, de una destrucción completa de la humanidad, o de la creación de un gobierno común mundial. La realidad que siguió, si no completamente apartada de sus ideas, fue mucho más compleja. Su comentario sobre el peligro del comunismo está acorde con la paranoia de la época, si no es resultado también de una tendencia que su lenguaje algo superficial no tiende a desmentir. Nos habla de la diferencia entre la Unió Soviética y Estados Unidos en cuanto a libertad, pero no tiene en cuenta la aparición del MacCartismo y el imperialismo cultural de las siguientes décadas. El otro problema es que también justifica el uso de la fuerza cuando, por ejemplo, un país se ve amenazado por una idea o fuerza peligrosa, lo cual se contradice con las ideas expuestas en los capítulos anteriores, donde nos habla de la filosofía y el liberalismo como la fuerza capaz de evitar todo conflicto y violencia. Russell era un gran pensador, embebido en los conflictos de su época y muy capaz de adaptarse a las necesidades y circunstancias. Por eso, más que un filósofo profundo, era una especie de político de las disciplinas del pensamiento. Viajaba de la matemática a la ciencia, de la sociología a la política, de la filosofía a la literatura. Releyendo ahora su Diccionario del hombre contemporáneo, noto una similitud de impresiones. Su estilo lo convierte en una especie de divulgador general, de intermediario entre la complejidad de las disciplinas intelectuales y el común de la gente. No quiero decir que en otros libros no encontremos un Russell más profundo, porque los desconozco, ni que su pensamiento íntimo no sea mucho más interesante que lo publicado. Su popularidad quizá venía de allí, ser un intelectual para las masas, alguien que sacaba a flote las ideas generales de la ciencia y la filosofía con cierta ironía y un humor inteligente. Algo accesible para el hombre común que no tenía acceso ni capacidad para el entendimiento profundo o a la discusión constructiva de los graves problemas humanos. Hay, también, algunas de sus teorías que han caído en cierto absurdo, como la del posible gobierno mundial y la policía común. Sus opiniones sobre otros autores y pensadores, que para alguien que no los ha leído pueden parecer inteligentes sólo porque Russel las expresa con un conocimiento apabullante y una ironía filosa, resultan arbitrarias cuando uno lee a esos autores con un criterio personal, crítico y maduro. En resumen, sus ideas resultan algo simplistas, por lo menos en vistas a lo leído, generales y parciales. Su estilo es algo arrogante y no disimula una postura personal no demasiado dispuesta a aceptar la arbitrariedad de sus opiniones, y xe allí que su figura resulte la de alguien más comprometido con sí mismo y su propio criterio que con la de un pensador preocupado por la angustia ancestral del hombre y su búsqueda por el origen a través del conocimiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Miguel de Cervantes Saavedra

 

 

 

Las doce novelas ejemplares (1613)

 

