sábado, 25 de mayo de 2024

La patria del sábado

 



 

 

Claudia despertó. El sol del sábado a la mañana atravesaba las rendijas de la persiana hasta caer directamente en sus ojos soñolientos. Se restregó los párpados, se dio vuelta en la cama y vio el cuerpo del hombre dormido. Su lucidez, apenas despejada, se dejó sorprender por un momento, pero enseguida recordó. Qué hace todavía acá. Apoyó un codo en la almohada y la cabeza en la mano, se cubrió con la sábana porque abril traía ya los primeros fríos del otoño. Las líneas de luz dibujaban cortes en la espalda del hombre. Todos se van a las dos o tres de la mañana, por qué se queda. Es un tonto si piensa que me voy a enamorar. Pero no fue tan tonto anoche, se ve que tiene experiencia. Lo más probable es que quiera tomarse una taza de café con leche o un mate, y de paso evitarse el frío y la humedad del viernes a la noche.

     No voy a ceder, voy a preparar una sola taza. Se quedó un rato más observando las manchas de vello oscuro y rizado en los omóplatos y en la baja espalda. Iba a acariciarlo, pero se detuvo a tiempo. Justo cuando su mano estaba por tocarlo él se movió, aunque sin despertar todavía. El reloj marcaba las ocho y media. Prendió la radio y elevó el volumen. A ver si se despierta y se va de una vez. Radio Nacional y la marcha militar por centésima ocasión en los últimos dos días.

     “...más de dos mil personas reunidas en la histórica Plaza de Mayo para festejar la recuperación...”

     Se levantó, aturdida por el estridente sonido monoural y el vocerío de la multitud, que sonaba como un coro desafinado sin palabras tronando desde un lugar más lejano o más profundo quizá que el de la plaza. Si no se despierta con esto. Se puso la bata de toalla verde, una salida de baño en realidad, que le llegaba hasta la mitad de los muslos. Una corriente de aire le dio escalofríos. Se levantó y abrió la persiana. La mañana estaba bellamente dorada por el cielo, la ciudad se veía envuelta en blanquecinas nubes semejantes a alas de ángeles. Las bocinas se escuchaban débiles por la altura del departamento y las ventanas cerradas. Tuvo la tentación de abrirlas y dejar que el frío y el ruido despertaran al hombre, pero un resto de piedad se lo impidió.

     Abrió las puertas del armario que separaba el cuarto de la pequeña cocina que había detrás. Encima del ropero, las valijas descansaban desde dos años antes, y el polvo se había acumulado. No pensé que me quedaría tanto.

     -La inquilina anterior, una chica llamada Cecilia, murió de sobredosis-le había contado la dueña, casualmente, pero mirándola con superioridad, como si así le advirtiera que debía portarse bien.

     Pero pronto empezó a gustarle el cuarto, y ya llevaba viviendo allí cuatro años. Entonces recordó la advertencia que le habían hecho hacía ya una semana. Los rumores sobre ella provocaban quejas en las reuniones de consorcio. La vieja del departamento de enfrente le dijo a los vecinos que había visto entrar hombres diferentes todos los fines de semana al departamento. Pero qué iba a hacer Claudia si los hombres la engatusaban y no podía decir que no, era una mujer al fin de cuentas. Así como hay tipos que llevan mujeres a sus cuartos todas la noches, por qué yo no voy a hacerlo si ellos me gustan, si tengo ganas de no dormir sola, si necesito que me hagan sentir viva en medio de la noche, cuando creo estar hundiéndome a través de cada piso de este maldito edificio. Si unos brazos y un aliento eran capaces de rescatarla, ella no dudaba. Nunca pensó en el peligro que podrían traer los desconocidos, ella los miraba a los ojos, y confiaba.

     Todos se iban a las dos de la mañana, o si eso no pasaba, ella encendía la luz y la radio. El otro entonces se levantaba y se vestía, despidiéndose luego con un beso y un saludo en voz baja. No, jamás les cobraría; aunque muchos hacían el ademán de llevar la mano al bolsillo, apenas la miraban a los ojos sabían la respuesta. No era eso lo que Claudia necesitaba, y la fría, impávida expresión de los hombres parecía transparentarse en un recuerdo, un agradecimiento, como si ya la conocieran de mucho antes.

