jueves, 31 de octubre de 2024

El desterrado (Ramón Gomez de la Serna)

 







¿A qué le podían condenar después de todo? A destierro. Valiente cosa. Cumpliría la pena alegremente en un país extranjero en que viviría una nueva vida y recordaría con un largo placer su ciudad y su vida pasada.


En efecto, la sentencia fue el destierro. ¡Pero qué destierro! El tribunal, amigo de aquel hombre autoritario y de inmenso poder a quien él había insultado, queriendo venderle el favor, y ya que no podía sentenciarle a muerte, le desterró a más kilómetros que los que tiene el mundo recorrido en redondo, aunque se encoja, para alargar más la medida, el diámetro que pasa por las más altas montañas. ¿Qué quería hacer con él el tribunal, sentenciándole a un destierro que no podía cumplir?


¡Ah! El tribunal, para agasajar al poderoso ofendido, había encontrado la fórmula de castigarle a muerte por un delito que no podía merecer esa pena de ningún modo. Había encontrado la manera de ahorcar a aquel hombre, porque no habiendo extensión bastante a lo largo de este mundo para que cumpliese el sentenciado su destierro, habría que enviarle al otro para que ganase distancia.


Y le ahorcaron.







miércoles, 30 de octubre de 2024

Diecisiete ingleses envenenados (Gabriel García Márquez)







Lo primero que notó la señora Prudencia Linero cuando llegó al puerto de Nápoles, fue que tenía el mismo olor del puerto de Riohacha. No se lo contó a nadie, por supuesto, pues nadie lo hubiera entendido en aquel trasatlántico senil atiborrado de italianos de Buenos Aires que volvían a la patria por primera vez después de la guerra, pero de todos modos se sintió menos sola, menos asustada y distante, a los setenta y dos años de su edad y a dieciocho días de mala mar de su gente y de su casa.


Desde el amanecer se habían visto las luces de tierra. Los pasajeros se levantaron más temprano que siempre, vestidos con ropas nuevas y con el corazón oprimido por la incertidumbre del desembarco, de modo que aquel último domingo de a bordo pareció ser el único de verdad en todo el viaje. La señora Prudencia Linero fue una de las muy pocas que asistieron a la misa. A diferencia de los días anteriores en que andaba por el barco vestida de medio luto, se había puesto para desembarcar una túnica parda de lienzo basto con el cordón de san Francisco en la cintura, y unas sandalias de cuero crudo que solo por ser demasiado nuevas no parecían de peregrino Era un pago adelantado: había prometido a Dios llevar ese hábito talar hasta la muerte si le concedía la gracia de viajar a Roma para ver al sumo pontífice, y ya daba la gracia por concedida. Al final de la misa encendió una vela al Espíritu Santo por el valor que le infundió para soportar los temporales del Caribe, y rezó una oración por cada uno de los nueve hijos y los catorce nietos que en aquel momento soñaban con ella en la noche de vientos de Riohacha.


Cuando subió a cubierta después del desayuno, la vida del barco había cambiado. Los equipajes estaban amontonados en la sala de baile, entre toda clase de objetos para turistas comprados por los italianos en los mercados de magia de las Antillas, y en el mostrador de la cantina había un macaco de Pernambuco dentro de una jaula de encajes de hierro. Era una mañana radiante de principios de agosto. Un domingo ejemplar de aquellos veranos de después de la guerra en que la luz se comportaba como una revelación de cada día, y el barco enorme se movía muy despacio, con resuellos de enfermo, por un estanque diáfano. La fortaleza tenebrosa de los duques de Anjou apenas si empezaba a vislumbrarse en el horizonte, pero los pasajeros asomados a la borda creían reconocer los sitios familiares, y los señalaban sin verlos a ciencia cierta, gritando de júbilo en dialectos meridionales. La señora Prudencia Linero, que había hecho tantos amigos viejos a bordo, que había cuidado niños mientras sus padres bailaban y hasta le había cosido un botón de la guerrera al primer oficial, los encontró de pronto ajenos y distintos. El espíritu social y el calor humano que le permitieron sobrevivir a las primeras nostalgias en el sopor del trópico, habían desaparecido. Los amores eternos de altamar terminaban a la vista del puerto. La señora Prudencia Linero, que no conocía la naturaleza voluble de los italianos, pensó que el mal no estaba en el corazón de los otros sino en el suyo, por ser ella la única que iba entre la muchedumbre que regresaba. Así deben ser todos los viajes, pensó, padeciendo por primera vez en su vida la punzada de ser forastera, mientras contemplaba desde la borda los vestigios de tantos mundos extinguidos en el fondo del agua. De pronto, una muchacha muy bella que estaba a su lado la asustó con un grito de horror.


—Mamma mia —dijo, señalando el fondo—. Miren ahí.


Era un ahogado. La señora Prudencia Linero lo vio flotando bocarriba entre dos aguas, y era un hombre maduro y calvo con una rara prestancia natural, y sus ojos abiertos y alegres tenían el mismo color del cielo al amanecer. Llevaba un traje de etiqueta con chaleco de brocado, botines de charol y una gardenia viva en la solapa. En la mano derecha tenía un paquetito cúbico envuelto en papel de regalo, y los dedos de hierro lívido estaban agarrotados en la cinta del lazo, que era lo único que encontró para agarrarse en el instante de morir.


—Debió caerse de una boda —dijo un oficial del barco—. Sucede mucho en verano por estas aguas.


Fue una visión instantánea, porque entonces estaban entrando en la bahía y otros motivos menos lúgubres distrajeron la atención de los pasajeros. Pero la señora Prudencia Linero siguió pensando en el ahogado, el pobrecito ahogado, cuya levita de faldones ondulaba en la estela del barco.


Tan pronto como entró en la bahía, un remolcador decrépito salió al encuentro del barco y se lo llevó de cabestro por entre los escombros de numerosas naves militares destruidas durante la guerra. El agua se iba convirtiendo en aceite a medida que el barco se abría paso entre los escombros oxidados, y el calor se hizo aun mas bravo que el de Riohacha a las dos de la tarde. Al otro lado del desfiladero, radiante en el sol de las once, apareció de pronto la ciudad completa de palacios quiméricos y viejas barracas de colores apelotonados en las colinas. Del fondo removido se levantó entonces una tufarada insoportable que la señora Prudencia Linares reconoció como el aliento de cangrejos podridos del patio de su casa.


Mientras duró la maniobra los pasajeros reconocían a sus parientes con aspavientos de gozo en el tumulto del mueble. La mayoría eran patronas otoñales de pechugas flamantes, sofocadas dentro de los trajes de luto, con los niños mas bellos y numerosos de la tierra, maridos pequeños y diligentes, del genero inmortal de los que leen el periódico después que sus esposas y se visten de escribanos estrictos a pesar del calor.


En medio de aquella algarabía de feria, un hombre muy viejo de aspecto inconsolable, sobretodo de mendigo, se sacaba a dos manos de los bolsillos puñados y puñados de pollitos tiernos. En un instante llenaron el muelle, piando enloquecidos por todas las partes, y solo por ser animales de magia había muchos que seguían corriendo vivos después de ser pisoteados por la muchedumbre ajena al prodigio. El mago había puesto su sombrero bocarriba en el piso, pero nadie le tiró desde la borda ni una moneda de caridad.


Fascinada por el espectáculo de maravilla que parecía ejecutado en su honor, pues solo ella lo agradecía, la señora Prudencia Lineros no se dio cuenta de en qué momento tendieron la pasarela, y una avalancha humana invadió el barco con los aullidos y el ímpetu de un abordaje de bucaneros. Aturdida por el júbilo del tufo de cebollas rancias de tantas familias en verano, vapuleada por las cuadrillas de cargadores que se disputaban a golpes los equipajes, se sintió amenazada por la misma muerte sin gloria de los políticos en el muelle. Entonces se sentó sobre su baúl de madera con esquinas de latón pintado, y permaneció impávida rezando en un circulo vicioso de oraciones contra las tentaciones y peligros en tierras de infieles. Allí la encontró el primer oficial cuando pasó el cataclismo y no quedó nadie mas que ella en el salón desmantelado.


—Nadie debe estar aquí a esta hora —le dijo el oficial con cierta amabilidad—. ¿Puedo ayudarla en algo?


—Tengo que esperar al cónsul —dijo ella.


Así era. Dos días antes de zarpar, su hijo mayor le había mandado un telegrama al cónsul en Nápoles, que era amigo suyo, para rogarle que la esperara en el puerto y la ayudara en los trámites para seguir a Roma. Le había mandado el nombre del barco y la hora de llegada, y le indicó además que podía reconocerla por el hábito de san Francisco que se pondría para desembarcar. Ella se mostró tan estricta en sus leyes, que el primer oficial le permitió esperar un rato más, a pesar de que iba a ser la hora en que almorzaba la tripulación y habían subido las sillas sobre las mesas y estaban lavando las cubiertas a baldazos. Varias veces tuvieron que mover el baúl para no mojarlo, pero ella cambiaba de lugar sin inmutarse, sin interrumpir las oraciones, hasta que la sacaron de las salas de recreo y terminó sentada a pleno sol entre los botes de salvamento. Allí volvió a encontrarla el primer oficial un poco antes de las dos de la tarde, ahogándose en sudor dentro de la escafandra de penitente, y rezando un rosario sin esperanzas, porque estaba aterrorizada y triste y soportaba a duras penas las ganas de llorar.


—Es inútil que siga rezando —dijo el oficial, sin la amabilidad de la primera vez—. Hasta Dios se va de vacaciones en agosto.


Le explicó que media Italia estaba en la playa por esa época, sobre todo los domingos. Era probable que el cónsul no estuviera de vacaciones, por la índole de su cargo, pero con seguridad no abriría la oficina hasta el lunes. Lo único razonable era ir a un hotel, descansar tranquila esa noche, y al día siguiente llamar por teléfono al consulado, cuyo numero estaba sin duda en el directorio. De modo que la señora Prudencia Linero tuvo que conformarse con ese criterio, y el oficial la ayudó en los trámites de inmigración y aduana y del cambio de dinero, y la puso dentro de un taxi con la indicación azarosa de que la llevaran a un hotel decente.


El taxi decrépito con rezagos de carroza fúnebre avanzaba dando tumbos por las calles desiertas. La señora Prudencia Linero pensó por un instante que el conductor y ella eran los únicos seres vivos en una ciudad de fantasmas colgados en alambres en medio de la calle, pero también pensó que un hombre que hablaba tanto, y con tanta pasión, no podía tener tiempo para hacerle daño a una pobre mujer sola que había desafiado los riesgos del océano para ver al papa.


Al final del laberinto de calles volvía a verse el mar. El taxi siguió dando tumbos a lo largo de una playa ardiente y solitaria donde había numerosos hoteles pequeños de colores intensos. Pero no se detuvo en ninguno de ellos sino que fue directo al menos vistoso, situado en un jardín público con grandes palmeras y bancos verdes. El chofer puso el baúl en la acera sombreada y, ante la incertidumbre de la señora Prudencia Linero, le aseguró que aquel era el hotel más decente de Nápoles.


Un maletero hermoso y amable se echó el baúl al hombro y se hizo cargo de ella. La condujo hasta el ascensor de redes metálicas improvisado en el hueco de la escalera, y empezó a cantar un aria de Puccini a plena voz y con una determinación alarmante. Era un vetusto edificio de nueve pisos restaurados, en cada uno de los cuales había un hotel diferente. La señora Prudencia Linero se sintió de pronto en un instante alucinado, metida en una jaula de gallinas que subía muy despacio por el centro de una escalera de mármoles estentóreos, y sorprendía a la gente dentro de las casas con sus dudas más íntimas, con sus calzoncillos rotos y sus eructos ácidos. En el tercer piso el ascensor se detuvo con un sobresalto, y entonces el maletero dejó de cantar, abrió la puerta de rombos plegadizos y le indicó a la señora Prudencia Linero, con una reverencia galante, que estaba en su casa.


Ella vio un adolescente lánguido detrás de un mostrador de madera con incrustaciones de vidrios de colores en el vestíbulo y plantas de sombra en macetas de cobre. Le gustó de inmediato, porque tenía los mismos bucles de serafín de su nieto menor. Le gustó el nombre del hotel con las letras grabadas en una placa de bronce, le gustó el olor de ácido fénico, le gustaron los helechos colgados, el silencio, las lises de oro del papel de las paredes. Después dio un paso fuera del ascensor, y el corazón se le encogió. Un grupo de turistas ingleses de pantalones cortos y sandalias de playa dormitaban en una larga fila de poltronas de espera.


Eran diecisiete, y estaban sentados en un orden simétrico, como si fueran uno solo muchas veces repetido en una galería de espejos. La señora Prudencia Linero los vio sin distinguirlos, con un solo golpe de vista, y lo único que le impresionó fue la larga hilera de rodillas rosadas, que parecían presas de cerdo colgadas en los ganchos de una carnicería. No dio un paso más hacia el mostrador, sino que retrocedió sobrecogida y entró de nuevo en el ascensor.


—Vamos a otro piso —dijo.


—Este es el único que tiene comedor, signora—dijo el cargador.


—No importa —dijo ella.


El cargador hizo un gesto de conformidad, cerró el ascensor, y cantó el pedazo que le faltaba de la canción hasta el hotel del quinto piso. Allí todo parecía menos estricto, y la dueña era una matrona primaveral que hablaba un castellano fácil, y nadie hacía la siesta en las poltronas del vestíbulo. No había comedor, en efecto, pero el hotel tenía un acuerdo con una fonda cercana para que sirviera a los clientes por un precio especial. De modo que la señora Prudencia Linero decidió que sí, que se quedaba por una noche, tan convencida por la elocuencia y la simpatía de la dueña como por el alivio de que no hubiera ningún inglés de rodillas rosadas durmiendo en el vestíbulo.


El dormitorio tenía las persianas cerradas a las dos de la tarde, y la penumbra conservaba la frescura y el silencio de una floresta recóndita, y era bueno para llorar. No bien se quedó sola, la señora Prudencia Linero pasó los dos cerrojos, y orinó por primera vez desde la mañana con un desagüe tenue y difícil que le permitió recobrar su identidad perdida durante el viaje. Después se quitó las sandalias y el cordón del hábito y se tendió del lado del corazón sobre la cama matrimonial demasiado ancha y demasiado sola para ella sola, y soltó el otro manantial de sus lágrimas atrasadas.


No solo era la primera vez que salía de Riohacha, sino una de las pocas en que salió de su casa después de que sus hijos se casaron y se fueron, y ella se quedó sola con dos indias descalzas cuidando del cuerpo sin alma de su esposo. Se le acabó la mitad de la vida en el dormitorio frente a los escombros del único hombre que había amado, y que permaneció en el letargo durante casi treinta años, tendido en la cama de sus amores juveniles sobre �n colchón de cueros de chivo.


En el octubre pasado, el enfermo abrió los ojos en una ráfaga súbita de lucidez, reconoció a su gente y pidió que llamaran un fotógrafo. Llevaron al viejo del parque con el enorme aparato de fuelle y manga negra, y el platón de magnesio para las fotos domésticas. El mismo enfermo dirigió las fotos. «Una para Prudencia, por el amor y la felicidad que me dio en la vida», dijo. La tomaron con el primer fogonazo de magnesio. «Ahora otras dos para mis hijas adoradas, Prudencita y Natalia», dijo. Las tomaron. «Otras dos para mis hijos varones, ejemplos de la familia por su cariño y su buen juicio», dijo. Y así hasta que se acabó el papel y el fotógrafo tuvo que ir a su casa a reabastecerse. A las cuatro de la tarde, cuando ya no se podía respirar en el dormitorio por la humareda de magnesio y el tumulto de parientes, amigos y conocidos que acudieron a recibir sus copias del retrato, el inválido empezó a desvanecerse en la cama, y se fue despidiendo de todos con adioses de la mano, como borrándose del mundo en la baranda de un barco.


Su muerte no fue para la viuda el alivio que todos esperaban. Al contrario, quedó tan afligida, que sus hijos se reunieron para preguntarle cómo podrían consolarla, y ella les contestó que no quería nada más que ir a Roma a conocer al papa.


—Me voy sola y con el hábito de san Francisco —les advirtió—. Es una manda.


Lo único grato que le quedó de aquellos años de vigilia fue el placer de llorar. En el barco, mientras tuvo que compartir el camarote con dos hermanas clarisas que se quedaron en Marsella, se demoraba en el baño para llorar sin ser vista. De modo que el cuarto del hotel de Nápoles fue el único lugar propicio que había encontrado para llorar a gusto desde que salió de Riohacha. Y habría llorado hasta el día siguiente cuando saliera el tren de Roma, de no haber sido porque la dueña le tocó la puerta a las siete para avisarle que si no llegaba a tiempo a la fonda se quedaría sin comer.