Se reconoce generalmente que Cervantes fundó la novela moderna con Don Quijote de La Mancha, por establecer la estructura y el hilo argumental en torno a un mismo personaje principal. Si bien las novelas antiguas o poemas épicos eran una sucesión de aventuras con poca relación cronológica o verosimilitud en su relación directa de unas con otras, el Quijote, constituyendo también una serie de anécdotas sucesivas, tienen en común no sólo un determinado personaje, sino una relación de causa y efecto que va modificando las escenas procedentes, y por lo tanto, al no ser ya meramente episodios sino escenas, se va formando un esquema argumental que incluye un desarrollo. Este desarrollo es lo que se llamará de ahora en más historia o argumento, en el cual se involucran tanto factores argumentales como psicológicos. En esa época no se utilizaban estos términos, por supuesto, pero está implícito, previas extrapolaciones que nosotros nos permitimos, la idea del desarrollo y el crecimiento de los personajes. Surge en ese entonces, como consecuencia, uno de los problemas clave de la novela: ¿qué es más importante, el argumento o la exploración de los caracteres? Más tarde vendría otra cuestión aún más polémica, especialmente para el siglo veinte: la dicotomía de historia o trama y lenguaje. Todo esto viene como preámbulo para hablar de las Novelas ejemplares, doce cuentos largos que Cervantes publicó a los 66 años de edad, ya con la fama del Quijote a cuestas. Estos cuentos largos podrían denominarse también nouvelles, pero en mi opinión tienen la estructura moderna de un cuento, y son de una excelencia que trasciende los cuatro siglos que llevan de vida. En primer lugar, reconocemos inmediatamente un estilo de lenguaje que ya hemos visto en el Quijote. Es un estilo difícil de definir o clasificar. Posee los modismos españoles de la época, su tono y acentos característicos, una fluidez verborrágica tremendamente abundante y extremadamente ligera. Es simple a la vez que no cae en facilismos ni concesiones al mal gusto. Pero sobre todo, es quizá la música de su narrativa, una poética involucrada en la misma forma de hablar como de escribir, incluida en la forma gramatical y los giros propios de cada persona, en este caso de cada autor. Todo esto constituye un ritmo que nunca decae ni satura por exceso de barroquismo. Este lenguaje está implícitamente confundido con los temas que trata, o más bien con otro de los recursos estilísticos que constituyen un segundo plano entre el lenguaje y el tema, es decir, la ironía y el humor, el sarcasmo y la ternura. Estos son los ingredientes del punto de vista de Cervantes. Él es un escritor realista, sin duda, dedicado a plasmar la vida del común de la gente. Sus personajes son los pobres, los abandonados, los ladrones, los gitanos. Pero esta realidad, en lugar de ser vista exclusivamente en sus factores oscuros o negativos, es realzada por una visión sarcástica y humorística, cuyo objetivo no es atenuar el drama, sino al contrario, ponerlo en evidencia ante nosotros mismos, para reírnos, entonces, y por lo tanto pensar y luego llorar, de nuestras propias miserias. El otro aspecto es el de la temática. Aquí, los argumentos están en algunos casos apegados a los temas habituales para las novelas de aquella época. Las doncellas secuestradas de niñas que son criadas como hijas de otros, hasta que algún caballero tiene a bien descubrir el encubrimiento y revelar la verdad, previo pago de la mano de la doncella. En este caso podemos incluir a La gitanilla, La española inglesa y La ilustre fregona. Otro tema relacionado al anterior es la deshonra de la doncella adolescente o joven, como en Las dos doncellas y La fuerza de la sangre, pero aún un tema fuerte como el de una violación se diluye dentro de un tratamiento estilístico acorde a los cánones de la época, ensalzando la valentía y el sentido común de la mujer y el buen criterio del hombre arrepentido. Estas concesiones, sin embargo, aunque hacen decaer la fuerza narrativa, especialmente en el último cuento mencionado, son salvadas por la destreza y una sutil ironía del autor. El tema de la picaresca está en los personajes ladrones o "avivados" que vemos en Rinconete y Cortadillo y La señora Cornelia. El celoso extremeño es uno de los mejores de la serie, que entraría en la clasificación anterior, pero que sobresale por el desarrollo magistral del personaje principal, el viejo celoso que encierra a su joven esposa. Y aquí no influyen tanto las características psicológicas, sino los meros actos y las descripciones del ambiente de la casa cerrada, que constituyen por sí mismas una de las mejores escritas en lengua castellana. Este cuento es un perfecto ejemplo de la total simbiosis entre argumento, estilo, ambientación y personajes. El licenciado Vidriera también podría ser clasificado dentro de lo picaresco, pero este personaje no es alguien que quiere sacar ventaja de los demás en su propio beneficio, sino que actúa por una locura temporal. Sus definiciones y argumentaciones sobre la realidad son de una agudeza insuperable, que comparte tanto la ríspida ironía como el ingenuo humor. Estas acotaciones y reflexiones sobre el mundo y el hombre, que aquí sobresalen por constituir el tema principal del cuento, están dispersas en todos los otros, y vale mencionar La gitanilla (ver el monólogo sobre la vida de los gitanos) y Rinconete y Cortadillo (sobre la vida de los ladrones). El casamiento engañoso es otro de los puntos altos por la ruptura de la forma convencional de la novela. De un episodio protagonizado por personajes picarescos, entramos a un coloquio que lleva su propio nombre de novela dentro de esta novela o cuento corto. Ya Cervantes nos tiene acostumbrados a estas referencias a realidad y ficción entremezcladas en su Qujote. Este texto no le va en saga, ya que su extensión lo diferencia tanto en objetivos como en logros. Dos perros, Cipión y Berganza, perros de hospital (u hospicio), descubren que pueden hablar, y sin poder detenerse, hablan de sus vidas, de los dueños que han tenido, y sus reflexiones semi-filosóficas son una excusa para hablar del hombre y del mundo. Este cuento contiene uno de los fragmentos más logrados y más bellos, cuando Berganza relata lo que una bruja le ha dicho sobre sus ancestros. Este episodio sobresale tanto por su belleza narrativa como por la fuerza temática que implica y subyace. El misterio del mal y de la magia apenas insinuado dentro de un texto cuya ironía y ternura se alternan tan magistralmente que se confunden para dejar este resabio agridulce y placentero al mismo tiempo en la boca del lector. El último cuento, La tía fingida, se destaca por la crudeza más desnuda de su tema, una joven es prostituida por una mujer que la recogió de la calle. Como en el resto de los cuentos, el final es feliz, y el amor es el elemento que rescata a las jóvenes perdidas, pero es un texto que también concentra en menos páginas y mayor densidad todo lo que venimos diciendo, la ironía y cierto humor trágico como medio de hacer tolerable la cruel realidad.

 


Ilustración: Radclyffe Hall

 

 

 

 

 

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