     Mañana voy a buscar a Diego a la casa de mamá. Prendió la hornalla y puso el jarrito con el agua. Sacó de la alacena un tarro de galletitas. El sonido de la lata resonó entre las cuatro paredes, pero el vocerío de la radio lo ocultó eficazmente, así como el chocar de la taza, el plato y la cucharita. La tapa de la azucarera cayó y rodó, sin romperse, sobre el aluminio de la mesada. Ruidos precarios ante la embestida de la radio. Sonidos personales que parecían inocentes perros frente a los ejércitos que invadían islas y la multitud que iba tras ellos, vitoreándolos.

     “....hace décadas que no vemos algo como esto, la gente aplaude y agita pancartas ante esta demostración de coraje del gobierno...”

     Si me echan, quiero estar preparada. Tengo plata para mantener a Diego por unos meses, y mamá me va a ayudar hasta que consiga trabajo. Diego ya tiene cuatro años. Tanto tiempo perdido, tan pocas veces que lo vio. Pero no podía mantenerlo, no era así como lo quería criar: en un departamento de mierda, durmiendo en su misma cama por falta de espacio, dejándolo con extraños mientras ella trabajaba de sirvienta. Por lo menos la abuela era la abuela, y mal que mal no iba a descuidarlo. Al final, Claudia resultó ser la extraña cuando lo visitaba, y una opresión le estrujaba el pecho cuando el chico se apartaba llorando y apretándose a las piernas de la abuela.

     Eso se terminó, mañana voy a buscarlo y lo llevo a otro lugar donde vivir. Escuchó el rechinar del colchón y después un carraspeo de fumador desde el baño, por sobre el ruido del agua. El hijo de puta se va a bañar sin pedirme permiso, sin avisarme. Golpeó la taza con fuerza contra el plato, el agua ahora hervía en la hornalla. Fue hasta la puerta, y cuando iba a llamarlo, se dio cuenta de que no se acordaba del nombre. Él le había mencionado que era jugador de rugby, pero no sabía nada más. No quería, sin embargo, parecer una bruja, qué voy a decirle, flaco, quién te dio permiso para usar la ducha. Después de todo no era para tanto. Tal vez el tipo realmente se había hecho la idea de que podían llegar a algo serio, a veces pasa y se encuentran hombres buenos.

     Volvió a la cocina, pero antes bajó un poco la radio, diciendo, en tono maternal:

     -¡Hay toallas limpias abajo del lavatorio!

     Por qué lo dijo, aún en contra de todo lo decidido. Siempre la misma tarada, vos, no aprendés más. Tomó su café, sin azúcar esta vez, sólo le quedaba medio tarro y quería llegar a fin de mes.

     La radio hizo intermitencia y el ruido le lastimó los oídos. Fue a bajar un poco más el volumen, cuando oyó ahora claramente la voz gangosa, ronca, del presidente. Podía imaginarlo en el balcón de la Casa de Gobierno, con los brazos alzados abarcando a la muchedumbre que lo escuchaba en silencio. Ni un sonido interrumpía la voz nacida de la profunda oscuridad de los pulmones de un hombre que producía temor con sólo oírlo. Entonces la voz pareció surgir del baño, de un cuerpo escurriendo agua mientras cantaba algo semejante a la marcha de San Lorenzo, distorsionada, retaceados sus acordes gloriosos por otros más afines a la urdimbre débil de los hombres contemporáneos.

     -¡Son pegadizas estas marchas, ¿no es cierto?!- Y la voz no venía de la radio, sino del baño.- ¡La letra no se te borra de la cabeza por más que pase el tiempo!

     Claudia imaginaba al tipo desnudo, secándose con alguna de sus toallas, con los brazos alzados para frotarse la espalda. Después la puerta se abrió, y lo vio salir con una toalla alrededor de la cintura.

     -Buenos días, Clau.

