domingo, 1 de septiembre de 2024

La muerte del perrito (Santiago Dabove)







Distraídos conversábamos cuando nuestra hermana puso sobre la mesa de té, la cabeza de nuestro perrito. Creyendo soñar, vi esa cabeza raída y cercenada en el comienzo del cuello, rota, sin sangre, secos por completo los bordes de la separación. Me pareció que me miraba con ojos tristes.

Preguntamos a mi hermanita qué había pasado. Ella dijo que encontró el cuerpo junto a la verja de hierro de filosas aristas y la cabeza a alguna distancia de la acera... El pobre perrito, sin duda, había sacado la cabeza para mirar el codiciado mundo externo y alguien subió con su vehículo y lo decapitó.

Corrí hasta la verja, levanté el cuerpo, lo llevé hasta la mesa de té y para evitar a mi alma la visión sangrienta de las cavidades donde están los hilos que movían un ser tan afectuoso, junté la cabeza con el cuerpo, dando a esta varias vueltas, como si la tornillase. Luego le puse tafetán engomado, unos cartones como sostén y até un pañuelo encima.

 En mi anhelo de ver su vida, lo empujé. Dio con todo el costado en el suelo. Después inició un movimiento renqueando y dando tumbos y en cierto momento en que cayó en uno de los pequeños estanques del jardín se dejó estar con riesgo de ahogarse. Lo saqué y continuó su vida confusa, andando en círculo, sin sacudirse el agua. Al fin caminó arrastrándose y, antes de detenerse para siempre, me lamió la mano.

 Mi hermana y algunos chicos lloraban.


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