El empleado del hotel la acompañó. Una brisa fresca había empezado a soplar desde el mar, y todavía quedaban algunos bañistas en la playa bajo el sol pálido de las siete. La señora Prudencia Linero siguió al empleado por el vericueto de calles empinadas y estrechas que apenas empezaban a despertar de la siesta del domingo, y se encontró de pronto bajo una pérgola umbría, donde había mesas para comer con manteles de cuadritos rojos y frascos de encurtidos improvisados como floreros con flores de papel. Los únicos comensales a esa hora temprana eran los propios sirvientes, y un cura muy pobre que comía cebollas con pan en un rincón apartado. Al entrar, ella sintió la mirada de todos por el hábito Pardo, pero no se alteró, pues era consciente de que el ridículo formaba parte de la penitencia. La mesera, en cambio, le suscitó un ápice de piedad, porque era rubia y bella y hablaba corno si cantara, y ella pensó que debían estar muy mal en Italia después de la guerra si una muchacha como esa tenía que servir en una fonda. Pero se sintió bien en el ámbito floral del emparrado, y el aroma de guiso de laurel de la cocina le despertó el hambre aplazada por la zozobra del día. Por primera vez en mucho tiempo no tenía deseos de llorar.


Sin embargo, no pudo comer a gusto. En parte porque le costó trabajo entenderse con la mesera rubia, a pesar de que era simpática y paciente, y en parte porque la única carne que había para comer eran unos pajaritos cantores de los que criaban en jaulas en las casas de Riohacha. El cura, que comía en el rincón, y que terminó por servirles de intérprete, trató de hacerle entender que las emergencias de la guerra no habían terminado en Europa, y que debía apreciarse como un milagro que hubiera al menos pajaritos de monte para comer. Pero ella los rechazó.


—Para mí —dijo—sería como comerme un hijo.


Así que debió conformarse con una sopa de fideos, un plato de calabacines hervidos con unas tiras de tocino rancio, y un pedazo de pan que parecía de mármol. Mientras comía, el cura se acercó para suplicarle por caridad que lo invitara a tomarse una taza de café, y se sentó con ella. Era yugoslavo, pero había sido misionero en Bolivia, y hablaba un castellano difícil y expresivo. A la señora Prudencia Linero le pareció un hombre ordinario y sin el menor vestigio de indulgencia, y observó que tenía unas manos indignas con las uñas astilladas y sucias, y un aliento de cebollas tan persistente que más bien parecía un atributo del carácter. Pero después de todo estaba al servicio de Dios, y era un placer nuevo encontrar a alguien con quien entenderse estando tan lejos de casa.


Conversaron despacio, ajenos al denso rumor de establo que los iba cercando a medida que los comensales ocupaban las otras mesas. La señora Prudencia Linero tenía ya un juicio terminante sobre Italia: no le gustaba. Y no porque los hombres fueran un poco abusivos, que ya era mucho, ni porque se comieran a los pájaros, que ya era demasiado, sino por la mala índole de dejar a los ahogados a la deriva.


El cura, que además del café se había hecho llevar por cuenta de ella una copa de grappa, trató de hacerle ver su ligereza de juicio. Pues durante la guerra se había establecido un servicio muy eficaz para rescatar, identificar y sepultar en tierra sagrada a los numerosos ahogados que amanecían flotando en la bahía de Nápoles.


—Desde hace siglos —concluyó el cura— los italianos tomaron conciencia de que no hay más que una vida, y tratan de vivirla lo mejor que pueden. Eso los ha hecho calculadores y volubles, pero también los ha curado de la crueldad.


—Ni siquiera pararon el barco —dijo ella.


—Lo que hacen es avisar por radio a las autoridades del puerto —dijo el cura—. Ya a esta hora deben haberlo recogido y enterrado en el nombre de Dios.


La discusión cambió el humor de ambos. La señora Prudencia Linero había acabado de comer, y solo entonces cayó en la cuenta de que todas las mesas estaban ocupadas. En las más próximas, comiendo en silencio, había turistas casi desnudos, y entre ellos algunas parejas de enamorados que se besaban en vez de comer. En las mesas del fondo, cerca del mostrador, estaba la gente del barrio jugando a los dados y bebiendo un vino sin color. La señora Prudencia Linero comprendió que solo tenía una razón para estar en aquel país indeseable.


—¿Usted cree que sea muy difícil ver al papa? —preguntó.


El cura le contestó que nada era más fácil en verano. El papa estaba de vacaciones en Castelgandolfo, y los miércoles en la tarde recibía en audiencia pública a peregrinos del mundo entero. La entrada era muy barata: veinte liras.


—¿Y cuánto cobra por confesarlo a uno? —preguntó ella.


—El santo padre no confiesa a nadie —dijo el cura, un poco escandalizado—, salvo a los reyes, por supuesto.


—No veo por qué va a negarle ese favor a una pobre mujer que viene de tan lejos —dijo ella.


—Hasta algunos reyes, con ser reyes, se han muerto esperando —dijo el cura—. Pero dígame: debe ser un pecado tremendo para que usted haya hecho sola semejante viaje solo por confesárselo al santo padre.


La señora Prudencia Linero lo pensó un instante, y el cura la vio sonreír por primera vez.


—¡Ave María Purísima! —dijo—. Me bastaría con verlo.


Y agregó con un suspiro que pareció salirle del alma:


—¡Ha sido el sueño de mi vida!


En realidad, seguía asustada y triste, y lo único que quería era irse de inmediato, no solo de ese lugar sino de Italia. El cura debió pensar que aquella alucinada ya no daba para más, así que le deseó buena suerte y se fue a otra mesa a pedir por caridad que le pagaran un café.


Cuando salió de la fonda, la señora Prudencia Linero se encontró con la ciudad cambiada. La sorprendió la luz del sol a las nueve de la noche, y la asustó la muchedumbre estridente que había invadido las calles por el alivio de la brisa nueva. No se podía vivir con los petardos de tantas vespas enloquecidas. Las conducían hombres sin camisas que llevaban en ancas a sus bellas mujeres abrazadas a la cintura, y se abrían paso a saltos culebreando por entre los cerdos colgados y las mesas de sandías.


El ambiente era de fiesta, pero a la señora Prudencia Linero le pareció de catástrofe. Perdió el rumbo. Se encontró de pronto en una calle intempestiva con mujeres taciturnas sentadas a la puerta de sus casas iguales, y cuyas luces rojas e intermitentes le causaron un estremecimiento de pavor. Un hombre bien vestido, con un anillo de oro macizo y un diamante en la corbata la persiguió varias cuadras diciéndole algo en italiano, y luego en inglés y francés. Como no obtuvo respuesta, le mostró una tarjeta postal de un paquete que sacó del bolsillo, y ella solo necesitó un golpe de vista para sentir que estaba atravesando el infierno.


Huyó despavorida, y al final de la calle volvió a encontrar el mar crepuscular con el mismo tufo de mariscos podridos del puerto de Riohacha, y el corazón le volvió a quedar en su puesto. Reconoció los hoteles de colores frente a la playa desierta, los taxis funerarios, el diamante de la primera estrella en el cielo inmenso. Al fondo de la bahía, solitario en el muelle, reconoció el barco en que había llegado, enorme y con las cubiertas iluminadas, y se dio cuenta de que ya no tenía nada que ver con su vida. Allí dobló a la izquierda, pero no pudo seguir, porque había una muchedumbre de curiosos mantenidos a raya por una patrulla de carabineros. Una fila de ambulancias esperaba con las puertas abiertas frente al edificio de su hotel.


Empinada por encima del hombro de los curiosos, la señora Prudencia Linero volvió a ver entonces a los turistas ingleses. Los estaban sacando en camillas, uno por uno, y todos estaban inmóviles y dignos, y seguían pareciendo uno solo varias veces repetido con el traje formal que se habían puesto para la cena: pantalón de franela, corbata de rayas diagonales, y la chaqueta oscura con el escudo del Trinity College bordado en el bolsillo del pecho. Los vecinos asomados a los balcones, y los curiosos bloqueados en la calle, los iban contando a coro, como en un estadio, a medida que los sacaban. Eran diecisiete. Los metieron en las ambulancias de dos en dos, y se los llevaron con un estruendo de sirenas de guerra.


Aturdida por tantos estupores, la señora Prudencia Linero subió en el ascensor abarrotado por los clientes de los otros hoteles que hablaban en idiomas herméticos. Se fueron quedando en todos los pisos, salvo en el tercero, que estaba abierto e iluminado, pero nadie estaba en el mostrador ni en las poltronas del vestíbulo, donde había visto las rodillas rosadas de los diecisiete ingleses dormidos. La dueña del quinto piso comentaba el desastre en una excitación sin control.


—Todos están muertos —le dijo a la señora Prudencia Linero en castellano—. Se envenenaron con la sopa de ostras de la cena. ¡Ostras en agosto, imagínese!


Le entregó la llave del cuarto, sin prestarle más atención, mientras decía a los otros clientes en su dialecto: «¡Como aquí no hay comedor, todo el que se acuesta a dormir amanece vivo!» Otra vez con el nudo de lágrimas en la garganta, la señora Prudencia Linero pasó los cerrojos de la habitación. Luego rodó contra la puerta la mesita de escribir y la poltrona, y puso por último el baúl como una barricada infranqueable contra el horror de aquel país donde ocurrían tantas cosas al mismo tiempo. Después se puso el camisón de viuda, se tendió bocarriba en la cama, y rezó diecisiete rosarios por el eterno descanso de las almas de los diecisiete ingleses envenenados.


martes, 29 de octubre de 2024

Danza de la muerte (Federico García Lorca)










 El Mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Cómo viene del África a New York!


Se fueron los árboles de la pimienta,

los pequeños botones de fósforo.

Se fueron los camellos de carne desgarrada

y los valles de luz que el cisne levantaba con el pico.


Era el momento de las cosas secas,

de la espiga en el ojo y el gato laminado,

del óxido de hierro de los grandes puentes

y el definitivo silencio del corcho.


Era la gran reunión de los animales muertos,

traspasados por las espadas de la luz;

la alegría eterna del hipopótamo con las pezuñas de ceniza

y de la gacela con una siempreviva en la garganta.


En la marchita soledad sin honda

el abollado mascarón danzaba.

Medio lado del mundo era de arena,

mercurio y sol dormido el otro medio.


El mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Arena, caimán y miedo sobre Nueva York!


*


Desfiladeros de cal aprisionaban un cielo vacío

donde sonaban las voces de los que mueren bajo el guano.

Un cielo mondado y puro, idéntico a sí mismo,

con el bozo y lirio agudo de sus montañas invisibles,


acabó con los más leves tallitos del canto

y se fue al diluvio empaquetado de la savia,

a través del descanso de los últimos desfiles,

levantando con el rabo pedazos de espejo.


Cuando el chino lloraba en el tejado

sin encontrar el desnudo de su mujer

y el director del banco observaba el manómetro

que mide el cruel silencio de la moneda,

el mascarón llegaba al Wall Street.


No es extraño para la danza

este columbario que pone los ojos amarillos.

De la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso

que atraviesa el corazón de todos los niños pobres.

El ímpetu primitivo baila con el ímpetu mecánico,

ignorantes en su frenesí de la luz original.

Porque si la rueda olvida su fórmula,

ya puede cantar desnuda con las manadas de caballos;

y si una llama quema los helados proyectos,

el cielo tendrá que huir ante el tumulto de las ventanas.

No es extraño este sitio para la danza, yo lo digo.

El mascarón bailará entre columnas de sangre y de números,

entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados

que aullarán, noche oscura, por tu tiempo sin luces,

¡oh salvaje Norteamérica! ¡oh impúdica! ¡oh salvaje,

tendida en la frontera de la nieve!


El mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Qué ola de fango y luciérnaga sobre Nueva York!


*


Yo estaba en la terraza luchando con la luna.

Enjambres de ventanas acribillaban un muslo de la noche.

En mis ojos bebían las dulces vacas de los cielos.

Y las brisas de largos remos

golpeaban los cenicientos cristales de Broadway.


La gota de sangre buscaba la luz de la yema del astro

para fingir una muerta semilla de manzana.

El aire de la llanura, empujado por los pastores,

temblaba con un miedo de molusco sin concha.


Pero no son los muertos los que bailan,

estoy seguro.

Los muertos están embebidos, devorando sus propias manos.

Son los otros los que bailan con el mascarón y su vihuela;

son los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos,

los que crecen en el cruce de los muslos y llamas duras,

los que buscan la lombriz en el paisaje de las escaleras,

los que beben en el banco lágrimas de niña muerta

o los que comen por las esquinas diminutas pirámides del alba.


¡Que no baile el Papa!

¡No, que no baile el Papa!

Ni el Rey,

ni el millonario de dientes azules,

ni las bailarinas secas de las catedrales,

ni construcciones, ni esmeraldas, ni locos, ni sodomitas.

Sólo este mascarón,

este mascarón de vieja escarlatina,

¡sólo este mascarón!


Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos,

que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas,

que ya la Bolsa será una pirámide de musgo,

que ya vendrán lianas después de los fusiles

y muy pronto, muy pronto, muy pronto.

¡Ay, Wall Street!


El mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Cómo escupe veneno de bosque

por la angustia imperfecta de Nueva York!





Ilustración: Paul Delvaux


lunes, 28 de octubre de 2024

La luna sobre el Atlántico (Capítulos 1-3)

 






MAXIMILIANO DESPUÉS DE PERDER A DIOS




1



Acaso podría llegar a ver la luna en pleno día, se dijo Maximiliano Menéndez Iribarne, mientras contemplaba las inmensas olas de luz desplazándose sobre el océano, deslizándose sobre las aguas, rodeando el barco como fantasmas o espíritus malhechores y perversos que se disfrazaban de luz para engañar a los hombres. La luz enceguece la vista débil del simple ser humano, y el mar, tan enorme, alberga en su profundidad el mal y la perversa mente de los demonios expulsados del paraíso. Quién podría decir que Lucifer no cayó, luego de ser expulsado por Dios, en el agua, ya que ésta predomina sobre la superficie del planeta. Un demonio que se ha hundido creando un infierno en el mar. Fuego brotando en medio de las aguas: éste es el milagro de Satanás, porque él también pretendió alguna vez ser Dios, y ahora es el dios de sus dominios, el dios de las aguas infernales. 

     Y sobre ellas navegaba ahora el barco donde Maximiliano y trescientas personas más viajaban hacia una tierra en la que esperaban encontrar un porvenir mejor, una esperanza más factible que aquella con la que habían nacido y que se estaba desgastando desde su venida al mundo. Sobre las aguas que cubren los espectros del infierno, como el milagro de Jesús caminando sobre las aguas del Mar de Galilea. 

    -Algún día -murmuró en voz baja- bautizaré a un hijo con el nombre de Jesús.

     Maximiliano Menéndez Iribarne tenía veintidós años y era todavía soltero. Cuando vestía la sotana de seminarista en Cádiz muy lejos de él estaba la idea de casarse o engendrar hijos. Cada madrugada, una hora antes del alba, se levantaba del colchón delgado en su celda sin muebles, sólo la estrecha cama, y se lavaba en la palangana de porcelana apoyada en el piso. Después, arrodillado y desnudo se flagelaba las espaldas con el rebenque que su tío le había obsequiado al entrar al seminario como un insulto, una degradación y una humillación que él aceptó lo mismo que aceptaba hasta ese momento las reglas de la orden: el dolor como símbolo de resarcimiento, anestesia del pecado y eliminación de todo dolor y todo placer. Luego, poco antes del alba, seguía rezando de rodillas, sintiendo la sangre sobre las viejas cicatrices de la noche anterior, el olor de la sangre y el aroma de la orina que no pudo evitar derramar mientras se flagelaba. Dos líquidos nauseabundos que debían ser eliminados de su cuerpo para que éste fuese tan puro como el de Jesucristo en la cruz.

     Podría ver la luna en pleno día, seguía diciéndose, observando en éxtasis los alisios de occidente asomándose al verano al que se acercaban lentamente, desde hacía treinta días. El barco como la nave de Aqueronte, alejándose del crudo invierno europeo para acercarse y estremecerse en la calidez extrema de otro continente, de un hemisferio que bien podría parecerse al mismo infierno al que aquella vieja nave también intentó aproximarse, hundiéndose en los abismos, quemándose o congelándose, que al fin y al cabo es lo mismo, porque el alma dolorida es un alma congelada, el hielo quema y marchita y se transforma en una inmensa y a la vez diminuta araña encogida, muerta, donde las hormigas y las moscas se cebarán como perros rabiosos, leones hambrientos o cínicas hienas que llevan la sonrisa de Judas en sus caras. 