     Esa familiaridad. Se sintió indefensa, en desventaja porque él conocía su nombre y ella no el suyo. Sonrió apenas y le dio la espalda para regresar junto a la hornalla que le daba calor. Dejó la taza en la pileta, se frotó las manos cerca de la llama. Los pies descalzos del hombre se le acercaron por detrás. Sintió sus manos meterse por debajo de la bata, tocarle los glúteos y subir hasta la cintura. Le besaba el cuello, mientras le decía:

     -¿Qué te parece? Les rompimos el culo a los ingleses, ¿no?

     Ella miró al techo, suspirando, y aguantó el frío de las manos húmedas en su cuerpo. Las manchas de las moscas, que formaban un mapa cada vez más poblado, la llevaban a pensar en viajes. A olvidar el olor a mugre y smog de la ciudad, el aroma de las frituras y la orina de los niños de los departamentos vecinos. Mañana será el último día, aguantá.

     Se dio vuelta e intentó separarse.

     -Tengo que salir, querido. Vestite y si querés, esperáme, que bajamos juntos.

     Pero él no quería soltarla. La estaba mirando con fijeza.

     -¡Qué es eso de querido¡ ¿Y mi nombre que gritabas con tanto placer anoche? ... no te acordás, es verdad, no te acordás...- Se empezó a reír, satisfecho, abrazándola más todavía.

     Ahora ya no podía preguntar, en la cara de él estaba dibujada una idea, una libertad de acción, una impunidad que el anonimato le otorgaba gratuitamente. Sólo la cara lo individualizaba, y las caras, ella lo sabía, se confunden siempre, se pierden en la memoria con otras miles. Como los rostros de los soldados.

     “...nuestros jóvenes héroes han convertido este hecho en un hito de la historia del país...”

     La marcha volvió a sonar, de fondo, mientras el locutor describía el saludo de los ministros al presidente. Claudia hasta pudo imaginar el impecable uniforme y el tintineo de las medallas balanceándose sobre los pechos de los hombres fuertes.

     -¡Soltáme!

     Logró separarse, pero él volvió a alcanzarla y le desprendió la bata.

     -¡Pero qué te pasa, puta de mierda!

     La empujó a la cama y se tiró sobre ella. Con la boca contra las sábanas, Claudia exhaló un grito apagado al sentir que la penetraba. Pero esta vez no fue como en la noche. La suavidad se convirtió en un roce de lijas, los besos en el cuello en picotazos de pájaro. Las lágrimas corrían, y sus labios bebían esas lágrimas. Sin embargo, no iba a gritar, para qué, para que lo vecinos llamaran a la policía, para verse echada un día antes sin poder ir en busca de Diego. No digas el nombre de tu hijo en este momento, no lo manches, estúpida, si arruinaste tu vida no hagás lo mismo con la de él.

     El hombre parecía decidido a retardar su placer, a someter la llegada del fin a reglas especificadas en su mente desde tal vez muchos días antes. Buscaría una mujer sola, la engañaría con su timidez fingida, o quizá no hubiese planeado nada, y la oportunidad despertara deseos que él quizá ni siquiera conocía.

     Claudia sintió un desgarro. La estaba lastimando.

     -¡Basta!- dijo, pero él no le hizo caso. Las voces de la plaza en la radio continuaban tronando altivas, orgullosas, y las bocinas de los autos se elevaban al cielo de la ciudad.

     “...hay miles de cintas blancas y celestes cayendo de las ventanas, todos están ansiosos por mostrar el orgullo del sentir nacional...”

     Luego, el grito de gozo del hombre se dejó oír fuerte como un grito de guerra, triunfal e irrevocable. Se quedó apoyado sobre Claudia un largo rato, agitado pero quieto.

     -Dejáme que estoy sangrando-murmuró ella.

     Él no se movió. Las sábanas estaban mojadas. Lagrimas, saliva, sangre. Ella no veía porque sus ojos estaban turbios. Giró la cabeza a un costado. El departamento seguía luminoso, increíblemente limpio ahora. La luz se burlaba de Claudia. Siempre tan sucio, y ahora, tan brillante. Brillaba como los refulgentes relampagueos del sol en las alas de plata de las gorras y uniformes, en los bronces de la banda que tocaba en el viejo disco de la radio.

     El hombre sin nombre se levantó. Ella no quiso mirarlo. Esperó, sólo esperó el golpe certero que acabaría con su vida, y que hasta llegó a desear, porque no quería vivir más en ese departamento limpio y frío como el bronce. Lo oyó vestirse. El pantalón, la hebilla del cinto, el cierre, el roce de los dedos en los botones de la camisa. Él no dijo nada, quizá ni siquiera la estaba mirando. Después, Claudia escuchó la puerta que se abría y cerraba.       

     Se tocó el bajo vientre. Estaba herida, pero no era nada que no pudiera solucionar ella misma con unos días de reposo. Fue hasta el baño, encogida por el dolor, y se metió en la bañera con el olor que el otro había dejado. Permaneció quieta, pensando, mientras el vapor enturbiaba el espejo del botiquín. No lloró. El dolor se coagulaba como la sangre, y la hemorragia de las lágrimas al fin se detendría alguna vez, sin dejar rastros.

     La radio continuaba transmitiendo el acontecimiento central del año. Qué maravillosa proeza, pensó, qué valentía la de esos chicos que peleaban tan al sur, y pensó en el frío que debían estar pasando. Seguro que muy pocos habían sufrido heridas, los partes militares así lo informaban. Pero qué frío, pobrecitos.

     Sólo volvió a permitirse unas lágrimas al pensar en Diego. Debía estar aún en la cama, seguramente, mientras la abuela calentaba la leche del desayuno. El aroma de la leche hervida, qué hermoso olor, qué tibio aroma para los que, lejos, guerreaban y extrañaban.

     Ya no iría en busca de su hijo mañana. Ya no tenía sentido cambiar el ritmo de su vida, ni el inútil intento de verse mejor frente a la opinión de los demás. La imagen se había puesto en armonía con el interior, casi en perfecto equilibrio. Podía estar tranquila, aunque no del todo.

     Entonces comenzó a tararear la marcha de la radio. Hacía años que no la cantaba. Primero muy suavemente, indecisa, dudando de cómo sonaría su voz. Luego se animó a elevar el tono, porque nadie la escuchaba, y si lo hacían, dirían que por fin estaba al tanto de los acontecimientos y no se abstraía a ellos.

     Su vida por fin iba adoptando el ritmo de la realidad. Esa brillante y enceguecedora estridencia de las fuerzas que no se detienen ante nada.



Ilustración: Eduardo Sivori

sábado, 11 de mayo de 2024

Impresiones sobre la pena de muerte



1

 

 

cuando el cuerpo cuelga de una soga al cuello

los músculos se contraen

para evitar el desgarro del pensamiento

hilachas de ideas en que el hombre

se deshace mientras muere

 

pero antes el cuerpo se defiende

se crispan las manos

como uñas de gatos arañando

el aire que los verdugos respiran

 

en la piel del reo

las venas son flores transparentes

brillan a la luz del sol

los jueces se ofuscan

no para reírse lo hemos castigado

 

en la boca del ajusticiado

sigue ese gesto extraño

la garganta hecha un nudo de trapos

ahogando los gritos de la resistencia

 

luego la risa sin sonido

paródica mueca en una frente arrugada

y el cuerpo meciéndose con el viento

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2  

 

 

la guillotina brilla a la luz del mediodía

tus ojos miran el mundo detrás de tu cabeza

que sientes cortar y caer

 

como picotazos de pájaros carnívoros

escuchas los graznidos

y ves la sombra de sus alas alrededor del patíbulo

 

la voz del verdugo roe el aire que respira

y su aliento, aunque humano, no te consuela

él es más que un hombre solo

es carne y el sonido de la hoja que cae

 

ya estás en otra parte

en el canasto cuyo fondo nunca verás

porque es de tierra

y ambas

-tierra y guillotina-

no consienten mirar hacia atrás

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3

 

 