    -Tengo miedo- murmuró Maximiliano, mirando las olas que naufragaban contra el casco del barco, el metal de una nave construida un año antes, en 1909, pero ya decrépito el casco por el azar del tiempo y la fuerza del espacio acuoso, la espuma como herramienta de un orfebre maligno que aborrecía incluso la pequeña libertad que el hombre se tomaba para viajar, como si no fuese su derecho, como si hubiese raíces que atasen al hombre a la tierra, luego de haber abandonado el agua en el origen de los tiempos. El agua era, quizá, un ser resentido, o una serie de demonios o criaturas que engendran hijos desagradecidos y descarriados, atraídos por el sabor y la riqueza de la tierra. Y los puentes y los barcos la apoteosis de la venganza, la máxima síntesis de la oportunidad para esas madres del agua, esos padres acuáticos engendrados, tal vez, por el mismo Lucifer. Era así, entonces, la forma en que el cielo, el agua y la tierra se encadenan, se relacionaban como los mismos lazos indisolubles entre padres e hijos. La sangre podría ser aire, agua o polvo, pero todo era la misma sustancia transformada, mezclada, formando la arcilla que los mismos elementos moldeaban para dar cabida a un muñeco tan frágil que ha durado diez millones de años. El hombre como contrapartida de Dios, la criatura creada como fruto del odio entre el cielo y la tierra. 

     En el medio, el agua. 

     La transición, el pasaje, la transformación.

     El viaje.

     Mientras continuaba con las manos aferradas al barandal de la cubierta, mecido su cuerpo por el vaivén del barco, su pelvis como una bisagra cuya hoja en movimiento era su torso, sostenido éste solamente por los brazos apoyados en el barandal, y la cabeza oscilante como el lente de un antiguo telescopio al extremo del corto brazo lubricado con aceite. Intentando ver, ubicar la luna en pleno día. Por qué tanto esmero, se preguntaba a sí mismo, por la simple razón, se contestaba enseguida, de que la noche anterior no había logrado verla. Todas la noches desde que había zarpado, buscó la luna, corriendo a veces desesperado a lo largo de las cubiertas, saltando a los pasajeros que dormían a la intemperie, aquellos que viajaban gratuitamente o pagados por el estado, los que estaban enfermos y tosían o expectoraban sangre o fluidos que cada mañana eran barridos y lavados con incontables baldazos de agua fría y un desinfectante que dejaba su impronta durante exactamente doce horas, cuando era el turno en que la noche llegara y vomitara los restos insobornables de festines y desgracias diurnas. Las cientos de vidas con sus múltiples variables que eran esas trescientos y pico de personas, como un muestrario que Dios había preparado para su venta callejera, es decir, su gira intercontinental. Un continente dominado, un viejo continente adquirido, ahora faltaba otro por conquistar. Y las muestras eran personas, sus mentes y brazos y piernas. El trabajo, la idea y la reproducción. La tríada en que Maximiliano Menéndez Iribarne descubrió un día en Cádiz, antes de sacarse la sotana para siempre. La tríada que reemplazó al tríptico del catolicismo. 

     Corriendo a lo largo de la cubierta, buscó la luna cada noche hasta hallarla entera o en pedazos. A veces apenas visible, pero sabiendo que allí estaba su sombra. La sombra de la luna, su lado oculto, su siempre escondida cara, como si alguna deformidad le diese vergüenza, o hubiese en ese lado de su superficie cosas más claras que en el lado visible, objetos o seres que le diese vergüenza mostrar o escondiese como quien se reserva armas para una guerra próxima. 

     ¿Quién podrá interpretarla?, se preguntaba él, contemplando la nube blanca de la luna a pleno día, bajo el sol refulgente, entre olas de luz reflejadas por las olas del mar, que además aportaban su rugido para que ambos mares, el de luz y el de agua fuesen hermanos gemelos que rara vez se juntaran. Momentos esporádicos que sólo podían contemplarse en alta mar, allí donde ellas, trescientas y pico de personas, estaban quietas como suspendidas en el tiempo, ausentes del espacio real y del tiempo contable. Flotando a la deriva como si viajasen en el aire. Rodeados de las sustancias etéreas que las formaron en el principio de los tiempos.

     Maximiliano se preguntó por qué ellos no se daban cuenta de todo esto. Por qué no veían la luz de la luna bajo el hálito esplendente y el aroma nauseabundo que el sol despertaba en la carne muerta, las pieles sucias y la madera hastiada de sal y sangre. Cuál era la razón de que teniendo ojos, no vieran las manos de la luna arrojando sus huesos sobre el mar, porque esa era la causa de la olas. No el viento ni las corrientes marinas, ni siquiera los demonios de las profundidades, ávidos ellos mismos de los huesos frescos que la luna arrojaba cada día, escondidos tras los haces del sol. Huesos que por la noche iluminaría para alimentarlos y hacerlos revivir. 

    Él soñó con la lluvia de huesos desde hace algún tiempo, y desde entonces buscó la luna cada noche. Más precisamente desde que se arrancó la sotana como si le quemase, un atardecer de marzo en Cádiz, en la calle sobre la que estaba el convento y seminario. Pero de esto no quería acordarse por ahora, y le hacía bien el calor sobre su cabeza, la luz como calor entibiando la camisa blanca de lino, arrugada, de botones desprendidos y otros rotos, dejando ver el ancho de su pecho apenas hirsuto, apenas ancho incluso, más blanco que le camisa sucia. Sentía que el pantalón de cuero viejo le molestaba, haciendo transpirar las piernas y las ingles. Habría querido sacarse la ropa de una vez por todas y zambullirse por un largo rato en el agua. Nadar junto al barco como ha visto hacer a los peces a lo largo de la travesía. 

     Entonces sintió un tirón y luego una punzada en su cadera. Dió un sobresalto menos por el pinchazo que por haber sido despertado de sus ensueños acuáticos, su vida de pez metamorfoseado en busca de los demonios escondidos en las profundidades del mar. Él, un ángel marino reclutando legiones en contra del mal. Pero lo que lo había punzado era nada más que la uña larga y rota de uno de los casi ciento cincuenta niños que había a bordo. Vestía harapos, estaba descalzo y el pelo largo estaba sucio y pegajoso. Olía a mar y a pescado fresco. Sin embargo, la sonrisa era de una virginidad envidiable, de una ingenuidad de sabia ignorancia. 

Sí, se dijo Maximiliano, bautizaré a uno de mis hijos con el nombre de Jesús. Le habría gustado ser el Mesías acostumbraba reunir en torno suyo a los niños para hablarles del reino de los cielos.

     Se dio vuelta y le acarició la cabeza.

     -¿Cómo te llamas? –preguntó al chico.

     El niño no contestó. Frunció la frente y entrecerró los párpados. El sol le daba de frente y no veía más que un halo entre amarillento y rojizo alrededor del hombre a quien había llamado. Y en medio de aquel reflejo, un hálito negro, un hilo oscuro de leve aroma nauseabundo. Pero era tanto el aroma a pescado viejo, seco y podrido en la cubierta, que fácilmente podría pasar inadvertido todo otro aroma, incluso el de un cuerpo humano muerto hace ya tiempo. 

     Maximiliano pensó en los cadáveres que habían sido arrojados al océano desde el comienzo de la epidemia. Tifus, había declarado el médico de abordo. Desde entonces, los enfermos habían sido encerrados en un sector de popa, tras barricadas de barriles vigilados por guardias día y noche. Por las mañanas el médico y un par de ayudantes hacían un recorrido provistos de guantes y barbijos, golpeando los cuerpos recostados en cubierta con bastones. Quien no se movía, se le comprobaba el pulso, y sin ceremonias ni mortaja alguna, era arrojado al mar.  Maximiliano no había querido entrar a la zona restringida, y aunque hubiese querido hacerlo, se lo habrían prohibido. Sólo penetraban el médico o los guardias. Él veía, desde una distancia de diez metros, a los ayudantes de la cocina que llevaban los baldes con alimentos para los enfermos. Los dejaban en las barricadas y los que aún caminaban se encargaban de repartirlos a los demás.  

     El capitán había dicho que llegaría ayuda, pero el barco fue declarado en cuarentena, y aún faltaba más de un mes para que cualquier otro barco pudiese acercarse y recoger pasajeros. Nadie había dicho lo que Maximiliano ya imaginaba, que no podrían entrar en ningún puerto hasta tanto no se cumpliera la cuarentena. Por eso las máquinas habían disminuido su potencia y el barco navegaba más lentamente. Y aunque el sol radiante prometiera un verano tranquilo en alta mar, los riesgos de tormenta y naufragio no eran preocupaciones menores para los tripulantes. Él los veía revisar los botes salvavidas, de madera podrida algunos, reparados con lentitud y mala voluntad, porque no había herramientas suficientes. De algún modo, mientras más tiempo pasaba, o cuando las nubes de tormenta amenazaban el ánimo y el espíritu de todos, salvo de quienes vivían enclaustrados en las cubiertas inferiores o en sus camarotes privados, el deseo de ver amanecer más muertos representaba una forma de alivio, una tranquilidad de conciencia para el futuro. Mientras menos gente más posibilidad de supervivencia para el resto en caso de un naufragio. Es así, se decía él al contemplar el ir y venir de los moribundos tras los barriles, cómo el hombre condena al otro para la paz de su conciencia. Si Dios se encarga de cumplir sus deseos y esperanzas, el hombre no debe tener más trabajo que recoger los frutos de tanta condescendencia. ¿Pero acaso Dios es tan apropiadamente práctico como en estas ocasiones? Y su respuesta era positiva: la practicidad de Dios es utilitaria como una máquina de vapor avanzando sin fin hacia una meta imposible: la nada y el infinito.

     -¿Cómo te llamas? –volvió a preguntarle al chico, que bajó la mirada, se frotó los ojos, y señaló hacia los exiliados del barco. 

     Maximiliano se dio de cuenta que se había escapado, y ahora que descubría que ya lo había tocado, y casi sentido su aliento sobre la palma de su mano, miró hacia la popa, a los enfermos cubiertos por mantas con que ellos ocultaban sus ropas raídas y sucias, las caras demacradas y las vergüenzas, y el pudor que los obligaba a defecar u orinar junto al barandal. La cara externa del casco hedía a excrementos viejos o frescos, y cuando el viento soplaba desde allí el olor se hacía insoportable en todo el barco. La orden del capitán había sido terminante: los enfermos no debían salir de la zona prohibida ni utilizar el mismo sistema de drenaje que el resto de los pasajeros. 

      Nunca se había visto en un caso así, pero había oído hablar a su tío, marino mercante, de ciertas cosas que debían hacerse en esos casos. Sin embargo eran relatos de la infancia, y su tío ya hacía mucho tiempo que no lo trataba como a un niño. La seriedad y el deber habían echado raíces en su rostro firme, en su cuerpo alto, en los modales con que trataba a su único sobrino. Y como último regalo y signo de desprecio por el destino que él había decidido para sí mismo: el rebenque, y las palabras que lo acompañaron. 

     Recordando esas palabras, Maximiliano agarró al chico de la mano, y le dijo:

    -Vamos.

     Caminaron juntos hasta la barricada. Uno de los guardias les prohibió el paso, bajando la mirada hacia el chico y frunciendo el ceño.

    -El niño se ha escapado, debe volver con su familia – dijo Maximiliano.

    El guardia golpeó el pecho del chico con el arma, sin hacerlo caer, y luego lo pateó para que pasara entre los barriles. Maximiliano agarró de la ropa al guardia.

    -¡Yo también tengo que entrar! –gritó él.

    Los guardias trataron de calmarlo a golpes, y cuando quedó sentado en el suelo con la cara morada y el cuerpo tieso, rodeado de curiosos, él se sacó la camisa y el pantalón. Las mujeres se dieron vuelta, los hombres se rieron, pero pronto toda chanza pasó, igual que pasa el viento que trae el aroma tibio de una comida recién preparada o el perfume fugaz de flores silvestres. Mostró la herida que el chico había hecho en su cadera, más grande que lo que había imaginado, porque hasta entonces no había sentido más que el ardor del rasguño, calmado por la frescura tibia de su sangre. 

     Los guardias, entonces, comenzaron a empujarlo con sus botas hacia más allá de los barriles, recogieron la ropa y la arrojaron al agua. Maximiliano quedó tirado sobre cubierta, junto al chico arrodillado junto a él, apoyando sus manos pequeñas sobre el pecho del hombre. Sentía que el chico lo estaba mirando, a él, un hombre que poco tiempo antes había creído sinceramente haber oído la voz de Dios, y haber sido elegido como uno de sus discípulos.  Pero las manos del niños eran más tibias y sinceras que las de Dios mismo, lo comprendía en este momento cuando pensaba que su fin estaba cerca, viendo cómo hombres y mujeres se acercaban lentamente, asomándose a los bordes de su visión como si estuviese semihundido en un lago, siendo bautizado, quizá, por numerosas manos que formaban sombras delante del sol resplandeciente. Unos traían ropas, otras mantas, otras un cuenco de agua fresca. Le limpiaron la cara una manos que debían ser de mujer, y cuando la sangre se diluyó y desapareció de sus ojos, vio la imagen de la Santísima Virgen María.

      -¿Eren la Virgen? –se oyó decir.

     Un coro de risas veladas corrió a lo largo de la multitud que lo rodeaba. Vio cómo el pudor ruborizaba el rostro hasta hace un momento pálido de la chica que lo había lavado. Sintió esas mismas manos restregar suavemente el resto de su cuerpo, mientras un perfume a malvas, aparecido de repente en medio del mar, traído por gaviotas inexistentes a esa distancia, habitante tal vez de un viento piadoso, un viento anciano que ha elegido ofrendar más que arrastrar o derribar. Y en ese aroma a malvas llegó toda una ciudad a pleno, todo un mundo que Maximiliano había creído abandonado en los confines de su despiadada memoria, que en combate con el agrio y viejo olvido, había perdido una batalla, pero ahora se recuperaba, y crecía extendiendo los enormes terrenos del recuerdo y el dolor.





2




Cuando entró al seminario, su tío José lo esperaba en la puerta. Maximiliano lo vio parado allí mientras se acercaba por la acera, con la maleta con sus pocas pertenencias, las únicas que la Orden le autorizaba a traer de su casa, documentos, algún recuerdo de familia, la biblia. Todo el resto era superfluo y reemplazable, la ropa, los objetos de higiene personal, y lo demás, fotos, adornos, anillos incluso, objetos de avaricia. Él entraría con su cuerpo y la vestimenta necesaria para cubrir las vergüenzas de su cuerpo. En esto iba pensando mientras seguía su camino bajo el sol que alumbraba esa calle de Cádiz donde el convento abría y cerraba sus puertas una vez al año para los nuevos seminaristas. El tío José lo vio llegar, pero él no levantó la vista hacia la cara del viejo marino que lo había criado desde los cinco años, desde que sus padres habían muerto. Padres era una palabra nada más, fotos que él había pegado sobre la pared de su habitación en la casona del tío, pero que nunca había besado como el viejo esperaba que hiciera alguna vez luego de decir sus oraciones antes de acostarse. Arrodillado junto a la cama, el niño Maximiliano, como lo llamaban las sirvientas, había mirado de reojo la figura erguida y severa del tío José, con sus botas y su uniforme, la gorra bajo el brazo y la mirada adusta detrás del bigote blanco y espeso. Así lo recordaba antes de acostarse, sabiendo que el viejo partiría esa no mucho después para un viaje de varios meses, y que volvería a repetirse luego de ese tiempo igual que se suceden las estaciones. 

      Maximiliano aprendió a dividir el año de esa manera, según las llegadas y despedidas del tío, y el invierno se diferenciaba de la primavera únicamente porque el uniforme del tío cambiaba de aspecto, levemente, o percibía un perfume diferente, más cálido, como a malvas. Porque el tío José y él caminaban juntos cuando las flores se abrían, justo antes de cada desayuno, entre el alba o la hora en que las sirvientas tenían la mesa lista. Y ellos entraban y se sentaban a la mesa para ser servidos tras el ventanal que abrían únicamente en verano, y que en los inviernos permanecía empañado, escondiendo las formas del jardín, ocultándolas como si hubiese algo terrible y pecaminoso en la niebla del invierno. 

     Los veranos en Cádiz eran más fuertes que en cualquier otro lugar de España, eso decía el tío. Juntos iban a visitar el puerto, y le enseñaba los barcos, le indicaba cómo diferenciar su función según las formas y el tonelaje. Y cuando se hizo más grande lo dejó visitar el interior, recorrer los camarotes, jugar con el timón, explorar y leer los indicadores, descifrar el misterio indescifrable de la brújula. El tío José esperaba que él fuese marino.

      Pero él decidió seguir a Dios. Por eso estaba allí, en el convento, en su primer día de abandono del mundo. No sabía por qué el viejo lo acompañaba. La noche que decidió contarle su decisión, el tío José se levantó del sillón en donde tomaba su café luego de cenar, y comenzó a golpearlo. Él nunca se defendió, hacerlo hubiera significado un desacato a la autoridad del hombre que lo había criado, y también una ofensa al dios que lo había llamado. Al dios que le decía, entre otras cosas, que debía ofrecer la otra mejilla. Maximiliano se quedó, esa noche, arrodillado sobre la alfombra de la biblioteca, la cara libre de sus manos, haciendo el esfuerzo por conservarlas enlazadas sobre su pecho, como si rezara, viendo cómo sus propias lágrimas caían en sus pulgares temblorosos, y soportando los golpes que el viejo le dio durante diez minutos en la espalda y la cabeza, intentando derribarlo y humillarlo, tratando de socavar la resistencia de ese sobrino enclenque y debilucho, cuya alma debía estar tan podrida como la traición que había perpetrado contra él. Porque no menos que traición podría llamarse al acto de convertirse en un cura maricón en lugar de seguir su deseo: el ser un viril marino mercante, un hombre hecho y derecho, orgullo de su nación y de su familia.