 

las manos sostienen el mango del hacha

brazos anchos como el cuerpo de un niño

hombros como poleas de una máquina

y encima la cabeza encerrada en la capucha

 

deberás ver sólo el hacha mientras cae

sentir en la nuca el frío del invierno

no la nieve, sino el granizo de la madrugada

luego el ardor intenso

igual a miles de hormigas recorriendo tu sangre

arañas y avispas mordiendo la piel

sin que puedas llevarte una mano a la espalda

 

pero tu cabeza ya no te pertenece

ese grito que escuchas nace del canasto de paja

frente a lo que queda de tu cuerpo

 

el verdugo recogerá la cabeza

envuelta en una tela fría que no acaricia

lastima como ese único golpe de tu madre

el día que volviste a casa

después de matar por primera vez

 

 

 

 

 

 

 


 

4

 

 

ella me toma de la mano

tiene el olor de los hospitales

me acaricia con algodón el pliegue del brazo

un pinchazo con el recuerdo de la cocaína y de la infancia

te hará dormir suavemente

pero ahora duele, quema la piel

no la sangre, me corta los huesos

 

dioses que me miran morir desde atrás de las ventanas

quítenme el dolor de los árboles que caen

dioses de piedad que no devuelven la infancia

 

ella me lleva otra vez al pequeño mundo

donde no habrá inyecciones ni remedios

ni tienen significado la prevención o el castigo

todo allí es vida o es muerte

porque no existen los indescifrables

intermedios de la ley

 

 

 

 

 

 

 


 

 

5

 

 

sentado en la cámara de gas

las manos atadas y una venda sobre los ojos

aspirar y exhalar con lentitud

para que no haya dolor

sino un suave mecerse del alma

 

como tener un almohadón en la cara

ni siquiera el dulce olor puede impedir el miedo

 

tiemblo con el frío del viento

que recrea las formas del pasado

pero ya no temo a eso tampoco

es el futuro que no existe

la desesperada definición

del ya no soy

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

6

 

 

paneles con botones de alto voltaje

cables que transmiten corriente

hacia una silla común reforzada

y sentado: él

un hombre solo con venda

que habría rechazado de haber podido

porque quisiera ver algo más que oscuridad

antes de la oscuridad

 

sabe, le han dicho, que allá habrá sólo eso

y desea seguir viendo la luz de los tubos

parecida al de aquel cuarto

donde durmió, hizo el amor

y leyó tres libros por semana

 

ahora los hombres lo miran

no hay más tiempo le dicen, no hay más

escucha el ruido metálico de la perilla

aumentando el potencial en sentido horario

 

sólo la luz queda en la habitación de la muerte

y el olor agrio

de la carne quemada

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7

 

 

los encargados parecen apóstoles de Cristo

recogen el cuerpo

lo envuelven en una bolsa negra con cierres

limpian los restos de la carne adherida a la silla

 

se protegen con barbijos

pero siempre sienten el aroma

que penetra en su piel a pesar de los guantes

y no es el olor de la ejecución

 

hay un perfume a casa vieja y paredes húmedas

de cuerpos que regresan al lugar en que nacieron

de sábanas, viscosidad de semen y sudor

 

cuando los encargados terminen el trabajo

se llevarán a sus camas los olores de los muertos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

8

 

 

no es miedo o dolor

ni repulsión del crimen o el deber juramentado

es un sonido que apenas nos atrevemos a reconocer

mucho menos a contradecir

lo ocultamos con palabras fuertes

que suenan como truenos incesantes

y salimos a la luz porque la claridad

desbarata los intentos de la angustia

 

pero algo siempre cruje y se rompe y abre las rendijas

por donde salen olores disfrazados de ira

ecos que la piedad llegaría a justificar

a falta de mayor sabiduría

aunque no los jueces

 

ellos escuchan sus propios ecos

en las grietas de sus cuerpos bajo los trajes

en el profundo pecho hundido tras la corbata

presienten lo mismo que condenan

 

 

 

 

 

 

9

 