    Cuando el viejo dejó de golpearlo, abandonó la biblioteca con un portazo. Maximiliano se derrumbó sobre el piso, y con el cuerpo dolorido se arrastró hacia el sillón. Nadie entró a ayudarlo, las sirvientas debían estar llorando pero no desobedecerían el mandato del viejo que les prohibía entrar. Levantó la mirada llorosa y vio los libros que habían constituido sus amigos durante toda su vida allí. Los únicos que no lo habían engañado, los que lo consolaban con sus paisajes y sus sentimientos, con los personajes y las ideas que surgían de sus páginas. Esas vitrinas cerradas con llave, la misma que ya nunca volvería a tocar, despedía olor a humedad, papel y tinta, al cuero de los lomos, al polvo acumulado. Hasta el polvo extrañaría, tanto como tocar el relieve de las letras en las tapas, las páginas con pecas de humedad, los bordes afilados o dentados de las viejas ediciones, incluso de algunos incunables que el tío conseguía en sus viajes por el mundo. Se quedó allí toda la noche. Cuando vio amanecer por la ventana, subió a su habitación, se dio un baño caliente cerrando puerta a las sirvientas que preguntaban por él. Dos horas después, sabiendo que había perdido el desayuno y que el tío debió haber comido solo, salió a la ciudad para visitar la iglesia.

     Una semana después entraba al seminario, bajo la mirada adusta del tío José. Era costumbre que algún familiar acompañara al seminarista en su abandono del mundo, y también que se le entregara alguna ofrenda que sería guardada por la Orden hasta que el postulante terminara su preparación como novicio. Maximiliano entró a su celda, entregó su ropa y le dieron una camisola blanca. Se reunió con los demás postulantes en una larga fila que se desplazaba lentamente por el pasillo central de la ermita del convento. Las familias estaban en los bancos de los costados, las mujeres  mirando y llorando, los hombres con expresiones serias y tristes. Algunos niños miraban asustados y saludaban con la mano a quienes debían ser sus hermanos mayores. Él, como los otros, llevaba la cabeza inclinada, pero no pudo evitar echar miradas breves en busca del tío José. Cuando llegaron frente al altar, el familiar más cercano entregaba su ofrenda, el postulante la ponía en manos del sacerdote y luego de un último beso, se retiraba para desaparecer en los claustros oscuros. 

     Cuando le llegó el turno, el tío se acercó con las manos en la espalda, ceñudo y evidentemente nervioso, no por hallarse donde estaba, sino por la furia. De pronto, Maximiliano vio la ofrenda: un rebenque de cuero fino, con mango austero, sólo con incrustaciones de piedras oscuras que no ofendían la seriedad de la ocasión. Percibió, o creyó hacerlo, un entendimiento común entre su tío y el sacerdote. Quizá se tratara de una donación que lo favorecería de un modo en que él no deseaba ser favorecido. Tomó el rebenque con sus manos, y cuando iba a entregarlo al cura, éste le dijo que no era necesario: el rebenque cumpliría la digna función que los pobres látigos de la orden cumplían con febril y esforzado trabajo.  

     Maximiliano Menéndez Iribarne se supo desde entonces un privilegiado por favores no pedidos y otorgados como contra entrega de otros pagos que nunca sospecharía. Como esas mujeres de la calle a las que el tío lo llevó a conocer cuando cumplió catorce años, y visitaba regularmente cada quince o veinte días desde aquella época. Pero él las consideraba puras de espíritu, porque el dinero que recibían no había pasado antes por las manos de Dios. De ellas obtenía la fugaz felicidad del cuerpo extenuado y liberado de la lenta muerte que se apodera de cada uno cada mañana al levantarnos, que crece como una crispación de los tendones, un cosquilleo que progresivamente se transforma en un adormecimiento en los muslos y las piernas, un agitarse de la maquinaria espiritual con el mismo combustible que alimenta los cuerpos, el pan y el agua convertidos en fluidos humanos, sudor y semen, y sobre todo en un llanto de impotencia que se expulsa como quien arroja con furia algo por una ventana. El estallido de un vidrio como el grito de un hombre que ha copulado con una virgen desesperada de amor y sexo, muerta y renacida y luego muerta otra vez, a los pocos minutos de su propia desintegración: la desaparición de su cuerpo al unirse a otro, la fusión y el desengranaje de la maquinaria visceral en un cielo sin tiempo que tiene las dimensiones de una cama estrecha. Eso es lo que ellas, las putas, hacían como un favor, sabiendo la desilusión que cargarían como bolsas pesadas sobre las espaldas de los hombres que se iban, dejando antes el dinero no como recompensa, sino como ofrenda a sus propias vidas: a la virgen que han matado, al dios que olvidaron. Y sin embargo, sus manos continuarán limpias.

     Pero no las del tío. Y en esas manos, Maximiliano entregó la prenda más preciada que el novicio debía entregar a su pariente más cercano. Algo que representara su abandono, su sacrifico a los placeres mundanos. Sacó la mano del bolsillo y con el puño encerrando algo que el tío no imaginaba, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Sus barbas se tocaron, se mezclaron como la sangre que corría por las venas de cada uno de ellos. Sintieron el calor de la piel y el latido de sus corazones por un instante. Hombres y parientes, pensaron cada uno sin decírselo, hermanos tal vez para siempre y sin saberlo, dispuestos a ignorar el lazo de ahora en más para toda la eternidad de sus espíritus inmortales.

     ¿Creía el tío José en Dios, se preguntaba Maximiliano en ese momento, más allá de su regular visita a la Iglesia en Pascua y Navidad, o acompañando a las señoras por las que se sentía atraído o a las viejas con las que estaba obligado? No lo sabía. Únicamente que el alma del tío era tan inmortal como la suya, y el cuerpo grande y robusto del que se sentía tan orgulloso desfallecería alguna vez para no levantarse más. 

     El tío José, sin embargo, era el dueño de la biblioteca donde él había aprendido sobre Dios y los hombres, sobre el mundo habitado y no explorado, sobre las ciencias y la palabra. Por eso, depositó la llave de la gran biblioteca en la palma dura y firme de su tío. El viejo miró su propia mano y el objeto que descansaba en ella, como un pedazo de metal arrancado de otro objeto más grande, una puerta, quizá, un adorno de flores de metal sobre una puerta de metal y vidrio separando el ruido de la calle del silencio de la antigua casona y su inmortal biblioteca. Una llave es eso, entonces, un fragmento de una puerta, un apéndice cuya pérdida puede crear la clausura absoluta de aquel recinto, de aquella paz increada como la que generan por sí mismos los niños que crecen en el vientre  de sus madres. La calidez y la estrechez de un asiento único, la frialdad y la extensión de un espacio que se expande en la oscuridad desconocida del mundo exterior. Puertas que se abren de tanto en tanto, ruidos que perturban la mansedumbre, el conocimiento que crea paz. Todo el resto es ruido y excitación, es parábola de muerte y vida y muerte, como el sexo. Como las mujeres saben. 

      Ellas: la gran biblioteca sin libros del mundo. Ellas, a las que renunciaría para siempre porque Dios así se lo mandaba.

      No fue la última vez que vio al tío José, pero imaginó que el viejo moriría en su casona, víctima de la gota y la artritis que habrían por fin vencido sus resistencias. La fiebre intermitente visitaba su cuerpo como visitaba la casa, bebía en su sangre y se solazaba en sus huesos duros lo mismo que la humedad roía las paredes y el musgo vestía de verde los cimientos. Los criados escucharían los gemidos atenuados del viejo desde su cama, pero cualquiera podría haberlos confundido con el roer y el caminar de las ratas en el sótano, donde las bolsas de harina de maíz y de trigo esperaban se utilizadas en panes que nadie comería. Panes increados, hostias imaginadas por la mente hostil del viejo tío José. Hostias usadas en ceremonias y orgías, blancas como los cráneos y la luna, como el cuello de los curas y la ropa interior de las monjas. 

      Todo esto recordaba Maximiliano mientras la joven del barco le limpiaba el cuerpo, lo refrescaba no con el agua sino con sus manos más intensamente dulces que la irritante sal del océano. Cualidades absolutamente inversas, cuanto más gruesa era la capa de sal del mundo vivo, más dulce era el aroma de esa mujer que aseaba su cuerpo como quien limpia el cuerpo de Cristo al pie de la Cruz.




3




Fue tal vez el sol intenso el que hizo arder aún más las heridas que los guardias le habían provocado, pero más doloroso todavía eran los moretones que a cada minuto continuaban hinchándose. Sentía todo el cuerpo casi adormecido, y cuando intentó ponerse en pie, las piernas se derrumbaron como si estuviesen fracturadas. Se puso de costado sobre el suelo de la cubierta, se miró el cuerpo y vio que estaba limpio pero oscuro. El sol había hecho su trabajo durante lo que llevaba de travesía, pero también el color morado de los golpes acentuaba el bronceado con un color que se tornaba violeta a medida que transcurría la tarde. 

     No sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero lo habían cubierto con una sábana y le había dado una especie de almohada improvisada con una bolsa de arena robada de alguna parte del barco. Escuchó que alguien decía:

     -Aquí tienes un pantalón para el joven.

      Era una voz de mujer madura, tan cerca que podía sentir el olor de su ropa y su aliento, pero él tenía los párpados demasiado hinchados para poder ver con claridad la figura de quien hablaba.

    -Gracias – respondió una voz, y él supo que la almohada tan tersa y blanda ya no era la de una bolsa de arena, -quién sabe cuándo se la había sacado, o cuántas veces se había dormido y despertado, como tampoco estaba seguro de que fuese aún la misma tarde o la siguiente-, sino la falda de la joven que lo había limpiado. Reconocía el olor de las manos que recorrieron su cuerpo con extrema suavidad sobre las llagas y los golpes. Las mismas manos le acariciaban la cara y las mejillas, los mismos dedos que se enredaban en su cabello. Deseó con toda su alma abrir los ojos y levantar la vista, pero no pudo más que balbucir un quejido que hizo darse cuenta de que sus labios, además de hinchados, estaban cortajeados y el paladar seco.

      Le dieron de beber un sorbo de agua con azúcar, pero de dónde habrían sacado azúcar esos marginados a la popa, aquellos exiliados no sólo de su tierra sino del mismo barco en que viajaban hacia el exilio. Qué es una emigración más que una forma más de exilio, un alejarse de donde hemos nacido en busca de un lugar que viaja con nosotros hasta donde vayamos. No una ciudad o una aldea, ni siquiera una provincia o una región geográfica limitada, sino de un país, un continente, o quizá, simplemente de una playa o una montaña. Allí donde el idioma es diferente por más que suene parecido, donde las costumbres son tan dispares como la disposición de las dunas en dos playas diferentes o el crecimiento de los árboles en otros tantos bosques distantes.

     El agua dulce le hizo bien, pero sobre todo la caricia y el beso que sintió como ofrecido a través de telas que no eran más que su propia piel inflamada. Sin embargo, aquel calor rayano con la fiebre le refrescó el cuerpo y el espíritu como si fuesen una sola sustancia amalgamada. Y todo lo aprendido en el convento se le tornó caprichoso y arbitrario, pudriéndose en una falsedad sin excusa porque mostraba la maldad, o el cinismo por lo menos, como su origen. La eterna lucha del cuerpo y el alma, la sumisión del cuerpo, su condena a la tierra y al tiempo, la construcción del conglomerado del alma como un árbol nunca acabado, que crecía hasta destruir el cuerpo y expandirse hacia un cielo que nunca había otorgado más que promesas. Acaso el alma no necesitaba del cuerpo para sentir su dolor y sus fracasos, por más que fueran temporales, pensaba entre sueños, mientras el barco se deslizaba sobre la superficie cálida del océano en estío. No era el dolor del cuerpo una expiación, el placer de la autoconciencia regodeándose en su propio ego, o su orgullosa existencia derramándose en placenteras autoafirmaciones de capacidad y omnipotencia, siguió diciéndose en voz muy baja, sabiendo que la joven lo escuchaba, porque había puesto su oído sobre los labios de él para entender sus palabras. 

     -¿No es la sangre un orgullo de la capacidad humana? -preguntó, alzando lo voz por primera vez.

     Ella se sobresaltó y alejó por un momento su cabeza. Él temió haberla asustado, con miedo a que lo abandonara y luego sentirse desvalido y solo, como un perro enfermo que no era capaz de alimentarse ni mucho menos de levantarse. Pero la joven se rió, o por lo menos sonrió entre dientes con leve silbido mezclado con el ruido de las olas. Ella lo protegió del sol con su cabeza y una especie de manta, pero aún así el sol los quemaba a todos, y que el agua que los rodeaba era un simple simulacro, una cruel intención de Dios, una burla indecente de un dueño impiadoso que ofrecía litros de agua a un perro moribundo que nunca podría beberla. Tomar de ella era morir, no tomarla era también morir. 

     El cerebro de un hombre enfermo quizá no sea más complejo que el de un perro sarnoso. Ambos confunden la indiferencia con la crueldad, el amor con el odio. Una mente hambrienta es capaz de confundir el reír de una mujer joven con el canto de las sirenas que devoran a los marinos que sucumben a su canto. Maximiliano yacería sobre cubierta hasta que su carne se pudriera, hasta que el sol criara larvas en sus huesos, y éstos no fueran más que pedazos sólo un poco más bellos o más honrosos que la madera de la cubierta, esqueleto también, al fin de cuentas, de tantos árboles caídos bajo el hacha de otros tantos hombres.

      El mar como un círculo, el mar como una esfera. El planeta no es cuadrado como pensaron los primero navegantes. No hay un precipicio en el horizonte. Cada caída es un comienzo, y él sabe que aunque su carne se pudra, otro barco navegará con otro cuerpo semejante, a disposición de las olas, que no son más que burbujas creadas por los candentes infiernos acuáticos. 

     -Mis huesos son como los de la luna…

     -Delira… -escuchó decir a la joven.

     -¿Tifus? – preguntó una voz de hombre viejo.

     -No creo, papá. Para mí son los golpes y la fiebre.

     No escuchó más. Se sumió en el sueño nuevamente. Cuando volvió a abrir los párpados, era de noche. La luna estaba ausente, escondida por las espesas nubes que dejaban caer una llovizna sobre todos los cuerpos hacinados en popa. Movió la cabeza y contempló a su alrededor los montones oscuros de cuerpos acurrucados y encimados unos sobre otros, cubiertos de telas, como si realmente se tratase de cadáveres. Muchos de ellos lo serían antes del amanecer, pero todavía, por unas horas de la noche, disfrutarían del dudoso privilegio de continuar entre los vivos, de simular una respiración que comenzaba a descomponerse en fragmentos, en pedazos de armonía rota. Instrumentos desafinados, y con cuerdas rotas  en una orquesta, una banda de a abordo destinada a la diversión de los pasajeros, que ahora sonaba con los sonidos resquebrajados, graves, atonales y disonantes de la muerte. La muerte no toca en el violín una música tenue, no posee la voz atiplada de una soprano ni la oscura y expresiva profundidad de un bajo barítono. La muerte rompe las cuerdas que toca, abolla los metales que intentan imitarla, roe las maderas y llena el viento de un olor ponzoñoso. 

     Oyó ronquidos y toses, ladridos de perros que acompañaban a sus amos. Había visto, unos días antes, cómo los animales eran arrojados por la borda. Incluso algunos habían sido matados y carneados. Pero un grupo de mujeres se opuso a los hombres que hacían esto y ellos debieron ceder. 

     -¡No somos salvajes! –habían dicho ellas.

    Los hombres dejaron los cuchillos y tiraron al mar al último perro muerto. Los otros animales miraban desde los brazos asustados de los chicos que eran sus dueños. Niños afectados por el tifus y que sin embargo aún poseían fuerza para proteger a sus perros.

      La llovizna ahora caía con una tersa piedad sobre su cuerpo, mojando la ropa con que lo habían vestido, lamiendo  y empapando los recovecos de su cuerpo acostado. Se secó la cara con la mano derecha. La sintió deformada y aún adormecido, pero ya no le ardía como antes. Al bajar otra vez la mano, chocó con la pierna de alguien que dormía a su lado. Giró la cabeza y vio la cara de la joven que lo había cuidado todo ese tiempo. Ella tenía los ojos cerrados, la cabeza descubierta y el pelo mojado. Los hilos de agua corrían por sus mejillas y sus labios.

     Maximiliano sintió, de pronto y en medio del dolor aún recurrente, de la humedad de una noche calurosa, un deseo inesperado. Deseó tocar esos labios y luego besarlos con ternura. Dios mío, se dijo, es tan hermosa…es más hermosa de lo que había imaginado.

     Otra vez levantó su brazo derecho y se irguió un poco, luego lo pasó debajo de la leve curva del cuello de ella, despacio, nervioso por temor a despertarla. Pero la joven no se despertó, o si lo hizo decidió no abrir los ojos y dejarlo hacer lo que a ella también debía agradarle: descansar sobre el brazo de un hombre, y sentir cómo ese hombre descansaba gracias a ella.


     Cuando amaneció, estaba en la misma posición en que se había dormido, pero su brazo derecho yacía estirado y vacío, pálido, adormecido por la posición en que llevaba durante horas. A él, sin embargo, se le ocurrió, por un fugaz momento, que su brazo había muerto durante la noche. La primera parte de su cuerpo que lo abandonaba, adelantándose a la tumba que esta vez sería el agua. ¿Habrían sido los demonios de las profundidades los que quitaran la vida a su brazo? Recordó que esa noche no pudo ver la luna, ni siquiera había sentido la necesidad, incluso la desesperación de otras tantas veces, por buscarla. Se había dormido sin sentir en sus sueños la caída de los huesos de la luna sobre la superficie del agua. No había soñado ni con los demonios surgiendo del agua para atraparlos ni con los monstruos cuyos brazos y espaldas fuertes arrojaban los huesos de sus semejantes desde la rocosa, árida y siempre oscura superficie de la luna. Sueños sin ruidos, sin gritos ni alaridos que se supone debían surgir de aquellas criaturas deformes. Sólo el silencio y la luz opaca de la luna, los reflejos del agua, y eso sí, el chapoteo de la caída. Y con la luz del amanecer surgiendo desde el horizonte de popa, supo que esos huesos tal vez fuesen los huesos de Dios. Los fétidos huesos de alguien que ha vivido desde siempre, cuyo esqueleto se alimenta de su propia carne. Huesos acostumbrados a la insípida, empalagosa, triste carne que se pudre un milímetro cada mil siglos. La desesperantemente lenta descomposición irreparable, indecentemente exasperante. Huesos de los que Dios mismo se deshace cuando su propio cuerpo los expulsa, así como se expulsa una astilla o una espina infectada. 

      Dios, de a poco y de una manera que nadie, sólo quizá esas criaturas de la luna, se va vaciando de huesos. Y cuando llegue el tiempo o el no tiempo en que ya no le quede ninguno, será una  masa amorfa reptando por los huecos de un universo que se degrada como un cadáver. Como gusanos de cementerio. Como un reptil. Convencido de ser entonces otra cosa que deberá sobrevivir a un nuevo comienzo de los tiempos. Deberá crear dioses y demonios, cielo y tierra. Una nueva guerra renovadora, vital, como una expiación del antiguo resentimiento, o la reparación del ancestral remordimiento. 

     Pero aún quedan demasiados huesos para que Maximiliano tenga intención de preocuparse por el fin de los tiempos. Observar y estudiar las acciones de Dios era una tarea que se había dispuesto a cumplir mientras tuviese vida. Ver la luna era ver la nuca de Dios, por eso dio la espalda al sol naciente, y se levantó haciendo fuerza con sus brazos débiles. Unas manos lo ayudaron, miró atrás y vio la cara de un hombre viejo, que le decía:

     -No se apure…

      Del otro lado estaba la joven, reconoció las manos que tomaban las suyas. Sin decirle nada, lo cubrió con una manta húmeda. Cuando él tembló, porque tenía sólo un pantalón viejo encima, ella retiró la manta y le recriminó al viejo:

     -¡Pero padre, esta manta está empapada, Virgen Santísima!

     Arrojó la tela al piso y no quiso aceptar la excusa del hombre.

    -Pero Elsa, nadie tiene una mejor….-le respondió el padre.

    -Entonces es mejor que lo caliente el sol.

     Ayudó a Maximiliano a caminar por la cubierta. Él se sentía débil, la piernas le temblaban y se daba cuenta que estaba con fiebre.

    -¿Qué día es hoy? ¿Qué tengo?

    Ella llamó a su padre y entre los dos lo ayudaron a mantenerse en pie.

    -Tiene que fortalecerse un poco, en un rato le daremos de comer. Lo golpearon muy fuerte, las heridas se le infectaron.

     Le palpó la frente con el dorso de una mano, y él la sintió fría y reconfortante.

     -Todavía está con fiebre, por suerte el clima ayuda.

    Él iba a preguntar cómo aquel sol calcinante podría aliviarlo, pero no dijo nada. Las manos de la joven y su padre eran las primeras que lo reconfortaban desde hacía mucho tiempo. La piel de la mano de ella, sobre todo, esa exquisita suavidad de una piel curtida, esa aliviadora frescura de una mano expuesta a la suciedad y la infección de aquellos a quienes cuidaba. Contradicciones para las que el mismo Dios no llegaría a dar explicaciones convincentes. Maximiliano sabía esto tanto como sabía que el caminar por cubierta del brazo de ella era lo más parecido a la felicidad que había sentido en mucho tiempo.

     -¿Cuál es su gracia? –preguntó ella, y sus ojos brillaron con una dulzura sólo comparable a la voz y al tono con que habló. Una voz irritada por el clima que dominaba sobre cubierta, probablemente también por efecto del tifus. 

    -Maximiliano Menéndez Iribarne, para servirle, señorita.

    Ella rió, mirando a su padre con complicidad. 

    -Me llamo Elsa Aranguren, y este es mi padre, Don Roberto. Somos de Roncesvalles.

    Nunca había visitado los Pirineos, y buscó en el cuerpo de la chica señales que delataran una vida ruda de campo, de arreo de ganado, del contacto con el sol de la montaña. Sólo vio una piel bronceada, las formas de un cuerpo firme y proporcionado. Las manos eran largas y de piel tersa y oscura. Los ojos negros, con un tono levemente morado.  La imaginó arreando vacas u ovejas, o tal vez ganado caprino en la alta montaña. Cerca estaba el Paso de Roncesvalles a través de la frontera con Francia. Había incluso un muy espaciado acento francés en la forma de hablar de la familia, que recién ahora adquiría prominencia. Como si de alguna forma ellos tomaran ubicación en su plano del mundo, en el plano temporal de Maximiliano. 

     El viaje a través del mar había quitado identidad a los seres, sólo las cosas crecían de valor. El agua dulce y la comida, la ropa y los medicamentos, la sombra bajo un alero construido con tablas y telas. El sol, sobre todo, había dejado de ser un fenómeno para convertirse en lo que hasta entonces había constituido la idea de Dios para el mundo. No un guía, sino un juez del cual cada día se esperaba una condena. 

     -¿Se siente mejor, señor Iribarne? –preguntó el viejo, que había escuchado sólo el último apellido.

     -Mejor, gracias, Don Roberto.

     El hombre sonrió por primera vez, y separándolo de las manos de su hija, se encargó él solo de  llevarlo hasta la manta donde había dormido.

    -¿Qué día es hoy? –volvió a preguntar.

    -Miércoles –dijo ella.- Hace dos días que lo golpearon.

    Lo sorprendió saber que eso no significaba nada para él, luego de aquellos treinta días que le habían parecido sesenta. O aquella larga semana después de abandonar el convento, tan extensa como un año transcurrido en una cámara del dolor.






Ilustración: Georges de La Tour


domingo, 27 de octubre de 2024

Número equivocado (Ariel Guallar)







te dije lo que no te atrevés a decir

y acabás de colgar

por última vez.

decido que me voy

y antes de partir

suena el teléfono

pero ya no atiendo.


afuera

en el ascensor que baja

el sonido se oye

apagado

pero constante

como una sierra eléctrica.

 

trato de pensar en otra cosa

cuando subo al auto

prendo las luces

y aún escucho el teléfono

desde la ventana.


conduzco despacio,

afuera llueve

el mundo es real,

y sé que todavía

en las últimas calles

y para alguien que ya no soy

una llamada continúa.







Ilustración: Alex Russell Flint 

sábado, 26 de octubre de 2024

Feed the flies (English version)

 

FEED THE FLIES

 

Ricardo Gabriel Curci

 


 



Prologue by Gerardo David Curiá

Salt in the sign of eros

Ricardo pierces the language that returns in his loss. The absolute is the opposite, a curve in the sense, it continues and lacks. The wound so far from itself.

He is a child who plays in the angel with the illusion of form, his doubt is certainty, ash that blooms.

There is an eye in his words where the shadow is one with the light, and the storm is a weightless stone. He sees the force of a void that constitutes matter, as if the body must lack a body to be discovered. There is no more naked than the one who seeks, and he dares the beast that breathes of absences. The edge of death with life.

From a silence to a silence, in his music, the enigma is the salt in the sign of eros.

 

 

 

 

“Almost no truth, the emptiness to feel safe,

for being weak yourself and admiring the flies,

that win all the battles, disturb the soul

and devour the rest.”

 

Alberto Girri

 

                 

 

     

                                                                                               

                                                                                     

                                                                                        

 

 

 

 

 

 

 

 

I. Science

 

 

 

 

 

1

 

know the man

                              the origin

the reason for the unreasonable

                              in monkey sex

                              dog slime

                              brain of christ

 

sex and muscles

                           they created the idea

hands

                 they formed the world

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

 

the eyes of science see

an empty space between celestial bodies

white spheres

                           dark water

dirt from abandoned warehouses

                                                                     

but the serene watchman

                                   in dreams of cold mornings

just think

in the vertigo

                     drop

                              space

that his body will occupy

                                      the last night

 

 

 

 

 

 

 

 

3

 

 

at a point

between the third vertebra

  and the brain

the pain of knowledge begins

 

the speed of light

break the carbon walls

 

                           that's why the monkeys

                           they also have

                           memories of God

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4

 

 

big headed children

like sackcloth

             it's not water

what deforms skulls

             nor the blood of the deep

dark sea of no memory

 

it's fear

 

neurons grow, multiply

                                  they become

in little monsters

when they open their eyes

                     the day they were born

 

 

 

 

 

 

 

 

5

 

 

a number for time

It is arbitrary as a measure

                             in the space

measure thoughts by their duration

It's like taking handfuls of air

                               and weigh them

 

a tree leaf

has miles of days

tons of dead bodies

thousands of wet nights

 

time space

the only same word

that a man

                          -it's been too long-

                           separated

 

 

 

 

 

6

 

 

the empirical method

confronts the subject with its object

                            they cancel each other

like a chair in front of your table

                            they look at each other

                            study their shapes

without touching or entering each other

complementary plans that fit

by the discretion of minds

                                     -brains-

who look without understanding

                          the interior of the object

men as things

inert masses surrounded by skin

                          more impenetrable

                          that the stone

 

 

 

 

 

7

 

 

entomologists assure

                     the ants are forming

                    nests in the vertebrae

they have seen them puncture the skin

and let yourself be carried away by the blood

with a little piece of muscle as a load

until nesting in the last vertebra

                     then they move forward, slowly

 

some say they feel

a sting in the back

a numbness in the early morning

 

when the scalpel penetrates the skull case

they will find the queen

                                  settled in the atlas

                                  surrounded by eggs

 

 

 

 

 

8

 

 

Charles Darwin said

the species were not what they are

nor will they be what they seem

man is also an animal

that speaks with thoughts

he mentioned nothing about his soul

 

then they attacked him

with that immense idea called God

they tore him apart to devour him

 

but the animals kept

the bones of him in the forest

and after covering them with dry leaves

they started moaning

                       howl

like scared men

 

 

 

 

9

 

 

in a constellation

someone waits for the arrival

                    of the prophet

in a dragged boat

by breaths of dead volcanoes

 

                 stars

pass through concave tubes

images converge

in the eyes of rats

that dig the astronomer's head

 

                rodents

looking out of telescopes

come in heaven

to the creator of the brain

                that feeds them

 

 

10

 

 

the ape's hand takes the lever

and the fire escapes from the ship

space ahead, think

the man behind

 

then cut the cables

block all communication

 

he is the earth

he is alone and pride exalts him

the men looked so much like me

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

11

 

The sum of the angles of a square

is not equal to four right angles.

To the result we must add the figure

in which God has insisted on living.

                                            a mathematical site

                                            where parabolas are theorems

 

maybe Pythagoras is the Baptist

Einstein the Messiah

just put your minds

in the path of a bullet

obedient to Newton's physics

to reveal its substance

theoretical worlds so fragile

like the brain of god

 

 

 

 

 

12

                 

                     

                       denying is not giving up

I build walls

above my height

with rocks fallen from the sky

 

I say yes I say no

as the faces tolerate it

 

inside

the sun turns for me

like I do on the sun

 

                   I am Galileo

and I affirm that the world

it's made with fire

                              the men

                              dry firewood

 

 

 

 

 

13

 

 

anatomy treatises

explore the body

buried under the skin

                                  for a jealous god

                                  of the beauty of man

                                  the intelligence of the ape

 

in dissection rooms

theologians study

             

the viscera of God

they release formaldehyde

                            but they no longer suffer

 

 

 

 

 

 

 

 

 

14

 

 

                               the day of death

stimulates secretions

multiply the neural connection

blood speed accelerates

inversely to life span

 

and in the darkest depths, empty

                                       of the brain

where a hand is still a hand

the stalk of anguish

                                    continues to grow

beyond the lens used

                                  to admire her

 

 

 

 

15

 

 

Argos is dead

                            Ulysses announces to his son

then destroy the raft with the ax

and build a coffin

for the dog's corpse

 

a wise old man approaches

                measure the body

                makes numbers in the sand

calculate the size of the soul

 

Ulysses doesn't look at him

throw the box into the sea

watches her sink slowly

                      the water floods the beach

                      and erase the figures

his soul is the ocean

                      says

 

 

 

 

16

 

 

those who pray will be forgiven

with a lottery ticket in his hand

understood

                    acquitted

                                  punished?

 

He is wise who has

the intelligence of God

between your fingers

but God is mute and deaf

he doesn't even see himself

 

                           they will be forgiven

                           the ignorant

 

without the gloves of reason

they see and touch

the face of god

 

 

 

 

 

17

 

 

the light comes from the sun

                             and survives it

                             with dead messages

but if the light were beyond

                             of the existence of the sun

what has created it

            unthinkable distant point

for the human brain

                                      time

like a handrail

that escapes every moment

in soils that leak

 

and that point of light without origin

calls like hunger

                                    despair

eyes on nothing

hands stretched out into the void

 

                              from the fingers they are born

                              men and travel

 

 

 

 

 

 

 18

 

 

approaching point of light

                                           it moves away

invisible vibe on men's fingers

caress the children's faces

                when looking at the sky one night

                                              on the beach

it's not wind from the sea

        it's desire

melt the body in the sand

be with the night

a point in the stars

 

children flying kites

screaming men

         to reach

that constellation with our face

                       that we see once an instant

In all life

 

not even the certainty

                             having seen her

                                  just the stone of doubt

19

 

 

numbers

units

                of space time

there is no infinity

but an unknown number of figures

for the idea

                     thought

                                         about God

 

cages

          -cells-

cells forming

                             the concept

machine

                   god universe

artifice that breaks

when we lock away the memory

in the wood that prevents

the dispersion

                     of our bones

 

 

 

 

II. War

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1

 

 

the engines shake

in the bones of the peasant

 

iron heavier than earth

metal glitters

                          wheat spikes

lights of a million sunflowers

 

airplanes open their bellies

they drop fragments of their soul

 

under the shadow of the wings

                                         a man

                                                          on the plain

 

 

 

 

 

 

 

2

 

 

a man takes off his clothes

covers his body with mud

                   build a weapon

imitates the growl of beasts

the barking of dogs

peek through the trees

                                     the shadow

                   eye lights

and in the fire that he has created

                              of nothing

throw away the corpses

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3

 

 

from the city limits

                                           it is impossible to leave

iron ropes

muscle chains

                                    attract towards the center

                                    from a grave

surrounded by eyes of thirsty young people

with naked old men behind their backs

 

a well

where the planes fall

                                and the towers collapse

about human flows

cast steel

                      seas of oil

to bury the deceased

        

 

 

 

 

 

4

 

 

Richard of Gloucester gave birth

                      the anger of man

his heart was in his hump

and he didn't allow anyone to see his back

 

He plotted intrigues like a skilled weaver

and fury surged in response

the cannons thundered

the sweat of fear

He could smell stronger than the morning dew

armies took to the battlefield

They clashed spears and broke bones

until it disintegrates into the fragments of chaos

 

the world was beautiful then

                                it resembled his body

 

                                                                                                                   

 

 

 

 

5

 

 

the weak voice of Camus

                            stranger in famine lands

he states with a sad smile

anti-war speeches

in front of auditoriums with firearms under their clothes

and scalpels pointing to pages

outside the speakers sound

shooting in the street

 

a student approaches with a voice of pollen

he chews the bread she offers him with iron eyes

                             hyena body

 

he

falls on the books

that he will never write

and she flees towards the sirens that gush

                             of the last explosion

 