 

la piedad es de los hombres

la misericordia de los dioses

otorgar piedad no es conmutar sentencias

así lo entienden quienes hablan de la ley

 

no damos misericordia  porque no somos dioses

condenamos a muerte por la ley del talión

que jamás muere con el tiempo

es la esencia del tiempo como paso por la tierra

donde la misericordia no llega

aunque sí la piedad de un par de niños cuyos ojos han muerto

 

los que no ven son capaces de la lástima

los que no huelen pueden oler

el aroma del cielo

en los cuerpos de los otros

 

la ley tiene el filo de un cuchillo que no se gasta

 

 

 

 

 

 

 

 

10

 

 

los cirujanos bajan al cementerio

cavan como sepultureros que reviven muertos

desatan sogas de ahorcados

desentierran puñales para clavar bisturís

exploran en las cavidades del hombre

no para el futuro sino el saber

la tragedia desencadenada por la pasión de las vísceras

arterias y venas conduciendo a los gusanos

desde el día primero de la vida al último de la nada

 

es la sangre de tierra y el polvo de roca y madera

donde crecen las larvas que transformarán

la carne en heces

luego en tierra y en polvo

que ni siquiera el viento querrá llevarse

 

cirujanos y doctores

últimos sacerdotes de la ceremonia

que algunos llaman expiación y otros ley

no los abogados ni los jueces

sino los forenses verán de qué sustancia

están hechos los hombres

 

y el conocimiento quedará en sus mentes

tal vez en libros que nadie más leerá

porque la vida de los muertos

sólo es tolerable si se la cubre con aceites

perfumada con inciensos

y vestida con la palabra

resurrección



Ilustración: Gustave Doré

 

Lenguaje

 





1

 

 

qué ratifica el sentido

de una noche de invierno

bajo un pino congelado

qué cruje qué silba qué cae

para indicar un movimiento

                              

                                más allá aún del miedo más temido

                                está la calma viscosa sin pausa

 

pero esa nada rectifica sus señales

como quien articula sílabas contra un vendaval

cornejas que cantan al caer la noche

peces saltando en el lago

cuando los pescadores retiran las cañas

y los motores escupen polvo y despedidas

 

de los labios que te pronuncian

surge el día después de la noche

del silencio nace el sudor de dioses

para crear mundos desde la calma de los pozos

que arrastran tiempo y sitios perdidos

 

cadáveres colgando con el viento que los mece

así como se mece el vacío de un ánfora

después de su ruptura

 

el cuerpo es materia, luego larvas

y más tarde tierra que otro hombre traga cuando nace

el aire es agua

es nada si se mira, es todo si se exhala

cuerpo que alguien llevará hasta el límite exacto

donde no existe el sonido de la palabra

ni el consuelo de pronunciarla

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

2

 

 

hay varias formas de entender

el ladrido de un perro:

                        su origen, instinto primordial

llegado de esferas, planos ancestrales

desde bosques ocultos tras siglos de polvo

                       

                        su intensidad, fuerza

que acredita el grado de estima a quien ladra

o la furia, la muerte en su boca

símil quebradizo de la alta noche de los polos

aliento de cortezas húmedas

viento del desierto donde aúllan

los abuelos del perro antes manso

que hoy invade la casa con patas embarradas

y sangre en los colmillos

 

                      su tono, plañidero

como campanadas entre hojas secas

engañando a su presa:

su dueño acorralado entre las piedras y el arroyo

frente al perro que crió, alimentó

acarició sobre las mantas de su cama

el animal que no lo reconoce

o tal vez sí

por eso gruñe y ladra

como único

                     último signo de piedad

                    

 

 

 

 

 

 

3

 

 

el que habla más de lo que sus acciones dicen

se expone al escarnio de los profetas de la vida

 

noches ávidas de movimiento

días habitados de manos con gestos

corriendo de un cuarto al otro del edificio del mundo

 

el que habla menos de lo que actúa

se expone al escarnio de los defensores del discurso

 

creadores de ideas, esquemas encuadrados en paráfrasis

luego hipótesis, dogmas finales

incorruptibles, indemnes a la comprobación o al error

 

pero ambas posiciones niegan

del pensamiento su origen

que nace y muere antes del sonido

 

qué es, sino, eso que llega en noches insomnes

extraño y sin sentido, apenas perceptible

como un chirrido o un roce en los oídos

cuando miramos la luna el último día de diciembre

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4

 