 

 

 

6

 

 

Iago says to Hamlet

the soul of the woman

It is a rusty background in the body

and her breath smells of delicious perfumes

while she talks

 

behind the battle front

Lady Macbeth teaches Ophelia

to paint their lips with rust from old swords

she kisses Hamlet, she advises him

you will save him from madness

 

but he doesn't stop crying

His dad's death

and Ofelia kills herself in a river

that drags soldiers' flesh

 

 

 

 

 

 

7

 

 

the armies arrive in the desert

hands tied to

                    sex

soldiers scream when dying

rubbing their weapons

                  shoot, moan

 

the general still commands

                   the strengths

the rain of sand mixes

with the fountain of black wells

 

the general knows who he is

not instrument, but end

his own sex in the last fold of the

                     chest

 

 

 

 

 

 

8

 

 

They say it is inhuman to hit walls

I beat the dogs against them

to women and children not yet born

and the head of a deformed man

                                      against the stones

 

don't say I'm not human

would never start

this rock with ivy that grows on my chest

or I would empty handfuls of lime from my brain

                       nor would it ruin the edge of my hands

                       with a less noble material

                       that the meat

 

 

 

 

 

 

 

 

 

9

 

 

we don't like executioners

not for condemning the death penalty

                       but the rope around the neck

                       the tie hanging from a beam

                       that bandage with which one day, in winter

                       they covered our eyes

 

when we put our heads on the tree

the blade will hum

the floor will open

the axes will shine like the sun

             

              in the eyes of the executioner

              there is no forgiveness or pity

just that mercy

with what we try to excuse ourselves

 

he who looks at the face of his executioner

                              he looks at himself

 

 

10

 

 

there are no laws in battle

but stigmas on the skin

projects to be sanctioned in parliament

hospitals that register these brands

doctors talking about doctrines

written by those who have read about the war

from tall numbered helicopters

 

the soldiers

They will learn the code of war

maybe they lose their fingers

his arms will serve as support for the rifle

and if they don't have arms

the legs will exercise the act

 

abandoned by god president

maybe they'll cut off their legs too

but their heads will build

bloody lips, saliva and teeth

they will baptize the instrument of fire

 

to kiss the body of the enemy

kill him with that kiss

 

 

 

 

 

 

11

 

the soldier is distracted

wipes sweat with a non-regulatory handkerchief

crumpled like a broken flower in your pocket

some children get off the bus

and they run towards the men

who carry rifles on their backs

toys in the bags on their shoulders

and candy in the hands

 

the soldier now smiles languidly

thinks about his wife

 

but behind the wheel there is a stranger

he suddenly knows

-as if some witches had revealed it to him-

that the vehicle is camouflage

of the dark bottom that sinks into the asphalt

 

he raises the gun and takes aim

and in the other's eyes he sees

what his soul guesses

what I sense in nights where even God

It is less cruel than the shouts of a sergeant

 

he doesn't dare to shoot

 

it will be after the explosion

-between fragments of bodies

burnt like candy on meat platters

when the funerals are over

and the news is lost in rivers of laws

troops advance

redeemed for papers manufactured

in coin buildings-

when the soldier will remember the blood in plastic tubes

red sirens singing from white cars

 

but he will then be safe

that his memory will be worth so much

like dust

 

 

 

 

 

 

 

12

 

 

there are no more drums rolling

nor bugles that announce the dawn or the end of the battle

there are cigarette coughs

helmets tied under beardless chins

 

They have had sex before the first fire lesson

in sheds of extensive training fields

long summers that have been one, hot days in dirty sheets

mattresses thin like layers of onions with the smell of oil

cosmetics and lubricants for sex and guns

 

They wonder, looking at the ceiling, if the cannons of yesteryear

They would have been deafened, perhaps, they answer.

The orders of the sergeant and the corporal and the colonel impact

in the labyrinths of the temporal bone that isolates the

eardrums that once heard the funeral march

without knowing who they were taking

 

your grandfather, he heard his parents, your uncles and your brother say

dragged not loaded in metal crates by air of fire

herculean planes towards distant islands and never spoken by

teachers who learn, at the same time they teach what

You don't know, the shame of schools on an autumn afternoon, where the numbers

on the blackboards are little angels of wisdom

along with the memory of the shots that come from the streets, the broken glass

and the screams that announce epitaphs and build tombstones in the air

towards ears virgin from the sound of the dead

 

deaf to the sirens that wake us up at five in the morning

naked and under cold water, forced to lift the flesh of the bodies

injured thighs and hands on the asphalt

from the playground, remembering the games in the shower

torsos like pink gazelles, flaming arms of white fur

and the cries in the dark, drowned out by pillows that in the morning will smell

semen and saliva

 

aromas that grow when the scream of the cadets is released

in blinding lights and distant cannonades that approach

planes that shake the structure of the base

no drill, repeats, no drill, shrapnel and buzzing

charges that detonate, bodies mixed between glass and cement

earth falling from the sky

on mounds of bones

that the bombs build in the mud

pious messengers

that bring me the voice

my father's caress

a long afternoon

in the pine forests

next to the sunny beach

 

 

 

III. Sky Earth

 

 

 

 

1

 

 

wind

of the polar dawn after the red sun

of the forest and the ghosts of its leaves

 

sea

rough salt foam

and death flies

 

          about men

rain of stones and darkness

no winds

                   let them dissipate the mist

 

 

 

 

 

 

2

 

 

from the lighthouse

                     they glimpse

                     the coffers

what fragile sailboats

they bring from strange worlds

                                         by dark omens

                                         inhabited

 

on the beach

mace blows

                          they will break the hinges

and will rise

to the faces of men

                           the sand, the dust

                           breath of the dead

                           legacy of heaven

                                                                    

 

 

 

 

3

 

of God

knowledge and truth but doubts are born in every fold of the blind body

                                  

cracks in the sky where the rain falls

on porous earth like clots of clay

 

blood forming figures

who die before being born

wounds they will never know

how to close

 

 

 

 

 

 

 4

 

 

under the neck of the priests

                     there is a mark

scar of those who were born

with the neck cut

where the wind seems like the voice of God

blowing in the throat

 

that voice resonates sometimes

                      like a bark of sorrow

and the throat has a smell

                      of dead meat

 

 

                                                                                                                     

 

 

 

 

                  

 5

 

The garden has an air of restlessness, the smell of the rooms leaves the house towards a black sky.

it starts to rain

the windows are closed

only the door is ajar

                        a shadowy face appears

 

the dogs smell the wind between the branches

the scent of blood

that will stain the trunks

when the hammocks

                                 stop rocking

and the child runs barking

towards the shed where they are waiting for him

                           hands and axes

 

 

 

 

 

6

 

 

               a grain of sand

It's not a grain of sand

but word

-infinite smallness-

of what it represents

 

Moon

            it's not

but set

innumerable

                    of dust and sand

 

Moon

             falls apart

             between the fingers

 

 

 

 

 

 

7

 

 

a man kneels

next to an injured dog

                      the body shakes

                      the meat opens

 

the man puts a hand inside

dig, caress

(cars pass)

 

the dog

open your eyes

                    turn your head a little

                    look at the man

                    licks his hand

and the head falls again

 

 

 

 

 

 

8

 

 

in the air it is

that

that cannot be named

in the fold of the neck

of a sleeping baby

 

bottomless crack

of freshly cut fruit

darkness of an orange

when the sun sets

 

that

that will never have a name

grows in boiling milk

for the child to drink

Before die

 

 

 

 

 

 

9

 

 

the fish are covered with salt

but the man arrives

fish and devour

 

                                while the sun

falls off

         with lead density

on man's skin

                                       the branch that breaks

                                       contains the worm egg

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 10

 

 

in a building

                       metal seed

that sows on its terraces

the fast propellers of meanness

there is a body next to a window

 

cell network

halls of veins

and webs of bones

but there is no smell of death on the walls

but to saliva that drips on the carpets

 

the moss has started to grow

and insects carve new human skin

 

the body opens its eyes, stands up

look at the city from the window

seems to finally wake up from a dream

             much longer than a single night

 

stops in front of the desk

It feels clean now of dirt and dust

those he has dreamed of

he knows he is protected by iron

                             forgiven by the sun

11

 

 

architects talk about worm-eaten beams

The priests say they hear voices and murmurs

in the night of the vaults

 

exterminators arrive with gases and poisons

two weekends the cemetery is closed

on the third, no one sees rats among the graves anymore

                  

                     but the noises continue

                     the earth and the asphalt shake

                     the temple dome collapses

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

12

 

 

with the wind

                     the smell of corn

                     sand between teeth

bicolor rays

waste in thousands of ranges

the color of good

                       the color of evil

 

with the wind

penetrate the earth

the whispers of god

                           that sometimes they exhale

                           scent of death

                    

 

 

 

 

 

 

 

 

13

 

 

on the face of the caves

under the burned sky

by the first fires

 

smoke like words

that hit faces

blood grooves on the skin that taste like lava

                           from the mouth of man

                           stones are born

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

14

 

 

dead dogs

              they drag souls

tied to their tails with a thread

they approach the man

they moan, they bark

they bite the hand that tries to caress them

they lie down with their ears down

and when they seem to sleep

             the man unties the thread with his injured hand

             collect your own soul

 

dogs don't cry anymore

they return where they came from

 

 

 

 

 

 

 

15

 

 

dead dogs

They arrive with their heads bowed

               the tail between the legs

they look up

and they moan, they howl

 

the man caresses their heads

             they tear off their hands

             they take them between their teeth

the man cries

             shout after the dogs

but the city has disappeared

 

the forest

                It's crying and pain

 

 

 

 

 

 

 16

 

 

my neighbors bang on the walls every night

                            they don't look like people

and although in the mornings I see them leaving

with his human form

                            every night they keep hitting

 

I don't make noises

                             I neither cry nor scream

I sing to the old voices that inhabit

the hallways at dawn

to the elevator that starts

and stops on a floor without people

to the door that closes

and the hand trapped in that door

 

I sing to that void of rain

against sunday windows after the funeral

to the birds on the ledges

who stay at night and don't get up

I sing to the children's voices in the basement

dancing around a witch

 

and I sing to the smoke and the fire

that today rises from the foundations

and illuminates the vast

                     broad gesture from my neighbors

when hitting walls and doors

they too

                       at last

                                   Screaming

 

 

 

 

 

 

 

17

 

 

errors are sown

 

a man walks with his hoe between the furrows of the field

shirtless under the hottest sun

and he pulls crops from the roots

 

not the leaves of small thorns

nor the flowers that, even beautiful,

They lack any aroma

but the bulbs grown in the moisture of the earth

paid with their feces

 

The man takes those fruits to his mouth

and they are bitter

too much for salt to benefit

They have the taste of their past

 

He knows there will always be more growing there.

and will return under the most painful summer sun

with the hoe on his shoulder

naked

and the sweat deforming his features

 

then the hands will dig the earth

and they will pluck the fruits again

before anyone recognizes your face

 

 

 

IV. Man/Woman

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1

 

 

icy air

what warm hands

legs and thighs

                             ancient

of women

They have provoked

                         spread around the world

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

 

a faun

              goat

talk to women

as if she licked her breasts

 

they look at him

                      cautious

they wonder if those lips

                     have kissed before

                     the sex of the gods

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3

 

 

the hammer hangs on the wall

rest a nail on

the frontal bone of the skull

see how thoughts arise

 

the maternal seed

speaks

with the pain of thorns

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4

 

 

with the help of opium

I lead men to your body

 

I

that I only have

a punctured vein of heroin

I bring men to your body

so they can tell me about the flavor

of your six lips

                    two for the cigarette

                    four for sex

 

with nothing but cocaine in his saliva

I hear the moans in the mouths of those men

sources of morphine

What do you use to forget me?

 

 

 

 

 

 

 

5

 

 

like when falling

of a moving train

                      legs can be lost

                      and the memory of the soul

 

in the ninth month

of your mother's pregnancy

                 you lose your soul

                 even if you gain a body

  

 

 

 

                                                            

 

 

 

 

 

 

 

 

6

 

 

the girl walks

between barking old dogs

and blood stains on the trees

open windows and doors await her

 

she thinks about the axes in the shed

in the wounds that scream like rusty hinges

she crushes plums in her hands

and she wipes on her hips

 

she walks towards the house

to the vertical embrace between the thighs

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7

 

 

They say that women are stronger than men

They lift cars if their children are crushed

they stop projectiles in the street or in war

but they are just dreams

 

women don't lie

with the mean words of men

they hurt if they have to

his eyes are lights that see

that languid horizon

and sweetened by uncertain fears

 

they are afraid

that's why they don't know mercy

what they know about the past

scares them as if they saw the future

 

women refuse to say

to men and their children

what lies beyond ignorance

that's mercy, maybe

but also pride and selfishness

fragments torn from love

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

8

 

 

a man is made of flesh

devours bones to feed an expanding body

His children are made of flesh with skins of childhood salt

bodies born from the sea dripping water and foam

sand blown by the wind

that covers them like worms

 

man does not understand the future

he longs for the past and loves the thought

he is capable of killing

-knows that everything is meat-

to preserve women and their bodies

the children in an opening fist

with the smells of a dock:

                         salt and blood

                       

a man loves all this

as much as he praises God

for dying pierced with nails

 

 

 

9

 

 

woman hiding in words on the kitchen table

between reproductions of baroque paintings

knitting, talking, looking at raffles for trips to the Caribbean

she travels to the moon in her dreams of hearts of christ

in funereal fragments of churches torn down every other Sunday

she goes up and down the stairs that echo in her legs

with remedies for rheumatism, depression

 

the arbitration of a psychologist for your marital disputes

mortal, unfinished before and after its creation

past lives from next years

 

at forty what started at thirty

at sixty what she discovered at forty

apology in the unreason vestige of feeling

 

camouflaging yourself with anguish and tears is no longer useful

nor the cloudy eyes or the alcohol or the drugs they tried

keep a body that escapes your hands slim

of the will and designs of the other faces

 

children who are neither projects nor parts of one's own body

unknown members emerged a year already forgotten

Nobody remembers faces if it's not from photos under glass on a table

 

find compelling reasons to continue charging

bales and bags of seeds, food from markets

towards stoves and pans that repeat the same preparation

every day when the sun rises to the rhythm of the blinds

toothpastes with different flavors, that's something, at least

the mint flavor and then also the coffee

hot summer days, morning with rain and humidity

sweating in bed and night pains

 

at the end of all the tiredness, resentment

and above all the vital sensation of fear

that prompts you to open your eyelids with renewed force

the fear of ending up hating what we had loved

 

 

 

 

V. Language

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1

 

 

what ratifies the meaning

of a winter night

under a frozen pine

what creaks what whistles what falls

to indicate movement

                              

                                 even beyond the most feared fear

                                 there is the viscous calm without pause

 

but that nothing rectifies its signals

like someone who articulates syllables against a gale

crows that sing at nightfall

fish jumping in the lake

when the fishermen remove the rods

and the engines spit out dust and farewells

 

of the lips that pronounce you

arises the day after the night

From silence is born the sweat of gods

to create worlds from the calm of the wells

that drag time and lost places

 

corpses hanging with the wind that sways them

just as the emptiness of an amphora rocks

after their breakup

 

the body is matter, then larvae

and later dirt that another man swallows when he is born

air is water

It is nothing if you look, it is everything if you exhale

body that someone will take to the exact limit

where the sound of the word does not exist

nor the consolation of pronouncing it

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

 

there are several ways to understand

the barking of a dog:

                         its origin, primordial instinct

arrived from spheres, ancestral planes

From forests hidden behind centuries of dust

                       

                         its intensity, strength

that accredits the degree of esteem to whoever barks

or fury, death in his mouth

crisp simile of the high night of the poles

breath of wet bark

desert wind where they howl

the grandparents of the previously tame dog

that today invades the house with muddy paws

and blood on the fangs

 

                       his tone, plaintive

like chimes between dry leaves

deceiving his prey:

its owner cornered between the stones and the stream

in front of the dog he raised, fed

caressed on the blankets of his bed

the animal that does not recognize it

or maybe yes

that's why he growls and barks

as only

                      last sign of mercy

                    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3

 

 

the one who speaks more than his actions say

exposes himself to the scorn of the prophets of life

 

nights eager for movement

days inhabited by hands with gestures

running from one room to the other of the building of the world

 

the one who speaks less than he acts

exposes himself to the ridicule of the defenders of the speech

 

creators of ideas, schemes framed in paraphrases

then hypotheses, final dogmas

incorruptible, immune to verification or error

 

but both positions deny

of thought its origin

that is born and dies before the sound

 

What is it, if not, that which comes in sleepless nights?

strange and meaningless, barely noticeable

like a squeaking or rubbing in the ears

when we look at the moon on the last day of December

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4

 

 

the one who talks like a child

preserves the origin of the first word:

                          the old man's cry before death

                          the man's scream after killing

                         

inverted schemes like the surface of a lake

fighting to win the mind of man

who invents signs for objects

rained from the sky or emerged from the earth

 

not the hands nor the thought

but something primordial

elusive like the flies of instinct

and as lonely as a god who has forgotten

your own name

                   

 

 

 

 

 

 

5

 

 

words like stones in virgin ears

boiling oil on the fire of battles-speeches

 

listen and move your eyes towards those who say

they sentence, they declaim

they perpetrate verbal crimes

rise from the deathbed

and they continue talking

They look out the windows as they follow the path of the street

 

words that sing hymns of verbs

like lost leaves from a gardener's bag

and swept away by time become a summer storm

summer forgotten the following autumn

seasons that God himself tends to forget

 

silence is the spring of words

fresh wind that forces the window to be closed

so that the ideas are not erased

 

silence is a word at last

mute, perhaps murmured

written with fingers

in the dust of noise

 

 

 

 

 

 

 

 

6

 

 

the shadow of things between bodies

maneuvers of light on the surface of things

like the pain of a stone against the forehead

 

chained letters that build

large empty apartment buildings

where a single goalkeeper

always repeat the same word

 

language as a knife

that cuts the tendons of reality

and sew the ropes to your liking

of a new trial

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7

 

 

things claim their names

they disappear without a glance

the senses form them

thought gives them meaning

 

they procreate families of submissive members

or rebel at the hand of man

-just as man sometimes denies his God his-

 

but things are afraid

embrace the maker

They know that when their father died

the matter that survives is food of time

and their names are a substance for oblivion

 

 

 

8

 

 

who can say that the feeling

be more than a word growing under the skin

in synapses that carry concepts

to nerve endings in cheeks and mouths

where phrases of love exhaled with the aroma of mint are born

                                 or hate with ammoniacal breath

                  

and the other's response causes more synapses

new digressions of the feeling explored

that cry out like a radio on and abandoned

in a room with objects covered in dust

 

who says that the human heart

It is nothing more than a book open from its spine

                  of broken arteries

the words flow like blood

 

 

 

 

 

 

9

 

 

when we talk about order and chaos

from which of the two it arose first

we forget to consider that the muscle

-constant change soft parts

cells that are born and die in random orders

surrounds the almost eternal bone

 

sometimes that center expands

and incorporates elements of chaos

behaves like a child catcher

that grow in their new immobility

old men trapped in time

 

order is just a time of apparent calm

painful like everything that is born from the old bone

cold air blowing in the hallways

 

 

 

 

 

 

10

 

 

the reverse of things

entails its opposite

and the inverse is sometimes the right:

 

                         the world is a circle with a radius

                         which occupies just over three parts of its perimeter

                         plus a remainder, algebraic residue or error of thought

                         whose infinite number is a crack in the sphere

                         through which the arbitrary penetrates

 

                         free logic mirror game

                          principle of destruction

                          contrary to the order of things

 

 

 

 

 

 

 

 

IV. Hamlet Letters

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1

 

 

someone said - maybe the god who created us -

that there are more things in heaven and on earth

than we can imagine

die, sleep, dream even

They are privileges that the flesh

cannot always receive

nor does he know how to use

 

the worms of thought

they cloud the gaze of those who want to see

when the sea recedes

and the skeletons of the words remain

to whom the poet god

can't cleanse the pain

not even worth it

 

behind each letter

lives a lion with insatiable hunger

and he is not crazy

has the cruelty of sanity

 

 

 

2

 

 

she knows that I loved her

more than my mother, even more than my father

she was my sister

My left hand

my right eye

the olive trees on the river

 

He must have entered the convent the day I asked him to.

Now she is surrounded by waters that fall like virgin voices

forever lost in my thoughts

 

because she is leaving

Ofelia disappears from memory

-even though time here passes so slowly-

and love is no longer what it was

pain and ecstasy

it's poison

first sweet, then tasteless

and without beauty

 

 

 

3

 

 

everything dies

to my father's crown

is being lost on earth

but it is the sea and it is the waves

that eat away at the precious metal of its architecture

framework of your soul

 

I, his son Hamlet,

I am a worm eating your flesh

just as he drank the blood of the invaders

I am the nail that lost in the battle

and the dust in their hair

the fly perched on his crown

when walking through the field of the dead

 

but don't tell him anything, Horacio,

Father knows I miss him

like someone waiting for his lost hand

be born again

 

I had spiders in custody

sad sheep, dogs that bit me

and I couldn't even keep

 

Without children, man's love is nullified

a number zero made of straw

 

 

 

4

 

 

tell yorick

when you die and see it in heaven

-I am in hell with the new king-

I miss her makeup face

his lost smile

the day he took my neck with his hands

and he asked: are you afraid of dying?

 

tell him to ignore the gravedigger's words

His skull will rest in front of my queen's mirror

for her to see how she will end

while she puts powder on powder

and she won't laugh then

 

but I will still listen among the voices of my guilt

the beautiful, terrible laugh

by Yorick the jester

mocking the tragedy of life

 

 

 

 

5

 

 

children are blind stalks

of large docks that fight waves

one day we will have to drink the same salt

and look at ourselves in the father's mirror

His body also has the structure of worms

 

if the will sometimes produces spiders

and it's a smelly liquid under shells of skin

like sex that is hidden out of shame

sit in front of the waves to build with thought

the one who will come to look for us

It's maybe better than dying by a sword

before the age of thirty

without knowing what a son is

nor how to kiss the cheeks of a dead person

 

 

 

 

 

 

 

6

 

 

we kill with different meanings

offenses against the vile are forgiven

but they condemn themselves against the faithful

we bury the dagger in the flesh

we smell the aroma of the teeth of the dying

and does not abandon us until together

we exhale the breath in the face

from the next in the chain

 

go out to fight

with cries of fury like the squawks of birds

that writhe in the hands of the hunter

It's not the same as anger.

that eats away at the souls of cowards

 

gravediggers and dead

they divide the world

 

 

                                            

7

 

 

what is a name

I have the sound of my father as an emblem

but not his head and beard

the blue eyes in the noble face

last king who was born without sorrows

and he married the bird that disturbs dreams

 

a name can become carrion

when the gravedigger pronounces it

smell like feces if the person wearing it has stolen it

-a gift ceases to be a gift when it is not deserved-

and he is an idiot will puppy

 

the name becomes the target of darts of iniquity

in the hands of history

and it's not even worth it anymore

the little mental pain

of the effort to remember it

 

 

 

 

8

 

 

the waves are souls in pain

hitting the coast

where we look for bones

that explain the night songs

 

the waves burst, they break

then they return to form again

but the drops on the stones of the towers

They come together and create beings of flesh

 

they talk, that's the worst

one can bear one's own voice

but not that voice turned into dead

who come back to give us more work:

ours and the one they couldn't do

 

 

 

 

 

 

 

9

 

 

I will not dedicate a letter to you, mother

just an epitaph and oblivion

regret and poison

in glasses that they did not know how to avoid

the death of the kingdom

 

turn back time

reverse the deadly silence of swords

your mouth

ulcer where they sink

the stony fingers of men from your bed

 

you fly over

like a bird of prey

giving advice to kill

the memory of my father

but there are things

that you can't tear from a man's body

speck of dust and stain that does not erase

a last vestige of pride

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

10

 

 

It's funny how one makes victims

those who do not wish to become such

or maybe the little hidden shadow

sniff out the smell of busybodies

 

I will not apologize, dear Polonius, for your death

my remorse is paid

with the madness of the beautiful Ophelia

 

fathers and mothers

puppeteers writers

of our actions

 

Sometimes I wonder

If not it would be better to kill them

we are barely born

the pain of his absence

It would be more bearable than resentment

 

 

 

 

11

 

 

Rosencratz and Guilderstein no longer exist

I have delivered them to the mouth of the sea

They said they were my friends

but they were corrupted holes in the bones of the kingdom

 

I saw their eyes when they came closer

their smiles saying

everything is fine don't worry

there is no pain if it is the hands of a friend that kill

 

who will put their hands in the fire for another man

in this kingdom where beards

They are masks over dead faces

 

look at your dogs, Horacio,

they will bite you if you hurt them

but they will throw themselves into the fire, if that is what you order

 

 

 

 

 

12

 

 

soldiers battle

I wield verses about ghosts

 

men die between swords

I talk about loves that rot

 

the fire of war breaks out

the world dissolves into dirt and rain

corpses grow like old dog feces

 

I simulate and play in madness

I breed worms in my soul

I dig into my father's bones

 

something smells like rot

maybe it's Ofelia's body

served on a table

within reach of our peaks

while the voices and the aroma arrive

of the men who fight in the fields

that virgin smell of dead trees

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

13

 

 

what starts badly

It can't end well, my dear Horacio.

I know these letters are heavy

and I have overwhelmed you with my pain

 

Let me give you a hug and a kiss on the cheek in return.

let your chest touch mine

and the fanfares of your prayers fall

like wild dogs on oblivion

 

you are the man who will link the times with his hands

 

the walls will fall

the fields will continue to fill with dead

but the memory

is always more persistent than rats

 

 

 

 

 

 

VII. Minotaur

 

 

 

 

 

 

 

 

1

 

 

Theseus's thread is thin

like human conviction

 

the beast hears the fearful gasps

she growls and licks herself satisfied

when the thread breaks

 

the man is alone

the screams of his beloved feed the mud

on the walls of stone night

empty sky with ice stars

 

The beast awaits him at every turn

He knows that even if he manages to kill him

won't come home

paradox that cannot be explained

he, who had so much faith in his strength

 

like a river

the labyrinth will drag him with its sadness

towards the center, black pit with teeth

mouth that always advances

even though he doesn't move

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 2

 

 

a being that was born deformed

He walked among beautiful men of the countryside

They threatened him with axes and hoes

dogs barked in the streets

children stoned him in a chorus of insults

judges locked him up and whipped him

not without punishment can someone

walk your dead face

 

saw the skull under the skin

in the faces of those who spoke to him with sullen breaths

horror of those resurrected every morning by the sun

then the creature

It was altering its forms more

 

That's how he acquired his definitive body

and hid in basements like labyrinths

where he murmurs the name

that the mother did not know how to give him

for not finding any similar to his horror

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 3

 

 

Theseus

listen to the steps of the Minotaur

he digs with his hands in the mud walls

 

when he meets the stone

cuts a leg

-has already renounced infinity

space of turns and bends-

and with the bone he erodes the rock

slowly and desperately

 

but the wall is also made of bone

and he cannot penetrate

leg and skull recognize each other

 

Theseus

is now substance of the labyrinth

He contemplates his face in the footprints of the stone

while he listens to the moans of the beast

the echoes of your own voice

in the corners of the brain

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4

 

 

she searches in her basket of wool

choose one among many

Theseus looks at her and wonders

Why didn't she choose the longest one?

He says nothing when he sees her tie the end of it on her finger.

 

he kisses her for the last time

feel how the ball is spinning

unwrapping the center

where the other end waits like a sleeping dog

he turns around once more

she looks like a spider

the smell of her skin will accompany him

until confused with dirt and wet hooves

the smell of the Minotaur

 

the blue thread continues to open

sometimes it gets stuck in the corners

Theseus unties him

Watching every possible movement of the beast

the thread tightens

It doesn't force it, but it continues to lose weight

becomes thin like the scream of a drowned person

 

wind flows

corpse smell in the hallways

he doesn't see his own hands

but he feels the wool ring on his finger

and the break, the cut

the death of the bond that no longer accepts it

and he has decided to eliminate it

 

 

 

 

 

 

 

 

 

5

 

 

cut off the monster's head

save the world from its siege

you will

the ball will be red get lost she says

“Not if you extend your hand,” he says.

your hair is threads of flax

that will hold me in the dark

but she knows that saving the world

is to rebuild

what she has kissed

behind that face is the secret

in the labyrinths of the face

she will go in to look for the Minotaur

 

the breath of his beloved is fetid

but the skin of sex redeems it

orifices like vast canals with no exit

(if the skin is an insurmountable barrier

if the eyes are long deceptions

there must be an entry site

find out how ships navigate

uncertain seas

build maps, guides

schemes, value levels, firm paths

towards the mouth that pronounces death

with aroma of spices)

 

“Go and come in,” she says.

 

I will hold it in my belly

and he dives into the void

like someone bathing in blood

 

 

 

 

 

 

 

6

 

 

blind to the horror in the face of the beast

I extend my arms to feel his hirsute chest

 

I won't look at his face

the body and haunches of a bull

They won't be able to move me, but they will

the sad revelation of madness in his eyes

 

I squeeze his head in my hands

I turn it with a sharp and quick blow

the monster does not defend itself

He caresses me in the dirty cradle of his cave

tied to loneliness and stone

 

sinks into my arms

taller than me

even heavier than the entire labyrinth

with its dead walls

the creature falls on my shoulders

and exhales its fertile moan

to sow regrets

 

 

 

7

 

 

at the entrance to the labyrinth

I killed my beloved

I opened her chest with an ax

and I ripped out his heart

I continued my way through gray corridors of fog

dry skin smoke

that the Minotaur burns every night

 

I walked with my heart in my hands

dripping blood to mark the return

not linen threads

liquid meat strewn with splinters

points of bones that hurt my shoulders and hips

naked

I look for the dark center where the beast waits for its food

 

not my heart

nor the slow growth of my species

but the old human trunk

the cavity always empty

improbable origin of love

anger flowing from the initial chaos into the monster's windy chest

beat like ice that breaks in torrents of frozen water

 

the mouth is not a warm refuge from winter

it's an abyss

where a hundred pregnant women

They watch Theseus advance

as a sacrificial priest

carrying his mother's heart

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

8

 

 

a labyrinth

sounding board

of voices shouting calls for help

-some pray

others are silent

and hear the breaking of the mud-

 

a labyrinth is not a tomb

it's land

tomb raised in front of a three-sided mirror:

the face that contemplates the world with its back to the past

the eye of god

about the hole in the skull

watching how the man

gets lost in the labyrinth of the brain

as he walks the hallways ashamed

 

there is only one entrance

no way out but the Minotaur

can offer with its deformed limbs

only in small eyes

like long and impenetrable corridors

there is a beautiful unattainable light

 

 

 

 

 

VIII. Impressions about the death penalty

 

 

 

 

 

 

 

1

 

 

when the body hangs from a rope around the neck

muscles tense

to avoid the tearing of thought

threads of ideas in which man

falls apart as he dies

 

but first the body defends itself

hands clench like cats' nails

scratching the air that the executioners breathe

 

in the prisoner's skin

the veins are transparent flowers

they shine in the sunlight

the judges are obfuscated

not to laugh we have punished him

 

in the mouth of the executed

follow that strange gesture

the throat tied in a knot of rags

drowning out the cries of resistance

 

then the soundless laughter

parodic grimace on a wrinkled forehead

and the body swaying with the wind

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

 

the guillotine shines in the midday light

your eyes look at the world behind your head

that you feel cut and fall

 

like pecks from carnivorous birds

you hear the squawks

and you see the shadow of his wings around the scaffold

 

the executioner's voice gnaws at the air he breathes

and his breath, although human, does not console you

he is more than just a man

It is meat and the sound of the falling leaf

 

you are already somewhere else

in the basket whose bottom you will never see

because he is from land

and both

-land and guillotine-

they do not allow themselves to look back

 

 

 

3

 

 

 

hands hold the handle of the ax

arms wide like a child's body

shoulders like pulleys of a machine

and on top of that the head enclosed in the hood

 

you should only see the ax as it falls

feel the cold of winter on the back of your neck

not the snow, but the early morning hail

then the intense burning

equal to thousands of ants running through your blood

spiders and wasps biting the skin

without you being able to put a hand behind your back

 

but your head no longer belongs to you

that scream you hear comes from the straw basket

facing what's left of your body

 

the executioner will collect the head

wrapped in a cold cloth that does not caress

It hurts like that single blow from your mother

the day you came home

after killing for the first time

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4

 

 

she takes my hand

she has the smell of hospitals

He caresses the fold of my arm with cotton

a puncture with the memory of cocaine and childhood

she will make you sleep gently

but now it hurts, it burns the skin

not the blood, it cuts my bones

 

gods who watch me die from behind the windows

take away the pain of the falling trees

gods of mercy who do not restore childhood

 

she takes me back to the small world

where there will be no injections or remedies

nor do prevention or punishment have meaning

everything there is life or death

because there are no indecipherable ones

middle of the law

 

 

 

 

5

 

 

sitting in the gas chamber

tied hands and a blindfold

inhale and exhale slowly

                       let there be no pain

but a gentle rocking of the soul

 

like having a pillow on your face

Not even the sweet smell can stop the fear

 

I shiver with the cold wind

that recreates the forms of the past

But I'm not afraid of that anymore either.