 

el que habla como un niño

preserva el origen de la primera palabra:

                         el llanto del viejo antes de la muerte

                         el grito del hombre después de matar

                        

esquemas invertidos como la superficie de un lago

peleando por ganar la mente del hombre

que inventa signos para objetos

llovidos del cielo o surgidos de la tierra

 

no las manos ni el pensamiento

sino algo primordial

escurridizo como las moscas del instinto

y tan solitario como un dios que ha olvidado

su propio nombre

                   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

5

 

 

palabras como piedras en oídos vírgenes

aceite hirviendo al fuego de batallas-discursos

 

escuchar y mover los ojos hacia quienes dicen

sentencian, declaman

perpetran crímenes verbales

se levantan del lecho de la muerte

y continúan hablando

miran por las ventanas mientras siguen el camino de la calle

 

palabras que cantan himnos de verbos

como hojas perdidas de la bolsa de un jardinero

y arrastradas por el tiempo hecho tormenta de verano

olvidado el estío al otoño siguiente

estaciones que el mismo Dios tiende a olvidar

 

el silencio es la primavera de las palabras

viento fresco que obliga a cerrar la ventana

para que las ideas no se borren

 

silencio es palabra al fin

muda, murmurada quizá

escrita con los dedos

en el polvo del ruido

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

6

 

 

la sombra de las cosas entre los cuerpos

maniobras de la luz sobre la superficie de las cosas

como el dolor de una piedra contra la frente

 

letras encadenadas que construyen

amplios edificios de pisos vacíos

donde un único portero

repite siempre la misma palabra

 

el lenguaje como un arma blanca

que corta los tendones de la realidad

y cose a su gusto las cuerdas

de un nuevo juicio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7

 

 

las cosas reclaman sus nombres

se esfuman sin una mirada

los sentidos las forman

el pensamiento les da significado

 

procrean familias de miembros sumisos

o se rebelan a la mano del hombre

-así como el hombre a veces se niega a su Dios-

 

pero las cosas tienen miedo

abrazan al hacedor

saben que al morir su padre

la materia que sobrevive es alimento del tiempo

y sus nombres sustancia para el olvido

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

8

 

 

quién puede decir que el sentimiento

sea algo más que una palabra creciendo bajo la piel

en sinapsis que llevan conceptos

hacia terminaciones nerviosas de mejillas y bocas

donde nacen frases de amor exhalado con el aroma de la menta

                                o de odio con aliento amoniacal

                  

y la respuesta del otro provoca más sinapsis

nuevas digresiones del sentimiento explorado

que claman como una radio encendida y abandonada

en un cuarto con objetos cubiertos de polvo

 

quién dice que el corazón humano

no es más que un libro abierto desde su lomo

                 de las arterias rotas

las palabras fluyen como sangre

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

9

 

 

cuando hablamos del orden y del caos

de cuál de los dos surgió primero

olvidamos considerar que el músculo

-partes blandas de cambio constante

células que nacen y mueren en órdenes aleatorios-

rodea al casi eterno hueso

 

a veces ese centro se expande

e incorpora elementos del caos

se comporta como un cazador de niños

que crecen en su nueva inmovilidad

hombres viejos atrapados en el tiempo

 

el orden es sólo un tiempo de aparente calma

doloroso como todo lo que nace del antiguo hueso

aire frío soplando en los pasillos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


10

 

 

el revés de las cosas

entraña su contrario

y el inverso es a veces el derecho:

 

                                          el mundo es un círculo con un radio

                                          que ocupa poco más de tres partes de su perímetro

                                          más un resto, residuo algebraico o error del pensamiento

                                          cuyo número infinito es una grieta en la esfera

                                          por la cual penetra lo arbitrario

 

                                          juego de espejos libre de la lógica

                                          principio de destrucción

                                          contrario al orden de las cosas

 

 

 

 

La soledad (Alberto Moravia)

Aunque muy distintos uno del otro, Perrone y Mostallino eran inseparables, si bien en realidad no los unía la amistad, sino, como a menudo o...