It is the future that does not exist

the desperate definition

I am no longer

 

 

 

 

 

 

 

6

 

 

high voltage button panels

cables that transmit current

towards a reinforced common chair

and sitting: he

a man alone with a blindfold

which he would have rejected if he could

because I would like to see something more than darkness

before the dark

 

He knows, they have told him, that there will be only that

and you want to continue seeing the light of the tubes

similar to the one in that room

where he slept, he made love

and he read three books a week

 

now men look at him

there is no more time they say, there is no more

listen to the clank of the knob

increasing potential clockwise

 

only the light remains in the room of death

and the sour smell

of burnt meat

 

7

 

 

the managers seem like apostles of Christ

pick up the body

They wrap it in a black bag with closures

They clean the remains of the meat stuck to the chair

 

they protect themselves with masks

but they always feel the aroma

that penetrates your skin despite the gloves

and there is the smell of execution

 

There is a perfume of an old house and damp walls.

of bodies returning to the place where they were born

of sheets, viscosity of semen and sweat

 

when the managers finish the work

They will take the smells of the dead to their beds

 

 

 

 

 

8

 

 

It's not fear or pain

nor repulsion of crime or sworn duty

It's a sound we barely dare to recognize

much less to contradict

we hide it with strong words

that sound like incessant thunder

and we come to light because clarity

thwarts the attempts of anguish

 

but something always creaks and breaks and opens the cracks

where smells come out disguised as anger

echoes that piety would justify

for lack of greater wisdom

although not the judges

 

they hear their own echoes

in the crevices of their bodies under their suits

in the deep chest sunken behind the tie

they sense the same thing they condemn

 

 

 

9

 

 

mercy belongs to men

the mercy of the gods

granting mercy is not commuting sentences

This is how those who speak about the law understand it

 

We do not give mercy because we are not gods

we condemn to death by the law of retaliation

that never dies with time

It is the essence of time as it passes through the earth

where mercy does not reach

although the mercy of a couple of children whose eyes have died

 

those who do not see are capable of pity

those who do not smell can smell

the scent of heaven

in the bodies of others

 

The law has the edge of a knife that is not spent

 

 

 

 

10

 

 

the surgeons go down to the cemetery

They dig like gravediggers who revive the dead

they untie hangman's ropes

They unearth daggers to stab scalpels

They explore the cavities of man

not for the future but for knowledge

the tragedy unleashed by the passion of the viscera

arteries and veins leading to worms

from the first day of life to the last day of nothing

 

It is the blood of earth and the dust of rock and wood

where the larvae grow that will transform

meat in feces

then in dirt and dust

that not even the wind will want to take away

 

surgeons and doctors

last priests of the ceremony

which some call atonement and others law

not the lawyers or the judges

but the forensics will see what substance

men are made

 

and the knowledge will remain in their minds

maybe in books that no one else will read

because the life of the dead

It is only tolerable if it is covered with oils

scented with incense

and dressed with the word

Resurrection

 

 

 

 

 

IX. Copperfield

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1

 

 

 

I'm looking for what's left of time

clippings memories photographs

sweet olive foam

docks on marked afternoons

for the wish that it never arrives

the return to the city

the unbearable idea of life that cannot be redeemed

but is lost in lagoons with sandy beds

childhood events

in wet and deep sand

clams that open their shells and stick out tongues

dragging bodies towards premature burial

 

tell me you don't know how to reverse the past

There are no answers that resist loaded words

with tips of needles in the wind

memory is anything but duration

 

I stop time on your face, your nineteenth century clothes

your mother's unmistakable laugh when you were born

your teachers who learned to throw words

in the school of Roman soldiers, academies perpetuated

in the temples that today occupy vacant lots

in cities inhabited by crosses, sirens, will-o'-the-wisps

 

here in this time with aromas of coffee

and jungles hidden under ramps of cripples

I remember your memories in old books

idyllic women who only exist in your eyes and words

in networks of streams-books feeding the seeds

that still live in pages-heavens

paths where the rain outlines the shape of your invisible body

 

the same kitchen where the fire burns freezes in the night

with the sea wind hitting the windows

and the candles of fire and cloth swaying

fanning the embers that illuminate someone sitting

with numb legs, sore neck

cursing the supreme art of your art for remembrance and storytelling

two worlds in schemes:

your multiple recreating itself in parallel lines

the other incommunicable like the rocks in the sea

 

from those waters I come

from the past read I am one of your cells

the most insipid side of the flesh, nor do I deserve the color of your eyes

I don't have the strength

to advance through waves to the beach

survive your characters risen to sink

drown you, overcome your god-poet vanity

the ink fountain is renewed by the falling water

From the sky-brain that bleeds in dissolved clots

 

slides that I saw at the age of ten, cried at the age of fifteen

Loud lies when I was twenty

dreamed of for so long, that seemed true

insist, conform

that's all

happiness is increasingly unlikely

Car turns on corners, headlights on beaches

laughter from shocks, screams from corrected bones

how to correct trite words

in poems sown in the light of a long summer

because winter was postponed

until the end of an unknown time

in a place to be determined by those beings we call

children-characters-gods

divergent systems that call you and call me every night to the same

ancient hour of dawn, a second long as darkness

 

that where we come from: sea, water, air, land

although I think that the earth is cement of the sky

and the sea the only beast capable of procreating again and again

without regrets, tiredness or sorrow

the sea can be cold like the future a day of failure

and the rain precariously simulates the sweet lash of salt water

the transformation of the body into water towards the origin of nothingness

 

the past always one step behind your back

so immense the space of memory, colorful

brightly adorned by perfumes and spices

and we

like simple blind larvae

no hands to catch it

nor legs to return.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

 

in a bar in Buenos Aires

At the beginning of September, I see her passing

I don't know if it's my eyes that are deceiving or the rain

but his body has not been deformed by children

nor his graying hair or his wrinkled forehead

with the sorrows of a husband who never deserved

because he was just waiting for me that afternoon among the forests

while the buses waited to return to the city

 

remains beautifully statuesque, cold and angelic

like when I looked at her hair and gave it the shapes I loved

although she was another behind the dark veil of her smile

she remains beautiful despite myself and my absence

 

So I think that the women you created were born not in your books

but in the mind of the first man in the caves

under a mountain where the rivers flow between trills

songs and laughter of women shaken by shudders

They wait and dose the male's flow

nuanced as a slave animal at your service

 

sometimes I seem to see horrible shapes

after those naked bodies that drive you crazy

and disturb the serene plenitude of man as reason and logic

slow walk between chosen paths

(but they cover themselves with the madness they cause

Doom is beautiful like the summer sun

blinds, creates secretions and tongues

where there is nothing but grass and dry land)

 

Now that I think about it, Inés exists

the beautiful Inés with the complete horizontal smile

the faithful friend who is the same in sex and in the daytime in full sun

she is vibrating on the last pages of the book while she points to the sky

(If she wants to talk to the others, I don't know and no one else can know.)

The woman's mask is an uncertain and sad face like that of a supreme judge

It always matters what they think, what they say, what they do

in the September sky or under the July rain on the sidewalk)

 

they appear from I don't know what place

to leave not long after

and say:

god, man-god

they leave without sparkles

they just leave.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3

 

 

when the teacher asked us to write about ourselves

I imagined a future not too distant, where fear was also absent

 

as always when what is projected is at a probable but uncertain distance

We do not fear what will come next week, but what will happen tonight

And that's how I remembered the family I would have, if I dared to be like Copperfield.

the cell that you put in my mind, on a book of drawings that still last

like those insect stains on television and lamp screens

indelible marks that persist and form the substance of a house

 

someone would have given his kingdom for a horse to survive, as I remember

I know that many would give their past for that future born on an autumn day

in a classroom with windows to the playground

enjoying a suddenly enjoyable task for the first time

beautiful like a found treasure with no obligation to return it

and above all except for lending it, unique, non-transferable

misunderstood by others and therefore hidden

two treasures in one afternoon, perhaps it was too much:

The family of the future

thinking as pleasure

 

My family of three children had the model of your face and nineteenth-century clothes.

with twentieth century settings, a cornered television always on

a car and a beach vacation every summer

Much later the screen was filled with food thrown by angry hands

walls with peeling papers and some broken bones

loneliness settled in the house

and the street was a dull criterion

to measure the distance that separated me from the invisible

 

one spends the nights creating insults

so as not to feel isolated, rejected

surprised by those streets that suddenly

they decide to eliminate us

Everyone looks at me as if I had the expressions of a cruel monkey on my face.

looking for victims in children and perversion in lonely men

what others see I am not, or I am and I do not see myself

mirrors are not books, but puddles of dirty water

image that we recognize as particularly familiar

the past faithful to what we did not know how to see

changed the memory of the future

transformed into something else

different from the spirit that one boasts of

as if we were gods because once

we have touched the happy skeleton of the origin

 

rebirth is the goal

children who continue not the species

but the hunger that will take us to the individual community

the shared death of two parallel universes

who were born on the same day:

mine irreparable

the other unfinished.

 

 

 

 

 

 

X. Kant or the laboratory of thought

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1

 

 

what comes first:

                         the blow of some eyes against the cold of winter

                         or the touch of fingers on a torn calendar

 

months after the beginning of the year

July shows the undone initials of newborns

 

They look at December's face in the distance

but the September sun deceives the eye

boasts delights that melt on a bed of asphalt

 

children talking on portable phones

words that simulate skin contact

but the dust of winter touches the orbits

under a burning white forehead of frozen fever

 

men who know they are separated by distances that no one else

Not even books or newspapers will be able to remedy

or the rubbing of the skin of a dog or a human

useless, harsh, irritating tongues

 

the proud and sad experience of december

looks like January's corpse

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

 

time that moves things around

moving objects at a rate of rhythm

simultaneous with the following

 

time does not turn or pass

It is a phenomenon of things

 

the boy is an old man depending on who observes

God is a clock without hands

that never stops

 

guess the time, he tells us with his face

where you stand, there you will die

 

we are something because our skin ages

nice synthesis of empirical thought

which is intended to alleviate

the pain that the soul has always known

 

 

 

 

3

 

 

this window in my room

it is there

or the window is me

watching the dogs pass by like messengers

from left to right?

 

I am the glass that reflects a space

on negative plates

that invert the color of the soul

converging diverging

                             what is seen is inside

                             the invisible outside

 

the dogs pass

wind that raises dust

of ancient volcanic rocks

dogs that carry mountains on their backs

towards the center of my soul

on the horizon line

 

 

 

4

 

 

with a handful of grass between your fingers

you ask yourself:

                       the grass is more eternal

                       that my body or my soul

 

but then the object of the doubt is no longer there

the wind left my hand empty

 

I am the creator of what my fingers touch

the space of my skull

It's the size of a cracked walnut.

fragments aligned over the strip of time

 

life is a thing that reason disintegrates,

like a vivisector, in concepts and explanations

to change the desperation of nothingness sensed

-where things are pieces of memory-

for the longing to see the contours of that nothingness

like a handful of herbs

 

 

 

5

 

 

time is not one

They are parallel and crossed lines

of a geometry similar to chaos

 

disorder as a fundamental concept

to understand its rules

 

how to conceive a construction

that does not have three dimensions

has

at once

gravitational and centripetal force

something like that

like the vacuum of air in the sea

the fall of a rock from space

what have you waited for

thousands of light years

that impact

to split into fragments of dead children

 

simultaneity stones

on which men set their sights

They try to introduce past and future laws

formulas that give encouragement to this time in which they live

no less dead than the past

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

6

 

 

in front of the object

a sensitive subject

and understanding as revealing

of a transcendental logic

concepts that go beyond

of simple contact between the parties

 

decomposition of its formulas

not to exhibit at fairs

the particular members of an aesthetic

-critical or condescending

contradictory to the point of absurdity

 

but intuition as a zone

in which few enter because it is dark

sometimes arid, other times cold as eternal ice

creating conceptual steel roads

where white trains run towards the origin

 

seed of knowledge

locked in a non-returnable point

oblivion between the walls of blood

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7

 

 

what comes first

knowledge to grasp physical rules with the senses

or imagination to intuit objects in time and space

 

everything flows in a synthesis of juxtaposed ideas

the eye upon the eye that follows the movement

of a hand on the concave back of the world

 

understanding

judgment list

empirically proven consciousness

 

if the definition of a star

create the possibility of that star

perhaps the name God produces the god

 

8

 

 

necessary condition for the creation of the world

It is the touch of an olive-scented hand

 

there are more paths linked in its plot

that in the entire cosmogony imagined by man

where ideas wander like vertigo in conceptual abysses

definitions that do not say the primordial anguish of the origin

empty buildings built

-with closely obeyed rules-

on planes that sink like mud

 

how to break then a perfumed hand

without leaving the substance free in its original expression

that nothingness that also smells of decomposed bodies

 

 

 

 

 

 

 

 

9

 

 

There are those who get upset if someone tells them

who were others before themselves

how to accept having been a beggar

a stray dog

a woman who died of cancer

 

time is a persistent substrate

everything changed an accident of forms

 

the boy we thought we were

has disappeared forever

the man we remember

with tenderness and a certain envy

he has been buried for a long time

 

every ten years we bury someone

at a closed-door funeral

one, alone, who watches the time

like someone who sees the bitter landscape

of a war that begins

 

 

 

 

 

 

 

 

 

10

 

 

imagination and unverifiable dreams

refute the idea of reality

the intuitive body opposed to the motor body

 

of these magnitudes subtracted from time

it turns out zero

possible number of the absolute

where everything is its opposite

 

but the understanding tolerates only the real

and justifies only what is necessary

column of consciousness

concrete platform

that breaks over time

 

 

 

 

11

 

 

concepts without object

invention of which even the numbers doubt:

sun size

thickness of the core according to the powder that forms it

 

the boy's look when he looks at the dog

that after biting him he runs like a hunted murderer

the dew accumulated between the stones of a neighborhood street

Even at noon, when the sun shines in the middle of summer

 

that smell of old things piled up in the yard

the day after the death of its owner

old man who tolerated the humidity of death

until you feel the weight of nothingness between your teeth

 

the impossible defined without contradiction

the zero between the cracks of everyday life

empty like the pitcher to be filled by each one

 

 

 

 

12

 

 

concept empty objects

fear maybe

 

until the instruments of the mind

manage to measure the capacity of a hand

to count the number of meters of fear that is born

with each new formula and building built

 

sides like forceps handles

straitjacket fabrics

dissector forceps to tear out the remains of death

in cemetery museums

 

alternative names

in which no one agrees

things defined by their substance

in a space that disappears when you erase your gaze

 

hunger like a tickling of the fingers

wind as a cause of body fever

 

that anguish drawn on the skin soaked in formaldehyde

that flows and overturns when bodies are drawn from nothing

virgin pool of concepts and oxygen

 

 

 

 

 

13

 

 

who hears sounds from his bed

on an Easter Thursday night

maybe you hear a man's sigh

died many years before

 

the same as the cat when meowing

at midnight on a sunday

He knows that the world ends there

but he's not sure if he'll start again

 

doubts that arise

like someone who is born breathing certainty

that he is alive because before the beginning

the dark zone already exists

 

what is behind the eyes is what is not seen

intuitive and indefinable

fragile like a porcelain cup

broken inside the box he never opened

 

 

 

14

 

 

empty object without concept

parallel lines that form a triangle

 

names for the limit of understanding

when colliding with the abyss behind the letter

 

our paradox is the body

container between two nothings

zero before one

the white silence after the word

 

 

 

 

 

15

 

 

experience is the mother of illusion

Should I trust my eyes or my hands?

What do my ears hear?

 

repeatedly

the whistle of a train has been for me

the cry of a falling man

from the terrace of a building

 

and I have seen the silhouette of a spastic child

in the form of a crow perched on the ground

 

we can taste blood

when drinking a glass of water

or beget a child in your arms

after selling an empty crib

 

 

 

 

 

 

16

 

 

death is an end in itself

your own judge and your god

decision and design of roads

He gives no one an account of his affections

 

death is an absolute

which includes all possibilities

 

uncertainty is its intrinsic character

because if something is possible

also accept the impossible

 

then maybe death

can tolerate life

 

 

 

 

 

 

 

 

17

 

 

I saw a balloon floating in the sea

its entire white and smooth surface

it was not possible to say what point

touched the water at what time

 

a simple thing that could be rocked

as if he were aware of rest

the sea seemed aware of its duty

and rocked the sphere like a father

separate elements

indifferent to each other

but the real impression was that of a whole:

sphere on straight line

 

If everything simple were capable of thought

and everything that thinks is an indivisible soul

perhaps the soul of the sphere

I was grateful to the sea

 

 

 

18

 

The heart has pillars of three kinds

some attached to bronze walls

others with free centers like guitar strings

the third parties open floodgates of blood

 

pillars of a gothic cathedral

with echoes in their four-cavity ships

the prism of the human heart

in baroque architecture

 

the table I write on

It is a space of my senses

I am the table for the one who looks

 

space is in us

like that cosmos that we invented

to reach God in failed attempts

whips that make the ships advance

                                           out to sea

 

 

 

Ilustration: Anidando (Irina Nogina) 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La soledad (Alberto Moravia)

Aunque muy distintos uno del otro, Perrone y Mostallino eran inseparables, si bien en realidad no los unía la amistad, sino, como a menudo o...